DANIEL 3-4



El Horno De Fuego

Después de que Daniel le revelara el significado de la gran imagen a Nabucodonosor, el rey se sintió muy halagado al ser considerado por Dios como la cabeza de oro, es decir, el gobernante de mayor valor de los emperadores que vendrían tras él.

Como es de esperar, a Nabucodonosor no le importó mucho lo que sucedería después de su muerte. A él le interesaba sólo la gloria de su reino en ese momento. Veremos que la tendencia a jactarse de sus logros le traerá a Nabucodonosor una experiencia divina inolvidable.

El rey decide hacerse una gran imagen de oro a su gloria. “El rey Nabucodonosor hizo una estatua de oro cuya altura era de sesenta codos; la levantó en el campo de Dura, en la provincia de Babilonia. Y envió el rey… a que se reuniesen los sátrapas [funcionarios bajo su cargo], los magistrados [administradores de la ley] y capitanes [del ejército]... para que viniesen a la dedicación de la estatua que el rey... había levantado” (Dn. 3:1-2).

Estatua de Nabucodonosor


Daniel no estaba presente cuando llegó la orden de la reunión y sólo sus tres compañeros fueron a la ceremonia. Las instrucciones eran claras: al escuchar la señal de la música “os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado; y cualquiera que no se postre y adore, inmediatamente será echado dentro de un horno de fuego ardiendo. Por lo cual, al oír todos los pueblos el son de la bocina...y de todo instrumento de música, todos los pueblos, naciones y lenguas se postraron y adoraron la estatua de oro… Por esto en aquel tiempo algunos varones caldeos vinieron y acusaron maliciosamente a los judíos [y dijeron]... Hay unos varones judíos, los cuales pusiste sobre los negocios de la provincia de Babilonia: Sadrac, Mesac y Abed-nego; estos varones, oh rey, no te han respetado; no adoran tus dioses, ni adoran la estatua de oro que has levantado” (Dn. 3:5-12).

Nótese que esta acusación se hizo maliciosamente, por envidia, pues estos varones eran muy respetuosos de su rey y estaban dispuestos a honrarlo; pero no adorarlo, lo cual significaba violar los primeros dos Mandamientos de Dios: No tendrás otro dios que el verdadero Dios, y no te inclinarás ante una imagen para adorarla. Y esto era lo que Nabucodonosor exigía, no sólo que lo honraran sino que lo adoraran. Se puede honrar o respetar a un dignatario pero no debemos arrodillarnos ante él. Sólo ante Dios debemos arrodillarnos. El apóstol Pablo dice sobre honrar a los gobernantes: “Pagad a todos lo que debéis; al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra” (Ro. 13:7). El apóstol Pedro fue aún más explícito al decir: “Honrad al rey” (1 P. 2:17). Estos varones judíos sabían cuáles eran las consecuencias al desobedecer, pero no tenían alternativa. Habían “calculado el costo” (Lucas 14:28) al obedecer los Mandamientos de Dios, pasara lo que pasara.

Nabucodonosor no podía creer que estaban dispuestos a morir en vez de ceder a lo que parecía algo tan insignificante. Dijo: “Porque si no la adorareis, en la misma hora seréis echados en medio de un horno de fuego ardiendo; ¿y qué dios será aquel que os libre de mis manos? Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: No es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Dn. 3:15-18). Furioso, el rey los arroja en un horno que mandó calentar siete veces más de lo acostumbrado.

Nabucodonosor estaba seguro de que quedaron calcinados al instante, pero ¡qué sorpresa tuvo cuando vio que estaban de pie adentro y sin daño alguno!

“Entonces el rey Nabucodonosor se espantó, y se levantó apresuradamente y dijo a los de su consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego? Ellos respondieron al rey: Es verdad, oh rey. Y él dijo: He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses. Entonces Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno de fuego ardiendo, y dijo: Sadrac, Mesac y Abed-nego, siervos del Dios Altísimo, salid y venid. Entonces... salieron de en medio del fuego. Y se juntaron los sátrapas, los gobernadores… para mirar a estos varones, cómo el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían” (Dn. 3:24-27).

¡Qué gran milagro! Y este es el mismo Dios al que adoramos hoy día. A veces por falta de fe nos olvidamos de lo poderoso que es. Recordemos que esta prueba surge porque Ananías, Misael y Azarías estaban dispuestos a guardar los mandamientos de Dios a toda prueba. Esta misma fe va a caracterizar al pueblo de Dios en los tiempos del fin. Se negarán a quebrantar los mandamientos de Dios a pesar de las amenazas o las apostasías. Nótese, respecto a los tiempos del fin, la prueba similar que la cristiandad tendrá que afrontar: “Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios… Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Ap. 14:8-12).

Este relato del horno de fuego tiene claros matices proféticos. Los hechos descritos aquí son históricos pero debemos notar que existe un paralelo profético con el período de la gran tribulación. Nabucodonosor representa a la bestia de Apocalipsis 13:1-18, o sea, el último gran gobernante del mundo. Él también exigirá ser adorado. Y Apocalipsis 14:9 nos advierte: “Si alguno adora a la bestia y a su imagen… también beberá del vino de la ira de Dios”. Los que no lo adoran deben morir (Ap. 13:15). La imagen de oro representa a la abominación desoladora que menciona el Señor en Mateo 24:15. La bestia oprimirá al pueblo de Dios, la iglesia (Ap. 13:7). La mayoría en el mundo, incluso algunos débiles en la fe, se someterán a la bestia y le rendirán culto. Sin embargo, unos pocos se resistirán. Ananías, Misael y Azarías representan a ese remanente fiel que será protegido en forma milagrosa durante la gran tribulación. Así como ellos se negaron a adorar la imagen del rey y desobedecer los mandamientos del Señor, así también el remanente fiel del Cordero se enfrentará a la bestia, el anticristo, del tiempo del fin.

¿Quién era ese cuarto personaje que vio Nabucodonosor en el horno? Dijo que lucía como un “hijo de los dioses”. Es decir que tenía aspecto no humano sino divino. Es el Ángel del Señor mencionado a menudo en el Antiguo Testamento. El Ángel del Señor habla como Dios, se identifica a sí Mismo con Dios, y ejerce las responsabilidades de Dios (Gn. 16:7-12; 21:17-18; 22:11-18; Éx. 3:2; Jue. 2:1-4; 5:23; 6:11-24; 13:3-22; 2 S. 24:16; Zac. 1:12; 3:1; 12:8). En muchas de estas apariciones, aquellos que vieron al Ángel del Señor temieron por sus vidas porque ellos habían “visto al Señor”. Por lo tanto, está claro que al menos en algunas ocasiones, el Ángel del Señor es una teofanía, una aparición del Señor Jesús en su pre-encarnación Dios en forma física. 

Al presenciar este gran milagro, el rey se humilla y proclama: “Bendito sea el Dios de ellos, de Sadrac, Mesac y Abed-nego, que envió su ángel y libró a sus siervos que confiaron en él, y que no cumplieron el edicto del rey, y entregaron sus cuerpos antes que servir y adorar a otro dios que su Dios. Por lo tanto, decreto que todo pueblo, nación o lengua que dijere blasfemia contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego, sea descuartizado, y su casa convertida en muladar; por cuanto no hay dios que pueda librar como éste. Entonces el rey engrandeció a Sadrac, Mesac y Abed-nego en la provincia de Babilonia” (Dn. 3:28-30). Este sería el segundo encuentro que tendría el rey con el verdadero Dios.

La Locura Del Rey

Ahora viene el tercer y último encuentro que comienza con un sueño. Respecto a los sueños de los reyes, la historiadora Petra Eisele comenta: “Los sueños de los reyes y su interpretación, desde tiempos inmemoriales, han tenido un papel importante en la vida política de un país… Por lo que se consigue saber gracias a una tablilla de arcilla, Nabucodonosor, en una noche en el año 590 a.C., tuvo el anuncio de la destrucción de Jerusalén por parte de sus tropas… Este sueño de la marcha sobre Jerusalén es el único que se conoce de Nabucodonosor [fuera de la Biblia]” (Babilonia, p. 235).

El relato esta vez lo entrega el mismo Nabucodonosor en forma de un decreto oficial. Empieza alabando al Dios verdadero por la experiencia que ha pasado. “Nabucodonosor rey, a todos los pueblos, naciones y lenguas que moran en toda la tierra: Paz os sea multiplicada. Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo. ¡Cuán grandes son sus señales, y cuán potentes sus maravillas! Su reino, reino sempiterno, y su señorío de generación en generación” (Dn. 4:1-3). Luego relata que fue a Daniel para que interpretase su sueño, y admite: “en quien mora el espíritu de los dioses santos” (Daniel 4:8). Es parecido a lo que dijo el Faraón de José en Génesis 41:38. Todos estos siervos de Dios tienen el Espíritu Santo (1P. 1:11).

El sueño tiene que ver con un gran árbol que será derribado por 7 años, y se refiere a la humillación de Nabucodonosor por jactarse de su grandeza. Daniel le advierte que no caiga en esa trampa. “Me parecía ver en medio de la tierra un árbol, cuya altura era grande. Vi… que un vigilante y santo descendía del cielo. Y clamaba fuertemente y decía así: Derriben el árbol, y cortad sus ramas, quitadle el follaje… mas la cepa de sus raíces dejaréis en la tierra, con atadura de hierro… sea mojado con el rocío del cielo, y con las bestias sea su parte entre la hierba de la tierra. Su corazón de hombre sea cambiado, y le sea dado corazón de bestia, y pasen sobre él siete tiempos. la sentencia es por decreto de los vigilantes, y por dicho de los santos la resolución, para que conozcan los vivientes que el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y constituye sobre él al más bajo de los hombres” (Dn. 4:1-17).

Daniel ahora interpreta el sueño: “El árbol que viste… tú mismo eres, oh rey...y la sentencia del Altísimo, que ha venido sobre mi señor el rey: Que te echarán de entre los hombres, y con las bestias del campo será tu morada, y con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío del cielo serás bañado, y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere… Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: tus pecados redime con justicia… pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad” (Dn. 4:20-27). 

Nabucodonosor logra recordar la advertencia por un año, pero de pronto cae. Sus tareas de reconstrucción continuaron hasta que Babilonia quedó muy hermosa. Dice Josefo: “Con el botín de guerra [las victorias sobre Judá, Fenicia, Siria y Egipto]... restauró la ciudad antigua y construyó para sus súbditos una ciudad nueva [que incluían los famosos Jardines Colgantes” (Antigüedades de los Judíos, tomo 2, p. 208).

Nabucodonosor pierde la razón


“Al cabo de doce meses, paseando en el palacio real de Babilonia, habló el rey y dijo: ¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mí majestad? Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: A ti se te dice, rey Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti; y de entre los hombres te arrojarán, y con las bestias del campo será tu habitación, y como a los bueyes te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere. En la misma hora se cumplió la palabra sobre Nabucodonosor, y fue echado de entre los hombres; y comía hierba como los bueyes, y su cuerpo se mojaba con el rocío del cielo, hasta que su pelo creció como plumas de águila, y sus uñas como las de las aves. Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo… y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces? En el mismo tiempo mi razón me fue devuelta, y la majestad de mi reino, mi dignidad y mi grandeza volvieron a mí, y mis gobernadores y mis consejeros me buscaron; y fui restablecido en mi reino, y mayor grandeza me fue añadida. Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia” (Dn. 4:29-37).

Así es humillado por Dios este primer gran rey sobre la tierra, que participó en la derrota de los imperios asirios, sirios, medos y egipcios.

Es interesante saber que tenemos dos colaboraciones históricas sobre lo que sucedió en los últimos años del reinado de Nabucodonosor. Según estos relatos, él no emprendió ninguna nueva conquista y salió del escenario mundial por algún tiempo. Un autor menciona, “La historia de los años finales de Nabucodonosor están envueltos en oscuridad” (Reino de Sacerdotes, Eugene Merrill, p. 475). En este siglo se desenterró una tableta de la historia de Babilonia llamada “La Crónica Babilonia”. Cubre la historia de Nabucodonosor y aquí existe una gran laguna de información desde el año 594 hasta 556 en el reino de Nabonido, su hijo. También Eusebio, el historiador del tercer siglo d.C., menciona que los babilonios tenían un relato sobre la locura de Nabucodonosor.

El tipo de la locura de Nabucodonosor tiene el nombre clínico de zoantropía, que según el diccionario es “la manía en la cual el enfermo se cree convertido en un animal”. Es un ejemplo de lo que pasa cuando se deja de escuchar a la consciencia, el espíritu que todos los seres humanos poseemos. Dice Job 32:8, “Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda [que tenga inteligencia]”. 

Así termina el relato de este primer gran emperador mundial que tuvo tres encuentros con el verdadero Dios. Nunca se convirtió verdaderamente a Dios, pero sí llegó a humillarse ante Él y reconocer su poder.

Una lección que podemos aprender del relato de los encuentros que Nabucodonosor tuvo con Dios es que el Señor no escatima en esfuerzos por atraernos a Él y mostrarnos lo que quiere de nosotros, pero que nosotros somos mezquinos en nuestra respuesta a sus esfuerzos: como Nabucodonosor, podemos humillarnos ante Él y reconocer su grandeza después de la disciplina, pero no nos entregamos a Él sin reservas ni de todo corazón, como lo hicieron Daniel y sus tres compañeros. ¿Quién, de las personas mencionadas en este breve estudio, te describe a ti? Nótese que la pregunta no es ¿Con quién te identificas? Porque todos los cristianos quisiéramos identificarnos con Daniel y sus tres compañeros, no con Nabucodonosor. Pero, ¿quién, realmente, te describe?

“Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Co. 13:5)






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