Apocalipsis Capítulo 20
El Encadenamiento de Satanás y El Reino Mesiánico (20:1-15)
El capítulo 20 del Apocalipsis es, sin duda, uno de los más importantes y más controvertidos de todo el libro. Algunos intérpretes entienden que Apocalipsis 20 no es una continuación cronológica de los acontecimientos narrados en 19:11-21, sino que, por el contrario, constituye una recapitulación de todo lo que ha acontecido en la era cristiana. Es como si Apocalipsis 20:1 nos llevara de regreso, una vez más, al comienzo de la era del Nuevo Testamento. Otros dicen que si Apocalipsis 19:19-21 nos ha llevado al final de la historia, al día del juicio final, en Apocalipsis 20 regresamos al principio de la dispensación actual. Otros intérpretes, sin embargo, entienden que Apocalipsis 20:1-15 sigue cronológicamente a los acontecimientos relatados en 19:11-21. Estos expositores rechazan la idea de una recapitulación. Afirman que Apocalipsis 19:11-20:15 revela una serie de sucesos que siguen un orden cronológico necesario dentro del contexto total del libro. En este comentario, refutamos la enseñanza de que Apocalipsis 20:1-15 es una recapitulación de los acontecimientos ocurridos con anterioridad.
En el capítulo 12 del Apocalipsis, es absolutamente claro que el pasaje mira atrás al nacimiento del Mesías. Sin embargo, en el presente pasaje—Apocalipsis 20—no aparece semejante indicio. Por el contrario, los capítulos 18-20 evidencian presentar una serie de visiones conectadas. El capítulo 18 relata la destrucción de Babilonia: el capítulo 19 la destrucción de la bestia y el falso profeta y el capítulo 20 habla de la destrucción del mismo Satanás—una destrucción efectuada en dos etapas.
La importancia fundamental del Apocalipsis 20 tiene que ver con el hecho de que dicho capítulo habla de un reino de mil años. El debate entre expositores se centra en la interpretación de dicho reino de mil años. Hay quienes entienden que los mil años mencionados en Apocalipsis 20:3-7 se corresponden con un período de tiempo literal durante el cual Cristo reinará sobre la tierra. Hay dos grupos de teólogos que creen que los mil años mencionados en Apocalipsis se refieren a un espacio de tiempo literal. Uno de esos grupos se denomina premilenialista y el otro postmilenialista. Es importante destacar que, aunque tanto premilenialistas como postmilenialistas interpretan que los mil años de Apocalipsis 20 se refieren al reino de los postreros días, se diferencian en que el premilenialista cree que el reino será inaugurado por Cristo en su segunda venida mientras que el postmilenialista cree que el reino precede a la segunda venida del Señor. El premilenialista cree que el reino será el resultado de la venida en gloria de Cristo, quien derrotará a sus enemigos y neutralizará a Satanás completamente durante los mencionados mil años. El postmilenialista sostiene que el reino será el resultado de la evangelización del mundo por la iglesia. Es de suma importancia destacar que el postmilenialista cree que los «mil años» de Apocalipsis 20 no son una cifra concreta sino «un número simbólico», es decir, «una expresión figurada que indica un período de tiempo largo e indefinido». El premilenialista, por el contrario, enseña que «los mil años» de Apocalipsis 20 deben entenderse como mil años literales y no como un periodo de tiempo indefinido. En el presente comentario sostenemos el punto de vista premilenialista.
Otra observación que debe hacerse es el hecho de que hay tres grupos de premilenialistas. Uno de ellos es conocido como premilenialistas históricos. Al otro se le conoce como premilenialistas dispensacionalistas. El tercer grupo es el de los premilenialistas bíblicos.
El premilenialista dispensacionalista afirma hacer un uso constante de la hermenéutica histórico-gramatical, normal o natural, mientras que el premilenialista histórico considera necesario abandonar dicha hermenéutica a la hora de interpretar ciertos pasajes proféticos del Antiguo Testamento. En segundo lugar el premilenialismo dispensacionalista mantiene una diferencia entre Israel y la Iglesia, mientras que el premilenialismo histórico no hace semejante diferenciación. Otra diferencia entre ambas posturas es que los premilenialistas históricos creen que la Iglesia sufrirá la prueba de la gran tribulación mientras que los dispensacionalistas afirman que la Iglesia será librada de dichos juicios mediante la resurrección y el rapto.
En el presente comentario sostenemos el premilenialismo correcto, el bíblico. Es decir, hacemos un uso constante de la hermenéutica histórico-gramatical, normal o natural, sin abandonar dicha hermenéutica a la hora de interpretar los pasajes proféticos del Antiguo Testamento. Mantenemos que NO hay una diferencia entre el verdadero Israel de Dios (el Israel espiritual) y la Iglesia puesto que la Iglesia está compuesta por las ramas del olivo silvestre que han sido injertadas en el olivo cultivado (el Israel de Dios), según Pablo en Romanos 11:11-24. También afirmamos que la Iglesia sufrirá la prueba de la gran tribulación hasta que sea librada de dichos juicios mediante la resurrección y el rapto. De igual modo, creemos que la renovación (no creación de la nada) de los nuevos cielos y la nueva tierra ocurrirá mediante los juicios de las copas (Ap. 16; 2 P. 3:7); es decir, el Mesías comenzará su reinado milenial bajo los cielos nuevos y sobre la tierra nueva—entendiendo que lo nuevo de ellos se refiere a la renovación y/o purificación—desde donde continuará reinando con sus redimidos en su reino eterno y perfecto después que los mil años lleguen a su fin.
Es importante destacar en esta coyuntura que el consenso general de los teólogos e historiadores eclesiásticos es que el premilenialismo fue la postura asumida por la gran mayoría de los llamados «padres apostólicos». (Concretamente, se llaman «Padres Apostólicos» a los autores del cristianismo primitivo que, según la tradición, tuvieron algún contacto con uno o más de los apóstoles del Señor Jesús. Se trata de escritores del siglo I y de principios del siglo II, cuyos escritos tienen una profunda importancia para conocer qué creían los primeros cristianos. Se caracterizan por ser textos descriptivos o normativos que tratan de explicar la naturaleza de la novedosa doctrina cristiana, los que supuestamente recibieron la doctrina cristiana directamente de los apóstoles y luego la traspasaron a sus discípulos. Por otro lado, se llama «Padres de la Iglesia» a un grupo de pastores y escritores eclesiásticos cristianos, obispos en su mayoría, que van desde el siglo I hasta el siglo VIII, y cuyo conjunto de doctrina es considerado testimonio de la fe y de la ortodoxia en el cristianismo post apostólico. Para el protestantismo, los escritos emanados de la patrística son eminentemente testimoniales, corroborativos en la medida en que se sometan a una sólida exégesis de la Biblia.)
Dos interpretaciones del reino aparecen en la Iglesia primitiva: Una interpretación escatológica y otra no escatológica. Durante los dos primeros siglos el reino de Dios en los «padres de la Iglesia» era exclusivamente escatológico. Un pasaje típico se encuentra en la Didaché: «Acuérdate, Señor, de tu Iglesia... recogerla en su santidad de los cuatro vientos a tu reino que has preparado para ella». La Iglesia es el pueblo presente visible de Dios en la tierra, pero el reino es el ámbito futuro de bendición que será experimentado después del regreso de Cristo a la tierra.
Algunas veces este reino escatológico es definido de manera más específica. En varios de los «padres» tempranos, el reino implicaba un reinado terrenal milenial de Cristo. Esto lo expresan claramente escritores tales como Bernabé (XV) y Papías (en Ireneo Adv. Haer., V, 33), Justino Mártir (Diál. LXXX), Ireneo (Adv. Haer., V, 33-35) y Tertuliano (De res. can., XXV, Adv. Marción, TTI, 25).
Otros «padres» tempranos no dejan claro si creían o no en un reino terrenal temporal futuro. Sin embargo, un repaso de la literatura de la época conduce a las siguientes conclusiones: El entendimiento del reino es exclusivamente escatológico; y con una excepción no hay padre apostólico antes de Orígenes que se haya opuesto a la interpretación milenaria, y no hay ninguno antes de Agustín cuyos escritos existentes ofrezcan una interpretación de Apocalipsis 20 que no sea la de un futuro reino terrenal consecuente con la interpretación natural del lenguaje.
Hasta aquí se ha reseñado el hecho de la existencia de dos escuelas de pensamiento respecto al milenio o de los «mil años» mencionados en Apocalipsis 20:2-7. Hay una escuela conocida como premilenialista que afirma que habrá un reino terrenal de Cristo que durará 1.000 años. Dicho reino será inaugurado personalmente por el Mesías cuando haya derrotado a sus enemigos en su segunda venida. La postura premilenialista fue sólidamente sostenida por los «padres apostólicos» durante los dos primeros siglos de la historia de la Iglesia.
Hay una tercera escuela de interpretación respecto al milenio. A esta tercera escuela se le conoce por el nombre de amilenialista. Las bases del amilenialismo se encuentran en el sistema de interpretación diseñado por Orígenes, el padre apostólico nacido en Alejandría (185-254 d.C.). Fue discípulo de Clemente y es considerado el más notable representante de la escuela alejandrina. El sistema alegórico de interpretación tiene sus raíces en los filósofos griegos. Recuérdese que Alejandría era una ciudad helena. El judío Filón incorporó dicha hermenéutica en su sistema pedagógico. Posteriormente tanto Clemente como su discípulo Orígenes adoptaron el mencionado sistema alegórico de interpretación. Debe destacarse que ambos hombres creían en la inspiración divina de las Escrituras, pero estaban convencidos de que sólo la interpretación alegórica de la Biblia puede proporcionar el significado profundo y verdadero de sus textos.
Debe observarse que el sistema alegórico practicado por Orígenes, no era requerido por las Escrituras sino por el afán de Orígenes de conciliar la fe basada en las Escrituras con la filosofía griega. Puede decirse con justicia que las intenciones de Orígenes, como las de otros alegoristas, eran buenas, pero los resultados fueron desastrosos. Ni Orígenes ni ningún otro alegorista logró impresionar a los paganos usando ese sistema. Lo que sin duda ocurrió fue un deterioro de la comprensión normal y llana del texto bíblico de parte de muchos cristianos. No debe menoscabarse ni por un momento el respeto de Orígenes por el texto sagrado, pero tampoco dejar de reprocharle el uso que hizo del sistema alegórico de interpretación bíblica.
La alegorización como principio de interpretación bíblica se extendió a lo largo y ancho del mundo cristiano y llegó a predominar de modo sorprendente en los escritos de los teólogos hasta la Reforma del siglo XVI. Uno de los hombres influidos por el alegorismo fue Agustín de Hipona (354-430 d. C.), generalmente reconocido como el más sobresaliente de los «padres apostólicos». Tanto católicos como protestantes reconocen la influencia y el aporte de Agustín a la Iglesia. Este respetado teólogo occidental ha sido considerado el padre del amilenialismo, puesto que fue el primer teólogo de reconocida solvencia que adoptó dicha postura teológica. Debe destacarse, sin embargo, que Agustín fue poderosamente influido por un donatista llamado Tyconio. Agustín adoptó de Tyconio el método alegórico de interpretación que posteriormente le ayudó a desarrollar su postura amilenialista.
Lo que llevó a Agustín a adoptar la postura amilenialista, según sus propias palabras, fue el hecho de que los milenialistas «dicen que los que son resucitados gozarán un festival del más inmoderado disfrute carnal, en el que la comida y la bebida serán tan abundantes que no sólo no habrá límite de moderación sino que también sobrepasará todas las barreras incluso de incredulidad, todo eso puede ser creído sólo por los de mente carnal. Los que tienen una mente espiritual denominan a los que creen esas cosas, en griego, chiliastas, y podemos traducirlo al latín literalmente como milenarios». [Agustín, De Civitate Dei, XX 7].
De manera que Agustín rechazó el milenialismo en favor del amilenialismo no por razones exegéticas, sino porque entendió que los exponentes del milenialismo de su tiempo no tenían una mente espiritual. El Obispo de Hipona creía que la enseñanza de que en el reino habría comida y bebida en abundancia era una doctrina carnal que debía ser rechazada sin dilación.
La postura adoptada por Agustín y seguida fundamentalmente por los amilenialistas modernos es la siguiente: Los 1.000 años mencionados en Apocalipsis 20:2-7 tienen que ver con la era de la Iglesia en su totalidad, es decir, el período que transcurre entre la primera y la segunda venida de Cristo. Durante ese período Satanás será atado para que no engañe a las naciones, es decir, a la Iglesia. Luego será desatado por tres años y medio al final de la era de la Iglesia con el fin de probar a los creyentes, pero por la gracia de Dios éstos no sucumbirán frente a los ataques del diablo. Resumiendo, Agustín creía que el milenio no es un suceso escatológico, sino que es equivalente a la era presente y se corresponde con el tiempo que transcurre entre la primera y la segunda venida de Cristo. En realidad, el punto de vista de Agustín sobre el milenio constituye una modificación radical del chiliasmo original con su trascendente e interpuesto reino de paz.
La influencia de Agustín en la historia de la doctrina cristiana en general y en la cuestión del milenio en particular ha sido notable. El amilenialismo de Agustín fue adoptado por la Iglesia Católica Romana y, con algunas variaciones, por los líderes de la Reforma protestante. Los escritos de Agustín causaron un efecto tal que la enseñanza premilenialista fue encajonada por un gran sector de la iglesia organizada.
En resumen: El amilenialismo como enseñanza sistematizada comenzó con Agustín de Hipona. Agustín fue influido por la hermenéutica alegórica de Tyconio. El sistema amilenialista de Agustín proclama que:
l. El milenio es el período de tiempo entre la primera y la segunda venida de Cristo.
2. El milenio se corresponde, por lo tanto, con la era de la Iglesia.
3. El período de la Iglesia es un tiempo de victoria progresiva del Evangelio que culmina con la segunda venida de Cristo y el juicio final de los inicuos.
4. Durante la era presente (milenio) Satanás está atado y lo estará hasta que la edad presente termine.
5. Las «naciones» que Satanás no engaña durante el milenio equivalen a la lglesia (Ap. 20:3).
El amilenialismo de Agustín, con sus muchas imperfecciones, se extendió a través del mundo cristiano y desplazó al premilenialismo, que hasta entonces había sido la creencia de la Iglesia. Debe destacarse, sin embargo, que el argumento principal de Agustín contra la creencia premilenialista era el hecho de que muchos expositores del premilenialismo, según Agustín, lo presentaban como un tiempo de disfrute carnal. Es importante observar, sin embargo, que a pesar de todo Agustín creía que los 1.000 años de Apocalipsis 20 eran mil años literales. Se ha intentado explicar la incongruencia de Agustín de esta manera:
«Al vivir en la primera mitad del primer milenio de la historia de la Iglesia, Agustín naturalmente tomó los 1.000 años de Apocalipsis 20 literalmente; y esperaba que el segundo advenimiento tuviese lugar al final de ese período. Pero ya que de alguna manera identificaba el milenio incongruentemente con lo que entonces quedaba del sexto milenio de la historia humana, creyó que ese período podría terminar por el año 650 d.C. con una gran manifestación del mal, la revuelta de Gog, la que sería seguida por la venida de Cristo en juicio» [Oswald T. Allis, Prophecy and the Church, p. 3].
Como puede observarse, muchas de las incongruencias del concepto de Agustín respecto al milenio se basan en el hecho de que no fue consecuente en su hermenéutica. Agustín reconocía el origen divino del texto bíblico, pero no se mantuvo apegado al mismo a la hora de interpretar acontecimientos futuros sino que permitió que circunstancias ajenas al texto influyesen en su interpretación. Aunque no tan influyente como Agustín, debe mencionarse también a Jerónimo (345-419 d. C.), muy conocido por haber traducido la Biblia de sus idiomas originales al latín vulgar en lo que se ha llegado a conocer como la Vulgata Latina. Igual que Agustín, Jerónimo creía que la era de la Iglesia y los 1.000 años de Apocalipsis 20 son equivalentes. También creía que Satanás está atado en esta era presente y no puede tentar a la Iglesia. Será desatado por tres años y medio al final de esta era. Jerónimo rechazó la enseñanza premilenialista porque, según él, era una doctrina judaica. Jerónimo creía que el milenialismo era equivalente al judaísmo y, por lo tanto, debía ser rechazado.
Resumiendo, durante los dos primeros siglos de la era de la Iglesia, la enseñanza respecto al reino como una realidad escatológica prevaleció. Los padres apostólicos enseñaron que Cristo vendría con majestad y gloria y establecería un reino terrenal que duraría 1.000 años. A raíz de la introducción del alegorismo como principio de interpretación por Orígenes de Alejandría y por Tyconio, un nuevo énfasis apareció. Agustín de Hipona en su obra De Civitate Dei comenzó a enseñar que el reino es equivalente a la era de la Iglesia, es decir, al tiempo entre los dos advenimientos de Cristo. La razón fundamental de la enseñanza de Agustín radica en que entendía que en el reino no podía existir ningún disfrute carnal. Según él, eso era lo que enseñaban los promotores del premilenialismo.
Un contemporáneo de Agustín, Jerónimo, rechazó también el premilenialismo pero por razones diferentes. Según Jerónimo, los premilenialistas enseñaban el judaísmo, porque decían que Israel sería restaurada y que la capital del reino sería la ciudad de Jerusalén.
El amilenialismo de Agustín, con ciertas variaciones, fue abrazado tanto por la Iglesia Católica Romana como por los líderes de la Reforma del siglo XVI y por gran parte de sus herederos.
El amilenialismo en su forma presente se ha descrito por uno de sus exponentes de esta manera:
«Los amilenialistas interpretan el milenio mencionado en Apocalipsis 20:4-6 como una descripción del reinado presente de las almas de los creyentes muertos que están con Cristo en el cielo. Entienden el encadenamiento de Satanás mencionado en los tres primeros versículos de este capítulo como algo que ocurre durante el período completo entre la primera y la segunda venida de Cristo, aunque termina inmediatamente antes del regreso de Cristo. Enseñan que Cristo regresará después de este reino celestial milenial... Los amilenialistas mantienen que el reino de Dios está ahora presente en el mundo cuando el Cristo victorioso gobierna su pueblo por la Palabra y el Espíritu, aunque estos anticipan un reino futuro, glorioso y perfecto en la nueva tierra en la vida venidera» [The Bible and the Future, p. 174].
El amilenialismo enseña que la era presente es el milenio, que la Iglesia es el reino prometido en el Antiguo Testamento, que Satanás está atado, que los mil años mencionados en Apocalipsis 20 es un período de tiempo indeterminado no literal.
El premilenialismo, por su parte, insiste en que la Iglesia es una manifestación del reino de Dios en la era presente, pero que no debe confundirse con el reino mesiánico prometido en el Antiguo Testamento (Dn. 2, 7). El premilenialismo niega que Satanás esté atado en esta era presente (véanse Hch. 5:3; 1 Co. 7:5; 2 Co. 4:3, 4; 12:7; l Ts. 2:18; 1 P. 5:8). Enseña que Satanás será atado y neutralizado por completo durante los 1.000 años que durará el reino escatológico. El premilenialismo sostiene que los 1.000 años de Apocalipsis 20:2-7 son mil años literales, no un período indefinido de tiempo. Finalmente, el premilenialismo mantiene que el único método de interpretación que hace justicia a toda la Biblia, incluyendo las profecías y el Apocalipsis, es el método normal, natural, histórico-gramatical al que también se le denomina literal. Es sumamente importante recordar que una interpretación literal congruente toma en cuenta el uso del lenguaje figurado. Las figuras de dicción y los símbolos son parte integral de todos los idiomas de la tierra. Las figuras y los símbolos deben interpretarse dentro del ambiente en el cual se usan. El lenguaje figurado tiene su significado literal, es decir, aquel que le ha sido asignado por los que hablan el idioma al que pertenece dicha figura. Decir que el Apocalipsis es un libro repleto de lenguaje figurado y de símbolos y, por lo tanto, debe interpretarse figurada o simbólicamente equivale a una grave aberración. El Apocalipsis, con su lenguaje figurado y símbolos, tiene sentido y armoniza perfectamente con el resto de las Escrituras cuando se interpreta de manera normal, natural o, si se quiere, literal.
Comentario
20:1-3
«Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo». La interpretación amilenialista del Apocalipsis más generalizada es la que divide el Apocalipsis en siete secciones (1—3; 4—7; 8—11; 12—14; 15—16; 17—19; 20—22). Los adherentes a esta postura amilenialista consideran que estas secciones son paralelas entre sí. O sea, que cada sección repite el contenido de la anterior, añadiendo algunos detalles. Según estos amilenialistas, Apocalipsis 20 es una recapitulación de los acontecimientos de la era cristiana, y sostienen en que Satanás fue atado cuando Cristo vino a la tierra la primera vez.
Según esta división amilenialista del Apocalipsis, la primera venida de Cristo es seguida por un largo período en el cual Satanás permanece atado; éste a su vez es seguido por el «poco tiempo» de Satanás; y el poco tiempo de Satanás es seguido por la segunda venida de Cristo, es decir, su venida en juicio.
Los amilenialistas dicen que el Apocalipsis está repleto de símbolos y, por lo tanto, no debe interpretarse literalmente. Dicen, además, que los números usados en el Apocalipsis son simbólicos y que, por lo tanto, la expresión «mil años» usada en Apocalipsis 20 tiene que ser simbólica. Argumentan que como el número diez significa algo completo, y que mil es diez elevado a la tercera potencia, entonces la expresión «mil años» es emblemática de un período completo, un período muy largo de duración indefinida.
La afirmación de los amilenialistas no concuerda con el uso que la Biblia hace de los números. En Daniel 7, por ejemplo, el profeta tuvo una visión de cuatro bestias. En Daniel 7:17 un ser celestial dice al profeta: «Estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes [o imperios] que se levantarán en la tierra». Obsérvese que las bestias representan o simbolizan «reyes» o «reinos», pero lo que no es simbólico es el número «cuatro». El ser celestial no dice que las «cuatro grandes bestias» representen un número indeterminado de reyes. Pero ese no es el único ejemplo. Nótese otro caso en Daniel 7:20, 24. En la cabeza de la cuarta bestia hay diez cuernos. El ser celestial dice a Daniel: «Y los diez cuernos significan que de aquel reino se levantarán diez reyes...». (Dn. 7:24). O sea que los cuernos simbolizan reyes, eso está claro. Pero lo que evidentemente no es simbólico es el número exacto de esos reyes. El ser celestial no dice que los diez cuernos simbolizan un número indeterminado de reyes. El mismo caso se repite en el libro de Apocalipsis un número importante de veces. En Apocalipsis 1:13, 16, 20, se habla de siete candeleros y siete estrellas. Según Apocalipsis 1:20, los candeleros representan iglesias, pero el número siete no representa otra cosa sino una cifra concreta, es decir siete iglesias. Lo mismo ocurre con los siete sellos con los que está sellado el rollo, con las siete trompetas de juicio y con las siete copas que consuman la ira de Dios. El rollo no está sellado con un número indeterminado de sellos. No hay un número indefinido o simbólico de trompetas. Tampoco hay un número alegórico de copas. Hay tantos sellos, trompetas y copas como el texto dice que hay.
Cuando el apóstol Juan, guiado por el Espíritu Santo, desea expresar un número concreto, lo hace sin ninguna inhibición ni vacilación. Cuando, por el contrario, desea expresar una cifra indeterminada de igual modo lo hace sin titubear (véase Ap. 7:4, 9; 9:16). Lo mismo podría decirse de los dos testigos mencionados en Apocalipsis 11:3, 4. No se trata de un número simbólico ni indefinido, sino de dos profetas o testigos concretos.
Los mil años mencionados en Apocalipsis 20 no son, por lo tanto, un número indeterminado de años que abarcan el período de tiempo entre los dos advenimientos de Cristo sino, tal como dice el texto, un período específico de mil años. No debe pasarse por alto que el Apocalipsis es una revelación. Es decir, el propósito del libro es «dar a conocer», «poner de manifiesto», «exponer». No es congruente con la naturaleza misma del Apocalipsis decir que los «mil años» son «un periodo indeterminado de tiempo, cuya duración exacta sólo Dios conoce...», como afirman los amilenialistas. Si la intención divina hubiese sido hablar de un período indeterminado de tiempo sin duda lo hubiese hecho así. Hay dos cosas que deben recordarse: (1) Los símbolos de Apocalipsis no deben interpretarse simbólicamente, sino que las figuras de dicción deben interpretarse dentro de su contexto cultural y literario; y (2) los números del Apocalipsis tienen sentido y en ninguna manera se viola ninguna regla de hermenéutica cuando se interpretan normal, llana o literalmente.
Todas las culturas tienen símbolos para muchas cosas. Los conductores de vehículos aprenden un juego de símbolos que les ayudan a conducir con seguridad. Los símbolos de las reglas de tránsito no deben interpretarse ni simbólica ni arbitrariamente. Cada símbolo tiene un significado concreto establecido y convenido por los ciudadanos. Cuando un conductor observa cierto símbolo con una cifra concreta no piensa que significa que debe conducir a una velocidad indeterminada, sino que debe hacerlo a la que le indica el símbolo. ¡Los símbolos tienen un significado concreto!
Los símbolos forman parte de las figuras de dicción presentes en todos los idiomas de la tierra. Las figuras de dicción tienen por objeto convertir una idea abstracta en algo concreto. Es decir, las figuras de dicción y los símbolos tienen la finalidad de aclarar algo, no de oscurecerlo. Es de vital importancia, pues, acercarse al Apocalipsis entendiendo que las figuras literarias en toda su gama deben interpretarse en el contexto mismo del libro. Dichas figuras deben interpretarse de manera normal, natural y llana sin espiritualizarlas ni alegorizarlas.
Apocalipsis 20, como el resto del libro, demanda una hermenéutica congruente. También requiere una exégesis equilibrada y profunda. Quienes abogan por el método llamado paralelismo progresivo—los amilenialistas—pierden de vista ciertos factores exegéticos de suma importancia.
Apocalipsis 20:1 comienza con la expresión kai eídon («y vi» ). Dicha expresión aparece 32 veces en el Apocalipsis (por ejemplo 13:1, 11; 14:1; 15:1; 16:13; 17:3; 19:11, 17, 19; 20:4, 11, 12; 21:1). Aunque dicha frase no es tan enfática como meta tauta eídon («después de esto miré», que aparece en Ap. 4:1; 7:9; 15:5; 18:1) o meta tauta éikousa («después de esto oí», Ap. 19:1), sí expresa progresión en las visiones. Obsérvese el uso de dicha frase en el contexto inmediato: «Entonces [y] vi el cielo abierto» (Ap. 19:11); «y vi a un ángel» (Ap. 19:17); «y vi a la bestia» (Ap. 19:19); «y vi a un ángel» (Ap. 20:1); «y vi tronos» (Ap. 20:4); «y vi un gran trono» (Ap. 20:11); «y vi a los muertos» (Ap. 20:12). Todas esas secciones manifiestan una progresión cronológica en las visiones y no una recapitulación del contenido de los capítulos anteriores.
Apocalipsis 20:1-3 describe el hecho de que Satanás es atado. La escuela amilenialista insiste en que ese acontecimiento ya tuvo lugar. Ocurrió, dicen, cuando Cristo vino la primera vez. Vinculan a Apocalipsis 20:1-3 a Mateo 28:19 y lo parafrasean así: «Durante la era del evangelio que ha sido inaugurada, Satanás no podrá continuar engañando a las naciones como lo hizo en el pasado, porque ha sido atado. Durante todo este período, por lo tanto, vosotros, los discípulos de Cristo, podréis predicar el Evangelio a todas las naciones» [The Bible and the Future, p. 228]. La teoría de que Satanás fue atado al comienzo de la presente era y lo estará hasta el final de la misma es producto de una deducción teológica y no de un estudio exegético-inductivo de las Escrituras. Los pasajes usados para apoyar dicha teoría son textos de los Evangelios: Mateo 12:29; Lucas 10:17, 18; Juan 12:31, 32. Estos pasajes tienen que ver con el ministerio terrenal de Cristo. En su primera venida, Cristo demostró que era el Rey-Mesías prometido en el Antiguo Testamento. Una de las señales que usó para autenticar su persona y su mensaje fue la demostración de su autoridad sobre los demonios y sobre el mismo Satanás. Evidentemente, durante su ministerio terrenal, el Señor estuvo en lucha constante con el diablo (véase Lc. 4:13).
Es cierto que la muerte y la resurrección de Cristo constituyeron una derrota decisiva para Satanás e hicieron posible que Dios pronunciase juicio sobre el mundo y sobre el diablo. Pero también es cierto que Dios soberanamente ha permitido que Satanás continúe activo hasta el día en que será encerrado en el abismo y posteriormente sea derrotado y echado en el lago de fuego (Ap. 20:1-3, 10).
Las Escrituras del Nuevo Testamento no dan ningún indicio de que el diablo haya sido atado al principio de la era de la Iglesia (o del evangelio, como dicen los amilenialistas). Todo lo contrario. Tanto el libro de Hechos como las Epístolas enseñan que Satanás está vivo y activo en la tierra. En Hechos 5:3, Satanás llenó el corazón de Ananías para que mintiese al Espíritu Santo. Elimas, el mago, resistió a Pablo (Hch. 13:10), cuando el apóstol y Bernabé evangelizaban al procónsul Sergio Paulo. Pablo replicó a Elimas: «¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor?» ¿No es lógico y prudente asumir que Elimas está siendo usado por Satanás para tratar de impedir que el romano Sergio Paulo reciba y entienda el Evangelio? Lo mismo podría decirse del alboroto ocurrido en Éfeso a raíz de la visita de Pablo. Los paganos, adoradores de Diana, sin duda influidos por Satanás, se opusieron con violencia a que el Evangelio fuese predicado en aquella ciudad.
Resumiendo, el ministerio apostólico registrado en el libro de Hechos no proporciona ni la más leve evidencia de que Satanás está atado. El triunfo del Evangelio se debe no al hecho de que Satanás esté atado sino a que, como dice el apóstol Juan: «mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo» (1 Jn. 4:4).
Las epístolas del Nuevo Testamento tampoco muestran que Satanás esté ya en prisión. En 1 Corintios 7:5, Pablo advierte a los creyentes respecto a que puedan ser tentados por Satanás (véase también 2 Co. 11:3). En 1 Tesalonicenses 2:18, afirma que Satanás estorbó su plan de ir a Tesalónica. Un pasaje importante respecto al tema en cuestión es 2 Corintios 4:3, 4, particularmente a la luz de las palabras de los amilenialistas:
«El atar de Satanás descrito en Apocalipsis 20:1-3, por lo tanto, significa que a través de la era del evangelio en la cual estamos la influencia de Satanás, aunque de cierto no aniquilada, está tan controlada que no puede impedir el esparcimiento del Evangelio entre las naciones del mundo. Debido al encarcelamiento de Satanás durante la era presente, las naciones no pueden conquistar la Iglesia, pero la Iglesia está conquistando las naciones» [The Bible and the Future, p. 229; Mas que vencedores, pp. 224-226].
Las palabras citadas no concuerdan con lo que Pablo dice: «Pero si nuestro evangelio está encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2 Co. 4:3-6). Debe observarse en este texto la expresión «los que se pierden» (en toís apollyménois). Pablo usa el participio presente, voz activa de apóllymi, que significa «arruinar», «perecer». El participio presente expresa una acción continua. La voz pasiva sugiere que el sujeto recibe la acción, es decir, «los que están siendo perdidos». La frase es en realidad perifrástica y sugiere la labor constante del maligno en cegar la mente de los que se están perdiendo para que no les penetre la luz del Evangelio. De más está decir que dichos versículos no sugieren ni el más mínimo indicio de que Satanás esté atado en la edad presente. El mismo apóstol Pablo sufrió de los ataques satánicos de un modo personal (véase 2 Co. 12:7-9).
Resumiendo, Apocalipsis 20:1-3 NO puede corresponder a la era presente ni puede ser una recapitulación de los acontecimientos relacionados con Satanás que se han mencionado en capítulos anteriores. Después de su expulsión del cielo, Satanás continúa engañando a las naciones y persiguiendo a los creyentes (véase Ap. 12:9-17; 13:14; 18:23).
Los símbolos utilizados en Apocalipsis 20:1-3 objetivizan y definen en qué consiste el atar de Satanás. El vocabulario utilizado es enfático y no se asemeja a nada registrado en el Nuevo Testamento. El texto no identifica al ángel designado para encarcelar al enemigo de Dios. La frase «que descendía del cielo» (katabaínonta toú ouranou) sugiere que Juan contempló el descenso del ángel del cielo a la tierra, donde Satanás ha estado confinado desde el inicio de la tribulación (véase Ap. 12:9). El ángel lleva consigo «la llave del abismo» (tein klein teís abyssou) y «una gran cadena en la mano» (kai hálysin megálein epi tein cheira autoú). Tanto «la llave» como «la cadena» son figuras de dicción. La «llave» simboliza el hecho de que el ángel tiene autoridad para abrir el abismo, es decir, el lugar de confinamiento de Satanás y sus demonios (Ap. 9). La «cadena» sugiere el hecho de que Satanás puede ser neutralizado. Este es un claro ejemplo de la utilización de símbolos en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, Jesús dijo: «Yo soy la puerta. .. » (Jn. 10:9a). La puerta simboliza el hecho de que Jesús es la única vía de entrada en el cielo. Pablo exhorta a los creyentes, diciendo: «...que presentéis vuestros cuerpos» (Ro. 12:1). El vocablo «cuerpo» es emblemático de todo el ser, no sólo el aspecto físico. El apóstol Santiago dice: «Y la lengua es un fuego...». El sustantivo «lengua» es un símbolo del hablar humano. De manera que la utilización de símbolos es común en todo el Nuevo Testamento y, particularmente, en el Apocalipsis. Los símbolos, sin embargo, no deben interpretarse alegóricamente, sino siguiendo las normas propias de la hermenéutica.
«Y prendió al dragón» (kai ekráteisen ton drákonta). El verbo «prendió» (ekráteisen) es el aoristo indicativo, voz activa de kratéo, que significa «ejercer poder». El aoristo aquí tiene una función dramática. El modo indicativo señala la realidad de la acción. El citado verbo destaca el hecho de que Satanás es apresado. El ángel celestial se apodera de él. Obsérvese los sustantivos que el apóstol usa para describir al maligno: «dragón», por su carácter repulsivo; «serpiente antigua», por su relación con el huerto del Edén y su sutileza en la tentación (véase 2 Co. 11:3); «diablo», porque es el calumniador por excelencia (Jn. 8:44); y «Satanás», porque es el adversario de Dios y el acusador de los redimidos (véase Zac. 3:1, 2).
«Y lo ató por mil años». El verbo «ató» (édeisen) es el aoristo indicativo, voz activa de déo, que significa «atar», «encadenar». El estudioso de la Biblia se topa aquí con la pregunta: ¿Puede un ser espiritual ser atado? La respuesta a esa pregunta se centra en el significado de «atar». Sin duda, Juan utiliza un antropomorfismo, es decir, vocabulario humano para expresar una verdad que de otro modo sería incomprensible a la mente humana. Tal como cuando en el Antiguo Testamento se habla del «brazo de Dios», el «dedo de Dios», la «boca de Dios» o cuando dice: «Y se arrepintió Dios». Atar a Satanás es una manera de decir que Satanás es neutralizado, hecho inactivo o inoperante.
El período de tiempo durante el cual es atado es de «mil años». El texto debe ser estudiado y analizado con cuidado. Debe dejársele hablar y permanecer por sus propios méritos. Es necesario dar una atención cuidadosa al texto de Apocalipsis en sí mismo. Todo lo que el texto está diciendo es que durante un período designado como mil años Satanás es atado y echado en el abismo, el cual después es cerrado y sellado. El propósito del encarcelamiento no es el castigo. Es evitar que engañe a las naciones. Las cuidadosas medidas tomadas para asegurar su custodia son comprendidas mucho mejor como que implican la completa cesación de su influencia en la tierra (en lugar de restringir sus actividades).
La cuestión aquí es si el encarcelamiento o confinamiento de Satanás en el abismo, tal como se describe en Apocalipsis 20:1-3, es un acontecimiento limitado que permite a Satanás ciertas actividades como afirman algunos amilenialistas («El diablo no está atado en todo sentido. Su influencia no está destruida completamente. Por el contrario, dentro de la esfera en que se le permite a Satanás ejercer su influencia para mal, él brama furiosamente»). O si, por el contrario, Apocalipsis 20: 1-3 describe, mediante el uso de figuras de dicción, una completa neutralización de Satanás hasta el punto de que sus actividades malignas están completamente ausentes de la tierra durante un período de mil años.
Apocalipsis 20:3 utiliza tres aoristos enfáticos: (1) «Arrojó» (ébalen); (2) «encerró» (ékleisen); y (3) «selló» (esphrágisen). El sellar indica la colocación oficial de un sello para que no se permita a nadie entrar o salir (véase Mt. 27:66). El propósito de sellar la entrada de una prisión era impedir cualquier intento de escapar o evitar que un esfuerzo de rescate tuviese éxito. La actividad de Satanás es completamente removida de la tierra por mil años.
El propósito de atar a Satanás y confinarlo al abismo por mil años se expresa en la frase: «Para que no engañase más a las naciones». La postura amilenialista es que los mil años son un período indefinido de tiempo que abarca la era presente del Evangelio. Según dicen, Satanás ha sido atado para que el Evangelio pueda ser predicado entre las naciones. Añaden que, aunque está atado, Satanás tiene cierta latitud para actuar. Tal postura es negada por el Nuevo Testamento (véase 1 P. 5:8). Además, como se ha indicado, Apocalipsis 20:1-3 enseña que Satanás no podrá efectuar ninguna actividad cuando sea atado. Él será atado «para que no engañase más a las naciones». Pero ¿cuáles naciones? La respuesta a esa pregunta es variada. Hay quienes piensan que se refiere a toda la humanidad, puesto que sólo la bestia y sus huestes demoníacas perecen en Apocalipsis 19:19-21. Otros creen que «Las naciones» en Apocalipsis 20:3 es una mezcla de los inconversos que no formaron parte del ejército de la bestia y los creyentes de la tribulación. La posición más congruente con el texto es que se refiere a redimidos con cuerpos aún no glorificados que entrarán en el reino del Mesías. Todos los inconversos que siguieron en pos de la bestia durante la tribulación sufrirán la muerte antes de la inauguración del reino. Sólo aquellos que confiaron en el Mesías sobrevivirán y constituirán «las naciones», y no serán engañados por Satanás durante los mil años mencionados .
«Hasta que fuesen cumplidos mil años». La expresión «fuesen cumplidos» (telesthei) es el aoristo subjuntivo, voz pasiva de teléo, que significa «completar». Probablemente en este contexto tenga función de futuro. Es decir, mientras el período de mil años no se haya agotado, Satanás continuará en prisión.
«Y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo», literalmente «después de estas cosas» (meta tauta) apunta a los mil años en cuanto a tiempo y a todo lo realizado por el ángel para confinar a Satanás en el abismo. La expresión «debe ser desatado» (dei lytheinai auton) es intrigante. «Debe» (dei) significa «es necesario» y sugiere «necesidad divina». ¿Por qué Dios considera necesario soltar a Satanás de su prisión por un poco de tiempo? Apocalipsis 20:7, 8 dice que «...Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra...». Se sugiere lo siguiente: mediante su liberación de la prisión, el universo entero verá que después de mil años de su encarcelamiento y de un reino ideal en la tierra, Satanás es incurablemente malvado y el corazón de los hombres es todavía lo bastante perverso para permitirle reunir un ejército de un tamaño tan inmenso.
Posiblemente el tiempo que Satanás estará suelto será muy breve, pero será suficiente para reanudar la práctica de su especialidad, es decir, engañar a los hombres.
20:4
«Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años».
El contexto inmediato de Apocalipsis 20:4 comienza, por lo menos, en Apocalipsis 19:11 y se extiende hasta Apocalipsis 20:15. En ese trozo, siete veces establece una conexión de varias escenas precedidas de la expresión verbal «y vi»: (1) La manifestación gloriosa del Mesías en Armagedón; (2) la visión del ángel llamando a las aves del cielo; (3) la derrota de la bestia y el falso profeta; (4) la visión del ángel que ata a Satanás; (5) la visión de los tronos; (6) la visión del trono blanco y (7) la visión de la resurrección para condenación.
La escena descrita por Juan en Apocalipsis 20:4-6 está relacionada con la profecía de Daniel 7:9, 22, 27. Es más, la profecía de Daniel 7 presenta un notable paralelismo con el pasaje de Apocalipsis 19:11-20:6.
Apocalipsis 19:11-21 no describe el segundo advenimiento de Cristo, si no su manifestación gloriosa en Armagedón para realizar un juicio cataclísmico sobre sus enemigos. Daniel 7:8 ofrece un paralelo instructivo de este acontecimiento. El cuerno pequeño de Daniel 7:8 es paralelo con el falso profeta de Apocalipsis 13:11-18. De ambos, el cuerno pequeño de Daniel y el falso profeta de Apocalipsis, se dice que surgen de un imperio mundial (Dn. 7:7, 23; Ap. 13:12). Ambos consiguen victoria sobre los santos por «tiempo, y tiempos, y medio tiempo» (Dn. 7:25; Ap. 12:14). Ambos son destruidos por el Mesías en una de sus manifestaciones más gloriosas efectuadas tras su segunda venida (Dn. 7:11, 26, Ap. 19:20). Ambos pasajes afirman que inmediatamente después de la destrucción del impío el reino es dado a los santos (Dn. 7:22, 27; Ap. 20:4-6). De modo que es evidente que por lo menos hasta el reinado de los santos, Apocalipsis 19:11-20:6 sigue el mismo patrón de Daniel 7. Ya que el inicuo es aún futuro, el reino milenial también tiene que ser futuro porque los santos no reinan o reciben su reino hasta después de que él ha sido destruido.
Como se ha reiterado a través de este capítulo, Apocalipsis 20:l-15 no es una recapitulación sino una progresión cronológica de los acontecimientos escatológicos que desembocarán en la manifestación—no creación—de los nuevos cielos y la nueva tierra.
«Y vi tronos». Estos son tanto tronos o estrados judiciales como tronos reales. Quienes ocuparán dichos tronos ejercerán facultades tanto gubernativas como judiciales.
No es fácil determinar quienes se sentarán sobre los mencionados tronos. El texto dice: «Y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar». Hay quienes piensan que «los tronos» serán ocupados por los mártires de la tribulación. El problema con esa postura, es que estos no son mencionados sino hasta posteriormente en el versículo. Otros enseñan que quienes se sientan podría incluir a Cristo y a todos los santos relacionados con él, incluyendo tanto a la Iglesia como a Israel. Algunos creen que se refiere a la Iglesia, a los mártires de Jesús y a todos cuantos no aceptaron la marca de la bestia. Reconociendo que es difícil determinar la precisa identidad de aquellos que ocuparán los tronos, lo más probable es que sean los santos galardonados. Este es el juicio moral de seres vivientes del que habla Pablo en 1 Corintios 6:2. En Daniel 7:22, el pasaje que sirve de trasfondo aquí, una expresión paralela significa que los juicios efectuados favorecen al pueblo de Israel, pero el uso que Juan hace del concepto en este versículo se refiere a quienes han recibido el derecho de juzgar a otros a causa de haber sido galardonados en el tribunal de Cristo (Ro. 14:10-12; 2 Co. 5:10). En Daniel es un juicio efectuado en el curso de la historia, no determinante del destino eterno de los hombres. Lo mismo ocurre aquí. Este habla de una autorización a tomar control del dominio de la bestia derrotada.
«Y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios». Juan vio las «almas» de las personas que habían sido «decapitadas» debido al (dia) testimonio de Jesús y debido a (dia) la palabra de Dios. Los mencionados mártires fueron fieles hasta la muerte (Ap. 2:10). Su martirio fue causado por la fidelidad en llevar el testimonio de Jesús y de la palabra de Dios. La razón del por qué Juan usa el sustantivo «almas» (psychas) es porque no vio cuerpos levantados como en el versículo 12; vio a aquellos que aún no habían resucitado. Les llama «almas» porque en ese momento aún aguardan la resurrección. La fidelidad de los mártires es corroborada por el hecho de que «no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos». Negarse a adorar a la bestia y a su imagen es firmar la sentencia de muerte (Ap. 13:15-17). Los mártires mencionados por Juan escogieron el camino del sacrificio, el camino de la muerte física que, a la postre, redundará en el camino de la gloria y de la comunión con el Mesías.
«Y vinieron y reinaron con Cristo mil años». Esta frase amplía la descripción de los mártires mencionados en el versículo 4. Hay quienes creen que se trata de otro grupo diferente de los mártires mencionados anteriormente. El texto, sin embargo, apunta a que se refiere al mismo grupo de mártires.
El verbo «vivieron» (édseisan) es crucial para desentrañar el significado del pasaje. Gramaticalmente es un aoristo ingresivo cuya fuerza es «vivieron otra vez» o «volvieron a vivir». Es evidente que Juan no está describiendo una resurrección espiritual ni simbólica. Tampoco se refiere a la entrada del alma en el cielo. El apóstol se refiere a una resurrección física literal.
La única postura hermenéuticamente sensata es la que traduce édseisan como la resurrección corporal de los mártires que han sido mencionados. La misma forma en el versículo 5 se refiere a la resurrección del cuerpo; en realidad, todas las veces que dsáo («yo vivo») está en el contexto de muerte física en el Nuevo Testamento, siempre habla de resurrección corporal (véase Jn. 11:25; Hch. 1:3; 9:41). Juan claramente la llama anástasis («resurrección») en Apocalipsis 20:5, usando un sustantivo que aparece más de 40 veces en el Nuevo Testamento, casi siempre para referirse a una resurrección física. Finalmente, dsáo en otros pasajes del Apocalipsis se usa frecuentemente para referirse a la resurrección del cuerpo (Ap. 1:18; 13:14; 20:5).
La postura amilenialista insiste en que el verbo «vivieron» se refiere a una resurrección espiritual. Se insiste también en que Apocalipsis 20:4-6 no se refiere a un reino posterior a la segunda venida de Cristo. Quienes así piensan pasan por alto el hecho de que el contexto de Apocalipsis 20 comienza, por lo menos, en Apocalipsis 19:11. Como se ha observado, en Apocalipsis 19:11-20:15 hay un desarrollo cronológico de acontecimientos que comienza con la manifestación gloriosa del Señor en Armagedón. Es el apóstol Juan quien menciona seis veces en Apocalipsis 20:2-7 la expresión «mil años». De manera que las afirmaciones hechas por los amilenialistas—de que la idea milenial ha sido introducida a la fuerza en el texto por los premilenialistas, pero Juan no es el autor de la misma y que la hipótesis milenial de que Cristo establecerá un reino visible de mil años en este mundo, inaugurándolo con su venida a la tierra antes del día del juicio, no tiene fundamento ninguno, ni en este pasaje ni en ningún otro de la Biblia—son ciertamente osadas y totalmente erróneas. Fue precisamente el Señor quien dijo:
«Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos» (Mt. 25:31-32; véase Ap. 19:11-21 ).
La cuestión no es si Cristo reina ahora. La mayoría de los creyentes y de los expositores serios de la Palabra de Dios no negarían que existe hoy una manifestación del reino de Dios. La cuestión es si el reino espiritual presente es equivalente al reino mesiánico escatológico. Es de extrañarse que a muchos teólogos amilenialistas le resulta sumamente fácil alegorizar el concepto bíblico del reino. Toman textos fuera de su contexto para intentar demostrar que Satanás está atado en la era presente. No prestan la debida atención a textos que niegan que el enemigo de Dios esté encarcelado en la edad del Evangelio (por ejemplo 1 P. 5:18: 1 Ts. 2:18; 2 Co. 4:3, 4). Utilizan el pasaje de Lucas 17:21: «... Porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros», para intentar demostrar que Cristo enseñó la realidad presente del reino. No toman en cuenta el contexto de dicho versículo. El Señor Jesús dijo esas palabras a unos fariseos que le preguntaron «cuándo había de venir el reino de Dios». El Señor Jesús no negó que el reino vendría en el futuro (véase Lc. 22:16, 18). Cuando el Señor Jesús dijo a los fariseos: «Porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros», lo que Cristo quiso decirles fue que, desde el punto de vista humano, el establecimiento del reino estaba «en manos de ellos» o «dependía de ellos». Si aceptaban al Mesías, si ponían su fe en él, el reino prometido en el Antiguo Testamento sería establecido. No debe confundirse la realidad del reino espiritual presente con la realidad del reino escatológico, literal, de Apocalipsis 20:4-6.
Intentar eliminar de un plumazo el tema del reino terrenal de Cristo, aduciendo que era una esperanza rabínica pero sin ofrecer ninguna base exegética, y sacar los textos fuera de su contexto no es un camino adecuado de discusión teológica. El testimonio de Cristo es que un día la nación de la cual él mismo procedía, que lo rechazó y lo entregó a las autoridades romanas lo recibirá, diciendo: «¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!» (Mt. 23:39). En respuesta a los discípulos tocante a la recompensa futura, Cristo les dijo: «De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel» (Mt. 19:28).
En los pasajes citados es Cristo quien habla de su gloria futura (véase también Mt. 24:29-31; 25:31, 32). Es cierto que la expresión «mil años» sólo aparece en Apocalipsis 20:2-7 en toda la Biblia. Pero también es cierto que dicha expresión se repite seis veces en unos breves versículos. No obstante la importancia de Apocalipsis 20 para el concepto premilenialista, debe subrayarse que dicho concepto tiene una base amplia en las Escrituras.
Con una hermenéutica congruente los premilenialistas vemos a Apocalipsis 20:1-10 como un texto crucial. Este pasaje, sin embargo, no es la base del punto de vista premilenial. La base del premilenialismo se extiende al Antiguo Testamento, específicamente a los pactos abrahámico, davídico y nuevo. En estos pactos Dios prometió tierra, simiente y bendición tanto para Israel como para todo el mundo. Apocalipsis 20:1-l0 sólo nos informa la duración de esta fase del reino mesiánico, que dará lugar al nuevo cielo y la nueva tierra.
Los mártires no sólo resucitan físicamente sino que, además, participan con Cristo en su reino. Los mártires ocupan el centro de atención aquí debido a que se negaron a someterse a la bestia. Prefirieron la muerte antes que identificarse con el Anticristo y sus seguidores.
«Y reinaron con Cristo mil años». El verbo «reinaron» (ebasíleusan) es el aoristo indicativo de basileúo que significa «ser rey», «gobernar», «reinar». El aoristo, en este caso, podría ser ingresivo («comenzaron a reinar») o constativo
(«reinaron»). La función de dicho verbo es profética, es decir, el aoristo indicativo contempla algo futuro cuyo cumplimiento es tan cierto que se da por realizado.
Pero ¿dónde reinarán? Hay quienes piensan que es en el cielo. En el libro de Apocalipsis, sin embargo, se enseña que el reino del Mesías estará en la tierra. Apocalipsis 5:10 dice que los redimidos reinarán en la tierra. Apocalipsis 11:15 dice que «los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos». La tierra es el sitio escogido por Dios para manifestar su reino eterno dentro de la historia y del tiempo (Sal. 8; He. 2:5-15). Es el campo de batalla donde Satanás ha desafiado a Dios (Mt. 4:1-11). Es el sitio donde Satanás ha engañado a las naciones (Ap. 20:3, 8); la tierra es el lugar hacia donde Satanás fue arrojado (Ap. 12:9). También es el lugar donde Dios consumará su ira mediante los juicios de las siete copas (Ap. 16:1-21); la tierra es el lugar profetizado para establecer el reino glorioso del Mesías (Dn. 2:44). Las Escrituras predicen una era de paz sin precedente en la tierra cuando el Mesías reine (Is. 11:1-16; Is. 35). Si bien es cierto que durante el período intertestamentario hubo un marcado avivamiento de la esperanza mesiánica entre los judíos, no es menos cierto que lo que Juan escribe respecto al reino en Apocalipsis 20 lo ha recibido por revelación divina. Dios mostró a Juan en visión las estupendas verdades respecto al reino glorioso del Mesías. El apóstol no repite lo que ha leído de otros sino lo que Dios le dio a conocer de manera sobrenatural.
Los «mil años» de Apocalipsis 20 serán el tiempo durante el cual Dios cumplirá las promesas hechas a Abraham, Isaac, Jacob y David. Esas promesas se cumplirán dentro del marco del tiempo y de la historia. Debe quedar plenamente claro que el Mesías reinará más allá de los mil años de Apocalipsis 20. Los mil años constituyen una especie de preámbulo histórico del reino glorioso del Mesías. El anuncio del ángel a María dice así: «Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc. 1:31-33). El versículo 31 y la primera parte del 32 se cumplieron cuando Cristo vino a la tierra la primera vez. El cumplimiento de ese trozo fue literal en el sentido más estricto del vocablo. La segunda parte de ese pasaje aguarda su cumplimiento cuando Cristo venga la segunda vez. La plena realización del resto de dicho pasaje debe ser tan literal como lo fue la primera parte. Sólo mediante una deplorable alegorización del mencionado pasaje podría desviarse su enseñanza central: Cristo es el heredero del trono de David; un día Él ocupará ese trono; Cristo reinará sobre la nación de Israel como Rey davídico y su reino durará por los siglos de los siglos. Ese es el reino escatológico que tendrá su pleno cumplimiento cuando el Mesías venga. El milenio será el aspecto histórico de ese reino.
20:5, 6
«Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años».
El vocablo «pero» no aparece el texto griego. El versículo comienza con la expresión «los otros muertos», es decir, «el resto de los muertos». Estos «otros muertos» es probable que sean los inconversos que están físicamente muertos. Obsérvese el uso del mismo verbo que aparece en el versículo 4 en la frase «no volvieron a vivir». Quienes pretenden enseñar una resurrección espiritual o regeneración en Apocalipsis 20:4 sobre la base del verbo édseisan se topan con un obstáculo insuperable al llegar a Apocalipsis 20:5. Ambos verbos tienen que tener el mismo significado, es decir, resurrección física. De otro modo, ¿cómo se explicaría que inconversos experimentasen resurrección espiritual? Una exégesis natural e inductiva sugiere que ambos usos de édseisan deben tomarse en el mismo sentido, refiriéndose a una resurrección literal. No es exegéticamente sano que un mismo vocablo adquiera significados diferentes en un contexto tan cercano. Apocalipsis 20:4, 5 cancela la creencia de una resurrección general para todos los seres humanos que han muerto. Este pasaje, en consonancia con Daniel 12:2, enseña que habrá una primera clase de resurrección para personas redimidas. Lo que Apocalipsis 20:5 denomina «la primera resurrección» recibe otros nombres en el Nuevo Testamento: (1) «resurrección de vida» (Jn. 5:29); (2) «la resurrección de los justos» (Lc. 14:14); y (3) «una mejor resurrección» (He. 11:35). Los redimidos, de cualquier época, participarán de la primera resurrección.
El vocablo usado para calificar la resurrección de Apocalipsis 20:5 es prótei, que puede significar primera en tiempo o primera en clase o categoría. Es el mismo término usado por Pablo en 1 Timoteo 1:15 donde se autodenomina el primero de los pecadores. Por supuesto no afirma ser el primero de los pecadores en tiempo, pero sí el cabecilla o el peor de los pecadores.
De modo que sólo los creyentes participan de la clase de resurrección (anástasis) a la que el apóstol llama «primera resurrección». La resurrección expuesta por Pablo en l Tesalonicenses 4:16, aunque diferente de la mencionada en Apocalipsis 20:4,5, también es «primera resurrección», puesto que es la que experimentarán los que han muerto después de haber creído en Cristo antes del rapto de la Iglesia (1 Ts. 4:17). En resumen: La primera resurrección es esa que tiene que ver con los redimidos de todas las generaciones, aunque no ocurre en un sólo acontecimiento sino en varias etapas (l Co. 15:22-24). Nótese que «los otros muertos», o sea, los inconversos, no resucitan físicamente sino hasta después de cumplirse los mil años. El texto enfáticamente niega una resurrección general para todos los humanos. La siguiente paráfrasis del texto debería resultar aclaratoria:«El resto de los muertos no volvió a la vida otra vez [como lo habían hecho los participantes en la primera resurrección] hasta que los mil años llegaron a su fin». El texto claramente expresa que habrá una diferencia de, por lo menos, mil años entre la resurrección de los redimidos y la de los inicuos. La primera resurrección o, mejor, la primera clase de resurrección abarca tanto a los componentes del cuerpo de Cristo (la Iglesia), que serán resucitados «inmediatamente después de la tribulación de aquellos días» (Mt. 24:29), como a los mártires de la gran tribulación y a los santos del Antiguo Testamento. La otra resurrección, la de los inicuos, ocurrirá al final del milenio, cuando tenga lugar el juicio del Gran Trono Blanco (Ap. 20:11-15).
«Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección». Quien participa de la primera resurrección es «bienaventurado» o feliz y «santo» o apartado porque ha sido librado de la «segunda muerte». La segunda muerte equivale a «la muerte eterna», es decir, la separación eterna de la persona de la presencia de Dios. La segunda muerte es la muerte espiritual más allá de la muerte física, mencionada también en Apocalipsis 2:11; 20:14; 21:8. La segunda muerte no tiene potestad (exousían) sobre los redimidos quienes participan de la primera resurrección. Además, los redimidos «serán sacerdotes de Dios y de Cristo». Eso significa que tendrán libre acceso en la presencia de Dios y disfrutarán de íntima comunión tanto con Dios el Padre como con Dios el Hijo. De nuevo se menciona el hecho de que «reinarán con él [Cristo] mil años». Es decir, participarán con el Señor del reino terrenal, aunque, sin duda, continuarán reinando en el reino eterno del Mesías.
Una pregunta de suma importancia con relación al tema bajo estudio es la siguiente: ¿Por qué es necesario que haya un reino mesiánico sobre la tierra? O, lo que es lo mismo: ¿Por qué es necesario el milenio?
La respuesta a esa pregunta abarca toda la revelación bíblica, puesto que en ella converge la manifestación del plan de Dios respecto a su creación. Dios es el creador de todas las cosas. Él es el dueño y soberano de todo. Él creó los cielos y la tierra para manifestar su reino dentro del tiempo y la historia. Creó al hombre para que fuese su virrey en la tierra. Es el propósito de Dios gobernar la tierra a través de su designado regente, es decir, el hombre.
La soberanía de Dios ha sido disputada por Satanás, el enemigo de Dios. El hombre a quien Dios designó para gobernar la tierra también se ha rebelado contra el Soberano del universo. Desde la entrada del pecado en el mundo (Gn. 3), la humanidad está plagada de miseria y de muerte. Dios, sin embargo, no ha cambiado su plan original. La tierra sigue siendo el sitio escogido por Dios para manifestar su reino dentro del tiempo y de la historia.
La corrupción moral y espiritual del hombre se describe repetidas veces en las páginas del Antiguo Testamento. Dios tuvo que juzgar al hombre a través de un diluvio universal (véase Gn. 6-9). Durante aquel tiempo crítico, Dios usó a un mediador teocrático, Noé, para manifestar su voluntad a la humanidad. Después del diluvio, la humanidad volvió a manifestar su corrupción (Gn. 10-11). Dios derramó su juicio contra el hombre en la torre de Babel. De allí surgieron las diferentes naciones de la tierra.
Fue entonces que Dios llamó a Abram de Ur de los caldeos. Soberanamente, Dios constituyó a Abram mediador teocrático, le cambió el nombre y le puso Abraham («padre de multitudes») e hizo un pacto incondicional con aquel patriarca (Gn. 12:1-9; 13:14-18; 15:1-21; 17:1-27). El pacto abrahámico incluye la promesa de una tierra, una simiente y un reino. El pacto de Dios con Abraham es el gran pacto del Antiguo Testamento. Es, por así decirlo, el padre de todos los demás pactos. Es ampliado en 2 Samuel 7:12-16, mediante las estipulaciones del pacto davídico. Dios promete que daría a David un descendiente que ocupase su trono después de él. Nunca faltaría un «hijo de David» que heredase el trono. A pesar de los múltiples fracasos de la nación de Israel y de las apostasías de sus reyes, el ángel Gabriel anuncia a María que ella será la madre del heredero del trono de David (Lc. 1:30-33).
Otra ampliación del pacto abrahámico es la revelación del nuevo pacto (Jer. 31:27-40). El nuevo pacto es incondicional en el sentido de que descansa sobre las promesas de Dios. Dios promete perdón de pecados, regeneración y una nueva relación con su pueblo. El nuevo pacto amplía la promesa de bendición estipulada por el pacto abrahámico. El nuevo pacto fue inaugurado por el Señor Jesucristo en el Aposento Alto la noche antes de su muerte (Mt. 26:26-29). El nuevo pacto, por lo tanto, tiene por fundamento la sangre de Cristo, es decir, su muerte como sacrificio por el pecado. La Iglesia, como simiente espiritual de Abraham, disfruta de las bendiciones del nuevo pacto. La nación de Israel, o sea, el remanente que pondrá su fe en el Mesías en los postreros días, experimentará el cumplimiento total del nuevo pacto tal como se estipula en Jeremías 31.
El milenio es necesario, por lo tanto, para la realización y el cumplimiento cabal de las promesas hechas por Dios a los patriarcas Abraham, Isaac, Jacob y David. Es necesario, además, para el cumplimiento concreto del nuevo pacto tal como está expresado en Jeremías 31 y en Romanos 11:25-27. El nuevo pacto, entre otras cosas, profetiza la restauración de la nación de Israel. No de cada judío individual, sino de los que componen el conjunto de los que pondrán su fe en el Mesías. La restauración nacional de Israel está profetizada en las Escrituras (Ez. 11:18-21; 20:33-38; 34:11-16; 39:25-29; Os. 1:10-11; Jl. 3:17-21; Am. 9:11-15; Mi. 4:4-7; Zac. 8:4-8). De modo que las Escrituras profetizan una restauración de la nación de Israel relacionada con el cumplimiento en dicho pueblo de las promesas del nuevo pacto. El milenio es el tiempo ideal para el cumplimiento de dicha promesa.
Otro tema de vital importancia relacionado con el milenio es de naturaleza cristológica. Cristo vino a la tierra la primera vez a proveer salvación para los pecadores (Lc. 19:10). En su primera venida, el Señor se humilló más allá de lo que la mente humana podría imaginarse. Si bien es cierto que después de su resurrección fue exaltado a la diestra del Padre, no es menos cierto que la humanidad como tal no lo ha reconocido como Rey de reyes y Señor de señores. Los reinos del mundo aún son gobernados por el maligno (1 Jn. 5:19). La historia confirma que las naciones de la tierra siguen en rebeldía contra Dios. No hay ningún gobierno humano que esté sometido a la autoridad del Mesías. El milenio será el tiempo en que el Mesías gobernará a las naciones con vara de hierro (Sal. 2:9; Ap. 2:26, 27; 12:5; 19:15). Cuando Cristo vino la primera vez, el gobierno humano lo clavó en una cruz (Jn. 19:17-30). Cuando venga la segunda vez, el Mesías destruirá el poderío gentil (Dn. 2, 7; Ap. 19:11-21) y la gloria de su persona y de sus atributos serán exhibidos en toda la tierra. El profeta Habacuc anuncia que viene el día en que «la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar» (Hab. 2:14; véase Is. 11:9). La profecía de Habacuc se cumplirá perfectamente durante el reino del Mesías.
Resumiendo. El milenio tiene tanto base exegética como teológica. La Biblia enseña que Dios ha creado la tierra y sus habitantes para manifestar su reino dentro del tiempo y la historia. Esa realidad aún no ha tenido su cumplimiento. Habrá una era de gloria en la tierra en la que habrá paz y justicia. Esa era es profetizada en el Antiguo Testamento (Is. 11, 35, 60-65; Mi. 4; Zac. 14). Apocalipsis 19:11-20:6 enseña que esa época de paz será posterior a la segunda venida de Cristo a la tierra. Durante esa era, Satanás estará encerrado en el abismo y no podrá engañar a las naciones. Finalmente, Apocalipsis 20:4-6 revela que ese período glorioso durará mil años.
20:7, 8
«Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar».
El apóstol Juan reitera en el versículo 7 la duración exacta del confinamiento de Satanás. Obsérvese el artículo determinado «los» (ta). Dicho artículo se usa para identificar el hecho de que se refiere a los mismos «mil años» mencionados previamente en los versículos 2-6. Satanás no tendrá actividad alguna en la tierra durante los mil años que dura su encarcelamiento. La frase «cuando...se cumplan» o mejor, «cuando...se hayan cumplido» es una cláusula temporal futura indefinida en la que el adverbio «cuando» (hótan) va seguido del verbo «hayan cumplido» (telesthei) que es el aoristo subjuntivo, voz pasiva de teleo. El aoristo subjuntivo tiene función de futuro. «Satanás será suelto de su prisión». Nótese que el texto reitera el hecho de que Satanás permanece en «prisión» por mil años. La idea del versículo es que Satanás no será soltado de su prisión (el abismo) sino hasta que los mil años se hayan cumplido.
El soltar de Satanás fue anticipado en el versículo 3. Quizá la explicación más razonable de esta más bien extraña libertad condicional es para dejar bien claro que ni los planes de Satanás, ni las desviaciones del corazón humano serán alteradas por el simple discurrir del tiempo. Una vez suelto de su prisión, Satanás reanudará sus actividades donde las dejó, y los hombres se enrolarán en su causa.
Aunque el texto no lo especifica, puede asumirse que Satanás es suelto de su prisión por un acto soberano de Dios. Es evidente que Dios tiene un propósito concreto tanto en atar como en soltar a Satanás. El texto dice que fue atado con el propósito de «que no engañase más a las naciones». El hecho de ser suelto pone de manifiesto que su enemistad contra Dios es la misma que antes de ser atado. También se hace patente el hecho de que el corazón humano no regenerado continúa con la misma actitud de rebeldía contra Dios.
«Y saldrá a engañar a las naciones». El verbo «saldrá» (exeleúsetai) es el futuro indicativo, voz media de exérchomai. Satanás saldrá por su propia iniciativa con el propósito de «engañar» (planeisai). Este verbo es el aoristo infinitivo, voz activa de planáo, que significa «desviar», «engañar». El aoristo infinitivo expresa propósito. «Las naciones» (ta éthnei) no se refiere al mismo grupo mencionado en Apocalipsis 16:14. Durante el milenio la población de la tierra aumentará considerablemente. Los redimidos que entren en el reino con cuerpos naturales se reproducirán. Los niños que nacerán durante la era del reino tendrán que poner su fe en el Mesías para nacer de nuevo. Algunos de ellos creerán y serán salvos. Otros profesarán creer pero será una falsa profesión. Son estos quienes serán engañados por Satanás.
La expresión «los cuatro ángulos de la tierra» es una figura de dicción que destaca universalidad. El engaño satánico se extenderá por toda la tierra (véanse Ap. 7:1; Is. 11:2). En este punto es necesario aclarar que cuando el texto habla de «Satanás» está incluyendo a todos los demás espíritus o ángeles caídos que fueron expulsados con él desde el cielo en Apocalipsis 12:7-9. Estos fueron confinados con Satanás en el abismo, y serán soltados con él al mismo tiempo.
El apóstol Juan llama a las naciones «Gog y Magog», nombres que no parecen referirse a un punto geográfico concreto, sino a la totalidad de las naciones que son engañadas por Satanás y se juntan para intentar la captura de Jerusalén. Es triste decirlo, pero los incrédulos existirán en un crecido número entre las generaciones posteriores a la que poblará la tierra inicialmente en el milenio.
El propósito de Satanás es: «reunirlos para la batalla». El maligno persiste en oponerse a Dios. Satanás consigue reunir un número considerable de inconversos para enfrentarse a Dios. Debe observarse una vez más que todas las veces que Juan desea mencionar una cifra indeterminada lo hace de una manera llana y natural: «el número de los cuales es como la arena del mar». Aquí el apóstol usa un símil para destacar que los seguidores de Satanás serán muchos. La figura «como la arena del mar» comunica de manera objetiva lo que de otro modo sería una expresión abstracta. Ese es el patrón usado por Juan a través del Apocalipsis. Las figuras de dicción pueden y deben interpretarse de manera normal para hacer justicia al texto.
El diablo se prepara para ejecutar lo que será su último intento contra el Mesías y contra su reino. El texto claramente da a entender que se trata de un acontecimiento escatológico. Después de esto, el maligno (y sus ejércitos de ángeles caídos) será echado para siempre en el lago de fuego.
20:9
«Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió». El sujeto del verbo «subieron» (anébeisan) es el conjunto de los seguidores de Satanás, denominado por Juan como «las naciones», «Gog y Magog». Un numerosísímo ejército marcha en dirección al centro mismo del reino del Mesías. El apóstol lo llama «el campamento de los santos». La expresión «la ciudad amada» es, probablemente, sinónima con «el campamento de los santos». La referencia es a la Jerusalén celestial, o Nueva Jerusalén, la ciudad que será el centro del gobierno milenial (Is. 2:3; Jer. 3:17).
El osado intento satánico de apoderarse del reino del Mesías termina en un rotundo y catastrófico fracaso: «y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió». Los seres humanos que despreciaron la gracia de Dios y las bendiciones del reino perecen consumidos por el fuego. Fuego del cielo como instrumento de castigo divino es bien conocido (véanse Gn. 19:24; Lv. 9:54; 10:2; Ez. 38:22; 39:6; 2 R. 1:10, 12;). Es una culminación adecuada de esta última batalla con Satanás y sus ejércitos.
20:12
«Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras». Juan usa nuevamente la expresión «y vi», indicando una secuencia de visiones desde Apocalipsis 19:11. «Los muertos» (tous nekroús) ser refiere a seres «sin vida», alguien que ha exhalado su último aliento. Este sustantivo se refiere aquí a todos los que no tienen parte en la primera resurrección, es decir, se limita a personas no redimidas. El pasaje, de manera natural, sugiere que sólo los injustos están presentes en dicho juicio.
El capítulo 20 del Apocalipsis es, sin duda, uno de los más importantes y más controvertidos de todo el libro. Algunos intérpretes entienden que Apocalipsis 20 no es una continuación cronológica de los acontecimientos narrados en 19:11-21, sino que, por el contrario, constituye una recapitulación de todo lo que ha acontecido en la era cristiana. Es como si Apocalipsis 20:1 nos llevara de regreso, una vez más, al comienzo de la era del Nuevo Testamento. Otros dicen que si Apocalipsis 19:19-21 nos ha llevado al final de la historia, al día del juicio final, en Apocalipsis 20 regresamos al principio de la dispensación actual. Otros intérpretes, sin embargo, entienden que Apocalipsis 20:1-15 sigue cronológicamente a los acontecimientos relatados en 19:11-21. Estos expositores rechazan la idea de una recapitulación. Afirman que Apocalipsis 19:11-20:15 revela una serie de sucesos que siguen un orden cronológico necesario dentro del contexto total del libro. En este comentario, refutamos la enseñanza de que Apocalipsis 20:1-15 es una recapitulación de los acontecimientos ocurridos con anterioridad.
En el capítulo 12 del Apocalipsis, es absolutamente claro que el pasaje mira atrás al nacimiento del Mesías. Sin embargo, en el presente pasaje—Apocalipsis 20—no aparece semejante indicio. Por el contrario, los capítulos 18-20 evidencian presentar una serie de visiones conectadas. El capítulo 18 relata la destrucción de Babilonia: el capítulo 19 la destrucción de la bestia y el falso profeta y el capítulo 20 habla de la destrucción del mismo Satanás—una destrucción efectuada en dos etapas.
La importancia fundamental del Apocalipsis 20 tiene que ver con el hecho de que dicho capítulo habla de un reino de mil años. El debate entre expositores se centra en la interpretación de dicho reino de mil años. Hay quienes entienden que los mil años mencionados en Apocalipsis 20:3-7 se corresponden con un período de tiempo literal durante el cual Cristo reinará sobre la tierra. Hay dos grupos de teólogos que creen que los mil años mencionados en Apocalipsis se refieren a un espacio de tiempo literal. Uno de esos grupos se denomina premilenialista y el otro postmilenialista. Es importante destacar que, aunque tanto premilenialistas como postmilenialistas interpretan que los mil años de Apocalipsis 20 se refieren al reino de los postreros días, se diferencian en que el premilenialista cree que el reino será inaugurado por Cristo en su segunda venida mientras que el postmilenialista cree que el reino precede a la segunda venida del Señor. El premilenialista cree que el reino será el resultado de la venida en gloria de Cristo, quien derrotará a sus enemigos y neutralizará a Satanás completamente durante los mencionados mil años. El postmilenialista sostiene que el reino será el resultado de la evangelización del mundo por la iglesia. Es de suma importancia destacar que el postmilenialista cree que los «mil años» de Apocalipsis 20 no son una cifra concreta sino «un número simbólico», es decir, «una expresión figurada que indica un período de tiempo largo e indefinido». El premilenialista, por el contrario, enseña que «los mil años» de Apocalipsis 20 deben entenderse como mil años literales y no como un periodo de tiempo indefinido. En el presente comentario sostenemos el punto de vista premilenialista.
Otra observación que debe hacerse es el hecho de que hay tres grupos de premilenialistas. Uno de ellos es conocido como premilenialistas históricos. Al otro se le conoce como premilenialistas dispensacionalistas. El tercer grupo es el de los premilenialistas bíblicos.
El premilenialista dispensacionalista afirma hacer un uso constante de la hermenéutica histórico-gramatical, normal o natural, mientras que el premilenialista histórico considera necesario abandonar dicha hermenéutica a la hora de interpretar ciertos pasajes proféticos del Antiguo Testamento. En segundo lugar el premilenialismo dispensacionalista mantiene una diferencia entre Israel y la Iglesia, mientras que el premilenialismo histórico no hace semejante diferenciación. Otra diferencia entre ambas posturas es que los premilenialistas históricos creen que la Iglesia sufrirá la prueba de la gran tribulación mientras que los dispensacionalistas afirman que la Iglesia será librada de dichos juicios mediante la resurrección y el rapto.
En el presente comentario sostenemos el premilenialismo correcto, el bíblico. Es decir, hacemos un uso constante de la hermenéutica histórico-gramatical, normal o natural, sin abandonar dicha hermenéutica a la hora de interpretar los pasajes proféticos del Antiguo Testamento. Mantenemos que NO hay una diferencia entre el verdadero Israel de Dios (el Israel espiritual) y la Iglesia puesto que la Iglesia está compuesta por las ramas del olivo silvestre que han sido injertadas en el olivo cultivado (el Israel de Dios), según Pablo en Romanos 11:11-24. También afirmamos que la Iglesia sufrirá la prueba de la gran tribulación hasta que sea librada de dichos juicios mediante la resurrección y el rapto. De igual modo, creemos que la renovación (no creación de la nada) de los nuevos cielos y la nueva tierra ocurrirá mediante los juicios de las copas (Ap. 16; 2 P. 3:7); es decir, el Mesías comenzará su reinado milenial bajo los cielos nuevos y sobre la tierra nueva—entendiendo que lo nuevo de ellos se refiere a la renovación y/o purificación—desde donde continuará reinando con sus redimidos en su reino eterno y perfecto después que los mil años lleguen a su fin.
Es importante destacar en esta coyuntura que el consenso general de los teólogos e historiadores eclesiásticos es que el premilenialismo fue la postura asumida por la gran mayoría de los llamados «padres apostólicos». (Concretamente, se llaman «Padres Apostólicos» a los autores del cristianismo primitivo que, según la tradición, tuvieron algún contacto con uno o más de los apóstoles del Señor Jesús. Se trata de escritores del siglo I y de principios del siglo II, cuyos escritos tienen una profunda importancia para conocer qué creían los primeros cristianos. Se caracterizan por ser textos descriptivos o normativos que tratan de explicar la naturaleza de la novedosa doctrina cristiana, los que supuestamente recibieron la doctrina cristiana directamente de los apóstoles y luego la traspasaron a sus discípulos. Por otro lado, se llama «Padres de la Iglesia» a un grupo de pastores y escritores eclesiásticos cristianos, obispos en su mayoría, que van desde el siglo I hasta el siglo VIII, y cuyo conjunto de doctrina es considerado testimonio de la fe y de la ortodoxia en el cristianismo post apostólico. Para el protestantismo, los escritos emanados de la patrística son eminentemente testimoniales, corroborativos en la medida en que se sometan a una sólida exégesis de la Biblia.)
Dos interpretaciones del reino aparecen en la Iglesia primitiva: Una interpretación escatológica y otra no escatológica. Durante los dos primeros siglos el reino de Dios en los «padres de la Iglesia» era exclusivamente escatológico. Un pasaje típico se encuentra en la Didaché: «Acuérdate, Señor, de tu Iglesia... recogerla en su santidad de los cuatro vientos a tu reino que has preparado para ella». La Iglesia es el pueblo presente visible de Dios en la tierra, pero el reino es el ámbito futuro de bendición que será experimentado después del regreso de Cristo a la tierra.
Algunas veces este reino escatológico es definido de manera más específica. En varios de los «padres» tempranos, el reino implicaba un reinado terrenal milenial de Cristo. Esto lo expresan claramente escritores tales como Bernabé (XV) y Papías (en Ireneo Adv. Haer., V, 33), Justino Mártir (Diál. LXXX), Ireneo (Adv. Haer., V, 33-35) y Tertuliano (De res. can., XXV, Adv. Marción, TTI, 25).
Otros «padres» tempranos no dejan claro si creían o no en un reino terrenal temporal futuro. Sin embargo, un repaso de la literatura de la época conduce a las siguientes conclusiones: El entendimiento del reino es exclusivamente escatológico; y con una excepción no hay padre apostólico antes de Orígenes que se haya opuesto a la interpretación milenaria, y no hay ninguno antes de Agustín cuyos escritos existentes ofrezcan una interpretación de Apocalipsis 20 que no sea la de un futuro reino terrenal consecuente con la interpretación natural del lenguaje.
Hasta aquí se ha reseñado el hecho de la existencia de dos escuelas de pensamiento respecto al milenio o de los «mil años» mencionados en Apocalipsis 20:2-7. Hay una escuela conocida como premilenialista que afirma que habrá un reino terrenal de Cristo que durará 1.000 años. Dicho reino será inaugurado personalmente por el Mesías cuando haya derrotado a sus enemigos en su segunda venida. La postura premilenialista fue sólidamente sostenida por los «padres apostólicos» durante los dos primeros siglos de la historia de la Iglesia.
Hay una tercera escuela de interpretación respecto al milenio. A esta tercera escuela se le conoce por el nombre de amilenialista. Las bases del amilenialismo se encuentran en el sistema de interpretación diseñado por Orígenes, el padre apostólico nacido en Alejandría (185-254 d.C.). Fue discípulo de Clemente y es considerado el más notable representante de la escuela alejandrina. El sistema alegórico de interpretación tiene sus raíces en los filósofos griegos. Recuérdese que Alejandría era una ciudad helena. El judío Filón incorporó dicha hermenéutica en su sistema pedagógico. Posteriormente tanto Clemente como su discípulo Orígenes adoptaron el mencionado sistema alegórico de interpretación. Debe destacarse que ambos hombres creían en la inspiración divina de las Escrituras, pero estaban convencidos de que sólo la interpretación alegórica de la Biblia puede proporcionar el significado profundo y verdadero de sus textos.
Debe observarse que el sistema alegórico practicado por Orígenes, no era requerido por las Escrituras sino por el afán de Orígenes de conciliar la fe basada en las Escrituras con la filosofía griega. Puede decirse con justicia que las intenciones de Orígenes, como las de otros alegoristas, eran buenas, pero los resultados fueron desastrosos. Ni Orígenes ni ningún otro alegorista logró impresionar a los paganos usando ese sistema. Lo que sin duda ocurrió fue un deterioro de la comprensión normal y llana del texto bíblico de parte de muchos cristianos. No debe menoscabarse ni por un momento el respeto de Orígenes por el texto sagrado, pero tampoco dejar de reprocharle el uso que hizo del sistema alegórico de interpretación bíblica.
La alegorización como principio de interpretación bíblica se extendió a lo largo y ancho del mundo cristiano y llegó a predominar de modo sorprendente en los escritos de los teólogos hasta la Reforma del siglo XVI. Uno de los hombres influidos por el alegorismo fue Agustín de Hipona (354-430 d. C.), generalmente reconocido como el más sobresaliente de los «padres apostólicos». Tanto católicos como protestantes reconocen la influencia y el aporte de Agustín a la Iglesia. Este respetado teólogo occidental ha sido considerado el padre del amilenialismo, puesto que fue el primer teólogo de reconocida solvencia que adoptó dicha postura teológica. Debe destacarse, sin embargo, que Agustín fue poderosamente influido por un donatista llamado Tyconio. Agustín adoptó de Tyconio el método alegórico de interpretación que posteriormente le ayudó a desarrollar su postura amilenialista.
Lo que llevó a Agustín a adoptar la postura amilenialista, según sus propias palabras, fue el hecho de que los milenialistas «dicen que los que son resucitados gozarán un festival del más inmoderado disfrute carnal, en el que la comida y la bebida serán tan abundantes que no sólo no habrá límite de moderación sino que también sobrepasará todas las barreras incluso de incredulidad, todo eso puede ser creído sólo por los de mente carnal. Los que tienen una mente espiritual denominan a los que creen esas cosas, en griego, chiliastas, y podemos traducirlo al latín literalmente como milenarios». [Agustín, De Civitate Dei, XX 7].
De manera que Agustín rechazó el milenialismo en favor del amilenialismo no por razones exegéticas, sino porque entendió que los exponentes del milenialismo de su tiempo no tenían una mente espiritual. El Obispo de Hipona creía que la enseñanza de que en el reino habría comida y bebida en abundancia era una doctrina carnal que debía ser rechazada sin dilación.
La postura adoptada por Agustín y seguida fundamentalmente por los amilenialistas modernos es la siguiente: Los 1.000 años mencionados en Apocalipsis 20:2-7 tienen que ver con la era de la Iglesia en su totalidad, es decir, el período que transcurre entre la primera y la segunda venida de Cristo. Durante ese período Satanás será atado para que no engañe a las naciones, es decir, a la Iglesia. Luego será desatado por tres años y medio al final de la era de la Iglesia con el fin de probar a los creyentes, pero por la gracia de Dios éstos no sucumbirán frente a los ataques del diablo. Resumiendo, Agustín creía que el milenio no es un suceso escatológico, sino que es equivalente a la era presente y se corresponde con el tiempo que transcurre entre la primera y la segunda venida de Cristo. En realidad, el punto de vista de Agustín sobre el milenio constituye una modificación radical del chiliasmo original con su trascendente e interpuesto reino de paz.
La influencia de Agustín en la historia de la doctrina cristiana en general y en la cuestión del milenio en particular ha sido notable. El amilenialismo de Agustín fue adoptado por la Iglesia Católica Romana y, con algunas variaciones, por los líderes de la Reforma protestante. Los escritos de Agustín causaron un efecto tal que la enseñanza premilenialista fue encajonada por un gran sector de la iglesia organizada.
En resumen: El amilenialismo como enseñanza sistematizada comenzó con Agustín de Hipona. Agustín fue influido por la hermenéutica alegórica de Tyconio. El sistema amilenialista de Agustín proclama que:
l. El milenio es el período de tiempo entre la primera y la segunda venida de Cristo.
2. El milenio se corresponde, por lo tanto, con la era de la Iglesia.
3. El período de la Iglesia es un tiempo de victoria progresiva del Evangelio que culmina con la segunda venida de Cristo y el juicio final de los inicuos.
4. Durante la era presente (milenio) Satanás está atado y lo estará hasta que la edad presente termine.
5. Las «naciones» que Satanás no engaña durante el milenio equivalen a la lglesia (Ap. 20:3).
El amilenialismo de Agustín, con sus muchas imperfecciones, se extendió a través del mundo cristiano y desplazó al premilenialismo, que hasta entonces había sido la creencia de la Iglesia. Debe destacarse, sin embargo, que el argumento principal de Agustín contra la creencia premilenialista era el hecho de que muchos expositores del premilenialismo, según Agustín, lo presentaban como un tiempo de disfrute carnal. Es importante observar, sin embargo, que a pesar de todo Agustín creía que los 1.000 años de Apocalipsis 20 eran mil años literales. Se ha intentado explicar la incongruencia de Agustín de esta manera:
«Al vivir en la primera mitad del primer milenio de la historia de la Iglesia, Agustín naturalmente tomó los 1.000 años de Apocalipsis 20 literalmente; y esperaba que el segundo advenimiento tuviese lugar al final de ese período. Pero ya que de alguna manera identificaba el milenio incongruentemente con lo que entonces quedaba del sexto milenio de la historia humana, creyó que ese período podría terminar por el año 650 d.C. con una gran manifestación del mal, la revuelta de Gog, la que sería seguida por la venida de Cristo en juicio» [Oswald T. Allis, Prophecy and the Church, p. 3].
Como puede observarse, muchas de las incongruencias del concepto de Agustín respecto al milenio se basan en el hecho de que no fue consecuente en su hermenéutica. Agustín reconocía el origen divino del texto bíblico, pero no se mantuvo apegado al mismo a la hora de interpretar acontecimientos futuros sino que permitió que circunstancias ajenas al texto influyesen en su interpretación. Aunque no tan influyente como Agustín, debe mencionarse también a Jerónimo (345-419 d. C.), muy conocido por haber traducido la Biblia de sus idiomas originales al latín vulgar en lo que se ha llegado a conocer como la Vulgata Latina. Igual que Agustín, Jerónimo creía que la era de la Iglesia y los 1.000 años de Apocalipsis 20 son equivalentes. También creía que Satanás está atado en esta era presente y no puede tentar a la Iglesia. Será desatado por tres años y medio al final de esta era. Jerónimo rechazó la enseñanza premilenialista porque, según él, era una doctrina judaica. Jerónimo creía que el milenialismo era equivalente al judaísmo y, por lo tanto, debía ser rechazado.
Resumiendo, durante los dos primeros siglos de la era de la Iglesia, la enseñanza respecto al reino como una realidad escatológica prevaleció. Los padres apostólicos enseñaron que Cristo vendría con majestad y gloria y establecería un reino terrenal que duraría 1.000 años. A raíz de la introducción del alegorismo como principio de interpretación por Orígenes de Alejandría y por Tyconio, un nuevo énfasis apareció. Agustín de Hipona en su obra De Civitate Dei comenzó a enseñar que el reino es equivalente a la era de la Iglesia, es decir, al tiempo entre los dos advenimientos de Cristo. La razón fundamental de la enseñanza de Agustín radica en que entendía que en el reino no podía existir ningún disfrute carnal. Según él, eso era lo que enseñaban los promotores del premilenialismo.
Un contemporáneo de Agustín, Jerónimo, rechazó también el premilenialismo pero por razones diferentes. Según Jerónimo, los premilenialistas enseñaban el judaísmo, porque decían que Israel sería restaurada y que la capital del reino sería la ciudad de Jerusalén.
El amilenialismo de Agustín, con ciertas variaciones, fue abrazado tanto por la Iglesia Católica Romana como por los líderes de la Reforma del siglo XVI y por gran parte de sus herederos.
El amilenialismo en su forma presente se ha descrito por uno de sus exponentes de esta manera:
«Los amilenialistas interpretan el milenio mencionado en Apocalipsis 20:4-6 como una descripción del reinado presente de las almas de los creyentes muertos que están con Cristo en el cielo. Entienden el encadenamiento de Satanás mencionado en los tres primeros versículos de este capítulo como algo que ocurre durante el período completo entre la primera y la segunda venida de Cristo, aunque termina inmediatamente antes del regreso de Cristo. Enseñan que Cristo regresará después de este reino celestial milenial... Los amilenialistas mantienen que el reino de Dios está ahora presente en el mundo cuando el Cristo victorioso gobierna su pueblo por la Palabra y el Espíritu, aunque estos anticipan un reino futuro, glorioso y perfecto en la nueva tierra en la vida venidera» [The Bible and the Future, p. 174].
El amilenialismo enseña que la era presente es el milenio, que la Iglesia es el reino prometido en el Antiguo Testamento, que Satanás está atado, que los mil años mencionados en Apocalipsis 20 es un período de tiempo indeterminado no literal.
El premilenialismo, por su parte, insiste en que la Iglesia es una manifestación del reino de Dios en la era presente, pero que no debe confundirse con el reino mesiánico prometido en el Antiguo Testamento (Dn. 2, 7). El premilenialismo niega que Satanás esté atado en esta era presente (véanse Hch. 5:3; 1 Co. 7:5; 2 Co. 4:3, 4; 12:7; l Ts. 2:18; 1 P. 5:8). Enseña que Satanás será atado y neutralizado por completo durante los 1.000 años que durará el reino escatológico. El premilenialismo sostiene que los 1.000 años de Apocalipsis 20:2-7 son mil años literales, no un período indefinido de tiempo. Finalmente, el premilenialismo mantiene que el único método de interpretación que hace justicia a toda la Biblia, incluyendo las profecías y el Apocalipsis, es el método normal, natural, histórico-gramatical al que también se le denomina literal. Es sumamente importante recordar que una interpretación literal congruente toma en cuenta el uso del lenguaje figurado. Las figuras de dicción y los símbolos son parte integral de todos los idiomas de la tierra. Las figuras y los símbolos deben interpretarse dentro del ambiente en el cual se usan. El lenguaje figurado tiene su significado literal, es decir, aquel que le ha sido asignado por los que hablan el idioma al que pertenece dicha figura. Decir que el Apocalipsis es un libro repleto de lenguaje figurado y de símbolos y, por lo tanto, debe interpretarse figurada o simbólicamente equivale a una grave aberración. El Apocalipsis, con su lenguaje figurado y símbolos, tiene sentido y armoniza perfectamente con el resto de las Escrituras cuando se interpreta de manera normal, natural o, si se quiere, literal.
Comentario
20:1-3
«Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo». La interpretación amilenialista del Apocalipsis más generalizada es la que divide el Apocalipsis en siete secciones (1—3; 4—7; 8—11; 12—14; 15—16; 17—19; 20—22). Los adherentes a esta postura amilenialista consideran que estas secciones son paralelas entre sí. O sea, que cada sección repite el contenido de la anterior, añadiendo algunos detalles. Según estos amilenialistas, Apocalipsis 20 es una recapitulación de los acontecimientos de la era cristiana, y sostienen en que Satanás fue atado cuando Cristo vino a la tierra la primera vez.
Según esta división amilenialista del Apocalipsis, la primera venida de Cristo es seguida por un largo período en el cual Satanás permanece atado; éste a su vez es seguido por el «poco tiempo» de Satanás; y el poco tiempo de Satanás es seguido por la segunda venida de Cristo, es decir, su venida en juicio.
Los amilenialistas dicen que el Apocalipsis está repleto de símbolos y, por lo tanto, no debe interpretarse literalmente. Dicen, además, que los números usados en el Apocalipsis son simbólicos y que, por lo tanto, la expresión «mil años» usada en Apocalipsis 20 tiene que ser simbólica. Argumentan que como el número diez significa algo completo, y que mil es diez elevado a la tercera potencia, entonces la expresión «mil años» es emblemática de un período completo, un período muy largo de duración indefinida.
La afirmación de los amilenialistas no concuerda con el uso que la Biblia hace de los números. En Daniel 7, por ejemplo, el profeta tuvo una visión de cuatro bestias. En Daniel 7:17 un ser celestial dice al profeta: «Estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes [o imperios] que se levantarán en la tierra». Obsérvese que las bestias representan o simbolizan «reyes» o «reinos», pero lo que no es simbólico es el número «cuatro». El ser celestial no dice que las «cuatro grandes bestias» representen un número indeterminado de reyes. Pero ese no es el único ejemplo. Nótese otro caso en Daniel 7:20, 24. En la cabeza de la cuarta bestia hay diez cuernos. El ser celestial dice a Daniel: «Y los diez cuernos significan que de aquel reino se levantarán diez reyes...». (Dn. 7:24). O sea que los cuernos simbolizan reyes, eso está claro. Pero lo que evidentemente no es simbólico es el número exacto de esos reyes. El ser celestial no dice que los diez cuernos simbolizan un número indeterminado de reyes. El mismo caso se repite en el libro de Apocalipsis un número importante de veces. En Apocalipsis 1:13, 16, 20, se habla de siete candeleros y siete estrellas. Según Apocalipsis 1:20, los candeleros representan iglesias, pero el número siete no representa otra cosa sino una cifra concreta, es decir siete iglesias. Lo mismo ocurre con los siete sellos con los que está sellado el rollo, con las siete trompetas de juicio y con las siete copas que consuman la ira de Dios. El rollo no está sellado con un número indeterminado de sellos. No hay un número indefinido o simbólico de trompetas. Tampoco hay un número alegórico de copas. Hay tantos sellos, trompetas y copas como el texto dice que hay.
Cuando el apóstol Juan, guiado por el Espíritu Santo, desea expresar un número concreto, lo hace sin ninguna inhibición ni vacilación. Cuando, por el contrario, desea expresar una cifra indeterminada de igual modo lo hace sin titubear (véase Ap. 7:4, 9; 9:16). Lo mismo podría decirse de los dos testigos mencionados en Apocalipsis 11:3, 4. No se trata de un número simbólico ni indefinido, sino de dos profetas o testigos concretos.
Los mil años mencionados en Apocalipsis 20 no son, por lo tanto, un número indeterminado de años que abarcan el período de tiempo entre los dos advenimientos de Cristo sino, tal como dice el texto, un período específico de mil años. No debe pasarse por alto que el Apocalipsis es una revelación. Es decir, el propósito del libro es «dar a conocer», «poner de manifiesto», «exponer». No es congruente con la naturaleza misma del Apocalipsis decir que los «mil años» son «un periodo indeterminado de tiempo, cuya duración exacta sólo Dios conoce...», como afirman los amilenialistas. Si la intención divina hubiese sido hablar de un período indeterminado de tiempo sin duda lo hubiese hecho así. Hay dos cosas que deben recordarse: (1) Los símbolos de Apocalipsis no deben interpretarse simbólicamente, sino que las figuras de dicción deben interpretarse dentro de su contexto cultural y literario; y (2) los números del Apocalipsis tienen sentido y en ninguna manera se viola ninguna regla de hermenéutica cuando se interpretan normal, llana o literalmente.
Todas las culturas tienen símbolos para muchas cosas. Los conductores de vehículos aprenden un juego de símbolos que les ayudan a conducir con seguridad. Los símbolos de las reglas de tránsito no deben interpretarse ni simbólica ni arbitrariamente. Cada símbolo tiene un significado concreto establecido y convenido por los ciudadanos. Cuando un conductor observa cierto símbolo con una cifra concreta no piensa que significa que debe conducir a una velocidad indeterminada, sino que debe hacerlo a la que le indica el símbolo. ¡Los símbolos tienen un significado concreto!
Los símbolos forman parte de las figuras de dicción presentes en todos los idiomas de la tierra. Las figuras de dicción tienen por objeto convertir una idea abstracta en algo concreto. Es decir, las figuras de dicción y los símbolos tienen la finalidad de aclarar algo, no de oscurecerlo. Es de vital importancia, pues, acercarse al Apocalipsis entendiendo que las figuras literarias en toda su gama deben interpretarse en el contexto mismo del libro. Dichas figuras deben interpretarse de manera normal, natural y llana sin espiritualizarlas ni alegorizarlas.
Apocalipsis 20, como el resto del libro, demanda una hermenéutica congruente. También requiere una exégesis equilibrada y profunda. Quienes abogan por el método llamado paralelismo progresivo—los amilenialistas—pierden de vista ciertos factores exegéticos de suma importancia.
Apocalipsis 20:1 comienza con la expresión kai eídon («y vi» ). Dicha expresión aparece 32 veces en el Apocalipsis (por ejemplo 13:1, 11; 14:1; 15:1; 16:13; 17:3; 19:11, 17, 19; 20:4, 11, 12; 21:1). Aunque dicha frase no es tan enfática como meta tauta eídon («después de esto miré», que aparece en Ap. 4:1; 7:9; 15:5; 18:1) o meta tauta éikousa («después de esto oí», Ap. 19:1), sí expresa progresión en las visiones. Obsérvese el uso de dicha frase en el contexto inmediato: «Entonces [y] vi el cielo abierto» (Ap. 19:11); «y vi a un ángel» (Ap. 19:17); «y vi a la bestia» (Ap. 19:19); «y vi a un ángel» (Ap. 20:1); «y vi tronos» (Ap. 20:4); «y vi un gran trono» (Ap. 20:11); «y vi a los muertos» (Ap. 20:12). Todas esas secciones manifiestan una progresión cronológica en las visiones y no una recapitulación del contenido de los capítulos anteriores.
Apocalipsis 20:1-3 describe el hecho de que Satanás es atado. La escuela amilenialista insiste en que ese acontecimiento ya tuvo lugar. Ocurrió, dicen, cuando Cristo vino la primera vez. Vinculan a Apocalipsis 20:1-3 a Mateo 28:19 y lo parafrasean así: «Durante la era del evangelio que ha sido inaugurada, Satanás no podrá continuar engañando a las naciones como lo hizo en el pasado, porque ha sido atado. Durante todo este período, por lo tanto, vosotros, los discípulos de Cristo, podréis predicar el Evangelio a todas las naciones» [The Bible and the Future, p. 228]. La teoría de que Satanás fue atado al comienzo de la presente era y lo estará hasta el final de la misma es producto de una deducción teológica y no de un estudio exegético-inductivo de las Escrituras. Los pasajes usados para apoyar dicha teoría son textos de los Evangelios: Mateo 12:29; Lucas 10:17, 18; Juan 12:31, 32. Estos pasajes tienen que ver con el ministerio terrenal de Cristo. En su primera venida, Cristo demostró que era el Rey-Mesías prometido en el Antiguo Testamento. Una de las señales que usó para autenticar su persona y su mensaje fue la demostración de su autoridad sobre los demonios y sobre el mismo Satanás. Evidentemente, durante su ministerio terrenal, el Señor estuvo en lucha constante con el diablo (véase Lc. 4:13).
Es cierto que la muerte y la resurrección de Cristo constituyeron una derrota decisiva para Satanás e hicieron posible que Dios pronunciase juicio sobre el mundo y sobre el diablo. Pero también es cierto que Dios soberanamente ha permitido que Satanás continúe activo hasta el día en que será encerrado en el abismo y posteriormente sea derrotado y echado en el lago de fuego (Ap. 20:1-3, 10).
Las Escrituras del Nuevo Testamento no dan ningún indicio de que el diablo haya sido atado al principio de la era de la Iglesia (o del evangelio, como dicen los amilenialistas). Todo lo contrario. Tanto el libro de Hechos como las Epístolas enseñan que Satanás está vivo y activo en la tierra. En Hechos 5:3, Satanás llenó el corazón de Ananías para que mintiese al Espíritu Santo. Elimas, el mago, resistió a Pablo (Hch. 13:10), cuando el apóstol y Bernabé evangelizaban al procónsul Sergio Paulo. Pablo replicó a Elimas: «¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor?» ¿No es lógico y prudente asumir que Elimas está siendo usado por Satanás para tratar de impedir que el romano Sergio Paulo reciba y entienda el Evangelio? Lo mismo podría decirse del alboroto ocurrido en Éfeso a raíz de la visita de Pablo. Los paganos, adoradores de Diana, sin duda influidos por Satanás, se opusieron con violencia a que el Evangelio fuese predicado en aquella ciudad.
Resumiendo, el ministerio apostólico registrado en el libro de Hechos no proporciona ni la más leve evidencia de que Satanás está atado. El triunfo del Evangelio se debe no al hecho de que Satanás esté atado sino a que, como dice el apóstol Juan: «mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo» (1 Jn. 4:4).
Las epístolas del Nuevo Testamento tampoco muestran que Satanás esté ya en prisión. En 1 Corintios 7:5, Pablo advierte a los creyentes respecto a que puedan ser tentados por Satanás (véase también 2 Co. 11:3). En 1 Tesalonicenses 2:18, afirma que Satanás estorbó su plan de ir a Tesalónica. Un pasaje importante respecto al tema en cuestión es 2 Corintios 4:3, 4, particularmente a la luz de las palabras de los amilenialistas:
«El atar de Satanás descrito en Apocalipsis 20:1-3, por lo tanto, significa que a través de la era del evangelio en la cual estamos la influencia de Satanás, aunque de cierto no aniquilada, está tan controlada que no puede impedir el esparcimiento del Evangelio entre las naciones del mundo. Debido al encarcelamiento de Satanás durante la era presente, las naciones no pueden conquistar la Iglesia, pero la Iglesia está conquistando las naciones» [The Bible and the Future, p. 229; Mas que vencedores, pp. 224-226].
Las palabras citadas no concuerdan con lo que Pablo dice: «Pero si nuestro evangelio está encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2 Co. 4:3-6). Debe observarse en este texto la expresión «los que se pierden» (en toís apollyménois). Pablo usa el participio presente, voz activa de apóllymi, que significa «arruinar», «perecer». El participio presente expresa una acción continua. La voz pasiva sugiere que el sujeto recibe la acción, es decir, «los que están siendo perdidos». La frase es en realidad perifrástica y sugiere la labor constante del maligno en cegar la mente de los que se están perdiendo para que no les penetre la luz del Evangelio. De más está decir que dichos versículos no sugieren ni el más mínimo indicio de que Satanás esté atado en la edad presente. El mismo apóstol Pablo sufrió de los ataques satánicos de un modo personal (véase 2 Co. 12:7-9).
Resumiendo, Apocalipsis 20:1-3 NO puede corresponder a la era presente ni puede ser una recapitulación de los acontecimientos relacionados con Satanás que se han mencionado en capítulos anteriores. Después de su expulsión del cielo, Satanás continúa engañando a las naciones y persiguiendo a los creyentes (véase Ap. 12:9-17; 13:14; 18:23).
Los símbolos utilizados en Apocalipsis 20:1-3 objetivizan y definen en qué consiste el atar de Satanás. El vocabulario utilizado es enfático y no se asemeja a nada registrado en el Nuevo Testamento. El texto no identifica al ángel designado para encarcelar al enemigo de Dios. La frase «que descendía del cielo» (katabaínonta toú ouranou) sugiere que Juan contempló el descenso del ángel del cielo a la tierra, donde Satanás ha estado confinado desde el inicio de la tribulación (véase Ap. 12:9). El ángel lleva consigo «la llave del abismo» (tein klein teís abyssou) y «una gran cadena en la mano» (kai hálysin megálein epi tein cheira autoú). Tanto «la llave» como «la cadena» son figuras de dicción. La «llave» simboliza el hecho de que el ángel tiene autoridad para abrir el abismo, es decir, el lugar de confinamiento de Satanás y sus demonios (Ap. 9). La «cadena» sugiere el hecho de que Satanás puede ser neutralizado. Este es un claro ejemplo de la utilización de símbolos en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, Jesús dijo: «Yo soy la puerta. .. » (Jn. 10:9a). La puerta simboliza el hecho de que Jesús es la única vía de entrada en el cielo. Pablo exhorta a los creyentes, diciendo: «...que presentéis vuestros cuerpos» (Ro. 12:1). El vocablo «cuerpo» es emblemático de todo el ser, no sólo el aspecto físico. El apóstol Santiago dice: «Y la lengua es un fuego...». El sustantivo «lengua» es un símbolo del hablar humano. De manera que la utilización de símbolos es común en todo el Nuevo Testamento y, particularmente, en el Apocalipsis. Los símbolos, sin embargo, no deben interpretarse alegóricamente, sino siguiendo las normas propias de la hermenéutica.
«Y prendió al dragón» (kai ekráteisen ton drákonta). El verbo «prendió» (ekráteisen) es el aoristo indicativo, voz activa de kratéo, que significa «ejercer poder». El aoristo aquí tiene una función dramática. El modo indicativo señala la realidad de la acción. El citado verbo destaca el hecho de que Satanás es apresado. El ángel celestial se apodera de él. Obsérvese los sustantivos que el apóstol usa para describir al maligno: «dragón», por su carácter repulsivo; «serpiente antigua», por su relación con el huerto del Edén y su sutileza en la tentación (véase 2 Co. 11:3); «diablo», porque es el calumniador por excelencia (Jn. 8:44); y «Satanás», porque es el adversario de Dios y el acusador de los redimidos (véase Zac. 3:1, 2).
«Y lo ató por mil años». El verbo «ató» (édeisen) es el aoristo indicativo, voz activa de déo, que significa «atar», «encadenar». El estudioso de la Biblia se topa aquí con la pregunta: ¿Puede un ser espiritual ser atado? La respuesta a esa pregunta se centra en el significado de «atar». Sin duda, Juan utiliza un antropomorfismo, es decir, vocabulario humano para expresar una verdad que de otro modo sería incomprensible a la mente humana. Tal como cuando en el Antiguo Testamento se habla del «brazo de Dios», el «dedo de Dios», la «boca de Dios» o cuando dice: «Y se arrepintió Dios». Atar a Satanás es una manera de decir que Satanás es neutralizado, hecho inactivo o inoperante.
El período de tiempo durante el cual es atado es de «mil años». El texto debe ser estudiado y analizado con cuidado. Debe dejársele hablar y permanecer por sus propios méritos. Es necesario dar una atención cuidadosa al texto de Apocalipsis en sí mismo. Todo lo que el texto está diciendo es que durante un período designado como mil años Satanás es atado y echado en el abismo, el cual después es cerrado y sellado. El propósito del encarcelamiento no es el castigo. Es evitar que engañe a las naciones. Las cuidadosas medidas tomadas para asegurar su custodia son comprendidas mucho mejor como que implican la completa cesación de su influencia en la tierra (en lugar de restringir sus actividades).
La cuestión aquí es si el encarcelamiento o confinamiento de Satanás en el abismo, tal como se describe en Apocalipsis 20:1-3, es un acontecimiento limitado que permite a Satanás ciertas actividades como afirman algunos amilenialistas («El diablo no está atado en todo sentido. Su influencia no está destruida completamente. Por el contrario, dentro de la esfera en que se le permite a Satanás ejercer su influencia para mal, él brama furiosamente»). O si, por el contrario, Apocalipsis 20: 1-3 describe, mediante el uso de figuras de dicción, una completa neutralización de Satanás hasta el punto de que sus actividades malignas están completamente ausentes de la tierra durante un período de mil años.
Apocalipsis 20:3 utiliza tres aoristos enfáticos: (1) «Arrojó» (ébalen); (2) «encerró» (ékleisen); y (3) «selló» (esphrágisen). El sellar indica la colocación oficial de un sello para que no se permita a nadie entrar o salir (véase Mt. 27:66). El propósito de sellar la entrada de una prisión era impedir cualquier intento de escapar o evitar que un esfuerzo de rescate tuviese éxito. La actividad de Satanás es completamente removida de la tierra por mil años.
El propósito de atar a Satanás y confinarlo al abismo por mil años se expresa en la frase: «Para que no engañase más a las naciones». La postura amilenialista es que los mil años son un período indefinido de tiempo que abarca la era presente del Evangelio. Según dicen, Satanás ha sido atado para que el Evangelio pueda ser predicado entre las naciones. Añaden que, aunque está atado, Satanás tiene cierta latitud para actuar. Tal postura es negada por el Nuevo Testamento (véase 1 P. 5:8). Además, como se ha indicado, Apocalipsis 20:1-3 enseña que Satanás no podrá efectuar ninguna actividad cuando sea atado. Él será atado «para que no engañase más a las naciones». Pero ¿cuáles naciones? La respuesta a esa pregunta es variada. Hay quienes piensan que se refiere a toda la humanidad, puesto que sólo la bestia y sus huestes demoníacas perecen en Apocalipsis 19:19-21. Otros creen que «Las naciones» en Apocalipsis 20:3 es una mezcla de los inconversos que no formaron parte del ejército de la bestia y los creyentes de la tribulación. La posición más congruente con el texto es que se refiere a redimidos con cuerpos aún no glorificados que entrarán en el reino del Mesías. Todos los inconversos que siguieron en pos de la bestia durante la tribulación sufrirán la muerte antes de la inauguración del reino. Sólo aquellos que confiaron en el Mesías sobrevivirán y constituirán «las naciones», y no serán engañados por Satanás durante los mil años mencionados .
«Hasta que fuesen cumplidos mil años». La expresión «fuesen cumplidos» (telesthei) es el aoristo subjuntivo, voz pasiva de teléo, que significa «completar». Probablemente en este contexto tenga función de futuro. Es decir, mientras el período de mil años no se haya agotado, Satanás continuará en prisión.
«Y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo», literalmente «después de estas cosas» (meta tauta) apunta a los mil años en cuanto a tiempo y a todo lo realizado por el ángel para confinar a Satanás en el abismo. La expresión «debe ser desatado» (dei lytheinai auton) es intrigante. «Debe» (dei) significa «es necesario» y sugiere «necesidad divina». ¿Por qué Dios considera necesario soltar a Satanás de su prisión por un poco de tiempo? Apocalipsis 20:7, 8 dice que «...Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra...». Se sugiere lo siguiente: mediante su liberación de la prisión, el universo entero verá que después de mil años de su encarcelamiento y de un reino ideal en la tierra, Satanás es incurablemente malvado y el corazón de los hombres es todavía lo bastante perverso para permitirle reunir un ejército de un tamaño tan inmenso.
Posiblemente el tiempo que Satanás estará suelto será muy breve, pero será suficiente para reanudar la práctica de su especialidad, es decir, engañar a los hombres.
20:4
«Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años».
El contexto inmediato de Apocalipsis 20:4 comienza, por lo menos, en Apocalipsis 19:11 y se extiende hasta Apocalipsis 20:15. En ese trozo, siete veces establece una conexión de varias escenas precedidas de la expresión verbal «y vi»: (1) La manifestación gloriosa del Mesías en Armagedón; (2) la visión del ángel llamando a las aves del cielo; (3) la derrota de la bestia y el falso profeta; (4) la visión del ángel que ata a Satanás; (5) la visión de los tronos; (6) la visión del trono blanco y (7) la visión de la resurrección para condenación.
La escena descrita por Juan en Apocalipsis 20:4-6 está relacionada con la profecía de Daniel 7:9, 22, 27. Es más, la profecía de Daniel 7 presenta un notable paralelismo con el pasaje de Apocalipsis 19:11-20:6.
Apocalipsis 19:11-21 no describe el segundo advenimiento de Cristo, si no su manifestación gloriosa en Armagedón para realizar un juicio cataclísmico sobre sus enemigos. Daniel 7:8 ofrece un paralelo instructivo de este acontecimiento. El cuerno pequeño de Daniel 7:8 es paralelo con el falso profeta de Apocalipsis 13:11-18. De ambos, el cuerno pequeño de Daniel y el falso profeta de Apocalipsis, se dice que surgen de un imperio mundial (Dn. 7:7, 23; Ap. 13:12). Ambos consiguen victoria sobre los santos por «tiempo, y tiempos, y medio tiempo» (Dn. 7:25; Ap. 12:14). Ambos son destruidos por el Mesías en una de sus manifestaciones más gloriosas efectuadas tras su segunda venida (Dn. 7:11, 26, Ap. 19:20). Ambos pasajes afirman que inmediatamente después de la destrucción del impío el reino es dado a los santos (Dn. 7:22, 27; Ap. 20:4-6). De modo que es evidente que por lo menos hasta el reinado de los santos, Apocalipsis 19:11-20:6 sigue el mismo patrón de Daniel 7. Ya que el inicuo es aún futuro, el reino milenial también tiene que ser futuro porque los santos no reinan o reciben su reino hasta después de que él ha sido destruido.
Como se ha reiterado a través de este capítulo, Apocalipsis 20:l-15 no es una recapitulación sino una progresión cronológica de los acontecimientos escatológicos que desembocarán en la manifestación—no creación—de los nuevos cielos y la nueva tierra.
«Y vi tronos». Estos son tanto tronos o estrados judiciales como tronos reales. Quienes ocuparán dichos tronos ejercerán facultades tanto gubernativas como judiciales.
No es fácil determinar quienes se sentarán sobre los mencionados tronos. El texto dice: «Y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar». Hay quienes piensan que «los tronos» serán ocupados por los mártires de la tribulación. El problema con esa postura, es que estos no son mencionados sino hasta posteriormente en el versículo. Otros enseñan que quienes se sientan podría incluir a Cristo y a todos los santos relacionados con él, incluyendo tanto a la Iglesia como a Israel. Algunos creen que se refiere a la Iglesia, a los mártires de Jesús y a todos cuantos no aceptaron la marca de la bestia. Reconociendo que es difícil determinar la precisa identidad de aquellos que ocuparán los tronos, lo más probable es que sean los santos galardonados. Este es el juicio moral de seres vivientes del que habla Pablo en 1 Corintios 6:2. En Daniel 7:22, el pasaje que sirve de trasfondo aquí, una expresión paralela significa que los juicios efectuados favorecen al pueblo de Israel, pero el uso que Juan hace del concepto en este versículo se refiere a quienes han recibido el derecho de juzgar a otros a causa de haber sido galardonados en el tribunal de Cristo (Ro. 14:10-12; 2 Co. 5:10). En Daniel es un juicio efectuado en el curso de la historia, no determinante del destino eterno de los hombres. Lo mismo ocurre aquí. Este habla de una autorización a tomar control del dominio de la bestia derrotada.
«Y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios». Juan vio las «almas» de las personas que habían sido «decapitadas» debido al (dia) testimonio de Jesús y debido a (dia) la palabra de Dios. Los mencionados mártires fueron fieles hasta la muerte (Ap. 2:10). Su martirio fue causado por la fidelidad en llevar el testimonio de Jesús y de la palabra de Dios. La razón del por qué Juan usa el sustantivo «almas» (psychas) es porque no vio cuerpos levantados como en el versículo 12; vio a aquellos que aún no habían resucitado. Les llama «almas» porque en ese momento aún aguardan la resurrección. La fidelidad de los mártires es corroborada por el hecho de que «no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos». Negarse a adorar a la bestia y a su imagen es firmar la sentencia de muerte (Ap. 13:15-17). Los mártires mencionados por Juan escogieron el camino del sacrificio, el camino de la muerte física que, a la postre, redundará en el camino de la gloria y de la comunión con el Mesías.
«Y vinieron y reinaron con Cristo mil años». Esta frase amplía la descripción de los mártires mencionados en el versículo 4. Hay quienes creen que se trata de otro grupo diferente de los mártires mencionados anteriormente. El texto, sin embargo, apunta a que se refiere al mismo grupo de mártires.
El verbo «vivieron» (édseisan) es crucial para desentrañar el significado del pasaje. Gramaticalmente es un aoristo ingresivo cuya fuerza es «vivieron otra vez» o «volvieron a vivir». Es evidente que Juan no está describiendo una resurrección espiritual ni simbólica. Tampoco se refiere a la entrada del alma en el cielo. El apóstol se refiere a una resurrección física literal.
La única postura hermenéuticamente sensata es la que traduce édseisan como la resurrección corporal de los mártires que han sido mencionados. La misma forma en el versículo 5 se refiere a la resurrección del cuerpo; en realidad, todas las veces que dsáo («yo vivo») está en el contexto de muerte física en el Nuevo Testamento, siempre habla de resurrección corporal (véase Jn. 11:25; Hch. 1:3; 9:41). Juan claramente la llama anástasis («resurrección») en Apocalipsis 20:5, usando un sustantivo que aparece más de 40 veces en el Nuevo Testamento, casi siempre para referirse a una resurrección física. Finalmente, dsáo en otros pasajes del Apocalipsis se usa frecuentemente para referirse a la resurrección del cuerpo (Ap. 1:18; 13:14; 20:5).
La postura amilenialista insiste en que el verbo «vivieron» se refiere a una resurrección espiritual. Se insiste también en que Apocalipsis 20:4-6 no se refiere a un reino posterior a la segunda venida de Cristo. Quienes así piensan pasan por alto el hecho de que el contexto de Apocalipsis 20 comienza, por lo menos, en Apocalipsis 19:11. Como se ha observado, en Apocalipsis 19:11-20:15 hay un desarrollo cronológico de acontecimientos que comienza con la manifestación gloriosa del Señor en Armagedón. Es el apóstol Juan quien menciona seis veces en Apocalipsis 20:2-7 la expresión «mil años». De manera que las afirmaciones hechas por los amilenialistas—de que la idea milenial ha sido introducida a la fuerza en el texto por los premilenialistas, pero Juan no es el autor de la misma y que la hipótesis milenial de que Cristo establecerá un reino visible de mil años en este mundo, inaugurándolo con su venida a la tierra antes del día del juicio, no tiene fundamento ninguno, ni en este pasaje ni en ningún otro de la Biblia—son ciertamente osadas y totalmente erróneas. Fue precisamente el Señor quien dijo:
«Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos» (Mt. 25:31-32; véase Ap. 19:11-21 ).
La cuestión no es si Cristo reina ahora. La mayoría de los creyentes y de los expositores serios de la Palabra de Dios no negarían que existe hoy una manifestación del reino de Dios. La cuestión es si el reino espiritual presente es equivalente al reino mesiánico escatológico. Es de extrañarse que a muchos teólogos amilenialistas le resulta sumamente fácil alegorizar el concepto bíblico del reino. Toman textos fuera de su contexto para intentar demostrar que Satanás está atado en la era presente. No prestan la debida atención a textos que niegan que el enemigo de Dios esté encarcelado en la edad del Evangelio (por ejemplo 1 P. 5:18: 1 Ts. 2:18; 2 Co. 4:3, 4). Utilizan el pasaje de Lucas 17:21: «... Porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros», para intentar demostrar que Cristo enseñó la realidad presente del reino. No toman en cuenta el contexto de dicho versículo. El Señor Jesús dijo esas palabras a unos fariseos que le preguntaron «cuándo había de venir el reino de Dios». El Señor Jesús no negó que el reino vendría en el futuro (véase Lc. 22:16, 18). Cuando el Señor Jesús dijo a los fariseos: «Porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros», lo que Cristo quiso decirles fue que, desde el punto de vista humano, el establecimiento del reino estaba «en manos de ellos» o «dependía de ellos». Si aceptaban al Mesías, si ponían su fe en él, el reino prometido en el Antiguo Testamento sería establecido. No debe confundirse la realidad del reino espiritual presente con la realidad del reino escatológico, literal, de Apocalipsis 20:4-6.
Intentar eliminar de un plumazo el tema del reino terrenal de Cristo, aduciendo que era una esperanza rabínica pero sin ofrecer ninguna base exegética, y sacar los textos fuera de su contexto no es un camino adecuado de discusión teológica. El testimonio de Cristo es que un día la nación de la cual él mismo procedía, que lo rechazó y lo entregó a las autoridades romanas lo recibirá, diciendo: «¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!» (Mt. 23:39). En respuesta a los discípulos tocante a la recompensa futura, Cristo les dijo: «De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel» (Mt. 19:28).
En los pasajes citados es Cristo quien habla de su gloria futura (véase también Mt. 24:29-31; 25:31, 32). Es cierto que la expresión «mil años» sólo aparece en Apocalipsis 20:2-7 en toda la Biblia. Pero también es cierto que dicha expresión se repite seis veces en unos breves versículos. No obstante la importancia de Apocalipsis 20 para el concepto premilenialista, debe subrayarse que dicho concepto tiene una base amplia en las Escrituras.
Con una hermenéutica congruente los premilenialistas vemos a Apocalipsis 20:1-10 como un texto crucial. Este pasaje, sin embargo, no es la base del punto de vista premilenial. La base del premilenialismo se extiende al Antiguo Testamento, específicamente a los pactos abrahámico, davídico y nuevo. En estos pactos Dios prometió tierra, simiente y bendición tanto para Israel como para todo el mundo. Apocalipsis 20:1-l0 sólo nos informa la duración de esta fase del reino mesiánico, que dará lugar al nuevo cielo y la nueva tierra.
Los mártires no sólo resucitan físicamente sino que, además, participan con Cristo en su reino. Los mártires ocupan el centro de atención aquí debido a que se negaron a someterse a la bestia. Prefirieron la muerte antes que identificarse con el Anticristo y sus seguidores.
«Y reinaron con Cristo mil años». El verbo «reinaron» (ebasíleusan) es el aoristo indicativo de basileúo que significa «ser rey», «gobernar», «reinar». El aoristo, en este caso, podría ser ingresivo («comenzaron a reinar») o constativo
(«reinaron»). La función de dicho verbo es profética, es decir, el aoristo indicativo contempla algo futuro cuyo cumplimiento es tan cierto que se da por realizado.
Pero ¿dónde reinarán? Hay quienes piensan que es en el cielo. En el libro de Apocalipsis, sin embargo, se enseña que el reino del Mesías estará en la tierra. Apocalipsis 5:10 dice que los redimidos reinarán en la tierra. Apocalipsis 11:15 dice que «los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos». La tierra es el sitio escogido por Dios para manifestar su reino eterno dentro de la historia y del tiempo (Sal. 8; He. 2:5-15). Es el campo de batalla donde Satanás ha desafiado a Dios (Mt. 4:1-11). Es el sitio donde Satanás ha engañado a las naciones (Ap. 20:3, 8); la tierra es el lugar hacia donde Satanás fue arrojado (Ap. 12:9). También es el lugar donde Dios consumará su ira mediante los juicios de las siete copas (Ap. 16:1-21); la tierra es el lugar profetizado para establecer el reino glorioso del Mesías (Dn. 2:44). Las Escrituras predicen una era de paz sin precedente en la tierra cuando el Mesías reine (Is. 11:1-16; Is. 35). Si bien es cierto que durante el período intertestamentario hubo un marcado avivamiento de la esperanza mesiánica entre los judíos, no es menos cierto que lo que Juan escribe respecto al reino en Apocalipsis 20 lo ha recibido por revelación divina. Dios mostró a Juan en visión las estupendas verdades respecto al reino glorioso del Mesías. El apóstol no repite lo que ha leído de otros sino lo que Dios le dio a conocer de manera sobrenatural.
Los «mil años» de Apocalipsis 20 serán el tiempo durante el cual Dios cumplirá las promesas hechas a Abraham, Isaac, Jacob y David. Esas promesas se cumplirán dentro del marco del tiempo y de la historia. Debe quedar plenamente claro que el Mesías reinará más allá de los mil años de Apocalipsis 20. Los mil años constituyen una especie de preámbulo histórico del reino glorioso del Mesías. El anuncio del ángel a María dice así: «Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc. 1:31-33). El versículo 31 y la primera parte del 32 se cumplieron cuando Cristo vino a la tierra la primera vez. El cumplimiento de ese trozo fue literal en el sentido más estricto del vocablo. La segunda parte de ese pasaje aguarda su cumplimiento cuando Cristo venga la segunda vez. La plena realización del resto de dicho pasaje debe ser tan literal como lo fue la primera parte. Sólo mediante una deplorable alegorización del mencionado pasaje podría desviarse su enseñanza central: Cristo es el heredero del trono de David; un día Él ocupará ese trono; Cristo reinará sobre la nación de Israel como Rey davídico y su reino durará por los siglos de los siglos. Ese es el reino escatológico que tendrá su pleno cumplimiento cuando el Mesías venga. El milenio será el aspecto histórico de ese reino.
20:5, 6
«Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años».
El vocablo «pero» no aparece el texto griego. El versículo comienza con la expresión «los otros muertos», es decir, «el resto de los muertos». Estos «otros muertos» es probable que sean los inconversos que están físicamente muertos. Obsérvese el uso del mismo verbo que aparece en el versículo 4 en la frase «no volvieron a vivir». Quienes pretenden enseñar una resurrección espiritual o regeneración en Apocalipsis 20:4 sobre la base del verbo édseisan se topan con un obstáculo insuperable al llegar a Apocalipsis 20:5. Ambos verbos tienen que tener el mismo significado, es decir, resurrección física. De otro modo, ¿cómo se explicaría que inconversos experimentasen resurrección espiritual? Una exégesis natural e inductiva sugiere que ambos usos de édseisan deben tomarse en el mismo sentido, refiriéndose a una resurrección literal. No es exegéticamente sano que un mismo vocablo adquiera significados diferentes en un contexto tan cercano. Apocalipsis 20:4, 5 cancela la creencia de una resurrección general para todos los seres humanos que han muerto. Este pasaje, en consonancia con Daniel 12:2, enseña que habrá una primera clase de resurrección para personas redimidas. Lo que Apocalipsis 20:5 denomina «la primera resurrección» recibe otros nombres en el Nuevo Testamento: (1) «resurrección de vida» (Jn. 5:29); (2) «la resurrección de los justos» (Lc. 14:14); y (3) «una mejor resurrección» (He. 11:35). Los redimidos, de cualquier época, participarán de la primera resurrección.
El vocablo usado para calificar la resurrección de Apocalipsis 20:5 es prótei, que puede significar primera en tiempo o primera en clase o categoría. Es el mismo término usado por Pablo en 1 Timoteo 1:15 donde se autodenomina el primero de los pecadores. Por supuesto no afirma ser el primero de los pecadores en tiempo, pero sí el cabecilla o el peor de los pecadores.
De modo que sólo los creyentes participan de la clase de resurrección (anástasis) a la que el apóstol llama «primera resurrección». La resurrección expuesta por Pablo en l Tesalonicenses 4:16, aunque diferente de la mencionada en Apocalipsis 20:4,5, también es «primera resurrección», puesto que es la que experimentarán los que han muerto después de haber creído en Cristo antes del rapto de la Iglesia (1 Ts. 4:17). En resumen: La primera resurrección es esa que tiene que ver con los redimidos de todas las generaciones, aunque no ocurre en un sólo acontecimiento sino en varias etapas (l Co. 15:22-24). Nótese que «los otros muertos», o sea, los inconversos, no resucitan físicamente sino hasta después de cumplirse los mil años. El texto enfáticamente niega una resurrección general para todos los humanos. La siguiente paráfrasis del texto debería resultar aclaratoria:«El resto de los muertos no volvió a la vida otra vez [como lo habían hecho los participantes en la primera resurrección] hasta que los mil años llegaron a su fin». El texto claramente expresa que habrá una diferencia de, por lo menos, mil años entre la resurrección de los redimidos y la de los inicuos. La primera resurrección o, mejor, la primera clase de resurrección abarca tanto a los componentes del cuerpo de Cristo (la Iglesia), que serán resucitados «inmediatamente después de la tribulación de aquellos días» (Mt. 24:29), como a los mártires de la gran tribulación y a los santos del Antiguo Testamento. La otra resurrección, la de los inicuos, ocurrirá al final del milenio, cuando tenga lugar el juicio del Gran Trono Blanco (Ap. 20:11-15).
«Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección». Quien participa de la primera resurrección es «bienaventurado» o feliz y «santo» o apartado porque ha sido librado de la «segunda muerte». La segunda muerte equivale a «la muerte eterna», es decir, la separación eterna de la persona de la presencia de Dios. La segunda muerte es la muerte espiritual más allá de la muerte física, mencionada también en Apocalipsis 2:11; 20:14; 21:8. La segunda muerte no tiene potestad (exousían) sobre los redimidos quienes participan de la primera resurrección. Además, los redimidos «serán sacerdotes de Dios y de Cristo». Eso significa que tendrán libre acceso en la presencia de Dios y disfrutarán de íntima comunión tanto con Dios el Padre como con Dios el Hijo. De nuevo se menciona el hecho de que «reinarán con él [Cristo] mil años». Es decir, participarán con el Señor del reino terrenal, aunque, sin duda, continuarán reinando en el reino eterno del Mesías.
Una pregunta de suma importancia con relación al tema bajo estudio es la siguiente: ¿Por qué es necesario que haya un reino mesiánico sobre la tierra? O, lo que es lo mismo: ¿Por qué es necesario el milenio?
La respuesta a esa pregunta abarca toda la revelación bíblica, puesto que en ella converge la manifestación del plan de Dios respecto a su creación. Dios es el creador de todas las cosas. Él es el dueño y soberano de todo. Él creó los cielos y la tierra para manifestar su reino dentro del tiempo y la historia. Creó al hombre para que fuese su virrey en la tierra. Es el propósito de Dios gobernar la tierra a través de su designado regente, es decir, el hombre.
La soberanía de Dios ha sido disputada por Satanás, el enemigo de Dios. El hombre a quien Dios designó para gobernar la tierra también se ha rebelado contra el Soberano del universo. Desde la entrada del pecado en el mundo (Gn. 3), la humanidad está plagada de miseria y de muerte. Dios, sin embargo, no ha cambiado su plan original. La tierra sigue siendo el sitio escogido por Dios para manifestar su reino dentro del tiempo y de la historia.
La corrupción moral y espiritual del hombre se describe repetidas veces en las páginas del Antiguo Testamento. Dios tuvo que juzgar al hombre a través de un diluvio universal (véase Gn. 6-9). Durante aquel tiempo crítico, Dios usó a un mediador teocrático, Noé, para manifestar su voluntad a la humanidad. Después del diluvio, la humanidad volvió a manifestar su corrupción (Gn. 10-11). Dios derramó su juicio contra el hombre en la torre de Babel. De allí surgieron las diferentes naciones de la tierra.
Fue entonces que Dios llamó a Abram de Ur de los caldeos. Soberanamente, Dios constituyó a Abram mediador teocrático, le cambió el nombre y le puso Abraham («padre de multitudes») e hizo un pacto incondicional con aquel patriarca (Gn. 12:1-9; 13:14-18; 15:1-21; 17:1-27). El pacto abrahámico incluye la promesa de una tierra, una simiente y un reino. El pacto de Dios con Abraham es el gran pacto del Antiguo Testamento. Es, por así decirlo, el padre de todos los demás pactos. Es ampliado en 2 Samuel 7:12-16, mediante las estipulaciones del pacto davídico. Dios promete que daría a David un descendiente que ocupase su trono después de él. Nunca faltaría un «hijo de David» que heredase el trono. A pesar de los múltiples fracasos de la nación de Israel y de las apostasías de sus reyes, el ángel Gabriel anuncia a María que ella será la madre del heredero del trono de David (Lc. 1:30-33).
Otra ampliación del pacto abrahámico es la revelación del nuevo pacto (Jer. 31:27-40). El nuevo pacto es incondicional en el sentido de que descansa sobre las promesas de Dios. Dios promete perdón de pecados, regeneración y una nueva relación con su pueblo. El nuevo pacto amplía la promesa de bendición estipulada por el pacto abrahámico. El nuevo pacto fue inaugurado por el Señor Jesucristo en el Aposento Alto la noche antes de su muerte (Mt. 26:26-29). El nuevo pacto, por lo tanto, tiene por fundamento la sangre de Cristo, es decir, su muerte como sacrificio por el pecado. La Iglesia, como simiente espiritual de Abraham, disfruta de las bendiciones del nuevo pacto. La nación de Israel, o sea, el remanente que pondrá su fe en el Mesías en los postreros días, experimentará el cumplimiento total del nuevo pacto tal como se estipula en Jeremías 31.
El milenio es necesario, por lo tanto, para la realización y el cumplimiento cabal de las promesas hechas por Dios a los patriarcas Abraham, Isaac, Jacob y David. Es necesario, además, para el cumplimiento concreto del nuevo pacto tal como está expresado en Jeremías 31 y en Romanos 11:25-27. El nuevo pacto, entre otras cosas, profetiza la restauración de la nación de Israel. No de cada judío individual, sino de los que componen el conjunto de los que pondrán su fe en el Mesías. La restauración nacional de Israel está profetizada en las Escrituras (Ez. 11:18-21; 20:33-38; 34:11-16; 39:25-29; Os. 1:10-11; Jl. 3:17-21; Am. 9:11-15; Mi. 4:4-7; Zac. 8:4-8). De modo que las Escrituras profetizan una restauración de la nación de Israel relacionada con el cumplimiento en dicho pueblo de las promesas del nuevo pacto. El milenio es el tiempo ideal para el cumplimiento de dicha promesa.
Otro tema de vital importancia relacionado con el milenio es de naturaleza cristológica. Cristo vino a la tierra la primera vez a proveer salvación para los pecadores (Lc. 19:10). En su primera venida, el Señor se humilló más allá de lo que la mente humana podría imaginarse. Si bien es cierto que después de su resurrección fue exaltado a la diestra del Padre, no es menos cierto que la humanidad como tal no lo ha reconocido como Rey de reyes y Señor de señores. Los reinos del mundo aún son gobernados por el maligno (1 Jn. 5:19). La historia confirma que las naciones de la tierra siguen en rebeldía contra Dios. No hay ningún gobierno humano que esté sometido a la autoridad del Mesías. El milenio será el tiempo en que el Mesías gobernará a las naciones con vara de hierro (Sal. 2:9; Ap. 2:26, 27; 12:5; 19:15). Cuando Cristo vino la primera vez, el gobierno humano lo clavó en una cruz (Jn. 19:17-30). Cuando venga la segunda vez, el Mesías destruirá el poderío gentil (Dn. 2, 7; Ap. 19:11-21) y la gloria de su persona y de sus atributos serán exhibidos en toda la tierra. El profeta Habacuc anuncia que viene el día en que «la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar» (Hab. 2:14; véase Is. 11:9). La profecía de Habacuc se cumplirá perfectamente durante el reino del Mesías.
Resumiendo. El milenio tiene tanto base exegética como teológica. La Biblia enseña que Dios ha creado la tierra y sus habitantes para manifestar su reino dentro del tiempo y la historia. Esa realidad aún no ha tenido su cumplimiento. Habrá una era de gloria en la tierra en la que habrá paz y justicia. Esa era es profetizada en el Antiguo Testamento (Is. 11, 35, 60-65; Mi. 4; Zac. 14). Apocalipsis 19:11-20:6 enseña que esa época de paz será posterior a la segunda venida de Cristo a la tierra. Durante esa era, Satanás estará encerrado en el abismo y no podrá engañar a las naciones. Finalmente, Apocalipsis 20:4-6 revela que ese período glorioso durará mil años.
20:7, 8
«Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar».
El apóstol Juan reitera en el versículo 7 la duración exacta del confinamiento de Satanás. Obsérvese el artículo determinado «los» (ta). Dicho artículo se usa para identificar el hecho de que se refiere a los mismos «mil años» mencionados previamente en los versículos 2-6. Satanás no tendrá actividad alguna en la tierra durante los mil años que dura su encarcelamiento. La frase «cuando...se cumplan» o mejor, «cuando...se hayan cumplido» es una cláusula temporal futura indefinida en la que el adverbio «cuando» (hótan) va seguido del verbo «hayan cumplido» (telesthei) que es el aoristo subjuntivo, voz pasiva de teleo. El aoristo subjuntivo tiene función de futuro. «Satanás será suelto de su prisión». Nótese que el texto reitera el hecho de que Satanás permanece en «prisión» por mil años. La idea del versículo es que Satanás no será soltado de su prisión (el abismo) sino hasta que los mil años se hayan cumplido.
El soltar de Satanás fue anticipado en el versículo 3. Quizá la explicación más razonable de esta más bien extraña libertad condicional es para dejar bien claro que ni los planes de Satanás, ni las desviaciones del corazón humano serán alteradas por el simple discurrir del tiempo. Una vez suelto de su prisión, Satanás reanudará sus actividades donde las dejó, y los hombres se enrolarán en su causa.
Aunque el texto no lo especifica, puede asumirse que Satanás es suelto de su prisión por un acto soberano de Dios. Es evidente que Dios tiene un propósito concreto tanto en atar como en soltar a Satanás. El texto dice que fue atado con el propósito de «que no engañase más a las naciones». El hecho de ser suelto pone de manifiesto que su enemistad contra Dios es la misma que antes de ser atado. También se hace patente el hecho de que el corazón humano no regenerado continúa con la misma actitud de rebeldía contra Dios.
«Y saldrá a engañar a las naciones». El verbo «saldrá» (exeleúsetai) es el futuro indicativo, voz media de exérchomai. Satanás saldrá por su propia iniciativa con el propósito de «engañar» (planeisai). Este verbo es el aoristo infinitivo, voz activa de planáo, que significa «desviar», «engañar». El aoristo infinitivo expresa propósito. «Las naciones» (ta éthnei) no se refiere al mismo grupo mencionado en Apocalipsis 16:14. Durante el milenio la población de la tierra aumentará considerablemente. Los redimidos que entren en el reino con cuerpos naturales se reproducirán. Los niños que nacerán durante la era del reino tendrán que poner su fe en el Mesías para nacer de nuevo. Algunos de ellos creerán y serán salvos. Otros profesarán creer pero será una falsa profesión. Son estos quienes serán engañados por Satanás.
La expresión «los cuatro ángulos de la tierra» es una figura de dicción que destaca universalidad. El engaño satánico se extenderá por toda la tierra (véanse Ap. 7:1; Is. 11:2). En este punto es necesario aclarar que cuando el texto habla de «Satanás» está incluyendo a todos los demás espíritus o ángeles caídos que fueron expulsados con él desde el cielo en Apocalipsis 12:7-9. Estos fueron confinados con Satanás en el abismo, y serán soltados con él al mismo tiempo.
El apóstol Juan llama a las naciones «Gog y Magog», nombres que no parecen referirse a un punto geográfico concreto, sino a la totalidad de las naciones que son engañadas por Satanás y se juntan para intentar la captura de Jerusalén. Es triste decirlo, pero los incrédulos existirán en un crecido número entre las generaciones posteriores a la que poblará la tierra inicialmente en el milenio.
El propósito de Satanás es: «reunirlos para la batalla». El maligno persiste en oponerse a Dios. Satanás consigue reunir un número considerable de inconversos para enfrentarse a Dios. Debe observarse una vez más que todas las veces que Juan desea mencionar una cifra indeterminada lo hace de una manera llana y natural: «el número de los cuales es como la arena del mar». Aquí el apóstol usa un símil para destacar que los seguidores de Satanás serán muchos. La figura «como la arena del mar» comunica de manera objetiva lo que de otro modo sería una expresión abstracta. Ese es el patrón usado por Juan a través del Apocalipsis. Las figuras de dicción pueden y deben interpretarse de manera normal para hacer justicia al texto.
El diablo se prepara para ejecutar lo que será su último intento contra el Mesías y contra su reino. El texto claramente da a entender que se trata de un acontecimiento escatológico. Después de esto, el maligno (y sus ejércitos de ángeles caídos) será echado para siempre en el lago de fuego.
20:9
«Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió». El sujeto del verbo «subieron» (anébeisan) es el conjunto de los seguidores de Satanás, denominado por Juan como «las naciones», «Gog y Magog». Un numerosísímo ejército marcha en dirección al centro mismo del reino del Mesías. El apóstol lo llama «el campamento de los santos». La expresión «la ciudad amada» es, probablemente, sinónima con «el campamento de los santos». La referencia es a la Jerusalén celestial, o Nueva Jerusalén, la ciudad que será el centro del gobierno milenial (Is. 2:3; Jer. 3:17).
El osado intento satánico de apoderarse del reino del Mesías termina en un rotundo y catastrófico fracaso: «y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió». Los seres humanos que despreciaron la gracia de Dios y las bendiciones del reino perecen consumidos por el fuego. Fuego del cielo como instrumento de castigo divino es bien conocido (véanse Gn. 19:24; Lv. 9:54; 10:2; Ez. 38:22; 39:6; 2 R. 1:10, 12;). Es una culminación adecuada de esta última batalla con Satanás y sus ejércitos.
El intento de Satanás debe ser de muy corta duración a juzgar por la escueta frase «y los consumió» (kal katéphagen autoús). El verbo es el aoristo indicativo, voz activa de katesthío, que significa «consumir completamente», «devorar del todo». Dicho aoristo realiza una función profética en este contexto. Los ejércitos de Satanás serán fulminados de manera sumarísima.
20:10
«Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y al falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos». Obsérvese que la última rebelión organizada por Satanás no termina con una batalla sino que termina en juicio. No sólo se efectúa un juicio contra los seguidores de Satanás, sino contra el mismo diablo. La frase «el diablo que los engañaba» (ho diábolos ho planon) literalmente significa «el diablo el engañador». Una de las actividades más asiduas de Satanás es la de engañar, particularmente a los hombres. El acto de lanzar a Satanás al lago de fuego es, sin duda, efectuado por el Soberano Dios del cielo. El lago de fuego está «preparado para el diablo y sus ángeles» (Mt. 25:41). El tormento de Satanás, sus ángeles y sus seguidores es por los siglos de los siglos. El texto usa la expresión «día y noche por los siglos de los siglos». Esta frase es una figura de dicción que expresa la continuidad y la eternidad del castigo al que el maligno y sus seguidores serán sometidos. Recuérdese que en Apocalipsis 12:7-9, Satanás es echado fuera del cielo a la tierra. En los capítulos 12-18 del Apocalipsis, el diablo actúa en la tierra en conjunción con la bestia y el falso profeta. En Apocalipsis 20:1-3, el enemigo de Dios es confinado en el abismo, es decir, el mismo lugar donde estaban los demonios que fueron soltados para que actuasen durante el juicio de la quinta trompeta (Ap. 9:1-12). Finalmente, después de ser desatado por un tiempo breve, Satanás es condenado a permanecer en el lago de fuego constantemente por toda la eternidad. La expresión «lago de fuego» describe un lugar de tormento. Es difícil para la mente humana comprender la magnitud del castigo de Satanás. El texto sí deja claro que Satanás no volverá a actuar jamás ni podrá seguir promoviendo su reino de tinieblas.
20:11
«Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos». La expresión «y vi» (kai eidon) aparece por sexta vez en el contexto (19:11-20:15). Dicha fórmula sugiere una progresión de visiones a través de la cual el apóstol contempla una serie de hechos que abarcan desde la manifestación en gloria del Señor Jesucristo en Armagedón hasta el juicio final que tendrá lugar después del milenio. Todos estos cuadros proféticos son escatológicos, es decir, tienen que ver con los acontecimientos relacionados con la consumación del plan de Dios con su creación.
El apóstol Juan vio «un gran trono blanco». Este es el trono de la majestad divina. Es «grande» (mégan) en comparación con todos los otros tronos (Ap. 20:4). El color «blanco» (leukon) sugiere pureza, santidad y justicia. El trono es blanco por su despliegue de la gloria y la majestad de Dios. El trono es, sin duda, un estrado de juicio. Dios juzga con toda justicia y santidad (Ap. 15:3; 16:5).
«Y al que estaba sentado en él». El Juez de la humanidad es el Señor Jesús. A Él le ha sido dada toda potestad para juzgar (Dn. 7:26; Jn. 5:22-27; Hch. 17:30, 31). El hecho de estar «sentado» sugiere que tiene control sobre todas las cosas después de su rotunda victoria sobre todas las fuerzas del mal. La gloria y majestad del gran Juez es de tal magnitud que delante de Él «huyeron la tierra y el cielo». Esto significa, simplemente, que todo lo creado desaparecerá de la vista con el fin de resaltar la presencia tanto del Juez como del trono. La tierra y el cielo presentes NO serán destruidos por Dios, como algunos enseñan, si no renovados (purificados) por fuego (2 P. 3:10; Ap. 16; Ap. 20:9). El Creador de la presente creación tiene potestad y poder dinámico para regenerar la antigua creación. La frase «y ningún lugar se encontró para ellos» es lenguaje figurado, una manera de recalcar la desaparición de la vista de la creación con el fin de poner en primer plano la presencia tanto del Juez como del trono.
Apocalipsis 20:11 a menudo se malinterpreta para hacer que signifique que la tierra y los cielos que tenemos ahora dejarán de existir, pero el pasaje no enseña esto. El significado de éphygen, traducido aquí como «huyeron», es «huir» o «esfumarse». Se usa tanto de forma figurada como literal. Que su uso aquí es figurado es claro por su uso también en Apocalipsis 6:14 y 16:20 donde, si se toma literalmente como algunos lo harían en Apocalipsis 20:11, deberíamos tener el cese de la existencia de los cielos y cada isla y montaña bajo el sexto sello, y de nuevo bajo la séptima copa. Este no podría ser el caso, ya que todos son eternos, como lo demuestran los siguientes pasajes que mencionan: islas (Sal. 72:8-10, 17; 97:1-6; Is. 42:1-4, 8-12; 51: 5; 60: 9; 66:18-24); montañas (Gé. 49:26; Sal.125:1; Is. 42:10-12; 52:7; Neh. 1:15; Hab. 3:6); tierra (Sal. 78:69, 104:5, Ec. 1:4); cielo (Sal. 89:29; 119:89). Ejemplos de lenguaje figurado concerniente al cielo y la tierra se pueden ver en los Salmos y en Isaías (Sal. 18:7; 60:2; 68:8; Is. 44:23; 54:10; 55:12; 64:1-3). El sentido del lenguaje que mencionan las cosas que «huyen» o se «desvanecen» en Apocalipsis 6:14, 16:20, y 20:11, es figurado, no literal.
20:10
«Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y al falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos». Obsérvese que la última rebelión organizada por Satanás no termina con una batalla sino que termina en juicio. No sólo se efectúa un juicio contra los seguidores de Satanás, sino contra el mismo diablo. La frase «el diablo que los engañaba» (ho diábolos ho planon) literalmente significa «el diablo el engañador». Una de las actividades más asiduas de Satanás es la de engañar, particularmente a los hombres. El acto de lanzar a Satanás al lago de fuego es, sin duda, efectuado por el Soberano Dios del cielo. El lago de fuego está «preparado para el diablo y sus ángeles» (Mt. 25:41). El tormento de Satanás, sus ángeles y sus seguidores es por los siglos de los siglos. El texto usa la expresión «día y noche por los siglos de los siglos». Esta frase es una figura de dicción que expresa la continuidad y la eternidad del castigo al que el maligno y sus seguidores serán sometidos. Recuérdese que en Apocalipsis 12:7-9, Satanás es echado fuera del cielo a la tierra. En los capítulos 12-18 del Apocalipsis, el diablo actúa en la tierra en conjunción con la bestia y el falso profeta. En Apocalipsis 20:1-3, el enemigo de Dios es confinado en el abismo, es decir, el mismo lugar donde estaban los demonios que fueron soltados para que actuasen durante el juicio de la quinta trompeta (Ap. 9:1-12). Finalmente, después de ser desatado por un tiempo breve, Satanás es condenado a permanecer en el lago de fuego constantemente por toda la eternidad. La expresión «lago de fuego» describe un lugar de tormento. Es difícil para la mente humana comprender la magnitud del castigo de Satanás. El texto sí deja claro que Satanás no volverá a actuar jamás ni podrá seguir promoviendo su reino de tinieblas.
20:11
«Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos». La expresión «y vi» (kai eidon) aparece por sexta vez en el contexto (19:11-20:15). Dicha fórmula sugiere una progresión de visiones a través de la cual el apóstol contempla una serie de hechos que abarcan desde la manifestación en gloria del Señor Jesucristo en Armagedón hasta el juicio final que tendrá lugar después del milenio. Todos estos cuadros proféticos son escatológicos, es decir, tienen que ver con los acontecimientos relacionados con la consumación del plan de Dios con su creación.
El apóstol Juan vio «un gran trono blanco». Este es el trono de la majestad divina. Es «grande» (mégan) en comparación con todos los otros tronos (Ap. 20:4). El color «blanco» (leukon) sugiere pureza, santidad y justicia. El trono es blanco por su despliegue de la gloria y la majestad de Dios. El trono es, sin duda, un estrado de juicio. Dios juzga con toda justicia y santidad (Ap. 15:3; 16:5).
«Y al que estaba sentado en él». El Juez de la humanidad es el Señor Jesús. A Él le ha sido dada toda potestad para juzgar (Dn. 7:26; Jn. 5:22-27; Hch. 17:30, 31). El hecho de estar «sentado» sugiere que tiene control sobre todas las cosas después de su rotunda victoria sobre todas las fuerzas del mal. La gloria y majestad del gran Juez es de tal magnitud que delante de Él «huyeron la tierra y el cielo». Esto significa, simplemente, que todo lo creado desaparecerá de la vista con el fin de resaltar la presencia tanto del Juez como del trono. La tierra y el cielo presentes NO serán destruidos por Dios, como algunos enseñan, si no renovados (purificados) por fuego (2 P. 3:10; Ap. 16; Ap. 20:9). El Creador de la presente creación tiene potestad y poder dinámico para regenerar la antigua creación. La frase «y ningún lugar se encontró para ellos» es lenguaje figurado, una manera de recalcar la desaparición de la vista de la creación con el fin de poner en primer plano la presencia tanto del Juez como del trono.
Apocalipsis 20:11 a menudo se malinterpreta para hacer que signifique que la tierra y los cielos que tenemos ahora dejarán de existir, pero el pasaje no enseña esto. El significado de éphygen, traducido aquí como «huyeron», es «huir» o «esfumarse». Se usa tanto de forma figurada como literal. Que su uso aquí es figurado es claro por su uso también en Apocalipsis 6:14 y 16:20 donde, si se toma literalmente como algunos lo harían en Apocalipsis 20:11, deberíamos tener el cese de la existencia de los cielos y cada isla y montaña bajo el sexto sello, y de nuevo bajo la séptima copa. Este no podría ser el caso, ya que todos son eternos, como lo demuestran los siguientes pasajes que mencionan: islas (Sal. 72:8-10, 17; 97:1-6; Is. 42:1-4, 8-12; 51: 5; 60: 9; 66:18-24); montañas (Gé. 49:26; Sal.125:1; Is. 42:10-12; 52:7; Neh. 1:15; Hab. 3:6); tierra (Sal. 78:69, 104:5, Ec. 1:4); cielo (Sal. 89:29; 119:89). Ejemplos de lenguaje figurado concerniente al cielo y la tierra se pueden ver en los Salmos y en Isaías (Sal. 18:7; 60:2; 68:8; Is. 44:23; 54:10; 55:12; 64:1-3). El sentido del lenguaje que mencionan las cosas que «huyen» o se «desvanecen» en Apocalipsis 6:14, 16:20, y 20:11, es figurado, no literal.
20:12
«Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras». Juan usa nuevamente la expresión «y vi», indicando una secuencia de visiones desde Apocalipsis 19:11. «Los muertos» (tous nekroús) ser refiere a seres «sin vida», alguien que ha exhalado su último aliento. Este sustantivo se refiere aquí a todos los que no tienen parte en la primera resurrección, es decir, se limita a personas no redimidas. El pasaje, de manera natural, sugiere que sólo los injustos están presentes en dicho juicio.
«Grandes y pequeños» es una figura de dicción usada para indicar que el juicio del Gran Trono Blanco no diferenciará entre categorías sociales. Nadie es tan importante que será inmune de juicio, ni tan insignificante para que este juicio le sea impropio.
«De pie ante Dios», literalmente, «de pie delante del trono». Recuérdese que a estos se les llama «los muertos» al comienzo del versículo. El hecho de que ahora están «de pie delante del trono» debe significar que han sido resucitados. De ser así, entonces se trata de una segunda clase de resurrección en contraste con la «primera resurrección» de Apocalipsis 20:5. La primera resurrección es para vida. Esta resurrección (segunda) tiene que ser para muerte o condenación eterna. Están de pie porque han de escuchar en breve el veredicto divino.
«Y los libros fueron abiertos», literalmente, «Y libros fueron abiertos». Los rollos expuestos contienen los registros de las obras de quienes están allí para ser juzgados. Los primeros libros en ser abiertos son los libros de los registros, conteniendo todas las evidencias que el tribunal necesita si los hombres han de ser juzgados por sus obras. Las obras registradas en los rollos no son el factor decisivo para determinar el destino eterno de quienes son juzgados sino lo que hicieron respecto al Mesías.
«Y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida». La designación «el libro de la vida» aparece varias veces en el Apocalipsis (véase Ap. 3:5; 13:8; 17:8; 21:27). El libro de la vida contiene los nombres de todos los que han puesto su fe en el Mesías. El libro de la vida es abierto para que los que están de pie delante del trono vean que sus nombres no están inscritos en dicho libro y, por lo tanto, no pertenecen al Mesías. Los rollos de las obras son desenrollados para que cada uno reciba el grado de condenación que merece. La salvación es un regalo de Dios que se recibe exclusivamente por la fe (Ef. 2:8, 9). Las obras guardan relación con los galardones que los creyentes han de recibir (Ef. 2:10; 1 Co. 3:11-5; He. 11:6) y con el grado de condenación que aguarda a los inconversos.
Aquellos que comparecen delante del trono de Dios en Apocalipsis 20:12 no pusieron su fe en Cristo y, por lo tanto, sus nombres no están inscritos en el libro de la vida. De manera que «fueron juzgados.. por las cosas escritas en los libros, según sus obras». El justo juicio de Dios será aplicado a cada uno de aquellos individuos. Rechazaron el regalo de la salvación y son juzgados «según sus obras». Las obras no salvan, pero determinan el grado de condenación del inconverso y la magnitud de la recompensa del creyente.
20:13
«Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras». Este versículo sugiere que el mar representa el lugar de los que murieron y no fueron enterrados, mientras que la muerte y el Hades representan la realidad de morir y la condición en la que se entra con la muerte (véase Ap. 1:18; 6:8). Obsérvese el uso del verbo «entregar» para describir la resurrección de los inicuos. El creyente descansa en el Señor a la hora de la muerte mientras que del inconverso se dice sólo que «ha fallecido». Lucas 16:22 dice que el mendigo Lázaro murió «y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham... » Del rico se dice: «Y murió ... y fue sepultado». La diferencia entre la muerte de ambos, sin duda, radica en la relación que cada uno tenía con Dios. De nuevo, el texto destaca la naturaleza del juicio: «Y fueron juzgados cada uno según sus obras». Este juicio no es para hacer un saldo entre las buenas obras y las malas. El creyente ha pasado de muerte a vida (Jn. 5:24). El inconverso que muere en su pecado, muere en condenación y será juzgado «según sus obras» para determinar el grado de su condenación.
20:14
«Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda». Pablo dice en 1 Corintios 15:26: «Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte». La muerte ha sido el azote de la humanidad «porque la paga del pecado es muerte» (Ro. 6:23). El Hades es el lugar donde van los muertos. Pero, a la postre, «la muerte y el Hades» (ho thánatos kai ho háideis) son lanzados al lago de fuego. «El lago de fuego» es el infierno o el lugar de condenación final. Es equivalente a la muerte segunda. Lagos de fuego son una realidad existente en el universo físico, como muchos astrónomos pueden atestiguar. Sin ir más lejos, el sol es uno de estos lagos de fuego. Esta realidad debiera ayudarle al limitado entendimiento humano a comprender cómo será el castigo eterno. La «muerte segunda» es la separación eterna del individuo de la comunión con Dios.
El hombre, a causa del pecado, nace muerto «en delitos y pecados» (Ef. 2:1). Cristo vino al mundo a salvar a los pecadores (1 Ti. 1:15). Esa salvación se recibe como un regalo de la gracia de Dios mediante la fe en Jesucristo (Ef. 2:8, 9). La salvación, sin embargo, se recibe aquí en este mundo. Quien pasa a la eternidad sin haber recibido el regalo de la salvación experimentará la muerte segunda.
20:15
«Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego». Este texto es, en cierto sentido, una expresión de Juan 3:16: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».
Aquellos cuyos nombres no están inscritos en el libro de la vida son los que rechazaron el amor de Dios y no pusieron su fe en Cristo. El resultado de dicha acción es la perdición eterna. El mismo apóstol Juan dice: «El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida» (1 Jn. 5:12). Podría decirse que el que tiene al Hijo tiene también su nombre inscrito en el libro de la vida, pero el que no tiene al Hijo de Dios será lanzado al lago de fuego y sufrirá la muerte segunda.
«De pie ante Dios», literalmente, «de pie delante del trono». Recuérdese que a estos se les llama «los muertos» al comienzo del versículo. El hecho de que ahora están «de pie delante del trono» debe significar que han sido resucitados. De ser así, entonces se trata de una segunda clase de resurrección en contraste con la «primera resurrección» de Apocalipsis 20:5. La primera resurrección es para vida. Esta resurrección (segunda) tiene que ser para muerte o condenación eterna. Están de pie porque han de escuchar en breve el veredicto divino.
«Y los libros fueron abiertos», literalmente, «Y libros fueron abiertos». Los rollos expuestos contienen los registros de las obras de quienes están allí para ser juzgados. Los primeros libros en ser abiertos son los libros de los registros, conteniendo todas las evidencias que el tribunal necesita si los hombres han de ser juzgados por sus obras. Las obras registradas en los rollos no son el factor decisivo para determinar el destino eterno de quienes son juzgados sino lo que hicieron respecto al Mesías.
«Y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida». La designación «el libro de la vida» aparece varias veces en el Apocalipsis (véase Ap. 3:5; 13:8; 17:8; 21:27). El libro de la vida contiene los nombres de todos los que han puesto su fe en el Mesías. El libro de la vida es abierto para que los que están de pie delante del trono vean que sus nombres no están inscritos en dicho libro y, por lo tanto, no pertenecen al Mesías. Los rollos de las obras son desenrollados para que cada uno reciba el grado de condenación que merece. La salvación es un regalo de Dios que se recibe exclusivamente por la fe (Ef. 2:8, 9). Las obras guardan relación con los galardones que los creyentes han de recibir (Ef. 2:10; 1 Co. 3:11-5; He. 11:6) y con el grado de condenación que aguarda a los inconversos.
Aquellos que comparecen delante del trono de Dios en Apocalipsis 20:12 no pusieron su fe en Cristo y, por lo tanto, sus nombres no están inscritos en el libro de la vida. De manera que «fueron juzgados.. por las cosas escritas en los libros, según sus obras». El justo juicio de Dios será aplicado a cada uno de aquellos individuos. Rechazaron el regalo de la salvación y son juzgados «según sus obras». Las obras no salvan, pero determinan el grado de condenación del inconverso y la magnitud de la recompensa del creyente.
20:13
«Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras». Este versículo sugiere que el mar representa el lugar de los que murieron y no fueron enterrados, mientras que la muerte y el Hades representan la realidad de morir y la condición en la que se entra con la muerte (véase Ap. 1:18; 6:8). Obsérvese el uso del verbo «entregar» para describir la resurrección de los inicuos. El creyente descansa en el Señor a la hora de la muerte mientras que del inconverso se dice sólo que «ha fallecido». Lucas 16:22 dice que el mendigo Lázaro murió «y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham... » Del rico se dice: «Y murió ... y fue sepultado». La diferencia entre la muerte de ambos, sin duda, radica en la relación que cada uno tenía con Dios. De nuevo, el texto destaca la naturaleza del juicio: «Y fueron juzgados cada uno según sus obras». Este juicio no es para hacer un saldo entre las buenas obras y las malas. El creyente ha pasado de muerte a vida (Jn. 5:24). El inconverso que muere en su pecado, muere en condenación y será juzgado «según sus obras» para determinar el grado de su condenación.
20:14
«Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda». Pablo dice en 1 Corintios 15:26: «Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte». La muerte ha sido el azote de la humanidad «porque la paga del pecado es muerte» (Ro. 6:23). El Hades es el lugar donde van los muertos. Pero, a la postre, «la muerte y el Hades» (ho thánatos kai ho háideis) son lanzados al lago de fuego. «El lago de fuego» es el infierno o el lugar de condenación final. Es equivalente a la muerte segunda. Lagos de fuego son una realidad existente en el universo físico, como muchos astrónomos pueden atestiguar. Sin ir más lejos, el sol es uno de estos lagos de fuego. Esta realidad debiera ayudarle al limitado entendimiento humano a comprender cómo será el castigo eterno. La «muerte segunda» es la separación eterna del individuo de la comunión con Dios.
El hombre, a causa del pecado, nace muerto «en delitos y pecados» (Ef. 2:1). Cristo vino al mundo a salvar a los pecadores (1 Ti. 1:15). Esa salvación se recibe como un regalo de la gracia de Dios mediante la fe en Jesucristo (Ef. 2:8, 9). La salvación, sin embargo, se recibe aquí en este mundo. Quien pasa a la eternidad sin haber recibido el regalo de la salvación experimentará la muerte segunda.
20:15
«Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego». Este texto es, en cierto sentido, una expresión de Juan 3:16: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».
Aquellos cuyos nombres no están inscritos en el libro de la vida son los que rechazaron el amor de Dios y no pusieron su fe en Cristo. El resultado de dicha acción es la perdición eterna. El mismo apóstol Juan dice: «El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida» (1 Jn. 5:12). Podría decirse que el que tiene al Hijo tiene también su nombre inscrito en el libro de la vida, pero el que no tiene al Hijo de Dios será lanzado al lago de fuego y sufrirá la muerte segunda.
En el lago de fuego estarán la bestia, el falso profeta, los demonios, Satanás y todos los seres humanos que se sometieron a la voluntad del diablo y se negaron a recibir la salvación provista por el Mesías.
Resumen y Conclusión
El capítulo 20 del Apocalipsis es uno de los pasajes más importantes y más controvertidos de toda la Biblia. El punto principal de la polémica radica en que la expresión «mil años» aparece seis veces en los versículos 2-7 de dicho capítulo. Hay quienes entienden que dicha expresión se refiere a un período indefinido de tiempo que comprende desde la primera hasta la segunda venida de Cristo.
Un estudio objetivo y exegético de dicho capítulo, basado en una hermenéutica normal, natural o literal, aporta una interpretación diferente. Los «mil años» son un período de tiempo concreto que se corresponde con el reinado terrenal del Mesías, es decir, el milenio. Durante la era milenial tendrá lugar la más estupenda manifestación de la gloria divina en la historia de la humanidad dentro de los límites del tiempo. La gloria divina que será manifestada en el milenio sólo será superada por la que será revelada durante el reino eterno del Señor cuando Dios renueve todas las cosas.
Algunos expositores entienden que Apocalipsis 20:1-10 es una recapitulación de los acontecimientos narrados en los capítulos anteriores del Apocalipsis. Ese punto de vista pasa por alto la naturaleza misma de libro, cuyo tema central es la venida del Mesías para establecer su reino de paz y justicia en la tierra. También deja de lado el hecho de que la sección de Apocalipsis 19:11-20:15 contiene siete veces la expresión «y vi» (kai eidon). Dicha expresión se usa para indicar una progresión de visiones. El escritor del Apocalipsis, el apóstol Juan, recibe una serie de visiones, comenzando con la manifestación en gloria del Mesías en Armagedón y concluyendo con el juicio final.
Todas esas visiones siguen un progreso en el desarrollo de los acontecimientos de los postreros tiempos: (1) La manifestación en gloria de Cristo; (2) la invitación angelical a las aves del cielo a comer las carnes de los jinetes y sus caballos; (3) la visión de la bestia y sus ejércitos preparados para hacer la guerra al Mesías y la derrota de la bestia; (4) la visión del encadenamiento de Satanás; (5) la visión de los tronos de juicio y del reinado de los santos; (6) la visión del gran trono blanco: y (7) la visión de la resurrección para condenación.
Todos esos acontecimientos siguen una secuencia cronológica que se extiende, como ya se ha indicado, desde el capítulo 19:11 al 20:15 de Apocalipsis. Una hermenéutica histórico-gramatical, natural y contextual que toma en cuenta el uso de las figuras de dicción y del lenguaje apocalíptico del libro resulta en una afirmación de la fe premilenialista. O sea que el Mesías vendrá a inaugurar su reino de paz y de justicia en cumplimiento de las promesas de Dios en los pactos abrahámico, davídico y nuevo. Sólo mediante la alegorización de las profecías se puede llegar a otra conclusión.
Resumen y Conclusión
El capítulo 20 del Apocalipsis es uno de los pasajes más importantes y más controvertidos de toda la Biblia. El punto principal de la polémica radica en que la expresión «mil años» aparece seis veces en los versículos 2-7 de dicho capítulo. Hay quienes entienden que dicha expresión se refiere a un período indefinido de tiempo que comprende desde la primera hasta la segunda venida de Cristo.
Un estudio objetivo y exegético de dicho capítulo, basado en una hermenéutica normal, natural o literal, aporta una interpretación diferente. Los «mil años» son un período de tiempo concreto que se corresponde con el reinado terrenal del Mesías, es decir, el milenio. Durante la era milenial tendrá lugar la más estupenda manifestación de la gloria divina en la historia de la humanidad dentro de los límites del tiempo. La gloria divina que será manifestada en el milenio sólo será superada por la que será revelada durante el reino eterno del Señor cuando Dios renueve todas las cosas.
Algunos expositores entienden que Apocalipsis 20:1-10 es una recapitulación de los acontecimientos narrados en los capítulos anteriores del Apocalipsis. Ese punto de vista pasa por alto la naturaleza misma de libro, cuyo tema central es la venida del Mesías para establecer su reino de paz y justicia en la tierra. También deja de lado el hecho de que la sección de Apocalipsis 19:11-20:15 contiene siete veces la expresión «y vi» (kai eidon). Dicha expresión se usa para indicar una progresión de visiones. El escritor del Apocalipsis, el apóstol Juan, recibe una serie de visiones, comenzando con la manifestación en gloria del Mesías en Armagedón y concluyendo con el juicio final.
Todas esas visiones siguen un progreso en el desarrollo de los acontecimientos de los postreros tiempos: (1) La manifestación en gloria de Cristo; (2) la invitación angelical a las aves del cielo a comer las carnes de los jinetes y sus caballos; (3) la visión de la bestia y sus ejércitos preparados para hacer la guerra al Mesías y la derrota de la bestia; (4) la visión del encadenamiento de Satanás; (5) la visión de los tronos de juicio y del reinado de los santos; (6) la visión del gran trono blanco: y (7) la visión de la resurrección para condenación.
Todos esos acontecimientos siguen una secuencia cronológica que se extiende, como ya se ha indicado, desde el capítulo 19:11 al 20:15 de Apocalipsis. Una hermenéutica histórico-gramatical, natural y contextual que toma en cuenta el uso de las figuras de dicción y del lenguaje apocalíptico del libro resulta en una afirmación de la fe premilenialista. O sea que el Mesías vendrá a inaugurar su reino de paz y de justicia en cumplimiento de las promesas de Dios en los pactos abrahámico, davídico y nuevo. Sólo mediante la alegorización de las profecías se puede llegar a otra conclusión.