Apocalipsis Capítulo 9



Los juicios de las siete trompetas (continuación) (Apocalipsis 9:1-21)

El libro del Apocalipsis concierne a la revelación de Jesucristo, es decir, su manifestación visible, corporal, literal y judicial. Su segunda venida a la tierra será precedida de los juicios contenidos en el rollo sellado con siete sellos. Cristo es el único digno de romper los sellos que guardan el contenido del rollo. De modo que Él es quien revela y ordena que se ejecuten los juicios que destruirán el reino de tinieblas para que haga su entrada el reino de paz, justicia, santidad y gloria del Mesías.

Los juicios están divididos en tres series consecutivas: Los sellos, las trompetas y las copas. Las siete copas están contenidas en la séptima trompeta y las siete trompetas constituyen el séptimo sello. De manera que el rollo contiene la totalidad de los juicios.

El capítulo 8 trata de la apertura del séptimo sello que a su vez da paso a los juicios de las siete trompetas. Las primeras cuatro trompetas ejecutan juicios parciales sobre la naturaleza. La vegetación, el mar, los peces, las aguas potables y el firmamento sufren los embates de los juicios de las cuatro primeras trompetas. Las tres últimas trompetas afectan directamente al hombre. Estos juicios aumentan en intensidad hasta culminar en un dramático crescendo en preparación para el establecimiento del reino milenial de Cristo en la tierra.

Comentario

9:1

«El quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella que cayó del cielo a la tierra; y se le dio la llave del pozo del abismo»
. El toque de la quinta trompeta trae consigo la apertura «del pozo del abismo» de donde salen unas criaturas de aspecto aterrador y con capacidad mortífera. Juan vio «una estrella» (astéra). Es evidente, en este caso, que el sustantivo «estrella» se usa para designar a un ser inteligente como ocurre en Apocalipsis 1:20 (véase Job 38:7). La expresión «que cayó del cielo a la tierra» no significa que Juan vio la estrella en el momento de caer. La forma verbal «cayó» (peptokáta) es el participio perfecto, voz activa de pípto, que significa «caer». Este tiempo verbal es un perfecto dramático. La fuerza de dicho tiempo verbal pone de manifiesto que el vidente no vio una estrella en el acto de caer del cielo a la tierra, sino a una estrella que ya había caído.

La frase «y se le dio la llave del pozo del abismo» ayuda a entender que la mencionada «estrella» representa a una criatura a la que «se le dio» (edóthei uutoi) cierta autoridad. El verbo «dio» (edóthei) es el aoristo indicativo, voz pasiva de didomi, que significa «dar». La voz pasiva aquí tiene una función teológica, indicando que es Dios aquel que da.

La llave del pozo del abismo» sugiere que el personaje que la recibe tiene autoridad delegada para abrir el lugar llamado «pozo del abismo». En el versículo 11, se le identifica como el «rey» de las criaturas que habitan en el pozo del abismo y se le llama «ángel del abismo». Además, dice que en hebreo se llama Abadón y en griego Apolión. Ambos vocablos significan destructor.

«El pozo del abismo» es una expresión que requiere atención. El sustantivo «pozo» (phréar) significa «un agujero profundo en el suelo», «un paso largo y estrecho hundido en la tierra». En los rollos de Qumram el vocablo hebreo sht, «hoyo», de la raíz sht, que significa «ir a la ruina», se usa varias veces y puede ser equivalente a phréar aquí. El vocablo «abismo» (abyssou) significa, literalmente, «profundidad insondable». La idea tras dicho vocablo, al parecer, se relaciona con la existencia de un mundo subterráneo o «bajo mundo» espiritual.

Hay quienes ven en la expresión «pozo del abismo» cierta conexión con las mitologías babilónicas de la creación. Aunque hay puntos de coincidencia entre los relatos de la mitología babilónica y el que aparece en el libro del Génesis, las diferencias son abismales. La mitología babilónica es politeísta y grotesca, mientras que el relato del Génesis es estrictamente monoteísta, sensato y congruente.

El relato mitológico babilónico de la creación se llama Enuma Elish («cuando en lo alto»). Este poema épico presenta, en su primera parte, un relato de cómo era el universo antes de los acontecimientos que culminaron con su creación por el dios Marduk. Según el relato, no había cielo ni tierra. Sólo existía un caos acuoso compuesto de la mezcla de las aguas de Apsu o abismo de agua dulce; Tiamat, o el océano de agua salada; y Mummu, quien podría representar un conglomerado de nubes y rocío.

El relato bíblico en Génesis 1:1-2:3 presenta un cuadro distinto. En primer lugar, recalca la realidad de un Dios creador y soberano. No existen personajes míticos en el relato del Génesis. Sólo Dios existe antes de la creación. En Génesis 1:2 dice: «Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo [tehom], y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas».

Hay quienes creen que el vocablo bíblico «abismo» (tehón) se corresponde con Tiamat del relato babilónico. Tiamat, sin embargo, designa a una persona mientras que tehom nunca se usa en el Antiguo Testamento con esa función. En el Antiguo Testamento, tehom sólo se usa para designar el abismo, el mar, el océano, o cualquier otra masa grande de agua. En el Antiguo Testamento el vocablo tehom se traduce «abismo» en Génesis 1:2; Salmo 33:7 y Salmo 107:26. Es necesario, sin embargo, aclarar que el vocablo «abismo» (abyssos) aparece 25 veces en el texto griego del Antiguo Testamento conocido como la Septuaginta. La mayoría de las veces es la traducción del vocablo hebreo tehom. En Génesis 1:2, «abismo» significa «el mar original», mientras que en el Salmo 47:7, adquiere el significado de «aguas profundas» o «mar insondable»; en el Salmo 71:20, sin embargo, significa «el mundo o esfera de los muertos». En la tradición hebrea, particularmente la que surge en el período intertestamentario, se le asocia con el diluvio original y con el interior de la tierra, donde se encuentran cuerpos que causan inmundicia. El abismo también adquirió el significado de la prisión de los espíritus caídos.

El término «abismo» (abyssos) se usa en el Nuevo Testamento para designar: (1) La habitación de los muertos (Ro. 10:7); (2) la habitación de los demonios (Lc. 8:31); (3) la prisión donde Satanás es retenido por mil años (Ap. 20:3); y (4) la habitación de la Bestia (Ap. 11:7; 17:8); y (5) el reino de Abadón (Ap. 9:11). El pozo del abismo está habitado por criaturas de aspecto aterrorizador. Dichas criaturas, evidentemente, guardan cierta organización, puesto que «tienen por rey sobre ellos al ángel del abismo» (Ap. 9:11).

La palabra griega (abyssos) aparece siete veces en el Apocalipsis (Ap. 9:1, 2, 11; 11:7; 17:8; 20:1, 3). De estas referencias, concluimos que el pozo del abismo es el lugar de detención de ciertos ángeles malignos. Es allí donde el mismo Satanás es confinado por mil años durante el reinado de Cristo en la tierra antes de ser arrojado por toda la eternidad al lago de fuego y azufre (véanse Mt. 25:41; Ap. 20:10). Como veremos oportunamente, «la bestia que sube del abismo» (Ap. 11:7 y 17:8) no es una referencia a una persona, si no a un príncipe angélico que ha sido confinado en el abismo con miras a ser liberado al tiempo del fin.

9:2

«Y abrió el pozo del abismo, y subió humo del pozo como humo de un gran horno; y se oscureció el sol y el aire por el humo del pozo»
. El ángel simbolizado por la estrella del versículo 1 «abrió» (éinoixen) el pozo del abismo. Hizo uso de la autoridad que le había sido delegada para poner al descubierto el misterio del pozo insondable. «Y subió humo del pozo como humo de un gran horno». El tiempo aoristo de indicativo tanto en el verbo «abrió» (éinoixen), como en «subió» (anébei) sugiere un acto concreto e histórico. El denso humo que asciende del pozo se describe por Juan mediante un símil: «como humo de un gran horno». Evidentemente, el pozo del abismo es un lugar donde hay fuego como lo demuestra el humo que sale de éste. El humo espeso que sale del pozo del abismo produce oscuridad en el sol y en el aire, produciendo, como es de esperarse, contaminación del ambiente.

Las densas nubes de humo que ascienden del abismo traen a la memoria la escena del descenso de Dios sobre el monte Sinaí. Éxodo 19:18 dice que el humo de la montaña se alzó «Como el humo de un horno». Al subir el humo, hace que el sol se oculte y se oscurezca la atmósfera de la tierra.

La diferencia, sin embargo, estriba en el hecho de que el humo que se levanta del pozo del abismo es un humo infernal que surge del sitio donde habitan seres diabólicos que están a punto de ser sueltos con el fin de atormentar a los hombres que persisten en su rebeldía y desafían orgullosamente la autoridad de Dios.

9:3-5

«Y del humo salieron langostas sobre la tierra; y se les dio poder, como tienen poder los escorpiones de la tierra. Y se les mandó que no dañasen a la hierba de la tierra, ni a cosa verde alguna, ni a ningún árbol, sino solamente a los hombres que no tuviesen el sello de Dios en sus frentes. Y les fue dado, no que los matasen, sino que los atormentasen cinco meses; y su tormento era como tormento de escorpión cuando hiere al hombre»
.

A medida que el humo sale del pozo del abismo, también sale un ejército de langostas. El verbo «salieron» (exulthon) es el aoristo indicativo, voz activa de exérchomai, que significa «salir fuera». La presencia de langostas era común en el entorno del medio oriente. Las referidas langostas (akrídes) eran insectos ortópteros, saltadores que se reproducen copiosamente y llegan a constituir verdaderas plagas para la agricultura. El carácter voraz y destructor de las plagas de langostas que con cierta frecuencia atacaban los sembrados de los países del medio oriente sirve de marco histórico para el pasaje bajo consideración. Juan dice que «salieron langostas sobre la tierra», mejor «salieron langostas hacia la tierra». Evidentemente, la idea trasciende el territorio de algunos países y se extiende, más bien, por la superficie del planeta, puesto que los juicios que aquí se contemplan han de afectar globalmente a los hombres «que no tuviesen el sello de Dios en sus frentes».

En el Antiguo Testamento, la plaga de langostas enviada por Dios contra el faraón egipcio (Éx. 10:12-20) fue tan severa que obligó al monarca a pedir perdón (Éx. 10:16, 17). También en el libro de Joel se relata acerca de la plaga de los destructores insectos que acabarían con toda la vegetación (Joel 1:4-7). Una plaga de langostas era vista como un castigo por el pecado.

Las langostas de Apocalipsis 9 no son insectos comunes. En realidad se diferencian de las de Éxodo 10 y las de Joel 1 o las de cualquier otra plaga similar ocurrida en el pasado. Estas langostas son revestidas de «poder» o «autoridad» (exousía) de manera similar al poder o autoridad que tienen los escorpiones de la tierra. Obsérvese la «autoridad» que estas criaturas poseen «se les dio» (edóthei autois). Dios tiene absoluto control de todas las cosas que ocurren a través del drama del Apocalipsis.

Debe observarse que las langostas de Apocalipsis 9 no se comportan como tales sino, más bien, como escorpiones infernales. La picada venenosa del escorpión es proverbial tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento (Ez. 2:6; Lc. 11:12). El escorpión ocupa su lugar con la serpiente y otras criaturas hostiles al hombre, y con ellas simboliza las fuerzas del mal espiritual que están activas en el mundo.

El contexto del pasaje indica inequívocamente que las langostas con características de escorpión mencionadas en estos versículos, son criaturas sobrenaturales que han estado preservadas en el pozo del abismo y destinadas para entrar en acción en tiempos escatológicos. El uso de las figuras «langosta» y «escorpión» se debe a que ambos animales eran sobradamente conocidos en el oriente medio por su carácter destructor y dañino para la vida del hombre. Además, como se ha reiterado a través de este estudio, la utilización de figuras de dicción tiene como uno de sus objetos principales hacer que conceptos abstractos se expresen de manera concreta y facilitar de esa manera su comprensión. No es prudente intentar alegorizar o espiritualizar estas figuras.

El Apocalipsis pone de manifiesto el hecho de que, en los postreros días, sucederán acontecimientos insólitos. Cosas que la humanidad jamás había imaginado tendrán lugar. Entre esas cosas estará la aflicción que un número considerable de seres humanos sufrirá a manos de estas criaturas diabólicas descritas como langostas pero con poder o autoridad de escorpión.

Una de las cosas sorprendentes es el hecho de que dichas criaturas reciben la orden, seguramente de parte de Dios, de «que no dañasen a la hierba de la tierra, ni a cosa verde alguna, ni a ningún árbol». Las plagas de langostas precisamente atacaban a la vegetación (Éx. 10:12-15). Es concretamente lo verde lo que es vedado a estas terribles criaturas de Apocalipsis 9.

«Sino solamente a los hombres que no tuviesen el sello de Dios en sus frentes». El radio de acción de las langostas con autoridad de escorpión es limitado a los nombres que no tienen el sello de Dios en sus frentes. De modo que no podrán hacer daño a los redimidos de la post-tribulación, particularmente a los 144.000 sellados. Los que no tienen el sello de Dios en sus frentes son los adoradores de la Bestia. Ellos han perseguido y afligido a los seguidores de Cristo. Ahora Dios les da su justa retribución.

Obsérvese una vez más el actuar soberano de Dios. La frase «y les fue dado» expresa una función teológica. Es Dios quien ordena la limitación de la autoridad demoníaca de las langostas. Estas atormentarán a los hombres por un período de cinco meses sin llevarlos a la muerte. El apóstol subraya que «su tormento era como tormento de escorpión cuando hiere al hombre». Por lo general, la picada de un escorpión es extremadamente dolorosa, aunque podría no ser mortal. La ponzoña y el veneno que inyecta causan inflamación y severa molestia. Esa realidad histórica es generalmente conocida. El texto bíblico captura esa realidad y dice que el tormento de las criaturas diabólicas sobre los hombres «era como [hos] tormento de escorpión cuando hiere al hombre». Ese tormento tendrá lugar por un período de «cinco meses». Ese es el tiempo de la vida de las langostas. Pero no es por eso que se menciona este espacio de tiempo. No existe razón exegética ni teológica para que esta cifra no sea tomada literalmente. Alegorizarla o espiritualizarla resultaría en una pérdida lamentable de la fuerza del pasaje y destruiría toda la apretada cronología que Dios ha determinado para los últimos tiempos.

Como dijimos anteriormente, Dios ha determinado que todos los eventos relacionados con el fin del siglo (o de la era) transcurran durante 1.335 días (Dn. 12:11, 12). Sin embargo, en el libro de Apocalipsis se nos dice reiteradamente que todos los eventos relacionados con la gran tribulación transcurrirán durante 1.260 días, o cuarenta y dos meses, o un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo, o tres años y medio (Ap. 10:3; 11:3; 12:6, 14; 13:5). Estas expresiones designan el mismo período de tiempo. Pero el Señor nos informa en Mateo 24:22: «Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados». Este acortamiento de los días no significa que no se vaya a cumplir el tiempo asignado para que el Anticristo y Satanás reinen en la tierra, sino que el objeto de su ira les será quitado (por medio del arrebatamiento) antes de que el tiempo asignado a ellos (el Anticristo y Satanás) se agote. Si el Señor no intervieniera para efectuar la resurrección y el arrebatamiento de los santos, «nadie sería salvo». Así que tras el arrebatamiento aún le quedará tiempo al Anticristo y a Satanás para hacer su voluntad en la tierra, pero de una manera muy restringida debido a los juicios de las trompetas. Así que, puesto que el juicio de la quinta trompeta dura cinco meses, los juicios de las trompetas 1, 2, 3, 4 y 6 deben ser de muy corta duración (tanto así que su tiempo ni siquiera se menciona), ya que deben ser parte de los eventos contenidos en el período de 1.260 o tres años y medio, o cuarenta y dos meses. Como veremos en el capítulo 11, la muerte de los dos testigos coincide con el término de los 1.260 días, y la séptima trompeta es tocada tres días y medio después del fin de los 1.260 días (Ap. 11:11). Por lo tanto, todos los eventos posteriores a estos 1.260 días deben transcurrir durante 75 días, para que se completen los 1.335 días de los que habla Daniel 12:12.

La mención de estos «cinco meses», por lo tanto, es de extraordinaria importancia y no debe ser subestimada por el estudiante del Apocalipsis. Esto es lo que el Señor quiere decir cuando al inicio de su revelación habla de «las cosas que deben suceder pronto». Oportunamente comentamos que el vocablo «pronto» no significa que los acontecimientos mencionados ocurrirán en tiempos de Juan o poco después, sino que cuando dichos sucesos tengan lugar acontecerán con una celeridad sorprendente. De manera que la expresión «pronto» no tiene que ver con la fecha de lo que ha de ocurrir, sino con la velocidad de ejecución de los acontecimientos cuando comiencen a suceder.

Ahora es el momento de estudiar el Apocalipsis y todo lo relacionado con los eventos escatológicos, porque cuando estas cosas comiencen a suceder serán tan rápidas que el que no esté preparado para entonces no podrá ponerse a estudiar en aquellos días. «Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?» (Hebreos 2:1-3)

Durante esos cinco meses de «tormento» (basanismós) o castigo, los afectados tienen la oportunidad de arrepentirse y ser salvos mediante la fe en Cristo. La plaga no es un acto de crueldad caprichosa, sino un indicio absoluto de que la maldad no puede continuar indefinidamente sin recibir la retribución divina. Los hombres que experimentan el castigo causado por las langostas con características de escorpión, evidentemente, endurecen el corazón y neciamente rechazan los beneficios de la gracia de Dios.

9:6

«Y en aquellos días los hombres buscarán la muerte, pero no la hallarán; y ansiarán morir, pero la muerte huirá de ellos»
.

A través de los siglos, la muerte ha sido el terror de la humanidad. El hombre, por lo general, ha hecho todo lo posible por alargar sus años en la tierra. La muerte ha sido y sigue siendo un verdadero aguijón para el ser humano. La expresión «y en aquellos días» es enfática. Podría traducirse «y precisamente en los días aquellos». Se refiere, concretamente, a los cinco meses de angustia mencionados en el versículo 5. Durante ese tiempo los hombres buscarán ansiosamente la muerte, pero «no la hallarán». La doble negativa ou mei significa «nunca», «jamás». Los dos verbos «buscarán» (zeitéisousin) y «hallarán» (euréisousin) son el futuro indicativo, voz activa. El futuro indicativo sugiere una acción continua y real en el futuro. Los hombres, continuamente buscarán quitarse la vida por el medio que sea, pero no tendrán éxito. Hay aquí una gran paradoja. Los mismos que persiguieron a los creyentes y los llevaron al martirio, ahora anhelan morir, pero la muerte se escapa de ellos y los abandona para que experimenten en sus propias carnes los sufrimientos de los que son merecedores.

La expresión «y ansiarán morir» está formada de dos verbos. El primero es el futuro indicativo, voz activa de epithyméo, que significa «ansiar», «desear con vehemencia», «anhelar». Pablo usa el sustantivo afín a ese verbo (ephithymía) para expresar su deseo de morir para estar con Cristo. Los hombres de Apocalipsis 9:6 anhelan morir sencillamente porque piensan que de esa manera se acabarán los sufrimientos que experimentan. La gran diferencia es que la muerte para Pablo significaba partir de este mundo para estar en la presencia de Cristo. Para los hombres de Apocalipsis 9:6 la muerte significaría la entrada en la esfera de las tinieblas eternas donde es el lloro y el crujir de dientes (Mt. 25:30).

9:7-11

«El aspecto de las langostas era semejante a caballos preparados para la guerra; en las cabezas tenían como coronas de oro; sus caras eran como caras humanas; tenían cabello como cabello de mujer; sus dientes eran como de leones; tenían corazas como corazas de hierro; el ruido de sus alas era como el estruendo de muchos carros de caballos corriendo a la batalla; tenían colas como de escorpiones, y también aguijones; y en sus colas tenían poder para dañar a los hombres durante cinco meses. Y tienen por rey sobre ellos al ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón, y en griego, Apolión»
.

Obsérvese que en este pasaje Juan usa seis veces el término «como» (hós) y tres veces (en el texto griego) «semejante» (homois). Eso significa que el apóstol está usando la figura de dicción llamada símil para describir la visión que tiene delante porque, evidentemente, de otro modo no podría hacerlo.

En primer lugar, el escritor compara las langostas con un ejército montado preparado para iniciar una guerra, es decir, marchar disciplinadamente y erguidos. Sus cabezas estaban adornadas con algo así como «coronas» (stéphanoi) hechas de algo semejante (hómoioi) al oro. Los rostros de estas criaturas son como los de los seres humanos. Estas criaturas, además, poseen cabello como de mujer y dientes como los de un león. Si bien es cierto que hay algún simbolismo en la descripción que Juan hace de estas criaturas infernales, es importante no dar rienda suelta a la imaginación a la hora de interpretar el significado de las figuras. Las coronas como de oro podrían sugerir la intención de estos seres de conquistar mientras les sea permitido. El hecho de tener rostros como de hombre habla de que no se está describiendo a seres irracionales sino a criaturas inteligentes. Ahora bien, el hecho de que posean cabello como de mujer no parece sugerir femineidad, como opinan algunos. Es improbable que criaturas tan grotescas cuya actividad principal es afligir a los seres humanos durante un período de cinco meses se caractericen por algún atractivo femenino.

Los dientes como de leones sugieren la capacidad voraz y fiera de estas criaturas. Las «corazas como corazas de hierro» sugiere que estos demonios hacen acto de presencia en la tierra como un ejército invencible y preparado para el combate. El ruido de sus alas es intimidante, puesto que se asemeja al «estruendo de muchos carros de caballos corriendo a la batalla». La parte posterior de estas criaturas se describe como «colas como de escorpiones». Sus colas están provistas de aguijones y con ellas torturan a los hombres por un período de cinco meses.

Finalmente, Juan señala el hecho de que al frente de ese ejército diabólico viene su rey, es decir, el «ángel del abismo». Ese hecho revela con claridad que le apóstol no se ha referido a una plaga natural de langostas como las que atacaban los cultivos de las naciones del Oriente Medio. El escritor sagrado describe, más bien, a un ejército sobrenatural compuesto de criaturas infernales que ha habitado el lugar llamado «el pozo del abismo». Su comandante lleva por nombre Abadón en hebreo y Apolión en griego. El sustantivo «Abadón» se usa en el Antiguo Testamento en Job 26:6; 28:22; 31:12; Proverbios 15:11 y Salmo 88:11, y significa «destrucción». El equivalente en griego es «Apolión», que es el participio presente, voz activa, masculino y singular de apollúo, y significa «destructor». Hay quienes asocian el vocablo Apolión con el dios pagano Apolo. Pero cualquiera que sea el origen de su forma griega, el propósito del doble nombre es asegurar que el lector, ya sea que conozca o no algo de hebreo, entienda de qué Juan está hablando cuando posteriormente menciona a «los que destruyen la tierra» (Ap. 11:18). Durante el período de la post-tribulación, los hombres se entregan abiertamente a la adoración de Satanás. Lo triste es que la humanidad adora al mismo que la destruye y la sumerge en la más densa oscuridad.

9:12

«El primer ay pasó; he aquí, vienen aún dos ayes después de esto»
. Este versículo marca el final de los acontecimientos que transcurren durante los juicios de la quinta trompeta, pero, al mismo tiempo, también señala el comienzo de las aflicciones relacionadas con la sexta trompeta. Como se ha observado con anterioridad, los juicios de las trompetas despliegan un crescendo tanto en su alcance como en su intensidad y culminan con el anuncio de la instauración del reino de Cristo en gloria que, a su vez, viene acompañada de los juicios de las copas con los que se consuma la ira de Dios. La severidad de los juicios del primer «ay» debería advertir a «los moradores de la tierra» tocante a la rigurosidad de las dos restantes. Al parecer, la humanidad estará totalmente despreocupada e indiferente respecto a los efectos de dichos juicios tal como lo profetizó el Señor Jesucristo (véase Mt. 24:37-39).

9:13-16 


«El sexto ángel tocó la trompeta, y oí una voz de entre los cuatro cuernos del altar de oro que estaba delante de Dios, diciendo al sexto ángel que tenía la trompeta: Desata a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río Éufrates. Y fueron desatados los cuatro ángeles que estaban preparados para la hora, día, mes y año, a fin de matar a la tercera parte de los hombres. Y el número de los ejércitos de los jinetes era doscientos millones. Yo oí su número».

El toque de la trompeta por el sexto ángel precede a una solitaria voz que se escucha entre los cuatro cuernos del altar de oro. El «altar de oro» debe referirse al mismo mencionado en Apocalipsis 8:3. Los «cuernos del altar» eran simbólicos del poder de Dios.

En 8:3, este altar es el lugar donde se ofrece el incienso con las oraciones de los santos. Aquí se relaciona con el juicio de la sexta trompeta. La implicación es que este juicio igual que los anteriores es parcialmente una respuesta a las oraciones de los santos perseguidos en la tierra y un anticipo de la respuesta divina y la preparación para su liberación.

El texto dice de dónde procede la voz, pero no dice quién la ejecuta. Hay quienes piensan que «una voz» que se escucha es la plegaria unificada de los santos que constantemente se asocia con el altar (Ap. 6:9-11; 8:3, 4). Tampoco parece ser Dios quien emite la voz en 9:13. Lo más prudente, por lo tanto, es entender que la voz procede del ángel que en Apocalipsis 8:3 aparece de pie ante el altar. Debe tenerse presente que, a través del Apocalipsis, hay una extraordinaria actividad angelical. Los ángeles son agentes ejecutores de la voluntad de Dios. La mayoría de los juicios del Apocalipsis son efectuados por medio de ángeles.

La localización exacta del altar de oro es «delante de Dios». En el texto griego la frase es enfática. La voz procede «fuera de [en medio] de los cuernos del altar el de oro el que está delante de Dios». La frase sugiere que el juicio que está a punto de emitirse, como todos los demás, procede del Dios soberano quien ha descubierto su brazo con el fin de mostrar su autoridad delante de la humanidad rebelde. El altar que fuera lugar de reconciliación ahora es el sitio desde donde se emite la orden de juicio.

9:14

La voz que habla «de en medio de los cuatro cuernos del altar de oro» (v. 13) da una orden al sexto ángel que tenía la trompeta: «Desata a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río Éufrates». El verbo «desata» (lyson) es el aoristo imperativo, voz activa de lúo. El aoristo imperativo tiene la función de acción urgente, pero, además, es un aoristo ingresivo que contempla la acción en su comienzo y podría traducirse «deja ir de inmediato», «suelta en seguida».

La frase «los cuatro ángeles» identifica de manera concreta a cuatro seres angelicales, aunque no se dan más detalles tocante a ellos. Tampoco se dice la razón de por qué «están atados junto al gran río Éufrates». Los cuatro ángeles mencionados aquí no son los mismos que aparecen en Apocalipsis 7:1. Los cuatro ángeles de Apocalipsis 9:14 parecen ser cuatro ángeles malignos que son sueltos por la orden dada por la sexta trompeta con el fin de ejecutar los juicios descritos en este pasaje.

Posiblemente, el hecho de estar atados junto al gran río Éufrates se deba a que la visión del pasaje tiene que ver con la invasión organizada por los reyes del oriente (véase Ap. 16:12). El Éufrates es una de las fronteras de la tierra que Dios dio a Abraham (Gn. 15:18), y es el río que los enemigos de Dios cruzarán antes del último conflicto que tendrá lugar previamente al Milenio (Ap. 16:12). El Éufrates era también la frontera oriental del Imperio Romano y, en el Antiguo Testamento, constituía la línea divisoria entre la nación de Israel y sus enemigos en oriente, es decir, Asiria y Babilonia. Fue junto al Éufrates, en la famosa batalla de Carquemis, que Nabucodonosor derrotó primero a los asirios y luego a los egipcios en el año 605 a.C. Será precisamente de las márgenes del Éufrates de donde partirá la gran invasión que culminará en la gran batalla del Armagedón.

9:15

«Y fueron desatados los cuatro ángeles que estaban preparados para la hora, día, mes y año, a fin de matar a la tercera parte de los hombres»
. El sexto ángel cumplió de inmediato la orden recibida. Los cuatro ángeles que estaban retenidos junto al río Éufrates «fueron desatados» (elytheisan). El texto griego es enfático. La frase usada podría traducirse así: «Los cuatro ángeles, es decir, los que están preparados para la hora y día y mes y año para que matasen a la tercera parte de los hombres».

Los cuatro ángeles mencionados en el texto, evidentemente, son los jefes o capitanes del gran ejército de seres malignos designados para matar a la tercera parte de los seres humanos. El texto dice que esos cuatro ángeles «estaban preparados». La forma verbal (heitoimasménoi) es el participio perfecto, voz pasiva de hetoimádso, que significa «preparar». De manera que los cuatro ángeles malignos «habían sido preparados» para cumplir el propósito de Dios. Recuérdese que en el capítulo 9, con el sonido de la quinta trompeta, un ángel maligno abre el pozo del abismo que permite la salida de una plaga de langostas diabólicas que atormentan a la humanidad por cinco meses. Ahora en Apocalipsis 9:15-21, cuatro ángeles infernales son desatados para que entren en acción, pero quien determina cuándo deben actuar es el Dios soberano. Los juicios descritos en el Apocalipsis constituyen una parte esencial del plan eterno de Dios para con su creación con miras al establecimiento de su soberanía en la tierra.

La frase «a fin de matar a la tercera parte de los hombres» sugiere propósito. El verbo «matar» en el griego es apokteínosin, que podría ser presente o aoristo del modo subjuntivo y está precedido de la partícula hína («para») que indica propósito. Las langostas infernales de Apocalipsis 9:5 tienen el propósito de atormentar a los hombres que no tengan el sello de Dios en sus frentes. Los cuatro ángeles de Apocalipsis 9:14, 15 están en un estado de preparación para una ocasión concreta y reciben la orden de matar a la tercera parte de los hombres.

Muchos se asombran cuando leen que Dios ordena la muerte de una cantidad tan grande de seres humanos. Hay quienes lo juzgan como un acto de crueldad o de falta de misericordia de parte de Dios. Tal enjuiciamiento se debe a que los hombres pasan por alto el hecho de que Dios ha sido misericordioso y clemente con el hombre. Su gracia ha sido abundante y su oferta de salvación por la fe en Cristo ha sido ofrecida a través del Evangelio a toda la humanidad. El hombre, sin embargo, se ha negado a acogerse a los beneficios del amor de Dios. Ha rechazado la luz y, por lo tanto, ha escogido permanecer en las tinieblas.

El juicio descrito aquí, el de matar a la tercera parte de los hombres, es uno de los más devastadores de los mencionados en cualquier parte del libro del Apocalipsis antes de la instauración del reino milenial de Cristo. Anteriormente en el cuarto sello, una cuarta parte de la población terrenal es muerta. Aquí una tercera parte adicional es designada para la muerte. Sólo estos dos juicios resultan en la muerte de la mitad de la población mundial, y está claro que además de estos juicios hay una amplia destrucción de la vida humana en otros juicios divinos contenidos en los sellos, las trompetas y las copas. Nunca desde los días de Noé ha habido una proporción tan substancial de la población de la tierra bajo el justo juicio de Dios.

Aunque Apocalipsis 9:15 no específica quiénes son los hombres que mueren como resultado del juicio de la sexta trompeta, es lógico deducir que los afectados serán los clasificados en 8:13 como «los que moran en la tierra». Es decir, esos seres humanos que viven en la tierra totalmente indiferentes y, en muchos casos, hostiles al Evangelio de la gracia de Dios. Son personas que buscan sus propios intereses. Sus mentes y emociones están enraizados en la tierra. No tienen tiempo para Dios. Su actividad religiosa es la idolatría y sus corazones son insensibles a toda verdad espiritual. Cuando el hombre rechaza la gracia de Dios, la única posibilidad abierta delante de él es enfrentarse al juicio venidero (véase Ro. 2:4, 5).

9:16

«Y el número de los ejércitos de los jinetes era doscientos millones. Yo oí su número»
. De manera un tanto brusca, el apóstol Juan presenta ante sus lectores una descripción de los ejecutores del juicio relacionado con la sexta trompeta. Juan no da ninguna explicación tocante al origen de «los ejércitos de los jinetes» mencionados en este versículo. Los cuatro ángeles, una vez liberados, se convierten en una inmensa fuerza de caballería. El relato ofrecido por el apóstol sugiere que existe una relación directa e íntima entre los cuatro ángeles y el sorprendente ejército de doscientos millones de jinetes. Podría ser que cada uno de los ángeles comanda un ejército y de ahí el uso del plural «ejércitos» (ton strateumáton). De modo que los cuatro ejércitos unidos totalizan la tremenda fuerza militar de doscientos millones.

Es difícil determinar la naturaleza de «los ejércitos». Hay expositores que los identifican con seres humanos. Otros, sin embargo, entienden que son seres infernales o demonios. Un estudio del contexto del pasaje y de las actividades de dichos ejércitos inclinan la balanza en favor de que se trata de seres sobrenaturales y no de seres humanos. El versículo 17 apoya la convicción de que se trata de seres sobrenaturales. El hecho de que tanto los caballos como los jinetes «tenían corazas de fuego, de zafiro y de azufre», y además, «las cabezas de los caballos eran como cabezas de leones; y de su boca salían fuego, humo y azufre», es una descripción más apropiada de seres sobrenaturales.

Otro tema de discusión ha sido la literalidad o no del número «doscientos millones» (dismyriádes myriádon), literalmente, «veinte mil de diez mil». Muchos expositores dan por sentado que dicha cifra no puede ser literal. Hay comentaristas, sin embargo, que no ven ninguna dificultad en tomar la mencionada cifra con carácter literal. Dos factores importantes favorecen la literalidad de la cifra «doscientos millones»: (1) El hecho de que se trata de ejércitos compuestos de seres sobrenaturales; y (2) la afirmación categórica del escritor bíblico cuando dice: «Yo oí su número» (éikousa ton arithmom auton). A través del Apocalipsis, cuando Juan ha sido guiado a hablar de una cifra indefinida lo ha hecho con toda candidez (véase Ap. 5:11; 7:9). De modo que pudo haber hecho lo mismo en este caso. Pero el apóstol no sólo menciona la cifra de doscientos millones, sino que seguidamente la ratifica, afirmando que oyó el número de los ejércitos como parte de la revelación recibida.

9:17

En este versículo Juan destaca una vez más la veracidad de su testimonio. El apóstol fielmente expresa: «Así vi en visión los caballos y a sus jinetes», literalmente, «y de esta manera vi los caballos en la visión y sus jinetes sobre ellos». No sólo expresa la realidad de lo que vio (eidon, tiempo aoristo, modo indicativo), sino que también describe la manera cómo lo contempló («de esta manera», hoútos). El escritor declara que los caballos y quienes cabalgaban sobre ellos: (1) «Tenían corazas de fuego, de zafiro y azufre»; (2) «las cabezas de los caballos eran como cabezas de leones»; y (3) «de su boca salían fuego, humo y azufre». La primera descripción, probablemente, se refiera al color de las corazas y no al material del que estaban hechas. La segunda característica mencionada apunta al carácter feroz de los ejércitos infernales. La semejanza de la cabeza de los caballos a la de leones sugiere que el ejército combina la velocidad de los caballos con la apariencia majestuosa de los leones. Los leones en otros pasajes del Apocalipsis manifiestan terror (su rugido en Ap. 10:3), ferocidad (sus dientes en Ap. 9:8) y capacidad para destruir (su boca en Ap. 13:2). Aquí parece destacarse su preeminencia.

La visión que Juan describe en este versículo parece no dejar duda de que los ejércitos capitaneados por los cuatro ángeles son demonios que entran en acción de manera violenta contra los habitantes de la tierra. La ferocidad con la que actúan dichos seres infernales hace pensar que sólo la intervención divina es capaz de limitar la destrucción que causan.



9:18

«Por estas tres plagas fue muerta la tercera parte de los hombres; por el fuego, el humo y el azufre que salían de su boca»
.

El sustantivo «plagas» (pleigon) significa «azotes», «heridas», «calamidades». Este vocablo es aplicado aquí a la triple acción destructiva de los ejércitos infernales. Dicho término se deriva del verbo plésso, que aparece en Lucas 10:30 (traducido «hiriéndole»). En el Apocalipsis aparece en Ap. 9:18, 20; 11:6; 13:3; 15:1, 6, 8; 16:19, 21; 18:4, 8; 21:9; 22:18. En la Septuaginta, se usa en Éxodo 11:1 con referencia a las plagas de Egipto. En este versículo las «plagas» destructivas y mortíferas son el fuego, el humo y el azufre. El efecto final de estas tres plagas es la muerte de «la tercera parte de los hombres» (apektántheisan to tríton ton anthrópon). La referencia es, sin dudas, a la tercera parte de los seres humanos que viven en la tierra durante ese período. La segunda parte del versículo es enfática. Nótese la repetición del artículo determinado en la frase: «por el fuego, el humo y el azufre que salían de su boca» (mejor, «sus bocas»).

Pero el énfasis aquí (vv. 16-19) está en su total carácter demoníaco, extremadamente cruel y desafiante, que no muestra misericordia hacia hombre, mujer o niño. Estos demonios podrían también manifestarse en pestilencias, epidemias o catástrofes al igual que como ejércitos. Eso explicaría el uso de «plagas» para describir esas turbas infernales (versículos 18 y 20, también Ap. 11:6; 16:9, 21).

Tanto el verbo «fue muerta» (apektántheisan) como la naturaleza misma de las plagas («el fuego, el humo y el azufre») sugieren que se trata de muerte física experimentada por un sector considerable de la humanidad. El hecho de que «el fuego, el humo y el azufre» salgan de la boca de los jinetes infernales no es razón para alegorizar el significado del texto. Una interpretación normal del pasaje es tanto deseable como armoniosa con el ambiente del texto. Debe entenderse, pues, que tanto el fuego como el humo y el azufre literalmente salen de las bocas de los seres infernales que Juan describe.

9:19

«Pues el poder de los caballos estaba en su boca y en sus colas; porque sus colas, semejantes a serpientes, tenían cabezas, y con ellas dañaban»
. El apóstol Juan amplía la descripción de los ejércitos diabólicos que como resultado del toque de la sexta trompeta atormentan y matan a una tercera parte de los moradores de la tierra. Dice que «el poder de los caballos estaba en su boca y en sus colas». El vocablo «poder» (exousía) significa «autoridad». Los ejércitos infernales han sido dotados de autoridad para ejecutar sus maléficos actos contra la humanidad incrédula. Juan explica el porqué del carácter destructor de las mencionadas criaturas diciendo: «Porque sus colas, semejantes a serpientes, tenían cabezas, y con ellas dañaban». Es decir, los caballos no sólo hacen daño mediante el fuego, el humo y el azufre procedente de sus bocas, sino que también sus colas poseen capacidades dañinas, puesto que actúan semejantes a serpientes que literalmente muerden con sus bocas.

9:20, 21

«Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar; y no se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus hurtos»
.

El párrafo final del capítulo 9 constituye un resumen triste y elocuente de lo que ha sido la vida del hombre en la tierra. Desde los días de Noé hasta nuestra generación, la mayoría de los seres humanos han vivido de espaldas a Dios. Esa indiferencia espiritual se agudizará en los postreros días hasta el punto de que, a pesar de los sufrimientos y la muerte causada por ejércitos infernales, los hombres se negarán obstinadamente a someterse a Dios y acogerse a su gracia salvadora. Sería de esperar que en medio de todo este sufrimiento los hombres acudieran a Dios y clamaran pidiendo misericordia. Pero el hombre prefiere morir en sus pecados y no pedir perdón a Dios por ellos.

El apóstol Juan es concreto cuando dice: «Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas», literalmente, «y el resto de los hombres, los que no fueron muertos por estas plagas». Es decir, los sobrevivientes de las plagas de fuego, humo y azufre mencionados en los versículos 17 y 18. También los que no murieron como resultado de la aflicción producida por las colas semejantes a serpientes de los caballos infernales.

La actitud de los sobrevivientes se expresa así: «ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos», es decir, permanecieron endurecidos y desafiantes respecto a Dios.

De manera absoluta se negaron a cambiar su conducta, su credo o sus actitudes hacia Dios, que al parecer era lo menos que podían hacer a la luz de lo que el mundo ha acabado de experimentar.

Los sobrevivientes de las plagas producidas como resultado del toque de la sexta trompeta no mostraron la más leve inclinación de cambiar de manera de pensar y de actitud, sino que siguieron haciendo lo que habían practicado durante toda su vida. La expresión «las obras de sus manos» significa idolatría, algo absolutamente abominable delante de Dios.

En lugar de arrepentirse, los sobrevivientes «ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar». El resto de la humanidad se rinde en adoración de los mismos seres diabólicos que causan su muerte y su ruina total. Satanás y sus demonios son los promotores de la idolatría en el mundo (l Cor. 10:19, 20). De modo que adorar ídolos equivale a adorar al mismo Satanás. Las imágenes que los hombres adoran están hechas de materiales diversos. Tal vez haya aquí una sugerencia de que la idolatría está esparcida entre seres humanos de todos los niveles sociales y no sólo entre los pobres e ignorantes. Lo que sí es común a todos los ídolos es su absoluta incapacidad para actuar. No son capaces de ver, ni oír, ni andar. Lo completamente sorprendente es que los hombres abandonen al Dios vivo y verdadero y opten por servir, seguir y adorar a objetos inanimados.

En su ceguera espiritual, la humanidad que sobrevive las calamidades de los juicios de las trompetas se empecina en continuar en sus «homicidios» (ton phónon). El homicidio es un pecado contra la humanidad, y tiene que ver con matar a un semejante que está indefenso, es decir, matarlo a traición o por la espalda. En segundo lugar, el hombre continúa en sus «hechicerías» (ton pharmákon). Este pecado incluye la práctica de la magia, la brujería, el uso de las drogas con fines esotéricos y religiosos. Además, los sobrevivientes persisten en su «fornicación» (porneías), es decir, la práctica de la inmoralidad. Aunque de lo cuatro pecados mencionados en este versículo este es el único que aparece en singular, eso no significa que esta clase de pecado es menos frecuente que los otros, sino que simplemente se resumen muchos actos en uno solo.

Finalmente, los hombres no se arrepienten de sus «hurtos» (klemmáton). Hurtar es sustraer algo que pertenece a otra persona. Este es un pecado muy común en la sociedad moderna a todos los niveles. Tanto hurta el pobre como el rico. Ese pecado ha de persistir hasta el mismo final de la civilización humana. Debe observarse que el pecado de la idolatría es contra Dios. Los pecados mencionados en este versículo (homicidios, hechicerías, fornicación y hurtos) son fundamentalmente pecados contra la humanidad, aunque cada pecado ofende a Dios.

Resumen y Conclusión

Los capítulos 8 y 9 del Apocalipsis ponen de manifiesto los juicios relacionados con las primeras seis trompetas. Los primeros cuatro juicios afectan directamente a la naturaleza. La vegetación, el mar y las criaturas que viven en él, los ríos y las fuentes de agua potable. El sol, la luna y las estrellas también son afectados. Evidentemente, Dios desea llamar la atención de la humanidad, ya que sólo una tercera parte de la naturaleza padece las consecuencias de sus juicios.

Los juicios asociados con las trompetas progresan en una especie de crescendo. La intensidad y la extensión de dichos juicios aumentan a medida que se realiza cada toque de trompeta.

El capítulo 9 desvela los juicios de la quinta y la sexta trompetas. Con la quinta trompeta se abre el pozo del abismo. De allí sale una invasión de langostas infernales que atormentan a la humanidad durante cinco meses. En su desesperación, los hombres buscan la muerte pero no logran morir. La descripción dada por Juan no da lugar a dudas. Se trata de una invasión demoníaca. El jefe de dicha invasión es el ángel del abismo cuyo nombre es Abadón en hebreo y Apolión en griego, es decir, el destructor. Tanto él como su ejército son especialistas en destruir.

La sexta trompeta descubre la actuación de cuatro ángeles que han estado preparados para entrar en acción al frente de ejércitos cuyo número es doscientos millones. Tanto los jinetes como los caballos sobre los que cabalgan emiten a través de sus bocas fuego, humo y azufre. Como resultado de esas plagas, una tercera parte de los habitantes de la tierra muere. A pesar de todas esas calamidades, los seres humanos persisten en sus pecados. La idolatría y el satanismo continúan a un ritmo acelerado.

Los sobrevivientes de los mencionados juicios no sólo actúan contra Dios, sino que también lo hacen contra sus propios semejantes. Practican el homicidio, es decir, asesinan a sus propios semejantes. Continúan en sus hechicerías, o sea, utilizan drogas con fines esotéricos y para actos de brujería. No abandonan la inmoralidad ni los hurtos, sino que persisten en ellos.

El texto da a entender que estos juicios van encaminados a llamar al hombre al arrepentimiento. Dos veces, sin embargo, se destaca el hecho de la dureza del corazón del ser humano. En el versículo 20 dice: «ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos» y en el versículo 21: «Y no se arrepintieron». El rechazo de la luz deja al hombre en las más densas e impenetrables tinieblas espirituales.

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