Apocalipsis Capítulo 21



La Visión de la Creación Renovada y la Nueva Jerusalén (21:1-27)

El tema de la renovación de la antigua creación es tan incomprendido como cualquier otro en la Biblia. Las ideas que prevalecen, en general, son que la venida de Cristo termina todas las cosas en la tierra, que el cielo y la tierra actuales serán aniquilados y dejarán de existir, que el cielo nuevo y la tierra nueva nunca existieron antes, y que los redimidos pasaremos la eternidad en el cielo.

De tal manera que, antes de estudiar el cielo nuevo y la tierra nueva, debemos aclarar cómo es que el cielo y la tierra actuales son purificados por fuego, resultando en su renovación, no su destrucción.

Algunos de los argumentos a favor de que el cielo y la tierra actuales son renovados y no destruidos son los siguientes.

Primero, tenemos el argumento exegético. Una exégesis correcta de Apocalipsis 21:5, «He aquí, yo hago nuevas todas las cosas», sugiere la renovación y/o purificación de la creación—el cielo y la tierra que ahora existen—no su destrucción. En Mateo 19:28 el Señor habla de la «regeneración» como el estado eterno después del milenio. En Hechos 3:21 Pedro habla de la «restauración de todas las cosas». En Romanos 8:19-22 Pablo habla de la «liberación» de la corrupción de la creación actual.

Luego tenemos el argumento teológico. La creencia de que la creación actual será destruida para dar paso a una totalmente nueva sugiere que el propósito divino fue frustrado por el pecado.

También tenemos el argumento cristológico. No es posible que la tierra que fue escenario de la encarnación, el nacimiento, el ministerio, la muerte y la resurrección del Cristo vaya a ser destruida en vez de ser conservada como un testimonio eterno de Su obra.

Luego tenemos el argumento soteriológico y antropomórfico. Existe una analogía entre el hombre redimido y la creación redimida. Así como existe una continuidad entre el cuerpo humano natural con el cuerpo resucitado, existe también una continuidad entre la creación actual y la nueva descrita en el Apocalipsis, en Isaías y en Ezekiel.

Está también el argumento científico. El calor intenso de la conflagración final no destruiría la materia (la creación actual), sino sólo la transformaría en otro tipo de materia.

La comprensión correcta de Apocalipsis 21:1 y 21:5 depende de la correcta comprensión de la palabra «nuevo». El griego utilizado en estos versículos es kainos, que significa «renovado o restaurado como nuevo», especialmente en frescura y carácter, pero nunca nuevo en existencia. Kainos está en contraste directo con la otra palabra griega para nuevo, neos, que significa «nuevo en existencia». Un contraste entre las dos palabras se encuentra en Mateo 9:16, 17; los hombres ponen vino nuevo (neos, vino recién hecho) en odres nuevos (kainos, odres hechos con algo ya existente: piel de vacuno o bovino), y ambos se conservan. Este mismo contraste se puede ver donde se usan las dos palabras—compárese 
1 Corintios 5:7, Colosenses 3:10, Hebreos 12:24, donde se usa neos, nuevo en edad, con los siguientes pasajes donde se usa kainos, renovado o restaurado en carácter: Mateo 13:52; 26:28, 29; 27:60; Marcos 1:27; 14:25; 16:17; 2 Corintios 3:6; 5:17; Gálatas 6:15; Efesios 2:15; 4:24; Hebreos 8:8, 13; 2 Pedro 3:13; Apocalipsis 2:17; 3:12; 5:9; 14:3; 21:1, 2, 5

Por lo tanto, la expresión, «un cielo nuevo y una tierra nueva», en 2 Pedro 3:13 y Apocalipsis 21:1, se refiere a que el cielo y la tierra actuales son renovados en su condición, es decir, son purificados y liberados de la vieja maldición. La palabra del Antiguo Testamento khaw-dawsh, usada en Isaías 65:17, 66:22, para referirse al cielo nuevo y la tierra nueva, significa lo mismo que kainos.

«Las cosas nuevas que el evangelio introduce para la presente obediencia y realización son: un nuevo pacto (Mt. 26:28); un nuevo mandamiento (Jn. 13:34); un nuevo acto creativo (Gal. 6:15); una nueva criatura (2 Co. 5:17); un nuevo nombre, esto es, un nuevo carácter de humanidad, espiritual y moral, en conformidad con la pauta de Cristo (Ef. 4:24); un nuevo hombre, esto es, la iglesia que es el cuerpo de Cristo (Ef. 2:15).

«Las cosas nuevas que se han de recibir y disfrutar en el más allá son: un nombre nuevo, del creyente (Ap. 2:17); un nuevo nombre, del Señor (Ap. 3:12); un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap. 21:1); la nueva Jerusalén (Ap. 3:12; 21:2); ‘nuevas todas las cosas’ (Ap. 21:5)» [Notes on Galatians, por Hogg y Vine, pp. 337,338].

Todas las veces que se usa la palabra «nueva» o «nuevo» en el pasaje recién citado, es una traducción de la palabra griega kainos, que NO habla de algo nuevo en el tiempo, sino nuevo en cualidad, calidad o condición.

¿Pero cuándo comienzan el cielo nuevo y la tierra nueva? La opinión popular entre los premilenialistas en general es que el cielo nuevo y la tierra nueva comenzarán al final del reinado de mil años del Señor. ¿Pero es esto correcto?

(1) Se sugiere que el hecho de que Juan contemplara un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap. 21:1) sigue contextualmente a una discusión del milenio en el capítulo anterior (Ap. 20). Por lo tanto, el cielo nuevo y la tierra nueva deben aparecer al final del milenio.

Tal razonamiento, sin embargo, no necesariamente es correcto. Juan describió que Satanás fue arrojado al abismo por mil años. El apóstol escribió: «Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años» (Ap. 20:2). Lo que sea que le ocurra a Satanás al final de los mil años se convierte naturalmente en un asunto crucial. Y Juan no nos deja en ascuas. Más tarde, Satanás será desatado por un corto tiempo, engañará a las naciones y finalmente será arrojado al lago de fuego (Ap. 20:3, 7-8, 10).

Juan luego menciona el hecho de que los mártires fieles de la gran tribulación van a ser resucitados al comienzo del milenio como parte de la primera resurrección a la vida: «Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años» (Ap. 20:4).

Y una vez más, la curiosidad natural quiere saber acerca del estado de los infieles que murieron antes del milenio. ¿Cómo los impacta la resurrección? Juan de nuevo no nos deja en ascuas. Participarán de la segunda resurrección al final del milenio y serán eternamente consignados al infierno en el juicio del gran trono blanco.

«Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego» (Ap. 20:11-15).

En los casos de Satanás y los muertos malvados, su estado al final del milenio se da solo para completar la discusión de los eventos que ocurren al comienzo del milenio. La discusión del cielo nuevo y la tierra nueva en Apocalipsis 21 puede, de manera muy natural y exegética, por lo tanto, tener como foco el comienzo del milenio y no su final.

(2) Se argumenta que, en relación con el cielo nuevo y la tierra nueva, no habrá mar. El apóstol Juan escribió: «...porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más» (Ap. 21:1). Sin embargo, la Biblia indica que habrá un mar durante el milenio (Ez. 47:1, 8-12). En consecuencia, según el razonamiento premilenialista tradicional, el cielo nuevo y la tierra nueva deben ocurrir después de que el milenio haya seguido su curso.

La solución a esta objeción es una mirada más cercana a Apocalipsis 21:1. No dice, como muchos afirman, que no habrá mar en la tierra nueva. Lo que sí dice es que los océanos que hoy dividen la tierra en continentes dejarán de existir. Los océanos, como parte del dominio del hombre, también deben ser limpiados de la impureza del pecado para pasar a la era gloriosa por venir.

En relación con el derramamiento de la segunda copa durante el día del Señor, está escrito: «El segundo ángel derramó su copa sobre el mar, y éste se convirtió en sangre como de muerto; y murió todo ser vivo que había en el mar» (Ap. 16:3). A continuación, incluso los ríos serán transformados en sangre: «El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos, y sobre las fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre» (Ap. 16:4). Por lo tanto, la frase: 
«y el mar ya no existía más» (Ap. 21:1) debe tomarse dentro de este contexto. El mar convertido en sangre es el que «ya no existía más». Los cielos y la tierra se mencionan genéricamente para todo lo que Dios creó (Gn. 2:1); así el cielo nuevo y la tierra nueva incluirían un mar renovado, purificado de la sangre con la que fue contaminado.

(3) También en defensa del comienzo del cielo nuevo y la tierra nueva al final del milenio, muchos apelan al discurso profético de Pedro (2 P. 3). La lógica de éstos premilenialistas tradicionales es más o menos la siguiente:

Pedro, con respecto al Día del Señor escribió: «Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas» (2 P. 3:10).

Pedro claramente vincula su enseñanza respecto al día del Señor con el cielo 
nuevo y la tierra nueva. Él exhorta con estas palabras: «Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia» (2 P. 3:13). 

Entonces al ubicar el Día del Señor mencionado por Pedro al final del milenio, insisten en que el cielo nuevo y la tierra nueva también deben comenzar al final del milenio como parte del estado eterno.

Pero, ¿esta posición está justificada por el texto de 2 Pedro 3, particularmente a la luz del hecho de que cada otra referencia al día del Señor se vincula con la segunda venida de Cristo antes del milenio y no al final (Jl. 2:31; Is. 13:6-11; Mt. 24:29-31; Hch. 2:20; Ap. 6:12-17)?

Un famoso erudito ha definido el día del Señor como «el día en que Yahvé [el Señor] se reivindicará a sí mismo». Otro lo llamó el tiempo de «la intervención decisiva de Dios en la historia para el juicio». Es el derramamiento de Su ira cuando Su sufrimiento por causa del pecado humano ha llegado a su fin.

Un compendio de las descripciones de los profetas del Día del Señor revela lo siguiente. El Día del Señor será:


  • Un tiempo donde Dios «se levante para castigar la tierra» (Is. 2:19).
  • Un tiempo de destrucción del Todopoderoso (Jl. 1:15).
  • Un tiempo de ira divina y enojo feroz (Is. 13:13, Sof. 1:15, 2:2).
  • Un tiempo cuando Dios castigará al mundo por su maldad y al impío por su iniquidad (Is. 13:11).
  • Un momento en que la indignación y la furia de Dios se dirigirán contra las naciones (Is. 34:1, 2, Abd. 15, Sof. 1:14-2:3, Zac. 14:3).
  • Un tiempo cuando la venganza de Dios será revelada (Is. 34:8).
  • Un tiempo de oscuridad en los cielos (Is. 13:9-10; 34:4; Jl. 2:31).
  • Un tiempo de fuego del Señor (Jl. 2:3, 5, 30, Sof. 1:18, 3:8).
Todos estos versículos sitúan el juicio del día del Señor sobre la tierra junto con su segunda venida antes del comienzo de su reino milenial. Si se entiende el punto principal de las enseñanzas de Pedro en 2 Pedro 3, es imposible colocar su día del Señor al final del milenio. Sigamos la lógica de Pedro en este importante discurso (2 P. 3). Él enseña que:
  • En los últimos días, habría burladores caminando según sus propios deseos (v. 3).
  • Ellos ridiculizarán la promesa del regreso de Cristo (v. 4a).
  • El razonamiento de los falsos maestros se basa en su presunción de un flujo ininterrumpido de la historia. Las cosas continuarán como siempre (v. 4b).
  • Al contrario de la filosofía de los burladores, Dios, de hecho, sí intervino en el curso de los eventos humanos con el juicio a través del Diluvio (v. 6).
  • Los cielos y la tierra actuales están reservados para el juicio una vez más. La próxima vez no será por agua (inundación), sino por fuego (v. 7).
  • El juicio ha sido retenido por un Dios sufriente, dando al hombre la oportunidad de arrepentirse (vv 8-9).
  • El día del Señor vendrá como ladrón en la noche, y los cielos y la tierra serán juzgados por fuego (v. 10).
  • A la luz del hecho cierto del Juicio venidero, los hombres deben vivir vidas santas, anhelando la venida de Cristo (vv 11-12).
  • Su venida será seguida por un cielo nuevo y una tierra nueva (v. 13).
Todo el argumento de Pedro gira en torno al hecho de que Dios entró en el flujo de la historia humana con el juicio del Diluvio en los días de Noé. Y el Señor entrará en la historia humana para juicio una vez más durante el día del Señor. Si el día del Señor del que habla Pedro ocurre al final del milenio (un requisito absoluto para que el cielo nuevo y la tierra nueva comiencen en ese momento dado que los dos están vinculados), entonces la segunda venida del Señordurante la cual él encarcelará, ejecutará al Anticristo, purgará la tierra, destruirá la religión falsa, juzgará a los impíos y traerá una era mesiánica de mil añosno puede ser vista como una intervención divina en la historia humana porque Él ya ha estado reinando por mil años sobre la tierra. Tal conclusión, un requisito necesario si el día del Señor de Pedro se coloca al final del milenio, contradice la profecía de Pedro y el testimonio claro, convincente y consistente de toda la Escritura sobre el tema.

El premilenialista, Robert Culver, en su obra clásica, Daniel y los Últimos Días, resumió el momento del Día del Señor mencionado por Pedro de manera sucinta. Él escribió:

«...en cuanto al tiempo, el cielo nuevo y la tierra nueva, anticipados por Pedro y los otros profetas, van a aparecer al comienzo del milenio, y que en la naturaleza y en la medida de la conflagración que introduce el cielo nuevo y la tierra nueva consisten en una renovación estrictamente limitada en lugar de la aniquilación del orden natural existente».

Como Pedro claramente vinculó el cielo nuevo y la tierra nueva con el Día del Señor y dado que el Día del Señor ocurre en conexión con la segunda venida de Cristo, el cielo nuevo y la tierra nueva deben estar asociados con el comienzo del milenio, no su fin.

Entre algunos de los hechos adicionales y conspicuos que requieren que el cielo nuevo y la tierra nueva inauguren el milenio, téngase en cuenta lo siguiente:

(1) Cuando Pablo, en 1 Tesalonicenses 5:2, habla del día del Señor, que está claramente asociado con la segunda venida de Cristo, dice que vendrá «como ladrón en la noche». Pedro usa exactamente el mismo lenguaje para describir el día del Señor: «Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche« (2 P. 3:10). Como el día del Señor de Pablo está asociado con la segunda venida de Cristo, es lógico relacionar el día del Señor de Pedro con el mismo evento. ¿Cómo podría la venida del Señor ser descrita «como ladrón en la noche» al final del milenio si Él ha estado reinando en la tierra por mil años? ¿Cómo puede alguien que está presente en un lugar 
«venir» a ese lugar?

(2) El Señor no puede venir como «un ladrón en la noche» al final del milenio. El milenio es su reino terrenal. Él ya estará físicamente presente. El milenio es su gobierno terrenal.

(3) La cronología de Isaías 65 y 66 enseña claramente que el nuevo cielo y la nueva tierra se formarán antes de que comience el Milenio, no al final. Isaías escribió: «Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento» (Is. 65:17). Compárese con 2 Pedro 3:13 donde se usa la misma expresión «cielo nuevo y tierra nueva». Después de la creación del cielo nuevo y la tierra nueva, se da una lista parcial de las bendiciones milenarias. Jerusalén será restaurada y bendecida (Is. 65:18-19); la esperanza de vida se ampliará (v. 20); los hombres «edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas» (v. 21); y «El lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el león comerá paja como el buey; y el polvo será el alimento de la serpiente. No afligirán, ni harán mal en todo mi santo monte, dijo Jehová» (v. 25).

El cielo nuevo y la tierra nueva de los que Isaías habla son un cielo y una tierra renovados e inauguran el milenio, no aparecen al final de este.

(4) Ocho profetas del Antiguo Testamento—más Lucas, Pablo y Pedro en el Nuevo Testamento—escriben con considerable detalle acerca del «día del Señor».

Un examen cuidadoso de sus descripciones de ese día y una comparación con los eventos que se desarrollan con el sonido de las trompetas y el derramamiento de las copas en Apocalipsis 8-19 indicará que el mismo período de tiempo y los mismos eventos están a la vista. Los premilenialistas casi universalmente coinciden en que Apocalipsis 4-19 describe la segunda venida de Cristo antes de que comience el milenio.

(5) Los escritores del Antiguo y del Nuevo Testamento declaran que un juicio de fuego en el cielo y en la tierra, similar al que Pedro describe, precederá inmediatamente al establecimiento del Reino mesiánico (Is. 34:4; 64:1-4; Jl. 2:30-31; Sof. 3:8-9; Mal. 4:1; 2 Ts. 1:7-9).

Si alguien argumenta que algunos de los pasajes hablan de disturbios al comienzo del milenio y otros de disturbios al final, deben tomar nota de Hebreos 12:26 (citando a Hageo 2:6), en el cual el Señor claramente promete: «Aún una vez [no dos veces], y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo».

(6) Cuando el Rey de Gloria regrese para marcar el comienzo de una edad de oro, para gobernar y reinar por mil años, la maldición del pecado se levantará. La paz se convertirá en realidad, la esperanza de vida se extenderá, la tierra le dará plena recompensa, el lobo se acostará con el cordero, los hombres convertirán sus lanzas en podaderas, y la justicia se establecerá entre los hombres. Todo eso y más se logrará purgando y regenerando el cielo y la tierra en conexión con el gobierno del Señor. No es lógico pensar que el Señor de la Gloria reinaría mil años sobre un mundo maldito que, como una canasta de fruta veraniega demasiado madura, todavía huele y se descompone por los efectos del pecado del hombre.

El cielo y la tierra están destinados a ser restaurados a la perfección que tenían antes del advenimiento del pecado. ¡Qué gloriosa será esa nueva era! ¡Cuán benditos son sus ocupantes! ¿Pero quiénes serán? ¿Quién habitará bajo un cielo nuevo y sobre una tierra nueva?

Después del rapto de la Iglesia, que ocurre inmediatamente antes de la apertura del séptimo sello (Ap. 8:1), la ira de Dios comenzará. Será con el propósito de purgar el 
cosmos (mundo) de todo lo que ha sido contaminado por el pecado. Pero durante ese período de tiempo, la gracia de Dios continuará manifestándose. Habrá dos testigos que continuarán profetizando hasta el final de los 1.260 días (Ap. 11:3). Habrá 144,000 hombres de las doce tribus de Israel sellados para protección y para evidenciar su fidelidad a Dios (Ap. 7:1-8; 14:1-5). Y habrá un ser angélico «que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo» (Ap. 14:6-7). 

Como resultado de estos testimonios, habrá una preciosa cosecha de almas al regreso físico de Cristo a la tierra cuando «Los reinos del mundo [hayan] venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo» (Ap. 11:15). Entre aquellos que han sobrevivido físicamente hasta ese momento en el tiempo habrá personas designadas por nuestro Señor como «ovejas» y «cabritos»: «y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos» (Mt. 25:32). Los cabritos serán enviados «al castigo eterno» (v. 46a), pero las ovejas «a la vida eterna» (v. 46b). Este último grupo, todavía con cuerpos mortales, limpiado por la fe en Cristo, entrará a la tierra nueva para vivir bajo un cielo nuevo.

Con base en los eventos catastróficos descritos en el Apocalipsis, podemos hacer una evaluación de que solo un número relativamente pequeño de hombres y mujeres de entre los más de siete mil millones de personas de la tierra sobrevivirán a los juicios de Dios (las trompetas y las copas). De entre los sobrevivientes, aquellos juzgados como ovejas entrarán en el reino milenial. Con la ausencia de muerte, guerra, enfermedad, hambre o catástrofe natural, repoblarán rápidamente la tierra nueva bajo ese cielo nuevo.

Pero, ¿qué hay de aquellos que fueron resucitados o arrebatados en la venida de Cristo y que poseen cuerpos inmortales glorificados? ¿Cómo se relacionan con el cielo nuevo y la tierra nueva?

Juan no solo vio un cielo nuevo y una tierra nueva. También vio «la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido» (Ap. 21:2).

La primera referencia a Jerusalén en la Biblia es la ocasión en que Abraham se encontró con Melquisedec a su regreso del rescate de su sobrino, Lot (Gn. 14:15-20). El nombre «Melquisedec» significa literalmente «rey de justicia». Era un sacerdote de El Elyon, el Dios más elevado, y gobernó la ciudad de Salem (paz), que se entiende que es la ciudad histórica de Jerusalén.

Su destino divinamente designado se ve en la primera mención de la ciudad. Jerusalén se convertirá algún día en la ciudad de la paz, gobernada por Aquel que es un sacerdote real, el Rey de la Justicia y el Sacerdote del Dios más elevado.

  • Fue a Jerusalén (en realidad, el Monte Moriah) donde Abraham vino cuando estuvo dispuesto a ofrecer a Isaac como sacrificio.
  • Fue en el mismo monte, más tarde llamado Jebus, que el Rey David vino a derrotar a los jebuseos guerreros y convertir su fortaleza en su capital y llamarla Jerusalén.
  • Fue en el Monte Moriah en Jerusalén que el Rey Salomón construyó un templo para ser una habitación de Dios en la tierra.
  • Fue la Jerusalén donde el Cordero de Dios murió por los pecados del mundo.
  • Es la Jerusalén que Jesús regresará para la coronación como el León de la tribu de Judá para convertirse en Rey de reyes y Señor de señores.
  • Jerusalén es el centro y capital de la historia humana.
  • La Nueva Jerusalén será el centro y la capital del Reino milenial de Cristo.
  • La Nueva Jerusalén es la ciudad que el padre Abraham buscó, es «la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios» (Heb. 11:10). 
  • La Nueva Jerusalén es una ciudad construida para la Iglesia, la Novia de Cristo (Ap. 21:9-10).
  • La nueva Jerusalén es una ciudad que descenderá del cielo (Ap. 3:12; 21:10).
  • La nueva Jerusalén es una ciudad en la cual Dios mismo habitará (Ap. 21:11, 22-23).
  • La Nueva Jerusalén es una ciudad construida con los materiales más preciosos (Ap. 21:18-21).
  • Nueva Jerusalén es una ciudad de seguridad y día perpetuo (Ap. 21:25).
  • La Nueva Jerusalén es una ciudad en la que no puede entrar nada contaminante (Ap. 21:27).
  • Nueva Jerusalén es una ciudad cuyos habitantes solo conocerán la vida buena e infinita (Ap. 22:1).
  • La nueva Jerusalén es una ciudad de abundancia y provisión sin fin (Ap. 22:2).
  • La nueva Jerusalén es una ciudad cuyos habitantes tendrán acceso íntimo al Cordero (Ap. 22:4).
La Nueva Jerusalén es una ciudad de dimensiones espectaculares (Ap. 21:16-17). Será un cubo, doce mil estadios en cada dirección. La ciudad empequeñecería la superficie de la tierra presente. Nunca, nunca hubo una ciudad como la nueva Jerusalén. Y es el hogar de todos los que han sido redimidos por la sangre del Cordero, el Rey.

Resumiendo

(1) El cielo nuevo y la tierra nueva son el cielo y la tierra actuales purgados por el fuego y perfeccionados mediante la regeneración.

(2) El cielo nuevo y la tierra nueva inauguran el milenio, no aparecen al final de este.

(3) Después del rapto, aquellos que quedan en la tierra y que sobreviven al Día del Señor y tienen fe en Cristo a Su regreso serán considerados las «ovejas» que entrarán en la tierra nueva bajo el cielo nuevo.

(4) La Nueva Jerusalén que desciende del cielo será la ciudad capital de la tierra nueva, y será la morada de la verdadera Iglesia, la Novia de Cristo.

Concluyendo

Dos mundos están a punto de colisionar: y solo uno sobrevivirá. El que sobrevivirá es aquel sobre el cual Cristo, el Hijo de Dios y Salvador de los hombres, gobernará por mil años bajo un cielo nuevo y sobre una tierra nueva.

La última pregunta a la que todo hombre debe responder es esta: «¿A qué mundo pertenezco, aquel que será destruido o aquel sobre el cual Cristo gobernará por mil años?»

El justo (explicado en Romanos) vivirá (explicado en Gálatas) por fe (explicado en Hebreos).

Comentario

21:1

«Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más»
. El apóstol Juan comienza este capítulo con la frase «Y vi» (kai eidon). Esta es la octava vez que el escritor usa dicha frase, no necesariamente indicando que hay una progresión cronológica en lo que está escribiendo sino, tan solo, que este es el orden en que las visiones le fueron dadas.

«Un cielo nuevo y una tierra nueva». Este «cielo nuevo» y esta «tierra nueva» son el resultado de la venida del Señor (2 P. 3:10) y de los juicios de las trompetas y las copas (Ap. 8:6-21; 11:15-19; 16) que Él manda para que purguen el cielo, la tierra y el mar. La completa destrucción de toda maldad y el viejo orden de las cosas bajo la maldición hará que el cielo y la tierra sean completamente renovados en su condición. La venida del Señor (2 P. 3:10) y el derramamiento de sus juicios purificará toda la creación actual, que ha sido corrompida por el pecado y la rebelión de los hombres que en ella se multiplican. El viejo orden de cosas pasará en el mismo sentido en que todas las cosas viejas desaparecen y todas las cosas se vuelven nuevas en la regeneración, según se nos enseña en 2 Corintios 5:17. El cielo y la tierra serán completamente renovados, restaurados a la condición original que tenían antes de la caída de Satanás, primero, y del hombre, después (Gn. 3). Kainos, la misma palabra griega que significa «renovar» como se explica en la introducción a este capítulo, se usa a menudo en el Nuevo Testamento para referirse a lo nuevo en cualidad y condición, no en tiempo. Si el Señor quisiera decir nuevo en el sentido de «nuevo en existencia», «recién creado de la nada» o «nuevo en el tiempo», habría hecho que Juan usara la palabra neos, porque así se usa en otros pasajes del Nuevo Testamento.

«...porque el primer cielo y la primera tierra pasaron...». En el capítulo anterior, Juan dice que la tierra y el cielo «huyeron» de delante de la presencia de Dios (Ap. 20:11). La sugerencia no es que la tierra y el cielo que ahora existen serán completamente destruidos por el poder de Dios, porque el verbo «pasaron» (apeilthan) es el aoristo indicativo, voz activa de apérchomai, que significa «alejarse», «esfumarse», verbos que no llevan la idea de destrucción o aniquilación. El aoristo tiene una función profética. Expresa una realidad como si ya hubiese ocurrido aunque es aún futura. Su uso aquí es sinónimo con «huyeron» (éphygen), usado en Apocalipsis 20:11. La creación presente ha sido radicalmente afectada por el pecado. Dios la purificará totalmente y la restaurará a su condición original. La creación actual ha estado bajo la potestad de ángeles administradores. La nueva creación será gobernada por el Rey-Mesías. La entrada del pecado y de la muerte corrompió la creación actual y la convirtió en un lugar de rebelión y alienación, un territorio ocupado por el enemigo. Su reemplazo con un completo nuevo orden de vida sin muerte, luto, llanto ni dolor es una necesidad divina. El apóstol Pablo dice que «también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Ro. 8:21). Dios recreará mediante el poder de su palabra y el fuego (2 P. 3; Ap. 20:9) un cielo que manifestará su gloria y una tierra donde estarán sus redimidos libres para siempre del pecado y la tentación.

«Y el mar ya no existía más», mejor, «y el mar no existe ya más». Quizá aún mejor sería dar al verbo una idea de futuro: «Y el mar no existirá más». Este pasaje a menudo se interpreta como que no habrá más mares en la tierra, pero este no es el pensamiento, como se desprende de muchos otros pasajes de la Biblia. La idea es que los grandes océanos que cubren alrededor de tres cuartos de la tierra ya no existirán. La tierra sufrirá grandes cambios topográficos durante los juicios de las trompetas y las copas, y los continentes se unirán formando una sola tierra durante el milenio. Habrá una abundancia de ríos, lagos y pequeños mares en la tierra para siempre. Que habrá ríos, lagos y pequeños 
mares en la tierra es claro a partir de los siguientes pasajes donde hay islas y aguas mencionadas en la tierra delimitando la asignación eterna de Israel: Salmo 72:8-10, 17; 97:1-6; Isaías 42:1-4, 8-18; 5:5; 60:5, 21; 66:18-24; Ezquiel 47:8-48:35; Zacarías 9:10; 14:8. No podría haber islas ni mares para las fronteras si no existieran después del milenio. Otra razón por la cual algunos mares serán eternos es que fueron creados por Dios en el principio para su placer y se dice que son eternos (véase Jer. 5:22; 31:35-36; Sal. 146:6; Pr. 8:29; Hch. 4:24; 14:15; Ap. 10:6; 14:7). El agua será necesaria para cumplir Genesis 8:22, Isaías 35, Amos 5:8; 9:6 y Habacuc 2:14 (véase también Job 38:4-16, 22-30; Sal. 104:5-11, 25-28.)

21:2

«Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido»
. La visión de la creación renovada (v. 1) es seguida de inmediato de la visión de la nueva Jerusalén. El nombre «nueva Jerusalén» contrasta con la Jerusalén terrenal. La nueva Jerusalén es «la santa ciudad», la que desciende «del cielo, es decir, de Dios», la que es semejante a «una esposa ataviada para su marido». La Jerusalén terrenal se ha corrompido a través de los siglos. En Apocalipsis 11:8 es comparada con «Sodoma y Egipto» por su pecaminosidad. Pero la Jerusalén terrenal será restaurada para que sirva de capital en el milenio (Zac. 8:3; 14:16-17). No puede negarse que la Jerusalén terrenal recibirá muchas bendiciones durante la era del milenio: «Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra» (Is. 2:3, 4).

Pero la gloria de la Jerusalén celestial sobrepasará con creces la de la Jerusalén terrenal, porque Dios Todopoderoso y el Mesías estarán allí, en medio de su pueblo. La nueva Jerusalén es, pues, un aspecto importante de la renovada creación que Dios ha diseñado para reemplazar a la antigua.

Tanto la «nueva Jerusalén» como la Jerusalén terrenal renovada coexistirán durante el milenio. Como vimos en la introducción, la «nueva Jerusalén» será la habitación de todos los redimidos, de ambos testamentos, que con cuerpos glorificados vivirán ya en la eternidad gloriosa que les ha dado el Cordero de Dios. La Jerusalén terrenal será la capital del nuevo mundo, «Y todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos» (Zac. 4:16).

21:3

«Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios»
.

La voz que Juan escucha probablemente sea la de un ser angelical. La expresión «gran voz» sugiere que era lo bastante fuerte que podía ser escuchada a gran distancia. «He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres». Esta frase refleja vocabulario del Antiguo Testamento. En el desierto Dios habitó en medio de su pueblo (Lv. 26:11, 12). Dios prometió a Moisés, diciéndole: «Mi presencia irá contigo, y te daré descanso» (Éx. 33:14). En la nueva creación, Dios estará con su pueblo de manera permanente. La destrucción del pecado y su secuela, la muerte, harán posible que haya una inquebrantable comunión entre Dios y sus redimidos. La presencia de Dios en las Escrituras frecuentemente sugiere comunión y bendición.

21:4

«Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron»
. La nueva creación vendrá acompañada de una nueva condición para los redimidos. «Dios enjugará cada lágrima de los ojos de ellos», dice el texto griego. Esa frase pone de manifiesto la ternura y la compasión de Dios. La historia de la humanidad está plagada de miseria, dolor, muerte, hambre, lágrimas, conflictos y sinsabores. Todo eso estará ausente de la Jerusalén celestial.

En tanto que estamos en este mundo, somos una comunidad de inmigrantes en tierras lejanas, lejos de la patria. Y mientras somos como extranjeros aquí, no lo somos para la nueva Jerusalén (Ef. 2:19ss), donde esperamos ir cuando el Señor nos llame. La verdadera morada del creyente es la Ciudad de Dios; en este mundo es un peregrino. No porque lo desprecie, a la manera de los gnósticos, todo lo contrario. Pero él no puede sino desear los nuevos cielos y la nueva tierra donde moran la justicia, donde se cumplirá perfectamente la voluntad de Dios.

Obsérvense los sustantivos que Juan utiliza para caracterizar la miseria en la que el ser humano vive mientras que pertenece a la antigua creación, la creación actual: (1) «Lágrimas»; (2) «muerte»; (3) «llanto»; (4) «clamor»; y (5) «dolor». Todos ellos son sinónimos de infelicidad, debilidad y opresión espiritual. Todos ellos, de una manera u otra, en mayor o menor grado, han sido experimentados por los creyentes en este mundo. Pero un día, en la patria celestial, todas esas miserias serán eliminadas por Dios en aquellos que han confiado en los méritos del Cordero de Dios, el Señor Jesucristo.

«Porque las primeras cosas pasaron». Así explica Juan el porqué de la eliminación de todas las congojas de los creyentes. El antiguo orden con sus desconsuelos y sus pesares cederá paso a un nuevo orden de bendiciones y de felicidad eterna. Allí los redimidos disfrutaremos de la consolación personal del Dios Todopoderoso y de la comunión con el Mesías.

21:5

«Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas»
.

«El que está sentado en el trono» (ho kateímenos epi toi thronoi) es, probablemente, Dios Padre. El hecho de estar sentado en el trono sugiere su autoridad y su soberano control de todas las cosas. Él habla con poder y dice: «He aquí, yo hago nuevas todas las cosas». Esta es una frase enfática en el texto griego, donde consta sólo de cuatro palabras (idou kaina poio pánta), literalmente, «mira, nuevas hago todas [las cosas]». En la introducción al comentario de este capítulo ya vimos que el vocablo «nuevas» (kaina o kainos) no significa hecho recientemente, o nuevo en existencia o en el tiempo. Kainos está en contraste directo con la otra palabra griega para nuevo, neos, que significa nuevo en existencia o nuevo en el tiempo, en el sentido de hecho recientemente. La creación—y todo en ella—ha sido purgada, redimida, restaurada a su condición primigenia a través de los juicios de las trompetas y las copas.

Tal vez la declaración divina de hacer «nuevas todas las cosas» dejó a Juan anonadado y aturdido, hasta el punto de que olvidó continuar escribiendo. Fue necesario recordarle que lo hiciera. «Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas». Ciertamente Juan no tenía dudas respecto a la veracidad de la revelación divina. Dios le reitera, no obstante, que las palabras que se le ha ordenado escribir son «fieles» (pistoi) en el sentido de la certeza de su cumplimiento y «verdaderas» (aleithinoí) en el sentido de ajustarse intrínsecamente a la realidad. Toda palabra de Dios es fiel y verdadera. La palabra de Dios es «viva y eficaz» (He. 4:12) y absolutamente confiable, porque Dios no puede mentir (Tit. 1:2; He. 6:18). El Apocalipsis forma parte del texto inspirado. Su contenido es «fiel y verdadero». Aquí, sin embargo, se trata de la totalidad de lo que Dios ha prometido, como lo sugiere el plural «palabras». Todo lo que Dios ha dicho se cumplirá cabalmente (véase 22:6).

21:6

«Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida»
. En este versículo el interlocutor de Juan se identifica más claramente. El es quien hace «nuevas todas las cosas» (v. 5) y afirma: «Hecho está» (gégonan). Este verbo es el perfecto indicativo, voz pasiva de gínomai y su traducción debía ser: «Se han hecho», «han sido ejecutadas». El sujeto de dicho verbo podría ser «estas palabras» o «todas las cosas» (v. 5). Probablemente la lectura de la frase ofrece este sentido: «[Todas las cosas] se han hecho». Podría referirse al acto de restauración de la creación o, que la referencia sea a la obra realizada a través de todo el drama de la historia humana anterior al estado eterno. La declaración no significa que no hayan obras futuras de Dios, sino que una obra principal ha sido completada y que las obras ahora relacionadas con el estado eterno están comenzando.

«Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin». Esta misma frase aparece en Apocalipsis 1:8 y 22:13. Se usa para destacar la soberanía de Dios. El Dios que tiene control absoluto de todas las cosas. El inmutable soberano del universo.

Cuando Juan escribe que Dios es Alfa y Omega, no es un deísta que coloca a Dios al principio y al final del proceso cósmico al que se le permite marchar mecánicamente sin intervención. Dios es el Dios viviente, y cuando los hombres se encuentran en la presencia del Dios viviente allí confrontan el principio y el fin, el fundamento y la meta de la existencia de ellos. Todo lo que el hombre tiene y es, y por encima de todo la salvación del hombre, es de principio a fin la obra de Dios.

«Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida». El contexto es similar al que aparece en Apocalipsis 7:17, donde los mártires de la tribulación son consolados y el Cordero «...los guiará a fuentes de aguas de vida». La metáfora de la sed se usa para expresar un profundo sentido de necesidad espiritual y es tomado de Isaías 55:l. Se refiere al carácter abundante de la vida eterna y a las bendiciones que fluyen de ella y es un cumplimiento de la invitación de Isaías 55:1 como lo es también de la de Cristo en Juan 4:10, 13, 14.

La invitación, por supuesto, tiene una aplicación para el pecador que aún está sin Cristo y sin Dios en el mundo. A él, Dios lo invita a que beba del agua de vida, que es Cristo Jesús. Cristo dijo a la mujer samaritana: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva» (Jn. 4:10). El agua viva de la salvación se recibe por la fe, es decir, pidiéndola al Señor. El decreto final de la salvación no será arbitrario; el camino está abierto para todos los que sientan su necesidad y se vuelvan a Dios para que sea satisfecha. El Apocalipsis prácticamente termina con una generosa y amante invitación de Dios para el pecador que desee el agua de la salvación (Ap. 22:17).

21:7

«El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo»
. En los capítulos 2-3 del Apocalipsis hay siete promesas hechas a los vencedores. Aquí aparece una octava promesa que, en cierto sentido, incluye las siete anteriores. El verbo «heredará» (kleironoméisei) es el futuro indicativo, voz activa de kleironoméo, que significa «heredar», «tomar posesión de algo», «recibir la parte asignada de una herencia». El concepto de «herencia» y «heredar» tiene profundas raíces veterotestamentarias. Dios dio la tierra de Canaán a Israel por herencia (Lv. 20:24). Israel es el pueblo de la heredad de Jehová (Dt. 4:20). Deuteronomio 10:9 dice que Jehová es la heredad de Leví.

El concepto de herencia tiene dimensiones soteriológicas y escatológicas. Está unido con los actos salvadores de Dios en la historia. La idea de la posesión de la tierra prometida va más allá de su primer cumplimiento en la historia hasta su posterior cumplimiento histórico en Cristo y más allá de eso, al cumplimiento futuro final al final del tiempo. Es de esa manera que la tendencia escatológica encontrada ya en el Antiguo Testamento es desarrollada. La idea esencial es la de heredar la promesa a la que los creyentes son llamados. Finalmente, el Nuevo Testamento deja en claro que la herencia de la promesa no es sólo para el pueblo escogido de Dios, Israel. A través de Cristo, los gentiles se han hecho coherederos con ellos.

La promesa de Dios es, por lo tanto, amplia. Incluye a todos los vencedores, es decir, no sólo a quienes han puesto su fe en el Mesías, tanto judíos como gentiles, si no a quienes han perseverado hasta el fin en medio de la pruebas. El Señor, cuando describe la tribulación que sufrirán los creyentes a manos del Anticristo, dice: «Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo» (Mt. 24:13). Nótese la condicionalidad de la oración tanto en Apocalipsis 21:7 como en Mateo 24:13. El vencedor heredará la nueva creación de Dios («todas las cosas» es la traducción que la Reina-Valera 1960 da al vocablo tauta, que significa «estas cosas»). De modo que heredará las glorias de la nueva Jerusalén que están a punto de ser exhibidas. Las glorias del estado eterno serán la heredad del vencedor, y sólo de él.

«Y yo seré su Dios, y él será mi hijo». Esta es una maravillosa promesa. Aunque el creyente ya posee esa relación por estar en Cristo (2 Co. 5:17), debe observarse el tiempo futuro de los verbos «seré» (ésomai) y «será» (éstai). El primero de los verbos señala a la promesa de Dios en el pacto abrahámico (Gn. 17:7, 8; Éx. 6:7). El segundo señala al pacto davídico (2 S. 7:12-14; 1 Cr. 17:13). De modo que el cumplimiento final de las promesas de Dios para los redimidos tiene que ver con los grandes pactos bíblicos: El abrahámico, el davídico y el nuevo pacto. Estos tres pactos contienen promesas de relación íntima entre Dios y sus redimidos (véase Is. 55:1-7). Quienes niegan a Cristo y son engatusados por las artimañas de la ramera para seguir a la bestia no tienen heredad en la familia de Dios. La sed de Dios mencionada en el versículo 6 es satisfecha solamente mediante la realidad de estar en la familia de Dios.

Resumiendo, el «vencedor» se refiere exclusivamente no sólo al redimido, si no al redimido que ha perseverado «hasta el fin». Aunque el creyente ya es más que vencedor (Ro. 8:37), Apocalipsis 21:7 contempla un cumplimiento futuro («heredará», «seré», «será»), puesto que la realización final tiene por escenario lo que ocurrirá después de la resurrección y la renovación del nuevo cielo y la nueva tierra. Tanto la herencia como la relación filial entre Dios y el vencedor tienen un carácter condicional para el creyente, y la condición divina es que «persevere hasta el fin» (Mt. 24:13).

21:8

«Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda»
. Después de exponer las bendiciones que Dios derramará sobre los redimidos que perseveren hasta el fin, el apóstol da atención a quienes serán excluidos del reino eterno. «Pero» (de) es una conjunción adversativa que introduce el contraste entre las abundantes bendiciones de los hijos de Dios y la triste herencia de los incrédulos. Juan presenta una lista de todos aquellos que «tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre» (véase Ap. 20:10, 14, 15).

«Los cobardes» (tois deilois). Este vocablo procede del verbo «temer» (deído). Se refiere a quienes se retractaron de confesar al Mesías en medio de la persecución (véase el uso de dicho verbo en Mt. 8:26 y Mr. 4:40). Son como la semilla que cayó en pedregales, que al germinar «no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza» (Mt. 13:21). Los cobardes mencionados aquí son los que se doblegaron ante la bestia, aceptaron su marca y negaron a Cristo.

«Los incrédulos» (tois apístois). Este vocablo, generalmente, significa «sin fe» o «incrédulos». En este contexto, sin embargo, es mejor traducirlo «infieles» o «indignos de confianza». Este vocablo se utiliza muchas veces en el Nuevo Testamento para designar no sólo a inconversos sino también creyentes que apostataron de la fe (1 Co. 6:6; 7:12; 10:27; 14:22; 2 Co. 6:14-15), y en este contexto la referencia parece ser a creyentes que de hecho o de palabra negaron su fe en Cristo.

«Los abominables» (tois ebdelygménois). Este vocablo es el participio perfecto, voz pasiva de bdelysso, que significa «contaminar», «hacer detestable», «cometer abominación». El término señala a personas cuyas mismas naturalezas han sido saturadas de las abominaciones que practicaron a lo largo de su vida y el contexto sugiere que en este caso las abominaciones no son sólo actos de idolatría, sino los vicios monstruosos y antinaturales de los paganos.

«Los homicidas» (tois phoneusin), es decir, «los que cometen asesinatos». La referencia puede ser: (a) general en el sentido de señalar a seres humanos y gobiernos que despiadadamente asesinan a sus semejantes, o, (b) específica, señalando a los perseguidores de los que siguen al Mesías. «Los homicidas» mencionados tomaron parte o directamente asesinaron a los cristianos (véase Ap. 17:6; 18:24). La historia del cristianismo está repleta de casos de martirio. Muchos de los creyentes de la tribulación sufrirán martirio por orden de la bestia y por la traición de sus «hermanos» en la fe (véase Mt. 24:10; Ap. 13:15). La historia del cristianismo incluso registra el infame homicidio del teólogo protestante Miguel Servet (Michael Servetus) por orden del otro teólogo protestante Juan Calvino (John Calvin), quien hasta el día de su muerte justificó su reino del terror. De hecho, en 5 años como magistrado de la «iglesia-ciudad-estado» de Ginebra, Calvino supervisó 58 sentencias de muerte y el exilio de 76 personas. Él no era el único que tomaba las decisiones en esos casos, pero la correspondencia personal y los registros del concejo municipal delatan su extraordinaria influencia [http://www.reenactingtheway.com/blog/john-calvin-had-people-killed-and-bad-bible-interpretation-justified-it].

«Los fornicarios» (toís pornois). En el sentido físico, se refiere a la práctica de la inmoralidad sexual (He. 13:4). También se usa para indicar fornicación en el sentido espiritual (Ap. 19:2). En el Apocalipsis, los excesos sexuales desenfrenados se mencionan entre los principales pecados de los paganos (Ap. 9:21). Cuando los hombres se alejan del conocimiento de Dios, el camino les conduce en descenso a la idolatría y la inmoralidad.

«Los hechiceros» (tois pharmákois). La práctica de la hechicería se remonta al principio de la historia de la humanidad. Se menciona en el código de Hammurabi (1728-1686 a.C.). Fue practicada también en Egipto en tiempos de Moisés (Éx. 7:22; 8:7). Dios advirtió a la nación de Israel contra dicha práctica (Dt. 18:9-14). El sustantivo phármakos significa «mezclador de pociones», «mago» (véanse Gá. 5:20; Ap. 9:21; 18:23 para el uso de pharmakeía). El sustantivo se usa también en Apocalipsis 22:15 con relación a los que estarán fuera de la santa ciudad. La hechicería es condenada en la Biblia por su origen satánico. Durante la tribulación, la hechicería será una práctica manifiesta (véase Ap. 9:21; 13:13, 14; 18:23). Dios condena dicha actividad y no habrá lugar 
en la nueva Jerusalén para quienes la practican (Ap. 22:15).

«Los idólatras» (tois eidólolátrais). La idolatría es condenada tajantemente en las Escrituras. Significa colocar cualquier otra persona u objeto en el lugar que sólo Dios debe ocupar. La idolatría es promovida por Satanás (1 Co. 10:19, 20) y es la práctica constante del paganismo (véase Ro. 1:18-25).

«Todos los mentirosos» (pasin tois pseudésin). Jesucristo dijo que Satanás es el padre de la mentira (Jn. 8:44). El es el engañador por excelencia. El contexto señala, además, todas las insinceridades del paganismo, los engaños conscientes practicados por el sacerdocio pagano y los traficantes de magia; pero no debe excluirse las insinceridades de los cristianos. Si bien es cierto que el contexto del pasaje señala hacia quienes hablan mentiras respecto a las cosas de Dios y de la persona de Cristo, también es cierto que hay una firme aplicación tocante a cristianos que practican la mentira (véanse Col. 3:9; Ap. 14:5).

«Tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda». Esta frase expresa la sentencia de aquellos cuyos nombres o no están inscritos o serán borrados del libro de la vida. Estos no tienen herencia con Dios en la nueva Jerusalén, sino que su herencia será «en el lago que arde con fuego y azufre». Este «lago» es el infierno eterno, traducido del griego gehenna o geenna doce veces en el Nuevo Testamento, once de ellas en los Evangelios, y en cada caso es mencionado por el Señor. «El lago de fuego» es el lugar de condenación final y en el Apocalipsis es una figura de dicción con el fin de ayudar al entendimiento humano a comprender cómo será el castigo eterno, pero este, no obstante, se corresponde con la realidad. El texto reitera que «el lago de fuego» es «la muerte segunda» (véase 20:14). La muerte segunda es equivalente a la muerte eterna.

Resumiendo, Apocalipsis 21:1-8 comienza la presentación del maravilloso cuadro de lo que será tanto el estado durante el milenio como más allá de él, durante la eternidad, para el creyente. Los tres primeros versículos describen la creación del nuevo cielo y la nueva tierra. La nueva Jerusalén se describe en Apocalipsis 21:2 como la santa ciudad, la que desciende del cielo, la que es semejante a una esposa elegantemente vestida para encontrarse con su esposo. El creyente entrará en una nueva relación con Dios. Será una relación filial permanente (Ap. 21:3). Todas las miserias pasadas serán eliminadas y el redimido gozará de una eterna felicidad (Ap. 21:4). La renovación de la creación será un acto soberano de Dios. El redimido vivirá en un medio totalmente nuevo. Ese será el reino eterno del Señor. La sed espiritual quedará plenamente satisfecha y el hijo de Dios disfrutará de la herencia eterna con la que Dios le bendecirá (Ap. 21:5-7). Pero, habrá quienes no podrán disfrutar de las bendiciones de la nueva Jerusalén. Esos son aquellos cuyos nombres o nunca estuvieron inscritos en el libro de la vida, o fueron borrados a causa de la practica de uno o varios de los pecados enumerados en el versículo 8 de este capítulo. El fin de estos será el lago de fuego, el infierno; es decir, la muerte segunda.

21:9

«Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero»
A partir de Apocalipsis 21:9, Juan recibe una visión ampliada de la nueva Jerusalén. No existe razón exegética para diferenciar la Jerusalén mencionada en Apocalipsis 21:2 de la que se describe en 21:9-27. Algunos expositores interpretan que la Jerusalén descrita en Apocalipsis 21:9-27 se refiere a la ciudad del milenio y no a la del estado eterno. Las razones ofrecidas para apoyar dicha interpretación son que la ciudad de Apocalipsis 21:9-27 tiene: (1) Muros de protección a su alrededor (Ap. 21:12); (2) será honrada por naciones y reyes (Ap. 21:24, 26); y (3) la presencia del árbol de la vida «para la sanidad de las naciones» (Ap. 22:2). Se dice que esas cosas sólo podrían estar presentes en la Jerusalén milenial, no en la nueva Jerusalén del estado eterno.

Respondamos a estas objeciones ordenadamente.

(1) La necesidad de los muros de la nueva Jerusalén durante el milenio es obvia—evitar que hombres con cuerpos naturales entren en ella. Los muros de la ciudad celestial cumplen el mismo propósito, durante el milenio, que cumplieron los querubines y la espada encendida que Dios puso al oriente del huerto de Edén—guardar el camino del árbol de la vida (Gn. 3:24; Ap. 22:2). Así como las ciudades terrenales necesitaban murallas para protegerse de los enemigos e invasores, la nueva Jerusalén debe ser resguardada del ingreso de hombres naturales durante el milenio. Los muros de la Jerusalén celestial simbolizan la seguridad eterna del creyente en la presencia de Dios.

(2) Las naciones y reyes mencionados en Apocalipsis 21:24 y 26 alude a aquellos que no siguieron a Satanás en la rebelión al final del milenio, y se indica que tienen acceso a la nueva Jerusalén, aún con cuerpos no glorificados o naturales. Aquellos que no siguieron a Satanás en la rebelión al final del milenio continuarán con sus cuerpos naturales hasta que duerman en el Señor (1 Co. 15:18; 1 Ts 4:13-15), y al resucitar entrarán a morar a la ciudad eterna. Esta es la explicación más evidente acerca de la existencia de estas naciones y estos reyes, puesto que su mención prueba que la visión de la nueva Jerusalén en Apocalipsis 21 entremezcla de manera indisoluble las condiciones del milenio y las de la eternidad.

(3) En cuanto a la presencia del árbol de la vida cuyas hojas «eran para la sanidad de las naciones» (Ap. 22:2), no resultaría en un problema hermenéutico difícil si acepta que el vocablo «sanidad» (therapeían) significa «salud». No habrá enfermedad en el milenio para quienes posean cuerpo glorificados y habiten en la nueva Jerusalén, porque su estado ya es eterno. Pero los que pueblen las naciones de la tierra estarán sometidos a las condiciones propias de la vida natural, de modo que en algún momento de sus vidas necesitarán sanidad para sus cuerpos mortales. Las hojas del árbol promueven la sanidad de las enfermedades físicas y el disfrute de la vida para quienes vivan fuera de la nueva Jerusalén con cuerpos aun naturales.

En resumen, la nueva Jerusalén descrita en Apocalipsis 21:9-27 ES LA MISMA Jerusalén del milenio. En todo el capítulo 21 se yuxtaponen el milenio y el estado eterno. El estado eterno no significa de manera alguna la destrucción del estado natural. Ambos coexistirán cuando el milenio llegue a su fin, puesto que el milenio no es otra cosa que el reinado del Mesías en la tierra. Cuando los mil años de su reinado terminen, la tierra natural y sus habitantes naturales continuarán existiendo en ella al igual que los habitantes de la nueva Jerusalén continuarán existiendo en ella. Pablo lo explica con estas palabras cuando en su primera epístola a los corintios trata el tema de la resurrección:

«Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos» (1 Co. 15:23-28).

Es decir, una vez que culminen los mil años de su reinado, Cristo, el Mesías, le entregará el reino al «Dios y Padre», luego el «Dios y Padre» continuará reinando por toda la eternidad sin que nunca más haya ningún tipo de interrupción. La tierra y los habitantes de ella durante el milenio pasarán a la eternidad y continuarán existiendo por siempre jamás.

«Uno de los siete ángeles». El texto no identifica al ángel que se acerca a Juan. Podría ser el mencionado en Apocalipsis 17:1. Sí es uno de los siete utilizados para derramar las copas de la consumación de la ira de Dios.

«Yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero». En Apocalipsis 17 la mujer que representa tanto a Babilonia como al conjunto de falsos profetas que se han opuesto a la verdad divina es denominada «la gran ramera», la «madre de las abominaciones», que está «ebria de la sangre de los santos». En Apocalipsis 21 aparece el gran contraste: La nueva Jerusalén, «la ciudad santa», la que «descendía del cielo de Dios», «la esposa del Cordero». El contraste entre las dos mujeres salta a la vista.

21:10, 11

«Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima como piedra de jaspe, diáfana como el cristal»
. El texto de la Reina-Valera 1960 da a entender que Juan es llevado en el Espíritu Santo. El texto griego, por el contrario, da a entender que se trata del espíritu de Juan. El apóstol fue transportado en éxtasis a un sitio que denomina «un monte grande y alto», es decir, a un lugar de observación para que desde allí contemplase la gran ciudad santa de Jerusalén. La expresión «que descendía» (katabaínousan) es el gerundio de katabaíno y significa «descendiendo». La idea es que Juan contempló el majestuoso descenso de la santa ciudad. La nueva Jerusalén que Juan vio procedía del cielo, es decir, de la misma presencia de Dios. ¡Por eso es la ciudad santa!

«Teniendo la gloria de Dios». La ciudad santa tiene el deslumbrante fulgor que procede de la gloria de Dios. «La gloria de Dios» es la manifestación de la santidad, de la forma en que la santidad es el alma de la verdadera hermosura, que no puede ser de verdad hermosa a no ser que sea el resplandor de la verdad. Es en este sentido que Jerusalén será gloriosa. La ciudad exhibe la gloria de Dios como un hermoso vestido. El sustantivo «fulgor» (phosteir) significa algo en lo cual la luz se concentra para luego irradiar. El fulgor de la ciudad es comparado con el que emite «una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal». El purísimo brillo de la ciudad sobrepasa la capacidad humana de descripción. Su luz es semejante a una gema cristalina, cada una de cuyas facetas fulgura con una luz divina. La brillantez de la ciudad se deriva, sin duda alguna, de la gloria de la presencia de Dios. Juan dice: «Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él» (1 Jn. 1:5). Jesús es la luz del mundo y todo aquel que le sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Jn. 8:12). La gloria de la nueva Jerusalén está, por lo tanto, íntimamente relacionada con su cercanía a la Shekinah o gloria de Dios.

La nueva Jerusalén se alza como un formidable contraste con la Babilonia del capítulo 18. Babilonia es la abominable ciudad del hombre sin Dios, mientras que la nueva Jerusalén es «la gran ciudad santa». Babilonia procede de las mismas entrañas de Satanás, mientras que la nueva Jerusalén «desciende del cielo, de Dios» (Ap. 21:10). Babilonia es el centro universal del pecado y la idolatría (Ap. 18:4, 5), mientras que la nueva Jerusalén es la habitación de los santos y del Dios Todopoderoso (Ap. 21:2, 3, 22). El fulgor de la ciudad celestial es «semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal». La frase no significa que es transparente como el cristal, puesto que el jaspe se usaba en la antigüedad para designar a cualquier piedra preciosa de color opaco. El énfasis, probablemente, radica en la centelleante brillantez de la piedra a la que la ciudad se asemeja.

21:12, 13

«Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel; al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas»
. Sin duda, las murallas de la nueva Jerusalén llaman poderosamente la atención. En primer lugar por el hecho de existir y, en segundo, por su magnitud. Su existencia se debe, por supuesto, a la necesidad de protegerla del ataque de enemigos e invasores durante el milenio. Con sus murallas, la nueva Jerusalén no estará sujeta a ningún tipo de peligro. La existencia y el tamaño imponente de sus murallas constituyen una lección objetiva de la eterna seguridad de todos los que habitan en ella.

El apóstol Juan procede a explicar la existencia de «doce puertas» distribuidas en el muro que rodea la ciudad. En cada una de las puertas hay un ángel. Además, en cada puerta está inscrito el nombre de cada una de las tribus de Israel. Una descripción similar aparece en Ezequiel 48:30-34. En este pasaje el profeta describe la Jerusalén terrenal que existirá durante el reinado del Mesías. Las puertas de la ciudad de Ezequiel 48 serán utilizadas por las tribus de Israel para salir a ocupar su heredad (Ez. 48:29-33). Las puertas de la Jerusalén celestial, descritas por Juan en Apocalipsis 21:12-13, son para permitir la entrada y la salida de todos aquellos cuyos nombres están inscritos en el libro de la vida (véase Ap. 21:24-27). El hecho de que los nombres «de las doce tribus» de Israel están inscritos en las puertas de la Jerusalén celestial es una demostración de la fidelidad de Dios.

La elección divina de Israel es incuestionable. Pablo dice de dicha nación: «Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios» (Ro. 11:28, 29). Dios no ha anulado ni olvidado las promesas que pactó con Abraham, David y en el nuevo pacto. Dios en ninguna manera ha desechado a su pueblo terrenal, Israel (Ro. 11:1).

Los ángeles situados en las puertas también son causa de alguna sorpresa. Estos ángeles, sin duda, cumplen el mismo propósito, durante el milenio, que cumplieron los querubines y la espada encendida que Dios puso al oriente del huerto de Edén—guardar el camino del árbol de la vida (Gn. 3:24; Ap. 22:2). Su presencia refuerza el hecho de la seguridad de aquellos que habitarán la santa ciudad. Las puertas de la ciudad están igualmente repartidas, tres puertas en cada lado. La simetría de la ciudad es perfecta y su belleza incomparable.

21:14

«Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero»
. La figura de la seguridad de la ciudad es ampliada en este versículo. En Apocalipsis 21:12, se describe el muro como «grande» y «alto». Ahora el apóstol añade que «el muro de la ciudad tenía [échon] doce cimientos». Tal vez, mejor, «el muro de la ciudad tiene doce bases». Obsérvese, sin embargo, que no se nos dice que la ciudad esté firmemente enclavada en la nueva tierra o en ningún otro lugar, sino que, más bien, parece que está suspendida en el espacio por sí sola. Aunque desciende del cielo, no parece estar asentada sobre ningún lugar.

También debe notarse cuidadosamente el hecho de que los nombres de «los doce apóstoles del Cordero» están inscritos en los doce cimientos del muro de la ciudad. En primer lugar, los apóstoles fueron escogidos y designados por Cristo. Ellos constituyen el cimiento de la Iglesia (Cristo es la piedra angular), porque ellos le dieron a la Iglesia la doctrina del Nuevo Testamento. El hecho de que se mencione tanto las doce tribus de Israel (Ap. 21:12) como los apóstoles del Cordero por separado es, por lo menos, una sugerencia de la existencia de grupos diferentes en las Escrituras. Ambos estarán en la nueva Jerusalén (He. 12:22-24) como estarán los redimidos de todas las edades. Dios, sin embargo, los diferencia claramente en las Escrituras.

Esto debe dejar resuelto incuestionablemente el asunto de la inclusión de los santos del Antiguo Testamento. Evidentemente es la intención divina dar a conocer al lector que la nueva Jerusalén tendrá entre sus ciudadanos no sólo a la Iglesia, los santos de la era presente, sino también a Israel, a los santos de otras edades, ya sea en el Antiguo Testamento o en período de la tribulación. Posteriormente también se menciona a los gentiles.

Tanto el reino glorioso del Mesías en la tierra como la vida en la nueva Jerusalén serán disfrutados por judíos y gentiles. El hecho de que Dios diferencie entre ambos grupos no significa en modo alguno que ame a uno más que al otro. No debe de olvidarse que hay diferencias entre las huestes angelicales: Arcángeles, serafines, querubines... También, como ya se ha comentado, alrededor del trono están los cuatro seres vivientes, los veinticuatro ancianos y miríadas de ángeles. El Dios de los judíos es también Dios de los gentiles.

21:15

«El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro»
. En Apocalipsis 11:1, Juan recibió la orden de medir «el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él». Esa acción tenía que ver con los acontecimientos relacionados con la gran tribulación. En Apocalipsis 21:15, el acto de medir es ejecutado por el ángel que ha dirigido a Juan desde Apocalipsis 21:9. El propósito del ángel de medir la ciudad con la caña de oro es transmitir información acerca de la ciudad que no podía impartirse por visión directa. La acción de medir asegura algo para que reciba bendición, preservarlo de daño espiritual o contaminación. El medir revela la perfección, el cumplimiento o la realización de todos los propósitos de Dios para la esposa elegida y los demás redimidos.

21:16, 17

«La ciudad se halla establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura; y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios; la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales. Y midió su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es de ángel»
. Juan describe las características de la ciudad en estos versículos. El vocablo «cuadro» (tetrágónos) significa «cuadrilátero», «cuatro ángulos». Describe una piedra de forma cúbica usada para edificar. De modo que la ciudad está afincada en forma de un cuadrángulo o cubo.

La medida es perfecta: «La longitud, la altura y la anchura son iguales». El texto griego dice que la medida es «doce mil estadios», cuyo equivalente en el sistema métrico decimal es, aproximadamente, dos mil doscientos kilómetros. Las dimensiones de la ciudad son, por lo tanto, enormes, si se entiende que cada lado mide 2.200 kilómetros. Hay quienes creen que los 2.200 kilómetros es el total de las dimensiones (longitud, altura y anchura). Quienes así piensan pretenden reducir el tamaño de la ciudad. Una lectura normal del texto da a entender que cada medida es de 2.200 kilómetros. (Estamos hablando de la mitad de la superficie de Estados Unidos de Norteamérica.) La ciudad es un cubo perfecto. Esa forma es la del lugar santísimo (1 R. 6:20) e indica perfección. El cubo es un cuadrado tridimensional: un símbolo de estabilidad y permanencia, de perfección geométrica. Representa la etapa final de un ciclo de inmovilidad; puede verse como la verdad, porque se ve igual desde cualquier perspectiva. Se piensa comúnmente como la contraparte de la esfera.

La medida del muro es «ciento cuarenta y cuatro codos», es decir, unos 65 metros. El texto no dice si se refiere al ancho o a la altura del muro. Hay quienes piensan que se refiere al ancho. La forma de la ciudad también es cúbica y sus dimensiones son enormes. Cristo dijo: «En la casa de mi Padre muchas moradas hay... » (Jn. 14:2). Habrá espacio abundante para lodos los redimidos. Tal vez es debido a su extraordinario tamaño que Juan no ve que la ciudad esté firmemente establecida sobre la nueva tierra: ocuparía mucho espacio. Segura por sus cimientos, por sus murallas, por sus puertas y, sobre todo, por la presencia del Dios Todopoderoso en medio de ella, la ciudad parece estar suspendida en el espacio sobre la tierra. Si es así, casi con toda seguridad estará sobre Israel.

21:18

«El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio»
. Juan ya ha mencionado (Ap. 21:11) que el fulgor de la ciudad era «semejante a una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal». Aquí, el apóstol añade que el material del muro de la ciudad es de jaspe. El vocablo «material» (endómeisis) significa «el acto de construir algo». Debido a que el primero de los doce cimientos de la ciudad está hecho de jaspe (v. 19), es correcto entender esta referencia anterior al jaspe como una indicación de algún tipo de incrustación de piedras preciosas y no de jaspe sólido como material de construcción. De modo que el muro podría estar construido de algún metal precioso incrustado con piedra de jaspe, proporcionándole un brillo maravilloso. Ya se ha señalado que en Apocalipsis 4:3, el aspecto del que está sentado en el trono es comparado con una «piedra de jaspe». En Apocalipsis 21:11, la santa ciudad que desciende del cielo tiene la gloria de Dios y su fulgor y es semejante a una piedra de jaspe. Puede decirse, por lo tanto, que tanto los muros como la ciudad en sí reflejan la gloria de Dios.

«La ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio». La ciudad está edificada con oro finísimo, tan puro que es comparado con el vidrio limpio. El material de construcción de la ciudad en sí es oro, pero no oro terrenal; es brillante como el cristal limpio, translúcido en todos los puntos, dejando ver la gloria omnipresente. El oro con el que la ciudad está edificada es tan puro que es perfectamente transparente. La mente humana no puede concebir la magnitud de la grandeza de las cosas que Dios ha preparado para sus hijos. El hombre, en su orgullo egoísta, no es capaz de alzar sus ojos al cielo y confiar en el Mesías. Hay un «eterno peso de gloria» que aguarda a los seguidores del Mesías (2 Co. 4:17, 18).

21:19,20

«Y los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda piedra preciosa. El primer cimiento era jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, ágata; el cuarto, esmeralda; el quinto, ónice; el sexto, cornalina; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el décimo, crisopaso; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista»
.

La hermosura de la ciudad se describe comenzando por los cimientos del muro. Estos «estaban adornados (kakosmeiménoi) con toda piedra preciosa». La expresión «estaban adornados» es el participio perfecto, voz pasiva de kosméo, que significa «poner en orden», «hacer ordenado», «decorar». El muro de la ciudad está ordenadamente diseñado con toda piedra preciosa, formando un orden de espectacular belleza. Cada piedra preciosa está unida a la otra para resaltar la hermosura del muro en todos sus aspectos. Las doce piedras preciosas que adornan el muro no tienen ningún significado místico. Hay autores que las asocian con los signos del zodíaco. Otros las relacionan con las joyas del pectoral del Sumo Sacerdote. Sin embargo, no parece haber esas relaciones. Los cimientos del muro de la ciudad tienen un diseño singular que no guarda relación alguna con nada de lo ya creado. Las piedras preciosas mencionadas son las siguientes:

Jaspe: Esta piedra es de difícil identificación. Hoy día el jaspe se limita a una variedad de joya que posee ricos colores y de variedades estrictamente opacas. Es una variedad de cuarzo: Rojo, marrón, amarillo, verde o gris, y opaco. También designa una piedra preciosa transparente o translúcida de color verde, por lo que se trataría de una especie de calcedonia o ágata.

Zafiro: Esta piedra preciosa es mencionada varias veces en el Antiguo Testamento (véanse Éx. 24:10; Ez. 1:26; 9:2; 10:1). El zafiro moderno es diferente del conocido por los antiguos. El zafiro moderno es probablemente similar al jacinto de los antiguos. Es probable que el zafiro mencionado en Apocalipsis 21:19 sea el lapislázuli, que era una piedra preciosa de color azul celeste, salpicada con dorado y cuya dureza era inferior sólo a la del diamante.

Ágata: También llamada calcedonia (chalkeidón). No se menciona en ningún otro sitio en las Escrituras. Es una piedra preciosa posiblemente de silicato de cobre verde o una ágata procedente de las cercanías de Calcedonia.

Esmeralda: Esta joya era conocida y apreciada en la antigüedad. Con toda seguridad era conocida por los hebreos cuando salieron de Egipto, pero no se menciona con claridad en el Antiguo Testamento. La esmeralda es identificada por su color verde. Es descrita por Plinio como «la más verde de todas las piedras verdes».

Ónice: En el texto griego aparece sardónux. Este es un vocablo compuesto de sárdion («sardio») y ónyx («blanco»). El sárdonux u ónice es una piedra de color blanco con vetas de color rojo o marrón en planos uniformes. El sustantivo sárdonux no se usa en ningún otro sitio del Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, sin embargo, aparece en Génesis 2:12; Éxodo 28:9, 12, 20; 1 Crónicas 29:2; Ezequiel 28:13)

Cornalina: Es conocida como sárdion en el Nuevo Testamento. Es una variedad de la calcedonia. Es una piedra preciosa de color rojo que forma parte de la descripción del que está sentado en el trono en Apocalipsis 4:3.

Crisólito: El vocablo significa «piedra de oro» (chrysós + lithos). Es precisamente una piedra de color dorado que se asemeja al berilio de color amarillo o al jaspe dorado.

Berilo: Muy parecido a la esmeralda, el berilo es una de las piedras que se encontraban en el pectoral del Sumo Sacerdote. El berilo es de color azul marino o verde marino de gran belleza.

Topacio: Se menciona en Éxodo 28:17 y en Apocalipsis 21:20. Su color es un verde dorado muy apreciado por los hebreos. Se conoce desde tiempos muy antiguos (véase Job 28:19).

Crisopraso: Es de color «verde manzana» o «verde dorado». Podría ser una variedad del cuarzo, altamente translúcido. No se menciona en ningún otro sitio del Nuevo Testamento ni de la Septuaginta.

Jacinto: Además de Apocalipsis 21:20, también se menciona en Apocalipsis 9:17, donde la Reina-Valera 1960 lo traduce «zafiro». El jacinto es una piedra preciosa, probablemente de color azul violeta. Hay quienes piensan, sin embargo, que su color es rojo amarillento.

Amatista: La amatista es también una variedad del cuarzo. Su color es púrpura claro y transparente. También podría ser de color azul púrpura y es más brillante que el jacinto.

Los colores representados por las piedras preciosas han sido clasificados de la siguiente manera:

  • Azul (zafiro, jacinto y amatista)
  • Verde (jaspe, ágata o calcedonia, esmeralda, berilo, topacio y crisopraso)
  • Rojo (sardónica, sardio u ónice)
  • Amarillo (crisólito).
Aun así, hay una gran variedad de tonos y brillantez y en la refracción de cada piedra preciosa en la otra. La hermosura de los cimientos del muro es, sin duda, cautivadora. La belleza de la ciudad deslumbra la mente del lector, pero la realidad será mucho más hermosa todavía.

21:21

«Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla. Y la calle era de oro puro, transparente como vidrio»
. En Apocalipsis 21:12, 13, se menciona que la ciudad tiene «doce puertas». Cada puerta tiene el nombre de unas de las tribus de Israel. Pero en Apocalipsis 21:21 se añade al hecho de que cada una de las puertas consiste de una enorme perla de aproximadamente 65 metros de ancho. La amplitud de cada puerta y el número de ellas sugiere el libre y amplio acceso de los redimidos a la ciudad. La perla es una de las joyas más codiciadas de la humanidad (véase Mt. 13:45, 46). Dios ha escogido los materiales más hermosos para la construcción de la nueva Jerusalén. Esa es la casa del Padre y allí estaremos sus redimidos. La deslumbrante belleza de la ciudad se extiende de un extremo al otro de la misma: Sus puertas, su muro, su calle, todo es de una belleza tal que el vocabulario humano no es capaz de describirla.

«Y la calle de la ciudad era de oro puro». Obsérvese el singular «la calle» (hei plateia). Al parecer, se refiere a una amplia avenida que cruza la ciudad. El hecho de que toda la ciudad esté hecha de «oro puro, semejante al vidrio limpio» permite concluir que sus calles serán de oro. Debido a que la calle será continua aun cuando cambie de dirección o se una con otra avenida que proceda de otra puerta, es solamente una calle y no muchas. La expresión «transparente como vidrio» es una frase epexegética usada para destacar la excelsa pureza del oro. Los habitantes de la ciudad podrán admirar la hermosura de la gran avenida de la nueva Jerusalén y sorprenderse ante la transparencia del oro que le sirve de cubierta.

21:22

«Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero»
. En la Jerusalén terrenal, el templo era el centro de todas las actividades de la nación de Israel. Cuando el Mesías regrese a la tierra, «Él edificará el templo de Jehová» (Zac. 6:13). Habrá un templo nuevo en la Jerusalén terrenal durante el milenio. Pero en la nueva Jerusalén no hace falta templo.

Juan explica la causa de la ausencia de un templo en la ciudad celestial: «Porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella». Esta es una frase enfática en el texto griego. Literalmente dice: «Porque el Señor, el Dios, el Todopoderoso templo de ella es». Él es el Soberano, Dueño y Creador de todas las cosas. Además, es el Todopoderoso (pantokrátor), es decir, el que tiene control de todas las cosas. Él es el naós, o sea, el lugar santísimo de la ciudad.

«Y el Cordero» (kai to arníon). El Cordero también es el lugar santísimo de la nueva Jerusalén junto con el Padre celestial. El Cordero-Mesías posee la misma dignidad, atributos y gloria que el Padre. En la ciudad celestial el Cordero será adorado al igual que el Padre como el Señor Dios Todopoderoso porque Él es Dios en el sentido más riguroso del vocablo.

21:23

«La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera»
. La presencia de Dios suplirá la luz necesaria para la iluminación de la nueva Jerusalén. La antigua creación necesita la luz del sol y la de la luna. La nueva creación tendrá la Shekinah, es decir, la luz de la presencia de Dios. 
La ciudad santa será iluminada por la gloria de Dios. Tal acción añadirá a la belleza ya existente en la ciudad. «Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él» (1 Jn. 1:5). Jesús dijo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn. 8: 12). El Cordero será la lámpara (ho lychnos) de la nueva Jerusalén. Si hubiese sol en la nueva Jerusalén, la luz de la gloria de Dios y del Cordero sobrepasarían en brillo y esplendor a la luz que éste pudiese producir.

21:24

«Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella»
. ¿A qué naciones y reyes se refiere este versículo? Creemos que se refiere a las naciones que no se unieron a la rebelión de Gog y Magog mencionada en Apocalipsis 20:8 cuando Satanás hace su último intento contra Dios. Nótese que continúan existiendo con sus cuerpos naturales en la tierra renovada. Como dijimos anteriormente, las condiciones del milenio y la eternidad se entremezclan y yuxtaponen en Apocalipsis 21 porque son las mismas, con excepción de los incrédulos rebeldes. Las naciones que no participaron en la última rebelión contra Dios continuarán existiendo en la eternidad. Aquí hay un cuadro de todas las naciones que van a Dios y todos los reyes que traen sus regalos que nos recuerda la visita de los magos del oriente que buscaban al Rey de los judíos (Mt. 2:1-12).

Estas «naciones» no están compuestas de gente salvada, si no por quienes sobrevivieron el reino milenial sin morir y sin integrarse en la rebelión de Satanás y que continúan existiendo con sus cuerpos naturales aún cuando la eternidad se ha iniciado. Son como Adán y Eva en el huerto del Edén antes de la caída. Seres humanos no resucitados, naturales, que habitarán en la nueva tierra, el Paraíso restaurado (Ap. 22:1-5) por parte de o por toda la eternidad. Estos serán los individuos sobre quienes los santos resucitados reinarán (Ap. 22:5). Naciones, pueblos y hombres en la tierra deben continuar en la carne como estuvieron Adán y Eva antes de la caída.

Las condiciones prevalecen fuera de la nueva Jerusalén en partes de la nueva tierra de donde proceden las naciones y los reyes que vienen a la ciudad son las mismas del milenio. Con la ausencia de la maldición que dañó la tierra antigua (Ap. 22:3), las condiciones de estos sobrevivientes serán inmensamente superiores a las del mundo del orden presente.

El versículo 24 presenta un cuadro diferente del que aparece en otros capítulos del Apocalipsis. En Apocalipsis 21:24 se habla de «naciones» y «reyes de la tierra» que llevan su gloria y honor, es decir, sus mejores regalos, a la nueva Jerusalén. Hay un gran contraste entre lo que describe este versículo y la actitud de las naciones paganas que aparecen en otros pasajes del Apocalipsis, particularmente los relacionados con la Babilonia del capítulo 18. Como puede verse en Apocalipsis 21:24-26, la vida en el mundo venidero, con toda seguridad, implica la continuación de actividades que contribuirán a la gloria de la Santa Ciudad por toda la eternidad. Las naciones paganas y los reyes de la tierra han estado en rebeldía contra Dios. Pero en la regeneración tanto las naciones que no se rebelaron contra Dios al final del milenio como sus reyes, adorarán al Mesías y se someterán a su soberanía.

21:25, 26

«Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella»
. Las «puertas» (hoi pylones) de la nueva Jerusalén son espaciosas. «Nunca serán cerradas de día» (ou mei kleisthósin heiméras). Obsérvese el uso de la doble negación ou mei con el aoristo subjuntivo, voz pasiva de kleío, que significa «cerrar». La doble negación es enfática y puede traducirse «jamás», «nunca», «de ninguna manera». El aoristo subjuntivo realiza la función de futuro. La idea de la frase es que «las puertas de la ciudad jamás serán cerradas de día», es decir, estarán abiertas constantemente. Las ciudades terrenales tenían que cerrar sus puertas al anochecer por razones de seguridad. La nueva Jerusalén tendrá seguridad permanente. Como ya se ha señalado, sus altos muros son para proteger a sus moradores sólo durante el milenio, después servirán para simbolizar la seguridad de vivir en la casa del Padre (Jn. 14:2). El hecho de que las puertas permanezcan abiertas todo el tiempo refuerza la idea de la paz y tranquilidad existente en la ciudad celestial.

«Pues allí no habrá noche». El día se extiende indefinidamente sin interrupción, porque las tinieblas nunca llegan. La ausencia de la noche es una realidad sólo en la nueva Jerusalén, no significa que fuera de ella ha habido un cambio en el ciclo «día-noche» tal como el hombre lo ha conocido desde la creación de la tierra, donde todavía habitan hombres, mujeres y niños con cuerpos naturales. La presencia permanente de la gloria divina dentro de la ciudad es lo que produce la desaparición de la noche en la nueva Jerusalén. El texto, por lo tanto, pone de manifiesto dos estupendas realidades: (1) Las puertas de la ciudad santa no serán cerradas bajo ninguna circunstancia; y (2) no habrá noche en la nueva Jerusalén. Allí no hay ningún miedo, ni temor, porque la misma presencia del Señor protege a los suyos.

Las naciones mencionadas en Apocalipsis 21:26 son las mismas del versículo 24. El verbo «llevarán» (oísousin) es el futuro indicativo, voz activa de phéro, que significa «llevar», «transportar». El texto no dice cual es el sujeto de dicho verbo. Es probable que el sujeto sea «los reyes de la tierra». Estos llevarán a la nueva Jerusalén «la gloria y la honra de las naciones», es decir, sus mejores regalos. Los líderes de las naciones organizadas tendrán acceso a la santa ciudad y pagarán allí sus tributos regularmente. Los vocablos «gloria» (dóxan) y «honra» (timein) apunta a la excelencia del tributo que los reyes de las naciones llevarán a la nueva Jerusalén, y refuerza la idea de que habrán multitudes fuera de la ciudad aún con sus cuerpos naturales.

21:27

«No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero»
. Este versículo establece de forma enfática la santidad de la nueva Jerusalén: «No entrará en ella ninguna cosa inmunda» (kai ou mei eisélthei eis autein pan koinon). Obsérvese la doble negación ou mei antepuesta al verbo eisélthei («entrará»). Como en el caso anterior (v. 25), la doble negación es enfática y el verbo que le sigue es el aoristo subjuntivo, voz activa pero que tiene función de futuro. La idea de la frase podría expresarse así: «Y de ninguna manera entrará en ella alguna cosa común» o «y jamás entrará en ella algo profano o ceremonialmente impuro». Es decir, en la ciudad habrá perfecta santidad.

«O que hace abominación y mentira» (kai poion bdélygma kai pseudos). Esa era una de las principales características de la gran Babilonia: «La madre de Las rameras y de las abominaciones de la tierra». Babilonia contaminó a las naciones de la tierra con el vino de sus abominaciones y las alejó de Dios con sus mentiras e idolatría. La santa ciudad, la Jerusalén celestial, estará limpia de toda inmundicia y pecado. La entrada en la nueva Jerusalén estará vedada a todos los mencionados en Apocalipsis 21:8. Sólo entrarán en ella aquellos cuyos nombres estén inscritos en el libro de la vida del Cordero. De nuevo, esto refuerza el hecho de que habrán multitudes fuera de la ciudad aún con sus cuerpos naturales, algunos de ellos justos, otros profanos.

Todavía habrá inconversos fuera de la ciudad que pudiesen verse tentados a entrar en ella a la fuerza. Pero el texto es inequívoco, no podrán entrar en ella. La creencia de que no exista ninguna posibilidad de salvación en la eternidad es desmentida a lo largo de todo el capítulo 21 de Apocalipsis. La Biblia afirma de manera rigurosa que el que cree en Cristo tiene vida eterna (Jn. 6:47) y «que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (He. 9:27). La salvación se recibe en vida. Y si bien es cierto que no hay esperanza para el pecador después de la muerte, también es cierto que las multitudes que no participen en la rebelión de Satanás al final del milenio (Ap. 20:7-9) continuarán viviendo y habitando en la tierra renovada cuando la eternidad ya haya comenzado. Esas multitudes, aún podrán convertirse a Cristo, porque no han muerto. Los inconversos, por otro parte, perecerán en sus pecados.

Otra observación que debe hacerse es el énfasis dado al Cordero en Apocalipsis 21:9-22:3. Nótese que se habla de «la esposa del Cordero» (Ap. 21:9); «los doce apóstoles del Cordero» (Ap. 21:14); «el Cordero» (como templo) (Ap. 21:22); «el Cordero» (como lumbrera de la santa ciudad) (Ap. 21:23); «el libro de la vida del Cordero» (Ap. 21:27). El sustantivo el «Cordero» es mencionado 29 veces en el Nuevo Testamento, y sólo en el Apocalipsis es mencionado 27 veces.

El libro de la vida se menciona en el Apocalipsis en 3:5; 13:8; 20:12, 15 y 22:19 y sugiere el registro donde están inscritos los nombres de los redimidos.

Evidentemente «las naciones» y «los reyes de la tierra» mencionados en Apocalipsis 21:24, 26, tienen sus nombres inscritos en el libro de la vida del Cordero, puesto que tienen libre entrada en la Jerusalén celestial. Como ya se ha sugerido (Ap. 21:24) «las naciones» mencionadas en este pasaje estarán conformadas por personas nacidas durante el milenio que no siguieron a Satanás en su última rebelión. Esas personas son los que ponen su fe en el Mesías y, por lo tanto, nacen de nuevo. Al final del milenio, en la eternidad, continúan viviendo en la tierra como lo hicieron Adán y Eva antes que pecasen: podrán ver a Dios y entrar y salir de la nueva Jerusalén.

Resumen y Conclusión

El capítulo 20 del Apocalipsis termina con una escena sobrecogedora. Habla de la condenación de quienes confiaron en sus obras y méritos personales para ser salvos. Habla de la muerte segunda y del lago de fuego. En contraste, el capítulo 21 trata de la creación completamente renovada: un cielo renovado, una tierra purificada, una Jerusalén glorificada, una relación con Dios restaurada y un ambiente de perfeción física y espiritual. Todo lo opuesto a lo que experimentamos aquí, ahora, en este mundo caído y envilecido por el pecado.

Apocalipsis 21 nos presenta la visión que el Señor dio a Juan respecto a la creación restaurada a una condición edénica y la nueva Jerusalén. Dios ha prometido la renovación de todas las cosas (Is. 65:17; 66:22; Ro. 8:19-22; Hch. 3:21). En Apocalipsis 21:1-3, Dios renueva el cielo y la tierra, y hace descender sobre su creación redimida una nueva ciudad, la Jerusalén la celestial. Allí habitará Dios y con Él todos sus redimidos con cuerpos glorificados a la semejanza del que posee el Señor Jesús ahora, aquellos cuyos nombres están inscritos en el libro de la vida del Cordero (Ap. 21:27).

La miseria humana será eliminada de la experiencia de los redimidos por completo (Ap. 21:4) porque habrá un ambiente totalmente nuevo (Ap. 21:5, 6) y una nueva relación con Dios (Ap. 21:7). Los inicuos serán absolutamente excluidos de la nueva Jerusalén porque allí habrá total santidad (Ap. 21:8).

La visión de la Jerusalén celestial es estupenda. Se asemeja a una esposa ataviada para esperar a su esposo (Ap. 21:9), desciende de la misma presencia de Dios (Ap. 21:10), posee la gloria de Dios (Ap. 21:11a) y se asemeja a una piedra de jaspe, diáfana como el cristal (Ap. 21:11b). La ciudad está rodeada de un formidable muro que representa la seguridad que en ella hay. Tiene doce puertas con los nombres de las tribus de Israel (Ap. 21:12, 13). El muro de la ciudad tiene doce cimientos con los nombres de los doce apóstoles del Cordero (Ap. 21:14). Las dimensiones de la ciudad son enormes. Tendrá la forma de un cubo de 2.200 kilómetros de ancho, 2.200 de largo y 2.200 de alto (Ap. 21:15, 16). La altura del muro es de 65 metros (Ap. 21:17). Los versículos 18 al 21 proporcionan una lista de los materiales de los que está edificada la ciudad: El muro, los cimientos, las puertas y la calle, todo está edificado de piedras preciosas y oro resplandeciente como el cristal.

Los versículos finales (Ap. 21:22-27) presentan las características de la nueva Jerusalén en su aspecto espiritual. No habrá templo físico, porque Dios y el Cordero son su templo (Ap. 21:22). No habrá necesidad de sol ni de luna, porque Dios y el Cordero la iluminarán (Ap. 21:23). Las naciones que han sido salvas le traerán regalos preciosos (Ap. 21:24, 26). Las puertas de la nueva ciudad nunca se cerrarán (Ap. 21:25). Sólo los redimidos tendrán acceso a la ciudad (Ap. 21:27). Es indiscutible que la nueva Jerusalén exhibirá una gloria jamás soñada por el ser humano. El requisito para la entrada en la santa ciudad sigue siendo la fe en el único Salvador de los hombres: Jesucristo, el Mesías, el Cordero de Dios.

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