Apocalipsis Capítulo 19
El capítulo comienza con una mirada retrospectiva para alabar a Dios por haber juzgado a Babilonia (Ap. 19:1-4). Seguidamente hay una expresión de júbilo por la llegada de las bodas del Cordero (Ap. 19:5-10). Se escucha una voz procedente del trono, que probablemente sea de uno de los seres celestiales, llamando a los siervos de Dios a alabar al Señor. Todos los santos se regocijan porque ha llegado el día de la presentación de la esposa del Cordero, la Iglesia, vestida de lino fino, limpio y resplandeciente como señal de santidad para unirse al Cordero para siempre.
Apocalipsis 19:11-21 NO describe la segunda venida del Señor Jesucristo. La segunda venida (parousía) del Señor Jesús ocurre—no aquí—sino más bien entre la apertura de los sellos sexto y séptimo; específicamente en Apocalipsis 6:12-16 y 7:9-17, donde se describen el arrebatamiento y la resurrección de la multitud incontable de creyentes que aparecen en el cielo, habiendo sido sacados de la gran tribulación.
A estos dos eventos les sigue el día de la ira del Señor comenzando con la apertura del rollo cuando se rompe el séptimo y último sello (Ap. 8). Las trompetas y las copas que dan cuenta del juicio de Dios sobre los malvados vienen a continuación. La batalla de Armagedón es uno de los últimos juicios en el conjunto complejo de la ira escatológica de Dios que se describe en Apocalipsis 19:11-21—el gran final. Este pasaje no se trata de liberación (resurrección y arrebatamiento), sino sólo de juicio.
Prácticamente todas las otras posiciones escatológicas (pretribulacionismo, postribulacionismo, amilenialismo, premilenialismo histórico) suponen que la segunda venida del Señor ocurre en Apocalipsis 19:11-21. En general, nunca presentan argumentos a favor de esto, simplemente lo dan por sentado. Obviando, por espacio, toda la evidencia que apunta a que la segunda venida del Señor—y por consiguiente, la resurrección y el arrebatamiento—ocurre entre Apocalipsis 6:12-16 y 7:9, y a continuación de este evento ocurren los juicios escatológicos de las trompetas y las copas, presentamos aquí sólo un par de razones para descartar Apocalipsis 19:11-21 como una descripción de la segunda venida del Señor:
En primer lugar, el pasaje (Ap. 19:11-21) no tiene las características comúnmente asociadas con la parousía en los Evangelios sinópticos ni en las epístolas paulinas. No se menciona a Cristo viniendo sobre las nubes (Mt. 24:30; 26:64; Mc. 13:26; 14:62; Lc. 21:27), ni la resurrección, ni la reunión de los elegidos (Mt. 24:31, 40-41; Mc. 13:27; ver Mt. 13:41, 49; 1 Ts. 4:17; 1 Co. 15:52). La descripción de Cristo en un caballo blanco no se encuentra en ninguno de los pasajes que tratan acerca de la parousía. Patentemente, el interés en este pasaje no está en los fieles sino en la destrucción de los malhechores. En cualquier caso, los fieles no están en la tierra esperando ser liberados, sino en el cielo (con cuerpos resucitados). Interpretar la manifestación del Señor en Apocalipsis 19: 11-21 como su segunda venida y con la remoción de los fieles de la tierra, va en contra del gran interés que los aún presentes en la tierra demuestran tener en Apocalipsis 19. La única característica que este pasaje tiene en común con los pasajes que describen la parousía en el resto del Nuevo Testamento es la presencia de los ángeles acompañantes (Mt. 13:41, 49; 16:27; 24:31; 25:31; Mc. 8:38; 13:27; 2 Ts. 1:7).
La idea de que Apocalipsis 19:11-21 describe la segunda venida del Señor proviene de aquellos que enseñan que el arrebatamiento es inminente (no precedido por señales), y que ocurre antes de los eventos descritos en el Apocalipsis. Estos «maestros» ven la segunda venida ocurriendo aquí para mantener el mito de que los santos (la Iglesia) no pasarán por los eventos descritos en los sellos de Apocalipsis 6. Si Apocalipsis 19:11-21 describiera la segunda venida del Señor entonces esta no sería su segunda venida, si no la tercera, porque el mismo Señor vincula su segunda venida con la resurrección y el arrebatamiento de los santos en Mateo 24:29-31, donde dice: «E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días (Ap. 6), el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria (segunda venida). Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro (resurrección y arrebatamiento)». Apocalipsis 19:11-21 NO describe la segunda venida del Señor Jesucristo porque ésta es inseparable de la resurrección y el arrebatamiento, eventos que brillan por su ausencia en el pasaje.
Apocalipsis 19:11-21 es una visión que describe el formidable despliegue de poder del Señor ante sus enemigos reunidos en Armagedón, batalla para la cual la sexta copa llama a prepararse—preparación que está terminada para el momento en que se derrama el contenido de la séptima copa (Ap. 16:13-17). Resumiendo, el pasaje describe la manifestación del Señor Jesucristo en Armagedón para derrotar personalmente al Anticristo y sus secuaces de entre todas las naciones—la consumación de la derrota de todos los enemigos del Mesías, quien se apresta para reinar como rey davídico en cumplimiento de las promesas de Dios.
Comentario
19:1
«Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor Dios nuestro». La expresión «después de esto» (meta tauta) aparece repetidas veces en el Apocalipsis (véase Ap. 4:1; 7:1, 9; 15:5; 18:1). Generalmente, dicha expresión sugiere un cambio de tema. En este caso, sin embargo, se usa para destacar la culminación de los acontecimientos descritos en el capítulo 18 relacionados con la destrucción de Babilonia. O sea que a raíz de la desolación de la ciudad de Babilonia, dice Juan: «Oí una gran voz de gran multitud en el cielo». El texto griego añade el vocablo «como» después del verbo «oí» (éikousa). De modo que debe leerse: «Oí como una gran voz de gran multitud en el cielo». Probablemente lo que Juan escuchó procedía de las gargantas de seres angelicales que se regocijan y alaban a Dios por lo que ha hecho con Babilonia. Más adelante (versículo 5) estos seres angelicales invitan a los redimidos a dar alabanza a Dios de igual manera que ellos.
La alabanza angelical comienza con la expresión: «¡Aleluya!», vocablo hebreo que significa «alabad a Jehová». «Aleluya» ha sido volcado del hebreo al griego letra por letra, sin traducirlo: «Hallelu-yah» y es casi equivalente a la frase que aparece en el versículo 5: «Alabad a Dios». Este hermoso término aparece cuatro veces en estas celebraciones de alabanza (versículos l, 3, 4 y 6), pero no se encuentra en ningún otro sitio del Nuevo Testamento. Sí aparece, sin embargo, con mucha frecuencia en el libro de los Salmos. Es el vocablo con el que comienza y termina cada uno de los últimos cinco salmos. Dios es digno de ser alabado por todas sus criaturas. Ese es, sin duda, el objetivo de la alabanza pronunciada desde el cielo por los seres angelicales.
«Salvación y honra y gloria y poder son del Señor Dios nuestro». Obsérvese el uso de la figura de dicción llamada polisíndeton, es decir, la repetición de la conjunción «y». Esta figura se usa para que el lector se detenga y reflexione acerca de cada uno de los sustantivos mencionados. Los seres angelicales alaban diciendo: «La salvación y la gloria y el poder de nuestro Dios han llegado». En primer lugar, Dios es alabado por la consumación de su «salvación» (hei soteiría), es decir, la gran liberación relacionada con la venida del reino. La victoria que resulta en la venida del reino de Dios a la tierra coincide con la eliminación de todos los obstáculos, incluyendo a la bestia y a Babilonia. Ese es el primer motivo de alabanza al Señor.
Dios es alabado también por la manifestación de su «gloria» (he dóxa). La referencia es a la gloria moral de Dios en la ejecución de sus juicios. En Apocalipsis 15:8 dice: «Y el templo se llenó de humo por la gloria de Dios, y por su poder... ». La manifestación de la gloria judicial de Dios es imponente e irresistible. Su presencia es aterradora y excluye de ella a todo otro ser. El entorno de este versículo tiene que ver con la destrucción de Babilonia. La majestuosa e imponente gloria judicial de Dios exterminará al poder terrenal de Babilonia.
Dios es alabado, además, por su «poder» (hei dynamis). Este vocablo tiene que ver con el poder dinámico de Dios. En Apocalipsis 12:10, Dios es magnificado por la derrota de Satanás. Un ser celestial proclama: «Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo...». La alabanza dada a Dios por el despliegue de su poder en Apocalipsis 12:10 y la de Apocalipsis 19:1 están estrechamente relacionadas. En ambos casos «el poder» se refiere a la irresistible fuerza dinámica que ha de aplastar y pulverizar a toda autoridad contraria, ya sea satánica en el cielo o humana en la tierra.
19:2
«Porque sus juicios son verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella». El carácter justo y verdadero de los juicios de Dios es reconocido en Apocalipsis 15:3; 16:7 y 19:2 (véase también 2 Ts. 1:5). El texto, en este caso concreto, señala al juicio de Dios sobre Babilonia. Los adjetivos «verdaderos y justos» (aleithinai kai díkaiai) destacan la absoluta imparcialidad de Dios. El juicio divino de los días de Noé fue justo y verdadero en todo sentido (véase Gn. 6:5, 12, 13). La maldad del hombre alcanzó proporciones incalculables. Dios advirtió a la humanidad de entonces mediante la predicación de Noé, pero los seres humanos se negaron a arrepentirse. Dios actuó con justicia al descargar su juicio sobre aquella generación. Los juicios de la gran tribulación y la ira también serán «verdaderos y justos». La humanidad de los postreros días será semejante a la de los días de Noé (Mt. 24:37-39). Los habitantes de la tierra continuarán con su indiferencia y endurecerán sus corazones aún más. A eso se unirá la influencia malévola de Babilonia con su corrupción social, comercial, política y religiosa.
El gozo celestial es, por lo tanto, plenamente justificado por las dos razones que el texto señala: (1) Porque (hóti) los juicios de Dios «son verdaderos y justos»; y (2) porque (hóti) «ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido la tierra con su fornicación». Babilonia será juzgada tanto por lo que es en sí, una gran ciudad malvada, como por el hecho de ser un instrumento de corrupción en la tierra. El verbo «ha corrompido» (éphtheiren) es el aoristo indicativo, voz activa de phtheíro, que significa «pudrir». La idolatría y el materialismo de Babilonia han corrompido a las naciones (véase Ap. 14:8; 17:2; 18:3). Además, Babilonia ha sido una instigadora de prácticas inmorales entre las naciones de la tierra. Dios, por lo tanto, dará su justo castigo a la gran ciudad.
«Y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella». El verbo «ha vengado» (exedíkeisen) es el aoristo indicativo, voz activa de ekdíkéo, que significa «vengar». El tiempo aoristo es usado prolépticamente. Aunque el juicio de Babilonia es futuro, su cumplimiento es tan cierto que se expresa como algo ya realizado.
La pregunta formulada por los mártires de la gran tribulación, diciendo: «¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?» (Ap. 6:10), tendrá su respuesta cabal y definitiva cuando Dios juzgue a la gran ramera de Apocalipsis 17, primero; y a la ciudad de Babilonia, después. Los que destruyen la tierra experimentarán el justo juicio de Dios (Ap. 11:18). Dios dará una medida plena de su castigo a la ciudad que ha sido la instigadora de las persecuciones de los santos y del derramamiento de su sangre. Por siglos la ramera que simboliza a Babilonia se ha embriagado «de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús» (Ap. 17:6). Pero tendrá su justa retribución cuando Dios la entregue en manos de sus amantes para que la destruyan (Ap. 17:16). Al igual que su símbolo, la ciudad de Babilonia será reducida a escombros en el mismo lugar donde fue erigida por Nimrod.
Obsérvese que Dios vengará «la sangre de sus siervos», es decir, de aquellos que le sirven a Él como «esclavos» (doúlous). El Señor no se olvida de quienes le sirven. No sólo les dará galardones por la fidelidad y el servicio (He. 10:35, 36), sino que, además, reclamará la sangre de sus perseguidores y martirizadores. Babilonia disfrutará persiguiendo a los profetas y santos de Dios. En Apocalipsis 19:1, 2, los cielos se regocijan por el juicio divino sobre la gran ciudad.
19:3
«Otra vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos». La expresión «otra vez» (deuteron) es un acusativo adverbial que significa «segunda vez» y sugiere que el grupo de seres que proclama el ¡Aleluya! del versículo 1 es el mismo que lo repite en el versículo 3. Los seres celestiales alaban a Dios por la ejecución de su justo juicio sobre la ciudad inicua que ha corrompido la tierra y ha derramado la sangre de los santos. El verbo «dijeron» (éíreikan) es el perfecto indicativo, voz activa de légo, que significa «decir». El tiempo verbal realiza la función de un perfecto dramático y es usado para señalar el carácter dinámico y altamente descriptivo de la acción. Su función es muy similar a la de un tiempo presente: «Y [por] segunda vez dicen: ¡Aleluya!»
«Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos». Como se ha señalado con anterioridad (véase Ap. 17:6; 18:8, 9, 18), Babilonia será destruida por fuego. Su destrucción será súbita, sobrenatural y total. El humo de su juicio «sube» (anabaínei) como testimonio de que su ruina ha sido completa. El tiempo presente del verbo dramatiza la declaración del juicio de Babilonia: «Su humo asciende continuamente».
La frase «por los siglos de los siglos» (eis tous aionas ton aiónon) es una locución que en este contexto tiene una doble proyección. Por un lado, contempla el carácter permanente de la destrucción de Babilonia. Por otro, destaca la realidad de la devastación material de dicha ciudad de una manera tan patente que, como testimonio de su destrucción, «el humo de ella» sube de forma continua mientras dura el milenio. La reiteración del juicio de Dios sobre Babilonia es una indiscutible evidencia del profundo repudio divino de las obras de dicha ciudad y del sistema que ha corrompido la tierra.
19:4
«Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!» Los seres celestiales del más alto rango unen sus voces para alabar a Dios por su juicio sobre Babilonia. Los veinticuatro ancianos son los mismos mencionados en Apocalipsis 4:4, 10; 5:8, 11, 14; 7:11; 11:l6; 14:3. Como se ha sugerido con anterioridad, los veinticuatro ancianos no son la Iglesia, sino seres angelicales de alto rango que sirven alrededor del trono celestial. Los veinticuatro ancianos aparecen cuando el trono de juicio es establecido y no reaparecen hasta después que el juicio ha sido ejecutado. Los cuatro seres vivientes también son seres angelicales que ocupan una posición de mayor cercanía al trono celestial.
«Se postraron en tierra y adoraron a Dios». Es una escena semejante a la que se describe en Apocalipsis 4:10; 5:14; 7:11 y 11:16. Los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postran en adoración reverencial delante del Dios soberano de cielos y tierra.
«Que estaba sentado en el trono». Esta frase debe ser tomada en conexión con la anterior. Los ancianos y los seres vivientes se postran y adoran «a Dios quien se sienta en el trono». Los seres celestiales del más alto rango reconocen la soberanía y la autoridad del Dios Todopoderoso y lo manifiestan a través de la adoración. El Soberano Dios del Universo está sentado en su trono. Él tiene control de todas las cosas. Su poder se ha manifestado en su juicio sobre Babilonia y en la consumación de su ira sobre la humanidad incrédula.
El acto de adoración expresado en este versículo es, además, un reconocimiento de que Dios es fiel en el cumplimiento estricto de todas sus promesas. Los seres celestiales «se postraron en tierra», es decir, se humillaron y «adoraron a Dios», o sea, reconocieron su grandeza y sublime dignidad. En esa actitud, exclaman: «¡Amén! ¡Aleluya!»
La expresión «¡Amén!» sugiere aprobación y regocijo por todo lo que ha acontecido respecto a Babilonia y «¡Aleluya!» expresa una alabanza al Dios Soberano por haber completado su juicio sobre la gran ciudad.
19:5
«Y salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes». La voz que Juan escuchó no es la del Padre ni la del Señor Jesucristo, ni tampoco es la voz del templo (ek tou naou) como en Apocalipsis 16:17, sino que es una voz que se separa del trono (apo tou thrónou), es decir, que procede de la dirección del trono. Es difícil identificar dicha voz con absoluta precisión. Es probable, sin embargo, que sea la voz de uno de los ángeles de la presencia del Señor.
Lo que sí es incuestionable es el propósito de la voz que viene de la dirección del trono: «Alabad a nuestro Dios todos sus siervos». La voz celestial pronuncia una orden estupenda. «Alabad» (aineite) es el presente imperativo, voz activa de ainéo, que significa «alabar». El presente sugiere una acción continua y el imperativo es un mandato. La idea es: «No ceséis de alabar a nuestro Dios», «alabad constantemente a nuestro Dios». Hay aquí una clara referencia a los Salmos de Alabanza (Sal. 113-115). Dios es digno de ser alabado por ser quien es y por lo que ha hecho tanto con su creación como con sus criaturas.
La orden de alabar a Dios es dirigida a «todos sus siervos, y los que le teméis». Quizá la referencia sea al mismo grupo. La idea es: «Todos sus siervos, es a saber, los que reverentemente le teméis». El llamado es muy parecido al que aparece en Apocalipsis 11:18, donde se menciona que ha llegado el tiempo de la ejecución del juicio «Y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes». La convocatoria a la adoración a Dios es amplia, puesto que el llamado es hecho a todos los siervos del Señor «así pequeños como grandes».
El llamado es hecho, por lo tanto, a todos los que han puesto su confianza en el Dios Todopoderoso. La expresión «los que le teméis» (hoi phoboúmenoi autón) es sinónima de «los que han creído en él». En este contexto, Dios está actuando en juicio, por consiguiente, es lógico que Juan destaque el hecho de que los siervos de Dios, grandes y pequeños, muestran que han confiado en Él mediante el temor que exhiben delante de su presencia.
19:6
«Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!». Juan utiliza varios símiles para describir la escena del versículo 6. (Obsérvese el uso de «como» [hos]. Esta es la cuarta vez que Dios es alabado con un gran «¡Aleluya!» en este pasaje.)
No es fácil identificar el origen de esta alabanza. La primera intención sería atribuírsela a los redimidos que están en el cielo. Un análisis más cuidadoso del versículo, sin embargo, obliga a desistir de esa interpretación. La gran multitud del versículo 6 debe ser la misma que aparece en el versículo 1, donde indudablemente se refiere a ángeles. Además, esa multitud hace un llamado a regocijarse y a dar gloria por la llegada de «las bodas del Cordero» y porque «su esposa se ha preparado» (Ap. 19:7). En tercer lugar, si se identifica a dicha multitud con los arpistas de Apocalipsis 14:2, debe concluirse que lo más probable es que la alabanza de Apocalipsis 19:6 proceda de las huestes angelicales que unen sus voces para formar un coro solemne que exalta y glorifica a Dios por lo que Dios es y lo que ha hecho.
Obsérvese que Juan desea destacar la potencia del sonido que llegó a sus oídos: (1) «Oí como la voz de una gran multitud». Juan escuchó lo que le parecía una enorme coral que se oía como si fuera una sola voz; (2) «como el estruendo de muchas aguas», es decir, como el rugir de una poderosa catarata (Ap. 1:15; 14:2); y (3) «como la voz de grandes truenos». Esta frase sugiere fortaleza y llamada de atención. Se usa repetidas veces en el Apocalipsis con referencia a una intervención angelical (véase Ap. 6:1; 10:1-4; 14:2).
El gran coro de seres celestiales expresa un poderoso y estupendo «¡Aleluya!», es decir, «¡alabad a Yavé!» Como ya se ha destacado, dicha expresión es clave en los llamados «Salmos Hallel» (Sal. 113-118). También es el vocablo inicial de los Salmos 106, 111, 113, 116 y 135. En Apocalipsis 19:1-6, se usa como una expresión de suprema alabanza. Es el gran himno triunfal entonado desde el cielo para celebrar la destrucción de Babilonia. Expresa, además, el anuncio de la inauguración del reino de Dios en la tierra: «Porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina». El coro celestial proclama con toda contundencia la razón del por qué Dios es alabado. El reino de Dios puede ahora reemplazar al demolido poder mundial que ha dominado la tierra en oposición al reino de Dios durante tanto tiempo.
Obsérvese que Dios es designado como «el Señor nuestro Dios Todopoderoso» o, tal vez mejor, «nuestro Señor Dios Todopoderoso». El sustantivo «Señor» (kyrios) equivale a Yavé o Jehová, es decir, el Autosuficiente Dios quien es fiel a todas sus promesas. «Todopoderoso» (pantokrátor) destaca la soberanía de Dios en el Universo y su control de todas las cosas (véase Ap. 1:8; 4:8; 11:17; 15:3; 16:7, 14; 21:22). El verbo «reina» (ebasíleusen) es el aoristo indicativo, voz activa de basileúo, que significa «regir como rey», «ser rey», «gobernar». Su función aquí es profética e ingresiva. Es decir, se da por sentado anticipadamente que nuestro Señor el Dios Todopoderoso ha comenzado a reinar.
En esta coyuntura, en el Apocalipsis, el reino de Dios de hecho aún no ha sido plenamente establecido; espera el encadenamiento de Satanás, y la inauguración del reino mesiánico de Cristo, acontecimientos que aún están por describirse. Esta es una declaración proléptica análoga con los anuncios en Apocalipsis 14:8 de la caída de Babilonia y 11:15ss tocante al establecimiento del reino de Dios. Sin embargo, el juicio de Babilonia ha sido anunciado como el primer gran acto en el establecimiento del reino de Dios. Los adversarios humanos y demoníacos tienen que ser removidos antes que el reino de Dios pueda prevalecer, su destrucción siendo el comienzo del reinado triunfante del Mesías.
Con anterioridad (Ap. 11:15-17) se ha hecho el anuncio anticipatorio de que «los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos». Dios es alabado y glorificado por los ancianos, quienes claman: «Te damos gracias Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado [comenzado a reinar].»
El cumplimiento de las palabras de Apocalipsis 11:15-17 y 19:6 aguarda la manifestación en gloria del Mesías tal como se describe en Apocalipsis 19:11-21. Debe recordarse, una vez más, que el reinado del Mesías no termina con el milenio, sino que continúa por toda la eternidad. El milenio será el preámbulo histórico del reinado de Cristo. El tiempo en que su gloria y sus atributos serán exhibidos dentro del marco de la historia.
19:7
«Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado». Este versículo comienza con dos verbos en el modo subjuntivo exhortatorio. La mencionada forma verbal se usa cuando uno exhorta a otros a participar con él en cualquier acto o condición. El subjuntivo exhortatorio se efectúa siempre en la primera persona plural (véanse He. 4:14; 12:1; 1 Jn. 4:7).
La exhortación a la alabanza procede de la multitud celestial. Los verbos «gozarse» (ebaíro) y «alegrarse» (agalliáo) sólo aparecen juntos en otro pasaje del Nuevo Testamento (Mt. 5:12), donde la causa del gozo es dada como la grandeza del galardón celestial que espera a quienes fueron humillados y perseguidos por la causa de Cristo. En Apocalipsis 19:7, sin embargo, la invitación a «gozarse» y «alegrarse» se debe a la inminente celebración de las Bodas del Cordero.
Los seres celestiales también hacen un llamado a dar gloria a Dios: «...y démosle gloria» (kai dósomen tein dóxan autoi). Dios es digno de ser glorificado por su gran obra de redención. La consumación de su plan eterno respecto a su Iglesia está a punto de realizarse.
La gloria a Dios es uno de los grandes temas tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. El sustantivo «gloria» (dóxo) y el verbo «glorificar» (doxádso) se usan en el Apocalipsis unas 17 veces. Glorificar y alabar a Dios son considerados como la más elevada responsabilidad del hombre (véanse Mt. 5:16; Ro. 1:21; 1 Co. 6:20; 10:31). La gloria de Dios tiene que ver con la manifestación de sus atributos. «Los cielos cuentan la gloria de Dios» (Sal. 19:1) y Jesucristo es la refulgencia de su gloria (He. 1:3). En resumen: La gloria de Dios es la meta final del Universo y de la historia.
«Porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado». Esta frase preposicional expresa la razón del llamado a gozarse, alegrarse y dar gloria a Dios. El verbo «han llegado» (eilthen) es el aoristo indicativo, voz activa de érchomai, que aquí ejerce una función profética o proléptica. Señala a un acontecimiento tan real que, aunque es futuro, se da por sentado como si ya hubiese ocurrido. Lo mismo sucede con el verbo «se ha preparado» (hetoimasen heautéin). El verbo es el aoristo primero de indicativo, voz activa, seguido de un pronombre reflexivo.
Desde la perspectiva de la culminación de los acontecimientos de la séptima copa, las bodas finalmente han llegado. En un sentido, el día de las bodas del Cordero y su esposa es el día de su segunda venida (Ap. 7:9-17), pero en otro sentido no tiene lugar sino hasta la consumación de los mil años (Ap. 20:3), con la revelación de la esposa (Ap. 21:1ss). La fase inicial de esta boda es ahora inminente, pero el relato no puede trasladarse inmediatamente a una descripción de la boda porque la derrota de los enemigos del Mesías, el milenio, el último esfuerzo inútil de Satanás, y el juicio que precede la boda deben de venir primero.
El texto habla de «las bodas del Cordero» y añade que «su esposa se ha preparado». Sin duda, el Cordero se refiere al Mesías, el Señor Jesucristo. La expresión, «las bodas del Cordero» es una figura que denota la unión íntima e indisoluble de la comunidad de los redimidos con el Mesías. Hay dos cuestiones importantes que necesitan aclaración: (1) ¿Cuándo tendrán lugar «las bodas del Cordero»?; y (2) ¿quién es la esposa?
En tiempos bíblicos un matrimonio implicaba dos acontecimientos principales, el desposamiento y la boda. Estos eran normalmente separados por un período de tiempo durante el cual los dos individuos eran considerados marido y mujer y como tales estaban bajo las obligaciones de fidelidad. La boda comenzaba con una procesión a la casa de la novia, que era seguida por un regreso a la casa del novio para la fiesta de boda. Por analogía, la Iglesia, desposada con Cristo por la fe, ahora espera la parousía, cuando el novio celestial vendrá por su novia y regresará al cielo con ella para la fiesta de boda.
«Las bodas del Cordero», por lo tanto, tendrán lugar después del traslado de la Iglesia y la fiesta o celebración tendrá lugar en el cielo, aunque es cierto que el texto no dice dónde tendrá lugar dicho acontecimiento. El texto sí indica, sin embargo, que ocurrirá después de la destrucción de Babilonia, es decir, después de las copas de la ira. Puesto que, al final de estas plagas postreras, el Mesías inaugurará su reino, lo más sensato es considerar que las bodas del Cordero tendrán lugar en el cielo después del rapto de la iglesia, que sucede al sexto sello.
La fiesta de bodas, por su parte, tendrá lugar en la tierra y coincidirá no sólo con el tiempo del milenio, sino que también se extenderá hasta la eternidad. Las fiestas de las bodas del Cordero tendrán su culminación después del milenio cuando el resto de los fieles procedentes del período de mil años de reinado mesiánico se combine con los mártires y los otros santos para completar el cuerpo de los redimidos (véase Ap. 21:2, 9). La decisión más sabia es incluir tanto el milenio como la eternidad en la prolongada fiesta de boda del Cordero y su esposa (véase Ap. 19:9).
El segundo tema que debe aclararse es: ¿Quién es la esposa? En el Antiguo Testamento, Israel es la esposa de Jehová (Os. 2: 6; Is. 54:6; 62:25; Jer. 31:32; Ez. 16:7-14). Sobre esa base, algunos concluyen que la referencia en Apocalipsis 19:7 señala al pueblo de Israel que ha creído en el Mesías.
Por otro lado, en el Nuevo Testamento la Iglesia es la esposa de Cristo (2 Co. 11:2; Ef. 5:25-32; Ap. 19:9; 21:2, 9; 22:17). Israel es la esposa infiel que vuelve a su marido (Jer. 3:14-20; Os. 14:1-9). La Iglesia es una virgen pura (2 Co. 11:2) desposada con Cristo. La Iglesia está compuesta de todos aquellos que han puesto su fe en Cristo y han sido bautizados por el Espíritu Santo en el cuerpo de Cristo. La Iglesia será removida de la tierra después de la gran tribulación (Mt. 24.29-31; Ap. 7:9-17). Como la esposa del Cordero, la Iglesia será presentada delante del esposo gloriosa, santa y sin mancha para la celebración de las bodas del Cordero (véase Ef. 5:25-27). Quienes han puesto su fe en Cristo y, por lo tanto, forman parte de la Iglesia constituyen la esposa del Cordero que se une con Él de manera íntima e indisoluble en el momento de la celebración de las bodas del Cordero.
Respecto a la pregunta: ¿Qué papel desempeña el remanente de Israel en las bodas del Cordero? Es incontrovertible que Israel aparecerá con la Iglesia en la Nueva Jerusalén, que también es llamada la esposa de Cristo. Las doce piedras y los doce cimientos de la ciudad (Ap. 21:12, 14) demuestran la presencia diferenciada de ambos grupos. De modo que la esposa de Cristo será un conjunto creciente de personas, con la Iglesia funcionando como la esposa de Cristo durante esa fase de la fiesta de boda que transcurre durante el milenio, pero con la integración del nuevo orden (Ap. 21:lss), la esposa recibe el incremento de los redimidos de Israel y de todas las edades, incluyendo el milenio.
A la postre, la figura de la esposa incluya a todos los redimidos. No obstante, en Apocalipsis 19:7 la referencia es a la Iglesia, es decir, todos aquellos que han puesto su confianza en Cristo desde los días del Antiguo Testamento y hasta que el Señor recoja a su pueblo (1 Ts. 4:17) en el acto del arrebatamiento. Después del arrebatamiento de la Iglesia, tendrá lugar el juicio de las obras de los creyentes, es decir, el Tribunal de Cristo (véanse 2 Co. 5:10; Ro. 14:10). El creyente no será juzgado como tal delante del Tribunal de Cristo, pero sí lo serán sus obras (1 Co. 3:11-15). El cristiano como individuo ha sido librado de todo juicio (Ro. 8:1). Una vez efectuado el Tribunal de Cristo, el Señor regresará a la tierra para la celebración de las bodas del Cordero que durará todo el milenio (la esposa desciende después, en Ap. 21:10,11). Ese es el tema que Juan considera prolépticamente en Apocalipsis 19:7, 8.
19:8
«Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos». La expresión «se le ha concedido» (edóthei autei) sugiere un acto de la gracia de Dios. Los creyentes como individuos y la Iglesia como esposa del Cordero obtienen su limpieza espiritual por la gracia de Dios. Es a través de la obra perfecta de Cristo que el creyente recibe el perdón de sus pecados y el regalo de la vida eterna. Los méritos humanos son inútiles para conseguir la salvación. La salvación es un regalo de Dios que se recibe mediante la fe en la persona de Cristo (véanse Ro. 6:23; Ef. 2:8-10; 2 Co. 5:21; Tit. 3:4-7).
«Que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente». Es por la gracia de Dios que la esposa del Cordero, la Iglesia, se viste de lino fino, limpio y resplandeciente, simbólico de la santidad que disfruta en su unión eterna con el esposo. La Iglesia, la Esposa de Cristo, está vestida de lino fino, puro y brillante. Hay un contraste con el color escarlata y el oro de la gran ramera. El lino blanco representa las acciones justas del pueblo dedicado de Dios; es decir, es el carácter lo que forma la vestidura que adorna a la Esposa de Cristo.
La esposa estará vestida con vestimenta similar a la de los siete ángeles que portan las siete copas (Ap. 15:6) y a la de los ejércitos celestiales que acompañan al Señor Jesucristo en su manifestación gloriosa en Armagedón (Ap. 19:14). El texto declara que «el lino fino es las acciones justas de los santos». La expresión «las acciones justas» (ta dikaiómata) podría indicar que los vestidos de la esposa están entretejidos de las innumerables acciones de obediencia fiel de quienes permanecen hasta el fin. La referencia a «las acciones justas de los santos» no contradice en nada al hecho de que el creyente es declarado justo sólo por la fe en Cristo (Ro. 5:1). El hombre no es salvo por obras, pero lo es para buenas obras (Ef. 2:10). Evidentemente, Dios tendrá en cuenta «las acciones justas» de los creyentes y éstas entretejerán las vestiduras de los santos como un adorno de alabanza para la gloria de Dios (véase Ap. 14:13). Las acciones justas guardan relación con los galardones que Dios repartirá a los creyentes en el Tribunal de Cristo.
19:9
«Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios». Aunque el sustantivo «ángel» no aparece en el texto griego, puede asumirse que quien habla es el ángel intérprete mencionado en el capítulo 17. Por orden angelical. Juan escribe: «Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero». El vocablo «bienaventurados» (makárioi) se usa siete veces en el Apocalipsis (1:3; 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7, 14). Es el mismo término usado por Cristo en Mateo 5:3-11.
El mencionado vocablo significa «afortunado», «dichoso», «lleno de felicidad». La designación de «bienaventurados», es decir, «más que felices» es dada a «quienes han sido llamados» (hoi kekleiménoi) a la cena de las bodas del Cordero. Debe observarse el participio perfecto, voz pasiva «quienes han sido llamados» (hoi kekleiménoi). El tiempo perfecto denota la permanencia de la invitación, mientras que la voz pasiva sugiere el origen divino de la misma.
Existen distintas opiniones respecto a la identidad de los llamados o invitados a las bodas del Cordero, la interpretación más popular es la que sugiere que en este versículo, igual que en los versículos 7 y 8, la esposa del Cordero es diferenciada de los asistentes a las bodas, la esposa evidentemente es la Iglesia, y los asistentes a las bodas son los santos de las edades pasadas y futuras. Esta postura, sin embargo, es dispensacionalista—hace una marcada distinción entre la Iglesia y los santos de antaño, especialmente los de nacionalidad hebrea. Es mejor no hacer tal distinción, porque la Biblia no la hace. La identidad de los llamados o invitados a las bodas del Cordero pueden muy bien ser aquellos que se han de convertir a Cristo después del arrebatamiento, sin importar su nacionalidad—los que han de entrar con cuerpos naturales a repoblar la tierra durante el reino milenial de Cristo.
En la manera tradicional del oriente medio, Juan describe el gran acontecimiento de la unión del Cordero con su esposa, la Iglesia. Primero tiene lugar las bodas en sí. Ese acto ha de ocurrir en el cielo. Luego sucederá la fiesta o banquete de las bodas. Dicha celebración tendrá lugar en la tierra. En la cultura hebrea la cena de bodas comenzaba hacia el anochecer del día de la boda. duraba varios días, y era una ocasión de gran júbilo. Aquí en el Apocalipsis, las bodas es el comienzo del reino terrenal de Dios, y la esposa es contenida en la Nueva Jerusalén. Los huéspedes de las bodas serán aquellos que han confiado en el Mesías pero que no forman parte de la Nueva Jerusalén. Esos son los amigos del esposo, quienes recibirán el honor de ser invitados a la cena de las bodas del Cordero.
«Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios», mejor, «Y me dijo: Estas palabras son las verdaderas de Dios». Con esta frase, el ángel afirma de manera contundente el origen divino de la revelación que ha transmitido a Juan. Podría referirse aquí a la totalidad del libro del Apocalipsis. Parece ser más consonante con el contexto, sin embargo, tomar el trozo que comienza en Apocalipsis 17:1 como el antecedente inmediato de la expresión «estas palabras».
Debe observarse que, a través del Apocalipsis, se reconoce la autoridad y la fidelidad de la Palabra de Dios (véase Ap. 1:2, 3, 9; 6:9; 17:17; 20:4; 21:5; 22:18, 19). En este versículo (Ap. 19:9), el mensajero celestial coloca el sello de la verdad divina sobre la totalidad de la serie de revelaciones que se completan con este pasaje (Ap. 17:1-19:9). El libro del Apocalipsis pone de manifiesto de manera terminante el cumplimiento de las profecías de manera literal. Las Escrituras no reconocen ninguna otra manera de cumplir lo que anuncia de antemano aparte de un cumplimiento normal. El uso de las figuras de dicción y de símbolos en el Apocalipsis en modo alguno contradice o interfiere con el cumplimiento literal de sus profecías. Es precisamente en el cumplimiento cabal de las promesas de Dios donde se demuestra la veracidad de su Palabra.
19:10
«Yo me postré a sus pies para adorarle. Y él me dijo: Mira, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía». Evidentemente, Juan quedó profundamente impresionado por la revelación que acababa de recibir. Su reacción inmediata fue la de postrarse y adorar al ser celestial que le había mostrado hechos tan estupendos. Tal vez Juan pensaba que el ángel representaba a Dios, o la emoción le había hecho perder los sentidos a causa de la revelación de la gloriosa consumación.
Cualquiera que haya sido la causa que movió a Juan a intentar adorar al ángel, de inmediato fue corregido por el ser celestial: «Mira, no lo hagas» (hóra méi). El verbo «mira» (hóra) es el presente imperativo, voz activa de horáo, que significa «mirar». La frase es una expresión elíptica en la que las palabras «no lo hagas» son sobreentendidas. Lo que el ángel expresa concretamente significa: «No me adores». Los santos ángeles de Dios saben que el único digno de adoración es el Soberano Dios vivo y verdadero.
El ángel revelador reconoce que es una criatura de Dios y, por lo tanto, se niega a ser adorado. También se reconoce a sí mismo como «consiervo» (syndoulos) de Juan y de los demás creyentes que mantienen con firmeza el testimonio de Jesús. Debe recordarse que el culto y la adoración a los ángeles era una práctica común en el Asia Menor. Pablo combatió dicha práctica en su carta a los Colosenses (2:18). Tanto en el texto bajo consideración (Ap. 19:10) como en Apocalipsis 22:9, un ángel del cielo de manera rotunda se niega a ser adorado. A modo de contraste, tanto el dragón como la bestia, es decir, Satanás y el Anticristo, exigen adoración y sentencian a muerte a todo aquel que se niegue a adorarles (véase Ap. 13:4, 8, 12, 15-17).
«Porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía». Esta frase es explicativa. El ángel declara a Juan la razón del por qué debe adorar sólo a Dios. El sentido de la explicación es: «Quien tiene el espíritu de profecía transmitirá el testimonio de Jesús». El mensaje atestiguado por Jesús es «el espíritu de la profecía». «El espíritu de la profecía» es el Espíritu de Dios obrando en y a través del profeta, es decir, la actividad divinamente inspirada del profeta.
La expresión «el testimonio de Jesucristo» aparece en Apocalipsis 1:2, 9; 12:17. En Apocalipsis 19:10 sólo dice «el testimonio de Jesús». No obstante, gramaticalmente, el significado es el mismo. En todos estos casos la frase es un genitivo de sujeto, es decir, «el testimonio dado por Jesús» o «el testimonio atestiguado por Jesús». Jesucristo es el «testigo fiel y verdadero» (véase Ap. 1:5; 3:14; 19:11). Los profetas eran instrumentos a través de quienes Dios habló. Los ángeles son mensajeros que ejecutan la voluntad de Dios. Ni los profetas ni los ángeles ni ninguna otra criatura debe ser adorada. Sólo Dios merece ser adorado. El ángel a quien Juan estuvo a punto de adorar no era el originador de la revelación que el apóstol había recibido, sino sólo el transmisor de ella. Los profetas eran sólo instrumentos comunicadores de las palabras de Jesús. Ellos lo reconocieron así y no aceptaron adoración. Juan, como hombre, no era infalible. Además, la grandeza de la revelación recibida turbó sus sentidos. Eso explica el por qué se postró para adorar al ángel. El ser celestial, sin pérdida de tiempo, no sólo detiene al apóstol, diciéndole: «Mira, no lo hagas», sino que de inmediato le ordena, diciéndole: «Adora a Dios» porque sólo Dios es digno de ser adorado. «El testimonio de Jesús», tanto en este pasaje como en los otros mencionados, es la confirmación que Él ha dado en su vida y sus enseñanzas, pero sobre todo en su muerte, respecto al plan maestro de Dios para derrotar a los poderes del mal mediante el sacrificio de lealtad y amor.
Resumiendo, Apocalipsis 19:1-10 describe una escena de alabanza celestial por la consumación de la destrucción de Babilonia, que ha sido el centro mundial de idolatría y corrupción espiritual. También hay una gloriosa aclamación que proclama prolépticamente el comienzo del reino de Dios en la tierra (Ap. 19:6). Además, en Apocalipsis 19:7, 8, se anuncia el gran acontecimiento de las bodas del Cordero. Dicho acontecimiento ocurre en el cielo y es motivo de regocijo, alegría y de glorificar a Dios. Finalmente, los versículos 9 y 10 tienen que ver con la gran cena o fiesta que ocurre a continuación del acto de la boda. La fiesta tendrá lugar en la tierra y durante los 1.000 años del reinado terrenal del Mesías. El asombro de Juan es tan estupendo y sobrecogedor que se postra para adorar al ángel que le ha transmitido la revelación. El ángel, sin embargo, ordena al apóstol adorar sólo a Dios.
19:11-13
«Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS». Estos versículos NO describen la segunda venida del Señor Jesucristo. La segunda venida (parousía) del Señor ocurre—no aquí—sino más bien entre la apertura de los sellos sexto y séptimo; específicamente en Apocalipsis 6:12-16 y 7:9-17, donde se describen el arrebatamiento y la resurrección de la multitud incontable de creyentes que aparecen en el cielo, habiendo sido sacados de la gran tribulación.
Las palabras kai eidon («y vi») en el versículo 11 introducen la primera de ocho escenas que constituyen la fase activa de la séptima copa. Las escenas que siguen a esta son la invitación a las aves del cielo (Ap. 19:17, 18), la derrota de la bestia (Ap. 19:19-211) el atadura de Satanás (Ap. 20:1-3), el milenio y la derrota de Satanás (Ap. 20:4-10), la manifestación del Gran Trono Blanco (Ap. 20:11), el juicio de aquellos cuyos nombres no están inscritos en el libro de la vida (Ap. 20:12-15) y el nuevo cielo y la nueva tierra (Ap. 21:1-8).
A la hora de analizar el pasaje de Apocalipsis 19:11-21, es necesario tener presente que NO trata de los acontecimientos directamente relacionados con la segunda venida de Cristo a la tierra. La segunda venida (parousía) no es un evento simple (instantáneo). La segunda venida es un evento complejo que contiene varios propósitos de Dios, comenzando con la Revelación de Cristo en el cielo mostrando su gloria y poder (Shekinah) a todo el mundo, y resucitando y raptando al pueblo de Dios, seguido por el día de los juicios del Señor sobre el reino de los impíos y del Anticristo, restaurando a Israel a la salvación y culminando en el reino terrenal de Cristo. Aunque el Armagedón es un elemento dentro de la compleja segunda venida, Armagedón no inicia la segunda venida; la segunda venida comienza entre el sexto y el séptimo sello. La resurrección y el rapto ocurren entre la apertura del sexto sello y el séptimo sello (Ap. 6:12-16 y 7:9-17).
En este pasaje—la manifestación del Mesías en la batalla de Armagedón—el Señor primeramente destruirá a la bestia/imperio, sus seguidores y al falso profeta o Anticristo (Ap. 19:11-21) y posteriormente se ocupará del dragón, es decir, Satanás. El uso de la expresión «y vi» (kai eidon) o «entonces vi» como traduce la Reina-Valera 1960, indica que hay una secuencia de visiones comenzando en Apocalipsis 19:11 hasta 20:12-15. Pero que la secuencia de visiones sea sucesivas no implica, necesariamente, que todos los eventos que describen lo sean. Cuando lleguemos a Apocalipsis 21 el lector comprenderá perfectamente a que nos referimos.
El día que el Señor ascendió al cielo desde el monte de los Olivos, unos ángeles dijeron a los apóstoles: «Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo» (Hch. 1:11). Cristo volverá a la tierra entre la apertura del sexto sello y el séptimo sello (Ap. 6:12-16 y 7:9-17) en cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento (Zac. 14:3, 4; Sal. 2; Is. 9:6, 7; 11:1-12:6; 63:1-6; 64:1, 2; Dn. 7:13, 14). El Nuevo Testamento también anuncia la segunda venida de Cristo en gloria (véanse Mt. 19:28; 23:39; 24:3-25:46; Lc. 21:25-28; Hch. 15:16-18; Ro. 11:25-27; Ap. 1:5-7). En realidad, el tema central de las Sagradas Escrituras es, sin duda, la segunda venida del Señor Jesucristo.
Pero Apocalipsis 19:11-21 NO describe la segunda venida si no la manifestación en Armagedón del Cristo victorioso, que es una parte importante de la segunda venida, algo así como el último capítulo en el relato de la segunda venida; pero aún queda el epílogo.
Este pasaje muestra al Señor manifestándose como el Guerrero Divino que derrotará a todos sus enemigos. Se manifestará ante ellos de manera personal, visible, judicial y gloriosa. El mismo cielo se abre para dar paso a aquel que viene al frente de los ejércitos celestiales para reclamar lo que es suyo: el reino de este mundo. El apóstol Juan dice: «Entonces vi el cielo abierto». El vocablo «abierto» (eineoigménon) es el participio perfecto, voz pasiva de anoígo, que significa «abrir». El tiempo perfecto del participio sugiere que el cielo ha sido abierto y permanece abierto. En Apocalipsis 4:1 , Juan vio «una puerta abierta en el cielo». En Apocalipsis 19:11 el apóstol contempla «el cielo abierto». Varias veces en el Apocalipsis se hace referencia a un ángel que desciende del cielo (véase 10:1; 14:17; 18:1). También se menciona que «el templo de Dios fue abierto en el cielo» (véase Ap. 11:19;15:5).
La presente manifestación es en una escala más amplia. Ya se ha escuchado música celestial (Ap. 19:1); la Esposa ya se ha preparado (Ap. 19:7ss); la cena de las bodas está cerca (Ap. 19:9). Pero no es ni como el Esposo ni como el Cordero que el Cristo se revela aquí; el cielo abierto muestra una figura sentada sobre un caballo blanco, un comandante real seguido de un deslumbrante ejército.
«Y he aquí un caballo blanco». Esta es una frase dramática en el texto griego. La expresión «he aquí» (idou) es una partícula demostrativa, usada para llamar la atención de lo que se ve. Es como si Juan dijese: «Y vi el cielo abierto y de pronto, antes que pudiese darme cuenta, ahí estaba un caballo blanco». Debe recordarse que en Apocalipsis 6:2 aparece un jinete cabalgando un caballo blanco. El jinete de Apocalipsis 6:2, sin embargo, es completamente distinto al de Apocalipsis 19:11. El primero representa al falso Cristo. El de Apocalipsis 19:11 es el verdadero Mesías que se manifiesta a sus enemigos como el Soberano Rey del universo.
La atención de Juan se fija de inmediato en la figura del que cabalga el caballo blanco: «Y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea». Como Guerrero victorioso, el Mesías cabalga el caballo blanco. Demuestra—con su resurrección, exaltación y manifestación en gloria para destruir a sus enemigos—que es el Mesías-Rey victorioso. El hecho de llamarse «Fiel y Verdadero» contrasta con los «falsos cristos» (Mt. 24:24) que se levantarán en los postreros días y, en particular, con el Anticristo que pretenderá engañar al mundo con «señales y prodigios mentirosos» (2 Ts. 2:9). El verdadero Mesías es «Fiel y Verdadero» (pistós kai aleithinós) tanto por el hecho de que cumple todas sus promesas como porque es el genuino heredero del trono de David y, por lo tanto, tiene todo el derecho a reinar.
«Y con justicia juzga y pelea». La justicia es una de las características sobresalientes del Mesías y de su reino (Is. 11:5; 32:1; 62:1, 2; Jer. 23:6; 33:16; Dn. 9:24; Os. 2:19). Obsérvese el tiempo presente, modo indicativo de los verbos «juzga y pelea». El modo indicativo sugiere la realidad de la acción mientras que el presente destaca la continuidad de la misma. El Cristo que viene es tanto Juez como Guerrero, y primero juzga, porque en el orden divino el juicio precede a la victoria. El Mesías es tanto Juez como Guerrero, pero realiza ambas funciones en justicia (Ap. 15:3; 16:5, 7; 19:2). Él ejecuta juicio sobre la bestia—la que sube del abismo (Ap. 11:7), la que sube de la tierra (Ap. 13:11) y el imperio compuesto por los diez reyes (Ap. 13:1)—y hace guerra contra ella y la destruye.
Las naciones de la tierra encabezadas por sus líderes militares se unirán para hacer guerra «contra Jehová y contra su ungido» (Sal. 2:2). El propósito de los hombres inicuos, encabezados por la bestia, será intentar impedir la instauración del reino milenial del Mesías en la tierra (Ap. 17:14). El Mesías, sin embargo, los vencerá de manera aplastante, porque Él es el Rey de reyes y Señor de señores (véase también Zac. 14:1-3). Los reyes de la tierra no podrán resistir ni el poder ni la justicia del Mesías. Los emperadores humanos son tristes caricaturas frente a la gloria deslumbrante del Guerrero Divino. La guerra de los postreros días será literal, no alegórica, y el Mesías-Rey volverá victorioso al frente de sus ejércitos como una gran figura militar.
En los versículos 12 y 13, Juan describe el aspecto físico del Guerrero Divino. «Sus ojos eran como llama de fuego» (véase Ap. 1:14; 2:18). El símil sugiere el hecho de que nada puede esconderse de la penetrante mirada del Mesías. Además, apunta al carácter justo de sus juicios. También significa que su juicio es incapaz de producir decepción o fraude, es decir, penetra todas las cosas, aun los secretos del corazón, y consume a sus enemigos.
«Y había en su cabeza muchas diademas». El vocablo «diademas» (diadéimata) se usa tanto en la literatura clásica como en la Biblia como una señal de realeza. La diadema sugiere dignidad real y contrasta con stéphanos («corona»), que tiene que ver con victoria, festividad, honor público. Si bien es cierto que el dragón tiene una diadema en cada una de sus siete cabezas y la bestia en cada uno de sus cuernos, el Mesías lleva «en su cabeza muchas diademas» (epi tein kephalein autou diadéimata pollá). Las «muchas diademas» sugieren que el Mesías posee soberanía ilimitada. Como Rey de reyes toda autoridad es suya. Él es el Jehová de los ejércitos del Antiguo Testamento y el jefe de los reyes de la tierra (Ap. 1:5). Los reyes de la tierra tendrán que doblar sus rodillas en reverencia y reconocimiento delante del gran Rey del universo.
«Y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo». Esta frase se ha prestado para varias especulaciones. Algunos se preguntan: ¿Dónde tenía escrito dicho nombre? También se ha especulado respecto al nombre en sí. Se ha sugerido que el nombre podría ser YAVÉ. Sin embargo, ese sustantivo es de sobra conocido por todos los estudiosos de las Sagradas Escrituras. Lo más sensato es entender que se refiere a un nombre de intimidad secreta. Quizá un apelativo sólo conocido entre las personas de la Trinidad. Cualquiera que sea el caso, el estudiante debe aceptar el hecho de que el nombre referido no fue revelado a Juan y, por lo tanto permanece desconocido al lector.
«Estaba vestido de una ropa teñida en sangre». Esta frase literalmente dice «Estaba vestido con un manto sumergido [bautizado] en sangre». Aquí no se trata de la sangre derramada en la cruz del Calvario ni tampoco la sangre de los mártires. Se trata, más bien, de la sangre de los enemigos del Mesías quienes serán decisivamente derrotados en la batalla de Armagedón.
Hay quienes objetan el hecho de que la batalla aún no ha tenido lugar en Apocalipsis 19:13 y, por lo tanto, no puede ser la sangre del ejército derrotado. Debe recordarse, sin embargo, que Juan escribe con estilo semita. Una característica de dicha literatura es describir primero lo que ocurre y luego explicar por qué ocurre. Sin duda, Juan anticipa la derrota de los enemigos del Mesías y, consecuentemente, observa en prolepsis la ropa del Cristo victorioso como que ha ya sido sumergida en sangre (véase Is. 63:2, 3).
«Y su nombre es: EL VERBO DE DIOS». Este es el mismo nombre que nuestro Señor recibe en el Evangelio según Juan 1:1, 14. El apóstol Juan afirma que «el VERBO» (ho lógos) es Dios y el creador de todo lo que ha sido creado. Tal como el título se usa en Apocalipsis, sin embargo, destaca no tanto la revelación propia de Dios como la declaración autorizada por la que las naciones del mundo serán destruidas. En el pensamiento hebreo una palabra no es un sonido inerte, sino un agente activo que realiza la intención de aquel que habla (Gn. 1:3, 7, 9, etc.). La Palabra de Dios es Dios cumpliendo su propósito divino.
De modo que, además de ser Fiel y Verdadero, el Mesías también es el Verbo de Dios. Es decir, Él es quien ejecuta y lleva hasta su consumación perfecta todos los propósitos de Dios.
19:14
«Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos». El Mesías-Rey es el Gran Capitán y, como tal, marcha delante de los suyos. La visión es estupenda y sobrecogedora. El Guerrero Divino cabalga un caballo blanco y los ejércitos celestiales le siguen también en caballos blancos. La gran diferencia es que, evidentemente, sólo el Mesías entra en combate. Los ejércitos celestiales no portan armas y «sus vestidos son de lino finísimo, blanco y limpio». Sólo la ropa del Mesías está manchada con sangre. Es Él quien mata a sus enemigos «con el espíritu de su boca y...con el resplandor de su venida» (2 Ts. 2:8).
Es fácil identificar quienes componen «los ejércitos celestiales» mencionados en el versículo: son ángeles. La presencia de ángeles en el día apocalíptico es una característica común en el pensamiento bíblico. También es cierto que los ángeles estarán presentes en el acontecimiento de la segunda venida de Cristo (véanse Mt. 13:41; 16:27; 24:30-31; Mr. 8:38). Los ejércitos que acompañan a Cristo son las huestes celestiales que están acostumbradas a hacer guerra (véase el capítulo 12), y pelear contra Satanás y sus huestes. Los comentaristas que creen que se trata de personas redimidas por sus vestiduras blancas pasan por alto que también los ángeles son descritos con vestiduras blancas (Mt. 28:3; Hch. 10:30; Lc. 24:4; Ap. 4:4; 15:6). En Daniel 7:9 el profeta ve que incluso la vestidura del Padre es «blanca como la nieve». Así que decir que son los redimidos porque tienen vestiduras blancas no basta para zanjar el tema.
Lo más sensato en este contexto, teniendo en cuenta que los redimidos descienden después dentro de la Nueva Jerusalén (Ap. 21), es limitar los componentes de «los ejércitos celestiales» a un sólo grupo: los ángeles.
19:15
«De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso». Se ha reiterado a través de este comentario que el Mesías vendrá por segunda vez como Juez del universo. Cuando vino la primera vez fue humillado por los hombres, coronado de espinas, escupido, clavado en un madero y herido en su costado por la lanza de un soldado romano (Jn. 19:34). Cuando venga la segunda vez lo hará como Rey de reyes, Guerrero Divino, el Todopoderoso. Él será el Rey de las naciones (Ap. 15:3, 4).
La «espada aguda» que sale de su boca describe el carácter judicial de su gloriosa venida. El sustantivo «espada» (rhomphaía) se refiere a la espada larga usada por las legiones romanas para atacar a los ejércitos enemigos. Dicho vocablo se usa aquí simbólicamente para representar un instrumento agudo de guerra con el que Cristo herirá a las naciones y establecerá su gobierno absoluto. Tanto el profeta Isaías como el Salmo 2 destacan el hecho de que el Mesías «herirá la tierra con la vara de su boca» (Is. 11:4) y «los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás» (Sal. 2:9). «Para herir con ella a las naciones» sugiere el juicio del Mesías contra los rebeldes de la tierra. El verbo «herir» (patáxei) es el aoristo subjuntivo, voz activa de patásso. El modo subjuntivo sugiere propósito en este contexto. El mismo verbo se usa en Apocalipsis 11:6 con referencia al ministerio de los dos testigos quienes «tienen poder para herir la tierra con toda plaga». El Rey-Mesías destruirá a todos los que han rechazado la oferta de su gracia y han optado continuar en su condición de rebeldes contra Dios.
«Y él las regirá con vara de hierro» (kai autós poimanei outous en hrabdoi sideirá). Esta frase aparece en Apocalipsis 2:27 y en 12:5 (con alguna diferencia). En ambos casos, el concepto de juicio está presente. La vara de hierro en la mano del Mesías es un instrumento de retribución. Si bien es cierto que el verbo «regirá» (poimanei) también significa «pastoreará», no es menos cierto que en este contexto se contempla una acción más enfática. Regir con vara de hierro significa destruir en vez de gobernar de una manera firme. El pastor no sólo guía al rebaño, sino que defiende las ovejas de animales salvajes. Su vara es un arma de retribución. La vara del Mesías es de hierro, es decir, es fuerte e inflexible en su misión de juicio. Las naciones que han hecho alianza con el Anticristo para hacer guerra contra el Mesías serán destruidas con la vara de hierro del Guerrero Divino.
«Y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso». Esta es la tercera figura usada en este versículo para describir la manifestación de la ira del Señor Dios contra sus enemigos. En primer lugar, la espada aguda es usada para «herir» a las naciones. Luego, la vara de hierro es el instrumento usado para destruir a los rebeldes que han seguido al Anticristo. Finalmente, el lagar describe el sitio donde el Mesías aplastará a sus enemigos como las uvas son aplastadas por el lagarero. Los sustantivos «furor» (thymoú) e «ira» (orgeis) describen el carácter judicial de la escena. Debe observarse que el ejecutor del juicio es el Dios Todopoderoso, aquel que tiene autoridad universal de manera absoluta.
19:16
«Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES». Este versículo culmina la descripción dada en el pasaje respecto al Mesías glorioso. La misma descripción aparece en Apocalipsis 17:14, aunque en orden inverso (véase también Dn. 2:47). El título mencionado está escrito en su vestidura y en su muslo de manera que Juan es capaz de leerlo. Finalmente ha llegado aquel que tiene el derecho de gobernar la tierra, alguien cuyo poder y majestad demostrarán su autoridad al ejercer su juicio soberano sobre el mundo inicuo. La gran pregunta que ha sido formulada a través de los siglos: «¿Quién, de verdad, es el soberano del universo?», será finalmente contestada de manera categórica cuando aparezca triunfante el Rey de reyes, el Señor de señores, el Guerrero Divino, el Todopoderoso, Jehová de los ejércitos. El Mesías tomará posesión de su reino después de haber derrotado a los ejércitos de las naciones. Él reinará con autoridad davídica por mil años y luego continuará reinando por los siglos de los siglos.
19:17, 18
«Y vi a un ángel que estaba en pie en el sol, y clamó a gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, y congregaos a la gran cena de Dios, para que comáis carnes de reyes y de capitanes, y carnes de fuertes, carnes de caballos y de sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes».
La victoria del Guerrero Divino sobre sus enemigos es anunciada antes que ocurra el choque bélico entre el Mesías y los ejércitos capitaneados por el Anticristo. El texto griego describe la escena de manera dramática. Juan dice: «Y vi un ángel de pie en el sol, y gritó con gran voz...». El ángel habla desde un lugar prominente para que todos puedan verlo y escucharlo. Su mensaje es sumamente importante. La derrota más aplastante sobre el ejército más formidable que jamás haya existido está a punto de suceder. El mensaje del ángel va dirigido a «todas las aves que vuelan en medio del cielo». Dichas aves son invitadas a participar de «la gran cena de Dios». El menú de esa cena es «carnes de reyes y de capitanes, y carnes de fuertes. carnes de caballos y de sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes» (véase también Mt. 24:28). Los muertos son los que formaron parte del ejército de la bestia. Recuérdese que ese ejército es llevado al campo de batalla por engaño satánico y está formado por soldados de todas las naciones de la tierra (véase Ap. 16:13, 14).
El campo de batalla abarcará toda la tierra de Israel y, al parecer, más allá de sus límites (véase Ap. 14:19, 20; 16:16). Mientras que los redimidos disfrutarán de «la cena de las bodas del Cordero» (Ap. 19:9), los inicuos constituirán el plato principal de las aves del cielo que serán convocadas a «la gran cena de Dios». Obsérvese que en el ejército de la bestia están incluidos hombres de todos los estratos sociales: «Reyes» (basiléon); «capitanes» (chiliárchon), es decir, comandantes de mil soldados; y «fuertes» (ischyron), es decir, soldados de gran fortaleza física y preparados para la guerra. En las categorías se incluyen también a «libres y esclavos, pequeños y grandes». Eso significa que en la campaña de Armagedón habrá un ejército mixto, compuesto por personas de todas las categorías sociales. Estos ejércitos se unirán con el objetivo común de intentar impedir la instauración del reino milenial (Sal. 2). Su fracaso será total y final.
19:19
«Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército». Este texto presenta el cumplimiento de la misión de los «espíritus de demonios, que hacen señales» (Ap. 16:14). Es por medio de ellos que los reyes de la tierra y sus ejércitos se reúnen masivamente para colocarse bajo la autoridad de la bestia. Será, sin duda, una sorprendente concentración de ejércitos de todas las naciones de la tierra. Entre ellos, seguramente, estará la confederación representada por los diez cuernos de la bestia.
El vocablo «reunidos» (syneigména) es el participio perfecto, voz pasiva de synágo, que significa «reunir», «congregar». Esta forma verbal sugiere que los ejércitos bajo la dirección de la bestia «han sido reunidos» o «permanecen concentrados» para entrar en combate. La expresión «para guerrear» (poieisai ton pólemon) sugiere propósito. El Anticristo congrega sus ejércitos con el fin de hacer frente al Mesías-Rey e impedir que establezca su reino sobre la tierra. La bestia con sus fuerzas viene preparada para una confrontación militar mediante la que confía asegurar su papel como líder mundial.
El objetivo principal de la bestia es destruir al que cabalga el caballo blanco (Ap. 19:11), es decir, al Cristo victorioso quien viene al frente de su ejército. La escena es incuestionablemente escatológica. No guarda relación alguna con nada que haya ocurrido en el pasado, sino que tiene que ver con el choque entre las fuerzas del Anticristo y el Cristo victorioso en «el lugar que en hebreo se llama Armagedón» (Ap. 16:16). No hay duda de que Apocalipsis 19:19 describe la consumación de lo que fue anticipado en Apocalipsis 14:14-20 y 16:13-16. Los reyes de la tierra serán fulminados sumariamente por el resplandor de la gloria de aquel que viene como Rey de reyes y Señor de señores.
19:20
«Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre». Aunque la batalla en sí no se describe en este versículo, eso no niega el carácter literal de la misma. Debe recordarse que los acontecimientos de la batalla del Armagedón se describen con lenguaje metafórico en Apocalipsis 14:14-20.
El versículo comienza declarando que «la bestia fue apresada». Téngase presente que hay tres bestias mencionadas en el Apocalipsis—la que sube del abismo (Ap. 11:7), la que sube de la tierra (Ap. 13:11) y el imperio compuesto por los diez reyes (Ap. 13:1). La bestia que sube de la tierra es la que popularmente se conoce como el Anticristo, aunque en el Apocalipsis se le llama falso profeta (Ap. 16:13; 19:20). El imperio compuesto por los diez reyes también es llamado bestia. Y la bestia que sube del abismo es un príncipe angelical que es liberado de su prisión (el abismo) para tomar control del imperio compuesto por los diez reyes. Aquí, «la bestia fue apresada» tiene que ser una referencia a esta última—la que sube del abismo (Ap. 11:7)—puesto que a continuación se menciona que también el falso profeta es apresado con ella. La bestia que compone el imperio compuesto por los diez reyes (Ap. 13:1) sufre la muerte física y es mencionada el el versículo siguiente (Ap. 19:21). Aunque si ese no fuera el caso y la bestia referida aquí es una alusión al imperio de los diez reyes, lo que el texto nos está diciendo es que estos también sufrirán el mismo destino del falso profeta o Anticristo.
El verbo «fue apresada» (epiásthei) es el aoristo indicativo, voz pasiva de piádso, que significa «capturar», «apresar». Dicho verbo se usaba para expresar el arresto de alguien que era retenido bajo custodia y también se usaba respecto a la captura de animales. También fue capturado «el falso profeta» (ho pseudoprophéiteis). Este es el mismo ser designado como la «bestia que subía de la tierra» (Ap. 13:11), la que «hace grandes señales» (Ap. 13:13), la que «engaña a los moradores de la tierra» (Ap. 13:14) y la que obliga a los moradores de la tierra a adorar a la imagen de su imperio compuesto por los diez reyes anticristianos (Ap. 13:15-17; 17:12-14). Como puede observarse, ni la bestia ni el falso profeta pueden ser sistemas o instituciones, sino que tienen que ser individuos dotados de capacidades sobrehumanas.
Tanto la bestia como el falso profeta son engendros del mismo Satanás. Su principal ministerio en la tierra es promover los planes del Dragón entre los hombres y conseguir que la humanidad adore al rey de las tinieblas. La actividad que realizan sólo la pueden llevar a cabo individuos. Si estos no son seres reales, entonces el lenguaje es inservible para los propósitos de la revelación. Son seres reales, como lo son aquellos que recibirán la marca de la bestia y adoran su imagen.
El juicio divino sobre la bestia y el falso profeta se expresa por Juan así: «Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre». El texto griego es enfático y dice: «Vivos fueron lanzados los dos en el lago de fuego, el que arde en azufre». Evidentemente «el lago de fuego» (tein limnein tou piras) se refiere al mismo lugar designado por el Señor como «el fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles» (Mt. 25:41). El lago de fuego es el lugar de castigo eterno, preparado de manera especial para el diablo y sus ángeles, pero que será compartido por la bestia, el falso profeta y aquellos que se sometieron a la autoridad de la bestia y adoraron al Dragón. Es importante no confundir el lago de fuego con el Hades. Mientras que el lago de fuego tiene que ver con el castigo eterno de los enemigos de Dios (Ap. 19:20; 20:10), el Hades es el lugar de habitación de los muertos hasta el día de la resurrección (véanse Mt. 16:18; Lc. 16:23; Hch. 2:27). El Señor Jesucristo utilizó el vocablo gehena once veces para describir el infierno eterno (véase Mt. 5:22, 29, 30; 18:8, 9). El gehena es, sin duda, sinónimo del lago de fuego. Los lectores originales del Apocalipsis conocían tanto el significado del «lago de fuego» como del gehena y seguramente comprendían el carácter eterno del castigo para todo aquel que fuese echado en dicho lugar.
Finalmente, debe observarse que la bestia y el falso profeta son echados «vivos» (más correcto según el griego: viviendo) al lago de fuego. Esto significa que dichos seres son capturados por el Señor en la misma escena del conflicto y lanzados en el lago de fuego no para que sean aniquilados, sino para que sufran tormento consciente en dicho lugar. Viviendo se usa para enfatizar la existencia consciente en el más allá. Hay «creyentes» que se niegan a aceptar que el Señor describe el castigo eterno de los enemigos de Dios como uno donde se tiene consciencia y se sufre angustia y dolor. Estos «creyentes» prefieren creer que el lago de fuego describe la aniquilación (o destrucción) total del ser. Esta creencia es contraria a la enseñanza del Señor Jesucristo mismo, como lo es la creencia de que al morir el ser humano entra en el estado que llaman «sueño del alma». Aquí tanto la bestia como el falso profetas son arrojados «viviendo» y para continuar viviendo, es decir, con plena consciencia y en total uso de todas sus facultades a su merecido castigo eterno. Ambos experimentarán el mismo castigo. Aquellos a quienes la humanidad consideraba invencibles (Ap. 13:4, 14-17) han sido vencidos por el Guerrero Divino, quien ha venido con poder y gran gloria para reclamar su reino. La bestia y el falso profeta terminarán su inicua carrera en el lugar idóneo para ellos: el lago de fuego eterno, mientras que el Mesías-Rey ocupará su trono de paz y justicia, y reinará por los siglos de los siglos.
19:21
«Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos». La victoria del Mesías sobre sus enemigos culmina con la muerte de los ejércitos que siguen a la bestia. Los versículos finales de este capítulo señalan que mientras la bestia y el falso profeta son apresados y echados vivos en el lago de fuego, los soldados que forman parte de las fuerzas del Anticristo sufren la muerte física. La diferencia estriba en el hecho de que a bestia y el falso profeta pasan directamente de este mudo temporal a su condenación eterna, mientras que los ejércitos que los seguían pasarán de este mundo al Hades, o estado intermedio de las almas de los fallecidos, donde esperarán por mil años su resurrección para presentarse ante el tribunal del trono blanco (Ap. 20:11-15).
Apocalipsis 19:21 habla de un hecho escatológico real. Se trata de la culminación del plan de Dios relacionado con el establecimiento del reino mesiánico. Los ejércitos de las naciones que se han sometido a la autoridad del Anticristo serán derrotados de manera aplastante. La expresión «los demás» (hoi loipoi) significa «el resto», es decir, los que quedaban vivos después de la derrota de la bestia. El verbo «fueron muertos» (apektántheisan) es el aoristo indicativo, voz pasiva de apokteíno, que significa «matar». Puesto que sólo la bestia y el falso profeta fueron lanzados en el lago de fuego, puede considerarse que quienes «fueron muertos» incluye a los reyes y a los soldados que constituyen los ejércitos del Anticristo. Hay quienes interpretan esta matanza en un sentido espiritual. Lo más sensato, sin embargo, es darle un sentido literal. El texto no se refiere a la victoria de Cristo en la cruz, sino al triunfo final del Mesías sobre sus enemigos en un conflicto bélico en la tierra.
El hecho de que los enemigos del Mesías son muertos con la espada que sale de su boca no debe dar pie a interpretar el versículo alegóricamente. El poder de la palabra del Rey de reyes y Señor de señores sobrepasa una y mil veces al de las armas físicas de sus enemigos. Él tuvo poder para ordenar la existencia de los cielos y la tierra (He. 11:3). Él sustenta providencialmente todas las cosas «con la palabra de su poder» (He. 1:3). El poder de su palabra hizo calmar la fuerza de los vientos (Mr. 4:35-41). Su palabra hizo caer a tierra a sus enemigos (Jn. 18:6). De modo que no debe sorprender a ningún creyente que el Señor literalmente mate a sus enemigos con el poder de su palabra. Los soldados muertos no serán enterrados, sino que las aves se saciarán de las carnes de ellos. La escena será sobrecogedora y escalofriante, pero no se le puede dar al texto ninguna otra interpretación que le haga justicia. Quienes sufrirán tal destrucción serán aquellos que han rechazado la gracia de Dios y han rechazado la salvación que el Mesías les ha ofrecido (véanse Ro. 6:23; Jn. 3:18). Será un fin innoble para muchos nobles.
Resumen y Conclusión
Apocalipsis 19 comienza con cinco cánticos de alabanza. Los cuatro primeros manifiestan el regocijo celestial por la destrucción de Babilonia, la ciudad idólatra e inicua. El quinto y último cántico es un llamado a participar del gozo que produce la llegada de las bodas del Cordero. El vocablo «aleluya» aparece cuatro veces en Apocalipsis 19:1-6. Hay, además, otras expresiones de alabanza y de regocijo tanto por la victoria de Dios sobre Babilonia como por la celebración de las bodas del Cordero y por la cena de las bodas.
El resto del capítulo (Ap. 19:11-21) presenta la deslumbrante escena de la manifestación en gloria del Mesías para destruir a sus enemigos en Armagedón. El pasaje NO describe la segunda venida del Señor Jesucristo. La segunda venida (parousía) del Señor Jesús ocurre—no aquí—sino más bien entre la apertura de los sellos sexto y séptimo; específicamente en Apocalipsis 6:12-16 y 7:9-17, donde se describen el arrebatamiento y la resurrección de la multitud incontable de creyentes que aparecen en el cielo, habiendo sido sacados de la gran tribulación.
Como Guerrero Divino, el Mesías aparece triunfante al frente de sus ejércitos. Cabalga un caballo blanco como símbolo de victoria. Su nombre es Fiel y Verdadero en reconocimiento de sus cualidades personales intrínsecas. Sus ojos son como llama de fuego, como expresión de que viene como el juez de la humanidad. En su cabeza, hay muchas diademas o coronas propias de su dignidad como Rey de reyes y Señor de señores. Su ropa teñida de sangre simboliza su rotunda victoria sobre sus enemigos. Él viene como Rey a tomar posesión de su reino y a gobernar las naciones con vara de hierro (Ap. 19:15, 16). Los ejércitos encabezados por el Anticristo o falso profeta serán derrotados de manera aplastante y sumaria. La bestia y el falso profeta serán lanzados vivos en el lago de fuego (Ap. 19:20). Los soldados que componen las fuerzas de la bestia serán la comida de las aves del cielo (Ap. 19:17, 18). El Mesías triunfante demostrará que sólo Él es el Todopoderoso. Las fuerzas del mal serán erradicadas de la tierra y darán paso al reino glorioso del heredero del trono de David: Jesús, el Cristo, el único y legítimo Rey de reyes y Señor de señores.