Apocalipsis Capítulo 17




El Juicio de La Babilonia Mística (17:1-18)

El capítulo 17 es el octavo pasaje parentético en Apocalipsis (los otros pasajes son Ap. 7; 8:2-7, 13; 9:12; Ap. 10; Ap. 14; y Ap. 16:13-16) y es una descripción algo detallada de la Babilonia mística, su identificación, carácter, poder, iniquidad, juicio y destrucción por el Anticristo y los diez reyes de su imperio, así como una explicación de la bestia y sus siete cabezas y diez cuernos. Creemos que este pasaje es parentético por las siguientes razones:

1) Se intercala en el relato—entre la mención de la destrucción de la Babilonia literal (Ap. 16:17-19) y la descripción de dicha destrucción (Ap. 18:1-24). Colocar el pasaje aquí es mostrar el contraste entre la Babilonia mística y la Babilonia literal, en lugar de mostrar su secuencia de cumplimiento inmediatamente. El cumplimiento de Apocalipsis 17 no está contenido en las copas, y por lo tanto, no es parte de ellas. Las siete copas, y, de hecho, todos los eventos de los últimos tres años y medio se cumplirán después de la destrucción de Babilonia mística. La destrucción de la Babilonia mística es ejecutada por el Anticristo y los diez reyes, y ocurre cuando este «se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios...cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos» (2 Ts. 2:4, 9). Esto ocurre al inicio de los últimos tres años y medio de la era, cuando el Anticristo o Falso Profeta instaura que la adoración de la imagen de su imperio y su propia persona pueden ser los únicos objetos de adoración de los habitantes de la tierra (Mt. 24:15; 2 Tes. 2:4, 9; Ap. 13:1-18; 14:9-11).

2) Si este capítulo no es parentético y esta Babilonia es la misma que se destruye bajo la séptima copa como se describe en Apocalipsis 18, y si ambos pasajes son la continuación de la séptima copa, entonces esta Babilonia no puede ser destruida por el Anticristo y los diez reyes. Sin embargo, la Babilonia de Apocalipsis 17 es destruida al inicio de los últimos tres años y medio de la era según Apocalipsis 17:14-17. Aquí, los diez reyes le darán sus reinos al Anticristo con el propósito de que destruya a la Babilonia mística en ese momento, mientras que la destrucción de la Babilonia de Apocalipsis 18 es sobrenatural, según Apocalipsis 16:17-21 y 18:1-24. Esta destrucción será por medio de un terremoto—y los terremotos no estarán en poder de los diez reyes y el Anticristo para que ocurran según su voluntad. Pero si hay dos Babilonias, y la de Apocalipsis 17 es destruida por el Anticristo y los diez reyes como lo dice Apocalipsis 17:14-17, entonces esto tendrá lugar cuando los diez reyes le den sus reinos al Anticristo como se describe en Apocalipsis 13:1-10. Como la Babilonia mística no será destruida tres años y medio después por el terremoto bajo la séptima copa, ella no puede ser la misma que la Babilonia literal de Apocalipsis 18:1-24.

3) La Babilonia mística dominará a los diez reyes e incluso al Anticristo antes del inicio de los últimos tres años y medio de la era. Su destrucción ocurrirá cuando Satanás haya sido arrojado del cielo a la tierra por el arcángel Miguel (Ap. 12:7-9, 17) que es cuando los diez reyes y el Anticristo recibirán poder para actuar según su voluntad. Estos la quemarán con fuego al comienzo de su dominio sobre la tierra. El Anticristo tendrá todo el poder durante los últimos tres años y medio de la era. Tal cosa no podría suceder si él fuera dominado por la Babilonia mística durante todo su reinado. La Babilonia de Apocalipsis 17 dominará a los diez reyes hasta el inicio de los últimos tres años y medio en que el Anticristo comienza su dominio sobre los diez reyes y el mundo entero. Ciertamente ambos—la Babilonia mística y el Anticristo—no pueden ser los poderes dominantes ni ser los objetos supremos de la adoración al mismo tiempo. Esto prueba que Apocalipsis 17:1-18 es un paréntesis y que este juicio de la Babilonia mística tendrá lugar al inicio de los últimos tres años y medio de la era, que es cuando el Anticristo asume el poder sobre los diez reyes en vez de ella. Además, prueba que este evento sucederá antes de que los juicios de las copas caigan sobre el Anticristo y su reino, en lugar de sobre la Babilonia mística.

4) Su identidad es completamente diferente de la Babilonia de Apocalipsis 18, como se demuestra al final de estos argumentos introductorios, en una comparación de los dos capítulos. Apocalipsis 18 es la continuación de la séptima copa. Apocalipsis 17 irrumpe en el mensaje de la séptima copa (Ap. 16:21). En Apocalipsis 18 se describe en detalle la destrucción de la Babilonia literal mencionada en el juicio de la séptima copa (Ap. 16:17-21).

5) No hay nada en el capítulo, o en otro lugar del libro de Apocalipsis, que refute que este pasaje es parentético; por el contrario, hay muchos hechos que prueban que la mujer—la Babilonia mística— será destruida al inicio de los últimos tres años y medio de la era.

6) La Babilonia mística de Apocalipsis 17 no es la misma que la Babilonia literal de Apocalipsis 18. Los puntos de diferencia entre las dos Babilonias se pueden resumir de esta manera:

  • «Uno de los siete ángeles que tenían las siete copas» muestra a Juan el misterio de la mujer (Ap. 17:1, 7), mientras que «otro ángel» que desciende del cielo a la tierra con gran poder comienza el otro mensaje en Apocalipsis 18:1.
  • La mujer y la bestia son simbólicas en Apocalipsis 17:1-18. Nada es simbólico en Apocalipsis 18:1-24. 
  • Todo se explica en Apocalipsis 17:1-18. Todo está claro en Apocalipsis 18:1-24, y por lo tanto no necesita explicación. 
  • La mujer y la bestia son misterios en Apocalipsis 17:7. Nada es misterioso en 18:1-24. 
  • En Apocalipsis 17, el ángel habla con Juan, mientras que en el capítulo 18 Juan simplemente escucha varias voces anunciando ciertos hechos (Ap. 18:1, 2, 4, 10, 16, 18, 21). Esto estaría completamente fuera de lugar si los das Babilonias fuesen la misma, porque el ángel en Apocalipsis 17 le dice a Juan esto: «Te diré el misterio de la mujer». 
  • En Apocalipsis 17, sólo habla un ángel (Ap. 17:1, 3, 7, 15). En Apocalipsis 18, tanto los hombres como los ángeles hablan, (Ap. 18:1, 2, 4, 10, 16, 18, 20). Si las dos Babilonias son la misma, ¿por qué el ángel de Apocalipsis 17 no siguió hablando con Juan en Apocalipsis 18, especialmente cuando dijo: «Te diré el misterio de la mujer»? 
  • La Babilonia en Apocalipsis 17 dominará las naciones (Ap. 17:1, 9, 15, 18), mientras que la Babilonia de Apocalipsis 18 no lo hará. 
  • Una es llamada «la mujer», la «gran ramera», etc. La otra no. 
  • Una cabalga una bestia de color escarlata. La otra no. 
  • Un nombre está escrito en la frente de una, pero no en la de la otra, ya que una está simbolizada por una mujer y la otra no. 
  • Juan se asombra «con gran asombro» acerca de una (Ap. 17:6, 7), porque nunca se habría imaginado el poder y la influencia mundial que adquiriría, mientras que no hay tal asombro sobre la otra. (Juan sabía de la existencia de la ciudad literal de Babilonia). 
  • No hay ningún anuncio en Apocalipsis 17 de la caída de Babilonia mística, mientras que sí lo hay acerca de la Babilonia literal en ambos Testamentos, revelando su completa destrucción en los últimos días (véase Is. 3:19-22; 14:4; 21:9; Jer. 50:39-41; 51:6-11, 24-29, 36-57; Ap. 14:8; 16:17-21; 18:1-24. 
  • Ningún comerciante se enriquecerse mediante el comercio de la primera, mientras que muchos lo hacen con la segunda (Ap. 18:3, 9-19 cf. 17:4). 
  • Ninguna voz advertirá a la gente que salga de la primera. Pero se dará una advertencia sobre la segunda (Ap. 18:4). 
  • No hay jactancia por parte de la primera, mientras que lo hay de parte de la segunda (Ap. 18:7). 
  • Las plagas, los duelos, el hambre y el fuego de Dios no caerán sobre la primera, pero sí sobre la segunda (Ap. 18:8 cf. Ap. 17:16, 17). 
  • Los hombres no se paran a lo lejos por temor a la destrucción de la primera, mientras que sí lo hacen por la segunda (Ap. 18:8 cf. Ap. 17:16, 17). 
  • Ninguna mercancía para comerciar se describe en la primera. Varias se mencionan en la segunda (Ap. 18:11-14). 
  • No se menciona un período definido de destrucción de la primera, mientras que sí se hace sobre la segunda (Ap. 18:8, 10, 17-19). 
  • Los diez reyes y el Anticristo destruyen a la primera (Ap. 17:16, 17). Dios destruye a la segunda (Ap. 18:5-8, 20). 
  • Dios pondrá en los corazones de los diez reyes el dar sus reinos al Anticristo con el propósito de destruir la Babilonia mística (Ap. 17:14-17), mientras que esto no es verdad acerca de la segunda. 
  • La bestia y los diez reyes se regocijarán por la destrucción de la Babilonia mística (Ap. 17:16, 17), pero llorarán por la destrucción de la segunda (Ap.18:9-19). 
  • Si las dos Babilonias fueran una y la misma, serían destruidas juntas, pero hemos visto ya que serán destruidas en diferentes momentos, y por diferentes personas, y por diferentes causas. 
7) Los puntos de similitud entre las dos Babilonias son débiles, superficiales y pocos en comparación con los que las diferencian.
  • Ambas cometen fornicación con los reyes de la tierra; una de una manera religiosa, la otra de forma comercial (Ap. 17:2; 18:3, 9; 19:2). 
  • Ambas derraman la sangre de los santos (Ap. 17:6; 18:24). 
  • Ambas tienen una copa llena de abominaciones (Ap. 17:4; 18:6). 
  • Ambas se llaman ciudad (Ap. 17:18; 18:10, 16, 18, 19-21). 
  • Ambas quedan desoladas (Ap. 17:16, 17; 18:19). 
  • Ambas se llaman «Babilonia la Grande» (Ap. 17:5; 18:2). 
Apocalipsis 17, como se puede ver fácilmente, es un pasaje extraño en su tema y totalmente diferente de la destrucción de la Babilonia literal descrita en Apocalipsis 16:17-21 y 18:1-24, y por lo tanto se reconoce como un pasaje insertado entre los dos capítulos que se usa para describir a la Babilonia mística y las dos bestias mencionadas previamente en el libro. En Apocalipsis 11:7 se menciona a «la bestia que sube del abismo» y en Apocalipsis 13:1 a la bestia que sube del mar. Ya que no se pudo dar antes en el libro ninguna revelación concerniente a estas dos bestias, que son diferentes, aunque están íntimamente compenetradas, entonces se hace ahora a manera de síntesis. La mujer—la Babilonia mística—cabalgó sobre una de las bestias mencionadas hasta que la otra apareció. En otras palabras, la bestia que sube del mar y la Babilonia mística aparecerán en la escena escatológica antes de la aparición de «la bestia que sube del abismo». La revelación dice que «la bestia que sube del abismo» tendrá poder sobre la bestia que sube del mar sólo cuando está última destruya a la Babilonia mística (la mujer que la cabalga). Como no se pudo dar ninguna revelación de la mujer en relación con la bestia de siete cabezas y diez cuernos que sube del mar y en relación con «la bestia que sube del abismo» debe darse ahora que la última copa es derramada como epílogo y explicación a todo el intrincado relato. Si Apocalipsis 17 fuese quitado de este lugar en el libro y colocado en su lugar cronológico correcto, este sería entre el primer y segundo sellos de Apocalipsis 6:2-4, cuyos eventos se relatan de nuevo—pero esta vez en primer plano—en Apocalipsis 11-14. Pero si la mujer—la Babilonia mística—fuese revelada al comienzo de los últimos tres años y medio cuando la «mujer vestida del sol» (Ap. 12:1) también es revelada, surgiría mucha confusión sobre las dos mujeres, y una le quitaría protagonismo a la otra en el texto. Pero como esta mujer—la Babilonia mística—es revelada al final de los juicios de las copas, se establece inmediatamente la relación que existe con la Babilonia literal, cuna de la idolatría y el paganismo mundial.

Comentario

17:1


«Vino entonces uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, y habló conmigo diciéndome: Ven acá, y te mostraré la sentencia contra la gran ramera, la que está sentada sobre muchas aguas»
. El texto no especifica cuál de los siete ángeles es el que entra en conversación con el apóstol Juan. Evidentemente, Juan no pudo diferenciarlo de los otros seis. Lo que sí está claro es que el mencionado ángel es portador de uno de los trozos de revelación más importantes de todo el libro del Apocalipsis, es decir, el juicio divino y la destrucción de la Babilonia mística, la gran ramera.

«Ven acá» (deuro), dice el ángel a Juan. El vocablo usado es un adverbio que sugiere urgencia. Equivale a decir: «¡Ven!» «¡Aquí!» Seguidamente, el ángel expresa su misión reveladora: «Y te mostraré la sentencia contra la gran ramera, la que está sentada sobre muchas aguas». El verbo «mostraré» (deíxo) es el futuro indicativo, voz activa de deíknumi, que significa «señalar», «mostrar», «dar a conocer algo a alguien». Dicho verbo aparece en Mateo 4:8, donde dice: «... y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos». También se usa en 1 Timoteo 6:15, respecto a la manifestación visible de Cristo en su segunda venida: «La cual a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores». El ángel, por lo tanto, hace saber a Juan que ha de exhibir delante de sus ojos lo que Dios ha determinado hacer con «la gran ramera». El término «sentencia» (kríma) se refiere tanto a un veredicto judicial como a la ejecución de dicho veredicto. Apocalipsis 17, cuando Juan lo recibió, era una anticipación de lo que Dios le iba a hacer a «la gran ramera»; pero, como lo mencionamos en la introducción, cronológicamente en el libro de Apocalipsis se sitúa entre el primer y segundo sellos de Apocalipsis 6:2-4.

Obsérvese que el texto dice que la sentencia es «contra la gran ramera», aunque en realidad en el griego dice enfáticamente: «...la sentencia de la ramera [es decir] la grande». Con anterioridad, Juan ha registrado el hecho de que Babilonia «ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación» (Ap. 14:8). Los vocablos «ramera» (pórneis) y «fornicación» (porneía) apuntan hacia la prostitución espiritual de Babilonia, a la que el texto define como «la madre de las rameras» (Ap. 17:5). El ángel añade que la ramera a la que se refiere es «la que está sentada sobre muchas aguas». La expresión «la que está sentada» es el participio presente, voz media de kátheimai, que significa «sentarse». El participio presente sugiere una acción continua («la que se sienta»). La figura de «sentada sobre» sugiere «dominio», «control», «soberanía». Es decir, hasta el momento en que Juan recibe la visión, la ramera o Babilonia mística ha dominado al imperio (bestia) del Anticristo conformado por diez reyes (cuernos) y siete cabezas (montes, reinos)

En Apocalipsis 17:15, el ángel declara a Juan que: «Las aguas que has visto donde la ramera se sienta, son pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas». Es decir, la gran ramera no sólo ha dominado a los diez reyes del imperio del Anticristo si no que posee un vasto control sobre un extenso sector de la humanidad. Su influencia y poder arrastran a pueblos, naciones y a una variedad considerable de razas.

El hecho de que la mujer se sienta al mismo tiempo «sobre muchas aguas» y «sobre una bestia escarlata» (17:3) sugiere que la mujer tiene poderes que se escapan a la comprensión humana. Por un lado controla pueblos y naciones y, por el otro, controla también a la bestia, si bien sólo temporalmente (véase Ap. 17:16, 17). La ramera guía al mundo en la búsqueda de falsas creencias y prácticas místicas y religiosas, ya sea esta paganismo o una perversión de la religión revelada. Es el símbolo de creencias y prácticas que se remontan a la torre de Babel (Gn. 10:9, 10; 11:1-9) y que se extienden hasta alcanzar su cenit poco antes que el régimen de la bestia haga su aparición y la destruya.

Como el texto claramente indica, la mujer a la que Apocalipsis 17 se refiere es un símbolo de Babilonia, la ciudad tema de Apocalipsis 18. El fundador de la ciudad de Babilonia fue Nimrod. Este personaje era descendiente de Cam, uno de los tres hijos de Noé, a través de Cus. Génesis 10:8 dice: «Y Cus engendró a Nimrod, quien llegó a ser el primer poderoso en la tierra». Nimrod estableció el primer reino imperial sobre la tierra. La ciudad de Babel era conocida por su orgullo y vanidad así como por ser el foco de rebelión contra Dios y centro de la adoración pagana de falsas deidades.

El nombre Nimrod se deriva de un verbo que significa «nos rebelaremos», y sugiere algún tipo de resistencia violenta contra Dios. Y la capital de su reino, Babel, significa «la puerta de Dios». De modo que el nombre mismo que Nimrod dio a su ciudad sugiere que su objetivo iba más allá del establecimiento de un estilo de gobierno opresor y violento. Evidentemente pretendía establecer al mismo tiempo un centro de religión apóstata y contraria al Dios Soberano de los cielos y  la tierra.

Las Escrituras revelan que Nimrod era un «vigoroso cazador delante de Jehová» (Gn. 10:9) que en realidad significa «Un poderoso cazador contra Jehová». Nirnrod era un cazador de hombres. Aterrorizaba y doblegaba a sus contemporáneos. Atrapaba a los hombres por estratagema y fuerza. Su imperio comenzó con la fundación de Babel, pero luego se extendió a lo largo del Éufrates e incluyó a Erec, Acad y Calne (Gn. 10:10). También colonizó Asiria y estableció las ciudades de Nínive, Rehobot, Calá y Resén (Gn. 10:11,12). En definitiva, Nimrod logró controlar una muy vasta región regada por los ríos más importantes de aquella geografía, es decir, el Tigris y el Éufrates. El imperio original de Nimrod literalmente «estaba sentado sobre muchas aguas» (véase Jer. 51:13). Nimrod era lo opuesto al ideal divino de un rey. En las Escrituras, el pastor idealiza cómo debe ser un rey (2 S. 5:2; 7:7; Ap. 2:27; 19:15). Nimrod, sin embargo, era un cazador y no un pastor. Un cazador se autogratifica a expensas de su víctima; un pastor se gasta a sí mismo por el bien de quienes están bajo su cuidado.

El cuadro que la Biblia presenta de Babilonia, tanto la ciudad como el imperio, es el de un poder malvado por excelencia. Incluso después de su decadencia histórica sigue siendo considerada la epítome y el prototipo de una ciudad inicua y dominante. El orgullo, la crueldad, la opulencia y la idolatría de Babilonia se mencionan con frecuencia en el Antiguo Testamento (véanse Is. 13:14; Jer. 50-51; Hab. 1:5-11). La religión babilónica era decididamente antropomórfica. Los dioses babilonios poseían características y emociones humanas. Odiaban, envidiaban, peleaban entre sí y procreaban. El panteón babilonio consistía de unas 1.500 deidades diferentes. Entre ellas figuraban: (1) Anu, que representaba al cielo; (2) Enlil o el dios del viento y la tormenta; y (3) Ea, quien era el dios de las aguas. El panteón babilónico, sin embargo, estaba encabezado por Marduk, «el más sabio de los dioses». La mitología babilonia considera a Marduk hijo de Ea y Damkina. Era considerado una figura imponente, dotado de ojos deslumbrantes y de una majestad estremecedora. Su padre le confirió una doble igualdad con los dioses que se manifestaba en los dos rostros de Marduk y en la doble dimensión de sus miembros, de modo que fue exaltado entre los dioses. La idolatría en Babilonia excede todo lo imaginable. El comportamiento de sus dioses era grotesco. La superstición junto con la hechicería, la magia y el culto a los astros eran prácticas comunes entre los babilonios. Tanto la Babilonia de los tiempos de Nimrod como la de Hamurabi y la de Nabucodonosor representaba la rebeldía y el desafío del hombre contra la autoridad de Dios.

17:2

«Con la cual han fornicado los reyes de la tierra, y los moradores de la tierra se han embriagado con el vino de su fornicación»
. Como ya se ha señalado, el poder y la influencia de la ramera son muy grandes. Por un lado los reyes de la tierra «han fornicado» con ella. Aquí, por supuesto, se refiere a la fornicación en el aspecto espiritual. «Los reyes de la tierra», es decir, los líderes políticos del mundo se han doblegado ante la influencia de la ramera, la Babilonia mística, y se han entregado a la idolatría. Han preferido a Satanás y han despreciado al Dios vivo y verdadero. Los reyes de la tierra actuarán para proteger sus propios intereses y no tendrán escrúpulos de ninguna clase al realizar sus transacciones económicas y convenios políticos siempre y cuando les produzca beneficios. La ética maquiavélica será utilizada como nunca antes por los gobernantes de las naciones. La preponderancia política de la ramera en los días previos a los últimos tres años y medio de la era penetrará todas las esferas de la vida social de las naciones. La ramera hará «beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación» (Ap. 14:8). Es decir, la humanidad entera se entregará a las formas más degradantes de hechicería, magia y ocultismo; sin duda, todo gracias a los medios de comunicación, a la industria del entretenimiento, a las redes sociales y, por supuesto, gracias a «los reyes [líderes]de la tierra».

Paralelamente con la influencia de la ramera o Babilonia mística sobre los líderes de la tierra estará su hegemonía sobre las masas populares. El texto dice: «y los moradores de la tierra se han embriagado con el vino de su fornicación». Desde su comienzo en tiempos de Nimrod, la hechicería, la magia, el ocultismo en general y el culto a los astros han ejercido una influencia embrujadora en los habitantes de la tierra. «El vino de su fornicación» será un sistema viciado de idolatría y autoexaltación carnal por encima y en contra de las revelaciones e instituciones de Dios. Este «vino» ya estaba embotellado y etiquetado antes de la primera dispersión (Gn. 11:8). Con esa dispersión fue a cada estado y nación bajo el cielo. En realidad, se encuentra hasta el día de hoy entre todas las naciones de la tierra, afectando, por no decir controlando, su pensamiento, política, fe y adoración.

La expresión «los moradores de la tierra» se refiere a la gente rebelde que habita en la tierra. Son personas cuyos sentimientos y objetivos están centrados exclusivamente en la tierra. Viven para sus placeres y no tienen interés alguno en las cosas de Dios. El verbo «se han embriagado» (emethysthesan) es el aoristo indicativo, voz pasiva de methysko, que significa «embriagar». La voz pasiva debe traducirse «han sido embriagados». El aoristo tiene función ingresiva y sugiere la idea de «entrar en un estado de embriaguez». Los habitantes de la tierra sucumbirán ante el deslumbrante brillo del oro de la ramera babilónica y se dejarán controlar por sus engañosas propuestas carnales e idolátricas. Beberán y se embriagarán con «el vino de su fornicación», es decir, se convertirán en instrumentos dóciles de la voluntad de la gran ramera. Este «vino» es mencionado extensamente en el libro de Apocalipsis y en otros pasajes proféticos de la Biblia (véase Ap. 9:20, 21; 13:2, 12-18; 16:13-16; 18:2; Dn. 11:37-38; Mt. 24:24; 2 Ts. 2:8-12), y se puede describir como brujerías, adoración a los demonios, manifestaciones demoníacas, experiencias místicas, ocultismo en general y gnosticismo. Es decir, aunque la ramera en sí será destruida al principio de los últimos tres años y medio de la era para dejarle el camino libre al Anticristo o Falso Profeta, su influencia continuará hasta que todo el reino anticristiano sea destruido por el Señor Jesucristo.

17:3

«Y me llevó en el Espíritu al desierto; y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos»
. El apóstol Juan es transportado espiritualmente al desierto. El sustantivo «espíritu» (pneúmati) se refiere al espíritu de Juan, no al Espíritu Santo. Mientras su cuerpo permanecía en Patmos, el apóstol experimentó un éxtasis que permitió que fuese trasladado a un ambiente de «desierto» (éreimon). En Apocalipsis 12:14, la mujer simbólica del Israel de Dios fue llevada al desierto para ser protegida por Dios. En Apocalipsis 17:3, la ramera, está en el desierto para ser juzgada por Dios. El apóstol Juan es transportado espiritualmente al desierto para que contemple las escalofriantes características de la gran ramera.

La mujer aparece «sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos». En esta coyuntura, evidentemente, la mujer ejerce control sobre la bestia tal como lo sugiere el hecho de que aparece «sentada» (katheiménein) sobre ella. Además, el hecho de que la mujer está sentada sobre la bestia indica que es diferente de ella.

La «bestia escarlata» es la misma de Apocalipsis 13:1. Dicha bestia representa al imperio sobre el cual el Anticristo ejercerá su autoridad. El hecho de que en Apocalipsis 17:3 la mujer cabalga sobre la bestia sugiere que, cronológicamente, Apocalipsis 13:1-18 es posterior a Apocalipsis 17. En Apocalipsis 13, la bestia gobierna de manera absoluta. La posición de la mujer, cabalgando sobre la bestia, sugiere por un lado que es sostenida por el poder político de la bestia y, por el otro lado, que está en una posición dominante y al menos exteriormente controla y dirige a la bestia.

Obsérvese la relación que existe entre el dragón, es decir Satanás, la bestia y la mujer que cabalga sobre ella. A los tres se les relaciona con el color escarlata (véase Ap. 12:3; 17:3, 4). El color escarlata era muy popular en tiempos del imperio romano y era emblemático de lujo y esplendor arrogante. El color escarlata de la bestia armoniza con parte de la vestidura de la mujer (
Ap. 17:4) y es una posible insinuación irónica al simbolismo de la expiación o purificación bajo la ley (véanse Lv. 14:4, 6, 49, 51, 52; Nm. 19:6). Materiales textiles lujosos eran frecuentemente de ese color (18:12, 16; véanse Nm. 4:8; 2 S. 1:24; Jer. 4:30). El color escarlata se mezclaba con el azul oscuro (huakínthinon, Is. 3:23, Septuaginta) y con el rojo azulado (polphyra, «púrpura», Éx. 39:1 [39:13, Sept.]; 2 Cr. 2:7 [2:6, Sept.]). Dicho color simboliza lujo y esplendor, los cuales constituyen sus evidentes connotaciones aquí y en el versículo 4.

De modo que la ramera de los postreros días se caracterizará por su influencia tanto sobre los líderes de las naciones como sobre los habitantes de la tierra en general. Además, se destacará por su opulencia. Exhibirá grandes riquezas y con ellas controlará a muchos pueblos y, por lo menos temporalmente, dominará al imperio del Anticristo hasta que este aparezca en escena.

«Llena de nombres de blasfemia». El vocablo «llena» (gémonta) es el participio presente, voz activa, neutro, acusativo, plural de gémo, que significa «estar lleno». Dicho participio califica al sustantivo «bestia» (theiríon), que en el texto griego es neutro. El participio presente sugiere un estado continuo. Una de las características esenciales de la bestia es su blasfemia. En Apocalipsis 13:1, los nombres de blasfemia aparecen sobre las siete cabezas de la bestia, pero en 17:3 todo su cuerpo está cubierto de blasfemias. Las mencionadas blasfemias tienen que ver con el hecho de que la mujer se alza contra Dios y se opone a su autoridad. Su propósito es lograr que los hombres adoren al dragón a quien ella, al menos hasta este momento en la historia, representa en la tierra. Es importante reiterar la diferencia entre la mujer que cabalga sobre la bestia, a quien el texto identifica como «la gran ramera» (Ap. 17:1) y la bestia, quien, sin duda, señala al imperio del Anticristo (Ap. 13:1-8; 17:8, 11-13).

La bestia que transporta a la mujer «tenía siete cabezas y diez cuernos». La misma característica aparece en Apocalipsis 13:1 la que, a su vez, apunta directamente al dragón, es decir, Satanás (Ap. 12:3). El texto (
Ap. 17:9, 10) aporta la interpretación inspirada del significado de las siete cabezas: «...son siete montes... y son siete reyes». Las siete cabezas de la bestia son siete imperios mundiales consecutivos a través de la historia. Los diez cuernos, según Apocalipsis 17:12, «son diez reyes» que, evidentemente, reinarán simultáneamente puesto que, según Apocalipsis 17:13, de manera colegiada entregan su poder al Anticristo. Las siete cabezas, por lo tanto, simbolizan siete imperios mundiales que existen de manera consecutiva, mientras, que los diez cuernos representan diez reyes que reinarán simultáneamente.

17:4

«Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación»


Los colores «púrpura y escarlata» pertenecen al ámbito real. Los colores «grana» (granate) y «carmesí» son los colores del pecado (Is. 1:18). Estos cuatro colores tienen en común que son variaciones del color rojo. De manera que la mujer ostenta ocupar el lugar de una gran reina... del pecado. Los santos mártires visten con vestiduras blancas (Ap. 6:11), igual que los ancianos de la corte celestial (Ap. 4:4). La multitud de redimidos de la tribulación comparecen «delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas» (Ap. 7:9). El color blanco es el de la santidad y contrasta con los colores púrpura y escarlata que son los colores del lujo y la ostentación, y con los colores granate y carmesí que son los colores del pecado. El color púrpura se usaba a menudo para los vestidos reales (Jue. 8:26; Dn. 5:7), y el escarlata era el color de la magnificencia (véase Nah. 2:3). El atavío costoso y espectacular de la ramera debe contrastarse, además, con «el lino fino, limpio y resplandeciente» con el que viste la Esposa del Cordero» (Ap. 19:8). 

La opulencia de la mujer se pone de manifiesto, además, por las joyas que adornan su anatomía: Oro, piedras preciosas y perlas. Su atavío costoso y atractivo sugiere la belleza externa y el atractivo mundano (Jer. 4:30). Es evidente que la ramera intenta conquistar a sus seguidores mediante la influencia de sus riquezas. Tanto reyes como pueblos irán en pos de la mujer con el fin de beneficiarse por medio de sus hechicerías.

«Y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación». Además de sus pomposos vestidos y sus magníficos adornos, la mujer sostiene en su mano una copa de oro repleta de impurezas. El vocablo «abominaciones» (bdelygmáton) significa «algo maloliente», «algo detestable». Dicho vocablo se usa en la Septuaginta respecto a la impureza ceremonial y moral relacionada con prácticas idolátricas. Es el mismo vocablo usado en Mateo 24:15 respecto a la «abominación desoladora» (véase también Dn. 9:27; 11:31; 12:11). La frase «la inmundicia de su fornicación» amplía el significado del sustantivo «abominaciones». Dicha frase guarda relación con la práctica de la idolatría (2 Co. 6:17) y, quizá, con los cultos paganos de prostitución. De modo que la ramera prospera esparciendo sus inmundos vicios y corrupciones y permitiendo que los habitantes de la tierra beban de su hermosa pero contaminada copa. La copa de la ramera está llena de abominaciones mientras que las copas de los cuatro seres vivientes y de los veinticuatro ancianos están llenas de las oraciones de los santos (véase Ap. 5:8). La ramera encarna el colmo de la rebeldía contra Dios. A través de las generaciones, el babilonialismo con su idolatría nunca ha dejado de estar presente en el mundo. En los postreros días, sin embargo, hará acto de presencia con toda su fuerza y con el poder de su influencia mediante el restablecimiento de la práctica de la hechicería, el ocultismo y el gnosticismo.

17:5

«Y en su frente un nombre escrito, un misterio: BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA»


La mujer lleva en su frente una inscripción que la identifica. El texto dice: «Y sobre su frente [hay] un nombre escrito». El vocablo «escrito» (gegramménon) es el participio perfecto, voz pasiva de grápho, que significa «escribir». El tiempo perfecto sugiere una acción completada cuyos resultados perduran. La mujer lleva una inscripción en el lugar más conspicuo de su anatomía. Dicha inscripción ha sido impresa con carácter permanente. Un número considerable de escritores alude a que las prostitutas durante el imperio romano llevaban su nombre escrito en una cinta que se colocaba alrededor de su frente. No hay suficiente evidencia, sin embargo, para afirmar que las prostitutas comunes llevaban sus nombres escritos en sus frentes. Es preferible tomar el texto de manera llana. La inscripción se refiere a la identificación de la Babilonia mística y a lo que ha significado para el mundo a lo largo de su historia.

«Un misterio» (mystéirion). Esta vocablo es usado en el Nuevo Testamento para indicar algo que sólo se conoce cuando Dios lo revela (véase Ap. 1:20; 10:7; 17:7). Dicho vocablo se usa aquí como una referencia descriptiva del título o nombre que la mujer lleva en la frente, no es parte del título en sí. O sea que el nombre de la mujer es «Babilonia la grande» (Ap. 16:19; 17:5; 18:2) y no «misterio: Babilonia la grande». Tampoco el texto permite alegorizar o espiritualizar el vocablo «misterio» con el fin de demostrar que Babilonia equivale a Roma. Lo más prudente y apegado al texto, sin embargo, es entender que la referencia es a la Babilonia mística que ha de desaparecer en los postreros días. La referencia a «muchas aguas» en el versículo 1 y al «desierto» en el versículo 3 son inaplicables a Roma, pero consonantes con la religión propagada por la Babilonia en el Éufrates. El hecho de que el sustantivo Babilonia se menciona más de doscientas ochenta veces en las Escrituras da pie a pensar en la importancia de dicha ciudad en el plan de Dios.

El sustantivo «misterio» (mystéirion) se usa en la Biblia con referencia a una verdad que está escondida en Dios y sólo se conoce cuando Dios la revela. Un misterio es un secreto que sólo Dios puede dar a conocer (véase Dn. 2:18, 19, 27-30, 47; 4:9). Basta con estudiar Apocalipsis 17:7-18 para captar el significado del «misterio» tocante a la Babilonia mística. Lo que no había sido revelado antes respecto a dicha mujer es dado a conocer en el mencionado pasaje.

El nombre que aparece en la frente de la mujer es: «Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra». Esta Babilonia propaga enseñanzas místicas, creencias que representan a la ciudad en la cual se originó: la Babilonia literal de Apocalipsis 18. Presentar a la ramera diciendo que es «un misterio» significa que se trata de un sistema místico del mal en oposición a la verdad divina. Su designación como «un misterio» significa que la visión dada a Juan no ha sido dada a conocer con anterioridad.

La Biblia presenta a la Babilonia literal del siguiente capítulo (Ap. 18) como la fuente principal de la idolatría mundial desde su fundación por Nimrod (Gn. 10, 11), pasando por el período de los profetas (
Is. 13-14; Jer. 7:18; 44:17-19, 25; Ez. 8:14; Zac. 5:5-11) y concluyendo con el Apocalipsis (14:8; 16:19; 18:24). Por ejemplo, la noche cuando los medo-persas capturaron la ciudad, el rey Belsasar hizo traer los vasos de oro que Nabucodonosor sustrajo del templo de Jerusalén y de ellos «bebieron vino, y alabaron a los dioses de oro y de plata, de bronce, de hierro, de madera y de piedra» (Dn. 5:4). Considérese la semejanza de este pasaje recién citado de Daniel, con Apocalipsis 9:20-21, que dice: «Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar y no se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus hurtos». Es evidente que ambos pasajes describen la idolatría babilónica en su cenit, aunque uno es de la historia antigua de Israel y el otro es una profecía del mundo en los últimos días. Nada ha cambiado en el corazón de los hombres sin Dios.

Apocalipsis 17 representa a la ciudad de Babilonia mediante la figura de una mujer ramera. La mujer es el «misterio» o secreto (mystéirion) que representa a la Babilonia literal. Es descrita como «la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra». Como tal, Babilonia es la progenitora de todo lo que es anti-Dios y anti-cristiano. Un número considerable de expositores afirman que la mujer misteriosa se refiere a Roma y al sistema católico-romano, pero lo hacen bajo su propia responsabilidad siguiendo la tradición de los reformadores, no la hermenéutica bíblica.

La descripción de Babilonia como «madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra» tiene que ver con el hecho de que Babilonia ha dado origen a todas las formas de idolatría que se han esparcido por el mundo. Los cultos a Baal, Moloc, Marduk, Dagón, Astarté, Astarot y muchos más tuvieron sus orígenes en Babilonia. Dios juzgará a Babilonia y la destruirá totalmente a través de los diez reyes del imperio del Anticristo (Ap. 18:8).

Pero esta ramera, «madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra» es algo mucho más pernicioso que el símbolo de la Babilonia literal. Que la ramera de Apocalipsis 17 y la Babilonia de Apocalipsis 18 son dos entidades diferentes es fácil de demonstrar (véase la introducción al comentario de este capítulo). La bestia y los diez reyes se regocijarán por la destrucción de la Babilonia mística (Ap. 17:16, 17), pero llorarán por la destrucción de la segunda (Ap. 18:9-19), y si las dos Babilonias fueran una y la misma, serían destruidas juntas, pero serán destruidas en diferentes momentos, y por diferentes personas. La ramera será destruida por «los diez cuernos que viste en la bestia» (Ap. 17:16) y la Babilonia literal será destruida por el juicio de la séptima copa (Ap. 16:17-21; 18). La ramera «madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra» es más que un sistema religioso o místico, porque ¿cómo se destruye tal sistema de acuerdo a la descripción del versículo 16?

Concluimos que la ramera es, además de un símbolo de la Babilonia literal del siguiente capítulo, una personificación de todos los falsos maestros y líderes religiosos que han habido y habrán en los últimos días. Este recurso literario, la personificación, es típico de la escritura profética y en el libro de Apocalipsis es utilizado cuando se describe al Israel de Dios como «mujer vestida del sol» (Ap. 12:1). Todo estudiante de la Biblia sabe que la «mujer vestida del sol» representa a una multitud de santos. De igual manera la ramera «madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra» representa a una multitud de enemigos de la fe verdadera. La ramera es un símbolo doble: simboliza tanto a la Babilonia literal como a los religiosos e incrédulos que han perseguido y martirizado a los santos del Señor desde los días de Caín (Gn. 4:3-8), como lo describe el siguiente versículo.

17:6

«Vi a la mujer ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús; y cuando la vi, quedé asombrado con gran asombro»
. La ramera o Babilonia mística emprendió desde los tiempos de Caín una persecución inmisericorde de los seguidores del Mesías. El vocablo «ebria» (methyousan) es el participio presente, voz activa de methyo, que significa «emborracharse». El hecho de aparecer embriagada con la sangre de los santos sugiere que la mujer se deleita en exterminar a los seguidores de Cristo. La metáfora describe la desenfrenada matanza de un gran número de creyentes junto con el efecto intoxicante que produce en la ramera asesina. Los sustantivos «santos» y «mártires» se refieren a las mismas personas. «Santos» destaca la separación de las cosas del mundo y «mártires» sugiere el precio que pagan por ser fieles al Mesías.

La visión hace que Juan se asombre en gran manera. La expresión «quedé asombrado con gran asombro» es la combinación de un verbo con un sustantivo afín que produce una expresión superlativa. El apóstol desea destacar la magnitud de su asombro o sorpresa al contemplar en visión la actitud extremadamente hostil de la mujer hacia los seguidores del Mesías. Al parecer, el apóstol queda atónito al observar los terribles excesos de la mujer contra los santos. Una de las principales causas del juicio divino contra la mujer es precisamente su crueldad hacia los mártires de Jesús.

Es importante en esta coyuntura reiterar el hecho de que la mujer no representa sólo a los enemigos de la fe que martirizan a los santos, sino a una ciudad. La interpretación inspirada de la visión no deja lugar a dudas de que se trata de la ciudad de Babilonia de la cual la mujer también es un símbolo. El símbolo no debe interpretarse simbólicamente, porque se convertiría en otro símbolo y se perdería todo control hermenéutico. Pero tampoco debemos olvidar que la mujer es un símbolo doble: simboliza tanto a la Babilonia literal como a los adherentes de cualquier religión falsa que han perseguido y martirizado a los santos del Señor desde los días de Caín (Gn. 4:3-8).

Hay quienes pretenden ver a Roma y al sistema católico-romano en la figura de la mujer. Enfocar el pasaje desde esa perspectiva significa asumir una responsabilidad que está por encima del texto bíblico. El pasaje y su contexto afirman que se trata de tanto de la Babilonia literal como de los adherentes del misticismo babilónico que han perseguido y martirizado a los santos del Señor desde los días de Caín (Gn. 4:3-8). Si bien es cierto que Roma y el sistema católico-romano han tenido y siguen teniendo una tremenda influencia tanto en lo político como en lo religioso en todo el mundo, no es menos cierto que Roma no es «la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra». Ese título es reservado para Babilonia como origen del ocultismo y la hechicería, y, por lo tanto, de quienes practican estas artes oscuras. Sin duda que la iglesia romana es 
«una de las hijas» de las abominaciones babilónicas, pero el intérprete tiene que interpretar el texto en sí, máxime cuando en el mismo pasaje hay una interpretación divina que debe respetarse. En fin, el texto expresa claramente que la mujer que cabalga sobre la bestia representa a la ciudad de Babilonia y a sus adherentes espirituales. Es un misterio en el sentido de que es un secreto que sólo Dios puede darlo a conocer. El secreto revelado, se relaciona con el hecho de que la ciudad de Babilonia volverá a ocupar un lugar prominente en el escenario de la historia en los postreros días. Dicha ciudad encarnará en sí la gran influencia que las creencias babilónicas han ejercido sobre el mundo desde la antigüedad, siendo un terrible azote para los seguidores del Mesías. El ensañamiento de la nueva Babilonia contra los santos se caracterizará tanto por la intensidad de su crueldad como por lo extenso de su alcance. El apóstol Juan queda profundamente afectado por la visión de la mujer, particularmente cuando ve que se deleita con la sangre de los mártires de Jesús.

17:7

«Y el ángel me dijo: ¿Por qué te asombras? Yo te diré el misterio de la mujer, y de la bestia que la trae, la cual tiene las siete cabezas y los diez cuernos»
. El asombro de Juan era tan evidente que el ángel no puede dejar de notarlo. La pregunta: «¿Por qué te asombras?» es más bien retórica. El ángel no espera que el apóstol le responda, sino que seguidamente hace saber a Juan que le revelará el secreto (mystéirion) respecto a la mujer y de la bestia que la transporta. O sea que el ángel no permite que el apóstol especule respecto al significado de la visión. En los versículos 8-17 el ángel declara a Juan el significado de la bestia y en el versículo 18 el significado de la mujer. El estudioso de las Escrituras debe prestar atención al texto y depender de la interpretación inspirada que el ángel da al apóstol Juan. Dedicarse a especular respecto a un significado alegórico sería una falta grave de parte de cualquier expositor de las Escrituras.

Un detalle importante que debe observarse en el versículo 7 es el cambio de verbo. Nótese que en el versículo 3, Juan vio a «una mujer sentada sobre una bestia escarlata». El verbo «sentada» (katheiménein) contrasta con el que es usado en el versículo 7, donde dice: «...y de la bestia que la trae». El verbo «trae» (bastádsonton) es el participio presente, voz activa de bastádso, que significa «transportar», «traer». El verbo del versículo 3 sugiere que la mujer, al menos en apariencia, tiene control sobre la bestia y por eso está cómodamente «sentada» sobre ella. El segundo verbo («trae») sugiere que la mujer es más bien un instrumento de la bestia. La bestia es quien suple la fuerza motivadora y el propósito dinámico de la mujer.

17:8

«La bestia que has visto, era, y no es; y está para subir del abismo e ir a perdición; y los moradores de la tierra, aquellos cuyos nombres no están escritos desde la fundación del mundo en el libro de la vida, se asombrarán viendo la bestia que era y no es, y será»


El ángel comienza describiendo la bestia en sí. En primer lugar explica su existencia cronológica: «La bestia... era, y no es; y está para subir del abismo e ir a perdición...». La explicación del ángel equivale a decir que la bestia tiene un pasado, un presente y un futuro. Es importante recordar en esta coyuntura que la bestia tiene «siete cabezas y diez cuernos» (Ap. 17:3, 7). Las siete cabezas representan siete reinos consecutivos. Cada cabeza de la bestia es una encarnación parcial de poder satánico que gobierna por cierto período de tiempo, de modo que la bestia puede existir en la tierra sin interrupción en la forma de siete reinos consecutivos pero también puede estar inexistente en un momento dado en la forma de uno de los líderes de un imperio. El texto sugiere una existencia natural o mortal de los siete reinos, pero al mismo tiempo señala una existencia sobrenatural de la bestia en la etapa final de su carrera.

Antes dijimos que el término bestia—que es mencionado en singular en los capítulos 11, 13, 14, 15, 16, 17, 19 y 20 del Apocalipsis—es un símbolo triple en el Apocalipsis. Primero, simboliza la bestia que sube del abismo (Ap. 11:7; 17:8). Luego simboliza a la bestia que sube del mar (Ap. 13:1-10). Y en tercer lugar simboliza a la bestia que sube de la tierra (Ap. 13:11-18). A veces el texto diferencia a estas tres bestias, y a veces se refiere a las tres en singular. Sin embargo, entender que estas son tres bestias distintas pero compenetradas, será de gran ayuda a la hora de analizar el delicado tema.

En el comentario del capítulo 13 de Apocalipsis, vimos a la bestia que sube del mar (Ap. 13:1-10) y la bestia que sube de la tierra (Ap. 13:11-18). La bestia que sube del abismo (Ap. 11:7) es analizada aquí, en Apocalipsis 17.

La procedencia del abismo de la bestia sugiere su regreso a la existencia de forma sobrenatural. El hecho de que la bestia sube del abismo denota que se está hablando de una existencia claramente sobrehumana. Aquí, en el capítulo 17, somos informados escuetamente respecto al pasado, presente y futuro de la bestia que sube del abismo:

1. «Era». Proviene del pasado. Al momento en que Juan vio a la bestia esta era parte de la historia bíblica. Esto refuta total y tajantemente a todos aquellos que dicen que la bestia representa al imperio romano resucitado. Este imperio es el que reina en el momento en que Juan recibió la revelación; es más, es el imperio que lo desterró a la isla de Patmos. Y es en esta isla donde el ángel le informa a Juan que la bestia «era, y no es» nada en el presente.

2. «Y no es». No esta viva o, más bien, no está activa porque en el tiempo concreto al que se refiere la visión está en el abismo: el lugar de confinamiento de ciertos espíritus angélicos rebeldes (Ap. 9:1, 2, 11; 11:7; 20:1, 3) y no la tumba ni la ultratumba de ningún ser humano, como afirman ciertos comentaristas.

3. «Y está para subir del abismo». Será soltada de su prisión, como los son los ángeles demoníacos de Apocalipsis 9:1 y 2, y el mismo Satanás después de mil años (Ap. 20:3).

El versículo ocho, por lo tanto, se refiere a la existencia de un ángel, un príncipe angelical hoy todavía confinado al abismo, pero que será soltado de su confinamiento para energizar el imperio del Anticristo al inicio de los últimos tres años y medio de la era.

El apóstol Pablo nos revela que «no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Ef. 6:12). Esta es la batalla que experimentarán los santos de los últimos días de la era. «Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes» (Ef. 6:13).

De modo que la frase «y no es» (kal ouk éstin) se refiere no a la muerte de la bestia si no a su confinamiento en el abismo, donde permanece inactiva, tal y como Satanás lo estará cuando sea confinado allí también. Este confinamiento en el abismo es como haber recibido una herida mortal (Ap. 13:3, 14).  «Y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia». Es decir, su vuelta a la actividad como cabeza espiritual de un imperio del pasado hará que la humanidad la aclame y la siga (Ap. 13:3). La vuelta al liderazgo de su antiguo imperio por parte de la bestia equivale a la aparición del octavo reino mencionado en Apocalipsis 17:11.

Resumiendo, la bestia aquí, no es el Anticristo. No aparecerá como un líder humano con capacidades de hombre que en el medio de la tribulación es herido de muerte pero vuelve a vivir (Ap. 13:14). La fantasía de que el Anticristo muere y regresa a la vida con poderes sobrehumanos no es un enseñanza bíblica. El Anticristo no será muerto ni regresará a la vida con capacidades demoníacas con el fin de establecer su imperio mundial, como enseñan muchos comentaristas repitiéndose los unos a los otros. La bestia mencionada aquí, es un príncipe, una potestad, un gobernador de las tinieblas al que le será permitido salir de su confinamiento en el abismo para dirigir de nuevo a sus huestes espirituales en las regiones celestes y energizar al imperio que lideró en la historia pasada haciéndolo volver a la vida que una vez tuvo. La duración de su reinado será breve, tres años y medio, y aunque logrará dominar a gran parte de la humanidad a través de su títere humano, el Anticristo o Falso Profeta, su fin será la perdición (eis apoleian hypágei) en el lago de fuego y azufre (Mt. 25:41; Ap. 20:10).

El versículo 11 amplía la interpretación diciendo que «la bestia que era, y no es, es también el octavo [reino]; y es de entre los siete, y va a la perdición». O sea que es la cabeza la que es herida de muerte vuelve a la vida y se convierte en el octavo reino. Hay quienes han especulado que se trata de algún personaje de la historia pasada que ha de reaparecer. Algunos sugieren que será Judas Iscariote y otros afirman que será Nerón, el cruel emperador romano, o Domiciano. El texto bíblico, sin embargo, señala hacia un príncipe angelical y hacia el futuro, a los días finales de la historia cuando Dios consumará su propósito con la humanidad.

La bestia subirá del abismo, o sea, de la misma prisión a la que Satanás será arrojado y de la cual salió un ejército de langostas infernales (Ap. 9:1, 2). Su destino final será la perdición. El texto griego dice: «Y a la perdición va» (kai eis apóleian hypágei). Esta cláusula, aunque expresada en presente, tiene una función futurística. La bestia irá a la perdición cuando el Rey Mesías venga y la eche en el lago de fuego (Ap. 19:20).

«Los moradores de la tierra» (hoi katoikoutes epi teis geis), es decir, aquellos que tienen todos sus afectos cifrados en la tierra. No tienen interés en las cosas celestiales y se han sometido a la autoridad de la bestia. Sus nombres no están escritos en el libro de la vida, puesto que no han confiado en el Mesías para su salvación. Esos son los que se maravillarán «viendo la bestia que era y no es, y será». El verbo «será» (paréstai) es el futuro indicativo, voz activa de páreimi, que significa «estar presente». El texto reitera de manera diferente las etapas pasada, presente y futura de la bestia. La frase constituye, además, una débil imitación satánica del nombre dado a Dios en Apocalipsis 1:4, 8; 4:8. Satanás procura imitar a Dios con el fin de engañar a la humanidad. Lo hace produciendo un falso cristo poseído por un espíritu que fue confinado al abismo [murió] pero que saldrá de allí [resucitará]. Asume nombres que sólo corresponden a Dios y, a la postre, se autoproclama Dios en la persona del Anticristo (2 Ts. 2:4).

17:9, 10

«Esto, para la mente que tenga sabiduría: Las siete cabezas son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer, y son siete reyes. Cinco de ellos han caído; uno es, y el otro aún no ha venido; y cuando venga, es necesario que dure breve tiempo»
. La frase: «Esto, para la mente que tenga sabiduría», es una llamada a la vigilancia de la concentración mental. Antes de pronunciar la interpretación, el ángel dice algo así: «En esto hay sabiduría para la mente sabia». Dicha frase anticipa la dificultad y la complejidad de la revelación que sigue. El lector es advertido: se requiere sabiduría espiritual para entender lo que ha sido revelado.

«Las siete cabezas son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer, y son siete reyes». Se ha especulado sobremanera sobre esta interpretación dada por el ángel. La más común de las interpretaciones es la que dice que se refiere a la ciudad de Roma, por el hecho de que Roma está afincada sobre «siete colinas
». Otros expositores entienden que los siete montes se refieren a siete emperadores romanos.

Ambas posturas adolecen de serios defectos y problemas exegéticos. La postura de que los siete montes se refieren a Roma tiene defectos serios. El primero es la asumida relación entre la mujer y los montes. Las siete cabezas están asociadas con la bestia, no con la mujer. Hay una diferencia entre la mujer y la bestia; y es la bestia quien tiene las siete cabezas. El ángel dijo «te diré el misterio de la mujer, y de la bestia que la trae, la cual tiene las siete cabezas» (Ap. 17:7). Si los siete montes son Roma, entonces lo más que se puede determinar es que el imperio del Anticristo estará centrado en la ciudad de Roma. Ello no identifica la localización de la ramera, porque ella no forma parte de la bestia.

El hecho de que la mujer esté sentada sobre los siete montes de ninguna manera la identifica con una supuesta ciudad situada sobre siete montes. El texto también dice que la mujer está sentada sobre «muchas aguas» (Ap. 17:1). Dicha figura es interpretada en Apocalipsis 17:15, diciendo que las muchas aguas representan «pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas». La figura que describe a la mujer «sentada» ya sea sobre «muchas aguas», sobre una «bestia escarlata» o sobre «siete montes» no tiene por finalidad indicar localización sino, más bien, el control que la mujer ejerce sobre aquello donde está sentada.

Debe tenerse muy en cuenta, además, el uso bíblico del vocablo «monte». Generalmente, en el vocabulario profético del Antiguo Testamento dicho término simboliza un reino. Un monte, o elevación prominente en la superficie de la tierra, es una de las imágenes bíblicas comunes o símbolo para representar a un reino, dominio real, imperio o autoridad establecida. (Véase Sal. 30:7; 68:15, 16; Is. 2:2; 41:15; Jer. 51;25; Dn. 2:35; Hab. 3:6; Zac. 4:7).

Un detalle que debe observarse es que Roma está ubicada sobre colinas o collados (bounos) que es una elevación menor que una montaña (véase Lc. 3:5; 23:30). El vocablo «montes» en Apocalipsis 17:9 es órei (plural de óros). Este vocablo se usa generalmente para referirse a un monte alto o montaña (véanse Mt. 5:14; Lc. 9:28; Ap. 6:16). De modo que el uso del vocablo «monte» (óros) como símbolo de un reino es perfectamente apropiado.

La identificación de los siete montes con Roma se deriva de una hermenéutica que interpreta la Biblia bajo la luz de un ambiente histórico determinado, en lugar de interpretar el ambiente histórico a la luz de la Biblia. Esto se debe a que algunos intérpretes han asumido que la profecía revelada a través de Juan fue escrita exclusivamente para los contemporáneos de Juan y que estos debieron entenderla con toda claridad. Aceptar tal idea equivale a pasar por alto pasajes como Daniel 12:4, 9; 1 Pedro 1:10-12. La profecía bíblica no siempre fue comprendida por quienes originalmente la recibieron.

Resumiendo, un buen número de estudiosos entiende que las «siete cabezas» o «siete montes» o «siete reyes» sobre los que se sienta la mujer se refiere a Roma, ya sea la pagana, la cristiana o la papal. Pero ni la evidencia bíblica ni la histórica apoyan tal conclusión. La Roma papal no puede ser porque nunca ha tenido en cuenta los siete poderes reales o reyes mencionados en el pasaje. Tampoco puede ser la Roma cristiana, diferenciada de la Roma papal, puesto que la Roma cristiana nunca ha apoyado ni llevado encima a la gran ramera en ningún sentido. Tampoco podría ser la Roma pagana que cesó como tal cuando los emperadores comenzaron a identificarse con la fe cristiana a partir de Constantino. Por mucho esfuerzo que algunos han hecho para arribar a la cuenta de siete emperadores que equivalen a los siete montes, el fracaso de tal empeño ha sido evidente.

La interpretación más sensata en consonancia con al argumento del Apocalipsis y con el entorno inmediato del pasaje es la que toma con seriedad lo que el ángel declara a Juan, es decir, que «las siete cabezas [de la bestia] son siete montes [o siete reinos consecutivos] y son siete reyes [líderes]». La doble identificación de los montes como siete reinos y al mismo tiempo como siete reyes no es nada extraño en el ambiente bíblico como ya lo hemos visto—la mujer también es un símbolo doble, y la bestia es un símbolo triple. En el libro de Daniel, las cuatro bestias del capítulo 7 son interpretadas como cuatro reinos y como cuatro reyes (véase Dn. 7:17, 23).

Los reinos simbolizados por los siete montes deben relacionarse históricamente con la nación de Israel: Egipto, Asiria, Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma. El séptimo reino será el Imperio Musulmán reavivado de los postreros días con su correspondientes diez reyes. Sabemos que el séptimo reino será el Imperio Musulmán reavivado por la descripción que se nos da de él en Apocalipsis 13:2: «Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus pies como de oso, y su boca como boca de león...». Comparando Daniel 2 y 7 sabemos que el leopardo simboliza a Grecia (el antiguo imperio griego), el oso simboliza a Medo-Persia (el antiguo imperio Medo-Persa) y el león simboliza a Babilonia (el antiguo imperio babilónico). Las naciones que componen actualmente estas áreas geográficas son todas musulmanas. Por lo tanto, Apocalipsis 13:2 nos demuestra que el imperio (la bestia) del  cual surgirán los diez reyes y el Anticristo es musulmán. Este imperio, que ha recibido una herida mortal que será sanada cuando la bestia que sube del abismo reasuma su dominio, reaparecerá como el octavo reino cuando el Anticristo aparezca en escena, según Apocalipsis 17:11. Los siete reinos simbolizados por los siete montes, por lo tanto, son siete reinos consecutivos literales. Esos reinos son poderes mundiales que de alguna manera han estado relacionados con la nación de Israel, como también lo estará el del Anticristo de los postreros días.

Es importante, pues, destacar una vez más la importancia de no confundir la mujer que está sentada sobre «las siete cabezas» de la bestia (Ap. 17:9) con la bestia misma. Si se la confunde, la interpretación del pasaje perderá claridad. La gran ramera es transportada por los siete grandes poderes mundiales que llenan todo el espacio de la historia mundial. Tal como el ángel lo revela a Juan, la mujer se sienta sobre las siete cabezas o montes. Ella controla con su influencia espiritual a los siete reinos. Esos siete poderes, todos y cada uno de ellos apoyan a la mujer como su deleite y orgullo religioso; y ella los acepta y usa, y los controla espiritualmente, y cabalga en gloria en medio de ellos. Ellos son sus devotos amantes y más humildes siervos; y ella es su más noble dama y patrona, con una mutualidad de favores e intercomunicación pertenecientes a su designación. Esta mujer ramera representa dos cosas: (1) cualquier creencia religiosa o espiritual que no sea la única fe bíblica en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y, (2) la gran ciudad de Babilonia de la cual provienen todas las creencias espirituales falsas. Esta ciudad volverá a reaparecer en los postreros días y dominará al mundo comercial hasta el momento de su destrucción total y final.

Las «siete cabezas» y los «siete montes» son figuras de dicción usadas para designar a siete reinos. Tal uso del lenguaje no es extraño a las Escrituras. En el libro de Daniel, capítulo 2, los distintos segmentos de la estatua representan tanto a un reino como al rey que lo gobierna. Lo mismo ocurre en el capítulo 7 de dicho libro, donde las cuatro bestias de la visión son simbólicas de cuatro reinos y de sus reyes (véase Dn. 2:38, 39; 7:17, 18, 23).

17:11

«La bestia que era, y no es, es también el octavo; y es de entre los siete, y va a la perdición»
. Ya se ha observado que las cabezas de la bestia tienen un doble simbolismo. «Las siete cabezas son siete montes ... y son siete reyes», o, mejor según el contexto «siete reinos» (Ap. 17:9, l0a). Las cabezas son las manifestaciones de la bestia en distintos períodos de la historia. Son manifestaciones sucesivas de reinos mundiales en enemistad con Dios a través de las etapas de la historia. Son manifestaciones demoníacas porque espíritus demoníacos son quienes en realidad los han gobernado.

La séptima de las cabezas de la bestia/imperio aparecerá en los postreros días. Será la manifestación del Imperio Musulmán actualizado. Esta es la cabeza que ha recibido la herida de muerte y que es sanada (Ap. 13:3). La resurrección de este imperio hará que los habitantes de la tierra se maravillen y se inclinen ante la bestia/imperio para adorarla. Ahora bien, esta séptima cabeza es la que experimentó la herida de muerte y resucitará en los postreros días. Esta es la etapa de los diez reyes o cuernos. Luego un onceavo cuerno aparece entre ellos que remueve de su poder a tres de los anteriores, y el séptimo imperio conformado antes por diez reyes se transforma ahora en «el octavo» imperio conformado por once reyes, siendo el onceavo el Anticristo o Falso Profeta (Ap. 17:8; Dn. 7:19-25). Debido a que se trata del mismo personaje representado por la séptima cabeza (la «bestia que sube del abismo»), él es «el octavo», pero no es la octava cabeza ya que la bestia/imperio sólo tiene siete cabezas.

El significado de las palabras del ángel cuando habla del que «es de entre los siete», es que la «bestia que sube del abismo» es «el octavo» de los gobernantes, no el Anticristo. Los verdaderos reyes de los siete reinos que hemos identificado—Egipto, Asiria, Babilonia, Medo-Persia, Grecia, Roma y el Imperio Musulmán—no son los hombres que los fundaron ni rigieron, sino los príncipes, las potestades, los gobernadores de las tinieblas, las huestes espirituales en las regiones celestes llenas de maldad. La «bestia que sube del abismo» lideró al menos uno de estos reinos en el pasado, por eso «es de entre los siete», y al ser liberada del abismo vuelve a tomar control de ese reino, lo unifica y lo hace volver a la vida.

«La bestia», como ya hemos visto, sugiere la manifestación de un príncipe espiritual del reino satánico de las tinieblas que el enemigo de Dios pretende establecer en la tierra. La unidad de su reino se manifiesta a través del hecho de que se trata de una sola bestia. Ese reino, sin embargo, ha tenido diferentes manifestaciones a lo largo de la historia. De ahí que se use el simbolismo de las siete cabezas. Como ya se ha observado, la séptima y última de esas cabezas es, en su etapa natural, el séptimo reino, y la bestia/imperio en su totalidad es «el octavo». Este octavo gobernante de las tinieblas dominará la tierra con poder sobrenatural durante los últimos tres años y medio de la era hasta que sea vencido de manera total y final por el Mesías que vendrá con poder y gloria. De ahí la declaración de que la bestia «va a la perdición» (Ap. 17:8, 11). Eso significa que será echado en el lago de fuego junto con el Falso Profeta y el dragón (Ap. 19:20; 20:10).

Quienes interpretan que los siete reyes son emperadores romanos del pasado pierden de vista el argumento del Apocalipsis y su carácter escatológico y revelador. El Apocalipsis, como se ha reiterado en varias ocasiones, tiene que ver con la consumación del plan de Dios para con su creación y sus criaturas. Fundamental en esa consumación es tanto la revelación del mundo espiritual que gobierna al mundo natural desde las tinieblas como el sometimiento de los enemigos humanos de Dios a esas tinieblas.

La revelación dada a Juan se llama así, revelación, Apocalipsis, porque quita el velo que cubre el mundo espiritual. El énfasis de esta revelación es que veamos lo que ocurre tras bambalinas, en el mundo espiritual. A menudo los expositores han destacado al Anticristo y su rol en vez de enfocarse en las fuerzas que estarán detrás de él. El creyente no debe perder de vista el hecho que «no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Ef. 6:12). Este es el énfasis del Apocalipsis.

17:12

«Y los diez cuernos que has visto, son diez reyes, que aún no han recibido reino; pero por una hora recibirán autoridad como reyes juntamente con la bestia»
. El ángel no deja lugar a dudas respecto al simbolismo de los diez cuernos. Dice concretamente: «...son diez reyes, que aún no han recibido reino». Estos reyes aún no son reyes; recibirán su poder cuando aparezca la bestia. Esta declaración claramente apunta hacia el futuro. Y no debe de pensarse que se trata de una cifra simbólica, ya que el texto claramente dice que «son diez reyes», en conformidad con la profecía de Daniel 7:7, 24. No hay ni la más leve sugerencia en Daniel 7 o en Apocalipsis 17:12 que respalde la conclusión de que se trata de un número simbólico que se refiere a un número indeterminado de reyes.

Los pasajes de Daniel y Apocalipsis señalan que se trata de diez reyes concretos que recibirán su dominio y autoridad en los postreros días. Dichos reyes reinarán simultáneamente y serán quienes otorgarán su apoyo incondicional al Anticristo o Falso Profeta de los días postreros. El reino de dichos reyes, sin embargo, será de corta duración, igual que el reino del Anticristo. El texto dice: «...pero por una hora recibirán autoridad como reyes juntamente con la bestia». Estos diez reyes reinarán simultáneamente y se supeditarán a la autoridad del Anticristo, haciendo posible que éste ocupe el lugar de más alto privilegio en el gobierno de la tierra durante la gran tribulación.

Es importante observar que los diez reyes coexisten con la bestia/imperio. En realidad, ellos son los que la componen. Cuando ellos estén en la escena, de entre ellos, surgirá el Anticristo como el onceavo cuerno. Esto significa, por lo tanto, que el Anticristo y los diez reyes serán contemporáneos sólo durante los últimos tres años y medio de la era. Pero, la bestia/imperio estará en escena un poco antes que el Anticristo. Daniel 7:25 dice: «Mientras yo contemplaba los [diez] cuernos, he aquí que otro cuerno pequeño salía entre ellos [el Anticristo], y delante de él fueron arrancados tres cuernos de los primeros; y he aquí que este cuerno tenía ojos como de hombre, y una boca que hablaba grandes cosas». Es evidente, por lo tanto, que los diez reyes/cuernos reinan solos durante algún tiempo antes que el Anticristo salga de entre ellos. Luego reinan juntos con el Anticristo por «una hora». ¿Cuánto tiempo humano representa esta «hora»? Tres años y medio, o «un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo» (Ap. 12:14; cf. Dn 12:7). El mimo «poco tiempo» que tiene Satanás después de ser arrojado del cielo a la tierra (Ap. 12:12), los mismos «mil doscientos sesenta días» que la mujer vestida del sol es protegida en el desierto (Ap. 12:6; cf. Dn. 12:11), los mismos cuarenta y dos meses que el imperio del Anticristo reina sobre la tierra (Ap. 13:5). Siendo que estas referencias cronológicas dadas en Daniel 12 y en Apocalipsis 12 y 13 son tan específicas, sorprende que la mayoría de los comentaristas no cuestione la validez de la teoría que sostiene que el período tribulacional es de siete años de duración. No hay nada en los pasajes citados que de pie para hablar de dos periodos de tres años y medio cada uno. Tanto en Daniel como en el Apocalipsis se menciona un solo periodo de tres años y medio. Los que enseñan la teoría de los siete años lo hacen bajo su propia autoridad y siguiendo escatologías inventadas por los hombres que no se ciñen estrictamente al Texto Sagrado. El pretribulacionismo es otro error que se debe evitar.

17:13

«Estos tienen un mismo propósito, y entregarán su poder y autoridad a la bestia»
. La oración «Estos tienen un mismo propósito» además de reforzar el hecho de que los diez reyes representados por los diez cuernos son los principales componentes de la bestia/imperio, y que reinarán simultáneamente durante una «hora» antes que el Anticristo salga de entre ellos, el texto también da a entender que este imperio no se constituye por la fuerza sino por el consentimiento y con el voto de aprobación de los diez reyes. La singularidad de propósito de dichos reyes tienen que ver primordialmente con su oposición al Mesías, cuya venida ha sido anunciada. Cuando la «hora» que les ha sido asignada para reinar por sí mismos llegue a su término, la «bestia que sube del abismo» investirá de poder a su elegido para que salga de entre ellos. Este ungido por la «bestia que sube del abismo» es el Anticristo o Falso Profeta. Evidentemente, los diez reyes comprenderán que para poder oponerse al Mesías y a la instauración de su reino en la tierra necesitan un líder con capacidades sobrehumanas, y reconocerán en el Anticristo estas capacidades que ningún otro líder en la tierra tiene y por eso están dispuestos a someterse a su autoridad, aunque después que este someta por la fuerza a tres de ellos.

El texto enfatiza el acto de los diez reyes de «entregar» su poder y autoridad a la bestia/Anticristo. El verbo «entregarán» (didóasin) es el presente indicativo, voz activa de dídomi, que significa, «dar», «otorgar». El tiempo presente realiza acción de futuro y señala al tiempo en que dichos reyes estarán gobernando. Tal como el dragón dio su poder y autoridad a la «bestia que sube del abismo» (Ap. 13:2), así estos reyes estarán plenamente al servicio de la bestia. Por supuesto que existe una notable diferencia. El dragón da su poder y autoridad a la bestia porque la controla plenamente y cumplirá su propósito a través de él. Los diez reyes, por el contrario, se someten a la autoridad de la bestia/Anticristo y se convierten en instrumentos usados por esta unión para controlar a los habitantes de la tierra. Como ya se ha indicado, la razón primordial del por qué los diez reyes entregan su poder y autoridad a la bestia guarda relación directa con la instauración del glorioso reino de Cristo en la tierra—hecho que ellos pretenden evitar. En los postreros días, los reyes de la tierra harán alianza para oponerse al Dios Soberano y al Mesías, con el fin de intentar evitar que el Mesías reine sobre ellos como soberano de la tierra. 
«¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes de la tierra, Y príncipes consultarán unidos Contra Jehová y contra su ungido, diciendo: Rompamos sus ligaduras, Y echemos de nosotros sus cuerdas. El que mora en los cielos se reirá; El Señor se burlará de ellos. Luego hablará a ellos en su furor, Y los turbará con su ira» (Sal. 2:1-5).

17:14

«Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles»
. Este versículo pone de manifiesto las verdaderas intenciones de los diez reyes. Su objetivo fundamental es hacer guerra contra el Mesías, puesto que no quieren que Él reine. Este texto es, además, el cumplimiento de Apocalipsis 16:14. Obsérvese, también, el tiempo futuro de los verbos «pelearán» o «harán guerra» (poleméisousin) y «vencerá» (nikeísei). La guerra y la victoria del Mesías se describen en Apocalipsis 19:11-21. Particularmente, los versículos 19 y 20, donde dice: «Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército. Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre».

La majestuosa y gloriosa manifestación del Mesías victorioso al frente de sus ejércitos causará la derrota aplastante de la bestia y sus aliados. La bestia será vencida porque se ha enfrentado a Aquel a quien todos los demás a la postre tendrán que someterse.

El Mesías es vencedor «porque él es Señor de señores y Rey de reyes» (hóti kyrios kiríón estin kai basileus basiléón). Esa frase es una solemne declaración de la deidad y de la soberanía de Cristo (véase Ap. 19:16). A través del libro de Apocalipsis, el Señor Jesucristo recibe los mismos títulos que el Padre (véase Ap. 1:5). El Hijo es alabado y reconocido juntamente con el Padre (véase Ap. 5:8, 13) porque posee los mismos atributos y la misma esencia de la deidad. Cuando reine sobre la tierra, el Mesías exhibirá toda la gloria de sus atributos y será adorado como Rey de reyes y Señor de señores.

El Cordero vencedor vendrá acompañado de sus santos, quienes comparten su victoria sobre la bestia y sus socios. El texto dice: «Y los que con él [están] son llamados y escogidos y fieles». No se dice nada respecto a la función específica de los que acompañan al Señor. La referencia, sin embargo, parece ser tanto a santos como a ángeles. Son seres a quienes Dios ha llamado con llamamiento eficaz y ha escogido para su gloria. Los tales se han caracterizado por su fidelidad al Señor y, por lo tanto, recibirán, en el caso de los hombres, su galardón en la presencia de Dios (Ap. 2:10).

17:15

«Me dijo también: Las aguas que has visto donde la ramera se sienta, son pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas»
. En Apocalipsis 17:1, el ángel muestra a Juan la visión de la gran ramera, «la que está sentada sobre muchas aguas». La interpretación del simbolismo de «las muchas aguas» es dada en 17:15. El texto no sólo revela el hecho de que «las muchas aguas» representan «pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas», sino que, además, sugiere el hecho de que la ramera ejerce una influencia universal. La ramera controla el estilo de vida de las mezclas de pueblos del mundo a través de la sumisión voluntaria de dichos pueblos a ella.

Como dijimos anteriormente, Apocalipsis 17 y 18 enseñan con plena claridad que «la ramera» simboliza: 1) a Babilonia, la gran ciudad que desde su fundación por Nimrod ha desafiado la soberanía de Dios; y, 2) a los religiosos e incrédulos que han perseguido y martirizado a los santos del Señor desde los días de Caín (Gn. 4:3-8).

Babilonia ha sido el centro de idolatría más notorio en la historia de la humanidad. Aunque hace siglos que Babilonia parece haber desaparecido, ha de reaparecer en los postreros días. Su influencia sobre los habitantes de la tierra alcanzará enormes proporciones. Durante un tiempo, espiritualmente, tendrá control incluso de la bestia. A la postre, sin embargo, será totalmente destruida en cumplimiento de las profecías de Jeremías 50-51. Mientras llega el día de su juicio, ejercerá una sorprendente influencia sobre las naciones de la tierra e incluso sobre la bestia por medio de las falsas creencias que ha esparcido desde tiempos inmemoriales. Estas falsas creencias han sido diseminadas por hombres y demonios a través de complejos y también elementales sistemas religiosos, místicos, gnósticos y ocultistas. Cualquier creencia que se oponga, niegue o tergiverse «la fe que ha sido una vez dada a los santos» (Jud. 1:3) es babilónica en esencia, y quienes la enseñan son parte de «la ramera», que es la antítesis por antonomasia de la «mujer vestida del sol» (Ap. 12:1). Así como esta mujer representa a muchos santos de Dios, «la ramera» representa a todos los enemigos de la verdad revelada de Dios.

17:16

«Y los diez cuernos que viste en la bestia, éstos aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego»
. La lectura de este versículo en el texto griego es como sigue: «Y los diez cuernos que viste y la bestia, estos odiarán a la ramera, y la harán desolada y desnuda, y devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego».

Obsérvese que el texto distingue a los diez cuernos de la bestia/imperio de la bestia/Anticristo. Haciendo caso omiso del principio establecido por el Señor en Marcos 3:26: «Y si Satanás se levanta contra sí mismo, y se divide, no puede permanecer, sino que ha llegado su fin», la ramera será atacada y destruida tanto por el conjunto de reyes que componen la bestia/imperio como por el mismo Anticristo. Esto se debe al hecho de que la influencia espiritual de la ramera constituye una amenaza contra el poderío del Anticristo. Este necesita el camino despejado de cualquier creencia que compita con el culto a su persona. Esta destrucción de la ramera será el cumplimiento de 2 de Tesalonicenses 2:3-4, que dice: «Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios».

Este evento ocurre al principio de la carrera del Anticristo, el cual tiene tres años y medio para desatar su reino de terror en la tierra e impedir el establecimiento del reino milenial del Mesías. Estos hechos, se describen metafóricamente en los cuatro primeros sellos de Apocalipsis 6. El asalto inicial del Anticristo y sus aliados contra la ramera resulta en la devastación de su riqueza. Los vocablos «desolada» (eireimoménein) y «desnuda» (gymnéin) describen los daños causados a la ramera. Las organizaciones religiosas serán prohibidas y sus bienes confiscados. Los templos de todas las religiones serán destruidos, vaciados de sus tesoros y sus líderes religiosos ejecutados u obligados a convertirse al Anticristo. El Anticristo y los diez reyes arrasarán por completo a la Babilonia mística. Nótese las figuras usadas por Juan: «Devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego». Es decir, las propiedades de las religiones del mundo serán destruidas y sus riquezas confiscadas. La bestia que en un principio parecía estar controlada por la ramera [la Babilonia mística] a la postre se convierte en el instrumento de su destrucción.

Estudiantes y comentaristas del Apocalipsis que rechazan la idea de que la bestia/imperio es el imperio musulmán reavivado arguyen que el islamismo es también una religión, y como tal es parte de la ramera, y que, por lo tanto, el Anticristo y los diez reyes estarían atacándose y destruyéndose a sí mismos. La Biblia, sin embargo, predice que el Anticristo y sus aliados traicionarán su fe y se volverán contra ella después de haberla usado para conseguir sus fines. «Y el rey [el Anticristo] hará su voluntad, y se ensoberbecerá, y se engrandecerá sobre todo dios; y contra el Dios de los dioses hablará maravillas, y prosperará, hasta que sea consumada la ira; porque lo determinado se cumplirá. Del dios de sus padres no hará caso, ni del amor de las mujeres; ni respetará a dios alguno, porque sobre todo se engrandecerá. Mas honrará en su lugar al dios de las fortalezas, dios que sus padres no conocieron; lo honrará con oro y plata, con piedras preciosas y con cosas de gran precio. Con un dios ajeno se hará de las fortalezas más inexpugnables, y colmará de honores a los que le reconozcan, y por precio repartirá la tierra» (Dn. 11:36-39). Nótese cómo los pasajes que hemos subrayado y puesto en cursivas demuestran que el Anticristo apostatará de su propia fe y negará a su propio dios hasta que finalmente «se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios» (2 Ts. 2:4). El trabajo en equipo es sólo una primera etapa que, una vez completada, da paso para que el más oportunista se alce en busca de la gloria personal.

El texto presenta un destacado contraste en la vida de la ramera. En Apocalipsis 17:4 aparece vestida con ropas y joyas lujosas. En Apocalipsis 17:16 se halla desnuda y desolada. En Apocalipsis 17:3 la ramera cabalga cómodamente sobre la bestia, en aparente control de ella. Pero, finalmente, en 17:16, es destruida por completo. La palabra de Dios no cae en el vacío, él ha prometido que sus enemigos serán destruidos. Para instaurar la adoración del Mesías en la tierra es necesario que esta quede limpia de toda falsa religión y creencia. Los templos de los falsos dioses de este mundo desaparecerían a manos del mismo Anticristo y sus aliados. Sin duda, ellos pensarán que están despojando al mundo de sus dioses para que los moradores de la tierra se queden sólo con la opción de adorar al Anticristo. Pero, como lo dice el siguiente versículo, es Dios quien los está utilizando a ellos para purificar a la tierra de toda falsa religión.

17:17

«Porque Dios ha puesto en sus corazones el ejecutar lo que él quiso: ponerse de acuerdo, y dar su reino a la bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios»
. Aunque el Anticristo y sus socios son los instrumentos que llevan a cabo la destrucción de la ramera, éstos actúan en conformidad con el plan soberano de Dios. El Dios Todopoderoso gobierna la historia de principio a fin. Su soberanía es evidente en los cambios políticos de las naciones (Dn. 2:21; 4:17). En el último análisis, los poderes del mal sirven a los propósitos de Dios.

De manera inconsciente, el Anticristo y los diez reyes son instrumentos ejecutores de la voluntad de Dios. Es por la voluntad soberana de Dios que los diez reyes entregan su autoridad al Anticristo y se comprometen a hacer su voluntad. De igual manera, Dios pone en el corazón tanto de los diez reyes como en el del Anticristo el «ejecutar lo que él quiso» (poieisai tein gnómein), es decir, hacer o cumplir el propósito soberano de Dios (véase Ap. 17:13). En el pasado, Dios usó a Babilonia para castigar a la nación de Israel (véanse Hab. 1:5-11; Jer. 25:9-11). También usó a Ciro, rey de los persas, para juzgar a los caldeos. En los postreros tiempos, Dios usará al reino malvado del Anticristo para destruir a la Babilonia mística en cumplimiento de sus palabras. Obsérvese el plural «las palabras de Dios». La referencia es al cumplimiento de todo lo que Dios ha profetizado en Su palabra. Dios ha de permitir que el mal agote su curso y entonces intervendrá con el poder de su fuerza para poner fin al reino de tinieblas, gobernado por Satanás y por el Anticristo. El misterio de Dios se consumará. El reino fraudulento del enemigo de Dios será destruido y el Mesías reinará con poder y gloria. «Las palabras de Dios» no caerán en el vacío. Absolutamente todo lo que está escrito se cumplirá al pie de la letra (Is. 55:11).

17:18

«Y la mujer que has visto es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra»
. La interpretación que el ángel da a Juan tocante a la figura de la mujer parece clara y terminante: «La mujer que has visto es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra». Comentaristas que interpretan el pasaje alegóricamente afirman que se trata de la ciudad de Roma. Por otro lado, los comentaristas que interpretan el pasaje literalmente dicen que el texto enseña que la referencia es a la ciudad de Babilonia (véase Ap. 14:8; 16:19; 17:5). Si bien es cierto que los cristianos de los primeros siglos entendieron que la mujer simbolizaba a la ciudad de Roma, la realidad es que el Apocalipsis deja bien claro que se trata de la ciudad de Babilonia, literal y escatológica. Es decir, esta ciudad será reconstruida por el Anticristo y sus aliados con miras a que sea la ciudad símbolo de su grandeza.

Pero, como lo demostramos en la introducción al comentario de este capítulo, «la ramera» representa dos cosas, no sólo una. Por un lado, es la antítesis por antonomasia de la «mujer vestida del sol» (Ap.12:1). Así como esta mujer representa a muchos santos de Dios, «la ramera» representa a todos los enemigos de la verdad revelada de Dios. «La ramera» no representa a un sistema religioso en particular. «La ramera» representa a todos los moradores de la tierra que tienen creencias—ya sean religiosas, humanistas u ocultistas—que se alzan en contra de la verdad de Dios: «la fe que ha sido una vez dada a los santos» (Jud. 1:3). El texto, especialmente, pone énfasis en su influencia, y, por lo tanto, en sus múltiples líderes a lo largo y ancho del mundo. Estos falsos líderes no se adhieren todos a una sola fe o cosmovisión, sino que cada uno de ellos tiene sus propio sistema de creencias, y estas incluso compiten entre sí. «La ramera» es un cuerpo, con muchos miembros. Léase 1 Corintios 12 y aplíquese en sentido inverso y negativo, y se verá claramente a esta ramera. Al igual que todos los santos de Dios componen un cuerpo y han sido ungidos con el mismo Espíritu, todos los que tienen falsas creencias y las propagan componen un solo cuerpo y son dirigidos por el mismo espíritu: el espíritu de perdición. Los que componen el cuerpo de Cristo tienen todos una sola fe, pero los que componen el cuerpo de la ramera escogen qué creer.

Por otro lado, la única identificación literal viable que queda es la conclusión ya alcanzada: «la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra» se trata de Babilonia en el Éufrates. Las profecías veterotestamentarias de la destrucción de Babilonia en Isaías 13 y Jeremías 51 aún no se han cumplido y aguardan el futuro Día del Señor para su cumplimiento (Jer. 13:6). Además, Babilonia en el Éufrates está situada en un entorno que armoniza política y geográficamente, y en todas las cualidades de accesibilidad, facilidades comerciales, alejamiento de interferencias de iglesia y estado, pero con la centralidad respecto al comercio con el mundo entero.

El hecho de que Babilonia como tal no ha existido por un considerable número de siglos conduce a la tentación de reemplazarla por Roma. El intérprete de las Escrituras no debe rendirse ante esa tentación. Recuérdese que Israel, como nación, estuvo ausente del concierto de los pueblos de la tierra por cerca de diecinueve siglos. Pero Dios ha prometido que esa nación existirá para siempre. Del mismo modo, Babilonia volverá a ocupar un lugar prominente entre las ciudades del mundo, hasta que «se cumplan las palabras de Dios» en su totalidad (Ap. 17:17).

Según el Apocalipsis, la Babilonia literal no es un sistema esotérico ni una alegoría del mal que ha existido en el mundo, sino una ciudad concreta que por muchos siglos se opuso a Dios y que en tiempos escatológicos reverdecerá y se convertirá de nuevo en un centro de actividades contrarias a Cristo y a las Escrituras. La ramera, también llamada Babilonia, es el cuerpo místico de todos los perdidos (y sus líderes) que sustituyen «la fe que ha sido una vez dada a los santos» (Jud. 1:3) por cualquier otra creencia que los confirme en su perdición eterna. Cuídese el lector de no formar parte de la ramera, si no del cuerpo de Cristo (1 Cor. 12).

Resumen y Conclusión

Apocalipsis 17 pone de manifiesto el juicio de Dios contra la Babilonia mística, llamada «la gran ramera». El texto afirma, también, que es un símbolo de la ciudad de Babilonia junto al Éufrates. Dicha ciudad será reconstruida en los días del Anticristo y la confederación de diez reyes que entregan su autoridad y poder al Anticristo. La figura de la ramera «sentada sobre muchas aguas» sugiere que ejerce dominio e influencia sobre un considerable número de naciones y pueblos. El poder de la ramera será tal que, por lo menos en apariencia, llegará a tener control de la bestia.

Sin embargo, al inicio de la gran tribulación, los diez reyes y la bestia se vuelven contra la mujer y la destruyen hasta dejarla desolada, exterminándola físicamente y quemándola hasta hacerla desaparecer. Aunque la ramera será destruida por el Anticristo y los diez reyes, estos estarán cumpliendo la voluntad soberana de Dios. Dios usa instrumentos inicuos para poner fin a las creencias falsas que tanto error han esparcido sobre la faz de la tierra (Zac. 5:5-11).

La ramera o Babilonia mística de Apocalipsis 17 no es la Babilonia literal de Apocalipsis 18. Ambas son destruidas, pero la primera es destruida por el Anticristo y la confederación de diez reyes al principio de los últimos tres años y medio de la era; y la segunda es destruida cuando el séptimo ángel derrama su copa por el aire (Ap. 16:17), al término de los últimos tres años y medio de la era.



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