Apocalipsis Capítulo 16
Los juicios de las siete copas (16:1-21)
Lo que en Apocalipsis 15 es preparación en el 16 es consumación. Los siete ángeles con las siete copas que contienen las plagas postreras están preparados para derramarlas sobre la tierra. Sólo aguardan la orden del Señor Dios Todopoderoso. Los habitantes de la tierra han continuado en su indiferencia, despreocupados de las cuestiones espirituales y ocupados únicamente en sus necesidades físicas tal como en los días de Noé (Mt. 24:37-39). La ira de Dios será derramada mediante siete copas en acciones rápidas, sucesivas y casi sin interrupción de clase alguna.
Los juicios de las copas son designados como «las siete plagas postreras» y también «las siete copas de la ira de Dios» (véase Ap. 15:1, 6; 16:1; 17:2; 21:9). Los juicios descritos en Apocalipsis 16 son muy similares a los que Dios trajo sobre Egipto cuando libró al pueblo de Israel de la esclavitud faraónica. Si los juicios que desembocaron en el éxodo fueron literales (Éx. 7-11), los que serán ejecutados en los postreros días, según Apocalipsis 16-20, también serán literales. Dios ha de cumplir su soberano propósito para con Su creación.
Comentario
16:1
«Oí una gran voz que decía desde el templo a los siete ángeles: Id y derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios». La orden de dar comienzo a los juicios procede del templo (ek tou naou). La «gran voz» que Juan escuchó debe ser, sin duda, la de Dios. Dicha voz se describe como «grande» (megáleis). Este adjetivo tiene que ver con magnitud e intensidad y sugiere autoridad. El énfasis recae sobre la grandeza porque esta serie conduce al asalto final de las huestes infernales lideradas por el dragón, la bestia y el falso profeta.
La «gran voz» se dirige a los siete ángeles quienes reciben la doble orden: «Id y derramad». El primer verbo es presente imperativo mientras que el segundo es el aoristo imperativo. El presente imperativo sugiere una acción continua. Los siete ángeles deben ir uno seguido del otro. El aoristo imperativo sugiere urgencia. Cada ángel debe vaciar su copa con rapidez, uno inmediatamente después del otro. Recuérdese que se trata de las plagas postreras con las que la ira de Dios llega a su consumación. Estos juicios en ningún sentido pertenecen al pasado. No hay ningún indicio histórico que apoye la idea de que Dios ya haya derramado su ira en la magnitud y con la intensidad con la que se describe en Apocalipsis 16. Esto no significa que en algún trozo de la historia Dios no haya intervenido judicialmente. En realidad, existe alguna semejanza entre los juicios de las copas y las diez plagas con las que Dios juzgó a los egipcios. Los juicios de Apocalipsis 16, sin embargo, tendrán un cumplimiento literal durante los últimos 30 días de los 1.290 días mencionados por el profeta Daniel (12:11).
Si bien es cierto que existe una afinidad entre las siete plagas postreras de Apocalipsis 16 y las diez plagas de Egipto, no es menos cierto que hay diferencias notables entre ambos acontecimientos. Lo mismo ocurre con los juicios de las trompetas. Sin duda, hay puntos de coincidencia entre ambas series de juicios, pero al mismo tiempo los juicios de las copas tienen características propias que los diferencian de los juicios de las trompetas. La primera, sexta y novena plagas de Egipto, y la segunda, tercera, quinta, sexta y séptima de las plagas de las trompetas aparecen a la vista con mayor o menor diferenciación. Pero las plagas postreras tienen características peculiares propias; la cuarta es completamente nueva, las restantes son más o menos de concepción nueva. Por otro lado, las diferencias son más profundas y expresivas. Mientras que ni las primeras cinco plagas de Egipto ni las primeras cuatro de las trompetas causan daños personales, los juicios de las copas sí lo producen desde su mismo comienzo. Además, mientras que las primeras cuatro plagas de las trompetas afectan sólo a una tercera parte de la tierra, el mar, las fuentes de las aguas y los astros del cielo, tal limitación no aparece en el relato de las siete plagas postreras del capítulo 16. Estos juicios no son castigos experimentales, sino retributivos y finales.
El mandato divino dado a los siete ángeles es: «Id y vaciad las siete copas de la ira de Dios en la tierra». Esta cláusula sugiere el alcance universal de los juicios de las copas. Las plagas de las copas no constituyen una recapitulación de la de las trompetas aunque, como ya se ha señalado, hay alguna similitud entre ambas series. Esa similitud, sin embargo, no significa igualdad. Las plagas de las siete copas son llamadas «postreras» (eschátas), es decir, las últimas (Ap. 15:1). Dichas plagas o juicios marcarán el final mismo del período de mil doscientos noventa días ya mencionados. Ellas constituyen el punto culminante de ese crescendo judicial de los postreros días cuyo cenit consiste en la instauración visible, corporal, judicial y gloriosa del reino milenial de nuestro Señor Jesucristo.
16:2
«Fue el primero, y derramó su copa sobre la tierra, y vino una úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la bestia, y que adoraban su imagen». La ejecución de la orden divina de parte de los ángeles es rápida como un martillo eléctrico y sus efectos devastadores como un violento tornado. Los juicios de los sellos y las trompetas fueron interrumpidos después de la sexta visión por prolongadas visiones de los mártires y sus destinos, porque Juan creía que, donde todo lo demás había fracasado, el martirio tendría éxito en hacer que los hombres se arrepintiesen. Pero con la venida de las plagas postreras la hora del arrepentimiento ha pasado, y la serie se apresura ininterrumpidamente hacia su clímax. Es importante, por lo tanto, interpretar las partes de la serie a la luz del todo.
Nótese que hay un orden asignado a los ángeles. El primero salió y vació su copa en la tierra tal como le fue ordenado. El juicio de la primera trompeta (Ap. 8:7) afecta a la vegetación (árboles y hierba verde), pero el juicio de la primera copa daña directamente a quienes poseen la marca de la bestia y adoran su imagen, es decir, a los seres humanos que hasta entonces han permanecido en absoluta rebeldía contra Dios.
Lo que les sobreviene se describe como «una úlcera maligna y pestilente». El verbo «vino» (egéneto) es el aoristo indicativo, voz media de gínomai. Esta forma verbal sugiere que la «úlcera maligna y pestilente» surge de forma súbita en el cuerpo de los adoradores de la bestia. No encontrarán explicación del origen de dicha úlcera. Nótese, además, que este juicio va exclusivamente en contra de los que llevan la marca de la bestia y adoran su imagen. Habrá en la tierra personas que no se someterán a la voluntad del Anticristo y seguirán al Mesías. Los tales serán librados de esta terrible plaga.
El vocablo «úlcera» (hélkos) se usa en la Septuaginta (Éx. 9:10, 11) respecto al «sarpullido con úlceras» que sobrevino a los egipcios como parte del juicio de Dios sobre aquella nación. En Apocalipsis 16:2, hay dos adjetivos que califican la seriedad de la úlcera. El primer adjetivo es «maligna» (kakon). Este vocablo sugiere algo intrínsecamente malo y dañino. Es algo pernicioso, destructivo y severamente molesto. Se refiere primordialmente al mal que objetivamente daña la propia existencia de una persona. El segundo adjetivo es «pestilente» (poneiron) que sugiere dolor y molestia en el individuo. La ausencia del artículo determinado en el texto griego sugiere que hay un énfasis en la naturaleza de la úlcera. El sentido de la frase podría expresarse así: «...y surgió algo que tiene las características de úlcera maligna y perniciosa». Los adoradores de la bestia son heridos en sus propias carnes. Evidentemente el Anticristo es incapaz de sanar a sus seguidores. Sólo ellos son afectados por esta primera plaga cuyo alcance es universal. Únicamente los seguidores del Mesías y quienes no hayan recibido la marca del Anticristo serán librados de esta terrible plaga. En los postreros días habrá zona neutral. Los seres humanos no se dividirán en solo dos grupos: los fieles seguidores de Cristo y los adoradores del Anticristo y portadores de su marca. También estarán los que ni recibirán la marca del Anticristo ni se convertirán a Jesús, el Mesías. Este último grupo estará conformado por los que el Señor denomina metafóricamente como «cabritos» en Mateo 25:31-46.
El juicio de las naciones descrito en Mateo 25:31-46 menciona que los que sobrevivan a las copas de la ira serán separados por el Señor en dos grupos que Él pondrá a su derecha y a su izquierda, respectivamente. Los que sean puestos a su derecha son las «ovejas», los «benditos de mi Padre», y son galardonados por el Señor con estas palabras: «heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo» (Mt. 25:33,34). El grupo reunido a su izquierda son los «cabritos» (v. 33), los «malditos», y son condenados «al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles» (v. 41). Puesto que este «juicio de las naciones» descrito en Mateo 25:31-46 ocurre después de las copas de la ira, concluimos que dichas copas terminarán destruyendo únicamente a los portadores de la marca del Anticristo, y los que sobrevivan para presentarse al «juicio de las naciones» serán separados en dos grupos de personas que no recibieron la marca del Anticristo: los que permanecieron neutrales, y los verdaderos hijos de Dios. Nótese, por lo tanto, que no recibir la marca del Anticristo no significa que una persona sea salva. Todos los reunidos por el Señor a su mano izquierda no recibieron la marca del Anticristo—de lo contrario jamás habrían recibido el beneficio de la duda de presentarse al «juicio de las naciones»—y aun así son llamados «malditos», y condenados «al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles» (v.41). Si permanecer neutral y no recibir la marca del Anticristo en los últimos días no asegura la salvación, ¿entonces qué lo hace? El apóstol Pablo nos da la respuesta cuando dice: «Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» (Ro. 10:10-13). Sólo los que creen con el corazón, y confiesan su fe con la boca, e invocan el nombre del Señor tienen la seguridad de la salvación de sus almas. La neutralidad e indecisión es condenada por el Señor (Mt. 12:30).
Debe recalcarse, una vez más, que los juicios descritos en Apocalipsis 16, al igual que los de los sellos y las trompetas, son literales y producto de la intervención sobrenatural de Dios contra quienes han desafiado su soberanía y despreciado la oferta de su gracia.
16:3
«El segundo ángel derramó su copa sobre el mar, y éste se convirtió en sangre como de muerto; y murió todo ser vivo que había en el mar». La primera plaga en Egipto hizo que las aguas del Nilo se volviesen sangre, resultando en la muerte de los peces e imposibilitando el uso de las aguas del río para satisfacer las necesidades cotidianas (Éx. 7:20-25). También los juicios de la segunda trompeta resultan en la transformación en sangre de la tercera parte del mar y la muerte de la tercera parte de la vida marina (Ap. 8:8, 9). El juicio de la segunda copa, sin embargo, afecta a la totalidad de los mares. El mar se convierte súbitamente en sangre como la de una persona muerta y la totalidad de la vida marina muere. La sangre de una persona muerta se coagula y despide mal olor. Así ocurrirá con las aguas de los mares cuando el segundo ángel vacíe su copa en el mar. Como es sabido, el mar proporciona gran parte de los alimentos usados por el hombre. Como resultado del juicio de la segunda copa, el mar no será capaz de producir lo necesario para el sustento de la vida. La transformación de las aguas del mar en sangre será instantánea y milagrosa. No será el resultado de guerras humanas ni de la contaminación del ambiente producida por el descuido de los hombres, sino la intervención sobrenatural de Dios.
16:4
«El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos, y sobre las fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre». No sólo extiende Dios su mano de juicio contra el mar, sino también contra los ríos y las fuentes de aguas potables. Evidentemente se trata de todos los ríos de la tierra, los manantiales y las aguas dulces subterráneas. En Egipto, sólo las aguas del Nilo fueron afectadas. El juicio de la tercera trompeta afecta únicamente a la tercera parte de los ríos y de las fuentes de las aguas (Ap. 8:10). El juicio de la tercera copa abarca toda la tierra. Los hombres sufrirán indeciblemente por falta de agua potable.
16:5-7
«Y oí al ángel de las aguas, que decía: Justo eres tú, oh Señor, el que eres y que eras, el Santo, porque has juzgado estas cosas. Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de los profetas, también tú les has dado a beber sangre; pues lo merecen. También oí a otro, que desde el altar decía: Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos». Estos versículos constituyen un breve paréntesis para dar alabanza a Dios por ser Justo y Santo. La alabanza procede de un ángel denominado como «el ángel de las aguas». Con ese título se identifica al ángel que controla el mar y las fuentes de aguas frescas, un ángel diferente del que derramó la tercera copa. Evidentemente, hay ángeles asignados para el cuidado de diferentes áreas de la naturaleza: (1) Ángeles de los vientos (Ap. 7:1); (2) ángel con poder sobre el fuego (Ap. 14:18); y (3) ángel de las aguas (16:5). Los ángeles son criaturas de Dios que sirven al Soberano Señor del universo y ejecutan su voluntad (Sal. 104:4).
El ángel de las aguas alaba a Dios, reconociendo que es «justo» (díkaios). Dios es Justo porque su trato con sus criaturas está en perfecta armonía con la pureza de su naturaleza. Obsérvese que la doxología reconociendo la justicia de Dios aparece inmediatamente después de la ejecución de tres juicios extremadamente severos. El Dios Soberano no actúa caprichosamente, sino que lo hace sobre la base de su santa justicia (véase Ap. 15:3).
«El que eres y que eras». Esta expresión destaca la eternidad de Dios. Las dos formas verbales (el participio presente y el imperfecto) sugieren acción continua. Dios siempre ha existido. Él es autosuficiente. No depende de nadie ni de nada. Él es el dador y el sustentador de la vida. «El Santo» (ho hósios) se usa en el sentido más absoluto de la palabra. Dios es «Santo» en todo su ser y en todas sus actuaciones. La absoluta separación de Dios de todo lo que es pecaminoso impide que sus actos sean contrarios a la justicia.
«Porque has juzgado estas cosas». Esta es una frase explicativa del carácter justo y santo de Dios. El hombre no es capaz de comprender que el amor y la misericordia de Dios no están reñidas con su justicia y su santidad. La escuela liberal enseña que un Dios de amor no puede juzgar ni condenar a nadie. La Biblia, por el contrario, enseña que Dios juzgará al mundo con justicia (Hch. 17:31).
«Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de los profetas». Los hombres inicuos han arremetido contra los adoradores y los servidores del único Dios vivo y verdadero. El mundo aborrece a los seguidores de Cristo (Jn. 15:18, 19). Muchos santos y profetas de Dios han sido ejecutados por el simple hecho de ser siervos de Dios. Esa actitud prevalecerá como nunca antes durante el reinado del Anticristo. Derramar la sangre significa condenar a muerte. Dios juzgará con rigor a los que llevaron a la muerte a los santos y a los profetas.
«También tú les has dado a beber sangre; pues lo merecen». Esta frase es enfática. En el texto griego dice: «Y sangre a ellos les has dado a beber; lo merecen». ¡Quienes han derramado la sangre de los siervos de Dios tendrán que beber las aguas de los ríos y fuentes que Dios ha convertido en sangre! Haima («sangre») es el vocablo enfático, medida por medida por derramar la sangre de los santos y los profetas (Ap. 11:18; 18:24). Por eso no beberán más agua, sino sangre coagulada. La frase «pues lo merecen» destaca el hecho de que las obras de los hombres serán juzgadas por Dios y usadas como criterio para determinar el grado de condenación de cada uno (véanse Ap. 20:12, 13; Ro. 2:6-11). El vocablo «sangre» (haima) aparece dos veces en el versículo 6 y en ambas ocupa un lugar enfático para destacar la correlación entre el crimen cometido y su correspondiente castigo (véase Is. 49:26). Eso ilustra el principio de la lex talionis según el cual Dios trata con los enemigos de su pueblo.
Según el versículo 7, la voz que Juan escucha procede del mismo altar. El texto griego dice: «Y oí al altar diciendo, sí, Señor Dios Todopoderoso, verdaderos y justos son tus juicios». Obviamente, Juan usa la figura llamada prosopopeya o personificación al atribuirle al altar características humanas (véase Ap. 9:13). El altar representa el testimonio corporativo de los mártires en Apocalipsis 6:9 y las oraciones de los santos en Apocalipsis 8:3-5. Es significativo que a través del Apocalipsis (excepto en 11:1) el altar está conectado con juicio (Ap. 6:9; 8:3-5; 9:13; 14:18; 16:7). La declaración que procede del altar reafirma el testimonio expresado por el ángel de las aguas respecto a la santidad y la justicia de los juicios de Dios. El altar reconoce que Dios tiene todo el derecho de juzgar al llamarle «Señor Dios Todopoderoso». «Señor» habla de la soberanía y la autosuficiencia de Dios. «Todopoderoso» (pantokrátor) subraya el atributo de omnipotencia. Dios como el Soberano, Autosuficiente, Todopoderoso y Dueño del universo tiene el derecho absoluto de juzgar al mundo. Sin embargo, la voz del altar destaca el hecho de que los juicios de Dios son «verdaderos» (aleithinai), es decir, reflejan completamente la idea tras el significado de su nombre: real y verdadero, genuino. Además, los juicios de Dios son «justos» (díkaiai), es decir, totalmente imparciales. Dios puede juzgar con justicia porque conoce todos los detalles del caso con toda perfección. Los jueces humanos desconocen muchos datos de las cosas que juzgan, pero Dios es omnisciente, nada se escapa de su conocimiento y, por lo tanto, puede juzgar con absoluta justicia y sin acepción de personas (Ro. 2:11; Ap. 19:11).
16:8
«El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, al cual fue dado quemar a los hombres con fuego». El sol es la principal fuente de energía para el sostenimiento de la vida en la tierra. Todo lo que afecte al sol, en realidad, repercute en este planeta. Los juicios de la cuarta trompeta (Ap. 8:12) afectarán a la tercera parte del sol, la luna y las estrellas, hasta el punto de que no habrá luz durante una tercera parte del día y habrá más tinieblas durante la noche. La cuarta copa, por su parte, será vaciada sobre el sol, resultando en un aumento del calor del astro rey hasta el punto de quemar a los hombres con fuego. El verbo «fue dado» (edóthei) es el aoristo indicativo, voz pasiva de dídomi, que en el contexto tiene la función de «permitir» y podría traducirse: «Le fue dada autoridad», «le fue permitido». La idea es que Dios soberanamente da autoridad o permite que el sol despida un calor descomunal que quemará a los hombres. El texto enfáticamente expresa que el sol recibe la facultad de quemar a los hombres «en fuego» o «por fuego» (en pyri). El verbo «quemar» (kaumatísai) es el aoristo infinitivo que destaca de manera dramática el terrible y sobrecogedor acontecimiento. Los hombres objetos de este horrendo juicio serán aquellos que han recibido la señal de la bestia y han adorado su imagen, es decir, quienes han preferido ir en pos de Satanás y rechazar al Mesías (Ap. 14:9-11).
16:9
«Y los hombres se quemaron con el gran calor, y blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas, y no se arrepintieron para darle gloria». La reiteración que el texto hace de las consecuencias de vaciar la cuarta copa pone de manifiesto la seriedad de dicho juicio. El texto griego dice: «Y los hombres fueron abrasados con gran calor abrasador». El verbo «fueron abrasados» y el sustantivo «calor abrasador» son vocablos afines y se usan para destacar la naturaleza del acontecimiento.
A pesar de la seriedad de este juicio, la actitud del corazón humano continúa siendo hostil y desafiante contra Dios. El hombre rebelde no sólo rechaza la gracia de Dios, sino que, además, blasfema de Él cuando es juzgado. La respuesta humana es blasfemar contra Dios, quien es directamente responsable de toda esta miseria humana. Lo que este sector de la humanidad no parece percibir es el hecho de que los juicios que le han sobrevenido son el resultado de su pecaminosidad y flagrante rebeldía. Al parecer, entienden que Dios «tiene autoridad (exousían) sobre estas plagas», pero aun así se niegan a arrepentirse para darle gloria. El pensamiento ilusorio de algunos que piensan que los hombres se arrepentirían si sólo conocieran el poder y el justo juicio de Dios se destruye por la frecuente mención hecha en este capítulo de la dureza del corazón humano frente a la más severa y evidente disciplina divina (véase vv. 11 y 21). El texto dice de manera tajante: «Y no se arrepintieron para darle gloria». El corazón impenitente del hombre persiste en sus caminos sin mirar a Dios. El verbo «arrepintieron» (metenóeisan) es el aoristo indicativo, voz activa de metenoéó. La partícula negativa que precede a este verbo señala a la actitud firme de los hombres de «no arrepentirse» y demostrarlo dando gloria a Dios. La frase «no se arrepintieron» es como una elegía fúnebre (Ap. 9:20, 21; 16:11). El hombre endurecido por el pecado atesora ira para el día de la ira (véase Ro. 2:l-6).
16:10, 11
«El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia; y su reino se cubrió de tinieblas, y mordían de dolor sus lenguas, y blasfemaron contra el Dios del cielo por sus dolores y por sus úlceras, y no se arrepintieron de sus obras». Desde su caída, Satanás ha construido un reino de tinieblas. Es un reino fraudulento que pretende competir con el de Dios. En los días de su juicio, Dios ha de permitir que Satanás manifieste su reino en el ámbito sobre el cual Cristo a la postre triunfará y reinará. Satanás pensará que ha conseguido su propósito, pero Dios traerá juicio sobre su reino de maldad con las calamidades producidas por la quinta plaga.
El objeto de la quinta copa es «el trono de la bestia». Ese trono le fue dado por su jefe máximo, es decir, Satanás: «Y el dragón le dio su poder y su trono, y grande autoridad» (Ap. 13:2b). El trono de la bestia sería, por tanto, su autoridad o dominio que, a su vez, es la autoridad o dominio del mismo Satanás. Recuérdese que la bestia o Anticristo será la obra cumbre de Satanás. Desde la caída del hombre, Dios ha permitido a Satanás ejercer autoridad sobre los asuntos del mundo. En realidad, los reinos del mundo están bajo la potestad del maligno (véanse Mt. 4:8, 9; 1 Jn. 5:19). La autoridad que Satanás ejerce sobre los reinos del mundo terminará cuando Cristo venga con poder y gloria (Ap. 11:15; 19:11-21 ).
La plaga de la quinta copa, por lo tanto, va dirigida contra el trono mismo de la bestia, es decir, contra el centro mismo de su autoridad. Por tanto tiempo impune, ese trono a través del cual el dragón ha pervertido a toda la sociedad humana, convirtiéndola en una civilización demoníaca, es ahora el foco central de la indignación de Dios.
«Y su reino se cubrió de tinieblas». Literalmente dice: «Y su reino se volvió entenebrecido». La referencia es al reino satánico encabezado por la bestia que Dios ha permitido que se establezca en la tierra durante la gran tribulación. Puesto que el reino de la bestia es mundial, eso significa que las tinieblas cubrirán toda la tierra. El mundo ha rechazado al Mesías quien es la luz verdadera (Jn. 8:12), ahora tiene que resignarse a vivir en un reino cuya naturaleza es ser tinieblas en el sentido más literal del vocablo.
«Y mordían de dolor sus lenguas». El verbo «mordían» (emasonto) es el imperfecto, voz media de masáomai, que significa «chupar», «morder». El tiempo imperfecto sugiere una acción continua y la voz media indica que el sujeto participa de la acción. La idea de la oración es esta: «Y no dejaban de morder sus propias lenguas». Aunque el texto no lo dice, es de suponerse que el sujeto del verbo son los súbditos del reino de la bestia. El intenso dolor debe ser producido por el calor abrasador de la cuarta plaga y la úlcera maligna y pestilente causada por la primera copa. El vocablo traducido «dolor» (pónos) significa «agonía», «aflicción», «calamidad». Los seguidores de la bestia no encontrarán medicina para curar su úlcera supurante y el Anticristo es incapaz de curarlos. En su calamidad, se vuelven contra Dios, el único que podría librarlos de esa terrible situación.
«Y blasfemaron contra el Dios del cielo por sus dolores y por sus úlceras». Los súbditos de la bestia culpan a Dios por sus calamidades y blasfeman, es decir, pronuncian todo tipo de injurias contra Él. Por segunda vez el título «Dios del cielo» aparece en el Apocalipsis (véase 11:13). Esa expresión se usa repetidas veces en el libro de Daniel (véase Dn. 2:18, 19, 28, 37; 44). Con el fin destacar la soberanía de Dios. El Dios del cielo también es el soberano Dios de la tierra.
«Y no se arrepintieron de sus obras» (véase Ap. 9:20, 21; 16:9). Los hombres que sufren los terrores de las plagas antes descritas maldicen a Dios y no se arrepienten de sus hechos inicuos. Permanecen impermeables tanto frente a la bondad como a la severidad de Dios (Ro. 11:22). Sin duda, estos hombres saben de la existencia y del poder de Dios. Tal vez acepten que lo que les ocurre viene de parte del Dios Todopoderoso, pero ni aun así alzan sus ojos a Él en arrepentimiento. No hay fundamento bíblico para pensar que los hombres malvados se arrepienten de sus pecados como resultado de catástrofes o calamidades.
16:12
«El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates; y el agua de éste se secó, para que estuviese preparado el camino a los reyes del oriente». Un número considerable de teorías se han planteado respecto al juicio de la sexta copa. Hay quienes lo relacionan con las invasiones que produjeron la caída del Imperio Romano. Otros lo asocian con la conquista de Babilonia por Ciro el
Grande. Muchos alegorizan el pasaje sin tomar en cuenta el entorno escatológico del mismo.
Es importante destacar el hecho de que los juicios del Apocalipsis son tanto escatológicos como literales, tanto en su naturaleza como en su ejecución. Debe recordarse que el tema central del libro tiene que ver con la segunda venida de Cristo y la instauración de su reino literal en la tierra. Antes de la instauración de su reino habrá una intervención judicial de Dios en la tierra. Esa intervención divina culmina con una serie de juicios catastróficos para toda la sociedad humana.
Las siete plagas postreras son la consumación de la ira de Dios. Como se ha señalado anteriormente, el vocablo «postreras» (eschátas) señala a los tiempos escatológicos. Las plagas postreras o escatológicas son los juicios de las siete copas. La sexta de esas plagas escatológicas es la que el ángel derrama sobre el río Éufrates y hace que dicho río se seque. No hay, pues, razón exegética razonable para que «el gran río Éufrates» mencionado en Apocalipsis 16:12 no sea interpretado en un sentido literal.
El Éufrates se menciona por primera vez en la Biblia en Génesis 2:14 y por última vez aquí en Apocalipsis 16:12. Este río, junto con el Tigris, forma la llamada «Creciente Fértil» que se extiende a lo largo de los mencionados ríos en dirección noroeste y luego desciende hasta la misma tierra de Israel. El Éufrates es uno de los ríos más importantes en la historia de la humanidad. Constituye la frontera oriental de la tierra que Dios prometió a Abrabam (Gn. 15:18; Dt. 1:7; 11:24; Jos. 1:4) y también formaba los limites orientales del antiguo Imperio Romano. Junto al río Éufrates fue establecida la ciudad de Babilonia. El río nace en las montañas de Armenia y fluye a través de Asiria, Siria, Mesopotamia y Babilonia, haciendo un recorrido de unos 2.800 kilómetros hasta desembocar en el Golfo Pérsico. Al igual que el Nilo, el Éufrates es usado para irrigar extensos territorios mediante canales artificiales. En la Biblia se usan varios nombres para designar este importante río (véanse Gn. 2:14; 15:18; Dt. 1:7; 11:24; Jos. 1:4; 2 S. 8:3; 2 R. 23:29; 24:7; 1 Cr. 5:9; 18:3; 2 Cr. 35:20; Jer. 13:4; 51:63).
«Para que estuviese preparado el camino a los reyes del oriente». Esta frase expresa el propósito para el cual las aguas del río Éufrates se secan. «Los reyes del oriente», es decir, «los reyes de donde sale el sol», se refiere a gobernantes orientales quienes, seguidos de sus ejércitos, organizarán una invasión de la Tierra Prometida durante los treinta días finales mencionados anteriormente. Hoy día existen naciones orientales con recursos humanos e industriales formidables tales como Japón, China, India, Tailandia, etc. Estas naciones son capaces de organizar y armar a un ejército numerosísimo como el que ha de aparecer en el valle de Armagedón. Aunque hoy no parezca factible, la Biblia anuncia que los reyes del oriente y, por supuesto, sus ejércitos, harán alianza en los postreros días para invadir la tierra de Israel. Todos ellos perecerán irremediablemente en la última y decisiva batalla de Armagedón.
16:13, 14
Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas; pues son espíritus de demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso.
He aquí la explicación de cómo y por qué se efectuará la gran concentración de ejércitos en el valle de Armagedón. Los ejércitos mundiales serán convencidos por espíritus satánicos de que deben marchar hacia el Oriente Medio. A la postre, dichos ejércitos formarán alianza con los soldados que siguen a «los reyes del oriente» con el fin de formar un frente común con la intención de impedir la instauración del reino milenial del Mesías (véase Sal. 2).
La trinidad diabólica entra en acción con toda la astucia que su naturaleza malvada le permite. Obsérvese la repetición del sustantivo «boca» (stómatos). El vocablo «boca» se usa como figura de la comunicación, es decir, del habla. En el griego hay algo así como un juego de palabras. Los espíritus inmundos salen de las bocas de fuerzas malignas. La boca es el órgano del habla y el habla es una de las fuerzas más influyentes en el mundo. Ahora bien, el término para «espíritu» es pneuma, que al mismo tiempo es el vocablo que significa «aliento». Decir, por lo tanto, que un espíritu malo sale de la boca de un hombre es lo mismo que decir que un aliento maligno sale de su boca. El falso profeta exhala influencias malignas.
Esto lleva a pensar que la trinidad diabólica influirá satánicamente a través de los medios de comunicación para engañar a los líderes de las naciones y de ese modo usar sus ejércitos para oponerse al mismo Dios. Los tres usos del vocablo «boca» son indicativos de una campaña de propaganda a través de la cual la trinidad maligna guiará a la mayoría a un compromiso incondicional para el mal en los postreros días. Recuérdese que el falso profeta es quien induce a los moradores de la tierra a que rindan adoración a la bestia/imperio a través de sus señales engañosas (Ap. 13:11-17).
Los tres espíritus que brotan del trío diabólico se describen como «espíritus inmundos a manera de ranas», es decir, parecen ser ranas pero de hecho son espíritus demoníacos. La presencia de demonios en la tierra es indicativo de que el reino glorioso del Mesías aún no ha sido establecido. Durante su ministerio terrenal Cristo echó fuera demonios de los cuerpos de muchas personas. Tales milagros confirmaban tanto la persona como el mensaje de Cristo. Él era el Mesías prometido en las Escrituras del Antiguo Testamento. En su reino no habrá actividad satánica de clase alguna. Jesús también dio potestad a sus discípulos de echar fuera demonios cuando los envió a proclamar el mensaje: «El reino de los cielos se ha acercado» (véase Mt. 10:1-8).
Apocalipsis 16 tiene que ver con los juicios que consuman la indignación de Dios contra Satanás y sus seguidores. La actividad satánica en la tierra durante los días finales de la era estará encarnada en la persona del Anticristo (el falso profeta) y su imperio bestial energizado por demonios. Esta colectividad maléfica usará todo el poder de que ha sido dotada para arrastrar a la humanidad hacia la adoración de Satanás. La influencia satánica que ha sido evidente a través de la historia de la humanidad se manifestará con una fuerza tan poderosa en los postreros días que si Dios mismo no interviniera para destruirla la tierra entera se transformaría en un infierno.
El versículo 14 expresamente señala que los tres espíritus inmundos como ranas que salen de la boca de la trinidad diabólica «son espíritus de demonios», es decir, son seres espirituales al servicio de Satanás. Son espíritus cuyo rango es el de demonios.
El sustantivo «demonio» (daimónion) se usaba en la literatura clásica posiblemente con referencia a la idea del dios de los muertos como quien dividía los cadáveres. Denota poder sobrehumano, dios, diosa, destino y demonio. Y según la literatura rabínica, «los demonios son espíritus aunque poseen algunos órganos corporales tales como alas. Necesitan comer y beber. Tienen la capacidad de propagación y aparecen en forma humana o en la de algún otro ser. Son innumerables y llenan el universo ... Tienen acceso al cielo, donde pueden descubrir los consejos de Dios. Viven tanto en la tierra como en el aire, preferiblemente en los desiertos, las ruinas y lugares impuros, particularmente en los cementerios. Aunque pertenecen al reino de Satanás, Dios les da autoridad para infligir el castigo impuesto en los pecadores» [Has Bietenhard, «Demon», The New Iternational Dictionary of the New Testament Theology, vol. 1, pp.450-453]
El Nuevo Testamento presenta una amplia enseñanza tocante a los demonios. Enseña que son espíritus desprovistos de cuerpos físicos (Mt. 8:16; Lc. 19:17, 20). Son ángeles caídos que obedecen a Satanás (Ef. 2:2; Mr. 3:20-26; Mt. 12:24). Su origen, evidentemente, está relacionado con la caída de Satanás. Cuando Lucifer se rebeló contra Dios, junto con él se rebeló un número considerable de ángeles de rango inferior. Esos ángeles constituyen el conjunto de demonios que forman parte del ejército satánico (véanse Mt. 25:41; Ap. 12:7). Los demonios son capaces de infligir enfermedad en los seres humanos (Lc. 13:11), influyen sobre sus mentes (2 Co. 4:4; 11:3) y poseen un poder superior al de los hombres.
Aunque los demonios están activos en el mundo, evidentemente lo estarán en un grado mucho mayor durante los postreros días. Los seres humanos adorarán a los demonios durante los días de las trompetas (Ap. 9:20). El sistema diabólico de Babilonia será «habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo» (Ap. 18:2). La trinidad diabólica usará a los demonios para hacer señales (seimeia), es decir, actos portentosos y sorprendentes con los que convencen engañosamente a los reyes o gobernantes de la tierra con el fin de «reunirlos» (synagagein) «a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderso». Como espíritus inmundos, tienen el mismo poder milagroso que el de la segunda bestia, el falso profeta, para engañar a la gente para que adoren y sirvan a su imperio, la primera bestia (13:13, 14; véase también 2 Ts. 2:9, 10).
Debe prestarse atención al vocablo «batalla» (pólemon). El significado primario de dicho término es «guerra», aunque también podría referirse a un sólo combate. En este contexto, sin embargo, lo más probable es que se refiera a una campaña bélica extensa y no a una sola batalla. Lo que está a la vista aquí es algo más que un encuentro militar. Es más bien, una guerra a escala mayor. La evidencia, sin embargo, parece señalar a la conclusión de que este es el clímax de una serie de sucesos militares descritos en Daniel 11:40-45, donde la referencia a «noticias del oriente» (Dn. 11:44) podría apuntar a esta invasión.
Así como Dios permitió que un «espíritu de mentira» entrase en la boca de los profetas falsos de Acab (1 R. 22:20-23) y lo indujera a salir a la batalla donde murió en cumplimiento estricto de la palabra de Dios, los ejércitos de las naciones se concentrarán para la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso, es decir, el día en que Dios, en la persona del Señor Jesucristo, arreglará cuentas con las naciones inicuas de la tierra.
16:15
«He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza». Este versículo es una especie de interludio o pausa en el relato de los sucesos de la sexta copa. «He aquí, yo vengo como ladrón» a menudo se asocia con la llegada del escatológico Día del Señor (2 Pedro 3:10). Dada la aplicación literal de los juicios de las trompetas y las copas, está más allá de toda comprensión que los moradores de la tierra continúen resistiéndose a la soberanía de Dios. Apocalipsis 16:14 indica que Satanás, el imperio de la bestia, y el falso profeta utilizarán engaño demoníaco para reunir a «los reyes de la tierra» para «la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso». Es en este contexto que el Señor Jesús ofrece una de sus más claras advertencias. El dice: «He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza». Algunos, incorrectamente, toman la oración «He aquí, yo vengo como ladrón» como una referencia al Arrebatamiento. Lamentablemente, esta conclusión no considera dicha oración ni el contexto ni en su uso histórico.
El Señor Jesús dice en Juan 10:10: «El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir...». Este es el propósito de un ladrón. Sin embargo, hay otro punto relacionado con la venida de un ladrón: su modus operandi. Un ladrón viene repentina e inesperadamente. El apóstol Pablo dice «que el día del señor vendrá así como ladrón en la noche» (1 Ts. 5:2). Pablo indica que en 1 Tesalonicenses 5:2 el objetivo de la figura de lenguaje es resaltar el carácter repentino del evento. Por lo tanto, la pregunta que debiéramos hacernos en relación a Apocalipsis 16:15 es, ¿se refiere el Señor al propósito o al modus operandi de un ladrón? Podría estar refiriéndose a ambos. Un examen más cuidadoso nos dará la respuesta correcta.
La imagen es clara. Se trata de un hombre que se ha quitado la ropa, se ha dormido y luego es sorprendido por un evento inesperado mientras dormía forzándolo a levantarse desnudo. El comentario de Alfred Edersheim es muy oportuno e iluminador. En su libro El Templo, sus Ministerios y sus Servicios [The Temple, It’s Ministries and Service], escribe: «Uno de los ejemplos más destacados es el ilustrado por las palabras citadas al inicio de este capítulo—«Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas». Estas palabras describen literalmente, como nos lo informan los Rabinos, el castigo infligido a los guardias del Templo que eran sorprendidos dormidos en sus puestos. El relato rabínico es confirmado por la ingenua confesión de uno de ellos, en cuanto a que en cierta ocasión su propio tío había sufrido el castigo de que sus ropas fueran quemadas por el jefe de los guardias del Templo. Durante la noche, mientras el jefe de los guardias hacía su ronda, los guardias con los que se encontraba debían levantarse y saludarlo de una determinada forma. Si un guardia era sorprendido durmiendo en su puesto, era golpeado, o se le prendía fuego a sus ropas—un castigo debidamente merecido».
El punto es obvio. El Señor Jesús aparecerá repentinamente y los que no estén preparados sufrirán gran desastre. En el contexto de la sexta copa, donde se congrega a «los reyes de la tierra» para «la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso» es evidente que la advertencia es: no se involucren. Esta es la única forma en que «los reyes de la tierra» pueden evitar el desastre que les ocurrirá en Armagedón. Si acuden al llamado de la trinidad satánica, perecerán irremediablemente.
16:16
«Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón». Después del apóstrofe del versículo 15, Juan reanuda el relato de los acontecimientos relacionados con la sexta copa. La conjunción «y» (kai) une los acontecimientos del versículo 14 con la acción descrita en el 16. El verbo «reunió» (synéigagen) es el aoristo indicativo, voz activa de synágo, que significa «congregar», «reunir», «guiar juntos». Dicho verbo es singular como ocurre cuando el sujeto es un plural neutro. El sujeto en cuestión es los demonios y no Dios. Son los demonios que hacen señales quienes, con sus estratagemas hacen que los ejércitos de las naciones se concentren en el valle de Armagedón, situado en las planicie de Esdraelón. Ha sido un campo de batalla famoso en la historia de la nación de Israel. Allí Barac obtuvo una importante victoria sobre el rey de Hazor (Jue. 4:15). También allí Gedeón derrotó a los madianitas. Otro suceso relacionado con Armagedón fue la muerte de Ocozías rey de Judá a manos de Jehú (2 R. 9:27-29). De mayor importancia aún fue la muerte de Josías cuando se enfrentó al faraón Necao (véase 2 R. 23:28-30). Será en ese estratégico valle donde los ejércitos de las naciones convergerán en un último gran intento por impedir la gloriosa instauración del reino de Cristo en la tierra. El cumplimiento de esta profecía no exige que todos los soldados de los ejércitos de la tierra estén presentes en el valle de Armagedón al mismo tiempo. Armagedón será, sin embargo, el centro de las actividades militares de toda la región del oriente medio en los postreros días. Debe recordarse que Armagedón será, según el texto bíblico, una guerra o campaña militar y no se limita a una sola batalla. Lo más probable es que la mencionada guerra abarque todo lo largo y ancho de la tierra de Palestina aunque, como se ha mencionado, habrá una concentración de fuerzas en el valle de Armagedón. Según Apocalipsis 14:20, el campo de batalla abarcará un área de más de trescientos kilómetros.
Resumiendo, aunque existen problemas para identificar de manera definitiva el lugar llamado Armagedón, eso no exige que haya que alegorizar o espiritualizar su significado. Hay suficientes referencias bíblicas tocante a dicho lugar para concluir que se trata de un sitio geográfico concreto. Si bien es cierto que lo que se reconoce hoy como el valle de Armagedón no es un lugar lo bastante grande para dar cabida a la totalidad de los ejércitos que invadirán dicha región, también es cierto que los mencionados ejércitos estarán distribuidos en un área que se extiende desde los montes de Jezreel hasta Jerusalén. Es posible que los altos mandos militares sean quienes se congreguen en Armagedón mientras que el resto de los soldados estará esparcido por la geografía de Palestina. Armagedón será, por lo tanto el punto geográfico central que marcará el encuentro definitivo y la derrota final de las huestes del Anticristo a manos del Rey-Mesías (Ap. 19:11-21).
16:17, 18
«El séptimo ángel derramó su copa por el aire; y salió una gran voz del templo del cielo, del trono, diciendo: Hecho está. Entonces hubo relámpagos y voces y truenos, y un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande, cual no lo hubo jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra». Sin duda, este es el momento más dramático de los juicios de las siete copas. El séptimo ángel vació su copa sobre el aire, el aire que todos los seres humanos inhalan. El resultado de esa acción deberá afectar a todo lo que respira ya sean aves, animales terrestres o personas. Tan pronto como el ángel hubo derramado el contenido de la copa, salió una gran voz fuera del santuario y procedente del trono. Sin lugar a dudas, es la voz de Dios. Se describe como «una gran voz» (phonei megálei) y sugiere la autoridad del Soberano.
La voz declara: «Hecho está» (gégonen). Este verbo es el perfecto indicativo, voz activa de ginomai, y podría traducirse: «Ha sucedido», «ha sido realizado». El tiempo perfecto del verbo sugiere que lo que se ha estado desarrollando durante un período de tiempo en el pasado ha llegado a su consumación con el derramamiento de la séptima copa. El número singular del verbo se refiere a la totalidad de la serie de las plagas que ahora han sido completadas o al decreto que puso en acción su comienzo. La voz es particularmente apropiada en esta conexión, puesto que estas plagas son «las postreras» (15:1); no falta ninguna manifestación adicional de esta clase. El tiempo aoristo tiene una función proléptica o anticipatoria, es decir, aunque se refiere a un acontecimiento futuro, su cumplimiento es tan cierto que lo da por realizado. El derramamiento de la séptima copa, además, tiene como resultado la manifestación gloriosa del Mesías, quien viene al frente de sus ejércitos como Guerrero Divino para destruir a todos sus enemigos (véanse Ap. 19:11-21; Éx. 15:3).
Es probable que los resultados o los efectos de la séptima copa sean lo que en definitiva terminan de purificar los cielos y la tierra, haciendo de ellos los nuevos cielos y la nueva tierra (Ap. 21:6). La séptima copa, por lo tanto, produce la derrota final y total de los enemigos del Mesías y, a su vez, conduce a la realización del reino de paz y de justicia cuando Cristo reinará como Rey de reyes y Señor de señores, continuando hasta el fin del milenio.
La declaración divina de que «hecho está» produce una serie de trastornos cataclísmicos y sísmicos sin precedentes en la historia de la humanidad. El texto dice: «Y hubo relámpagos y voces y truenos, y hubo un gran terremoto de tal clase que no hubo desde que el hombre ha estado en la tierra, un terremoto tan grande, tan grande». Los fenómenos mencionados son señales evidentes de la intervención divina con carácter judicial. Es de esperarse que ante tales manifestaciones los seres humanos se humillen y busquen el perdón divino. Los hombres, sin embargo, hacen justo lo contrario y aumentan su rebeldía contra Dios. En dos ocasiones anteriores (Ap. 6:12 y 11:13) se menciona que haya ocurrido un terremoto. El primero está relacionado con los juicios del sexto sello y, cronológicamente, ocurre al final de la gran tribulación de los santos. La segunda referencia tiene que ver con los acontecimientos que tienen lugar a raíz de la resurrección y ascensión al cielo de los dos testigos. El terremoto mencionado en Apocalipsis 16:18 supera en intensidad y magnitud a cualquier otro seísmo que haya podido ocurrir en la historia de la humanidad. El vocabulario usado en el texto griego es sumamente enfático: (1) «Un gran terremoto» (seismos ... mégas); (2) «de tal clase que no hubo desde que el hombre ha estado en la tierra»; (3) «un terremoto tan grande» (seismos hóuto mégas); (4) «tan grande». Tal parece como si Juan se sintiese incapaz de encontrar el vocabulario adecuado para describir tan insólito acontecimiento. El Dios Todopoderoso hará temblar los cimientos mismos de la tierra con fuerza devastadora e inconfundible (Hag. 2:6; He. 12:26, 27). Los hombres, sin embargo, continuarán adorando a Satanás.
16:19
«Y la gran ciudad fue dividida en tres partes, y las ciudades de las naciones cayeron; y la gran Babilonia vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino del ardor de su ira».
La identificación de «la gran ciudad» ha sido tema de discusión entre los estudiosos del Apocalipsis. Hay quienes la identifican con Roma. Otros la alegorizan, diciendo que se refiere al «hombre civilizado, el hombre en comunidad organizada, pero el hombre que ordena sus asuntos sin contar con Dios». También otros consideran que «simboliza la completa desintegración de la cultura y la civilización no cristianas». Además, hay quienes creen que el texto se refiere a la destrucción del «imperialismo autoritario en todas las épocas» que «hace la vida imposible a los ya empobrecidos, gracias a una maquinaria comercial que favorece a los ricos». Algunos exégetas no están seguros de si la frase «la gran ciudad» se refiere a Babilonia, a Jerusalén o a Roma.
Una importante observación que no debe pasarse por alto es el hecho de que el versículo 19 habla de lo siguiente: ( 1) «La gran ciudad», (2) «las ciudades de las naciones»; y (3) «la gran Babilonia». Si bien es cierto que a Babilonia se le designa como la gran ciudad en Apocalipsis 14:8 y en 17:18 (véase, además, 18:2, 10, 21 ), también es cierto que la ciudad de Jerusalén recibe la misma calificación en Apocalipsis 11:8. El hecho de que se haga la triple distinción antes mencionada da pie a pensar que la referencia no es a Babilonia. Lo más probable, por lo tanto, es que se refiera a la ciudad de Jerusalén.
Según Apocalipsis 11:13, Jerusalén sufrirá primero una destrucción parcial y, posteriormente, experimentará importantes cambios topográficos (Zac. 14:4) que coincidirán con la segunda venida en gloria del Mesías y la instauración de su reino. El texto afirma que «la gran ciudad fue dividida en tres partes». Por supuesto que Juan utiliza una vez más la figura de prolepsis, anticipando un acontecimiento futuro y dándolo por realizado debido a la certeza de que tendrá lugar. Al igual que Apocalipsis 16:19, Zacarías 14 habla en línea similar de un día en que todas las naciones se reunirán contra Jerusalén y la ciudad será tomada. Pero el Señor peleará contra aquellas naciones, como está profetizado en Zacarías 14:4, 5, que dice que el monte de los Olivos se dividirá en dos el día en que el Señor se manifieste. En la misma catástrofe está la semilla de la esperanza, porque simultáneamente con las calamidades cósmicas ocurre el amanecer de las realidades espirituales. Es, sin embargo, importante notar que Zacarías está hablando de Jerusalén, no de Roma, tal como nuestro texto dirige la atención hacia Jerusalén.
Si se tiene en cuenta, por lo tanto, que el versículo 19 separa «la gran ciudad» de «las ciudades de las naciones» y de «la gran Babilonia», lo normal sería entender que la expresión «la gran ciudad» significa Jerusalén. Además, si se recuerda que, según Zacarías 14:1-5, Jerusalén y sus alrededores sufrirán cambios topográficos que coincidirán con la manifestación del Mesías a la tierra, una interpretación natural de Apocalipsis 16:19 conduce a entender que «la gran ciudad» no es otra que Jerusalén.
La séptima copa también producirá juicio sobre «las ciudades de las naciones». El texto dice que «las ciudades de las naciones cayeron». El verbo «cayeron» (épesan) es el aoristo indicativo con función profética, voz activa de pípto, que significa «caer». Juan contempla un acontecimiento futuro tan cierto que lo da por realizado. De modo que no sólo la ciudad de Jerusalén, sino también las ciudades de los gentiles sufrirán los efectos terribles del gran terremoto mencionado en el versículo 18. Por todas partes las ciudades de los paganos gentiles son sacudidas hasta que caigan; esta no es una visitación local sino mundial.
Finalmente, «la gran Babilonia vino en memoria delante de Dios», es decir, Dios no se ha olvidado del juicio sobre la capital del imperio malvado de la bestia. Es Dios quien se acuerda de la ciudad que ha sido el centro de la idolatría y de la apostasía en el mundo. Babilonia ha corrompido al mundo entero (Ap. 18:3). En los postreros días Dios se acordará de Babilonia «para darle el cáliz del vino del ardor de su ira». El verbo «darle» (dounai autei) está en el modo infinitivo, tiempo aoristo. La frase introducida por dicho verbo es epexegética, es decir, describe y amplía lo dicho anteriormente. Dios dará a Babilonia «el cáliz del vino del ardor de su ira». En el texto griego, esta frase dice: «El cáliz del vino de la indignación de su ira», o sea, la ira que está caliente con su indignación. Los dos vocablos «indignación» (thymou) e «ira» (orgeis) son fundamentalmente sinónimos y se usan en este contexto para recalcar la acción del juicio divino sobre Babilonia. Obsérvese que el juicio de Dios comienza con Jerusalén (la ciudad amada) y concluye con Babilonia (la ciudad repudiada). El vino que llena el cáliz está caliente con la ira y la indignación de Dios y como tal será vaciado judicialmente sobre Babilonia. ¡El castigo que Dios tiene preparado para Babilonia no podría describirse con mayor severidad!
16:20
«Y toda isla huyó, y los montes no fueron hallados». El resultado del gran terremoto (v.18) será devastador. Toda la tierra sufrirá sus consecuencias. Las islas de los océanos desaparecerán. El verbo «huyó» (éphygen) es el aoristo indicativo, voz activa de pheúgo, que significa «huir». Aquí tiene función profética y destaca la realidad de un acontecimiento que ocurrirá con toda certeza. En Apocalipsis 6:12-14, se describe los juicios del sexto sello que han de ocurrir al final de la gran tribulación. En 6:14 dice: «...y todo monte y toda isla se removió de su lugar». Evidentemente, lo que ha de ocurrir como resultado de la séptima copa será en una escala aún mucho mayor. Aunque no se puede asegurar dogmáticamente que las islas irán a parar al fondo de los océanos y los montes se hundirán de modo tal que no serán hallados, debemos tener presente que aquí se trata de las plagas postreras con las que la ira de Dios se consumará. Es difícil comprender la magnitud de los acontecimientos relacionados con la consumación de la ira de Dios, pero lo que sí puede asegurarse es que serán hechos sin precedentes en la historia de la humanidad.
16:21
«Y cayó del cielo sobre los hombres un enorme granizo como del peso de un talento; y los hombres blasfemaron contra Dios por la plaga del granizo; porque su plaga fue sobremanera grande». La historia bíblica registra que Dios ha utilizado granizos para castigar la maldad de los hombres (véanse Éx. 9:23, 24; Jos. 10.11; Job 38:22, 23; Is. 28; 2, 17). El juicio futuro sobre Gog, según Ezequiel 38:22-23, consistirá, entre otras cosas, de una « ... impetuosa lluvia, y piedras de granizo, fuego y azufre».
La séptima y última de las plagas hará que caiga del cielo una lluvia de granizos en la que cada granizo pesa cerca de 50 kilos. No hay en el texto ni el más leve indicio de que no se trate de granizos literales. El granizo aterrador que cae del cielo significa que el juicio es definitivo ahora, y que Dios destruirá enteramente todas las cosas que constituyen este imperio de maldad, encarnado por Babilonia.
Los hombres que sufren la plaga del granizo tienen que ser los que se han sometido a la bestia y han aceptado su marca. Evidentemente no todos ellos mueren como resultado de los granizos. Los sobrevivientes, sin embargo, continúan con sus corazones endurecidos y persisten en blasfemar contra Dios (véase Ap. 16:9, 11). Los hombres debieran reconocer que granizos de tal magnitud deben tener un origen sobrenatural. Lo normal sería que los hombres se acogiesen a la misericordia de Dios y buscasen su perdón. Tal actitud, sin embargo, está totalmente ausente. La rebeldía del corazón del hombre se pone de manifiesto con el mayor de los énfasis: «Los hombres blasfemaron contra Dios». En lugar de caer de rodillas ante el Soberano, el hombre agita su puño contra Dios. Pero los granizos no constituyen el final del contenido de la séptima copa. Esta incluye el juicio sobre Babilonia tanto en su aspecto ético como en su aspecto político-comercial (Ap. 17, 18) así como la manifestación gloriosa del Rey de reyes y Señor de señores (Ap. 19). La séptima copa demostrará dentro del tiempo y de la historia que sólo Dios, el único Dios vivo y verdadero es el Soberano del Universo.
Resumen y Conclusión
Apocalipsis 16 revela los juicios que consuman la ira de Dios. Estos juicios aparecen en la forma de siete copas que son derramadas sucesivamente sobre la tierra, el mar, los ríos, el sol, el trono de la bestia, el río Éufrates y los aires. Las siete plagas postreras tienen un alcance universal, es decir, afectarán a toda la tierra y sus habitantes. No todos morirán como resultado de esas plagas, pero todos sufrirán sus efectos.
Los ejércitos de las naciones, engañados por las señales hechas por espíritus satánicos, se concentrarán en el Oriente Medio. Su propósito último será intentar impedir la instauración gloriosa del reino de Cristo en la tierra. Los ejércitos tomarán posiciones desde el monte de Meguido hasta los alrededores de Jerusalén. Ahí tendrá lugar la campaña de Armagedón (16:16). El Señor Jesucristo se manifestará triunfante al frente de sus santos ejércitos y aplastará de una vez y por todas a sus enemigos (Ap. 19:11-21).
Los juicios de las siete copas serán, por lo tanto, la introducción a la instauración del reino glorioso del Mesías. Poco antes de la inauguración del reino milenial, habrá cambios en la topografía del planeta. Las ciudades de las naciones caerán, las islas desaparecerán y los montes se convertirán en planicies. Pero los seres humanos que sobrevivan y que se hayan sometido a la autoridad del Anticristo continuarán blasfemando al Dios Soberano. Esa es una demostración palpable de que la maldad humana habrá llegado a su colmo. Los hombres conocerán perfectamente que los juicios por los que están pasando vienen de la mano de Dios, pero aun así se negarán a arrepentirse. El ser humano es inexcusable delante del Juez de la tierra.
Debe recordarse que los juicios divinos revelados en el Apocalipsis se manifiestan en tres series. La primera consiste de los juicios de los sellos. Los seis primeros sellos abarcan prácticamente los últimos tres años y medio de la última generación humana sobre la tierra como la conocemos. Después de la apertura del sexto sello pero antes de la apertura del séptimo, viene el Señor y efectúa la resurrección y el arrebatamiento de los santos. El séptimo sello contiene o consiste de los juicios de las trompetas. Las siete trompetas trascurren en un período de más de cinco meses (Ap. 9:3-5). La séptima y última trompeta consiste de los juicios de las copas que a su vez equivalen al tercero de los tres «ayes». Los juicios de las siete copas se suceden casi sin interrupción durante treinta días (Dn. 12:11).
La séptima copa, sin embargo, tendrá efectos de largo alcance. Esta no concluye con los juicios descritos en Apocalipsis 16:17-21, sino que también incluye los juicios sobre Babilonia, la ciudad repudiada (Ap. 18). Incluye, además, los acontecimientos relacionados con la instauración del reino del Mesías (Ap. 19), los sucesos del capítulo 20 que comprenden lo relacionado con el milenio (Ap. 20:1-6), la derrota final de Satanás y sus seguidores (Ap. 20:7 -10) y el juicio final (Ap. 20:11-15). Es probable que la séptima copa sea la que termine de purificar los cielos y tierra actuales transformándolos en los nuevos cielos y la nueva tierra (Ap. 21:1-22:5). Dios actuará soberanamente y su propósito eterno se cumplirá rigurosamente en conformidad con su santo diseño.
Lo que en Apocalipsis 15 es preparación en el 16 es consumación. Los siete ángeles con las siete copas que contienen las plagas postreras están preparados para derramarlas sobre la tierra. Sólo aguardan la orden del Señor Dios Todopoderoso. Los habitantes de la tierra han continuado en su indiferencia, despreocupados de las cuestiones espirituales y ocupados únicamente en sus necesidades físicas tal como en los días de Noé (Mt. 24:37-39). La ira de Dios será derramada mediante siete copas en acciones rápidas, sucesivas y casi sin interrupción de clase alguna.
Los juicios de las copas son designados como «las siete plagas postreras» y también «las siete copas de la ira de Dios» (véase Ap. 15:1, 6; 16:1; 17:2; 21:9). Los juicios descritos en Apocalipsis 16 son muy similares a los que Dios trajo sobre Egipto cuando libró al pueblo de Israel de la esclavitud faraónica. Si los juicios que desembocaron en el éxodo fueron literales (Éx. 7-11), los que serán ejecutados en los postreros días, según Apocalipsis 16-20, también serán literales. Dios ha de cumplir su soberano propósito para con Su creación.
Comentario
16:1
«Oí una gran voz que decía desde el templo a los siete ángeles: Id y derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios». La orden de dar comienzo a los juicios procede del templo (ek tou naou). La «gran voz» que Juan escuchó debe ser, sin duda, la de Dios. Dicha voz se describe como «grande» (megáleis). Este adjetivo tiene que ver con magnitud e intensidad y sugiere autoridad. El énfasis recae sobre la grandeza porque esta serie conduce al asalto final de las huestes infernales lideradas por el dragón, la bestia y el falso profeta.
La «gran voz» se dirige a los siete ángeles quienes reciben la doble orden: «Id y derramad». El primer verbo es presente imperativo mientras que el segundo es el aoristo imperativo. El presente imperativo sugiere una acción continua. Los siete ángeles deben ir uno seguido del otro. El aoristo imperativo sugiere urgencia. Cada ángel debe vaciar su copa con rapidez, uno inmediatamente después del otro. Recuérdese que se trata de las plagas postreras con las que la ira de Dios llega a su consumación. Estos juicios en ningún sentido pertenecen al pasado. No hay ningún indicio histórico que apoye la idea de que Dios ya haya derramado su ira en la magnitud y con la intensidad con la que se describe en Apocalipsis 16. Esto no significa que en algún trozo de la historia Dios no haya intervenido judicialmente. En realidad, existe alguna semejanza entre los juicios de las copas y las diez plagas con las que Dios juzgó a los egipcios. Los juicios de Apocalipsis 16, sin embargo, tendrán un cumplimiento literal durante los últimos 30 días de los 1.290 días mencionados por el profeta Daniel (12:11).
Si bien es cierto que existe una afinidad entre las siete plagas postreras de Apocalipsis 16 y las diez plagas de Egipto, no es menos cierto que hay diferencias notables entre ambos acontecimientos. Lo mismo ocurre con los juicios de las trompetas. Sin duda, hay puntos de coincidencia entre ambas series de juicios, pero al mismo tiempo los juicios de las copas tienen características propias que los diferencian de los juicios de las trompetas. La primera, sexta y novena plagas de Egipto, y la segunda, tercera, quinta, sexta y séptima de las plagas de las trompetas aparecen a la vista con mayor o menor diferenciación. Pero las plagas postreras tienen características peculiares propias; la cuarta es completamente nueva, las restantes son más o menos de concepción nueva. Por otro lado, las diferencias son más profundas y expresivas. Mientras que ni las primeras cinco plagas de Egipto ni las primeras cuatro de las trompetas causan daños personales, los juicios de las copas sí lo producen desde su mismo comienzo. Además, mientras que las primeras cuatro plagas de las trompetas afectan sólo a una tercera parte de la tierra, el mar, las fuentes de las aguas y los astros del cielo, tal limitación no aparece en el relato de las siete plagas postreras del capítulo 16. Estos juicios no son castigos experimentales, sino retributivos y finales.
El mandato divino dado a los siete ángeles es: «Id y vaciad las siete copas de la ira de Dios en la tierra». Esta cláusula sugiere el alcance universal de los juicios de las copas. Las plagas de las copas no constituyen una recapitulación de la de las trompetas aunque, como ya se ha señalado, hay alguna similitud entre ambas series. Esa similitud, sin embargo, no significa igualdad. Las plagas de las siete copas son llamadas «postreras» (eschátas), es decir, las últimas (Ap. 15:1). Dichas plagas o juicios marcarán el final mismo del período de mil doscientos noventa días ya mencionados. Ellas constituyen el punto culminante de ese crescendo judicial de los postreros días cuyo cenit consiste en la instauración visible, corporal, judicial y gloriosa del reino milenial de nuestro Señor Jesucristo.
16:2
«Fue el primero, y derramó su copa sobre la tierra, y vino una úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la bestia, y que adoraban su imagen». La ejecución de la orden divina de parte de los ángeles es rápida como un martillo eléctrico y sus efectos devastadores como un violento tornado. Los juicios de los sellos y las trompetas fueron interrumpidos después de la sexta visión por prolongadas visiones de los mártires y sus destinos, porque Juan creía que, donde todo lo demás había fracasado, el martirio tendría éxito en hacer que los hombres se arrepintiesen. Pero con la venida de las plagas postreras la hora del arrepentimiento ha pasado, y la serie se apresura ininterrumpidamente hacia su clímax. Es importante, por lo tanto, interpretar las partes de la serie a la luz del todo.
Nótese que hay un orden asignado a los ángeles. El primero salió y vació su copa en la tierra tal como le fue ordenado. El juicio de la primera trompeta (Ap. 8:7) afecta a la vegetación (árboles y hierba verde), pero el juicio de la primera copa daña directamente a quienes poseen la marca de la bestia y adoran su imagen, es decir, a los seres humanos que hasta entonces han permanecido en absoluta rebeldía contra Dios.
Lo que les sobreviene se describe como «una úlcera maligna y pestilente». El verbo «vino» (egéneto) es el aoristo indicativo, voz media de gínomai. Esta forma verbal sugiere que la «úlcera maligna y pestilente» surge de forma súbita en el cuerpo de los adoradores de la bestia. No encontrarán explicación del origen de dicha úlcera. Nótese, además, que este juicio va exclusivamente en contra de los que llevan la marca de la bestia y adoran su imagen. Habrá en la tierra personas que no se someterán a la voluntad del Anticristo y seguirán al Mesías. Los tales serán librados de esta terrible plaga.
El vocablo «úlcera» (hélkos) se usa en la Septuaginta (Éx. 9:10, 11) respecto al «sarpullido con úlceras» que sobrevino a los egipcios como parte del juicio de Dios sobre aquella nación. En Apocalipsis 16:2, hay dos adjetivos que califican la seriedad de la úlcera. El primer adjetivo es «maligna» (kakon). Este vocablo sugiere algo intrínsecamente malo y dañino. Es algo pernicioso, destructivo y severamente molesto. Se refiere primordialmente al mal que objetivamente daña la propia existencia de una persona. El segundo adjetivo es «pestilente» (poneiron) que sugiere dolor y molestia en el individuo. La ausencia del artículo determinado en el texto griego sugiere que hay un énfasis en la naturaleza de la úlcera. El sentido de la frase podría expresarse así: «...y surgió algo que tiene las características de úlcera maligna y perniciosa». Los adoradores de la bestia son heridos en sus propias carnes. Evidentemente el Anticristo es incapaz de sanar a sus seguidores. Sólo ellos son afectados por esta primera plaga cuyo alcance es universal. Únicamente los seguidores del Mesías y quienes no hayan recibido la marca del Anticristo serán librados de esta terrible plaga. En los postreros días habrá zona neutral. Los seres humanos no se dividirán en solo dos grupos: los fieles seguidores de Cristo y los adoradores del Anticristo y portadores de su marca. También estarán los que ni recibirán la marca del Anticristo ni se convertirán a Jesús, el Mesías. Este último grupo estará conformado por los que el Señor denomina metafóricamente como «cabritos» en Mateo 25:31-46.
El juicio de las naciones descrito en Mateo 25:31-46 menciona que los que sobrevivan a las copas de la ira serán separados por el Señor en dos grupos que Él pondrá a su derecha y a su izquierda, respectivamente. Los que sean puestos a su derecha son las «ovejas», los «benditos de mi Padre», y son galardonados por el Señor con estas palabras: «heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo» (Mt. 25:33,34). El grupo reunido a su izquierda son los «cabritos» (v. 33), los «malditos», y son condenados «al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles» (v. 41). Puesto que este «juicio de las naciones» descrito en Mateo 25:31-46 ocurre después de las copas de la ira, concluimos que dichas copas terminarán destruyendo únicamente a los portadores de la marca del Anticristo, y los que sobrevivan para presentarse al «juicio de las naciones» serán separados en dos grupos de personas que no recibieron la marca del Anticristo: los que permanecieron neutrales, y los verdaderos hijos de Dios. Nótese, por lo tanto, que no recibir la marca del Anticristo no significa que una persona sea salva. Todos los reunidos por el Señor a su mano izquierda no recibieron la marca del Anticristo—de lo contrario jamás habrían recibido el beneficio de la duda de presentarse al «juicio de las naciones»—y aun así son llamados «malditos», y condenados «al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles» (v.41). Si permanecer neutral y no recibir la marca del Anticristo en los últimos días no asegura la salvación, ¿entonces qué lo hace? El apóstol Pablo nos da la respuesta cuando dice: «Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» (Ro. 10:10-13). Sólo los que creen con el corazón, y confiesan su fe con la boca, e invocan el nombre del Señor tienen la seguridad de la salvación de sus almas. La neutralidad e indecisión es condenada por el Señor (Mt. 12:30).
Debe recalcarse, una vez más, que los juicios descritos en Apocalipsis 16, al igual que los de los sellos y las trompetas, son literales y producto de la intervención sobrenatural de Dios contra quienes han desafiado su soberanía y despreciado la oferta de su gracia.
16:3
«El segundo ángel derramó su copa sobre el mar, y éste se convirtió en sangre como de muerto; y murió todo ser vivo que había en el mar». La primera plaga en Egipto hizo que las aguas del Nilo se volviesen sangre, resultando en la muerte de los peces e imposibilitando el uso de las aguas del río para satisfacer las necesidades cotidianas (Éx. 7:20-25). También los juicios de la segunda trompeta resultan en la transformación en sangre de la tercera parte del mar y la muerte de la tercera parte de la vida marina (Ap. 8:8, 9). El juicio de la segunda copa, sin embargo, afecta a la totalidad de los mares. El mar se convierte súbitamente en sangre como la de una persona muerta y la totalidad de la vida marina muere. La sangre de una persona muerta se coagula y despide mal olor. Así ocurrirá con las aguas de los mares cuando el segundo ángel vacíe su copa en el mar. Como es sabido, el mar proporciona gran parte de los alimentos usados por el hombre. Como resultado del juicio de la segunda copa, el mar no será capaz de producir lo necesario para el sustento de la vida. La transformación de las aguas del mar en sangre será instantánea y milagrosa. No será el resultado de guerras humanas ni de la contaminación del ambiente producida por el descuido de los hombres, sino la intervención sobrenatural de Dios.
16:4
«El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos, y sobre las fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre». No sólo extiende Dios su mano de juicio contra el mar, sino también contra los ríos y las fuentes de aguas potables. Evidentemente se trata de todos los ríos de la tierra, los manantiales y las aguas dulces subterráneas. En Egipto, sólo las aguas del Nilo fueron afectadas. El juicio de la tercera trompeta afecta únicamente a la tercera parte de los ríos y de las fuentes de las aguas (Ap. 8:10). El juicio de la tercera copa abarca toda la tierra. Los hombres sufrirán indeciblemente por falta de agua potable.
16:5-7
«Y oí al ángel de las aguas, que decía: Justo eres tú, oh Señor, el que eres y que eras, el Santo, porque has juzgado estas cosas. Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de los profetas, también tú les has dado a beber sangre; pues lo merecen. También oí a otro, que desde el altar decía: Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos». Estos versículos constituyen un breve paréntesis para dar alabanza a Dios por ser Justo y Santo. La alabanza procede de un ángel denominado como «el ángel de las aguas». Con ese título se identifica al ángel que controla el mar y las fuentes de aguas frescas, un ángel diferente del que derramó la tercera copa. Evidentemente, hay ángeles asignados para el cuidado de diferentes áreas de la naturaleza: (1) Ángeles de los vientos (Ap. 7:1); (2) ángel con poder sobre el fuego (Ap. 14:18); y (3) ángel de las aguas (16:5). Los ángeles son criaturas de Dios que sirven al Soberano Señor del universo y ejecutan su voluntad (Sal. 104:4).
El ángel de las aguas alaba a Dios, reconociendo que es «justo» (díkaios). Dios es Justo porque su trato con sus criaturas está en perfecta armonía con la pureza de su naturaleza. Obsérvese que la doxología reconociendo la justicia de Dios aparece inmediatamente después de la ejecución de tres juicios extremadamente severos. El Dios Soberano no actúa caprichosamente, sino que lo hace sobre la base de su santa justicia (véase Ap. 15:3).
«El que eres y que eras». Esta expresión destaca la eternidad de Dios. Las dos formas verbales (el participio presente y el imperfecto) sugieren acción continua. Dios siempre ha existido. Él es autosuficiente. No depende de nadie ni de nada. Él es el dador y el sustentador de la vida. «El Santo» (ho hósios) se usa en el sentido más absoluto de la palabra. Dios es «Santo» en todo su ser y en todas sus actuaciones. La absoluta separación de Dios de todo lo que es pecaminoso impide que sus actos sean contrarios a la justicia.
«Porque has juzgado estas cosas». Esta es una frase explicativa del carácter justo y santo de Dios. El hombre no es capaz de comprender que el amor y la misericordia de Dios no están reñidas con su justicia y su santidad. La escuela liberal enseña que un Dios de amor no puede juzgar ni condenar a nadie. La Biblia, por el contrario, enseña que Dios juzgará al mundo con justicia (Hch. 17:31).
«Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de los profetas». Los hombres inicuos han arremetido contra los adoradores y los servidores del único Dios vivo y verdadero. El mundo aborrece a los seguidores de Cristo (Jn. 15:18, 19). Muchos santos y profetas de Dios han sido ejecutados por el simple hecho de ser siervos de Dios. Esa actitud prevalecerá como nunca antes durante el reinado del Anticristo. Derramar la sangre significa condenar a muerte. Dios juzgará con rigor a los que llevaron a la muerte a los santos y a los profetas.
«También tú les has dado a beber sangre; pues lo merecen». Esta frase es enfática. En el texto griego dice: «Y sangre a ellos les has dado a beber; lo merecen». ¡Quienes han derramado la sangre de los siervos de Dios tendrán que beber las aguas de los ríos y fuentes que Dios ha convertido en sangre! Haima («sangre») es el vocablo enfático, medida por medida por derramar la sangre de los santos y los profetas (Ap. 11:18; 18:24). Por eso no beberán más agua, sino sangre coagulada. La frase «pues lo merecen» destaca el hecho de que las obras de los hombres serán juzgadas por Dios y usadas como criterio para determinar el grado de condenación de cada uno (véanse Ap. 20:12, 13; Ro. 2:6-11). El vocablo «sangre» (haima) aparece dos veces en el versículo 6 y en ambas ocupa un lugar enfático para destacar la correlación entre el crimen cometido y su correspondiente castigo (véase Is. 49:26). Eso ilustra el principio de la lex talionis según el cual Dios trata con los enemigos de su pueblo.
Según el versículo 7, la voz que Juan escucha procede del mismo altar. El texto griego dice: «Y oí al altar diciendo, sí, Señor Dios Todopoderoso, verdaderos y justos son tus juicios». Obviamente, Juan usa la figura llamada prosopopeya o personificación al atribuirle al altar características humanas (véase Ap. 9:13). El altar representa el testimonio corporativo de los mártires en Apocalipsis 6:9 y las oraciones de los santos en Apocalipsis 8:3-5. Es significativo que a través del Apocalipsis (excepto en 11:1) el altar está conectado con juicio (Ap. 6:9; 8:3-5; 9:13; 14:18; 16:7). La declaración que procede del altar reafirma el testimonio expresado por el ángel de las aguas respecto a la santidad y la justicia de los juicios de Dios. El altar reconoce que Dios tiene todo el derecho de juzgar al llamarle «Señor Dios Todopoderoso». «Señor» habla de la soberanía y la autosuficiencia de Dios. «Todopoderoso» (pantokrátor) subraya el atributo de omnipotencia. Dios como el Soberano, Autosuficiente, Todopoderoso y Dueño del universo tiene el derecho absoluto de juzgar al mundo. Sin embargo, la voz del altar destaca el hecho de que los juicios de Dios son «verdaderos» (aleithinai), es decir, reflejan completamente la idea tras el significado de su nombre: real y verdadero, genuino. Además, los juicios de Dios son «justos» (díkaiai), es decir, totalmente imparciales. Dios puede juzgar con justicia porque conoce todos los detalles del caso con toda perfección. Los jueces humanos desconocen muchos datos de las cosas que juzgan, pero Dios es omnisciente, nada se escapa de su conocimiento y, por lo tanto, puede juzgar con absoluta justicia y sin acepción de personas (Ro. 2:11; Ap. 19:11).
16:8
«El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, al cual fue dado quemar a los hombres con fuego». El sol es la principal fuente de energía para el sostenimiento de la vida en la tierra. Todo lo que afecte al sol, en realidad, repercute en este planeta. Los juicios de la cuarta trompeta (Ap. 8:12) afectarán a la tercera parte del sol, la luna y las estrellas, hasta el punto de que no habrá luz durante una tercera parte del día y habrá más tinieblas durante la noche. La cuarta copa, por su parte, será vaciada sobre el sol, resultando en un aumento del calor del astro rey hasta el punto de quemar a los hombres con fuego. El verbo «fue dado» (edóthei) es el aoristo indicativo, voz pasiva de dídomi, que en el contexto tiene la función de «permitir» y podría traducirse: «Le fue dada autoridad», «le fue permitido». La idea es que Dios soberanamente da autoridad o permite que el sol despida un calor descomunal que quemará a los hombres. El texto enfáticamente expresa que el sol recibe la facultad de quemar a los hombres «en fuego» o «por fuego» (en pyri). El verbo «quemar» (kaumatísai) es el aoristo infinitivo que destaca de manera dramática el terrible y sobrecogedor acontecimiento. Los hombres objetos de este horrendo juicio serán aquellos que han recibido la señal de la bestia y han adorado su imagen, es decir, quienes han preferido ir en pos de Satanás y rechazar al Mesías (Ap. 14:9-11).
16:9
«Y los hombres se quemaron con el gran calor, y blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas, y no se arrepintieron para darle gloria». La reiteración que el texto hace de las consecuencias de vaciar la cuarta copa pone de manifiesto la seriedad de dicho juicio. El texto griego dice: «Y los hombres fueron abrasados con gran calor abrasador». El verbo «fueron abrasados» y el sustantivo «calor abrasador» son vocablos afines y se usan para destacar la naturaleza del acontecimiento.
A pesar de la seriedad de este juicio, la actitud del corazón humano continúa siendo hostil y desafiante contra Dios. El hombre rebelde no sólo rechaza la gracia de Dios, sino que, además, blasfema de Él cuando es juzgado. La respuesta humana es blasfemar contra Dios, quien es directamente responsable de toda esta miseria humana. Lo que este sector de la humanidad no parece percibir es el hecho de que los juicios que le han sobrevenido son el resultado de su pecaminosidad y flagrante rebeldía. Al parecer, entienden que Dios «tiene autoridad (exousían) sobre estas plagas», pero aun así se niegan a arrepentirse para darle gloria. El pensamiento ilusorio de algunos que piensan que los hombres se arrepentirían si sólo conocieran el poder y el justo juicio de Dios se destruye por la frecuente mención hecha en este capítulo de la dureza del corazón humano frente a la más severa y evidente disciplina divina (véase vv. 11 y 21). El texto dice de manera tajante: «Y no se arrepintieron para darle gloria». El corazón impenitente del hombre persiste en sus caminos sin mirar a Dios. El verbo «arrepintieron» (metenóeisan) es el aoristo indicativo, voz activa de metenoéó. La partícula negativa que precede a este verbo señala a la actitud firme de los hombres de «no arrepentirse» y demostrarlo dando gloria a Dios. La frase «no se arrepintieron» es como una elegía fúnebre (Ap. 9:20, 21; 16:11). El hombre endurecido por el pecado atesora ira para el día de la ira (véase Ro. 2:l-6).
16:10, 11
«El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia; y su reino se cubrió de tinieblas, y mordían de dolor sus lenguas, y blasfemaron contra el Dios del cielo por sus dolores y por sus úlceras, y no se arrepintieron de sus obras». Desde su caída, Satanás ha construido un reino de tinieblas. Es un reino fraudulento que pretende competir con el de Dios. En los días de su juicio, Dios ha de permitir que Satanás manifieste su reino en el ámbito sobre el cual Cristo a la postre triunfará y reinará. Satanás pensará que ha conseguido su propósito, pero Dios traerá juicio sobre su reino de maldad con las calamidades producidas por la quinta plaga.
El objeto de la quinta copa es «el trono de la bestia». Ese trono le fue dado por su jefe máximo, es decir, Satanás: «Y el dragón le dio su poder y su trono, y grande autoridad» (Ap. 13:2b). El trono de la bestia sería, por tanto, su autoridad o dominio que, a su vez, es la autoridad o dominio del mismo Satanás. Recuérdese que la bestia o Anticristo será la obra cumbre de Satanás. Desde la caída del hombre, Dios ha permitido a Satanás ejercer autoridad sobre los asuntos del mundo. En realidad, los reinos del mundo están bajo la potestad del maligno (véanse Mt. 4:8, 9; 1 Jn. 5:19). La autoridad que Satanás ejerce sobre los reinos del mundo terminará cuando Cristo venga con poder y gloria (Ap. 11:15; 19:11-21 ).
La plaga de la quinta copa, por lo tanto, va dirigida contra el trono mismo de la bestia, es decir, contra el centro mismo de su autoridad. Por tanto tiempo impune, ese trono a través del cual el dragón ha pervertido a toda la sociedad humana, convirtiéndola en una civilización demoníaca, es ahora el foco central de la indignación de Dios.
«Y su reino se cubrió de tinieblas». Literalmente dice: «Y su reino se volvió entenebrecido». La referencia es al reino satánico encabezado por la bestia que Dios ha permitido que se establezca en la tierra durante la gran tribulación. Puesto que el reino de la bestia es mundial, eso significa que las tinieblas cubrirán toda la tierra. El mundo ha rechazado al Mesías quien es la luz verdadera (Jn. 8:12), ahora tiene que resignarse a vivir en un reino cuya naturaleza es ser tinieblas en el sentido más literal del vocablo.
«Y mordían de dolor sus lenguas». El verbo «mordían» (emasonto) es el imperfecto, voz media de masáomai, que significa «chupar», «morder». El tiempo imperfecto sugiere una acción continua y la voz media indica que el sujeto participa de la acción. La idea de la oración es esta: «Y no dejaban de morder sus propias lenguas». Aunque el texto no lo dice, es de suponerse que el sujeto del verbo son los súbditos del reino de la bestia. El intenso dolor debe ser producido por el calor abrasador de la cuarta plaga y la úlcera maligna y pestilente causada por la primera copa. El vocablo traducido «dolor» (pónos) significa «agonía», «aflicción», «calamidad». Los seguidores de la bestia no encontrarán medicina para curar su úlcera supurante y el Anticristo es incapaz de curarlos. En su calamidad, se vuelven contra Dios, el único que podría librarlos de esa terrible situación.
«Y blasfemaron contra el Dios del cielo por sus dolores y por sus úlceras». Los súbditos de la bestia culpan a Dios por sus calamidades y blasfeman, es decir, pronuncian todo tipo de injurias contra Él. Por segunda vez el título «Dios del cielo» aparece en el Apocalipsis (véase 11:13). Esa expresión se usa repetidas veces en el libro de Daniel (véase Dn. 2:18, 19, 28, 37; 44). Con el fin destacar la soberanía de Dios. El Dios del cielo también es el soberano Dios de la tierra.
«Y no se arrepintieron de sus obras» (véase Ap. 9:20, 21; 16:9). Los hombres que sufren los terrores de las plagas antes descritas maldicen a Dios y no se arrepienten de sus hechos inicuos. Permanecen impermeables tanto frente a la bondad como a la severidad de Dios (Ro. 11:22). Sin duda, estos hombres saben de la existencia y del poder de Dios. Tal vez acepten que lo que les ocurre viene de parte del Dios Todopoderoso, pero ni aun así alzan sus ojos a Él en arrepentimiento. No hay fundamento bíblico para pensar que los hombres malvados se arrepienten de sus pecados como resultado de catástrofes o calamidades.
16:12
«El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates; y el agua de éste se secó, para que estuviese preparado el camino a los reyes del oriente». Un número considerable de teorías se han planteado respecto al juicio de la sexta copa. Hay quienes lo relacionan con las invasiones que produjeron la caída del Imperio Romano. Otros lo asocian con la conquista de Babilonia por Ciro el
Grande. Muchos alegorizan el pasaje sin tomar en cuenta el entorno escatológico del mismo.
Es importante destacar el hecho de que los juicios del Apocalipsis son tanto escatológicos como literales, tanto en su naturaleza como en su ejecución. Debe recordarse que el tema central del libro tiene que ver con la segunda venida de Cristo y la instauración de su reino literal en la tierra. Antes de la instauración de su reino habrá una intervención judicial de Dios en la tierra. Esa intervención divina culmina con una serie de juicios catastróficos para toda la sociedad humana.
Las siete plagas postreras son la consumación de la ira de Dios. Como se ha señalado anteriormente, el vocablo «postreras» (eschátas) señala a los tiempos escatológicos. Las plagas postreras o escatológicas son los juicios de las siete copas. La sexta de esas plagas escatológicas es la que el ángel derrama sobre el río Éufrates y hace que dicho río se seque. No hay, pues, razón exegética razonable para que «el gran río Éufrates» mencionado en Apocalipsis 16:12 no sea interpretado en un sentido literal.
El Éufrates se menciona por primera vez en la Biblia en Génesis 2:14 y por última vez aquí en Apocalipsis 16:12. Este río, junto con el Tigris, forma la llamada «Creciente Fértil» que se extiende a lo largo de los mencionados ríos en dirección noroeste y luego desciende hasta la misma tierra de Israel. El Éufrates es uno de los ríos más importantes en la historia de la humanidad. Constituye la frontera oriental de la tierra que Dios prometió a Abrabam (Gn. 15:18; Dt. 1:7; 11:24; Jos. 1:4) y también formaba los limites orientales del antiguo Imperio Romano. Junto al río Éufrates fue establecida la ciudad de Babilonia. El río nace en las montañas de Armenia y fluye a través de Asiria, Siria, Mesopotamia y Babilonia, haciendo un recorrido de unos 2.800 kilómetros hasta desembocar en el Golfo Pérsico. Al igual que el Nilo, el Éufrates es usado para irrigar extensos territorios mediante canales artificiales. En la Biblia se usan varios nombres para designar este importante río (véanse Gn. 2:14; 15:18; Dt. 1:7; 11:24; Jos. 1:4; 2 S. 8:3; 2 R. 23:29; 24:7; 1 Cr. 5:9; 18:3; 2 Cr. 35:20; Jer. 13:4; 51:63).
«Para que estuviese preparado el camino a los reyes del oriente». Esta frase expresa el propósito para el cual las aguas del río Éufrates se secan. «Los reyes del oriente», es decir, «los reyes de donde sale el sol», se refiere a gobernantes orientales quienes, seguidos de sus ejércitos, organizarán una invasión de la Tierra Prometida durante los treinta días finales mencionados anteriormente. Hoy día existen naciones orientales con recursos humanos e industriales formidables tales como Japón, China, India, Tailandia, etc. Estas naciones son capaces de organizar y armar a un ejército numerosísimo como el que ha de aparecer en el valle de Armagedón. Aunque hoy no parezca factible, la Biblia anuncia que los reyes del oriente y, por supuesto, sus ejércitos, harán alianza en los postreros días para invadir la tierra de Israel. Todos ellos perecerán irremediablemente en la última y decisiva batalla de Armagedón.
16:13, 14
Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas; pues son espíritus de demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso.
He aquí la explicación de cómo y por qué se efectuará la gran concentración de ejércitos en el valle de Armagedón. Los ejércitos mundiales serán convencidos por espíritus satánicos de que deben marchar hacia el Oriente Medio. A la postre, dichos ejércitos formarán alianza con los soldados que siguen a «los reyes del oriente» con el fin de formar un frente común con la intención de impedir la instauración del reino milenial del Mesías (véase Sal. 2).
La trinidad diabólica entra en acción con toda la astucia que su naturaleza malvada le permite. Obsérvese la repetición del sustantivo «boca» (stómatos). El vocablo «boca» se usa como figura de la comunicación, es decir, del habla. En el griego hay algo así como un juego de palabras. Los espíritus inmundos salen de las bocas de fuerzas malignas. La boca es el órgano del habla y el habla es una de las fuerzas más influyentes en el mundo. Ahora bien, el término para «espíritu» es pneuma, que al mismo tiempo es el vocablo que significa «aliento». Decir, por lo tanto, que un espíritu malo sale de la boca de un hombre es lo mismo que decir que un aliento maligno sale de su boca. El falso profeta exhala influencias malignas.
Esto lleva a pensar que la trinidad diabólica influirá satánicamente a través de los medios de comunicación para engañar a los líderes de las naciones y de ese modo usar sus ejércitos para oponerse al mismo Dios. Los tres usos del vocablo «boca» son indicativos de una campaña de propaganda a través de la cual la trinidad maligna guiará a la mayoría a un compromiso incondicional para el mal en los postreros días. Recuérdese que el falso profeta es quien induce a los moradores de la tierra a que rindan adoración a la bestia/imperio a través de sus señales engañosas (Ap. 13:11-17).
Los tres espíritus que brotan del trío diabólico se describen como «espíritus inmundos a manera de ranas», es decir, parecen ser ranas pero de hecho son espíritus demoníacos. La presencia de demonios en la tierra es indicativo de que el reino glorioso del Mesías aún no ha sido establecido. Durante su ministerio terrenal Cristo echó fuera demonios de los cuerpos de muchas personas. Tales milagros confirmaban tanto la persona como el mensaje de Cristo. Él era el Mesías prometido en las Escrituras del Antiguo Testamento. En su reino no habrá actividad satánica de clase alguna. Jesús también dio potestad a sus discípulos de echar fuera demonios cuando los envió a proclamar el mensaje: «El reino de los cielos se ha acercado» (véase Mt. 10:1-8).
Apocalipsis 16 tiene que ver con los juicios que consuman la indignación de Dios contra Satanás y sus seguidores. La actividad satánica en la tierra durante los días finales de la era estará encarnada en la persona del Anticristo (el falso profeta) y su imperio bestial energizado por demonios. Esta colectividad maléfica usará todo el poder de que ha sido dotada para arrastrar a la humanidad hacia la adoración de Satanás. La influencia satánica que ha sido evidente a través de la historia de la humanidad se manifestará con una fuerza tan poderosa en los postreros días que si Dios mismo no interviniera para destruirla la tierra entera se transformaría en un infierno.
El versículo 14 expresamente señala que los tres espíritus inmundos como ranas que salen de la boca de la trinidad diabólica «son espíritus de demonios», es decir, son seres espirituales al servicio de Satanás. Son espíritus cuyo rango es el de demonios.
El sustantivo «demonio» (daimónion) se usaba en la literatura clásica posiblemente con referencia a la idea del dios de los muertos como quien dividía los cadáveres. Denota poder sobrehumano, dios, diosa, destino y demonio. Y según la literatura rabínica, «los demonios son espíritus aunque poseen algunos órganos corporales tales como alas. Necesitan comer y beber. Tienen la capacidad de propagación y aparecen en forma humana o en la de algún otro ser. Son innumerables y llenan el universo ... Tienen acceso al cielo, donde pueden descubrir los consejos de Dios. Viven tanto en la tierra como en el aire, preferiblemente en los desiertos, las ruinas y lugares impuros, particularmente en los cementerios. Aunque pertenecen al reino de Satanás, Dios les da autoridad para infligir el castigo impuesto en los pecadores» [Has Bietenhard, «Demon», The New Iternational Dictionary of the New Testament Theology, vol. 1, pp.450-453]
El Nuevo Testamento presenta una amplia enseñanza tocante a los demonios. Enseña que son espíritus desprovistos de cuerpos físicos (Mt. 8:16; Lc. 19:17, 20). Son ángeles caídos que obedecen a Satanás (Ef. 2:2; Mr. 3:20-26; Mt. 12:24). Su origen, evidentemente, está relacionado con la caída de Satanás. Cuando Lucifer se rebeló contra Dios, junto con él se rebeló un número considerable de ángeles de rango inferior. Esos ángeles constituyen el conjunto de demonios que forman parte del ejército satánico (véanse Mt. 25:41; Ap. 12:7). Los demonios son capaces de infligir enfermedad en los seres humanos (Lc. 13:11), influyen sobre sus mentes (2 Co. 4:4; 11:3) y poseen un poder superior al de los hombres.
Aunque los demonios están activos en el mundo, evidentemente lo estarán en un grado mucho mayor durante los postreros días. Los seres humanos adorarán a los demonios durante los días de las trompetas (Ap. 9:20). El sistema diabólico de Babilonia será «habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo» (Ap. 18:2). La trinidad diabólica usará a los demonios para hacer señales (seimeia), es decir, actos portentosos y sorprendentes con los que convencen engañosamente a los reyes o gobernantes de la tierra con el fin de «reunirlos» (synagagein) «a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderso». Como espíritus inmundos, tienen el mismo poder milagroso que el de la segunda bestia, el falso profeta, para engañar a la gente para que adoren y sirvan a su imperio, la primera bestia (13:13, 14; véase también 2 Ts. 2:9, 10).
Debe prestarse atención al vocablo «batalla» (pólemon). El significado primario de dicho término es «guerra», aunque también podría referirse a un sólo combate. En este contexto, sin embargo, lo más probable es que se refiera a una campaña bélica extensa y no a una sola batalla. Lo que está a la vista aquí es algo más que un encuentro militar. Es más bien, una guerra a escala mayor. La evidencia, sin embargo, parece señalar a la conclusión de que este es el clímax de una serie de sucesos militares descritos en Daniel 11:40-45, donde la referencia a «noticias del oriente» (Dn. 11:44) podría apuntar a esta invasión.
Así como Dios permitió que un «espíritu de mentira» entrase en la boca de los profetas falsos de Acab (1 R. 22:20-23) y lo indujera a salir a la batalla donde murió en cumplimiento estricto de la palabra de Dios, los ejércitos de las naciones se concentrarán para la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso, es decir, el día en que Dios, en la persona del Señor Jesucristo, arreglará cuentas con las naciones inicuas de la tierra.
16:15
«He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza». Este versículo es una especie de interludio o pausa en el relato de los sucesos de la sexta copa. «He aquí, yo vengo como ladrón» a menudo se asocia con la llegada del escatológico Día del Señor (2 Pedro 3:10). Dada la aplicación literal de los juicios de las trompetas y las copas, está más allá de toda comprensión que los moradores de la tierra continúen resistiéndose a la soberanía de Dios. Apocalipsis 16:14 indica que Satanás, el imperio de la bestia, y el falso profeta utilizarán engaño demoníaco para reunir a «los reyes de la tierra» para «la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso». Es en este contexto que el Señor Jesús ofrece una de sus más claras advertencias. El dice: «He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza». Algunos, incorrectamente, toman la oración «He aquí, yo vengo como ladrón» como una referencia al Arrebatamiento. Lamentablemente, esta conclusión no considera dicha oración ni el contexto ni en su uso histórico.
El Señor Jesús dice en Juan 10:10: «El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir...». Este es el propósito de un ladrón. Sin embargo, hay otro punto relacionado con la venida de un ladrón: su modus operandi. Un ladrón viene repentina e inesperadamente. El apóstol Pablo dice «que el día del señor vendrá así como ladrón en la noche» (1 Ts. 5:2). Pablo indica que en 1 Tesalonicenses 5:2 el objetivo de la figura de lenguaje es resaltar el carácter repentino del evento. Por lo tanto, la pregunta que debiéramos hacernos en relación a Apocalipsis 16:15 es, ¿se refiere el Señor al propósito o al modus operandi de un ladrón? Podría estar refiriéndose a ambos. Un examen más cuidadoso nos dará la respuesta correcta.
La imagen es clara. Se trata de un hombre que se ha quitado la ropa, se ha dormido y luego es sorprendido por un evento inesperado mientras dormía forzándolo a levantarse desnudo. El comentario de Alfred Edersheim es muy oportuno e iluminador. En su libro El Templo, sus Ministerios y sus Servicios [The Temple, It’s Ministries and Service], escribe: «Uno de los ejemplos más destacados es el ilustrado por las palabras citadas al inicio de este capítulo—«Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas». Estas palabras describen literalmente, como nos lo informan los Rabinos, el castigo infligido a los guardias del Templo que eran sorprendidos dormidos en sus puestos. El relato rabínico es confirmado por la ingenua confesión de uno de ellos, en cuanto a que en cierta ocasión su propio tío había sufrido el castigo de que sus ropas fueran quemadas por el jefe de los guardias del Templo. Durante la noche, mientras el jefe de los guardias hacía su ronda, los guardias con los que se encontraba debían levantarse y saludarlo de una determinada forma. Si un guardia era sorprendido durmiendo en su puesto, era golpeado, o se le prendía fuego a sus ropas—un castigo debidamente merecido».
El punto es obvio. El Señor Jesús aparecerá repentinamente y los que no estén preparados sufrirán gran desastre. En el contexto de la sexta copa, donde se congrega a «los reyes de la tierra» para «la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso» es evidente que la advertencia es: no se involucren. Esta es la única forma en que «los reyes de la tierra» pueden evitar el desastre que les ocurrirá en Armagedón. Si acuden al llamado de la trinidad satánica, perecerán irremediablemente.
16:16
«Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón». Después del apóstrofe del versículo 15, Juan reanuda el relato de los acontecimientos relacionados con la sexta copa. La conjunción «y» (kai) une los acontecimientos del versículo 14 con la acción descrita en el 16. El verbo «reunió» (synéigagen) es el aoristo indicativo, voz activa de synágo, que significa «congregar», «reunir», «guiar juntos». Dicho verbo es singular como ocurre cuando el sujeto es un plural neutro. El sujeto en cuestión es los demonios y no Dios. Son los demonios que hacen señales quienes, con sus estratagemas hacen que los ejércitos de las naciones se concentren en el valle de Armagedón, situado en las planicie de Esdraelón. Ha sido un campo de batalla famoso en la historia de la nación de Israel. Allí Barac obtuvo una importante victoria sobre el rey de Hazor (Jue. 4:15). También allí Gedeón derrotó a los madianitas. Otro suceso relacionado con Armagedón fue la muerte de Ocozías rey de Judá a manos de Jehú (2 R. 9:27-29). De mayor importancia aún fue la muerte de Josías cuando se enfrentó al faraón Necao (véase 2 R. 23:28-30). Será en ese estratégico valle donde los ejércitos de las naciones convergerán en un último gran intento por impedir la gloriosa instauración del reino de Cristo en la tierra. El cumplimiento de esta profecía no exige que todos los soldados de los ejércitos de la tierra estén presentes en el valle de Armagedón al mismo tiempo. Armagedón será, sin embargo, el centro de las actividades militares de toda la región del oriente medio en los postreros días. Debe recordarse que Armagedón será, según el texto bíblico, una guerra o campaña militar y no se limita a una sola batalla. Lo más probable es que la mencionada guerra abarque todo lo largo y ancho de la tierra de Palestina aunque, como se ha mencionado, habrá una concentración de fuerzas en el valle de Armagedón. Según Apocalipsis 14:20, el campo de batalla abarcará un área de más de trescientos kilómetros.
Resumiendo, aunque existen problemas para identificar de manera definitiva el lugar llamado Armagedón, eso no exige que haya que alegorizar o espiritualizar su significado. Hay suficientes referencias bíblicas tocante a dicho lugar para concluir que se trata de un sitio geográfico concreto. Si bien es cierto que lo que se reconoce hoy como el valle de Armagedón no es un lugar lo bastante grande para dar cabida a la totalidad de los ejércitos que invadirán dicha región, también es cierto que los mencionados ejércitos estarán distribuidos en un área que se extiende desde los montes de Jezreel hasta Jerusalén. Es posible que los altos mandos militares sean quienes se congreguen en Armagedón mientras que el resto de los soldados estará esparcido por la geografía de Palestina. Armagedón será, por lo tanto el punto geográfico central que marcará el encuentro definitivo y la derrota final de las huestes del Anticristo a manos del Rey-Mesías (Ap. 19:11-21).
16:17, 18
«El séptimo ángel derramó su copa por el aire; y salió una gran voz del templo del cielo, del trono, diciendo: Hecho está. Entonces hubo relámpagos y voces y truenos, y un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande, cual no lo hubo jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra». Sin duda, este es el momento más dramático de los juicios de las siete copas. El séptimo ángel vació su copa sobre el aire, el aire que todos los seres humanos inhalan. El resultado de esa acción deberá afectar a todo lo que respira ya sean aves, animales terrestres o personas. Tan pronto como el ángel hubo derramado el contenido de la copa, salió una gran voz fuera del santuario y procedente del trono. Sin lugar a dudas, es la voz de Dios. Se describe como «una gran voz» (phonei megálei) y sugiere la autoridad del Soberano.
La voz declara: «Hecho está» (gégonen). Este verbo es el perfecto indicativo, voz activa de ginomai, y podría traducirse: «Ha sucedido», «ha sido realizado». El tiempo perfecto del verbo sugiere que lo que se ha estado desarrollando durante un período de tiempo en el pasado ha llegado a su consumación con el derramamiento de la séptima copa. El número singular del verbo se refiere a la totalidad de la serie de las plagas que ahora han sido completadas o al decreto que puso en acción su comienzo. La voz es particularmente apropiada en esta conexión, puesto que estas plagas son «las postreras» (15:1); no falta ninguna manifestación adicional de esta clase. El tiempo aoristo tiene una función proléptica o anticipatoria, es decir, aunque se refiere a un acontecimiento futuro, su cumplimiento es tan cierto que lo da por realizado. El derramamiento de la séptima copa, además, tiene como resultado la manifestación gloriosa del Mesías, quien viene al frente de sus ejércitos como Guerrero Divino para destruir a todos sus enemigos (véanse Ap. 19:11-21; Éx. 15:3).
Es probable que los resultados o los efectos de la séptima copa sean lo que en definitiva terminan de purificar los cielos y la tierra, haciendo de ellos los nuevos cielos y la nueva tierra (Ap. 21:6). La séptima copa, por lo tanto, produce la derrota final y total de los enemigos del Mesías y, a su vez, conduce a la realización del reino de paz y de justicia cuando Cristo reinará como Rey de reyes y Señor de señores, continuando hasta el fin del milenio.
La declaración divina de que «hecho está» produce una serie de trastornos cataclísmicos y sísmicos sin precedentes en la historia de la humanidad. El texto dice: «Y hubo relámpagos y voces y truenos, y hubo un gran terremoto de tal clase que no hubo desde que el hombre ha estado en la tierra, un terremoto tan grande, tan grande». Los fenómenos mencionados son señales evidentes de la intervención divina con carácter judicial. Es de esperarse que ante tales manifestaciones los seres humanos se humillen y busquen el perdón divino. Los hombres, sin embargo, hacen justo lo contrario y aumentan su rebeldía contra Dios. En dos ocasiones anteriores (Ap. 6:12 y 11:13) se menciona que haya ocurrido un terremoto. El primero está relacionado con los juicios del sexto sello y, cronológicamente, ocurre al final de la gran tribulación de los santos. La segunda referencia tiene que ver con los acontecimientos que tienen lugar a raíz de la resurrección y ascensión al cielo de los dos testigos. El terremoto mencionado en Apocalipsis 16:18 supera en intensidad y magnitud a cualquier otro seísmo que haya podido ocurrir en la historia de la humanidad. El vocabulario usado en el texto griego es sumamente enfático: (1) «Un gran terremoto» (seismos ... mégas); (2) «de tal clase que no hubo desde que el hombre ha estado en la tierra»; (3) «un terremoto tan grande» (seismos hóuto mégas); (4) «tan grande». Tal parece como si Juan se sintiese incapaz de encontrar el vocabulario adecuado para describir tan insólito acontecimiento. El Dios Todopoderoso hará temblar los cimientos mismos de la tierra con fuerza devastadora e inconfundible (Hag. 2:6; He. 12:26, 27). Los hombres, sin embargo, continuarán adorando a Satanás.
16:19
«Y la gran ciudad fue dividida en tres partes, y las ciudades de las naciones cayeron; y la gran Babilonia vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino del ardor de su ira».
La identificación de «la gran ciudad» ha sido tema de discusión entre los estudiosos del Apocalipsis. Hay quienes la identifican con Roma. Otros la alegorizan, diciendo que se refiere al «hombre civilizado, el hombre en comunidad organizada, pero el hombre que ordena sus asuntos sin contar con Dios». También otros consideran que «simboliza la completa desintegración de la cultura y la civilización no cristianas». Además, hay quienes creen que el texto se refiere a la destrucción del «imperialismo autoritario en todas las épocas» que «hace la vida imposible a los ya empobrecidos, gracias a una maquinaria comercial que favorece a los ricos». Algunos exégetas no están seguros de si la frase «la gran ciudad» se refiere a Babilonia, a Jerusalén o a Roma.
Una importante observación que no debe pasarse por alto es el hecho de que el versículo 19 habla de lo siguiente: ( 1) «La gran ciudad», (2) «las ciudades de las naciones»; y (3) «la gran Babilonia». Si bien es cierto que a Babilonia se le designa como la gran ciudad en Apocalipsis 14:8 y en 17:18 (véase, además, 18:2, 10, 21 ), también es cierto que la ciudad de Jerusalén recibe la misma calificación en Apocalipsis 11:8. El hecho de que se haga la triple distinción antes mencionada da pie a pensar que la referencia no es a Babilonia. Lo más probable, por lo tanto, es que se refiera a la ciudad de Jerusalén.
Según Apocalipsis 11:13, Jerusalén sufrirá primero una destrucción parcial y, posteriormente, experimentará importantes cambios topográficos (Zac. 14:4) que coincidirán con la segunda venida en gloria del Mesías y la instauración de su reino. El texto afirma que «la gran ciudad fue dividida en tres partes». Por supuesto que Juan utiliza una vez más la figura de prolepsis, anticipando un acontecimiento futuro y dándolo por realizado debido a la certeza de que tendrá lugar. Al igual que Apocalipsis 16:19, Zacarías 14 habla en línea similar de un día en que todas las naciones se reunirán contra Jerusalén y la ciudad será tomada. Pero el Señor peleará contra aquellas naciones, como está profetizado en Zacarías 14:4, 5, que dice que el monte de los Olivos se dividirá en dos el día en que el Señor se manifieste. En la misma catástrofe está la semilla de la esperanza, porque simultáneamente con las calamidades cósmicas ocurre el amanecer de las realidades espirituales. Es, sin embargo, importante notar que Zacarías está hablando de Jerusalén, no de Roma, tal como nuestro texto dirige la atención hacia Jerusalén.
Si se tiene en cuenta, por lo tanto, que el versículo 19 separa «la gran ciudad» de «las ciudades de las naciones» y de «la gran Babilonia», lo normal sería entender que la expresión «la gran ciudad» significa Jerusalén. Además, si se recuerda que, según Zacarías 14:1-5, Jerusalén y sus alrededores sufrirán cambios topográficos que coincidirán con la manifestación del Mesías a la tierra, una interpretación natural de Apocalipsis 16:19 conduce a entender que «la gran ciudad» no es otra que Jerusalén.
La séptima copa también producirá juicio sobre «las ciudades de las naciones». El texto dice que «las ciudades de las naciones cayeron». El verbo «cayeron» (épesan) es el aoristo indicativo con función profética, voz activa de pípto, que significa «caer». Juan contempla un acontecimiento futuro tan cierto que lo da por realizado. De modo que no sólo la ciudad de Jerusalén, sino también las ciudades de los gentiles sufrirán los efectos terribles del gran terremoto mencionado en el versículo 18. Por todas partes las ciudades de los paganos gentiles son sacudidas hasta que caigan; esta no es una visitación local sino mundial.
Finalmente, «la gran Babilonia vino en memoria delante de Dios», es decir, Dios no se ha olvidado del juicio sobre la capital del imperio malvado de la bestia. Es Dios quien se acuerda de la ciudad que ha sido el centro de la idolatría y de la apostasía en el mundo. Babilonia ha corrompido al mundo entero (Ap. 18:3). En los postreros días Dios se acordará de Babilonia «para darle el cáliz del vino del ardor de su ira». El verbo «darle» (dounai autei) está en el modo infinitivo, tiempo aoristo. La frase introducida por dicho verbo es epexegética, es decir, describe y amplía lo dicho anteriormente. Dios dará a Babilonia «el cáliz del vino del ardor de su ira». En el texto griego, esta frase dice: «El cáliz del vino de la indignación de su ira», o sea, la ira que está caliente con su indignación. Los dos vocablos «indignación» (thymou) e «ira» (orgeis) son fundamentalmente sinónimos y se usan en este contexto para recalcar la acción del juicio divino sobre Babilonia. Obsérvese que el juicio de Dios comienza con Jerusalén (la ciudad amada) y concluye con Babilonia (la ciudad repudiada). El vino que llena el cáliz está caliente con la ira y la indignación de Dios y como tal será vaciado judicialmente sobre Babilonia. ¡El castigo que Dios tiene preparado para Babilonia no podría describirse con mayor severidad!
16:20
«Y toda isla huyó, y los montes no fueron hallados». El resultado del gran terremoto (v.18) será devastador. Toda la tierra sufrirá sus consecuencias. Las islas de los océanos desaparecerán. El verbo «huyó» (éphygen) es el aoristo indicativo, voz activa de pheúgo, que significa «huir». Aquí tiene función profética y destaca la realidad de un acontecimiento que ocurrirá con toda certeza. En Apocalipsis 6:12-14, se describe los juicios del sexto sello que han de ocurrir al final de la gran tribulación. En 6:14 dice: «...y todo monte y toda isla se removió de su lugar». Evidentemente, lo que ha de ocurrir como resultado de la séptima copa será en una escala aún mucho mayor. Aunque no se puede asegurar dogmáticamente que las islas irán a parar al fondo de los océanos y los montes se hundirán de modo tal que no serán hallados, debemos tener presente que aquí se trata de las plagas postreras con las que la ira de Dios se consumará. Es difícil comprender la magnitud de los acontecimientos relacionados con la consumación de la ira de Dios, pero lo que sí puede asegurarse es que serán hechos sin precedentes en la historia de la humanidad.
16:21
«Y cayó del cielo sobre los hombres un enorme granizo como del peso de un talento; y los hombres blasfemaron contra Dios por la plaga del granizo; porque su plaga fue sobremanera grande». La historia bíblica registra que Dios ha utilizado granizos para castigar la maldad de los hombres (véanse Éx. 9:23, 24; Jos. 10.11; Job 38:22, 23; Is. 28; 2, 17). El juicio futuro sobre Gog, según Ezequiel 38:22-23, consistirá, entre otras cosas, de una « ... impetuosa lluvia, y piedras de granizo, fuego y azufre».
La séptima y última de las plagas hará que caiga del cielo una lluvia de granizos en la que cada granizo pesa cerca de 50 kilos. No hay en el texto ni el más leve indicio de que no se trate de granizos literales. El granizo aterrador que cae del cielo significa que el juicio es definitivo ahora, y que Dios destruirá enteramente todas las cosas que constituyen este imperio de maldad, encarnado por Babilonia.
Los hombres que sufren la plaga del granizo tienen que ser los que se han sometido a la bestia y han aceptado su marca. Evidentemente no todos ellos mueren como resultado de los granizos. Los sobrevivientes, sin embargo, continúan con sus corazones endurecidos y persisten en blasfemar contra Dios (véase Ap. 16:9, 11). Los hombres debieran reconocer que granizos de tal magnitud deben tener un origen sobrenatural. Lo normal sería que los hombres se acogiesen a la misericordia de Dios y buscasen su perdón. Tal actitud, sin embargo, está totalmente ausente. La rebeldía del corazón del hombre se pone de manifiesto con el mayor de los énfasis: «Los hombres blasfemaron contra Dios». En lugar de caer de rodillas ante el Soberano, el hombre agita su puño contra Dios. Pero los granizos no constituyen el final del contenido de la séptima copa. Esta incluye el juicio sobre Babilonia tanto en su aspecto ético como en su aspecto político-comercial (Ap. 17, 18) así como la manifestación gloriosa del Rey de reyes y Señor de señores (Ap. 19). La séptima copa demostrará dentro del tiempo y de la historia que sólo Dios, el único Dios vivo y verdadero es el Soberano del Universo.
Resumen y Conclusión
Apocalipsis 16 revela los juicios que consuman la ira de Dios. Estos juicios aparecen en la forma de siete copas que son derramadas sucesivamente sobre la tierra, el mar, los ríos, el sol, el trono de la bestia, el río Éufrates y los aires. Las siete plagas postreras tienen un alcance universal, es decir, afectarán a toda la tierra y sus habitantes. No todos morirán como resultado de esas plagas, pero todos sufrirán sus efectos.
Los ejércitos de las naciones, engañados por las señales hechas por espíritus satánicos, se concentrarán en el Oriente Medio. Su propósito último será intentar impedir la instauración gloriosa del reino de Cristo en la tierra. Los ejércitos tomarán posiciones desde el monte de Meguido hasta los alrededores de Jerusalén. Ahí tendrá lugar la campaña de Armagedón (16:16). El Señor Jesucristo se manifestará triunfante al frente de sus santos ejércitos y aplastará de una vez y por todas a sus enemigos (Ap. 19:11-21).
Los juicios de las siete copas serán, por lo tanto, la introducción a la instauración del reino glorioso del Mesías. Poco antes de la inauguración del reino milenial, habrá cambios en la topografía del planeta. Las ciudades de las naciones caerán, las islas desaparecerán y los montes se convertirán en planicies. Pero los seres humanos que sobrevivan y que se hayan sometido a la autoridad del Anticristo continuarán blasfemando al Dios Soberano. Esa es una demostración palpable de que la maldad humana habrá llegado a su colmo. Los hombres conocerán perfectamente que los juicios por los que están pasando vienen de la mano de Dios, pero aun así se negarán a arrepentirse. El ser humano es inexcusable delante del Juez de la tierra.
Debe recordarse que los juicios divinos revelados en el Apocalipsis se manifiestan en tres series. La primera consiste de los juicios de los sellos. Los seis primeros sellos abarcan prácticamente los últimos tres años y medio de la última generación humana sobre la tierra como la conocemos. Después de la apertura del sexto sello pero antes de la apertura del séptimo, viene el Señor y efectúa la resurrección y el arrebatamiento de los santos. El séptimo sello contiene o consiste de los juicios de las trompetas. Las siete trompetas trascurren en un período de más de cinco meses (Ap. 9:3-5). La séptima y última trompeta consiste de los juicios de las copas que a su vez equivalen al tercero de los tres «ayes». Los juicios de las siete copas se suceden casi sin interrupción durante treinta días (Dn. 12:11).
La séptima copa, sin embargo, tendrá efectos de largo alcance. Esta no concluye con los juicios descritos en Apocalipsis 16:17-21, sino que también incluye los juicios sobre Babilonia, la ciudad repudiada (Ap. 18). Incluye, además, los acontecimientos relacionados con la instauración del reino del Mesías (Ap. 19), los sucesos del capítulo 20 que comprenden lo relacionado con el milenio (Ap. 20:1-6), la derrota final de Satanás y sus seguidores (Ap. 20:7 -10) y el juicio final (Ap. 20:11-15). Es probable que la séptima copa sea la que termine de purificar los cielos y tierra actuales transformándolos en los nuevos cielos y la nueva tierra (Ap. 21:1-22:5). Dios actuará soberanamente y su propósito eterno se cumplirá rigurosamente en conformidad con su santo diseño.