Apocalipsis Capítulo 12
La Mujer, el Hijo Varón y el Dragón (12:1-17)
Los capítulos 12 al 14 del Apocalipsis constituyen el centro del gran drama que conduce a la manifestación del reino de Dios en la tierra. Vemos en este capítulo 12 el uso de la figura de dicción llamada histerología. Mediante esta figura aquello que se pone último, debe, según el orden acostumbrado, ir primero. En este capítulo 12 del Apocalipsis aparece un registro de acontecimientos que han ocurrido antes de los sucesos del capitulo 6, y que conducen a lo que ha sido revelado en los capítulos 6 al 11. Juan continúa profetizando «otra vez» (Ap. 10:11) lo mismo que profetizó desde Apocalipsis 6:1; aunque aquí añade cierta información histórica.
La mayoría de los comentaristas del Apocalipsis insisten en que el centro de atención del capítulo 12 es la nación de Israel, pero definen a Israel como a la nación asentada en la Tierra Prometida: el estado de Israel. Como veremos en este comentario, la nación de Israel no es la protagonista aquí, si no el «Israel de Dios» (Gá. 6:16)—hay una gran diferencia!
Hay un total de siete protagonistas del período de la tribulación mencionados en la sección del Apocalipsis comprendida por los capítulos 12 al 14. Ellos son: (1) La mujer que representa al «Israel de Dios»; (2) el dragón que representa a Satanás; (3) el hijo varón, es decir, el Mesías; (4) Miguel, el capitán del ejército celestial; (5) el remanente fiel de la nación de Israel; (6) la bestia que sube del abismo, es decir, el espíritu demoníaco que dirige tras bambalinas el imperio del Anticristo; y (7), la bestia que surge de la tierra, o sea, el falso profeta o Anticristo mismo. El capítulo 12 menciona a los primeros cinco protagonistas aunque, como se ha observado, el enfoque principal recae sobre el «Israel de Dios».
Comentario
12:1
«Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas». El verbo «apareció» (óphthei) es el aoristo indicativo, voz pasiva de horáo, que significa «ver», «aparecer» y en la voz pasiva «verse», «dejarse ver». El sustantivo «señal» (seimeion) aparece aquí por primera vez en el Apocalipsis. Dicha señal es calificada como «grande» (méga). La mencionada «gran señal» sugiere que se trata de algo que posee un profundo significado espiritual. El sustantivo «señal» (seimeion) sugiere, además, que lo que es visto en el cielo es una manifestación o representación de algo simbolizado por dicha señal.
Obsérvese que Juan no usa aquí el vocablo «maravilla» o «portento» (téras), sino que utiliza el término «señal» (seimeion). Ese es un dato importante en la interpretación del texto ya que, lo que se expresa mediante la señal debe aprenderse de la misma Escritura. Si se advierte que esto debe tratarse como una «señal», de seguro debe concluirse que, cuando no existe esa advertencia, no debe tomarse las cosas en este Libro como símbolos, sino como cuestiones y acontecimientos literales.
Como se ha señalado reiteradamente a través de este estudio, no debe confundirse el uso de símbolos o figuras de dicción con el empleo de interpretación simbólica o figurada. Tanto en Apocalipsis 12:1, 3 como en 15:1, Juan utiliza el vocablo «señal» (seimeion) para significar «un gran espectáculo que apunta hacia la consumación». También lo usa de tal manera como para hacer justicia al carácter formal de dicho vocablo. Para Juan, seimeíon es una «señal», un «indicador», una «marca» o algo que uno puede ver y, en realidad, lo ve. Es una realidad llena de significado, pero que no es un fin en sí misma, sino que tiene como objeto que los hombres miren más allá de ella. En el caso concreto de Apocalipsis 12:1, la «señal» no es un acontecimiento, sino una persona que posee un significado especial. Esta señal se proyecta tanto hacia el pasado (el nacimiento del Mesías) como hacia el futuro (el día en que regirá las naciones como soberano de todo).
Se han hecho varios esfuerzos por atribuirle un trasfondo pagano al pasaje de Apocalipsis 12. Se dice que Juan, familiarizado con la mitología de los pueblos de aquella geografía, no duda en nutrirse de dichos mitos y adaptarlos al propósito del Apocalipsis.
Hay quienes creen que el origen literario de Apocalipsis 12 yace en la mitología babilónica en la cual la diosa Tiamat, el monstruo acuático de siete cabezas, es vencida por Marduk, el más sabio de los dioses y dios de la luz. La victoria de Marduk sobre Tiamat, según la mitología babilónica, resulta en la elevación de Marduk al grado más alto del panteón, siendo honrado incluso por sus padres.
Otros piensan que el apóstol Juan extrajo información de la mitología grecorromana que narra el nacimiento del dios Apolo. El mito dice que Leto, madre de Apolo, huyó a la isla de Delos para escapar de la ira del dragón Pitón, quien quería matar al recién nacido hijo del dios Zeus. Apolo escapa de la persecución del dragón, regresa a Delfos y allí mata a su enemigo.
También se ha especulado que Juan conocía la historia del nacimiento y muerte a la edad de diez años de un hijo del emperador Domiciano. Se ha sugerido que Juan conocía la leyenda de que, al morir, el hijo del emperador fue arrebatado para Dios. Posteriormente, Domiciano proclamó que su hijo era un dios y ordenó la impresión de monedas para honrar su memoria.
Todas esas especulaciones pasan por alto varias cuestiones de vital importancia. En primer lugar, Juan, sin duda, estaba estrechamente vinculado con la literatura del Antiguo Testamento y con su teología. Las enseñanzas del Antiguo Testamento combaten al paganismo y destacan la persona de un Dios santo y soberano. La mitología pagana es politeísta y grotesca. A través del libro del Apocalipsis, en segundo lugar, Juan ha expresado con contundencia su repudio de los conceptos cosmológicos paganos y ha mostrado un apego irrenunciable a la revelación divina. Sin negar que el apóstol Juan tuviese conocimiento de la existencia de los mitos paganos, hay que afirmar que el argumento del Apocalipsis tiene como centro el hecho de que el Soberano Rey-Mesías ha de gobernar las naciones con justicia y paz. Los mitos paganos presentan un politeísmo aberrante en el que los dioses se matan unos a otros y carecen de conceptos éticos de clase alguna. En lugar de copiar escenas paganas, lo que Juan hace es corregir los conceptos torcidos producto de las elucubraciones humanas.
La revelación registrada por Juan en Apocalipsis 12 trae a la memoria el pasaje de Génesis 37:9-11, donde José «soñó aún otro sueño, y lo contó a sus hermanos, diciendo: He aquí que be soñado otro sueño, y he aquí que el sol y la luna y once estrellas se inclinaban a mí. Y lo contó a su padre y a sus hermanos; y su padre le reprendió, y le dijo: ¿Qué sueño es este que soñaste? ¿Acaso vendremos yo y tu madre y tus hermanos a postrarnos en tierra ante ti? Y sus hermanos le tenían envidia, mas su padre meditaba en esto». En el sueño de José, el sol simboliza a Jacob, la luna representa a Raquel y las once estrellas representan a los hermanos de José. El apóstol Juan, sin duda, estaba compenetrado con esa lección bíblica.
La cuestión tocante a quién representa la «mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas» ha sido tema de discusión entre los exégetas. Los católicos afirman que se refiere a la virgen María y a la Iglesia. Esa afirmación, sin embargo, debe ser rechazada debido a su deficiencia exegética de las Escrituras y del estudio objetivo de la historia bíblica. La única semejanza entre la virgen María y la mujer de Apocalipsis 12:1 es que ambas son madres. La inclinación a identificar la mujer con la virgen María descansa sobre el uso de una terminología similar en Mateo 1:18,23 para describir a María en su embarazo y el parecido del lenguaje con la profecía de la concepción virginal en Isaías 7:10, 11, 14. Un serio obstáculo que confronta la identificación con María es que la mujer de Apocalipsis 12:1 es designada como una «señal», es decir, es una mujer simbólica. También, debe tenerse en cuenta de que en Apocalipsis 12:17 se menciona que «el resto de la descendencia de ella» es perseguido por el dragón. Esos factores exegéticos descalifican a la virgen María como la mujer de Apocalipsis 12:1.
También se ha sugerido que la mujer simboliza la Iglesia cristiana. El problema con esa tesis es que la Iglesia cristiana fue inaugurada el día de pentecostés sobre la base de la muerte y resurrección de Cristo y el derramamiento del Espíritu Santo. En ese sentido podría decirse que Cristo dio a luz a la Iglesia y no que la Iglesia dio a luz a Cristo.
Hay comentaristas que entienden que la referencia es al pueblo de Dios en general, es decir, tanto a los del Antiguo como a los del Nuevo Testamento. O sea, que la mujer simboliza «al pueblo de Israel pero también a la Iglesia del Nuevo Testamento». Este punto de vista tiene la ventaja de que reconoce el papel de la nación de Israel en dar al Mesías al mundo. La desventaja, sin embargo, radica en el hecho de asociar a la comunidad cristiana con la maternidad del Mesías. El Mesías no es producto de la comunidad cristiana sino viceversa (Ro. 9:5).
Algunos expositores perciben la tensión y tratan de resolver el problema exegético de la siguiente manera:
Israel está a punto de dar a luz al Mesías. Para los primeros cristianos había una importante continuidad entre el antiguo Israel y la Iglesia, el verdadero Israel. Aquí la mujer indudablemente es Israel, quien da a luz al Mesías. Pero en la parte final del capítulo, ella es la iglesia que es perseguida por su fe.
Aquí se admite, correctamente, que Israel como nación da origen al Mesías, pero, por otro lado, se da por sentado que «el resto de la descendencia de ella» es la comunidad cristiana. Esta cerca, pero no da en el blanco exactamente.
La opción que recibe el mayor apoyo exegético es la que entiende que la mujer simboliza al «Israel de Dios» (Gá. 6:16). Es cierto que el contexto inmediato, particularmente Apocalipsis 11:19 se relaciona con los propósitos pactados por Dios con la nación de Israel. El arca del pacto mencionada en dicho versículo apunta a la relación entre Dios e Israel. También está el hecho, como se ha observado, de que en Génesis 37:9-11, el sueño de José tiene que ver con el pueblo descendiente de Jacob. Además, en el Antiguo Testamento aparece repetidas veces la figura de Israel como una mujer con dolores de parto (Is. 26:17, 18; 66:7; Jer. 4:31; Mi. 4:10). Hay que añadir el hecho incuestionable de que fue la nación de Israel quien dio el Mesías al mundo (Ro. 9:5). La solución, pues, del problema tocante a quién simboliza la mujer de Apocalipsis 12:1 hay que procurarla mediante la exégesis del texto bíblico y de una hermenéutica congruente con las Escrituras, y no a través de deducciones teológicas prejuiciadas.
El apóstol Pablo nos dice explícitamente en la epístola a los Romanos que: «No los que son hijos según la carne [la nación de Israel] son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes» (Ro. 9:8). La misma enseñanza la repite en su epístola a los Gálatas, específicamente cuando mencionada la alegoría de Sara y Agar: «Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos; uno de la esclava, el otro de la libre. Pero el de la esclava nació según la carne; mas el de la libre, por la promesa. Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es Agar. Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre. Porque está escrito: Regocíjate, oh estéril, tú que no das a luz; Prorrumpe en júbilo y clama, tú que no tienes dolores de parto; Porque más son los hijos de la desolada, que de la que tiene marido. Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa» (Ga. 4:22-28).
Cuando hablamos del pueblo elegido de Dios—el «Israel de Dios» (Gá. 6:16)—hablamos de todos los que son descendientes espirituales de Abraham, tanto judíos como gentiles; todos los que han recibido el don divino de la fe y quienes por medio de ella obedecen a Dios; los verdaderos ciudadanos del reino de Dios. Los verdaderos descendientes de Abraham, en el Antiguo Testamento, son mayormente judíos, pero también hay gentiles entre ellos, como fácilmente lo demuestra la genealogía proporcionada en el Nuevo Testamento por Mateo (Tamara en 1:3; Rahab y Rut en 1:5, y Betsabé en 1:6, quien, aunque probablemente judía, está asociada con los gentiles al ser identificada por Mateo como «la que fue mujer de Urías», un Hitita). El mismo Abraham, el padre de la fe y de la nación de Israel, era gentil.
Obsérvese que son los astros—el sol, la luna y las estrellas—los que simbolizan a la nación de Israel según Génesis 37:9-11. Pero estos astros no son la mujer, sino que sólo la adornan en Apocalipsis 12:1. La mujer es una entidad separada de la nación de Israel pero adornada con los símbolos que representan a dicha nación. Concluimos, por lo tanto, que la «mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas» representa a las genealogías de Mateo y Lucas, que están compuestas tanto por descendientes naturales de Abraham (un remanente de judíos piadosos) como también por descendientes espirituales (gentiles piadosos convertidos al Dios de Abraham)—en esencia, el «Israel de Dios» (Ro. 9:8; Gá. 4:22-28; 6:16). Esta nación espiritual, es la mujer de Apocalipsis 12:1. El Mesías descendió sólo de una línea genealógica piadosa, santa, pura, compuesta tanto por judíos como por gentiles convertidos y adoradores del Dios único y verdadero. Esta mujer representa esa santa línea genealógica.
12:2
«Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento». Este versículo constituye una prueba adicional de que la mujer simboliza al «Israel de Dios» (Gá. 6:16). El cuadro que se presenta en el texto señala a muchos pasajes del Antiguo Testamento en los que Israel se asemeja a una mujer que está con dolores de parto (Is. 13:8; 21:3; 26:17, 18; Os. 13:13; Mi. 4:10). El símbolo es tomado del Israel nacional del la antigüedad, pero se aplica al Israel espiritual. Los verbos usados en el versículo son descriptivos de dolor profundo. «Clamaba» (krádsei) es el presente indicativo, voz activa del verbo que significa «gritar con voz fuerte». El tiempo presente destaca el aspecto continuo de la acción. La expresión «dolores de parto» (odínousa) es el participio presente, voz activa de odíno. Esta forma verbal describe el trauma de los dolores que siente una mujer durante el proceso del alumbramiento. La frase «en la angustia del alumbramiento» es epexegética, es decir, añade una descripción adicional de lo dicho anteriormente. Literalmente dice: «Y estando atormentada para parir». El profeta Isaías expresa el sentido de dicha frase cuando dice: «Como la mujer encinta cuando se acerca el alumbramiento gime y da gritos en sus dolores...» (Is. 26:17).
Apocalipsis 12:2 describe el nacimiento del Mesías a través del Israel espiritual—o el Israel de Dios—ya definido en el comentario del versículo 1. La referencia es, por supuesto, a la primera venida del Mesías a la tierra. El propósito divino de la supremacía del gobierno revelado en 12:1 no es posible aparte del nacimiento del hijo varón (12:5). El capítulo 12 presenta en una cápsula el propósito de Dios para el Israel de Dios centrado en Cristo. Los «dolores de parto» y la «angustia del alumbramiento» tendrán una consumación feliz que será el reinado glorioso del Mesías.
12:3
«También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas». Después de la primera señal, aparece una segunda. El vocablo «señal» (seimeion), al igual que en el caso anterior, sugiere que se refiere a algo simbólico. La revelación contemplada es la de «un gran dragón escarlata» (drákon mégas pyrrós). La primera señal tenía como centro a la mujer que es símbolo del Israel de Dios. La segunda tiene como centro al dragón escarlata que simboliza a Satanás. Obsérvese que ambas señales aparecen «en el cielo»—acentuando el aspecto espiritual de la mujer—aunque las actividades tanto de la mujer como la del dragón se efectuarán en la tierra.
La mitología oriental es notoria por el uso de la figura de monstruos. Babilonios, egipcios, asirios, heteos, cananeos y otros incluyen en su literatura seres con características semejantes a las del dragón de Apocalipsis 12:3. Los babilonios tenían a la hidra de siete cabezas. Tifón era el dragón egipcio que persiguió a Osiris. En el folklore cananeo el gran monstruo del abismo se conocía como Leviatán. Estrechamente asociada estaba Rahab (¿alias Tiamat?), el monstruo femenino del caos.
Alusiones a esos dragones no son extrañas en el Antiguo Testamento. Con bastante frecuencia se refieren metafóricamente a los enemigos de Israel. En el Salmo 74:14, Leviatán es Egipto. En Isaías 27:1 es Asiria y Babilonia. En otro sitio leemos de Faraón como «...el gran dragón que yace en medio de sus ríos...» (Ez. 29:3) y de Behemot, una gran bestia cuyos «miembros [son] como barras de hierro» (Job 40:18). Contra ese trasfondo, el dragón de la visión de Juan sería inmediatamente reconocido como el gran enemigo del pueblo de Dios.
Juan describe la segunda señal y describe las características siguientes: (1) «Grande» (mégas). Satanás es la más elevada de las criaturas. Nunca hace nada en escala pequeña. En este caso concreto, se opone al propósito central de Dios de manifestar su gloria en la tierra a través del Israel de Dios en Cristo. (2) «Escarlata» (pyrrós), es decir, «rojo fuego», «color de sangre». Este color sugiere el hecho de que el diablo es homicida desde el principio (Jn. 8:44). La mujer de Apocalipsis 12:1 está cubierta de gloria mientras que el dragón de Apocalipsis 12:3 está cubierto de sangre. (3) «Dragón» (drákon), es decir, «monstruo», «ser desfigurado y depravado», «distorsión de la creación». (4) «Siete cabezas». Las siete cabezas del dragón simbolizan los mismos siete imperios mundiales representados por las siete cabezas de la bestia que sube del mar en Apocalipsis 13:1-4 y 17:1-18, y los (5) «Diez cuernos» simbolizan los mismos reyes representados por los diez cuernos de la bestia que sube del mar en el pasaje recién citado. Los siete imperios mundiales son Egipto, Asiria, Babilonia, Medo-Persia, Grecia, Roma y el imperio final del Anticristo. (6) Las «siete diademas» revelan que Satanás es quien les ha dado a estos imperios poder para reinar y hacer su voluntad.
En el pasado, Satanás persiguió a Israel por medio de cada uno de estos seis primeros imperios con el fin de destruir la línea genealógica a través de la cual provendría el Mesías, impidiendo así su nacimiento. En el futuro, Satanás añadirá a un séptimo imperio con el fin de destruir al Israel de Dios de los últimos días. En la visión de Apocalipsis 13:1-4 y 17:1-18, son los cuernos de la bestia que sube del mar quienes tienen las diademas, no las siete cabezas, dando a entender que esta bestia, aunque compuesta por los mismos imperios ya mencionados, será liderada por una alianza de diez reyes que surgirán de entre los seis imperios del pasado pero que al unirse formarán un séptimo. Luego, de entre los diez reyes, surgirá el Anticristo transformándose en el onceavo rey, quien someterá a tres de los primeros diez creando así un octavo y final reino que procurará exterminar tanto a judíos como a cristianos. Esto es lo que nos muestra inequívocamente Daniel 7:7, 8, 24 y los pasajes paralelos del Apocalipsis.
12:4
«Y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese». El poder de Satanás es, sin duda, inmenso como lo demuestra el hecho de que «su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo». La Biblia reconoce la autoridad de Satanás (véanse Job 2:1-7; Zac. 3:1, 2; Mt. 4:1-11). Apocalipsis 12:4, sin embargo, no es una simple manera de ilustrar que Satanás es un ser poderoso sino que es una enseñanza respecto a sus actividades en los días finales y de cómo este personaje intenta impedir que el Mesías reine.
La frase «las estrellas del cielo» es una referencia a ángeles que cayeron junto con Satanás cuando éste se rebeló contra Dios. Probablemente la cifra «la tercera parte» no se refiera a la totalidad de los ángeles caídos. Los dos verbos utilizados en conexión con la primera acción del dragón son importantes: «Arrastraba» (syrei) significa «barría»; y «arrojó» (ébalen) quiere decir «lanzó», «tiró con fuerza». Ambos verbos sugieren el rudo trato de Satanás hacia sus propios seguidores. Obsérvese que el objeto de Satanás es «la tierra» (eis tein gein), porque el reino glorioso del Mesías tendrá lugar en dicho planeta.
Este versículo no describe la caída original de Satanás y sus demonios cuando Dios los expulsó del tercer cielo al segundo cielo o firmamento. El texto se refiere, más bien, tanto a las actividades demoníacas acaecidas durante la primera venida de Cristo como a las que tendrán lugar en los tiempos escatológicos que precederán la segunda venida del Señor, particularmente durante los años de la gran tribulación.
La segunda acción del dragón es emprendida contra la mujer y más concretamente, contra «el hijo varón» que estaba a punto de nacer: «Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese». El verbo «se paró» (ésteiken) es el perfecto indicativo, voz activa de hísteimi, que significa «colocarse», «ponerse», «tomar posición». Satanás se sitúa continuamente delante del Israel de Dios debido a la condición expectante que a través de los siglos ha esperado al que ha de venir, es decir, al Mesías.
El propósito final del dragón se expresa en la frase: «A fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese». El Mesías es el verdadero objeto de la furia satánica. El diablo sabe que el Cristo de Dios ha sido designado para derrotarlo y recuperar el dominio universal usurpado por el maligno. La historia bíblica da amplio testimonio tocante a los esfuerzos del enemigo de Dios para obstaculizar el plan divino respecto al establecimiento del reino. Algunos ejemplos concretos en el Antiguo Testamento son: El asesinato de Abel por su hermano Caín (Gn. 4:8), la corrupción de la raza humana con el fin de pervertir el linaje a través del cual descendería el Mesías (Gn. 6:1-12), los intentos por parte de Faraón y Abimelec de tomar a Sara (Gn. 12:10-20; 20:1-18), la intención de Abimelec de tomar a Rebeca por esposa (Gn. 26:1-18), el decreto de Faraón de destruir a los israelitas (Éx. 1:15-22), el plan de Amán contra los judíos (Est. 3-9). En el Nuevo Testamento sobresalen la orden de Herodes de matar a los niños de dos años abajo nacidos en Judea y los repetidos intentos de los judíos de matar a Jesús que culminaron con su muerte en la cruz. La Biblia, por lo tanto, pone de manifiesto que Satanás ha procurado con ahínco la destrucción del Mesías. La frase «para que cuando sea que ella dé a luz, él pueda devorar completamente a su hijo» (texto griego) sugiere, además, que Satanás no es omnisciente, sino que sólo conoce en parte. El dragón está en rebeldía contra quien originalmente lo creó «lleno de sabiduría, y acabado de hermosura» (véase Ez. 28:12-19). Dios terminará con esa rebeldía de manera final y total cuando los reinos del mundo vengan a ser del Señor y de su Mesías (Ap. 11:15).
12:5
«Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono». El plan satánico queda frustrado, en primer lugar, por el hecho del nacimiento del «hijo varón» y en segundo lugar, por ser «arrebatado para Dios y para su trono». El texto se refiere con toda seguridad al nacimiento del Mesías. Si bien es cierto que Dios utilizó a la virgen María como el medio a través del cual el Señor vino a la civilización humana (Mt. 1:16-25; Lc. 1:26-35) no es menos cierto que el capítulo 12 del Apocalipsis centra su atención en la línea genealógica mencionada en Mateo y Lucas (Mt. 1:1-17; Lc. 3:23-38) como la mujer que dio el Mesías al mundo.
La expresión «dio a luz» (éteken) es el segundo aoristo indicativo, voz activa de tíkto. El tiempo aoristo señala el acontecimiento en sí y el modo indicativo destaca la realidad histórica del mismo. La frase «un hijo varón» (huión áresen) literalmente significa «un hijo, un varón». El sustantivo «varón» (áresen) en sí mismo enfatiza la virilidad y la hombría de Cristo en su estricto reino mesiánico.
«Que regirá con vara de hierro a todas las naciones», literalmente, «quien está a punto de gobernar a todas las naciones con vara de hierro». Esta frase es una cita tomada directamente del Salmo 2:8, 9, donde Dios dice al Mesías: «Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás». El verbo «gobernar» o «regir» (poimaínein) se corresponde con el verbo «quebrantar» en el Salmo 2:9. Esa afirmación sólo tiene sentido si, como se ha afirmado repetidas veces a través de este comentario, el Mesías vendrá con poder y gloria para establecer su reinado de paz y de justicia. La referencia tiene que ser a la segunda venida del Mesías. Obsérvese que el texto dice que Él «gobernará [posiblemente, destruirá] a todas las naciones con vara de hierro». Una exégesis objetiva del texto que no vaya acompañada de prejuicios teológicos debe conducir a la conclusión de que el reino del Mesías profetizado en el Antiguo Testamento y anunciado por el mismo Jesús aún aguarda su segunda venida en gloria.
En su regreso triunfante, Cristo destruirá «todas las naciones» (pánta tá éthnei) y entonces ejercerá dominio sobre nuevas naciones que surgirán cuando Él instituya su reino. Una «vara de hierro» (hrábdoi sideirai) es aquella que no puede quebrarse ni resistirse. Este cuadro extraído del Salmo 2 requiere que el nacimiento dibujado aquí sea el de Jesucristo.
En resumen, el próximo acontecimiento en el orden profético tiene que ver con el gobierno del Mesías en la tierra. Ese gran suceso será precedido de los juicios de la gran tribulación. Después vendrán los juicios en los que todos los enemigos de Dios serán derrotados, incluyendo al dragón escarlata. El Mesías ocupará el trono de David y desde allí gobernará con justicia y paz.
«Y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono». Juan pasa por alto el ministerio terrenal de Cristo al igual que su muerte y resurrección. Aunque debe destacarse que el hecho de ser «arrebatado para Dios y para su trono» establece sin ambages la satisfacción del Padre celestial con la obra del Hijo y el derecho incuestionable del Hijo para ser el Rey-Mesías. El arrebatamiento del Hijo «para Dios y para su trono» no fue para que escapase de la hostilidad de Satanás sino para demostrar la derrota del dragón y su incapacidad de estorbar el cumplimiento del propósito eterno de Dios. También debe observarse la repetición de la preposición «para» (prós) con el caso acusativo. Dicho uso indica la meta o el límite hacia el que un movimiento es dirigido. El «hijo varón» es arrebatado para ocupar el sitio de privilegio junto al Padre celestial.
12:6
«Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días». Una vez más el exégeta confronta la pregunta: ¿Quién es «la mujer que huye al desierto»? Por supuesto que es la misma de Apocalipsis 12:1, 2, 4, 5. Es la misma que da al mundo el Mesías. Hay quienes afirman categóricamente que es «la Iglesia, Cuerpo de Cristo». Pero si la mujer es «la Iglesia, Cuerpo de Cristo» debe entenderse que en ella está la totalidad de los cristianos. Siendo así, entonces es necesario explicar quiénes son aquellos mencionados en Apocalipsis 12:17 y que se describen como «el resto de la descendencia de ella». Esa explicación está totalmente ausente del comentario de quienes identifican a la mujer como la Iglesia.
Una interpretación normal del texto pone de manifiesto que la mujer no es ni la Iglesia ni la virgen María sino la línea genealógica mencionada en Mateo y Lucas (véase Mt. 1:3-6), principalmente, y los descendientes de ella de cada nación de la tierra. Para el resto de su descendencia la gran tribulación tiene que ver con las persecuciones que sufrirá a manos del Anticristo por instigación de Satanás. De ahí que la mujer celestial huya al desierto. El desierto es tanto un lugar de disciplina como un sitio de provisión. Dios sacó al pueblo de Israel de Egipto y lo condujo al desierto. Allí el pueblo fue sustentado y disciplinado. El desierto es, además, un escenario de arrepentimiento. Juan el Bautista salió al desierto de Judea y desde allí llamó a sus paisanos al arrepentimiento (Mt. 3:1-12). Durante los «mil doscientos sesenta días» de la tribulación, el Anticristo lanzará una persecución inmisericorde contra la descendencia de esta mujer (Mt. 24:15-22; Lc. 21:20-24). El Antiguo Testamento también revela que la nación de Israel confrontará días difíciles antes de ser bendecida de Jehová (véanse Dn. 7:23-27; Jer. 30:7-9; Ez. 20:33-38).
El texto no dice nada respecto a la localización geográfica del desierto a donde la mujer huirá. Lo que sí dice es que en dicho desierto «tiene lugar preparado por Dios». El vocablo «preparado» (heitoimasménon) es el participio perfecto, voz pasiva de heitoimmádso, que significa «preparar». El tiempo perfecto en la voz pasiva sugiere un estado de preparación permanente, es decir, «lo que se ha preparado y ahora permanece listo». Y el lugar es preparado «por Dios» (apo tou theou), es decir, «de Dios» como la fuente u origen de procedencia de dicha preparación. La idea de la frase podría ser que el lugar es preparado para la mujer por mandato expreso de Dios.
«Para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días». Esta cláusula indica propósito. El verbo «sustenten» (tréphosin) es el presente subjuntivo, voz activa de trépho, que significa «alimentar», «sustentar». Dios utilizará medios, probablemente humanos, para sustentar a Su pueblo mientras esté en su refugio en el desierto. No es de dudarse que ese es el grupo al que Cristo se refiere cuando dice: «Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mt. 25:35-40).
El período de tiempo señalado en el texto es de «mil doscientos sesenta días», y si el lector ha seguido este comentario desde el principio ya está familiarizado con él. Dicho espacio de tiempo equivale exactamente a cuarenta y dos meses, es decir, tres años y medio o tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo (véase Ap. 11:2, 3; 12:14; 13:5). Puesto que este período se corresponde con el de la persecución o tribulación del pueblo de Dios a manos del Anticristo, y con el ministerio de los dos testigos en Jerusalén y con la duración de la supremacía del Anticristo en la ciudad santa, es evidente que estos eventos corren paralelos. Carece de fundamento exegético afirmar que dicho espacio de tiempo alude «a la época que comienza con la primera venida de Cristo y se extiende hasta la segunda venida para juicio». Dicha afirmación se deriva de una flagrante alegorización del texto bíblico y en ningún caso es el producto de una exégesis del texto que toma en cuenta el ambiente o el argumento del Apocalipsis.
En resumen, los mil doscientos sesenta días de Apocalipsis 12:6 son equivalentes a los «cuarenta y dos meses» de Apocalipsis 11:2. También es el mismo espacio de tiempo que dura el ministerio de los dos testigos (Ap. 11:3). Pero aún hay más: Los 1260 días durante los cuales la mujer es sustentada en el desierto equivalen a los 42 meses que durará el reinado de terror que el Anticristo desencadenará contra «el resto de la descendencia de ella» (Ap. 12:17), de la mujer celestial de este capítulo. Puesto que la duración de la hegemonía del Anticristo durará exactamente 42 meses (Ap. 13:5) y puesto que dicho período se corresponde con la segunda mitad de la semana setenta de Daniel, no es posible que se refiera ni a la era comprendida entre la primera y segunda venida de Cristo ni a la época entre la ascensión y la venida en gloria de nuestro Señor.
La enseñanza generalmente aceptada de que el Anticristo surgirá siete años antes del final de la edad presente y consumará un pacto con los judíos en un templo reconstruido, y hará este pacto con ellos por un período de siete años, no tiene ningún fundamento en la escritura. Para una explicación de la semana setenta de Daniel ver aquí.
12:7
«Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles». Una traducción más literal del texto sería: «Y se produjo una campaña bélica en el cielo, Miguel y sus ángeles hacían guerra con el dragón, y el dragón y sus ángeles guerreaban». El texto describe una verdadera guerra cósmica. Los participantes son seres angelicales. No se trata de una batalla aislada sino de una campaña bélica. El primer protagonista mencionado es Miguel, el único ángel designado en las Escrituras como arcángel (véase Jud. 9). En el libro de Daniel se le llama «uno de los principales príncipes» (Dn. 10:13) y Daniel 12:1 dice que Miguel es «el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo [Israel]». El arcángel Miguel es acompañado por un ejército angelical designado como «sus ángeles».
La guerra cósmica, tema del versículo, no se refiere a algo ocurrido en tiempos de Juan ni tampoco es la caída original de Satanás. Tampoco es un acontecimiento relacionado con la crucifixión de Cristo. La guerra entre Miguel y el dragón descrita en Apocalipsis 12:7 tiene que ver con algo que ha de ocurrir en tiempos escatológicos. El dragón será expulsado del cielo de tal modo que no tendrá nunca más acceso a dicho lugar. La expulsión de Satanás y su exclusión total de acceso al cielo hace que se llene de ira contra la mujer y su simiente. Este conflicto cósmico, por lo tanto, será el que gatillará la gran tribulación contra el pueblo de Dios, la mujer celestial de este capítulo, «el resto de la descendencia de ella» (Ap. 12:17). Concretamente, cuando estén para comenzar los tres años y medios finales de esta era. Ese será el tiempo en que el pueblo de Dios sufrirá la más severa de las persecuciones (Mt. 24:21).
Esta guerra cósmica es la señal que anuncia el pronto el inicio de estos terribles y últimos «mil doscientos sesenta días». Es también, la segunda señal sobrenatural que Dios le dará a Su pueblo para que levante la cabeza porque su redención está cerca (Lc. 21:28). ¿Recuerda el lector cuál es la primera señal y dónde la mencionamos?
12:8, 9
«Pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él». Estos dos versículos sintetizan la expulsión de Satanás del cielo. Por voluntad soberana de Dios se le había permitido acceso hasta donde podía proferir acusaciones contra los redimidos, pero después de su derrota frente a Miguel ese privilegio le queda vedado para siempre.
El lenguaje del texto es enfático: «Pero no prevalecieron». El verbo «prevalecieron» (íschysen) es el aoristo indicativo, voz activa de ischyo, que significa «ser fuerte», «ser capaz». Este verbo aunque en el tiempo aoristo tiene función de futuro (uso proléptico). El aoristo indicativo destaca la realidad del acontecimiento, es decir, aunque ha de ocurrir en el futuro será algo tan cierto que se da por realizado. El dragón y sus ángeles «no serán capaces» de combatir con éxito al ejército angelical comandado por el arcángel Miguel.
«Ni se halló ya lugar para ellos en el cielo». No sólo ocurre la derrota de Satanás y su ejército, sino también su expulsión del cielo. Aunque resulta incomprensible a la mente humana que el diablo haya tenido acceso al cielo (Job 1:6; Zac. 3:1), el Dios soberano se lo ha permitido. Después de esta expulsión, sin embargo, el maligno no volverá a tener acceso en la presencia de Dios. Nunca más volverá a acusar a los santos.
La expulsión de Satanás del cielo será un desalojo violento como lo demuestra el uso triple del verbo «fue lanzado» (ebléithei), «fue arrojado» (ebléithei) y «fueron arrojados» (ebléitheisan). No podría ser de otra manera. El maligno es un usurpador que pretende aferrarse a lo que no le pertenece. El desalojo del dragón del cielo es uno de los tres pasos en su alienación de aquí en adelante. Además de esto, estará en el abismo por mil años (Ap. 20:1-3) y luego en el lago de fuego como su morada eterna (Ap. 20:10).
Los calificativos usados respecto al enemigo de Dios en el texto griego son sorprendentes: «el gran dragón» (ho drákon ho mégas) o sea «el dragón, es decir, el grande». Esta designación tiene por objeto destacar el carácter temible y repulsivo del gran usurpador. «La serpiente antigua» (ho óphis ho archaios), es decir «la serpiente, quiero decir, la antigua». Sin duda que esta particularización apunta hacia el huerto del Edén (Gn. 3:1-24) cuando el maligno produjo la caída del hombre (véase 2 Co. 11:3). El sustantivo «serpiente» sugiere sutileza para engañar. Sus asechanzas no cesan ni tampoco su pertinaz deseo de llevar al hombre al pecado (véanse Ef. 6:11; 2 Ti. 2:26).
«Que se llama diablo y Satanás», literalmente «el que es llamado diablo y el Satanás». El vocablo «diablo» (diábolos) significa «calumniador», «difamador», «falso acusador». Dicho ser es el calumniador de los siervos de Dios delante de la presencia divina, que procura de esta forma separarlos de Dios. «Satanás» significa «adversario», «oponente», «contrincante». No sólo es el enemigo de Dios, sino que también es el principal enemigo de la humanidad. Satanás es el fundador y rey del reino de las tinieblas. Este es un reino fraudulento que pretende competir con el reino de Dios. El creyente en Cristo ha sido librado de la potestad de dicho reino y trasladado al reino de Dios (Col. 1:13).
La actividad principal de Satanás es la de subvertir el reino de Dios. Con ese fin «como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar» (1 P. 5:8). Es mentiroso y el padre de la mentira (Jn. 8:44). Una de sus armas más eficaces es la de sembrar la duda en la mente del ser humano, principalmente en lo que concierne a las promesas de Dios (2 Co. 11:3). El creyente debe recordar que Satanás es un adversario sobrenatural que sólo puede ser resistido y vencido con la ayuda de Dios (véanse Stg. 4:7; Jud. 9).
«El cual engaña al mundo entero». Satanás es el especialista del engaño. No sólo engañó al ser humano en el huerto del Edén, sino que a través de toda su carrera ha engañado a la humanidad. Obsérvese que su actividad es universal («al mundo entero»). El vocablo «mundo» (oikouménein) significa «la tierra habitada». El objeto del engaño satánico son los hombres y mujeres de todas las naciones (véanse 2 Co. 1:11, 11:3, 14; 2 Ti. 2:24; Ap. 18:23, 20:10). La sociedad humana yace bajo la influencia del maligno (1 Jn. 5:19). Los sistemas económicos, sociales, educacionales, políticos e incluso los medios de comunicación funcionan influenciados por el poder del diablo. El gran enemigo de Dios es una parodia de la misma verdad de Dios. Él engaña mediante la diseminación de mentiras acerca de Dios.
«Fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él». Esta acción tiene lugar antes de la gran tribulación y la gatillará, precisamente cuando el Anticristo se convierta en el gran líder o dictador con autoridad mundial y decrete la persecución total de la descendencia de la mujer, es decir, el remanente del linaje santo de Israel. La tierra y sus habitantes, además, sufrirán a causa de la presencia no sólo de Satanás, sino también de sus ángeles o demonios. Precisamente es esto lo que hace de la tribulación la época de mayor actividad satánica jamás experimentada en la tierra.
Una observación adicional debe hacerse en esta coyuntura. Hay escritores cuya persuasión teológica (amilenialismo y post-milenialismo) les lleva a sugerir que Satanás fue atado o neutralizado a raíz de la primera venida de Cristo. Se citan textos como Juan 12:31; Mateo 10:1; Juan 17:5; Hebreos 2:14 y otros, para apoyar la teoría de que Satanás ya fue encadenado. El problema, una vez más, es exegético y hermenéutico. Los pasajes mencionados fundamentalmente tratan de la base sobre la cual Satanás es condenado (Jn. 12:31) o de los beneficios que la obra de Cristo trae a los creyentes, librándoles del poder del maligno (Jn. 17:5; He. 2:14). Pero en ningún caso dichos versículos enseñan que Satanás haya sido atado o neutralizado a raíz de la primera venida de Cristo. Uno sólo tiene que leer pasajes tales como 1 Pedro 5:8, donde se dice: «Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar». Debe tomarse en cuenta, también las numerosas advertencias hechas a los creyentes respecto a las actividades satánicas en contra de los fieles (véanse 2 Co. 2:11; 12:7; 1 Ti. 1:20; Ef. 4:27; 6:11; 2 Ti. 2:26). Confundir el cuidado que el Señor tiene de sus hijos, cosa que es incuestionable en las Escrituras, con la neutralización de las actividades de Satanás en el mundo es exegéticamente injustificable.
Cuando Cristo vino la primera vez, comenzó su ministerio terrenal anunciando el mensaje del arrepentimiento y del acercamiento del reino de los cielos en su persona. El Señor Jesús echó fuera demonios y dio a sus discípulos el poder de hacer lo mismo. Esa era una demostración de la presencia de los poderes del reino. En el reino del Mesías, como se comentará más adelante, Satanás está totalmente sometido y los demonios estarán absolutamente ausentes del reino glorioso del Mesías. Una de las cosas que hará que el reino sea lo que será es el hecho de la ausencia total de Satanás. Pero eso no ha ocurrido todavía. El diablo ha estado activo en el mundo y lo estará hasta que sea encarcelado primero en el abismo, y a la postre sea echado en el lago de fuego para siempre (Ap. 20:10).
12:10
«Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche».
El texto no identifica el origen de la «gran voz en el cielo». Es posible que la voz provenga de uno de los mártires mencionados en Apocalipsis 6:10, porque parece raro que proceda de algún ser angelical, puesto que los ángeles por lo general no llaman a los redimidos «nuestros hermanos». Nadie, sin embargo, puede ser dogmático en este punto. No debemos olvidar que Apocalipsis significa «descorrer el velo», «revelar». Es decir, en el Apocalipsis se nos muestran procedimientos y protocolos entre los ángeles, Dios y los hombres que de ninguna manera podríamos conocer estudiando el resto de las Escrituras.
La voz pronuncia una hermosa doxología. En la alabanza se reconoce tanto a Dios el Padre como al Hijo. «Ahora ha venido» (arti egéneto). Esta frase expresa prolépticamente la caída de Satanás y el establecimiento del reino del Mesías. El adverbio «ahora» (arti) tiene la fuerza de «ahora mismo» y el verbo «ha venido» (egéneto) es el tiempo aoristo, modo indicativo de gínomai. La forma verbal es pasada, pero se usa para destacar la realidad del acontecimiento. El hecho es tan cierto que, aunque tendrá lugar en el futuro, ya se da por realizado.
El texto expresa alabanza por la venida del reino y por la exclusión de Satanás: «la salvación» (hei soteiría), es decir, «la liberación». Satanás es el gran esclavizador. Su derrota y su exclusión de todo acceso en el cielo significan liberación de su potestad y victoria para quienes han puesto su confianza en el Mesías (véase Ap. 7:10; 19:1). La salvación mencionada aquí como inminente se refiere no a la salvación de la culpabilidad del pecado, sino a la salvación en el sentido de liberación y de la consumación del programa divino.
«El poder» (hei dynamis). Este sustantivo significa «poder dinámico», «poder inherente», «poder que reside en algo en virtud de su naturaleza». El poder dinámico inherente en Dios se ha manifestado en el nacimiento del Mesías, su muerte, resurrección y glorificación. Se ha manifestado, además, en su victoria rotunda sobre el dragón (Ap. 12:11; 20:10).
«Y el reino de nuestro Dios». La referencia es al reino que el Mesías establecerá cuando venga con majestad y gloria. Ese es el reino por el que Jesús dijo a sus discípulos que orasen «Venga tu reino... » (Mt. 6:10). Hay expositores que afirman que ese reino comenzó con el ministerio terrenal de Jesús y que es una realidad presente. Si bien es cierto que hay una manifestación presente del reino, también es cierto que la forma presente del reino no es el reinado glorioso del Mesías profetizado en las Escrituras. La forma presente del reino no cumple en ningún sentido las palabras de Apocalipsis 11:15 ni las de 12:10. El desalojo de Satanás del cielo ocurre como resultado de la campaña bélica entre Miguel y sus ángeles y el dragón y sus ángeles. No tiene lugar en conexión con el suceso de la cruz. La victoria de los creyentes a través de la sangre del Cordero mencionada en el versículo 11 abarca un período de tiempo que precede la victoria de Miguel. Conjuntamente con la manifestación del reino de Dios está «la autoridad de su Cristo» (hei exousía tou Christou autou), es decir, el derecho o la potestad que el Mesías tiene de ejercer el gobierno del reino mesiánico. El Mesías (Cristo) es el Ungido de Jehová (Sal. 2:2). Él es el rey que ha de reinar sobre toda la tierra desde Sión, el santo monte de Jehová (Sal. 2:6). Las declaraciones de alabanza de Apocalipsis 12:10 constituyen una prolepsis, es decir, una anticipación de lo que ha de ocurrir con toda certeza.
«Porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de Dios día y noche». El vocablo «porque» (hóti) es explicativo del porqué ha venido la salvación, el poder, el reino de Dios y la autoridad de su Mesías. El vocablo «acusador» (katéigór) designa una de las principales actividades de Satanás. El acusador no descansa sino que de forma continua hace sus pronunciamientos legales en contra de los creyentes que aún permanecen en la tierra. La gran bendición es que el creyente tiene a un Abogado perfecto que lo defiende delante de Dios (véase 1 Jn. 2:1, 2). «El acusador de nuestros hermanos» ha tenido acceso al cielo desde su caída hasta que es expulsado por Miguel y sus ángeles. Pero como señal del inicio de la gran tribulación será «lanzado fuera» (ebléithei) del ámbito celestial y no podrá continuar con su actividad en el cielo, porque en la tierra tendrá todavía 1.290 días para perseguir a los santos de Dios.
12:11
«Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte». Las acusaciones de Satanás no tienen éxito. Los santos que son acusados por Satanás son «más que vencedores» (Ro. 8:37). El texto de Apocalipsis 12:11 es enfático: «Y ellos mismos le han vencido a causa de la sangre del Cordero y a causa de la palabra del testimonio de ellos y no amaron sus vidas hasta la muerte». El diablo y sus huestes fueron derrotados «en la cruz» (Col. 2: 5) y en Apocalipsis 12:8, 9 fueron vencidos y expulsados del ámbito celestial. Finalmente, los santos vencen al acusador debido a la sangre del Cordero, es decir, de su sacrificio perfecto que ha hecho posible la purificación de los pecados (He. 1:3). Evidentemente, el texto señala de manera concreta a los mártires que no se doblegarán frente a las persecuciones desencadenadas por el Anticristo. El verbo «han vencido» (eníkeisan) es el aoristo indicativo, voz activa de nikáo, que significa «vencer», «ser victorioso». Dicho verbo se usa prolépticamente, es decir, dando por sentado anticipadamente algo que, sin duda, ha de ocurrir. Obsérvese que en el texto griego aparece dos veces la preposición dia, usada en el caso acusativo. En ese caso, dicha preposición denota la base sobre la cual se obtiene la victoria y no el medio o la agencia. La sangre del Cordero, es decir, su muerte sustituta es la base sobre la cual el cristiano vence al acusador. «La palabra del testimonio de ellos» se refiere al hecho de que el testimonio de ellos está igualmente fundado sobre la Palabra de Dios. Lo que dicen armoniza perfectamente con el contenido de la Palabra de Dios. Además, los mártires acompañan el mensaje que predican con hechos concretos: «Menospreciaron sus vidas hasta la muerte».
En el texto griego dice: «Y no amaron sus vidas hasta la muerte». El verbo «amaron» (eigápeisan) es el aoristo indicativo, voz activa de agapáo, que significa «amar con lealtad», «amar con profundidad». «No amaron sus vidas» expresa la extensión de esta victoria; por causa de Cristo vencieron el amor natural por la vida. Su desapego hacia la vida fue llevado hasta el punto de estar dispuestos a morir por su fe.
Lo que los mártires mencionados hicieron no fue una búsqueda morbosa de la muerte, sino que demostraron una convicción semejante a la de Ananías, Misael y Azarías, quienes sabían cuál era el precio que tendrían que pagar por ser fieles al Dios eterno (Dn. 3). Como aquellos tres jóvenes no se doblegaron delante de sus acusadores, así los santos mencionados en Apocalipsis 12:11 no se doblegaron delante del acusador, sino que optaron por ser fieles hasta la muerte.
12:12
«Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo». «Por lo cual» (dia touto) significa «por esta razón», es decir, por el hecho de la certeza de la derrota de Satanás y del establecimiento del reino del Mesías y todo lo que eso comporta. «Alegraos, cielos, y los que moráis en ellos». El llamado a regocijarse parece guardar conexión con el hecho de que ya Satanás no tiene acceso al cielo. La expresión «cielos, y los que moráis en ellos» se refiere a los ángeles que sirven y adoran a Dios. Los ángeles se regocijan de que el enemigo de Dios ha sido totalmente excluido de su presencia.
Lo que causa regocijo entre los ángeles será motivo de angustia para los habitantes de la tierra. «¡Ay de los moradores de la tierra y el mar!» Esta frase no se refiere al tercero de los tres ayes mencionados en Apocalipsis 8:13. El último de los ayes de 8:13 tiene que ver con el derramamiento de las copas con las que la ira de Dios se consuma (Ap. 16). El ay de Apocalipsis 12:12 se relaciona con la expulsión de Satanás del cielo a la tierra. Dicha expulsión, como ya se ha mencionado, es la señal que marca el inicio de la gran tribulación. Es durante esos 1.290 días finales de la era cuando Satanás lanzará su más enconada persecución contra todo aquel que se niega a llevar la marca de la bestia en su frente.
«Porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo». Esta cláusula expresa la razón de la advertencia hecha a los habitantes de la tierra: «El diablo ha descendido a vosotros con gran ira». El verbo «ha descendido» es un aoristo efectivo, modo indicativo. Esta forma verbal destaca la realidad concreta de un acontecimiento. El descenso del diablo será una realidad que causará serios estragos en la vida de muchos seres humanos. Su descenso es «con gran ira» (échon thymon mégan), literalmente, «teniendo gran ira». El vocablo traducido «ira» en este versículo es thymón, que sugiere un estado mental emocional en lugar de un estado racional. El término thymón implica el concepto de «arder o hervir de ira». La razón por la cual Satanás ha de «hervir de ira» se expresa en frase causal: «sabiendo que tiene poco tiempo». El gerundio «sabiendo» es el participio perfecto, voz activa de oida. Él sabe que tiene poco tiempo para actuar. En realidad, después que sea arrojado a la tierra sólo tendrá 1.290 días para llevar a cabo sus actividades entre la humanidad. Antes de la inauguración del reino, Satanás será confinado al pozo del abismo, donde será encarcelado por míl años, es decir, el tiempo que durará el aspecto histórico del reino del Mesías (Ap. 20:1-3). A la postre, Satanás con sus demonios, la bestia y el falso profeta serán echados en el lago de fuego que arde con azufre.
Actualmente, el Adversario sigue engañando a los hombres mediante falsas religiones que niegan la divinidad de Jesucristo, el hecho del pecado, la necesidad de un Salvador y de la cruz, y hasta la misma existencia de Satanás. Opera a través de ideologías anticristianas y de dirigentes impíos que tratan de eliminar el testimonio cristiano de sobre la faz de la tierra. También lo hace por medio del auge del ocultismo y el atractivo de los modelos de vida materialista. Su obra maestra, sin embargo, actualmente estriba en convencer a la gente de que no existe y que creer en él es retroceder a la mentalidad medieval.
Esto es lo que Satanás ha estado haciendo en el mundo hasta el día de hoy. Esas actividades satánicas no parecen ser las de alguien que esté encarcelado o neutralizado. Si es cierto que la derrota de Satanás ha sido asegurada mediante la muerte, resurrección y glorificación de Cristo, no es menos cierto que Dios, por su voluntad soberana, permite que el maligno siga actuando el mundo. Dios ha permitido que Satanás tenga acceso hasta su misma presencia. Pero de allí será expulsado y excluido para siempre cuando sea derrotado por el arcángel Miguel. Será arrojado a la tierra e iniciará la gran tribulación contra los santos de Dios. Sus actividades, sin embargo, durarán poco tiempo, es decir, 1.260 días de la tribulación misma más 30 días adicionales en los que, en medio de la ira de Dios siendo derramada sobre el mundo, juntará a los ejércitos de la tierra para librar la batalla de Armagedón (Ap. 16:13-16). Será entonces que Cristo se manifestará con poder y gloria para inaugurar su reino (Ap. 19:11-21). Entonces Satanás será enviado al pozo del abismo y posteriormente será echado en el lago de fuego y azufre por toda la eternidad (Ap. 20:1-3, 10). La ausencia de Satanás y sus demonios será total durante la era del reino mesiánico. Ese será uno de los factores que hará posible que haya paz, justicia y santidad en la tierra entre los habitantes del reino (Is. 11:1-10; 65:17 -25; Mi. 4:1-5; Zac. 14:8-21).
La expulsión de Satanás del cielo y su llegada a la tierra es la tercera señal sobrenatural que Dios le dará a Su pueblo para que levante la cabeza porque su redención está cerca (Lc. 21:28). ¿Recuerda el lector cuáles son la primera y segunda señales y dónde las mencionamos?
12:13
«Y cuando vio el dragón que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón». El principal objetivo del dragón era destruir la simiente de la mujer. El versículo 4 dice que el dragón tomó posición delante de la mujer «... a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese». Como se ha mencionado ya, Satanás trató de cumplir su propósito a través de Herodes y de los judíos, pero fracasó en su empeño. El Mesías murió y pagó con su sangre el rescate por el pecador, resucitó de entre los muertos y ascendió a la diestra del Padre (He. 1:3). El plan satánico de «devorar» al Mesías e impedir que efectuase la obra redentora fracasó rotundamente.
Habiendo fracasado en su empeño de destruir al Mesías, Satanás arremete contra la mujer (el Israel de Dios) que lo trajo al mundo. El dragón es demasiado astuto para ignorar el hecho de que su expulsión final del cielo es irreversible. Pero reconoce también que su posición en la tierra ofrece nuevas oportunidades. Si no puede atacar directamente al hijo de la mujer, puede hacerle daño al hijo a través de la mujer (véanse Mt. 25:45; Hch. 9:4). Aunque el Israel de Dios ha sufrido diversas calamidades en el pasado en Asia, África y el Medio Oriente, e incluso sigue padeciendo en el presente, nada de lo ocurrido hasta ahora parece cumplir la persecución profetizada en Apocalipsis 12. Lo más coherente con el ambiente del Apocalipsis es entender que la persecución satánica descrita en este versículo será el cumplimiento de lo profetizado por el Señor en Mateo 24:15-28 y Marcos 13:14-23. A raíz de su exclusión del cielo para iniciar en la tierra la gran tribulación, Satanás arremeterá con ira incontrolada contra la descendencia del Israel de Dios y «perseguirá» a la mujer con el fin de destruirla totalmente e impedir así que se cumpla el pacto abrahámico.
12:14
«Y se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila, para que volase de delante de la serpiente al desierto, a su lugar, donde es sustentada por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo». La protección de la mujer de la persecución satánica durante el inicio de la gran tribulación es efectuada mediante un acto sobrenatural. La frase «se le dieron» (edótheisan) es el aoristo indicativo, voz pasiva de didomi. La voz pasiva tiene una función teológica o de «pasivo divino», es decir, Dios es quien da. El Dios soberano da a la mujer la protección necesaria en tiempos angustiosos tal como lo hizo cuando liberó al pueblo de la esclavitud en Egipto (véanse Éx. 19:4; Dt. 32:11). La figura «las dos alas de la gran águila» es emblema de una liberación sobrenatural. El águila es conocida como la reina de las aves. Se caracteriza por su fortaleza y la agudeza de su visión. Además, vuela más alto que ninguna otra ave. De manera que la figura es un excelente símbolo de la manera milagrosa que Dios utilizará para proteger a su pueblo.
Como un águila que revuelve y cuida de su nido, y vuela vigilante sobre sus polluelos, así la Shekinah de Dios cubrió a Israel, y la sombra de la Shekinah se extendió sobre su pueblo; y como una águila extiende sus alas sobre sus polluelos, los carga y transporta sobre sus alas, así Dios los llevó y los transportó, y los hizo habitar en los lugares fuertes de la tierra de prometida. Y lo que hizo en el pasado, lo hará de nuevo en el futuro.
Las «alas de la gran águila» le permitirán a la mujer huir de la persecución de la serpiente. El lenguaje metafórico significa que Dios proveerá un lugar para la protección de su pueblo y los medios para que escape a dicho lugar. La Biblia no revela dónde estará dicho lugar, sólo dice que está en «el desierto» (tein éreimon) y que es el lugar de ella (ton tópon auteis). Algunos han especulado que será en las ruinas de la ciudad de Petra (Edóm), pero dicha sugerencia es especulativa. La visión de la mujer es un símbolo, y todo lo que aparece en el capítulo también lo es. Por lo tanto, es mejor entender «el desierto» también como simbólico del mundo entero, puesto que la mujer es un símbolo universal que representa, en el pasado, a la línea genealógica a través de la cual descendió el Mesías, y, en el futuro, a los redimidos de Dios de todas las razas. Lo que sí puede asegurarse es que dondequiera que dicho lugar de protección esté, Dios sustentará a la mujer-nación «por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo», es decir, por tres años y medio que será exactamente la duración de la gran tribulación. Además, dicho lugar estará fuera del alcance de Satanás.
12:15, 16
«Y la serpiente arrojó de su boca, tras la mujer, agua como un río, para que fuese arrastrada por el río. Pero la tierra ayudó a la mujer, pues la tierra abrió su boca y tragó el río que el dragón había echado de su boca».
El versículo 15 pone de manifiesto que Satanás posee capacidades sobrenaturales. Con el fin de alcanzar su propósito de destruir la mujer, el maligno «arrojó de su boca, tras la mujer, agua como un río». Obsérvese la figura de dicción llamada símil: «agua como un río», lo que destaca el carácter simbólico de todo el relato. El «río» aquí simboliza los ejércitos humanos que perseguirán a la mujer, y trae a la memoria Isaías 59:19b, que dice: «porque vendrá el enemigo como el río, mas el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él». Nótese la semejanza de este «río» con la invasión que efectuará el Anticristo en Israel y los países vecinos: «Pero al cabo del tiempo el rey del sur [el rey de Egipto] contenderá con él [el Anticristo]; y el rey del norte [el Anticristo] se levantará contra él [el rey de Egipto] como una tempestad, con carros y gente de a caballo, y muchas naves; y entrará por las tierras, e inundará, y pasará. Entrará a la tierra gloriosa [Israel] , y muchas provincias caerán; mas éstas escaparán de su mano: Edom y Moab, y la mayoría de los hijos de Amón. Extenderá su mano contra las tierras, y no escapará el país de Egipto. Y se apoderará de los tesoros de oro y plata, y de todas las cosas preciosas de Egipto; y los de Libia y de Etiopía le seguirán. Pero noticias del oriente y del norte lo atemorizarán, y saldrá con gran ira para destruir y matar a muchos. Y plantará las tiendas de su palacio entre los mares y el monte glorioso y santo [el monte Moriá en Jerusalén] ; mas llegará a su fin, y no tendrá quien le ayude» (Dn. 11:40-45).
El objetivo de este río humano de enemigos anticristianos es para arrastrar a la mujer («para que fuese arrastrada»); es decir, para destruirla. Satanás se percata de que la mujer se escapa de su alcance y arroja tras ella un ejército de perseguidores que se asemejan a un río, con el fin de acabar con ella. A pesar del lenguaje metafórico (o tal vez debido a éste), la idea del versículo es clara: El enemigo de Dios y de su pueblo hace un esfuerzo sobrenatural para intentar exterminar al Israel de Dios.
La protección divina no le falta a la mujer. Aunque el texto no lo expresa así, hay suficientes precedentes para afirmar que la tierra «abrió su boca y tragó el río» por decreto divino. El cántico de Moisés dice: «Extendiste tu diestra, la tierra los tragó. Condujiste en tu misericordia a este pueblo que redimiste; lo llevaste con tu poder a tu santa morada» (Éx. 15:12, 13). El faraón egipcio quiso destruir al pueblo de Dios, pero «la tierra los tragó» y el pueblo fue librado. Hay otros casos en los que Dios abrió la tierra para que se tragase a los transgresores (véanse Nm. 16:28-33; 26:10; Dt. 11:6; Sal. 106:17). Algunos expositores intentan darle una explicación natural o racionalista tanto al agua arrojada por Satanás como al abrirse de la tierra para tragar el agua. El texto bíblico, tanto en el Apocalipsis como en otros pasajes, sugiere que se trata de acciones sobrenaturales. Dios está efectuando la consumación de su propósito eterno que implica la manifestación de su reino. El maligno, es decir, Satanás intenta obstruir el plan de Dios y el cumplimiento del pacto abrahámico. Si Satanás logra destruir a la mujer, el pacto abrahámico no podría cumplirse. Pero el dragón no es contrincante para hacer frente a los poderes dados por Dios.
12:17
«Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo». El fracaso de Satanás produce en él una reacción de «ira contra la mujer», o sea, se puso furioso debido a la mujer. Y al no poder descargar su ira sobre la mujer a quien Dios protege, Satanás «se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella». Este grupo de creyentes, evidentemente no está en el sitio de protección donde está la mujer.
¿Quiénes están incluidos en la frase «el resto de la descendencia de ella»? Hay quienes piensan que la frase se refiere a gentiles cristianos. Otros creen que se refiere a cristianos individuales sin diferenciar origen racial. También están los que piensan que Juan está hablando de un remanente judío diferente de la mujer que representa a Israel como un todo.
Más razonable que especular y opinar al respecto es dejar que el mismo texto inspirado identifique a «el resto de la descendencia de ella». A continuación de esta frase el resto su descendencia son «los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo». Esta revelación debiera bastar para zanjar toda discusión en cuanto a la identidad de «el resto de la descendencia de ella». El texto inspirado los identifica como creyentes tanto gentiles como judíos. Puesto que la mujer está compuesta tanto por creyentes gentiles y judíos, es obvio que su descendencia tenga su misma naturaleza de acuerdo a la ley natural y espiritual de Dios, que ha estipulado que su creación debe reproducirse «según su género» (Gn. 1:11), «según su naturaleza» (Gn. 1:12) y «según su especie» (Gn. 1:21). Ningún judío puede guardar los mandamientos de Dios sin haber obedecido el mandamiento de Dios de arrepentirse y recibir al Mesías como su salvador personal (Hch. 17:30). Y los que «tienen el testimonio de Jesucristo» son todos los que han conocido el poder redentor del Señor Jesucristo, ya sean gentiles o judíos, puesto que todos los santos hemos sido llamados a ser testigos del Señor. (Véase 52 versículos bíblicos sobre los testigos de Jesucristo).
12:18
«Y se detuvo sobre la arena del mar». Este versículo no aparece en la Reina-Valera 1960, aunque sí aparece en la primera parte de Apocalipsis 13:1, con la variante del verbo en la primera persona singular. La mejor lectura, sin embargo, es la que se ofrece en este comentario, ya que tiene el apoyo de los mejores manuscritos.
El sujeto del verbo «se detuvo» (estáthei) es el dragón, quien ha fracasado doblemente. Su persecución de la mujer no tiene éxito, porque Dios le ha preparado a ella un lugar y también la sustenta por un período de tres años y medio, o sea, el tiempo que dura la gran tribulación. También fracasa en su guerra «contra el resto de la descendencia» de la mujer porque es posible que Dios no permita que muchos de sus redimidos sufran daño alguno. Muchos deberán morir por su fe en el Señor, pero otros, a pesar de dar testimonio público del Señor Jesucristo y de guardar fielmente los mandamientos de Dios, no sufrirán el martirio.
Satanás ha llegado a su límite, y junto con él: la bestia que sube del abismo, el falso profeta (el Anticristo) y su imperio. Sin embargo, el dragón hará un intento más por conservar la supremacía entre los hombres, el cual se describe simbólicamente en Apocalipsis 16:13-14 . El reino de tinieblas, sin embargo, será derrotado cruenta y sumariamente, y el reino de luz y de paz será establecido para siempre aquí en la tierra.
Resumen y Conclusión
El capítulo 12 del Apocalipsis es crucial a la hora de interpretar el argumento del libro. Conjuntamente con los capítulos 13 y 14, este capítulo revela quiénes serán los protagonistas centrales del período de la gran tribulación. Son cinco los protagonistas mencionados en este capítulo: (1) “La mujer” (Ap 12:1-2), que simboliza al Israel de Dios: la Iglesia universal; (2) “el dragón” (Ap 12:3-4), que representa a Satanás; (3) “el hijo varón” (Ap 12:5-6), que se refiere al Señor Jesucristo; (4) “Miguel” (Ap 12:7); y (5) “el resto de la descendencia” de la mujer (Ap 12:17), que se refiere a los creyentes redimidos de todas las naciones en los días finales de la era.
Como es característico en el Apocalipsis, el contenido del capítulo 12 está expresado en lenguaje figurado. Las figuras de dicción, sin embargo, no dan licencia para que el intérprete aplique una hermenéutica alegórica o espiritualizante a la hora de descubrir el significado de las figuras usadas para comunicar el mensaje. El texto dice que la mujer es una «señal» (seimeion). Eso significa que la mujer simboliza «algo» o «alguien». El exégeta debe proceder objetivamente para descubrir de qué o de quién la mujer es señal.
Lo mismo sucede con la identificación del dragón escarlata. La figura del dragón, según el texto, es «otra señal». El versículo nueve revela que el dragón representa a Satanás. De modo que no es necesario especular en cuanto a dicha identificación. No obstante, el intérprete tiene que contender con el hecho de la figura del dragón. ¿Qué pretende decir Juan cuando describe a Satanás como un gran dragón? El apóstol sin duda pretende describir la naturaleza o el carácter de Satanás. Un dragón habla de un ser temible, aterrorizante, de gran fortaleza, que intimida a quien lo contempla.
Una vez más, se hace necesario destacar que el lenguaje figurado no debe interpretarse figurada o alegóricamente. Las figuras de dicción en cualquier idioma tienen un significado literal que es aquel que le asigna la comunidad que lo usa. Se dice de un artista o un deportista que es una estrella. Esa figura es usada para decir que sobresale por encima de otros. A veces se describe a una persona con el calificativo de «bárbaro» para significar que es «fiero», «arrojado», «tosco» o «inculto». En definitiva, decir que el Apocalipsis es un libro de símbolos y que, por lo tanto, no puede interpretarse literalmente sino que hay que espiritualizarlo, no es un procedimiento correcto. El lenguaje figurado tiene por objeto expresar de manera concreta ideas o conceptos abstractos. Por lo tanto, una interpretación literal del Apocalipsis toma en cuenta la utilización de las figuras de dicción a través del libro. La literatura apocalíptica posee esa característica y eso la diferencia, entre otras cosas, de los demás géneros literarios.
En este capítulo también se revelan varios temas que forman parte importante del argumento del Apocalipsis. Se menciona el gran poder del dragón: Sus siete cabezas, diez cuernos, siete coronas o diademas y su capacidad para arrastrar a la tercera parte de las «estrellas del cielo» [ángeles] indican que posee un poder de gran alcance. No obstante a ese poder, el dragón es desalojado del cielo después de luchar con el arcángel Miguel. Esa guerra angelical ocurre antes de la gran tribulación, y la gatilla cuando Satanás es arrojado a la tierra, desde donde intenta destruir a la simiente de Abraham (judíos y gentiles por igual) y a los 144.000 israelitas que han sido sellados. Su fracaso es total porque Dios protege a la mujer y al resto de su descendencia.
Una verdad central en este capítulo se relaciona con el reino del Mesías. Se dice con claridad que él «regirá con vara de hierro a todas las naciones». Eso se cumplirá literalmente cuando Cristo venga con poder y gloria. En Apocalipsis 12:10, Juan afirma prolépticamente varias verdades contundentes tocante al reino: «La victoria, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Mesías» son realidades que se harán patentes cuando el reino sea establecido. Todo esto constituye el centro mismo del argumento del Apocalipsis. Dios ha de consumar su propósito tanto dentro de la historia de la humanidad como en la eternidad.
Los capítulos 12 al 14 del Apocalipsis constituyen el centro del gran drama que conduce a la manifestación del reino de Dios en la tierra. Vemos en este capítulo 12 el uso de la figura de dicción llamada histerología. Mediante esta figura aquello que se pone último, debe, según el orden acostumbrado, ir primero. En este capítulo 12 del Apocalipsis aparece un registro de acontecimientos que han ocurrido antes de los sucesos del capitulo 6, y que conducen a lo que ha sido revelado en los capítulos 6 al 11. Juan continúa profetizando «otra vez» (Ap. 10:11) lo mismo que profetizó desde Apocalipsis 6:1; aunque aquí añade cierta información histórica.
La mayoría de los comentaristas del Apocalipsis insisten en que el centro de atención del capítulo 12 es la nación de Israel, pero definen a Israel como a la nación asentada en la Tierra Prometida: el estado de Israel. Como veremos en este comentario, la nación de Israel no es la protagonista aquí, si no el «Israel de Dios» (Gá. 6:16)—hay una gran diferencia!
Hay un total de siete protagonistas del período de la tribulación mencionados en la sección del Apocalipsis comprendida por los capítulos 12 al 14. Ellos son: (1) La mujer que representa al «Israel de Dios»; (2) el dragón que representa a Satanás; (3) el hijo varón, es decir, el Mesías; (4) Miguel, el capitán del ejército celestial; (5) el remanente fiel de la nación de Israel; (6) la bestia que sube del abismo, es decir, el espíritu demoníaco que dirige tras bambalinas el imperio del Anticristo; y (7), la bestia que surge de la tierra, o sea, el falso profeta o Anticristo mismo. El capítulo 12 menciona a los primeros cinco protagonistas aunque, como se ha observado, el enfoque principal recae sobre el «Israel de Dios».
Comentario
12:1
«Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas». El verbo «apareció» (óphthei) es el aoristo indicativo, voz pasiva de horáo, que significa «ver», «aparecer» y en la voz pasiva «verse», «dejarse ver». El sustantivo «señal» (seimeion) aparece aquí por primera vez en el Apocalipsis. Dicha señal es calificada como «grande» (méga). La mencionada «gran señal» sugiere que se trata de algo que posee un profundo significado espiritual. El sustantivo «señal» (seimeion) sugiere, además, que lo que es visto en el cielo es una manifestación o representación de algo simbolizado por dicha señal.
Obsérvese que Juan no usa aquí el vocablo «maravilla» o «portento» (téras), sino que utiliza el término «señal» (seimeion). Ese es un dato importante en la interpretación del texto ya que, lo que se expresa mediante la señal debe aprenderse de la misma Escritura. Si se advierte que esto debe tratarse como una «señal», de seguro debe concluirse que, cuando no existe esa advertencia, no debe tomarse las cosas en este Libro como símbolos, sino como cuestiones y acontecimientos literales.
Como se ha señalado reiteradamente a través de este estudio, no debe confundirse el uso de símbolos o figuras de dicción con el empleo de interpretación simbólica o figurada. Tanto en Apocalipsis 12:1, 3 como en 15:1, Juan utiliza el vocablo «señal» (seimeion) para significar «un gran espectáculo que apunta hacia la consumación». También lo usa de tal manera como para hacer justicia al carácter formal de dicho vocablo. Para Juan, seimeíon es una «señal», un «indicador», una «marca» o algo que uno puede ver y, en realidad, lo ve. Es una realidad llena de significado, pero que no es un fin en sí misma, sino que tiene como objeto que los hombres miren más allá de ella. En el caso concreto de Apocalipsis 12:1, la «señal» no es un acontecimiento, sino una persona que posee un significado especial. Esta señal se proyecta tanto hacia el pasado (el nacimiento del Mesías) como hacia el futuro (el día en que regirá las naciones como soberano de todo).
Se han hecho varios esfuerzos por atribuirle un trasfondo pagano al pasaje de Apocalipsis 12. Se dice que Juan, familiarizado con la mitología de los pueblos de aquella geografía, no duda en nutrirse de dichos mitos y adaptarlos al propósito del Apocalipsis.
Hay quienes creen que el origen literario de Apocalipsis 12 yace en la mitología babilónica en la cual la diosa Tiamat, el monstruo acuático de siete cabezas, es vencida por Marduk, el más sabio de los dioses y dios de la luz. La victoria de Marduk sobre Tiamat, según la mitología babilónica, resulta en la elevación de Marduk al grado más alto del panteón, siendo honrado incluso por sus padres.
Otros piensan que el apóstol Juan extrajo información de la mitología grecorromana que narra el nacimiento del dios Apolo. El mito dice que Leto, madre de Apolo, huyó a la isla de Delos para escapar de la ira del dragón Pitón, quien quería matar al recién nacido hijo del dios Zeus. Apolo escapa de la persecución del dragón, regresa a Delfos y allí mata a su enemigo.
También se ha especulado que Juan conocía la historia del nacimiento y muerte a la edad de diez años de un hijo del emperador Domiciano. Se ha sugerido que Juan conocía la leyenda de que, al morir, el hijo del emperador fue arrebatado para Dios. Posteriormente, Domiciano proclamó que su hijo era un dios y ordenó la impresión de monedas para honrar su memoria.
Todas esas especulaciones pasan por alto varias cuestiones de vital importancia. En primer lugar, Juan, sin duda, estaba estrechamente vinculado con la literatura del Antiguo Testamento y con su teología. Las enseñanzas del Antiguo Testamento combaten al paganismo y destacan la persona de un Dios santo y soberano. La mitología pagana es politeísta y grotesca. A través del libro del Apocalipsis, en segundo lugar, Juan ha expresado con contundencia su repudio de los conceptos cosmológicos paganos y ha mostrado un apego irrenunciable a la revelación divina. Sin negar que el apóstol Juan tuviese conocimiento de la existencia de los mitos paganos, hay que afirmar que el argumento del Apocalipsis tiene como centro el hecho de que el Soberano Rey-Mesías ha de gobernar las naciones con justicia y paz. Los mitos paganos presentan un politeísmo aberrante en el que los dioses se matan unos a otros y carecen de conceptos éticos de clase alguna. En lugar de copiar escenas paganas, lo que Juan hace es corregir los conceptos torcidos producto de las elucubraciones humanas.
La revelación registrada por Juan en Apocalipsis 12 trae a la memoria el pasaje de Génesis 37:9-11, donde José «soñó aún otro sueño, y lo contó a sus hermanos, diciendo: He aquí que be soñado otro sueño, y he aquí que el sol y la luna y once estrellas se inclinaban a mí. Y lo contó a su padre y a sus hermanos; y su padre le reprendió, y le dijo: ¿Qué sueño es este que soñaste? ¿Acaso vendremos yo y tu madre y tus hermanos a postrarnos en tierra ante ti? Y sus hermanos le tenían envidia, mas su padre meditaba en esto». En el sueño de José, el sol simboliza a Jacob, la luna representa a Raquel y las once estrellas representan a los hermanos de José. El apóstol Juan, sin duda, estaba compenetrado con esa lección bíblica.
La cuestión tocante a quién representa la «mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas» ha sido tema de discusión entre los exégetas. Los católicos afirman que se refiere a la virgen María y a la Iglesia. Esa afirmación, sin embargo, debe ser rechazada debido a su deficiencia exegética de las Escrituras y del estudio objetivo de la historia bíblica. La única semejanza entre la virgen María y la mujer de Apocalipsis 12:1 es que ambas son madres. La inclinación a identificar la mujer con la virgen María descansa sobre el uso de una terminología similar en Mateo 1:18,23 para describir a María en su embarazo y el parecido del lenguaje con la profecía de la concepción virginal en Isaías 7:10, 11, 14. Un serio obstáculo que confronta la identificación con María es que la mujer de Apocalipsis 12:1 es designada como una «señal», es decir, es una mujer simbólica. También, debe tenerse en cuenta de que en Apocalipsis 12:17 se menciona que «el resto de la descendencia de ella» es perseguido por el dragón. Esos factores exegéticos descalifican a la virgen María como la mujer de Apocalipsis 12:1.
También se ha sugerido que la mujer simboliza la Iglesia cristiana. El problema con esa tesis es que la Iglesia cristiana fue inaugurada el día de pentecostés sobre la base de la muerte y resurrección de Cristo y el derramamiento del Espíritu Santo. En ese sentido podría decirse que Cristo dio a luz a la Iglesia y no que la Iglesia dio a luz a Cristo.
Hay comentaristas que entienden que la referencia es al pueblo de Dios en general, es decir, tanto a los del Antiguo como a los del Nuevo Testamento. O sea, que la mujer simboliza «al pueblo de Israel pero también a la Iglesia del Nuevo Testamento». Este punto de vista tiene la ventaja de que reconoce el papel de la nación de Israel en dar al Mesías al mundo. La desventaja, sin embargo, radica en el hecho de asociar a la comunidad cristiana con la maternidad del Mesías. El Mesías no es producto de la comunidad cristiana sino viceversa (Ro. 9:5).
Algunos expositores perciben la tensión y tratan de resolver el problema exegético de la siguiente manera:
Israel está a punto de dar a luz al Mesías. Para los primeros cristianos había una importante continuidad entre el antiguo Israel y la Iglesia, el verdadero Israel. Aquí la mujer indudablemente es Israel, quien da a luz al Mesías. Pero en la parte final del capítulo, ella es la iglesia que es perseguida por su fe.
Aquí se admite, correctamente, que Israel como nación da origen al Mesías, pero, por otro lado, se da por sentado que «el resto de la descendencia de ella» es la comunidad cristiana. Esta cerca, pero no da en el blanco exactamente.
La opción que recibe el mayor apoyo exegético es la que entiende que la mujer simboliza al «Israel de Dios» (Gá. 6:16). Es cierto que el contexto inmediato, particularmente Apocalipsis 11:19 se relaciona con los propósitos pactados por Dios con la nación de Israel. El arca del pacto mencionada en dicho versículo apunta a la relación entre Dios e Israel. También está el hecho, como se ha observado, de que en Génesis 37:9-11, el sueño de José tiene que ver con el pueblo descendiente de Jacob. Además, en el Antiguo Testamento aparece repetidas veces la figura de Israel como una mujer con dolores de parto (Is. 26:17, 18; 66:7; Jer. 4:31; Mi. 4:10). Hay que añadir el hecho incuestionable de que fue la nación de Israel quien dio el Mesías al mundo (Ro. 9:5). La solución, pues, del problema tocante a quién simboliza la mujer de Apocalipsis 12:1 hay que procurarla mediante la exégesis del texto bíblico y de una hermenéutica congruente con las Escrituras, y no a través de deducciones teológicas prejuiciadas.
El apóstol Pablo nos dice explícitamente en la epístola a los Romanos que: «No los que son hijos según la carne [la nación de Israel] son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes» (Ro. 9:8). La misma enseñanza la repite en su epístola a los Gálatas, específicamente cuando mencionada la alegoría de Sara y Agar: «Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos; uno de la esclava, el otro de la libre. Pero el de la esclava nació según la carne; mas el de la libre, por la promesa. Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es Agar. Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre. Porque está escrito: Regocíjate, oh estéril, tú que no das a luz; Prorrumpe en júbilo y clama, tú que no tienes dolores de parto; Porque más son los hijos de la desolada, que de la que tiene marido. Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa» (Ga. 4:22-28).
Cuando hablamos del pueblo elegido de Dios—el «Israel de Dios» (Gá. 6:16)—hablamos de todos los que son descendientes espirituales de Abraham, tanto judíos como gentiles; todos los que han recibido el don divino de la fe y quienes por medio de ella obedecen a Dios; los verdaderos ciudadanos del reino de Dios. Los verdaderos descendientes de Abraham, en el Antiguo Testamento, son mayormente judíos, pero también hay gentiles entre ellos, como fácilmente lo demuestra la genealogía proporcionada en el Nuevo Testamento por Mateo (Tamara en 1:3; Rahab y Rut en 1:5, y Betsabé en 1:6, quien, aunque probablemente judía, está asociada con los gentiles al ser identificada por Mateo como «la que fue mujer de Urías», un Hitita). El mismo Abraham, el padre de la fe y de la nación de Israel, era gentil.
Obsérvese que son los astros—el sol, la luna y las estrellas—los que simbolizan a la nación de Israel según Génesis 37:9-11. Pero estos astros no son la mujer, sino que sólo la adornan en Apocalipsis 12:1. La mujer es una entidad separada de la nación de Israel pero adornada con los símbolos que representan a dicha nación. Concluimos, por lo tanto, que la «mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas» representa a las genealogías de Mateo y Lucas, que están compuestas tanto por descendientes naturales de Abraham (un remanente de judíos piadosos) como también por descendientes espirituales (gentiles piadosos convertidos al Dios de Abraham)—en esencia, el «Israel de Dios» (Ro. 9:8; Gá. 4:22-28; 6:16). Esta nación espiritual, es la mujer de Apocalipsis 12:1. El Mesías descendió sólo de una línea genealógica piadosa, santa, pura, compuesta tanto por judíos como por gentiles convertidos y adoradores del Dios único y verdadero. Esta mujer representa esa santa línea genealógica.
12:2
«Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento». Este versículo constituye una prueba adicional de que la mujer simboliza al «Israel de Dios» (Gá. 6:16). El cuadro que se presenta en el texto señala a muchos pasajes del Antiguo Testamento en los que Israel se asemeja a una mujer que está con dolores de parto (Is. 13:8; 21:3; 26:17, 18; Os. 13:13; Mi. 4:10). El símbolo es tomado del Israel nacional del la antigüedad, pero se aplica al Israel espiritual. Los verbos usados en el versículo son descriptivos de dolor profundo. «Clamaba» (krádsei) es el presente indicativo, voz activa del verbo que significa «gritar con voz fuerte». El tiempo presente destaca el aspecto continuo de la acción. La expresión «dolores de parto» (odínousa) es el participio presente, voz activa de odíno. Esta forma verbal describe el trauma de los dolores que siente una mujer durante el proceso del alumbramiento. La frase «en la angustia del alumbramiento» es epexegética, es decir, añade una descripción adicional de lo dicho anteriormente. Literalmente dice: «Y estando atormentada para parir». El profeta Isaías expresa el sentido de dicha frase cuando dice: «Como la mujer encinta cuando se acerca el alumbramiento gime y da gritos en sus dolores...» (Is. 26:17).
Apocalipsis 12:2 describe el nacimiento del Mesías a través del Israel espiritual—o el Israel de Dios—ya definido en el comentario del versículo 1. La referencia es, por supuesto, a la primera venida del Mesías a la tierra. El propósito divino de la supremacía del gobierno revelado en 12:1 no es posible aparte del nacimiento del hijo varón (12:5). El capítulo 12 presenta en una cápsula el propósito de Dios para el Israel de Dios centrado en Cristo. Los «dolores de parto» y la «angustia del alumbramiento» tendrán una consumación feliz que será el reinado glorioso del Mesías.
12:3
«También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas». Después de la primera señal, aparece una segunda. El vocablo «señal» (seimeion), al igual que en el caso anterior, sugiere que se refiere a algo simbólico. La revelación contemplada es la de «un gran dragón escarlata» (drákon mégas pyrrós). La primera señal tenía como centro a la mujer que es símbolo del Israel de Dios. La segunda tiene como centro al dragón escarlata que simboliza a Satanás. Obsérvese que ambas señales aparecen «en el cielo»—acentuando el aspecto espiritual de la mujer—aunque las actividades tanto de la mujer como la del dragón se efectuarán en la tierra.
La mitología oriental es notoria por el uso de la figura de monstruos. Babilonios, egipcios, asirios, heteos, cananeos y otros incluyen en su literatura seres con características semejantes a las del dragón de Apocalipsis 12:3. Los babilonios tenían a la hidra de siete cabezas. Tifón era el dragón egipcio que persiguió a Osiris. En el folklore cananeo el gran monstruo del abismo se conocía como Leviatán. Estrechamente asociada estaba Rahab (¿alias Tiamat?), el monstruo femenino del caos.
Alusiones a esos dragones no son extrañas en el Antiguo Testamento. Con bastante frecuencia se refieren metafóricamente a los enemigos de Israel. En el Salmo 74:14, Leviatán es Egipto. En Isaías 27:1 es Asiria y Babilonia. En otro sitio leemos de Faraón como «...el gran dragón que yace en medio de sus ríos...» (Ez. 29:3) y de Behemot, una gran bestia cuyos «miembros [son] como barras de hierro» (Job 40:18). Contra ese trasfondo, el dragón de la visión de Juan sería inmediatamente reconocido como el gran enemigo del pueblo de Dios.
Juan describe la segunda señal y describe las características siguientes: (1) «Grande» (mégas). Satanás es la más elevada de las criaturas. Nunca hace nada en escala pequeña. En este caso concreto, se opone al propósito central de Dios de manifestar su gloria en la tierra a través del Israel de Dios en Cristo. (2) «Escarlata» (pyrrós), es decir, «rojo fuego», «color de sangre». Este color sugiere el hecho de que el diablo es homicida desde el principio (Jn. 8:44). La mujer de Apocalipsis 12:1 está cubierta de gloria mientras que el dragón de Apocalipsis 12:3 está cubierto de sangre. (3) «Dragón» (drákon), es decir, «monstruo», «ser desfigurado y depravado», «distorsión de la creación». (4) «Siete cabezas». Las siete cabezas del dragón simbolizan los mismos siete imperios mundiales representados por las siete cabezas de la bestia que sube del mar en Apocalipsis 13:1-4 y 17:1-18, y los (5) «Diez cuernos» simbolizan los mismos reyes representados por los diez cuernos de la bestia que sube del mar en el pasaje recién citado. Los siete imperios mundiales son Egipto, Asiria, Babilonia, Medo-Persia, Grecia, Roma y el imperio final del Anticristo. (6) Las «siete diademas» revelan que Satanás es quien les ha dado a estos imperios poder para reinar y hacer su voluntad.
En el pasado, Satanás persiguió a Israel por medio de cada uno de estos seis primeros imperios con el fin de destruir la línea genealógica a través de la cual provendría el Mesías, impidiendo así su nacimiento. En el futuro, Satanás añadirá a un séptimo imperio con el fin de destruir al Israel de Dios de los últimos días. En la visión de Apocalipsis 13:1-4 y 17:1-18, son los cuernos de la bestia que sube del mar quienes tienen las diademas, no las siete cabezas, dando a entender que esta bestia, aunque compuesta por los mismos imperios ya mencionados, será liderada por una alianza de diez reyes que surgirán de entre los seis imperios del pasado pero que al unirse formarán un séptimo. Luego, de entre los diez reyes, surgirá el Anticristo transformándose en el onceavo rey, quien someterá a tres de los primeros diez creando así un octavo y final reino que procurará exterminar tanto a judíos como a cristianos. Esto es lo que nos muestra inequívocamente Daniel 7:7, 8, 24 y los pasajes paralelos del Apocalipsis.
12:4
«Y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese». El poder de Satanás es, sin duda, inmenso como lo demuestra el hecho de que «su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo». La Biblia reconoce la autoridad de Satanás (véanse Job 2:1-7; Zac. 3:1, 2; Mt. 4:1-11). Apocalipsis 12:4, sin embargo, no es una simple manera de ilustrar que Satanás es un ser poderoso sino que es una enseñanza respecto a sus actividades en los días finales y de cómo este personaje intenta impedir que el Mesías reine.
La frase «las estrellas del cielo» es una referencia a ángeles que cayeron junto con Satanás cuando éste se rebeló contra Dios. Probablemente la cifra «la tercera parte» no se refiera a la totalidad de los ángeles caídos. Los dos verbos utilizados en conexión con la primera acción del dragón son importantes: «Arrastraba» (syrei) significa «barría»; y «arrojó» (ébalen) quiere decir «lanzó», «tiró con fuerza». Ambos verbos sugieren el rudo trato de Satanás hacia sus propios seguidores. Obsérvese que el objeto de Satanás es «la tierra» (eis tein gein), porque el reino glorioso del Mesías tendrá lugar en dicho planeta.
Este versículo no describe la caída original de Satanás y sus demonios cuando Dios los expulsó del tercer cielo al segundo cielo o firmamento. El texto se refiere, más bien, tanto a las actividades demoníacas acaecidas durante la primera venida de Cristo como a las que tendrán lugar en los tiempos escatológicos que precederán la segunda venida del Señor, particularmente durante los años de la gran tribulación.
La segunda acción del dragón es emprendida contra la mujer y más concretamente, contra «el hijo varón» que estaba a punto de nacer: «Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese». El verbo «se paró» (ésteiken) es el perfecto indicativo, voz activa de hísteimi, que significa «colocarse», «ponerse», «tomar posición». Satanás se sitúa continuamente delante del Israel de Dios debido a la condición expectante que a través de los siglos ha esperado al que ha de venir, es decir, al Mesías.
El propósito final del dragón se expresa en la frase: «A fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese». El Mesías es el verdadero objeto de la furia satánica. El diablo sabe que el Cristo de Dios ha sido designado para derrotarlo y recuperar el dominio universal usurpado por el maligno. La historia bíblica da amplio testimonio tocante a los esfuerzos del enemigo de Dios para obstaculizar el plan divino respecto al establecimiento del reino. Algunos ejemplos concretos en el Antiguo Testamento son: El asesinato de Abel por su hermano Caín (Gn. 4:8), la corrupción de la raza humana con el fin de pervertir el linaje a través del cual descendería el Mesías (Gn. 6:1-12), los intentos por parte de Faraón y Abimelec de tomar a Sara (Gn. 12:10-20; 20:1-18), la intención de Abimelec de tomar a Rebeca por esposa (Gn. 26:1-18), el decreto de Faraón de destruir a los israelitas (Éx. 1:15-22), el plan de Amán contra los judíos (Est. 3-9). En el Nuevo Testamento sobresalen la orden de Herodes de matar a los niños de dos años abajo nacidos en Judea y los repetidos intentos de los judíos de matar a Jesús que culminaron con su muerte en la cruz. La Biblia, por lo tanto, pone de manifiesto que Satanás ha procurado con ahínco la destrucción del Mesías. La frase «para que cuando sea que ella dé a luz, él pueda devorar completamente a su hijo» (texto griego) sugiere, además, que Satanás no es omnisciente, sino que sólo conoce en parte. El dragón está en rebeldía contra quien originalmente lo creó «lleno de sabiduría, y acabado de hermosura» (véase Ez. 28:12-19). Dios terminará con esa rebeldía de manera final y total cuando los reinos del mundo vengan a ser del Señor y de su Mesías (Ap. 11:15).
12:5
«Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono». El plan satánico queda frustrado, en primer lugar, por el hecho del nacimiento del «hijo varón» y en segundo lugar, por ser «arrebatado para Dios y para su trono». El texto se refiere con toda seguridad al nacimiento del Mesías. Si bien es cierto que Dios utilizó a la virgen María como el medio a través del cual el Señor vino a la civilización humana (Mt. 1:16-25; Lc. 1:26-35) no es menos cierto que el capítulo 12 del Apocalipsis centra su atención en la línea genealógica mencionada en Mateo y Lucas (Mt. 1:1-17; Lc. 3:23-38) como la mujer que dio el Mesías al mundo.
La expresión «dio a luz» (éteken) es el segundo aoristo indicativo, voz activa de tíkto. El tiempo aoristo señala el acontecimiento en sí y el modo indicativo destaca la realidad histórica del mismo. La frase «un hijo varón» (huión áresen) literalmente significa «un hijo, un varón». El sustantivo «varón» (áresen) en sí mismo enfatiza la virilidad y la hombría de Cristo en su estricto reino mesiánico.
«Que regirá con vara de hierro a todas las naciones», literalmente, «quien está a punto de gobernar a todas las naciones con vara de hierro». Esta frase es una cita tomada directamente del Salmo 2:8, 9, donde Dios dice al Mesías: «Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás». El verbo «gobernar» o «regir» (poimaínein) se corresponde con el verbo «quebrantar» en el Salmo 2:9. Esa afirmación sólo tiene sentido si, como se ha afirmado repetidas veces a través de este comentario, el Mesías vendrá con poder y gloria para establecer su reinado de paz y de justicia. La referencia tiene que ser a la segunda venida del Mesías. Obsérvese que el texto dice que Él «gobernará [posiblemente, destruirá] a todas las naciones con vara de hierro». Una exégesis objetiva del texto que no vaya acompañada de prejuicios teológicos debe conducir a la conclusión de que el reino del Mesías profetizado en el Antiguo Testamento y anunciado por el mismo Jesús aún aguarda su segunda venida en gloria.
En su regreso triunfante, Cristo destruirá «todas las naciones» (pánta tá éthnei) y entonces ejercerá dominio sobre nuevas naciones que surgirán cuando Él instituya su reino. Una «vara de hierro» (hrábdoi sideirai) es aquella que no puede quebrarse ni resistirse. Este cuadro extraído del Salmo 2 requiere que el nacimiento dibujado aquí sea el de Jesucristo.
En resumen, el próximo acontecimiento en el orden profético tiene que ver con el gobierno del Mesías en la tierra. Ese gran suceso será precedido de los juicios de la gran tribulación. Después vendrán los juicios en los que todos los enemigos de Dios serán derrotados, incluyendo al dragón escarlata. El Mesías ocupará el trono de David y desde allí gobernará con justicia y paz.
«Y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono». Juan pasa por alto el ministerio terrenal de Cristo al igual que su muerte y resurrección. Aunque debe destacarse que el hecho de ser «arrebatado para Dios y para su trono» establece sin ambages la satisfacción del Padre celestial con la obra del Hijo y el derecho incuestionable del Hijo para ser el Rey-Mesías. El arrebatamiento del Hijo «para Dios y para su trono» no fue para que escapase de la hostilidad de Satanás sino para demostrar la derrota del dragón y su incapacidad de estorbar el cumplimiento del propósito eterno de Dios. También debe observarse la repetición de la preposición «para» (prós) con el caso acusativo. Dicho uso indica la meta o el límite hacia el que un movimiento es dirigido. El «hijo varón» es arrebatado para ocupar el sitio de privilegio junto al Padre celestial.
12:6
«Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días». Una vez más el exégeta confronta la pregunta: ¿Quién es «la mujer que huye al desierto»? Por supuesto que es la misma de Apocalipsis 12:1, 2, 4, 5. Es la misma que da al mundo el Mesías. Hay quienes afirman categóricamente que es «la Iglesia, Cuerpo de Cristo». Pero si la mujer es «la Iglesia, Cuerpo de Cristo» debe entenderse que en ella está la totalidad de los cristianos. Siendo así, entonces es necesario explicar quiénes son aquellos mencionados en Apocalipsis 12:17 y que se describen como «el resto de la descendencia de ella». Esa explicación está totalmente ausente del comentario de quienes identifican a la mujer como la Iglesia.
Una interpretación normal del texto pone de manifiesto que la mujer no es ni la Iglesia ni la virgen María sino la línea genealógica mencionada en Mateo y Lucas (véase Mt. 1:3-6), principalmente, y los descendientes de ella de cada nación de la tierra. Para el resto de su descendencia la gran tribulación tiene que ver con las persecuciones que sufrirá a manos del Anticristo por instigación de Satanás. De ahí que la mujer celestial huya al desierto. El desierto es tanto un lugar de disciplina como un sitio de provisión. Dios sacó al pueblo de Israel de Egipto y lo condujo al desierto. Allí el pueblo fue sustentado y disciplinado. El desierto es, además, un escenario de arrepentimiento. Juan el Bautista salió al desierto de Judea y desde allí llamó a sus paisanos al arrepentimiento (Mt. 3:1-12). Durante los «mil doscientos sesenta días» de la tribulación, el Anticristo lanzará una persecución inmisericorde contra la descendencia de esta mujer (Mt. 24:15-22; Lc. 21:20-24). El Antiguo Testamento también revela que la nación de Israel confrontará días difíciles antes de ser bendecida de Jehová (véanse Dn. 7:23-27; Jer. 30:7-9; Ez. 20:33-38).
El texto no dice nada respecto a la localización geográfica del desierto a donde la mujer huirá. Lo que sí dice es que en dicho desierto «tiene lugar preparado por Dios». El vocablo «preparado» (heitoimasménon) es el participio perfecto, voz pasiva de heitoimmádso, que significa «preparar». El tiempo perfecto en la voz pasiva sugiere un estado de preparación permanente, es decir, «lo que se ha preparado y ahora permanece listo». Y el lugar es preparado «por Dios» (apo tou theou), es decir, «de Dios» como la fuente u origen de procedencia de dicha preparación. La idea de la frase podría ser que el lugar es preparado para la mujer por mandato expreso de Dios.
«Para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días». Esta cláusula indica propósito. El verbo «sustenten» (tréphosin) es el presente subjuntivo, voz activa de trépho, que significa «alimentar», «sustentar». Dios utilizará medios, probablemente humanos, para sustentar a Su pueblo mientras esté en su refugio en el desierto. No es de dudarse que ese es el grupo al que Cristo se refiere cuando dice: «Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mt. 25:35-40).
El período de tiempo señalado en el texto es de «mil doscientos sesenta días», y si el lector ha seguido este comentario desde el principio ya está familiarizado con él. Dicho espacio de tiempo equivale exactamente a cuarenta y dos meses, es decir, tres años y medio o tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo (véase Ap. 11:2, 3; 12:14; 13:5). Puesto que este período se corresponde con el de la persecución o tribulación del pueblo de Dios a manos del Anticristo, y con el ministerio de los dos testigos en Jerusalén y con la duración de la supremacía del Anticristo en la ciudad santa, es evidente que estos eventos corren paralelos. Carece de fundamento exegético afirmar que dicho espacio de tiempo alude «a la época que comienza con la primera venida de Cristo y se extiende hasta la segunda venida para juicio». Dicha afirmación se deriva de una flagrante alegorización del texto bíblico y en ningún caso es el producto de una exégesis del texto que toma en cuenta el ambiente o el argumento del Apocalipsis.
En resumen, los mil doscientos sesenta días de Apocalipsis 12:6 son equivalentes a los «cuarenta y dos meses» de Apocalipsis 11:2. También es el mismo espacio de tiempo que dura el ministerio de los dos testigos (Ap. 11:3). Pero aún hay más: Los 1260 días durante los cuales la mujer es sustentada en el desierto equivalen a los 42 meses que durará el reinado de terror que el Anticristo desencadenará contra «el resto de la descendencia de ella» (Ap. 12:17), de la mujer celestial de este capítulo. Puesto que la duración de la hegemonía del Anticristo durará exactamente 42 meses (Ap. 13:5) y puesto que dicho período se corresponde con la segunda mitad de la semana setenta de Daniel, no es posible que se refiera ni a la era comprendida entre la primera y segunda venida de Cristo ni a la época entre la ascensión y la venida en gloria de nuestro Señor.
La enseñanza generalmente aceptada de que el Anticristo surgirá siete años antes del final de la edad presente y consumará un pacto con los judíos en un templo reconstruido, y hará este pacto con ellos por un período de siete años, no tiene ningún fundamento en la escritura. Para una explicación de la semana setenta de Daniel ver aquí.
12:7
«Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles». Una traducción más literal del texto sería: «Y se produjo una campaña bélica en el cielo, Miguel y sus ángeles hacían guerra con el dragón, y el dragón y sus ángeles guerreaban». El texto describe una verdadera guerra cósmica. Los participantes son seres angelicales. No se trata de una batalla aislada sino de una campaña bélica. El primer protagonista mencionado es Miguel, el único ángel designado en las Escrituras como arcángel (véase Jud. 9). En el libro de Daniel se le llama «uno de los principales príncipes» (Dn. 10:13) y Daniel 12:1 dice que Miguel es «el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo [Israel]». El arcángel Miguel es acompañado por un ejército angelical designado como «sus ángeles».
La guerra cósmica, tema del versículo, no se refiere a algo ocurrido en tiempos de Juan ni tampoco es la caída original de Satanás. Tampoco es un acontecimiento relacionado con la crucifixión de Cristo. La guerra entre Miguel y el dragón descrita en Apocalipsis 12:7 tiene que ver con algo que ha de ocurrir en tiempos escatológicos. El dragón será expulsado del cielo de tal modo que no tendrá nunca más acceso a dicho lugar. La expulsión de Satanás y su exclusión total de acceso al cielo hace que se llene de ira contra la mujer y su simiente. Este conflicto cósmico, por lo tanto, será el que gatillará la gran tribulación contra el pueblo de Dios, la mujer celestial de este capítulo, «el resto de la descendencia de ella» (Ap. 12:17). Concretamente, cuando estén para comenzar los tres años y medios finales de esta era. Ese será el tiempo en que el pueblo de Dios sufrirá la más severa de las persecuciones (Mt. 24:21).
Esta guerra cósmica es la señal que anuncia el pronto el inicio de estos terribles y últimos «mil doscientos sesenta días». Es también, la segunda señal sobrenatural que Dios le dará a Su pueblo para que levante la cabeza porque su redención está cerca (Lc. 21:28). ¿Recuerda el lector cuál es la primera señal y dónde la mencionamos?
12:8, 9
«Pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él». Estos dos versículos sintetizan la expulsión de Satanás del cielo. Por voluntad soberana de Dios se le había permitido acceso hasta donde podía proferir acusaciones contra los redimidos, pero después de su derrota frente a Miguel ese privilegio le queda vedado para siempre.
El lenguaje del texto es enfático: «Pero no prevalecieron». El verbo «prevalecieron» (íschysen) es el aoristo indicativo, voz activa de ischyo, que significa «ser fuerte», «ser capaz». Este verbo aunque en el tiempo aoristo tiene función de futuro (uso proléptico). El aoristo indicativo destaca la realidad del acontecimiento, es decir, aunque ha de ocurrir en el futuro será algo tan cierto que se da por realizado. El dragón y sus ángeles «no serán capaces» de combatir con éxito al ejército angelical comandado por el arcángel Miguel.
«Ni se halló ya lugar para ellos en el cielo». No sólo ocurre la derrota de Satanás y su ejército, sino también su expulsión del cielo. Aunque resulta incomprensible a la mente humana que el diablo haya tenido acceso al cielo (Job 1:6; Zac. 3:1), el Dios soberano se lo ha permitido. Después de esta expulsión, sin embargo, el maligno no volverá a tener acceso en la presencia de Dios. Nunca más volverá a acusar a los santos.
La expulsión de Satanás del cielo será un desalojo violento como lo demuestra el uso triple del verbo «fue lanzado» (ebléithei), «fue arrojado» (ebléithei) y «fueron arrojados» (ebléitheisan). No podría ser de otra manera. El maligno es un usurpador que pretende aferrarse a lo que no le pertenece. El desalojo del dragón del cielo es uno de los tres pasos en su alienación de aquí en adelante. Además de esto, estará en el abismo por mil años (Ap. 20:1-3) y luego en el lago de fuego como su morada eterna (Ap. 20:10).
Los calificativos usados respecto al enemigo de Dios en el texto griego son sorprendentes: «el gran dragón» (ho drákon ho mégas) o sea «el dragón, es decir, el grande». Esta designación tiene por objeto destacar el carácter temible y repulsivo del gran usurpador. «La serpiente antigua» (ho óphis ho archaios), es decir «la serpiente, quiero decir, la antigua». Sin duda que esta particularización apunta hacia el huerto del Edén (Gn. 3:1-24) cuando el maligno produjo la caída del hombre (véase 2 Co. 11:3). El sustantivo «serpiente» sugiere sutileza para engañar. Sus asechanzas no cesan ni tampoco su pertinaz deseo de llevar al hombre al pecado (véanse Ef. 6:11; 2 Ti. 2:26).
«Que se llama diablo y Satanás», literalmente «el que es llamado diablo y el Satanás». El vocablo «diablo» (diábolos) significa «calumniador», «difamador», «falso acusador». Dicho ser es el calumniador de los siervos de Dios delante de la presencia divina, que procura de esta forma separarlos de Dios. «Satanás» significa «adversario», «oponente», «contrincante». No sólo es el enemigo de Dios, sino que también es el principal enemigo de la humanidad. Satanás es el fundador y rey del reino de las tinieblas. Este es un reino fraudulento que pretende competir con el reino de Dios. El creyente en Cristo ha sido librado de la potestad de dicho reino y trasladado al reino de Dios (Col. 1:13).
La actividad principal de Satanás es la de subvertir el reino de Dios. Con ese fin «como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar» (1 P. 5:8). Es mentiroso y el padre de la mentira (Jn. 8:44). Una de sus armas más eficaces es la de sembrar la duda en la mente del ser humano, principalmente en lo que concierne a las promesas de Dios (2 Co. 11:3). El creyente debe recordar que Satanás es un adversario sobrenatural que sólo puede ser resistido y vencido con la ayuda de Dios (véanse Stg. 4:7; Jud. 9).
«El cual engaña al mundo entero». Satanás es el especialista del engaño. No sólo engañó al ser humano en el huerto del Edén, sino que a través de toda su carrera ha engañado a la humanidad. Obsérvese que su actividad es universal («al mundo entero»). El vocablo «mundo» (oikouménein) significa «la tierra habitada». El objeto del engaño satánico son los hombres y mujeres de todas las naciones (véanse 2 Co. 1:11, 11:3, 14; 2 Ti. 2:24; Ap. 18:23, 20:10). La sociedad humana yace bajo la influencia del maligno (1 Jn. 5:19). Los sistemas económicos, sociales, educacionales, políticos e incluso los medios de comunicación funcionan influenciados por el poder del diablo. El gran enemigo de Dios es una parodia de la misma verdad de Dios. Él engaña mediante la diseminación de mentiras acerca de Dios.
«Fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él». Esta acción tiene lugar antes de la gran tribulación y la gatillará, precisamente cuando el Anticristo se convierta en el gran líder o dictador con autoridad mundial y decrete la persecución total de la descendencia de la mujer, es decir, el remanente del linaje santo de Israel. La tierra y sus habitantes, además, sufrirán a causa de la presencia no sólo de Satanás, sino también de sus ángeles o demonios. Precisamente es esto lo que hace de la tribulación la época de mayor actividad satánica jamás experimentada en la tierra.
Una observación adicional debe hacerse en esta coyuntura. Hay escritores cuya persuasión teológica (amilenialismo y post-milenialismo) les lleva a sugerir que Satanás fue atado o neutralizado a raíz de la primera venida de Cristo. Se citan textos como Juan 12:31; Mateo 10:1; Juan 17:5; Hebreos 2:14 y otros, para apoyar la teoría de que Satanás ya fue encadenado. El problema, una vez más, es exegético y hermenéutico. Los pasajes mencionados fundamentalmente tratan de la base sobre la cual Satanás es condenado (Jn. 12:31) o de los beneficios que la obra de Cristo trae a los creyentes, librándoles del poder del maligno (Jn. 17:5; He. 2:14). Pero en ningún caso dichos versículos enseñan que Satanás haya sido atado o neutralizado a raíz de la primera venida de Cristo. Uno sólo tiene que leer pasajes tales como 1 Pedro 5:8, donde se dice: «Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar». Debe tomarse en cuenta, también las numerosas advertencias hechas a los creyentes respecto a las actividades satánicas en contra de los fieles (véanse 2 Co. 2:11; 12:7; 1 Ti. 1:20; Ef. 4:27; 6:11; 2 Ti. 2:26). Confundir el cuidado que el Señor tiene de sus hijos, cosa que es incuestionable en las Escrituras, con la neutralización de las actividades de Satanás en el mundo es exegéticamente injustificable.
Cuando Cristo vino la primera vez, comenzó su ministerio terrenal anunciando el mensaje del arrepentimiento y del acercamiento del reino de los cielos en su persona. El Señor Jesús echó fuera demonios y dio a sus discípulos el poder de hacer lo mismo. Esa era una demostración de la presencia de los poderes del reino. En el reino del Mesías, como se comentará más adelante, Satanás está totalmente sometido y los demonios estarán absolutamente ausentes del reino glorioso del Mesías. Una de las cosas que hará que el reino sea lo que será es el hecho de la ausencia total de Satanás. Pero eso no ha ocurrido todavía. El diablo ha estado activo en el mundo y lo estará hasta que sea encarcelado primero en el abismo, y a la postre sea echado en el lago de fuego para siempre (Ap. 20:10).
12:10
«Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche».
El texto no identifica el origen de la «gran voz en el cielo». Es posible que la voz provenga de uno de los mártires mencionados en Apocalipsis 6:10, porque parece raro que proceda de algún ser angelical, puesto que los ángeles por lo general no llaman a los redimidos «nuestros hermanos». Nadie, sin embargo, puede ser dogmático en este punto. No debemos olvidar que Apocalipsis significa «descorrer el velo», «revelar». Es decir, en el Apocalipsis se nos muestran procedimientos y protocolos entre los ángeles, Dios y los hombres que de ninguna manera podríamos conocer estudiando el resto de las Escrituras.
La voz pronuncia una hermosa doxología. En la alabanza se reconoce tanto a Dios el Padre como al Hijo. «Ahora ha venido» (arti egéneto). Esta frase expresa prolépticamente la caída de Satanás y el establecimiento del reino del Mesías. El adverbio «ahora» (arti) tiene la fuerza de «ahora mismo» y el verbo «ha venido» (egéneto) es el tiempo aoristo, modo indicativo de gínomai. La forma verbal es pasada, pero se usa para destacar la realidad del acontecimiento. El hecho es tan cierto que, aunque tendrá lugar en el futuro, ya se da por realizado.
El texto expresa alabanza por la venida del reino y por la exclusión de Satanás: «la salvación» (hei soteiría), es decir, «la liberación». Satanás es el gran esclavizador. Su derrota y su exclusión de todo acceso en el cielo significan liberación de su potestad y victoria para quienes han puesto su confianza en el Mesías (véase Ap. 7:10; 19:1). La salvación mencionada aquí como inminente se refiere no a la salvación de la culpabilidad del pecado, sino a la salvación en el sentido de liberación y de la consumación del programa divino.
«El poder» (hei dynamis). Este sustantivo significa «poder dinámico», «poder inherente», «poder que reside en algo en virtud de su naturaleza». El poder dinámico inherente en Dios se ha manifestado en el nacimiento del Mesías, su muerte, resurrección y glorificación. Se ha manifestado, además, en su victoria rotunda sobre el dragón (Ap. 12:11; 20:10).
«Y el reino de nuestro Dios». La referencia es al reino que el Mesías establecerá cuando venga con majestad y gloria. Ese es el reino por el que Jesús dijo a sus discípulos que orasen «Venga tu reino... » (Mt. 6:10). Hay expositores que afirman que ese reino comenzó con el ministerio terrenal de Jesús y que es una realidad presente. Si bien es cierto que hay una manifestación presente del reino, también es cierto que la forma presente del reino no es el reinado glorioso del Mesías profetizado en las Escrituras. La forma presente del reino no cumple en ningún sentido las palabras de Apocalipsis 11:15 ni las de 12:10. El desalojo de Satanás del cielo ocurre como resultado de la campaña bélica entre Miguel y sus ángeles y el dragón y sus ángeles. No tiene lugar en conexión con el suceso de la cruz. La victoria de los creyentes a través de la sangre del Cordero mencionada en el versículo 11 abarca un período de tiempo que precede la victoria de Miguel. Conjuntamente con la manifestación del reino de Dios está «la autoridad de su Cristo» (hei exousía tou Christou autou), es decir, el derecho o la potestad que el Mesías tiene de ejercer el gobierno del reino mesiánico. El Mesías (Cristo) es el Ungido de Jehová (Sal. 2:2). Él es el rey que ha de reinar sobre toda la tierra desde Sión, el santo monte de Jehová (Sal. 2:6). Las declaraciones de alabanza de Apocalipsis 12:10 constituyen una prolepsis, es decir, una anticipación de lo que ha de ocurrir con toda certeza.
«Porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de Dios día y noche». El vocablo «porque» (hóti) es explicativo del porqué ha venido la salvación, el poder, el reino de Dios y la autoridad de su Mesías. El vocablo «acusador» (katéigór) designa una de las principales actividades de Satanás. El acusador no descansa sino que de forma continua hace sus pronunciamientos legales en contra de los creyentes que aún permanecen en la tierra. La gran bendición es que el creyente tiene a un Abogado perfecto que lo defiende delante de Dios (véase 1 Jn. 2:1, 2). «El acusador de nuestros hermanos» ha tenido acceso al cielo desde su caída hasta que es expulsado por Miguel y sus ángeles. Pero como señal del inicio de la gran tribulación será «lanzado fuera» (ebléithei) del ámbito celestial y no podrá continuar con su actividad en el cielo, porque en la tierra tendrá todavía 1.290 días para perseguir a los santos de Dios.
12:11
«Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte». Las acusaciones de Satanás no tienen éxito. Los santos que son acusados por Satanás son «más que vencedores» (Ro. 8:37). El texto de Apocalipsis 12:11 es enfático: «Y ellos mismos le han vencido a causa de la sangre del Cordero y a causa de la palabra del testimonio de ellos y no amaron sus vidas hasta la muerte». El diablo y sus huestes fueron derrotados «en la cruz» (Col. 2: 5) y en Apocalipsis 12:8, 9 fueron vencidos y expulsados del ámbito celestial. Finalmente, los santos vencen al acusador debido a la sangre del Cordero, es decir, de su sacrificio perfecto que ha hecho posible la purificación de los pecados (He. 1:3). Evidentemente, el texto señala de manera concreta a los mártires que no se doblegarán frente a las persecuciones desencadenadas por el Anticristo. El verbo «han vencido» (eníkeisan) es el aoristo indicativo, voz activa de nikáo, que significa «vencer», «ser victorioso». Dicho verbo se usa prolépticamente, es decir, dando por sentado anticipadamente algo que, sin duda, ha de ocurrir. Obsérvese que en el texto griego aparece dos veces la preposición dia, usada en el caso acusativo. En ese caso, dicha preposición denota la base sobre la cual se obtiene la victoria y no el medio o la agencia. La sangre del Cordero, es decir, su muerte sustituta es la base sobre la cual el cristiano vence al acusador. «La palabra del testimonio de ellos» se refiere al hecho de que el testimonio de ellos está igualmente fundado sobre la Palabra de Dios. Lo que dicen armoniza perfectamente con el contenido de la Palabra de Dios. Además, los mártires acompañan el mensaje que predican con hechos concretos: «Menospreciaron sus vidas hasta la muerte».
En el texto griego dice: «Y no amaron sus vidas hasta la muerte». El verbo «amaron» (eigápeisan) es el aoristo indicativo, voz activa de agapáo, que significa «amar con lealtad», «amar con profundidad». «No amaron sus vidas» expresa la extensión de esta victoria; por causa de Cristo vencieron el amor natural por la vida. Su desapego hacia la vida fue llevado hasta el punto de estar dispuestos a morir por su fe.
Lo que los mártires mencionados hicieron no fue una búsqueda morbosa de la muerte, sino que demostraron una convicción semejante a la de Ananías, Misael y Azarías, quienes sabían cuál era el precio que tendrían que pagar por ser fieles al Dios eterno (Dn. 3). Como aquellos tres jóvenes no se doblegaron delante de sus acusadores, así los santos mencionados en Apocalipsis 12:11 no se doblegaron delante del acusador, sino que optaron por ser fieles hasta la muerte.
12:12
«Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo». «Por lo cual» (dia touto) significa «por esta razón», es decir, por el hecho de la certeza de la derrota de Satanás y del establecimiento del reino del Mesías y todo lo que eso comporta. «Alegraos, cielos, y los que moráis en ellos». El llamado a regocijarse parece guardar conexión con el hecho de que ya Satanás no tiene acceso al cielo. La expresión «cielos, y los que moráis en ellos» se refiere a los ángeles que sirven y adoran a Dios. Los ángeles se regocijan de que el enemigo de Dios ha sido totalmente excluido de su presencia.
Lo que causa regocijo entre los ángeles será motivo de angustia para los habitantes de la tierra. «¡Ay de los moradores de la tierra y el mar!» Esta frase no se refiere al tercero de los tres ayes mencionados en Apocalipsis 8:13. El último de los ayes de 8:13 tiene que ver con el derramamiento de las copas con las que la ira de Dios se consuma (Ap. 16). El ay de Apocalipsis 12:12 se relaciona con la expulsión de Satanás del cielo a la tierra. Dicha expulsión, como ya se ha mencionado, es la señal que marca el inicio de la gran tribulación. Es durante esos 1.290 días finales de la era cuando Satanás lanzará su más enconada persecución contra todo aquel que se niega a llevar la marca de la bestia en su frente.
«Porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo». Esta cláusula expresa la razón de la advertencia hecha a los habitantes de la tierra: «El diablo ha descendido a vosotros con gran ira». El verbo «ha descendido» es un aoristo efectivo, modo indicativo. Esta forma verbal destaca la realidad concreta de un acontecimiento. El descenso del diablo será una realidad que causará serios estragos en la vida de muchos seres humanos. Su descenso es «con gran ira» (échon thymon mégan), literalmente, «teniendo gran ira». El vocablo traducido «ira» en este versículo es thymón, que sugiere un estado mental emocional en lugar de un estado racional. El término thymón implica el concepto de «arder o hervir de ira». La razón por la cual Satanás ha de «hervir de ira» se expresa en frase causal: «sabiendo que tiene poco tiempo». El gerundio «sabiendo» es el participio perfecto, voz activa de oida. Él sabe que tiene poco tiempo para actuar. En realidad, después que sea arrojado a la tierra sólo tendrá 1.290 días para llevar a cabo sus actividades entre la humanidad. Antes de la inauguración del reino, Satanás será confinado al pozo del abismo, donde será encarcelado por míl años, es decir, el tiempo que durará el aspecto histórico del reino del Mesías (Ap. 20:1-3). A la postre, Satanás con sus demonios, la bestia y el falso profeta serán echados en el lago de fuego que arde con azufre.
Actualmente, el Adversario sigue engañando a los hombres mediante falsas religiones que niegan la divinidad de Jesucristo, el hecho del pecado, la necesidad de un Salvador y de la cruz, y hasta la misma existencia de Satanás. Opera a través de ideologías anticristianas y de dirigentes impíos que tratan de eliminar el testimonio cristiano de sobre la faz de la tierra. También lo hace por medio del auge del ocultismo y el atractivo de los modelos de vida materialista. Su obra maestra, sin embargo, actualmente estriba en convencer a la gente de que no existe y que creer en él es retroceder a la mentalidad medieval.
Esto es lo que Satanás ha estado haciendo en el mundo hasta el día de hoy. Esas actividades satánicas no parecen ser las de alguien que esté encarcelado o neutralizado. Si es cierto que la derrota de Satanás ha sido asegurada mediante la muerte, resurrección y glorificación de Cristo, no es menos cierto que Dios, por su voluntad soberana, permite que el maligno siga actuando el mundo. Dios ha permitido que Satanás tenga acceso hasta su misma presencia. Pero de allí será expulsado y excluido para siempre cuando sea derrotado por el arcángel Miguel. Será arrojado a la tierra e iniciará la gran tribulación contra los santos de Dios. Sus actividades, sin embargo, durarán poco tiempo, es decir, 1.260 días de la tribulación misma más 30 días adicionales en los que, en medio de la ira de Dios siendo derramada sobre el mundo, juntará a los ejércitos de la tierra para librar la batalla de Armagedón (Ap. 16:13-16). Será entonces que Cristo se manifestará con poder y gloria para inaugurar su reino (Ap. 19:11-21). Entonces Satanás será enviado al pozo del abismo y posteriormente será echado en el lago de fuego y azufre por toda la eternidad (Ap. 20:1-3, 10). La ausencia de Satanás y sus demonios será total durante la era del reino mesiánico. Ese será uno de los factores que hará posible que haya paz, justicia y santidad en la tierra entre los habitantes del reino (Is. 11:1-10; 65:17 -25; Mi. 4:1-5; Zac. 14:8-21).
La expulsión de Satanás del cielo y su llegada a la tierra es la tercera señal sobrenatural que Dios le dará a Su pueblo para que levante la cabeza porque su redención está cerca (Lc. 21:28). ¿Recuerda el lector cuáles son la primera y segunda señales y dónde las mencionamos?
12:13
«Y cuando vio el dragón que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón». El principal objetivo del dragón era destruir la simiente de la mujer. El versículo 4 dice que el dragón tomó posición delante de la mujer «... a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese». Como se ha mencionado ya, Satanás trató de cumplir su propósito a través de Herodes y de los judíos, pero fracasó en su empeño. El Mesías murió y pagó con su sangre el rescate por el pecador, resucitó de entre los muertos y ascendió a la diestra del Padre (He. 1:3). El plan satánico de «devorar» al Mesías e impedir que efectuase la obra redentora fracasó rotundamente.
Habiendo fracasado en su empeño de destruir al Mesías, Satanás arremete contra la mujer (el Israel de Dios) que lo trajo al mundo. El dragón es demasiado astuto para ignorar el hecho de que su expulsión final del cielo es irreversible. Pero reconoce también que su posición en la tierra ofrece nuevas oportunidades. Si no puede atacar directamente al hijo de la mujer, puede hacerle daño al hijo a través de la mujer (véanse Mt. 25:45; Hch. 9:4). Aunque el Israel de Dios ha sufrido diversas calamidades en el pasado en Asia, África y el Medio Oriente, e incluso sigue padeciendo en el presente, nada de lo ocurrido hasta ahora parece cumplir la persecución profetizada en Apocalipsis 12. Lo más coherente con el ambiente del Apocalipsis es entender que la persecución satánica descrita en este versículo será el cumplimiento de lo profetizado por el Señor en Mateo 24:15-28 y Marcos 13:14-23. A raíz de su exclusión del cielo para iniciar en la tierra la gran tribulación, Satanás arremeterá con ira incontrolada contra la descendencia del Israel de Dios y «perseguirá» a la mujer con el fin de destruirla totalmente e impedir así que se cumpla el pacto abrahámico.
12:14
«Y se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila, para que volase de delante de la serpiente al desierto, a su lugar, donde es sustentada por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo». La protección de la mujer de la persecución satánica durante el inicio de la gran tribulación es efectuada mediante un acto sobrenatural. La frase «se le dieron» (edótheisan) es el aoristo indicativo, voz pasiva de didomi. La voz pasiva tiene una función teológica o de «pasivo divino», es decir, Dios es quien da. El Dios soberano da a la mujer la protección necesaria en tiempos angustiosos tal como lo hizo cuando liberó al pueblo de la esclavitud en Egipto (véanse Éx. 19:4; Dt. 32:11). La figura «las dos alas de la gran águila» es emblema de una liberación sobrenatural. El águila es conocida como la reina de las aves. Se caracteriza por su fortaleza y la agudeza de su visión. Además, vuela más alto que ninguna otra ave. De manera que la figura es un excelente símbolo de la manera milagrosa que Dios utilizará para proteger a su pueblo.
Como un águila que revuelve y cuida de su nido, y vuela vigilante sobre sus polluelos, así la Shekinah de Dios cubrió a Israel, y la sombra de la Shekinah se extendió sobre su pueblo; y como una águila extiende sus alas sobre sus polluelos, los carga y transporta sobre sus alas, así Dios los llevó y los transportó, y los hizo habitar en los lugares fuertes de la tierra de prometida. Y lo que hizo en el pasado, lo hará de nuevo en el futuro.
Las «alas de la gran águila» le permitirán a la mujer huir de la persecución de la serpiente. El lenguaje metafórico significa que Dios proveerá un lugar para la protección de su pueblo y los medios para que escape a dicho lugar. La Biblia no revela dónde estará dicho lugar, sólo dice que está en «el desierto» (tein éreimon) y que es el lugar de ella (ton tópon auteis). Algunos han especulado que será en las ruinas de la ciudad de Petra (Edóm), pero dicha sugerencia es especulativa. La visión de la mujer es un símbolo, y todo lo que aparece en el capítulo también lo es. Por lo tanto, es mejor entender «el desierto» también como simbólico del mundo entero, puesto que la mujer es un símbolo universal que representa, en el pasado, a la línea genealógica a través de la cual descendió el Mesías, y, en el futuro, a los redimidos de Dios de todas las razas. Lo que sí puede asegurarse es que dondequiera que dicho lugar de protección esté, Dios sustentará a la mujer-nación «por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo», es decir, por tres años y medio que será exactamente la duración de la gran tribulación. Además, dicho lugar estará fuera del alcance de Satanás.
12:15, 16
«Y la serpiente arrojó de su boca, tras la mujer, agua como un río, para que fuese arrastrada por el río. Pero la tierra ayudó a la mujer, pues la tierra abrió su boca y tragó el río que el dragón había echado de su boca».
El versículo 15 pone de manifiesto que Satanás posee capacidades sobrenaturales. Con el fin de alcanzar su propósito de destruir la mujer, el maligno «arrojó de su boca, tras la mujer, agua como un río». Obsérvese la figura de dicción llamada símil: «agua como un río», lo que destaca el carácter simbólico de todo el relato. El «río» aquí simboliza los ejércitos humanos que perseguirán a la mujer, y trae a la memoria Isaías 59:19b, que dice: «porque vendrá el enemigo como el río, mas el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él». Nótese la semejanza de este «río» con la invasión que efectuará el Anticristo en Israel y los países vecinos: «Pero al cabo del tiempo el rey del sur [el rey de Egipto] contenderá con él [el Anticristo]; y el rey del norte [el Anticristo] se levantará contra él [el rey de Egipto] como una tempestad, con carros y gente de a caballo, y muchas naves; y entrará por las tierras, e inundará, y pasará. Entrará a la tierra gloriosa [Israel] , y muchas provincias caerán; mas éstas escaparán de su mano: Edom y Moab, y la mayoría de los hijos de Amón. Extenderá su mano contra las tierras, y no escapará el país de Egipto. Y se apoderará de los tesoros de oro y plata, y de todas las cosas preciosas de Egipto; y los de Libia y de Etiopía le seguirán. Pero noticias del oriente y del norte lo atemorizarán, y saldrá con gran ira para destruir y matar a muchos. Y plantará las tiendas de su palacio entre los mares y el monte glorioso y santo [el monte Moriá en Jerusalén] ; mas llegará a su fin, y no tendrá quien le ayude» (Dn. 11:40-45).
El objetivo de este río humano de enemigos anticristianos es para arrastrar a la mujer («para que fuese arrastrada»); es decir, para destruirla. Satanás se percata de que la mujer se escapa de su alcance y arroja tras ella un ejército de perseguidores que se asemejan a un río, con el fin de acabar con ella. A pesar del lenguaje metafórico (o tal vez debido a éste), la idea del versículo es clara: El enemigo de Dios y de su pueblo hace un esfuerzo sobrenatural para intentar exterminar al Israel de Dios.
La protección divina no le falta a la mujer. Aunque el texto no lo expresa así, hay suficientes precedentes para afirmar que la tierra «abrió su boca y tragó el río» por decreto divino. El cántico de Moisés dice: «Extendiste tu diestra, la tierra los tragó. Condujiste en tu misericordia a este pueblo que redimiste; lo llevaste con tu poder a tu santa morada» (Éx. 15:12, 13). El faraón egipcio quiso destruir al pueblo de Dios, pero «la tierra los tragó» y el pueblo fue librado. Hay otros casos en los que Dios abrió la tierra para que se tragase a los transgresores (véanse Nm. 16:28-33; 26:10; Dt. 11:6; Sal. 106:17). Algunos expositores intentan darle una explicación natural o racionalista tanto al agua arrojada por Satanás como al abrirse de la tierra para tragar el agua. El texto bíblico, tanto en el Apocalipsis como en otros pasajes, sugiere que se trata de acciones sobrenaturales. Dios está efectuando la consumación de su propósito eterno que implica la manifestación de su reino. El maligno, es decir, Satanás intenta obstruir el plan de Dios y el cumplimiento del pacto abrahámico. Si Satanás logra destruir a la mujer, el pacto abrahámico no podría cumplirse. Pero el dragón no es contrincante para hacer frente a los poderes dados por Dios.
12:17
«Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo». El fracaso de Satanás produce en él una reacción de «ira contra la mujer», o sea, se puso furioso debido a la mujer. Y al no poder descargar su ira sobre la mujer a quien Dios protege, Satanás «se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella». Este grupo de creyentes, evidentemente no está en el sitio de protección donde está la mujer.
¿Quiénes están incluidos en la frase «el resto de la descendencia de ella»? Hay quienes piensan que la frase se refiere a gentiles cristianos. Otros creen que se refiere a cristianos individuales sin diferenciar origen racial. También están los que piensan que Juan está hablando de un remanente judío diferente de la mujer que representa a Israel como un todo.
Más razonable que especular y opinar al respecto es dejar que el mismo texto inspirado identifique a «el resto de la descendencia de ella». A continuación de esta frase el resto su descendencia son «los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo». Esta revelación debiera bastar para zanjar toda discusión en cuanto a la identidad de «el resto de la descendencia de ella». El texto inspirado los identifica como creyentes tanto gentiles como judíos. Puesto que la mujer está compuesta tanto por creyentes gentiles y judíos, es obvio que su descendencia tenga su misma naturaleza de acuerdo a la ley natural y espiritual de Dios, que ha estipulado que su creación debe reproducirse «según su género» (Gn. 1:11), «según su naturaleza» (Gn. 1:12) y «según su especie» (Gn. 1:21). Ningún judío puede guardar los mandamientos de Dios sin haber obedecido el mandamiento de Dios de arrepentirse y recibir al Mesías como su salvador personal (Hch. 17:30). Y los que «tienen el testimonio de Jesucristo» son todos los que han conocido el poder redentor del Señor Jesucristo, ya sean gentiles o judíos, puesto que todos los santos hemos sido llamados a ser testigos del Señor. (Véase 52 versículos bíblicos sobre los testigos de Jesucristo).
12:18
«Y se detuvo sobre la arena del mar». Este versículo no aparece en la Reina-Valera 1960, aunque sí aparece en la primera parte de Apocalipsis 13:1, con la variante del verbo en la primera persona singular. La mejor lectura, sin embargo, es la que se ofrece en este comentario, ya que tiene el apoyo de los mejores manuscritos.
El sujeto del verbo «se detuvo» (estáthei) es el dragón, quien ha fracasado doblemente. Su persecución de la mujer no tiene éxito, porque Dios le ha preparado a ella un lugar y también la sustenta por un período de tres años y medio, o sea, el tiempo que dura la gran tribulación. También fracasa en su guerra «contra el resto de la descendencia» de la mujer porque es posible que Dios no permita que muchos de sus redimidos sufran daño alguno. Muchos deberán morir por su fe en el Señor, pero otros, a pesar de dar testimonio público del Señor Jesucristo y de guardar fielmente los mandamientos de Dios, no sufrirán el martirio.
Satanás ha llegado a su límite, y junto con él: la bestia que sube del abismo, el falso profeta (el Anticristo) y su imperio. Sin embargo, el dragón hará un intento más por conservar la supremacía entre los hombres, el cual se describe simbólicamente en Apocalipsis 16:13-14 . El reino de tinieblas, sin embargo, será derrotado cruenta y sumariamente, y el reino de luz y de paz será establecido para siempre aquí en la tierra.
Resumen y Conclusión
El capítulo 12 del Apocalipsis es crucial a la hora de interpretar el argumento del libro. Conjuntamente con los capítulos 13 y 14, este capítulo revela quiénes serán los protagonistas centrales del período de la gran tribulación. Son cinco los protagonistas mencionados en este capítulo: (1) “La mujer” (Ap 12:1-2), que simboliza al Israel de Dios: la Iglesia universal; (2) “el dragón” (Ap 12:3-4), que representa a Satanás; (3) “el hijo varón” (Ap 12:5-6), que se refiere al Señor Jesucristo; (4) “Miguel” (Ap 12:7); y (5) “el resto de la descendencia” de la mujer (Ap 12:17), que se refiere a los creyentes redimidos de todas las naciones en los días finales de la era.
Como es característico en el Apocalipsis, el contenido del capítulo 12 está expresado en lenguaje figurado. Las figuras de dicción, sin embargo, no dan licencia para que el intérprete aplique una hermenéutica alegórica o espiritualizante a la hora de descubrir el significado de las figuras usadas para comunicar el mensaje. El texto dice que la mujer es una «señal» (seimeion). Eso significa que la mujer simboliza «algo» o «alguien». El exégeta debe proceder objetivamente para descubrir de qué o de quién la mujer es señal.
Lo mismo sucede con la identificación del dragón escarlata. La figura del dragón, según el texto, es «otra señal». El versículo nueve revela que el dragón representa a Satanás. De modo que no es necesario especular en cuanto a dicha identificación. No obstante, el intérprete tiene que contender con el hecho de la figura del dragón. ¿Qué pretende decir Juan cuando describe a Satanás como un gran dragón? El apóstol sin duda pretende describir la naturaleza o el carácter de Satanás. Un dragón habla de un ser temible, aterrorizante, de gran fortaleza, que intimida a quien lo contempla.
Una vez más, se hace necesario destacar que el lenguaje figurado no debe interpretarse figurada o alegóricamente. Las figuras de dicción en cualquier idioma tienen un significado literal que es aquel que le asigna la comunidad que lo usa. Se dice de un artista o un deportista que es una estrella. Esa figura es usada para decir que sobresale por encima de otros. A veces se describe a una persona con el calificativo de «bárbaro» para significar que es «fiero», «arrojado», «tosco» o «inculto». En definitiva, decir que el Apocalipsis es un libro de símbolos y que, por lo tanto, no puede interpretarse literalmente sino que hay que espiritualizarlo, no es un procedimiento correcto. El lenguaje figurado tiene por objeto expresar de manera concreta ideas o conceptos abstractos. Por lo tanto, una interpretación literal del Apocalipsis toma en cuenta la utilización de las figuras de dicción a través del libro. La literatura apocalíptica posee esa característica y eso la diferencia, entre otras cosas, de los demás géneros literarios.
En este capítulo también se revelan varios temas que forman parte importante del argumento del Apocalipsis. Se menciona el gran poder del dragón: Sus siete cabezas, diez cuernos, siete coronas o diademas y su capacidad para arrastrar a la tercera parte de las «estrellas del cielo» [ángeles] indican que posee un poder de gran alcance. No obstante a ese poder, el dragón es desalojado del cielo después de luchar con el arcángel Miguel. Esa guerra angelical ocurre antes de la gran tribulación, y la gatilla cuando Satanás es arrojado a la tierra, desde donde intenta destruir a la simiente de Abraham (judíos y gentiles por igual) y a los 144.000 israelitas que han sido sellados. Su fracaso es total porque Dios protege a la mujer y al resto de su descendencia.
Una verdad central en este capítulo se relaciona con el reino del Mesías. Se dice con claridad que él «regirá con vara de hierro a todas las naciones». Eso se cumplirá literalmente cuando Cristo venga con poder y gloria. En Apocalipsis 12:10, Juan afirma prolépticamente varias verdades contundentes tocante al reino: «La victoria, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Mesías» son realidades que se harán patentes cuando el reino sea establecido. Todo esto constituye el centro mismo del argumento del Apocalipsis. Dios ha de consumar su propósito tanto dentro de la historia de la humanidad como en la eternidad.