Apocalipsis Capítulo 11



Los Dos Testigos, La Séptima Trompeta y La Preparación para los Juicios de las Copas (11:1-19)

Dios ordena la presencia de dos testigos en la ciudad de Jerusalén. Aunque no se identifica el nombre de dichos testigos, sí se da a entender algo de la naturaleza de sus ministerios. Esos dos hombres harán señales y milagros semejantes a los efectuados por Moisés en Egipto y por Elías en Israel en tiempos de Acab. El ministerio de dichos testigos dura tres años y medio. Cuando acaban la tarea que Dios les encomienda, sufren martirio a manos de «la bestia que sube del abismo». Los moradores de la tierra festejan la muerte de los dos testigos y asumen que los siervos de Dios han sido vencidos. Sin embargo, Dios los restaura a la vida y los traslada al cielo. Simultáneamente con el ascenso al cielo de los dos testigos tiene lugar un terremoto que destruye la décima parte de la ciudad de Jerusalén y causa la muerte a siete mil personas. Los sobrevivientes se ven forzados a dar gloria al Dios del cielo. Aunque podría ser una expresión de arrepentimiento genuino, es posible que sólo sea un acto superficial sin significado salvador de clase alguna. Lo que sí es evidente es que el Dios del cielo, soberano sobre todas las cosas, ha de consumar su plan eterno tal como lo anuncia su Palabra.

El ministerio de estos dos testigos es presentado en forma sumaria en Apocalipsis 11:1-14. Es evidente que se trata de un resumen de sus ministerios; resumen que se centra en los dos últimos y más importantes eventos de sus vidas: su muerte y resurrección. Sin embargo, el texto nos dice explícitamente que el período total de su ministerio es de tres años y medio, o cuarenta y dos meses, o mil doscientos sesenta días. Este período de tiempo es el mismo asignado al Anticristo para desatar la gran tribulación contra los siervos de Dios a nivel mundial. Por lo tanto, el ministerio de estos dos testigos corre paralelo con los hechos que comienzan a transcurrir desde que el Cordero rompe el primer sello en Apocalipsis 6:1. Juan, está profetizando «otra vez» (Ap. 10:11) lo mismo que profetizó desde Apocalipsis 6:1 hasta 9:21, tal como se le ordenó. La única diferencia es que ahora se centra en los principales protagonistas del conflicto apocalíptico.

El párrafo comprendido en Apocalipsis 11:15-19 es un trozo de suma importancia en el desarrollo del argumento del libro porque retoma brevemente la narración lineal que llega hasta Apocalipsis 9:21.

Comentario

11:1


«Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y se me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él». En el texto griego, el vocablo «entonces» es la simple conjunción copulativa kai, que significa «y». Esta conjunción establece el nexo entre el capítulo 10 y el contenido de Apocalipsis 11:1-13. El apóstol dice que se le dio «una caña semejante a una vara de medir». Dicha «caña» (kálamos) era una planta común que crecía junto al río Jordán y, debido a su peso liviano, constituye una buena vara de medir.

La caña que Juan recibió tenía el aspecto de «una vara de medir» (hrábdoi). Este objeto también podía usarse para que una persona se apoyase al andar. «Y se me dijo» (légon), literalmente, «diciendo». Juan no identifica a la persona que le dio la caña ni la que habló con él. Pero lo que queda claro es que el espectador pasivo ahora se convierte en agente activo.

El apóstol recibe una orden concreta: «Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él». Hay quienes prefieren alegorizar este versículo y, a la postre, todo el capitulo 11 del Apocalipsis.

«El templo de Dios» (naos tou theou) se refiere particularmente al santuario interior, es decir, al lugar santo y al lugar santísimo, no al edificio completo. La palabra griega que se utiliza en el Nuevo Testamento para referirse al edificio del templo es jieron. La utilización de naos aquí es la que lleva muchos expositores del Apocalipsis a espiritualizar o alegorizar este pasaje. Naos es utilizada metafóricamente en varios pasajes del Nuevo Testamento. El Señor Jesús la utiliza en referencia a su cuerpo físico en Juan 19:21. Pablo la utiliza para referirse a la Iglesia, el cuerpo místico del Señor en Efesios 2:21, y para referirse a una iglesia local en 1 de Corintios 3:16-17 y en 2 de Corintios 6:16; y para referirse al cuerpo del creyente individual en 1 de Corintios 6:19. Pero naos es también la palabra con que se designa al lugar santo y al lugar santísimo del templo y del tabernáculo. Por eso creemos que la utilización de naos en este pasaje apunta no hacia a reconstrucción de un templo judío en Jerusalén, si no a la erección de un tabernáculo como el que Moisés erigió en el desierto. Esto porque al utilizar tal palabra la atención del lector se dirige hacia el interior, hacia el lugar santo y al lugar santísimo, sin describir si este lugar es el de un templo o un tabernáculo.

Es importante que el lector tenga presente que la idea de la reconstrucción de un templo judío en Jerusalén es muy poco probable. Es una idea popular y muy difundida, pero poco realista. La principal razón es que el templo, para que fuera válido, tendría que reconstruirse en el mismo sitio donde Salomón construyó el primer templo, que estuvo situado en la explanada del monte Moriá, en la ciudad de Jerusalén, donde se ubican hoy el Muro de los Lamentos y la Cúpula de la Roca.

El Cúpula de la Roca es un santuario musulmán que fue construido sobre el Monte del templo en Jerusalén en 691 d.C. La Cúpula de la Roca es parte de una área sagrada musulmana más grande que ocupa una porción significativa de lo que es también conocido como el Monte Moriá, en el corazón de Jerusalén. La Cúpula de la Roca recibe su nombre del hecho de que está construida sobre la parte más alta (la cúpula) del Monte Moriá, que es donde los judíos y los cristianos creen que Abraham estaba dispuesto a ofrecer a su hijo Isaac como sacrificio a Dios (Gn. 22:1-14).

También se considera como la ubicación de la era de Arauna, el jebuseo, donde David edificó un altar a Jehová (2 S. 24:18). Es también el lugar donde se cree estaba edificado el templo de Herodes antes de que fuera destruido en el 70 d.C. por el ejército romano. Algunos incluso creen que la roca (
Cúpula de la Roca) podría haber sido la ubicación del Lugar Santísimo que formaba parte del templo judío donde el Sumo Sacerdote Judío entraba una vez al año para hacer expiación por los pecados de Israel.

La Cúpula de la Roca es parte de la mayor área islámica conocida como el Santuario Noble o Al-Haram al-Sharif. Esta área incluye más de 35 hectáreas y contiene la Mezquita Al-Aqsa y la Cúpula de la Roca. Después de que los musulmanes se apoderaran de Jerusalén en 637 AD, los líderes islámicos encargaron la construcción de la Cúpula de la Roca en 685 d.C. Tomó casi siete años para completar y hoy es una de las estructuras islámicas más antiguas del mundo.

La plataforma o el área del Monte del templo que alberga la Cúpula de la Roca y la Mezquita Al-Aqsa fue construida en el siglo I d.C. bajo el gobierno de Herodes el Grande como parte de su reconstrucción del segundo Templo Judío. El Señor Jesús adoraba en el templo de Herodes, y fue allí que profetizó su destrucción (Mateo 24:1-2). La profecía del Señor se cumplió cuando el templo fue destruido por el ejército romano en 70 d.C.

La zona del Monte del templo donde se encuentra la Cúpula de la Roca es importante no sólo para los musulmanes que la controlan, si no también para los judíos y cristianos. Como el lugar donde una vez estuvo el templo judío, el Monte del templo es considerado el lugar más sagrado en el judaísmo y es el lugar donde los judíos y algunos cristianos creen que se construirá el tercer y último templo. Esta zona es también el tercer sitio más sagrado del Islam. Debido a su importancia para los judíos y los musulmanes, el área del Monte del templo es un sitio religioso altamente controversial sobre la cual tanto la Autoridad Palestina (musulmana) e Israel reclaman soberanía.

La Cúpula de la Roca es una estructura impresionante, fácilmente vista en muchas fotografías de Jerusalén. No sólo está en la cima del Monte Moriá, sino también fue construida sobre una plataforma elevada hasta otros 16 pies por encima del resto de la zona del Monte del templo. Dentro, al centro de la Cúpula, está el punto más alto del Monte Moriá. Esta roca desnuda mide unos 60 pies por 40 pies y se levanta alrededor de 6 pies desde el piso del santuario. Mientras que muchas personas se refieren erróneamente a la Cúpula de la Roca como una mezquita
, fue en realidad construida como un santuario para los peregrinos, aunque se encuentra cerca de una mezquita musulmana importante (la Mezquita de Omar).

Algunos creen que la Cúpula de la Roca fue construida porque, según la leyenda musulmana, el Profeta Mahoma fue llevado al Monte Moriá por el ángel Gabriel y desde allí ascendió al cielo y conoció a todos los profetas que le precedieron, así como vio a Alá sentado en su trono rodeado de ángeles. Sin embargo, esta historia no aparece en los textos islámicos hasta varias décadas después de que fue construido el Santuario, que llevó a algunos a creer que la razón principal para la construcción de la Cúpula fue para celebrar la victoria Islámica sobre los cristianos en Jerusalén y no para honrar la supuesta ascensión de Mahoma.

Cuando Israel tomó el control de esa parte de Jerusalén después de la Guerra de Seis Días en 1967, los dirigentes israelíes permitieron una fundación religiosa islámica tener autoridad sobre el Monte del templo y la Cúpula de la Roca como una manera de ayudar a mantener la paz. Desde ese momento los no musulmanes han tenido un acceso limitado a la zona y no están autorizados a orar en el Monte del templo.

Puesto que el único sitio válido según el judaísmo para reconstruir un templo a Dios pertenece o está en dominio de los musulmanes, ¿cree el lector que sea factible la reconstrucción de un templo judío sin la destrucción de la Cúpula de la Roca? Sin embargo, la erección de un tabernáculo junto al Muro de los Lamentos igual permitiría el re-establecimiento de los sacrificios mosaicos, lo que es, en definitiva, lo que en realidad se menciona en el pasaje más claro en relación al tema, Daniel 12:12: «Y desde el tiempo que sea quitado el continuo sacrificio hasta la abominación desoladora, habrá mil doscientos noventa días». Nótese que en este pasaje no hay mención de ningún templo, aunque la expresión «el continuo sacrificio» implica la presencia del re-establecimiento de los sacrificios mosaicos. En resumen, para que se re-establezcan los sacrificios mosaicos no es necesario un templo (jerión); basta con un tabernáculo (como el mosaico) con santuario interior (naos).

No es sensato en este contexto espiritualizar las expresiones «el templo de Dios», «el altar» y «los que adoran en él». Tampoco parece congruente con el ambiente del capítulo entender que la medición del templo de Dios es un acto simbólico de la preservación del peligro. Debe tenerse en cuenta de que en los postreros tiempos, particularmente durante el llamado «período tribulacional», Jerusalén estará bajo dominio gentil (véase Lc. 21:24). Como ha ocurrido en el pasado, así volverá a ocurrir en los días en que se cumpla lo que está profetizado. Los gentiles en tiempos de Nabucodonosor, Antíoco Epífanes IV y Tito el romano profanaron el templo de Dios en Jerusalén.

«El altar», probablemente se refiera al altar de bronce que estaba situado en el atrio fuera del santuario. Sólo a los sacerdotes les estaba permitido entrar en el santuario donde estaba el altar de oro usado para quemar el incienso. Quienes no eran sacerdotes tenían acceso al altar de bronce donde ofrecían sus sacrificios.

«Y a los que adoran en él». Hay quienes identifican este grupo con la iglesia. Sin embargo, el pasaje armoniza mejor con la postura de que se refiere a una representación de un futuro remanente santo en Israel que adorará a Dios, con toda probabilidad en un tabernáculo como el de Moisés en el desierto.

La tendencia de muchos expositores es espiritualizar el significado de «el templo de Dios», haciéndolo significar la iglesia. «Jerusalén» equivale a la sociedad humana organizada sin Dios y opuesta a Él. «Los que adoran» son considerados como el pueblo de Dios en su capacidad como una comunidad adoradora, etcétera.

Esa hermenéutica alegórica pierde de vista el contexto general del Apocalipsis y el contexto particular de los capítulos 10 y 11. Debe tenerse presente que el tema central del Apocalipsis es la revelación en gloria de Jesucristo con miras a establecer su reino de paz, justicia y santidad. El Apocalipsis revela cómo Dios se propone establecer su soberanía en la tierra. El contenido de este libro tiene que ver, pues, con los acontecimientos que preceden inmediatamente al establecimiento del reino de Cristo en la tierra, el que es posterior a la venida del Señor y a la resurrección y arrebatamiento de los que seguidores del Señor Jesucristo. Si se pierde de vista esa realidad o si no se le da prioridad en la exposición de este libro, el expositor se ha alejado de la intención del autor original del Apocalipsis.

La interpretación figurada fracasa por varias razones. El templo como el lugar de habitación de Dios no está a la vista aquí. Es el santuario (no necesariamente el templo) judío en Jerusalén lo que está a la vista aquí. El texto dice inequívocamente que el atrio exterior y toda la ciudad serán hollados por los gentiles (Ap. 11:2), lo que significa incuestionablemente que la discusión en este lugar es sobre terreno judío. Pero lo más obvio de todo es la falacia lógica de que si el santuario representa la iglesia de la comunidad mesiánica, ¿quiénes son los adoradores que son medidos junto al santuario y el altar...? La interpretación no literal es terriblemente incongruente y autocontradictoria. Además, esta explicación figurada resulta en un esfuerzo perdido para identificar el atrio exterior y la ciudad santa en Apocalipsis 11:2.

Una interpretación normal de Apocalipsis 11:1 debe poner cuidado en interpretar dicho texto dentro de su ambiente. Obsérvese que el capitulo 10 termina con la re-comisión dada a Juan de que profetice «Otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes». Poco después, en Apocalipsis 11:2, se nos dice que el patio o atrio que está fuera del templo ha sido entregado a los gentiles. Entre esos dos pasajes se encuentra el contenido de Apocalipsis 11:l. Aquí el tema concierne al remanente israelita de los últimos tiempos. Ese remanente ha puesto su fe en el Mesías y, por lo tanto, goza del favor de Dios. Como remanente creyente, adoran a Dios y le rinden culto en una especie de templo o tabernáculo que será construido con ese propósito en los tiempos difíciles de la tribulación. El templo mencionado en este versículo es el mismo que será profanado por el Anticristo según 2 Tesalonicenses 2:4 y Daniel 12:11. Apocalipsis 11:1, tomado en su contexto, enseña que en los tiempos de la más terrible apostasía y de las persecuciones más crueles habrá un remanente hebreo que pondrá su fe en el Mesías y disfrutará del favor de Dios.

11:2

«Pero el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses»
.

«El patio que está fuera del templo» se refiere al patio exterior situado fuera del santuario, aunque estaba ubicado dentro del templo (jerión) mismo. En el templo de Herodes el patio interior estaba dividido en tres espacios, desde el último de ellos al patio exterior estaba separado por una barrera que no podía ser traspasada por los gentiles. El patio interior estaba vedado a los gentiles, pero no así el exterior.

«Déjalo aparte». Literalmente, «échalo fuera». Esa fue la orden que Juan recibió. El apóstol no debía medir el patio exterior porque ha sido entregado por Dios a los gentiles. El verbo «déjalo» (ékbale) es el aoristo imperativo, voz activa de bállo, que significa «tirar fuera», «lanzar fuera». Dicho vocablo se usa en este contexto con el sentido de excluir. Es decir, el patio exterior es excluido aunque dicho patio formaba parte del área del templo (jerión). La razón de la exclusión es: «porque ha sido entregado a los gentiles». El apóstol no sólo recibe la orden de «excluir» el patio exterior, sino que también se le ordena no medirlo. La expresión «no lo midas» es un mandamiento negativo. El verbo «midas» (metréiseis) es el aoristo subjuntivo, voz activa de metréo, que significa «medir». El aoristo subjuntivo sugiere una prohibición absoluta y podría traducirse: «Ni pienses medirlo».

El patio exterior ha caído en manos de los gentiles, y ellos controlarán y profanarán la ciudad santa durante cuarenta y dos meses.

Es decir, que por un período de cuarenta y dos meses o de tres años y medio los gentiles tendrán control del patio exterior y de la ciudad santa. Pero; ¿quiénes son los gentiles mencionados en este versículo? El sustantivo «gentil» debe tomarse aquí en su significado normal o natural, es decir, aquellos que racialmente no son descendientes de Israel y, por lo tanto, contrastan con el pueblo judío. Los gentiles se opondrán al remanente judío que en los postreros días alzará sus ojos y reconocerá a Jesucristo como el Mesías prometido por Dios. Durante cuarenta y dos meses el remanente judío sufrirá la opresión y la persecución de parte de los gentiles. Esa opresión gentil será rota y eliminada por el Mesías cuando se manifieste en Armagedón (Ap. 19:11-21).

Pero si bien es cierto que aquellos que racialmente no son descendientes de Israel y, por lo tanto, contrastan con el pueblo judío, son llamados gentiles en la Biblia; en el estricto contexto de Apocalipsis 11 es una clara referencia a los musulmanes, esto lo sabemos por las razones expresadas en el comentario de Apocalipsis 11:1, específicamente en lo tocante a «El templo de Dios».

En cuanto al significado de la expresión «la santa ciudad» en este contexto tiene que referirse a Jerusalén, tal como el patio exterior del templo se refiere a la fe y a la adoración de los judíos. Alegorizar el significado de «la santa ciudad» y transferirlo a la iglesia es puramente subjetivo e innecesario. Tampoco es congruente con el pasaje decir que la ciudad representa «al mundo fuera de la iglesia». La interpretación consonante con el mensaje del Apocalipsis es la que da a la expresión «la ciudad santa» el significado normal, es decir, el de la ciudad de Jerusalén. Decir que dicha designación no es apta debido a la apostasía de la nación de Israel y de su capital es pasar por alto que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento a Jerusalén se le llama «la ciudad santa» a pesar de que sus habitantes estaban viviendo en rebeldía contra Dios (véanse Neh. 11:2; Is. 48:2; 52:1; Dn. 9:24; Mt. 4:5; 27:53).

Si bien es cierto que en Apocalipsis 21:2 y 22:19 la expresión «la santa ciudad» se refiere a la Jerusalén celestial, la nueva ciudad que desciende del cielo, también es cierto que la nueva Jerusalén es parte de la nueva creación (véase Ap. 21:1, 5). En Apocalipsis 11:2, 8 el tema tiene que ver con la Jerusalén terrenal. Las palabras de Cristo tocante a la existencia de la ciudad de Jerusalén en los días finales son incontrovertibles: « ... y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan» (Lc. 21:24h). La ciudad de Jerusalén ha sido destruida en más de una ocasión, pero permanecerá hasta el final de los tiempos para que se cumpla todo lo que acerca de ella está escrito. Los gentiles «hollarán» (patéisousin), es decir, «pisotearán» la ciudad santa durante «cuarenta y dos meses». Para aquellos que entienden que las cifras usadas en el Apocalipsis son simbólicas, la cantidad de tiempo designada como «cuarenta y dos meses» es espiritualizada o alegorizada. Es decir, no se refiere a una cantidad concreta de tiempo, sino que es una cifra emblemática. Un estudio cuidadoso y desapasionado del Apocalipsis, sin embargo, pone de manifiesto que la mayoría, por no decir todas, las cifras usadas en este libro tienen sentido sólo cuando se toman literalmente.

La aplicación de una hermenéutica normal en el entorno mismo del Apocalipsis conduce a la conclusión de que los 42 meses en Apocalipsis 11:2 se refiere a un período de tiempo literal de tres años y medio. Esos 42 meses se corresponden con los «mil doscientos sesenta días» mencionados en Apocalipsis 12:6. También puede decirse que los 42 meses de Apocalipsis 11:2 se corresponden con la expresión «un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo» mencionada en Apocalipsis 12:14 (véanse además Dn. 7:25; 12:7) y con los 42 meses en Apocalipsis 13:5.

Los 42 meses en Apocalipsis 11:2 y en 13:5 al igual que los 1.260 días de Apocalipsis 11:3 y 12:6 equivalen a la segunda mitad de la septuagésima semana de Daniel 9:27, que es una profecía mesiánica: es para el pueblo judío y no contiene ninguna referencia al Anticristo. La semana septuagésima de Daniel está dividida en dos partes de tres años y medio cada una. La primera parte es acerca de los tres años y medio del ministerio del Señor Jesucristo en la tierra. La segunda parte no ha ocurrido aún y es acerca de los últimos tres años y medio de los que hemos estado hablando en este comentario. El pasaje del cual se toma la idea de que «el período tribulacional» o esta «semana septuagésima de Daniel» debe ser de siete años es un error, y no tenemos tiempo ahora para exponerlo en detalle, pero lo hacemos en un estudio aparte que el lector puede encontrar aquí. Los tres años y medio finales, es decir, la segunda mitad de esa semana de años, son los únicos que faltan por cumplirse, y serán un período de intensa persecución contra la simiente física y espiritual de Abraham. El profeta Jeremías llama ese período: «tiempo de angustia para Jacob» (Jer. 30:7). El Señor Jesucristo se refirió al mismo período de tiempo diciendo: «Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá» (Mt. 24:21). Durante esos 42 meses (tres años y medio), Dios permitirá que los gentiles (específicamente, musulmanes) ejerzan control sobre la ciudad de Jerusalén. El dominio gentil/islámico sobre la ciudad santa se describe mediante el verbo «hollarán» (patéisousin), es decir, «la pisotearán con desprecio o desdén» (Lc. 21:24).

Si las profecías bíblicas tienen el significado que la Biblia les otorga y si su cumplimiento es cierto como lo afirma la Palabra de Dios, entonces es necesario que haya un ente nacional llamado Israel, una ciudad terrenal en la tierra prometida a Abraham llamada Jerusalén y un tabernáculo (al menos) con características reconocidas como tal, ya que, según 2 Tesalonicenses 2:4, el hombre de pecado, o sea, el Anticristo se sentará en el templo (naos, santuario interior) de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios.

11:3

«Y daré a mis dos testigos que profeticen por mil doscientos sesenta días, vestidos de cilicio»
. El texto griego dice: «Y daré a los dos testigos míos». El sujeto del verbo podría ser Dios el Padre, el Señor Jesucristo o el ángel fuerte de Apocalipsis 10:1, quien habla en lugar de Dios. Lo que sí está claro en el texto es que se refiere a dos testigos concretos, como lo demuestra la presencia del artículo determinado «los» (tois) delante del sustantivo «testigos» (mártysin).

La intervención divina queda patentizada de manera dramática por el cambio de la tercera a la primera persona: «Y [yo] daré a mis dos testigos» expresa un acto soberano de Dios. El propósito divino de dar a los dos testigos es «que profeticen por mil doscientos sesenta días». La construcción gramatical refleja el uso de un hebraísmo. Los dos verbos: «daré» y «profeticen», en el texto griego, son futuros de indicativo que es una manera hebraica de expresar propósito. La frase podría expresarse así: «Y yo daré a mis dos testigos para que profeticen por mil doscientos sesenta días».

La identificación de los dos testigos ha sido tema de discusión entre los estudiosos del Apocalipsis. Unos sugieren que los testigos simbolizan la iglesia que testifica en los últimos días tumultuosos antes del final de la edad.

Quienes interpretan los dos testigos como símbolos de la iglesia argumentan que se les designa como «candeleros» (Ap. 11:4), igual que a la iglesia en Apocalipsis 1:20. También señalan como poco probable que la bestia haga guerra contra solamente dos individuos (Ap. 11:7). Finalmente, observan que la muerte de los dos testigos es contemplada por los habitantes de la tierra, algo impensable, dicen, si sólo se tratase de dos individuos.

Hay otros para los que los dos testigos son Enoc y Elías, o Enoc y Moisés, o, quizá Elías y Moisés. En realidad, el problema de la identificación de los dos testigos es más bien teológico y no una cuestión de exégesis bíblica.

Los que creen que uno de los testigos es Enoc apelan al texto de Hebreos 9:27, donde dice: «Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez...» Pero en ese versículo el vocablo «hombres» es genérico, significa «seres humanos». No se refiere a cada hombre individualmente. Además, en el rapto de la Iglesia miles (o tal vez millones) serán arrebatados sin experimentar la muerte (1 Co. 15:51; 1 Ts. 4:17).

Hay quienes opinan que Elías el profeta tiene que ser uno de los dos testigos. Dicen que el Antiguo Testamento predice que Elías vendrá antes que venga el día de Jehová (véase Mal. 3:1-6; 4:1-6). Algunos dicen que Juan el Bautista era Elías; pero Juan mismo negó serlo (Jn. 1:19). Además, Juan no cumple las profecías del Antiguo Testamento, que aguardan un futuro cumplimiento. Cristo enseñó que si el pueblo de Israel hubiese recibido a Juan, su ministerio habría sido aceptado como el cumplimiento de la venida de Elías, pero los israelitas rechazaron a Juan (Mt. 11:13, 14) y, por lo tanto, Elías aún tiene que venir.

Se ha sugerido también que Moisés será uno de los dos testigos de Apocalipsis 11:3. Los que así piensan, apelan al testimonio de Moisés en Deuteronomio 18:15-19 y lo relacionan con Juan 1:25, donde se habla de «el profeta», entendiendo que tal designación se refiere a Moisés. Se señala, además, que Moisés y Elías aparecen juntos en el monte de la transfiguración (Mt. 17:3). La experiencia de la transfiguración es un cuadro de poder y de la venida del reino glorioso del Mesías. También se apela al hecho de que el cuerpo de Moisés no fue sepultado de la manera normal (Dt. 34:5, 6). Dios enterró a Moisés «y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy» (Dt. 34:6). Otro argumento usado es el hecho de que los juicios causados por los testigos (Ap. 11:6) son semejantes a los que ocurrieron en Egipto en los días de Moisés (Éx. 7:20).

Resumiendo, después de analizar todas las sugerencias, debe concluirse que cualquier identificación que se efectúe sólo se basa en inferencias. La Biblia no dice quiénes serán los dos testigos. Lo que sí se puede afirmar exegéticamente es que los dos testigos serán dos individuos escogidos y dotados por Dios para realizar un ministerio especial durante los días críticos de la última mitad de la septuagésima semana de Daniel. Mucho más importante que conjeturar si los dos testigos son Elías y Moisés, son las lecciones que pueden aprenderse del carácter de su ministerio. Moisés ministró en un tiempo en que Israel se encontraba en un estado de miseria y esclavitud. Elías profetizó cuando el baalismo satánico reinaba supremo en Israel y el número de los verdaderos creyentes se redujo a un grupo de 7.000 fieles.

Los dos testigos de Apocalipsis 11:3-6 también desarrollarán sus ministerios en tiempos críticos de la vida de la nación de Israel y del mundo en general. Al igual que ocurrió con Moisés y Elías, estos dos testigos serán instrumentos divinos para ejecutar la voluntad de Dios. Moisés se enfrentó al Faraón de Egipto en el nombre de Dios y lleno del poder del Señor. Elías se enfrentó al rey Acab y a los profetas de Baal. Si Moisés y Elías fueron individuos reales e históricos, no existe razón exegética sobre la cual basar la hipótesis de que los dos testigos de Apocalipsis 11 son personajes simbólicos que representan a la Iglesia, ya sea en todo o en parte.

El ministerio de los dos testigos durará «mil doscientos sesenta días». Ese periodo de tiempo se corresponde con los 42 meses durante los cuales la ciudad de Jerusalén será pisoteada por los gentiles (Ap. 11:2). Es evidente que el ministerio de los dos testigos y el dominio gentil/musulmán sobre la ciudad de Jerusalén coincidirán. Será durante los últimos tres años y medio de esta era cuando el Anticristo ejercerá dominio sobre la ciudad de Jerusalén. Esto sucederá cuando el Anticristo haya llegado al cenit de su carrera. Pablo dice lo siguiente respecto al Anticristo: «El cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo (naos) de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios» (2 Ts. 2:4).

Como era típico de los profetas del Antiguo Testamento en tiempo de crisis, los dos testigos aparecerán «vestidos de cilicio» (véanse Is. 20:2; 22:12; Jer. 4:8; Zac. 13:3). El cilicio era una tela áspera hecha de pelo de cabras. Su color negro se prestaba para señalar luto o endecha. Ocasionalmente los profetas lo llevaban como símbolo del arrepentimiento que predicaban. Los dos testigos de Apocalipsis 11:3 están vestidos de cilicio como señal de la necesidad de arrepentimiento de parte de aquellos a quienes dirigen su testimonio. Pero, además, señala su lamento causado por la condición de la santa ciudad y la prevalente maldad que existe alrededor de ellos.

11:4

«Estos testigos son los dos olivos, y los dos candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra»
. El profeta Zacarías contempló en visión «un candelabro todo de oro» (Zac. 4:2). Encima del candelabro había un depósito que alimentaba de aceite, a través de siete tubos, a las siete lámparas. Zacarías vio, además, «dos olivos, el uno a la derecha del depósito, y el otro a su izquierda» (Zac. 4:3). Dichos olivos tienen la virtud de verter «aceite como oro» «por medio de dos tubos de oro». El aceite, sin duda, alimenta las lámparas para que den luz. En los días de Zacarías, los dos olivos representaban a Zorobabel y a Josué. Estos dos hombres representaban el oficio de rey y el de sacerdote. Ambos individuos, Zorobabel y Josué, vivieron en los días del regreso de Israel del cautiverio babilónico. Su responsabilidad era dirigir la nación bajo Dios en sus asuntos civiles y espirituales para que ésta pudiera ser un testigo adecuado y eficaz a las naciones de la tierra.

El ministerio de Zorobabel y Josué tenía por objeto hacer que la nación de Israel fuese restaurada a la tierra que Dios prometió a los patriarcas. La misión de los dos testigos de Apocalipsis 11:3, 4 tendrá un objetivo semejante. La figura de los «dos olivos» es usada para destacar el carácter del ministerio profético de los dos testigos. El olivo es simbólico del poder del Espíritu Santo. La referencia hecha al pasaje de Zacarías 4, sin duda, subraya el hecho de que el Espíritu Santo tiene una participación vital en el desarrollo de la misión de los dos testigos (véase Zac. 4:6).

Debe observarse también el hecho de que los dos testigos son designados no sólo como «los dos olivos», sino, además, como «los dos candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra». Ambas metáforas son muy significativas. Los dos testigos serán dotados del poder sobrenatural del Espíritu Santo, desarrollarán el ministerio de alumbrar cual candeleros puestos por Dios para proveer luz espiritual en medio de las tinieblas satánicas que caracterizarán el tiempo que dure su ministerio. El testimonio de los dos testigos no surge por habilidad humana, sino en el poder de Dios. Tal como Zorobabel y Josué fueron llenos del poder del Espíritu Santo para que pudiesen llevar a cabo la obra de la restauración del templo y del culto a Jehová, así los dos testigos serán espiritualmente enriquecidos y dotados de un poder aún mayor que los capacitará para hacer frente a los ataques más enconados y perversos de los enemigos de Dios. El hecho de que los dos testigos «están en pie delante del Dios de la tierra» apunta hacia la fidelidad del servicio que realizarán. La expresión «están en pie» (hestotes) es el participio perfecto, voz activa de hístemi. Esta forma verbal sugiere la constancia y la firmeza del ministerio de los dos profetas. La frase «el Dios de la tierra» apunta hacia la expresión paralela de Zacarías 4:14, donde el profeta afirma que Josué y Zorobabel (las dos ramas de olivo) «son los dos ungidos que están delante del Señor de toda la tierra». «El Señor de toda la tierra» y «el Dios de la tierra» es una descripción del Rey Mesías que viene con poder y gloria para establecer su reino de paz y justicia. Los dos testigos dan testimonio de que él es el soberano de toda la tierra y quien quiera entrar en su reino tiene que reconocerlo como único Salvador.

11:5

«Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera»
. Los dos profetas de Dios serán investidos de poderes sobrenaturales. La frase «si alguno quiere dañarlos» expresa una condición que asume la realidad de lo que se manifiesta (obsérvese el uso de la partícula ei seguida del verbo thélei que está en el modo indicativo). El significado de la frase es que habrá quienes intentarán hacerles daño mientras no hayan terminado el ministerio que les ha sido encomendado por Dios. Cualquier deseo manifiesto de agredirles conducirá a la muerte a quien lo intente. En el caso del profeta Elías (2 R. 1:10), el fuego descendió del cielo y consumió a quienes procuraban la vida del profeta. En el caso de los dos testigos, el fuego sale de sus bocas, algo que seguramente causará asombro a muchos. El verbo «devora» (katesthíei), es el presente indicativo, voz activa de katesthío, que significa «consumir por completo». El efecto del fuego que sale de la boca de los dos testigos será instantáneo y asombroso.

Debe observarse el cambio de modo verbal en la segunda parte del versículo: «Y si alguno quiere hacerles daño». En este caso el verbo «quiere» (theléísei) está en el modo subjuntivo, tiempo aoristo. Dicha frase expresa una condicional menos probable. La razón de dicho cambio se debe a que tal vez haya una creciente vacilación de parte de los enemigos de hacer daño a los dos testigos. Quizá, de alguna manera, la muerte de algunos de los opositores sea la causa de la vacilación de otros. La frase: «debe morir él de la misma manera», literalmente significa «así es necesario que él muera» o 
«así es necesario que él sea matado». El verbo «debe morir» (apoktantheinai) es un aoristo infinitivo, voz pasiva y sugiere una acción inmediata. Los dos testigos tienen autoridad para quitar la vida de sus enemigos y ejecutar juicios a discreción.

11:6

«Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran»
.

Si la primera parte del ministerio de los dos testigos recuerda los tiempos de Elías, la segunda parte trae a la memoria el ministerio de Moisés. Elías profetizó durante el reinado del rey Acab. En esa época la nación de Israel vivía en apostasía y abierta rebeldía. Elías se enfrentó con valentía a los profetas de Baal y desafió al mismo rey Acab (véase 1 R. 17-18). Fue Elías quien anunció al rey que por tres años y medio no llovería en la nación de Israel. Los dos testigos de Apocalipsis 11 ejercerán un poder como el que tuvo Elías. También ellos tendrán el poder para «cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía». El poder sobrenatural de los dos testigos abarca todo el tiempo que dure su ministerio profético, es decir, tres años y medio.

Además, los dos testigos «tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre». Moisés fue dotado de un poder semejante, sólo que en el caso de los dos testigos éstos pueden «herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran». Dios dio a Moisés el poder de herir las aguas del Nilo y las fuentes de agua potable de Egipto (Éx. 7:17-21). Ese hecho, como es de esperarse, produjo gran aflicción entre los egipcios. De igual manera, los dos testigos de Apocalipsis 11 tendrán el poder para convertir las aguas en sangre y para causar la presencia de diversas plagas sobre la tierra. A pesar de todo lo que los testigos serán capaces de hacer, tal como sucedió en los días de Elías y Moisés, los hombres inicuos seguirán con sus corazones endurecidos y no se arrepentirán de sus pecados.

En resumen, Dios otorgará a los dos testigos poderes especiales. En primer lugar, les dará poder para cerrar los cielos de modo que no llueva durante tres años y medio (véase el caso de Elías en 1 Reyes 17:1, Lucas 4:25 y Santiago 5:17). En segundo lugar, tendrán el poder para convertir las aguas en sangre (véase lo que Moisés hizo en Egipto, Éx. 7:20). Finalmente, los dos testigos podrán herir la tierra con plagas diversas, cuantas veces quieran. En el caso tanto de Elías como de Moisés ambos actuaban sólo bajo dirección divina. No debe pensarse, sin embargo, que los dos testigos actuarán caprichosamente. Recuérdese que estarán vestidos de cilicio, que simboliza luto. Su ministerio es una prueba de la gracia de Dios, quien muestra su misericordia en medio del juicio, llamando a los hombres al arrepentimiento.

11:7

«Cuando hayan acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, y los vencerá y los matará»
. La expresión «cuando hayan acabado» (hótan telésosin) denota un tiempo futuro determinado. Los dos testigos completarán la tarea que les fue asignada soberanamente por Dios. Hasta que no lleven su testimonio al destino establecido por Dios, los testigos son inmortales y nadie les puede dañar.

Después que hayan acabado su testimonio «la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, y los vencerá y los matará». Esta es la primera vez que el apóstol Juan menciona a «la bestia» (to therion). Therion es un término que designa a un animal de presa, uno que posee un apetito voraz, un carnívoro semejante a un león o a una pantera. Describe a un ser sutil de violencia irracional que actúa según su propia cruel naturaleza. El apóstol declara el origen de la bestia cuando dice «que sube del abismo». De allí procede el ejército de seres infernales descrito en Apocalipsis 9. De manera que la bestia no sólo es un ser feroz en cuanto a su naturaleza, sino que, además, su origen es demoníaco e infernal.

La bestia «hará guerra», es decir, lanzará una campaña de exterminio completo contra los dos testigos. La humanidad inicua aplaudirá la victoria de la bestia. Los verbos «vencerá» (nikéisei) y «matará» (apoktenei) son futuros de indicativo y expresan la realidad del acontecimiento. Ambos verbos apuntan al cumplimiento de la profecía de Daniel 7:21. Los moradores de la tierra considerarán a los dos testigos como sus enemigos públicos, puesto que serán afligidos por el ministerio de éstos. Después reconocerán a la bestia como amigo y rey sobre ellos por haber derrotado a los dos testigos.

11:8

«Y sus cadáveres estarán en la plaza de la gran ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue crucificado»
. La bestia y sus seguidores desean demostrar que su victoria sobre los dos testigos es rotunda. De ahí que permitan (o quizá ordenen) que los cadáveres de los profetas sean públicamente exhibidos como prueba de desprecio y venganza contra ellos. La peor humillación perpetrada contra una persona en el Medio Oriente es dejarla insepulta después de la muerte.

Los cadáveres de los dos testigos serán expuestos «en la plaza de la gran ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto». Algunos expositores alegorizan este trozo del versículo y se niegan a admitir que la referencia sea a una ciudad concreta. Un ejemplo de ese tipo de interpretación es la siguiente:

La «gran ciudad» es toda ciudad y ninguna ciudad. Es el hombre civilizado en una comunidad organizada.

Tal alegorización, sin embargo, es del todo innecesaria. El ministerio de los dos testigos, como el pasaje claramente demuestra, tiene lugar en Jerusalén. Además, el texto afirma que los sustantivos Sodoma y Egipto se usan para describir la condición espiritual de «la gran ciudad», pero que la referencia es al sitio «donde también nuestro Señor fue crucificado».

La metáfora de «Sodoma y Egipto» es apropiada si se tiene en cuenta de que Sodoma apunta a lo más profundo de la degradación moral (véanse Gn. 18:20; Dt. 32:30-33; Is. 1:9, l0; Jer. 23:1; Ez. 16:46, 53), mientras que Egipto, en la mente judía, es sinónimo de opresión inmisericorde y esclavitud despiadada. El uso de dicha metáfora indica que los habitantes de Jerusalén han sobrepasado el colmo de la iniquidad y la soberbia. No hay fundamento exegético que apoye otro significado que no sea la ciudad de Jerusalén. Fue allí donde el Señor Jesucristo fue crucificado. También allí estará el tabernáculo o santuario de los postreros días. Además, será en la ciudad de Jerusalén donde los dos testigos realizarán su ministerio. Debe añadirse, también, que el Anticristo se apoderará de dicha ciudad y por tres años y medio intentará hacer que todo el mundo lo adore. Como se ha señalado en repetidas ocasiones, una interpretación normal del Apocalipsis es, sin duda, la más adecuada. La ciudad descrita en Apocalipsis 11:8 no es otra sino la ciudad de Jerusalén.

11:9

«Y los de los pueblos, tribus, lenguas y naciones verán sus cadáveres por tres días y medio, y no permitirán que sean sepultados»
. La profanación de los cadáveres de los dos testigos es efectuada por un conglomerado humano descrito como «pueblos», «tribus», «lenguas» y «naciones». Evidentemente, la referencia es a los gentiles/musulmanes que ejercerán dominio sobre la ciudad de Jerusalén durante los últimos tres años y medio de nuestra era. Los «tres días y medio» mencionados tienen que ver con el tiempo que dura la profanación de los cadáveres de los dos testigos y no guardan relación alguna con los tres años y medio que dura la tribulación.

La humanidad inicua tratará con increíble menosprecio a los siervos de Dios. Harán que sus cuerpos sean exhibidos en una plaza pública, al descubierto, sometiéndoles al grado máximo de humillación.

El deleite de los espectadores es representado de modo tanto diabólico como infantil; no sólo dejan los cuerpos sin enterrar, sino que se niegan a permitir que los amigos de los mártires los entierren. Además, celebran su victoria proclamando día de fiesta y enviándose regalos. El texto griego sugiere que habrá una representación de los habitantes de la tierra presente en la ciudad de Jerusalén que por un período de tres días y medio desfilarán frente a los cadáveres de los dos testigos. Claro que esto, a la luz de lo avanzado de los medios de comunicación de hoy en día, podría significar una cobertura televisada y difusión mundial del macabro evento a través de las redes sociales.

En un acto de ignominia, «los moradores de la tierra» «no permiten» que los cadáveres de los dos siervos de Dios reposen debidamente en una tumba. Sin duda, los moradores de la tierra creen haber alcanzado una decisiva victoria sobre estos dos testigos, sus enemigos.

11:10

«Y los moradores de la tierra se regocijarán sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros; porque estos dos profetas habían atormentado a los moradores de la tierra»


Probablemente, la expresión «los moradores de la tierra» incluye a gente que vive fuera de Jerusalén. La celebración a causa de la muerte de los dos testigos tendrá un carácter mundial. Obsérvese los verbos usados para describir la festividad organizada por «los moradores de la tierra»: (1) «Se regocijarán» (chaírousin), que es el presente indicativo, voz activa de chaira, que significa «gozarse», «regocijarse». El tiempo presente sugiere una acción continua y el modo indicativo señala la realidad de dicha acción. Los habitantes de la tierra permanecerán en un estado de regocijo durante el tiempo que contemplan los cadáveres de los dos testigos. (2) «Se alegrarán» (euphraínontai), es el presente indicativo, voz media de euphraíno. Este verbo expresa el estado mental y emocional de la gente que disfruta al comprobar que los dos profetas están muertos. La muerte de los dos testigos produce en los habitantes de la tierra «un entusiasmo jubiloso por el cese de la actividad de los dos profetas. (3) «Y se enviarán regalos unos a otros» (kai dora pénpsousin alleílois). La perversidad de los enemigos de Dios y de sus siervos llegará a tal extremo que se congratulan unos a otros mediante el envío de regalos (dora) como demostración de su incontenible alegría por la muerte de los dos testigos.

La humanidad inicua piensa que la destrucción de los dos testigos ha puesto fin a uno de los problemas más serios que tenían delante, ya que aquellos dos siervos de Dios los atormentaban (ebasónisan) al denunciar sus pecados.

Un profeta justo es siempre un tormento para una generación perversa. Los dos testigos son un obstáculo para la iniquidad, la incredulidad y el poder satánico prevaleciente en aquel tiempo.

Los hombres perversos celebran efusivamente la muerte de los dos testigos. Piensan que han obtenido una rotunda victoria, incluso sobre el mismo Dios. De cierto ignoran que el Dios del cielo tiene control absoluto sobre todas las cosas y que nadie puede impedir el desarrollo de su plan y el cumplimiento de su voluntad.

11:11

«Pero después de tres días y medio entró en ellos el espíritu de vida enviado por Dios, y se levantaron sobre sus pies, y cayó gran temor sobre los que los vieron»
. La alegría de los habitantes de la tierra será de corta duración porque «después de tres días y medio» el Dios del cielo interviene soberanamente y hace que el espíritu de vida que procede de Dios entre en los dos testigos. Apocalipsis 11:11 trae a la memoria la profecía de Ezequiel 37:10: «Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo». En Ezequiel 37, el profeta tuvo la visión de los huesos secos que reciben vida cuando el Espíritu de Dios sopla sobre ellos. De esa misma manera, Dios soplará espíritu de vida en los cuerpos de los dos testigos y estos serán vivificados.


Nótese que los dos testigos estarán muertos «tres días y medio». Profetizaron durante tres años y medio, y yacerán muertos tres días y medio. A semejanza del Señor Jesucristo, un día por año de ministerio, los dos testigos reciben el máximo sello de aprobación Divina.  

Obsérvese el verbo «entró» (eiseilthen). Este es el segundo aoristo, modo indicativo, voz activa de eisérchomai. El tiempo aoristo sugiere una acción puntual y el modo indicativo señala la realidad de dicha acción. En el versículo anterior, Juan usa dos verbos en tiempo presente (regocijan y alegran) y uno en futuro (enviarán). Aquí, sin embargo, usa el tiempo aoristo, sugiriendo que «la profecía se ha convertido en realidad». El apóstol Juan destaca el hecho de que los dos testigos «se levantaron sobre sus pies» como evidencia de que resucitaron. La reacción de la humanidad se expresa de manera dramática: «Y cayó gran temor sobre los que los vieron». Es de suponerse que la resurrección de los dos testigos tiene lugar a la vista de la gente. Ven en sus pantallas, o van a la plaza a contemplar dos cadáveres pero, de pronto, inesperadamente, los cuerpos de los dos testigos se levantan sobre sus pies y los que los ven se llenan de pánico y de terror. Seguramente todos son sorprendidos por aquel acontecimiento insólito e inesperado. Pensaban que la muerte de los dos testigos a manos de la bestia (Ap. 11:7) sería el fin de aquellos dos profetas que habían causado tormento con sus predicaciones a los moradores de la tierra. Los dos testigos habían sido asesinados para hacerlos callar, pero ahora la humanidad carece de recursos contra ellos. Evidentemente, no todos verán en el mismo instante a los dos testigos levantarse sobre sus pies, pero todos los que contemplen dicha escena experimentarán un profundo e indescriptible pánico.

11:12

«Y oyeron una gran voz del cielo, que les decía: Subid acá. Y subieron al cielo en una nube; y sus enemigos los vieron»
. La voz de los testigos había sido silenciada en la tierra, pero Dios habla desde el cielo con voz potente e inconfundible. La voz de Dios les ordena diciendo: «Subid acá» (anábate hode) . El verbo «subid» (anábate) es el aoristo imperativo, voz activa de anabaíno, que significa «subir». El aoristo imperativo sugiere una acción rápida y urgente. La ascensión de los dos testigos, sin embargo, ocurre a la vista de sus enemigos. Es un espectáculo público que todo el que quiera podrá ver. La resurrección y posterior ascensión de los dos testigos es la reivindicación de que tanto el ministerio que realizaron como sus propias personas tienen de manera incuestionable el sello de la aprobación Divina.

Ya en el Antiguo Testamento hombres como Enoc y Elías fueron llevados por Dios al cielo (véanse Gn. 5:24; 2 R. 2:11). En el Nuevo Testamento, se narra la ascensión del Señor Jesucristo (Hch. 1). También en 1 Tesalonicenses 4:17, se menciona el acontecimiento del rapto de todos los que están en Cristo para ser trasladados a la gloria antes que comiencen los juicios de la ira de Dios. El ascenso de los dos testigos (Ap. 11:12), será visto por sus enemigos, es decir, aquellos que se opusieron a su ministerio y luego celebran la muerte de ellos mediante señales de alegría manifiesta. Es posible que la gente oiga la voz de Dios, ordenando a los testigos a subir al cielo. Pero, aunque no la escuchen, si verán el acto dramático de la ascensión de ellos y quedarán asombrados y perplejos.

11:13

«En aquella hora hubo un gran terremoto, y la décima parte de la ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron en número de siete mil hombres; y los demás se aterrorizaron, y dieron gloria al Dios del cielo
».

La expresión «en aquella hora», sin duda se refiere al acontecimiento de la resurrección de los dos testigos y su ascensión a la presencia de Dios. Este suceso trae a la memoria el hecho de que hubo un terremoto el día de la crucifixión del Señor (véase Mt. 27:50-54). También, la Biblia predice que habrá un gran terremoto que coincidirá con la Segunda Venida de Cristo a la tierra (véanse Ez. 38:19, 20; Zac. 14:4, 5). El fuerte terremoto derrumbará la décima parte de la ciudad (Jerusalén). Eso sólo será un juicio parcial y preliminar. Además, como resultado del terremoto, muere un total de siete mil personas. El texto griego dice «nombres de personas» (onómata anthrópon). Esta expresión podría sugerir el hecho de que Dios divinamente selecciona a los que padecen esta catástrofe por ser los principales instigadores de la oposición contra los dos testigos.

Un resultado significativo de lo que ha de acontecer es el hecho de que el resto de las personas, es decir, los demás habitantes de la ciudad, se llenan de pánico. La expresión «se aterrorizaron» que aparece en la Reina-Valera 1960, según el texto griego, sugiere un cambio brusco de actitud. Sienten una intensa consternación y un profundo temor. Es probable que la dramática situación por la que han de atravesar en los postreros días lleve a muchos a un sincero arrepentimiento de sus pecados y a experimentar el nuevo nacimiento por la fe en el Mesías. La frase «y dieron gloria al Dios del cielo» sugiere un reconocimiento de la soberanía de Dios. Es factible, pues, que ante la tremenda crisis causada por la intervención sobrenatural de Dios, muchos seres humanos se vuelvan a Él y, por la fe, acepten la salvación que el Mesías da a todo aquel que cree (Jn. 6:47).

La expresión el «Dios del cielo» es una fórmula usada en el Antiguo Testamento con el fin de distinguir al Dios verdadero y separarlo de los dioses paganos. Los habitantes de Jerusalén serán conmovidos tanto por la resurrección y ascensión de los dos testigos como por el terremoto y sus secuelas, hasta el punto de diferenciar al «Dios del cielo» de los dioses paganos. Si bien es posible que los sobrevivientes del terremoto genuinamente se arrepientan y busquen la salvación, existe la duda de que una humanidad endurecida por el pecado y en flagrante rebeldía contra Dios pudiese cambiar tan radicalmente. No obstante, la gracia de Dios siempre sobreabunda donde el pecado abunda (Ro. 5:20b).

11:14

«El segundo ay pasó; he aquí, el tercer ay viene pronto». En Apocalipsis 8:13, un ángel proclama a gran voz, diciendo: «Ay, ay, ay, de los que moran en la tierra, a causa de los otros toques de trompeta que están para sonar los tres ángeles». Esos toques de trompeta anuncian juicios extremadamente severos contra los moradores de la tierra que hacen de la iniquidad sus prácticas habituales. El primero de los tres terribles ayes tiene que ver con los acontecimientos narrados en Apocalipsis 9:1-11. El segundo ay aparece relacionado con el toque de la sexta trompeta y los sucesos descritos en Apocalipsis 9:13-21. El trozo comprendido entre Apocalipsis 10:1 al 11:14 es una especie de interludio entre la sexta y la séptima trompetas. De modo que exegéticamente el segundo ay termina en Apocalipsis 9:21.

En Apocalipsis 11:14, se anuncia que el segundo ay ya ha pasado (Ap. 9:13-21), pero, además, se advierte que el tercero y último de los ayes «viene pronto». El verbo «viene» (érchetai) es el presente indicativo, voz activa de érchomai. Este verbo se usa aquí con función de futuro. El tiempo presente sugiere la inminencia de la acción y el modo indicativo la realidad de la misma. El adverbio «pronto» (tachy) señala la velocidad de la ejecución de la acción a partir de su comienzo.

Debe tenerse presente que la séptima y última trompeta contiene los juicios de las siete copas. Esos juicios son los que componen el tercer ay. Dichos juicios se caracterizarán por su severidad y fulminante ejecución. Con ellos se consumará la ira de Dios.

11:15

«El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos»
.

El apóstol Juan recibe la revelación con la que se reanudan los juicios de las trompetas. La séptima trompeta trae consigo los acontecimientos relacionados con el tercer y último ay de los juicios. El toque de la séptima trompeta produce el solemne anuncio de que el reino de Cristo está por ser establecido física y visiblemente en la tierra, y que Él reclama como suyos «los reinos de este mundo». Pero, primero la tierra y sus habitantes sufrirán los juicios de las siete copas. Dichos juicios habrán de consumar «el misterio de Dios» (Ap. 10:7). El Señor derrotará de manera decisiva a todos sus enemigos. La hegemonía gentil encabezada por el Anticristo será aplastada. Los moradores de la tierra reciben el íntimo llamado de parte de Dios a reconocer al Mesías antes de la consumación de los juicios de las copas. Esta es, por lo tanto, una sección sensiblemente dramática del Apocalipsis.

La frase «y hubo grandes voces en el cielo» revela que la escena descrita es celestial. El verbo «hubo» (egénonto) está en el tiempo aoristo y sugiere una acción súbita y que a la vez contrasta con el silencio que se produce con la apertura del séptimo sello en Apocalipsis 8:l. La expresión «grandes voces» (phónai megálai) describe un acto apropiado para un acontecimiento tan significativo como es el anuncio de que el reino del mundo pasa a ser el reino del Señor y de su Mesías.

Las voces se escuchan «en el cielo» aunque anuncian un acontecimiento que se relaciona directamente con la tierra. El texto no dice cuál es el origen de las voces, pero lo más probable ese que procedan de los tres grupos de seres angelicales que rodean el trono celestial. En contraste con casos anteriores donde una solitaria voz hace el anuncio, aquí hay una gran sinfonía de voces que cantan el triunfo de Cristo.

Un acontecimiento de importancia tan trascendental es, sin duda, aclamado con gran júbilo por las huestes celestiales. A través del Apocalipsis hay una constante intervención angelical. En los capítulos 4 y 5, como ya se ha señalado, los ángeles están alrededor del trono celestial no sólo realizando ministerios específicos sino también rindiendo alabanzas al Todopoderoso (véase también Ap. 12:10; 19:1-10). Es importante destacar que los acontecimientos que tendrán lugar como resultado del toque de la séptima trompeta—es decir, las siete copas de la ira—ocurrirán durante el período de tiempo de 30 días adicionales a los mencionados 1.260 que completará los 1.290 días mencionados por el profeta Daniel (Dn. 12:11). De ahí que no deba confundirse «la final trompeta» mencionada en 1 Corintios 15:52 con al séptima trompeta del Apocalipsis.

«La final trompeta» de 1 Corintios 15:52 tiene que ver con la resurrección de los cristianos que hayan muerto y la transformación de los que aún vivan con miras a ser arrebatados a la presencia del Señor. La séptima trompeta del Apocalipsis tiene que ver con los acontecimientos que tendrán lugar durante la conclusión de los eventos registrados por Daniel (Dn. 12). La séptima trompeta del Apocalipsis contiene los juicios de las siete copas que producirán la destrucción del Anticristo y sus ejércitos como preparación al establecimiento del reino milenial de Cristo. La séptima trompeta da lugar a la anticipación de que el Señor tomará posesión de los reinos de la tierra. Aunque la conclusión de los acontecimientos es asegurada en el cielo tan pronto como la trompeta comienza a sonar, el reino glorioso del Mesías aún no ha comenzado en la tierra, puesto que los habitantes de la tierra todavía tienen que experimentar algunos de los juicios más terribles del período final de la era anticristiana.

La proclamación celestial afirma, en primer lugar, que «los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo». En el texto griego dice «el reino» en lugar de «los reinos». El uso del singular contempla al mundo como una unidad, un reino único y concreto. La declaración destaca el hecho singular y anunciado repetidas veces en el Antiguo Testamento (Dn. 2:31-45; 4:3; 6:26; 7:14, 27; Is. 9:6-7; Zac. 14:9), cuando el Todopoderoso y el Rey-Mesías tomarán posesión del gobierno de la tierra. La expresión «el reino» también subraya la soberanía de una esfera de gobierno unida en su totalidad. Las palabras sugieren la visión de un imperio mundial, una vez dominado por un poder usurpador, el cual a la postre ha pasado a las manos de su verdadero Dueño y Emperador.

El reino del sistema mundial se refiere al sistema organizado del orden mundial, originalmente creado por Dios y centrado en Él, pero que desde la caída hasta este preciso momento del anuncio de Apocalipsis 11:15, ha estado gobernado por Satanás el Usurpador.

La expresión «han venido a ser» debe de tomarse en singular: «ha venido a ser» (egineto). Este verbo es el aoristo indicativo, voz medía de ginomai, usado aquí con función profética. El establecimiento del reino es un hecho tan cierto que se da por realizado. De ahí el uso del aoristo indicativo con función de futuro. Tal como los seres angelicales que ministran alrededor del trono de Dios que reconocen en Apocalipsis 5:12 que «el Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza». Él ha vencido mediante su muerte y su resurrección y sólo Él posee el derecho de ser Rey de reyes y Señor de señores.

El reino del mundo como sistema vendrá a ser el reino del Señor Dios Soberano y de su Mesías en estricto cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento (véanse Is. 32:1-7; 33:17-22; Ez. 21:26, 27; Dn. 2:35, 44; 7:14, 26, 27; Mi. 4:1-5; Zac. 14:8, 9). La pregunta que muchos se han formulado a través de los siglos respecto a quién es el verdadero soberano del Universo será contestada de forma rotunda cuando la séptima trompeta emita su sonido. El Señor Jesucristo enseñó a sus discípulos a orar diciendo «venga tu reino» (Mt. 6:10). Dicha petición tendrá un cumplimiento literal cuando Cristo venga para tomar posesión de su reino como el Soberano Mesías.

El tema en cuestión tiene que ver con soberanía. Ese es el asunto que ha estado bajo discusión. Y esta cuestión ahora está a punto de resolverse por los juicios finales de las siete copas. El resultado es celebrado en esta visión «en el cielo» en anticipación. Mira hacia adelante a la conclusión de todo el libro del Apocalipsis. No es sino hasta que los sucesos del capítulo 20 hayan tenido lugar que este cambio de soberanía es consumado.

«Y él reinará por los siglos de los siglos» es el futuro indicativo, voz activa de basileúo, que significa «reinar». El modo indicativo destaca la certeza del acontecimiento. La afirmación es contundente. El Mesías reinará como Rey davídico. Los reyes de la tierra no podrán impedir que Él reine (Sal. 2:2). El Dios del cielo responderá a quienes intenten oponerse al reinado del Mesías, diciendo: «Pero yo he puesto mi rey sobre Sión, mi santo monte» (Sal. 2:6). Esta es la lección cumbre del Apocalipsis: Dios reinará, y el gobierno de Dios y de Cristo es uno tal como el reino es uno (1 Co. 15:27). Jesús es el Ungido del Señor (Lc. 2:26; 9:20).

El Mesías reinará «por los siglos de los siglos», es decir, eternamente. La afirmación de que el Mesías reinará eternamente en ningún modo contradice el hecho de que el reino mesiánico en su aspecto histórico y terrenal durará mil años (véase 1 Co. 15:25-28). El Mesías continuará reinando como miembro de la Trinidad por toda la eternidad.

El reino milenial, aunque se extiende por solo mil años, es en cierto sentido continuado a través de toda la eternidad. Nunca más estará la tierra bajo el control y gobierno del hombre. Incluso la breve rebelión registrada en Apocalipsis 20:7-10 al final del milenio fracasará.

De cualquier manera, es importante observar que el reino mencionado en Apocalipsis 11:15 no es la Iglesia, sino el reino glorioso que el Mesías inaugurará cuando venga a la tierra por segunda vez. Ese es el tema central del libro del Apocalipsis. El Mesías vendrá a cumplir las promesas hechas por Dios a los patriarcas (véanse Gn. 15; 17; 2 S. 7:12-16). El Rey-Mesías vendrá como «el León de la tribu de Judá, la raíz de David» para reinar sobre la casa de Jacob y sobre las naciones de la tierra. El reino, según los capítulos finales del Apocalipsis, tiene dos aspectos. Hay un aspecto terrenal e histórico que durará mil años (Ap. 20:1-10) y otro aspecto que trasciende al tiempo, proyectándose a través de toda la eternidad. Ambos aspectos del reino del Mesías son contemplados repetidas veces en las Escrituras (véanse Dn. 2:35, 44; 7:14, 26, 27; Is. 9:6, 7; 1 Co. 15:24-28: Ap. 20:1-10; 21:1-22:5). En resumen: El reino del Mesías no termina cuando su aspecto terrenal se agote, sino que continúa en su aspecto eterno por los siglos de los siglos.

11:16, 17

«Y los veinticuatro ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado»
.

Los veinticuatro ancianos aparecen por primera vez en Apocalipsis 4:4: «vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas». En el mismo capítulo (4:10-11) «Se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas». Estos seres celestiales también adoran y cantan alabanzas al Cordero en Apocalipsis 5:8-10, 14 (véase también Ap. 7:11, 12; 19:4).

Obsérvese que la adoración de los veinticuatro ancianos toma la forma de una acción de gracias: «Te damos gracias». Esta expresión de gratitud tiene que ver básicamente con la inauguración del reino y la victoria final de Dios sobre todos sus enemigos.

Juan utiliza al nombre completo de Dios. El sustantivo «Señor» (kyrios) equivale al hebreo Adonai. En ambos casos, la idea central es «dueño», «soberano». Él es «el Dios Todopoderoso» (ho theos ho pantokrátor), literalmente, «el Dios, es decir, el Todopoderoso». Aquel cuya autoridad y soberanía han sido retadas demuestra palpablemente que Él y sólo Él es el único Soberano del Universo. El vocablo «Todopoderoso» (pantokrátor) habla con propiedad de la absoluta soberanía de Dios, una soberanía que en el momento de la perspectiva del canto se convierte en una realidad visible al afirmar su gobierno directo sobre el mundo. La eternidad de la persona del Dios Todopoderoso es destacada mediante la expresión: «El que eres y que eras». Dicha frase sugiere, además, existencia continua, sin interrupción. De modo que nunca ha dejado de ser el Señor Dios Todopoderoso.

En el texto griego la frase «y que has de venir» es omitida y con razón. Aunque dicha frase aparece en los versículos 1:4 y 4:8, aquí en 11:17 la venida del Todopoderoso ya es una realidad. Tanto la evidencia textual como la exegética apoyan la omisión de dicha frase. El reino por el que Jesús dijo a sus discípulos que orasen (Mt. 6:10) ha llegado en conexión con la segunda venida del Rey.

El cántico de alabanza y gratitud de los veinticuatro ancianos es producido por el hecho de que el Todopoderoso toma posesión de su reino: «Porque has tomado tu gran poder, y has reinado». Esta frase posee una importancia singular en la realización de los planes y los propósitos de Dios. El verbo «has tomado» (eileiphas) es el perfecto indicativo, voz activa de lambáno, que significa «tomar», «recibir». El tiempo perfecto sugiere una acción completada con resultados permanentes. El modo indicativo destaca la realidad de la acción. El canto de los ancianos es un himno de gratitud a Aquel que con un gran despliegue de poder tomará posesión de su reinado eterno. El acontecimiento es tan cierto que a través de esta sección se habla repetidamente como algo que ya ha tenido lugar.

La frase «has tomado tu gran poder» es enfática. Obsérvese la repetición del artículo determinado en el texto griego. Dicha frase literalmente dice: «Has tomado el poder tuyo, es decir, el grande». El vocablo «poder» (dynamin) no se refiere a la soberanía providencial común de Dios, sino a su extraordinario poder profético de juicio que será desplegado en la tribulación y en la intervención sobrenatural del Mesías en su segunda venida.

Los veinticuatro ancianos se regocijan en el hecho de que el Mesías reina. El verbo «has reinado» (ebasíleusas) es el aoristo indicativo, voz activa de basileúo, usado aquí con función ingresiva y proléptica, es decir, manifiesta el comienzo de una manera anticipada. La idea de la acción verbal es: «Has comenzado a reinar». Los seres celestiales anticipan el comienzo del reinado del Mesías, y aunque el reino no ha sido inaugurado todavía, ellos ya la consideran una realidad. La referencia es, sin duda, al reinado glorioso del Mesías. Ese reino es una realidad futura que tendrá su cumplimiento cuando Cristo venga con poder y gloria para ocupar el trono de David (Mt. 24:31-34).

11:18

«Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra»
.

Tal como lo profetiza el Salmo 2, las naciones se llenan de ira ante el grandioso acontecimiento el establecimiento del reino del Mesías. El verbo «se airaron» (orgístheisan) es el primer aoristo ingresivo, modo indicativo, voz activa de orgídsomai. Una posible traducción de dicho verbo sería: «Comenzaron a llenarse de ira». La ira de las naciones es contra el mismo Dios y contra el Mesías quien está por tomar posesión de lo que por derecho le pertenece, es decir, el reino del mundo.

Frente a la ira egoísta y desenfrenada de las naciones está la ira de Dios. El texto afirma: «Y tu ira ha venido», sin aclarar si dicha frase forma parte de la alabanza de los veinticuatro ancianos. De cualquier manera, el verbo «ha venido» (eilthen), en el aoristo indicativo, señala proféticamente la realidad del acontecimiento. La ira de Dios ha sido pospuesta por tanto tiempo que los hombres niegan por completo a un Dios capaz de ejercer ira y venganza.

Hay una diferencia notable, sin embargo, entre la ira de Dios y la de los hombres. La ira de Dios es santa y justa, mientras que la de los hombres es inicua e injusta. La ira de Dios está controlada por su sabiduría y omnipotencia. La ira del hombre es ciega e impotente. El derramamiento de la ira de Dios en los postreros días pondrá fin a la rebelión de los hombres contra el soberano Señor del universo.

«Y el tiempo de juzgar a los muertos». Esta frase presupone el uso del verbo principal «ha venido» (éilthen). La segunda venida de Cristo será también un tiempo de juicio (Hch. 17:30, 31). El sustantivo «tiempo» (kairós) sugiere un tiempo fijo y definido con sus características propias. Es el tiempo correcto, apropiado, favorable. Obsérvese que este sustantivo va acompañado del artículo determinado «el» (ho). El énfasis, por lo tanto, está en la identificación del tiempo aludido. Se refiere al tiempo de crisis de los últimos días de la historia tal como la conocemos ahora. Será el tiempo escatológico apropiado cuando Dios ha de tratar con las diferentes categorías de la humanidad:

1. Será el tiempo de resucitar a los muertos con miras al juicio. Este pasaje declara que la hora para cumplir la promesa que el Señor les hiciera a los mártires del quinto sello ha llegado, y que, por lo tanto, se ha completado «el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos» como ellos lo habían sido (Ap. 6:9, 10). Los últimos en completar este «número» son los dos testigos, pero es probable que el juicio mencionado aquí también incluya a los que han de comparecer delante del gran trono blanco (Ap. 20:11-15).

2. «Y de dar galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes». Dios dará «el premio» o «el galardón» a dos grupos de personas: (1) «A tus siervos los profetas», y (2) «a los santos», es decir, «los que temen tu nombre». Las Escrituras enseñan que Dios «es galardonador de los que le buscan» (He. 11:6). Cuando llegue el tiempo correcto (ho kairós), Él recompensará a quienes le han servido ya sean «pequeños», es decir, desconocidos o insignificantes delante de los hombres, o «grandes», o sea, aquellos que de alguna manera han sido reconocidos y tenidos en alta estima.

3. «Y de destruir a los que destruyen la tierra». El tercer acto divino relacionado con la venida de la ira de Dios tiene que ver con la retribución o el justo castigo dado a los inicuos. «Los destructores de la tierra» (toús diaphtheirontas tein gein) es una frase que incluye al sistema mundial que bajo la tutela de Satanás ha destruido la tierra mediante la corrupción ética y moral. Incluye al sistema denominado Babilonia tanto en su aspecto religioso como secular-comercial. También incluye a la bestia, al falso profeta y el mismo Satanás.

El Dios del cielo también es el Dios de la tierra. La tierra es suya porque Él es su creador (Sal. 24:1). Dios creó la tierra para manifestar en ella su reino y su gloria. El hombre fue creado para que administrase los bienes de Dios en la tierra (Sal. 8), pero la rebeldía y la desobediencia del hombre dieron lugar a que el reino satánico de tinieblas tomase control de la tierra.

En el tiempo adecuado (kairós), Dios reclamará lo que es suyo por creación y porque Él es el soberano del universo. Entonces, los que destruyen la tierra serán destruidos. En tiempos de Juan «los destructores de la tierra» eran los componentes del Imperio Romano. La notoria corrupción y el paganismo del Imperio destruían la vida moral de los ciudadanos. Esa corrupción continuará hasta los postreros días. Cristo anunció que la sociedad humana que poblará la tierra en los días próximos a su segunda venida será semejante a la de los días de Noé (Mt. 24:37-39).

11:19

«Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo»
. La apertura del templo de Dios en el cielo sugiere el hecho de que el Dios santo actúa en cumplimiento de todas sus promesas. Al mismo tiempo, cuando las profundidades del abismo infernal aparecen al descubierto, también las cortinas del cielo se descorren para manifestar el poder del Dios soberano.

«El templo de Dios» (ho naos tou theou), es decir, «el que está en el cielo» es una expresión que señala al hecho de que el cielo es un lugar glorioso donde la presencia de Dios es el centro mismo de la excelente grandeza de dicho lugar. El texto destaca el hecho de que «el templo de Dios en el cielo» está «abierto» (einoígei). Este verbo es el aoristo indicativo, voz pasiva de anoígo, que significa «abrir». Esta forma verbal apunta a la condición o estado del templo de Dios cuando Juan lo contempló.

La presencia del arca del pacto en el templo señala una reafirmación del cumplimiento de los propósitos de Dios, así como el hecho de que Dios es fiel a sus promesas (véase Ro. 11:19). El arca del pacto fue dada por Dios a la nación de Israel como señal de su presencia en medio del pueblo y el fiel cumplimiento de sus pactos. Probablemente, el arca terrenal fue destruida cuando Nabucodonosor el caldeo capturó y destruyó la ciudad de Jerusalén y el templo (2 R. 25:9).

La intervención divina es manifestada por medio de «relámpagos» (astrapai) y «voces» (phonai) y «truenos» (brontai) y «terremoto» (seismos) y «grande granizo» (cháladsa megálei). El texto griego repite la conjunción «y» (polisíndeton) para que el lector se detenga y reflexione en cada uno de los mencionados acontecimientos. La humanidad ha soslayado la Palabra de Dios, pero el Dios del cielo hará sentir su presencia de manera potente e inconfundible. ¡El hombre no podrá esconderse de Dios!

Resumen y Conclusión

El pasaje comprendido en Apocalipsis 11:1-14 es un resumen de la tribulación destacando el ministerio de los dos testigos como principales agentes al servicio de Dios. Su ministerio dura lo mismo que el reinado del Anticristo y que el tiempo dado a este para que desate la persecución contra el pueblo de Dios en la tierra (tanto judíos convertidos o por convertirse al Mesías, como gentiles nacidos de nuevo). Juan no está haciendo otra cosa que profetizando «otra vez» (Ap. 10:11), esta vez desde la tierra, lo mismo que había visto previamente desde el cielo (Ap. 6:1 hasta 9:21).

El párrafo comprendido en Apocalipsis 11:15-19 es un trozo de suma importancia en el desarrollo del argumento del libro porque retoma brevemente la narración lineal que llega hasta Apocalipsis 9:21 y es interrumpida por Apocalipsis 10 hasta 11:14. Recuérdese que el tema central del Apocalipsis es la venida en gloria del Mesías y el establecimiento de su reino en la tierra. Este establecimiento de su reino será precedido y acompañado de juicios que culminarán con la destrucción del reino y gobierno que los gentiles han ejercido sobre las naciones de la tierra. Una vez que el dominio gentil haya sido destruido, el Mesías establecerá su reino de paz, justicia y santidad. Es entonces cuando toda la tierra será llena del conocimiento de Jehová (Is. 11:9; Hab. 2:14).

El anuncio del establecimiento del reino de Cristo en la tierra se produce con el sonido de la séptima trompeta. Los veinticuatro ancianos que están alrededor del trono celestial alaban y expresan gratitud a Dios debido al gran acontecimiento que está a punto de ocurrir: «Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos» (Ap. 11:15b).

Los veinticuatro ancianos anticipan el establecimiento del reino y proféticamente lo dan como una realidad irreversible. Las naciones de la tierra, por su parte, se llenan de ira ante la realidad de que Dios pone fin a la rebeldía de los hombres. Los gobernantes de la tierra se mancomunarán y se organizarán militarmente para intentar impedir la venida en gloria del Mesías (Sal. 2). Pero ningún esfuerzo humano para impedir la consumación de la ira de Dios tendrá éxito. No sólo viene la ira de Dios, sino también «el tiempo» (ho kairós) apropiado para juzgar, dar y destruir. El Mesías ha de juzgar a los muertos, ha de dar el galardón o la recompensa a quienes le han servido y obedecido y ha de destruir a quienes han sembrado la iniquidad en la tierra.

Este párrafo termina con una manifestación de la santidad y la fidelidad de Dios. El Dios soberano es santo y fiel en todos sus juicios. Los hombres han dado por sentado que Dios no intervendrá en los asuntos del mundo. Dios, sin embargo, cumplirá su propósito eterno y llevará a su culminación el plan original tocante a la manifestación de su reino.




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