Apocalipsis Capítulo 7



Los 144.000 sellados y los redimidos de la tribulación (Ap. 7:1-17)

El capítulo 7 de Apocalipsis viene inmediatamente a continuación de la apertura del sexto sello, y los dos sucesos que se registran en este capítulo ocurren simultáneamente. El libro de Apocalipsis se remite tanto las promesas dadas a Israel en el Antiguo Testamento como a las dadas a la Iglesia en el Nuevo Testamento. Debido a que el primero de los dos acontecimientos tiene que ver directamente con ciertas promesas dadas a Israel, la parte del capítulo 7 que habla de los judíos tiene poca relevancia para la secuencia de los acontecimientos en torno al arrebatamiento de los genuinos siervos de Cristo. No obstante, para aquellos lectores que podrían estar preguntándose, esta primera porción del capítulo describe el sellado de Dios de los 144.000 judíos para ser protegidos de la ira de Dios que ha de desatarse al poco tiempo (véase Ap. 9:4). Estos 144.000 serán las primicias de Israel inconverso (Ap. 14:4), y no serán salvos hasta que el arrebatamiento o rapto tenga lugar (razón por la que no serán arrebatados con los santos) y en breve se convertirán en los primeros habitantes del reino milenial en la tierra sobre el que Cristo reinará.

Es el otro suceso que se describe en este capítulo, el que concierne directamente a los escogidos de Dios (la verdadera Iglesia) que habrán sufrido la persecución del Anticristo, aquellos quienes han sido prometidos liberación a causa de su fidelidad a Cristo durante este tiempo satánico de tentación. Después de que la señal sea dada en el sol, la luna y las estrellas (Mt. 24:29; Ap. 6:12-14), aparece la descripción de la gran multitud que nadie podía contar en el cielo.

¿Quiénes son los que componen esta gran multitud que repentinamente aparece ante el trono de Dios (Ap. 7: 9, 11)? Después de comparar las Escrituras entre sí, el estudiante desprejuiciado comprende que esta multitud está compuesta por los santos arrebatados, junto con los resucitados que habían muerto «en Cristo». Pablo, en su primera carta a los tesalonicenses, escribe «...para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos» (1 Ts. 3:13).

Resulta claro que Pablo se refiere a lo que Juan ahora ve de primera mano en el cielo—la llegada de la gran multitud ante el trono de Dios el Padre. Aunque no se la llama «la iglesia» directamente, o «los muertos en Cristo», existen muy buenas razones por las que este texto se refiriera a la llegada de los santos, tanto muertos en Cristo como vivos durante la tribulación, ante el trono de Dios Todopoderoso. Léanse estos razonamientos con cuidado para ver si son correctos.

Primero, el momento de la llegada de esta gran multitud al cielo tiene su paralelo preciso con el momento que Cristo dio a sus discípulos en el discurso de los Olivos para la reunión de los escogidos de Dios (la iglesia verdadera—«ustedes» o «vosotros») desde un extremo de los cielos hasta el otro (Mt. 24:29, 31), un acontecimiento que tiene lugar justo después que Dios anuncia su ira en el sol, la luna y las estrellas. Si todos los demás detalles relacionados con los sellos de Apocalipsis han corrido perfectamente paralelos con su discurso hasta ahora, ¿por qué no habrían también de identificar a esta gran multitud?

Segundo, Juan describe a esta «gran multitud, que nadie podía contar» como la que proviene «de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas». Comparando Escritura con Escritura, vemos que a esta gran muchedumbre se la describe con la misma terminología que emplearon los seres vivientes para describir a aquellos por los que murieron en Cristo, «de todo linaje y lengua y pueblo y nación» (Ap. 5:9) dos capítulos antes. Si esta terminología específica pero poco usual se usa en el capítulo 5 para describir a los elegidos de Dios desde la creación, ¿por qué no habría de ser la misma selección de palabras una referencia al mismo grupo de hombres y mujeres cuando se vuelve a utilizar sólo dos capítulos después?

Tercero, esta gran multitud alaba a Dios por su liberación. La locución griega que se traduce como «la salvación pertenece a nuestro Dios» se traduce mejor, «que sea atribuida la salvación [o mejor aún, liberación] a nuestro Dios». ¿Están estos santos alabándolo por su salvación espiritual o por la liberación física de la persecución que ocurre en la tierra? Recuérdese, Cristo enseñó a sus discípulos que «el que persevere hasta el fin, éste será salvo [liberado]» (Mt. 24:13), empleando la misma raíz del griego (salvo, liberado) que se encuentra en el pasaje de Apocalipsis (salvación, liberación). Es lógico suponer que esta gran multitud que llega repentinamente al cielo estará alabando al Señor por ambas bendiciones.

Además, resulta interesante notar que justamente cuando dicha multitud llega al cielo, es saludada por el Padre (Ap. 7:11), el Cordero (Ap. 7:9), todos los ángeles (v. 11), los veinticuatro ancianos (v. 11) y los cuatro seres vivientes (v.11), ¡pero no se hace mención alguna de los resucitados y arrebatados escogidos de Dios de tiempos pasados, o incluso de los pasados recientes! Si esta multitud es una referencia a otros que no sean los santos arrebatados, entonces uno debería preguntarse ¿dónde se encuentra a la Iglesia?, especialmente si el arrebatamiento de esta gran multitud en realidad ocurrió en Apocalipsis 4:1. Esta enorme multitud sólo puede ser los fieles siervos arrebatados de Cristo a la luz del hecho que su ubicación en la secuencia de eventos en Apocalipsis concuerda perfectamente con la del momento dado para el arrebatamiento según la enseñanza de Cristo y de Pablo.

Obsérvese que cuando los que constituyen esta gran multitud llegan al cielo, se ven «de pie delante del trono... vestidos con vestiduras blancas... con palmas en las manos» (Ap. 7:9). Es decir, estos santos tienen cuerpos, ¡y los escogidos no recibirán cuerpos resucitados hasta el arrebatamiento! Ni siquiera los mártires del quinto sello reciben sus cuerpos resucitados hasta el primer día del milenio (Ap. 20:4). Si estos santos recién llegados tienen cuerpos, necesariamente tienen que ser los que han sido resucitados o arrebatados en la venida del Señor (véase 1 Ts. 4:17).

Pablo se regocija en su primera carta a la iglesia en Corinto: «He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados» (1 Co. 15:51-52).

Todo creyente genuino recibe su cuerpo de resurrección en la segunda venida de Cristo y no antes. Esta gran multitud que llega de repente en el cielo tiene cuerpos; así que, ¡una gran multitud que llega de pronto al cielo con cuerpos sólo puede representar a los santos llevados en el arrebatamiento al cielo sin morir junto con los «muertos en Cristo» resucitados! Y por último, ¡aquí viene la mejor parte!

«Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido? Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero» (Ap. 7:13-14).

Si existen dudas en la mente del lector con respecto a la identidad de esta gran multitud y de dónde vendrá, este último pasaje debería quitárselas, porque muestra claramente que «Estos son los que han salido de la gran tribulación». Así que, la Biblia específicamente identifica esta multitud como los escogidos de Dios a los que se refiere Cristo en el discurso de los Olivos, los cuales serán reunidos de los cuatro vientos cuando la gran tribulación del Anticristo se acorte por las señales dadas en el sol, la luna y las estrellas (Mt. 24:29-31).

Comentario

7:1

«Después de esto vi a cuatro ángeles en pie sobre los cuatro ángulos de la tierra, que detenían los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento alguno sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol»
. La expresión «después de esto» (meta touto) seguida del verbo «vi» (eidon) indica que el apóstol contempla una nueva visión. Juan contempla a «cuatro ángeles en pie sobre los cuatro ángulos de la tierra». La expresión «los cuatro ángulos de la tierra» es una figura que significa «los cuatro puntos cardinales». Juan no creía que la tierra era plana y rectangular, sino que utiliza una expresión común en su día. La idea de la frase es que los mencionados ángeles ejercen control sobre la totalidad de la superficie terráquea.

La tarea asignada a los cuatro ángeles es la de detener los cuatro vientos de la tierra «para que no soplase viento alguno sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol». El vocablo «detenían» (kratountas) es el participio presente, voz activa de kratéo, que significa «sujetar firmemente», «detener». El participio presente sugiere una acción continua. En cada uno de los cuatro puntos del compás uno de los cuatro vientos es mantenido prisionero por un ángel que controla sus movimientos.

El propósito de detener los vientos es «para que no sople viento alguno». Esta cláusula negativa de propósito combina el uso de hína méi más el presente subjuntivo, voz activa de pnéo y podría traducirse: «para que el viento no siga soplando». Varias veces en el Antiguo Testamento se asocia el batir de «los cuatro vientos» con una intervención judicial de Dios (véanse Jer. 49:36-38; Os. 13:15; Dn. 7:2; Is. 40:22-24). Es probable, por lo tanto, que la tarea de los ángeles sea detener la manifestación del juicio divino hasta que los siervos de Dios que han de ministrar durante la tribulación hayan sido sellados. Dios en su soberana voluntad ha escogido el utilizar ángeles para ejecutar su plan.

«Sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol». Los sustantivos «tierra», «mar» y «árbol» deben entenderse en su sentido literal. La naturaleza no experimentará los embates del juicio divino hasta que Dios haya apartado a los escogidos que serán sellados por orden expresa del Señor.

7:2, 3

«Vi también a otro ángel que subía de donde sale el sol, y tenía el sello del Dios vivo; y clamó a gran voz a los cuatro ángeles, a quienes se les había dado poder de hacer daño a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios»
.

El ángel protagonista en los versículos 2 y 3 se describe como «otro ángel» (állon ággelon), es decir, «otro» de la misma clase de los anteriores. La misión de este ángel es la de detener la acción de los cuatro ángeles que ejercen potestad sobre los vientos. El texto dice que el ángel procede del oriente y que «tenía el sello del Dios vivo». El sello en cuestión probablemente una especie de anillo como el que usaban los reyes orientales para autenticar y proteger documentos oficiales. El sello portado por el ángel se describe como «el sello del Dios vivo». El Dios vivo es el Creador y Dueño de todas las cosas. Como soberano del universo está a punto de intervenir en juicio sobre la humanidad. Antes de hacerlo, pone su sello de protección en sus siervos y de ese modo los identifica como su propiedad. El texto no aclara en qué consiste el sello que recibirán los siervos del Dios viviente (Apocalipsis 14:1, sin embargo, revela que el sello será el nombre del Cordero y del Padre celestial), pero dice que dicho sello será colocado en la frente de cada uno de los sellados (Ap. 7:3). Los redimidos son propiedad del Señor. El sello de Dios los identifica como sus siervos con carácter inviolable.

El ángel designado para detener la acción de los cuatro ángeles de destrucción «clamó a gran voz», es decir, comenzó a clamar con grito de urgencia, diciendo: «No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios». La expresión «no hagáis daño» (méi adikéiseite) es una prohibición con mei [no] y el aoristo subjuntivo ingresivo, voz activa de adikéo, no comenzar a dañar.

Los cuatro ángeles con autoridad para hacer daño a la tierra, al mar y a los árboles deben esperar «hasta» (áchri) que los siervos de Dios sean sellados en sus frentes. El verbo «hayamos sellado» (sphragísomen) es el aoristo subjuntivo, voz activa de sphragídso, que significa «sellar». El aoristo subjuntivo en este caso hace la función de una cláusula temporal de acción indefinida con idea de futuro. Con frecuencia, los escritores del Nueva Testamento sustituyen el futuro indicativo y en su lugar usan el aoristo subjuntivo. El aoristo subjuntivo hace la función de futuro pero enfatiza una acción puntual que no se repite.

Evidentemente, el acto de sellar a estos siervos judíos de Dios es efectuado por un número indeterminado de ángeles, como sugiere la forma plural del verbo («hayamos sellado»). Estos siervos judíos o israelitas son sellados para ser protegidos de la ira de Dios que ha de desatarse al poco tiempo (véase Ap. 9:4). Estos 144.000 serán las primicias de Israel inconverso (Ap. 14:4), y no serán salvos hasta que el arrebatamiento o rapto tenga lugar (razón por la que no serán arrebatados con los santos) y en breve se convertirán en los primeros habitantes del reino milenial en la tierra sobre el que Cristo reinará.

Ciertamente que el Anticristo y sus seguidores perseguirán a los santos en general durante la gran tribulación y muchos sufrirán martirio a manos de los enemigos de Cristo. Pero el sello de Dios protegerá a estos judíos siervos de Dios tal como la sangre del cordero pascual sirvió de protección a los israelitas para que no fuesen destruidos por el ángel de la muerte (Éx. 12). Así como los sacerdotes y los profetas fieles a Dios fueron sellados y librados de la destrucción que se avecinaba sobre Jerusalén en tiempos de Ezequiel (Ez. 9:4-6), así estos judíos siervos de Dios serán sellados y librados: primero, de la persecución durante la gran tribulación; y, segundo, de la ira de Dios que está por ser derramada. Los siervos de Dios nacidos de nuevo (tanto judíos como gentiles) que no forman parte de este específico número de israelitas, sufrirán martirio a manos del Anticristo, puesto que a éste «se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos» (Ap. 13:7a). Pero los que providencialmente sobrevivan a la persecución del Anticristo serán arrebatados por el Señor cuando Él descienda del cielo tras anunciar su regreso con la señal en el sol, la luna y las estrellas (Mt. 24:29; Ap. 6:12-14). Será entonces, al descenso del Señor a la tierra, que estos judíos sellados se convertirán cuando lo vean, tal como lo anuncia Zacarías 12:10: «Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito».

7:4-8

«Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel. De la tribu de Judá, doce mil sellados. De la tribu de Rubén, doce mil sellados. De la tribu de Gad, doce mil sellados. De la tribu de Aser, doce mil sellados. De la tribu de Neftalí, doce mil sellados. De la tribu de Manasés, doce mil sellados. De la tribu de Simeón, doce mil sellados. De la tribu de Leví, doce mil sellados. De la tribu de lsacar, doce mil sellados. De la tribu de Zabulón, doce mil sellados. De la tribu de José, doce mil sellados. De la tribu de Benjamín, doce mil sellados»
.

A pesar de la claridad inequívoca del pasaje, ha habido una larga discusión tocante a la identificación de los 144.000 sellados. Juan afirma que oyó el número de los sellados y afirma que fueron 144.000. Dice, además, que pertenecían a las doce tribus de los hijos de Israel. Aun así, se continúa discutiendo respecto a si lo que Juan dice es simbólico o literal.

Lo sorprendente de esta decisión teológica es que en el mismo pasaje y en el mismo entorno, el apóstol Juan menciona una cifra concreta (144.000), un número concreto de tribus judías (12) y una cantidad específica de sellados de cada tribu (12.000). Posteriormente en Apocalipsis 7:9, cuando se refiere a la gran multitud, afirma que era imposible de contar. Es decir, cuando el escritor bíblico, guiado por el Espíritu, se refiere a una multitud de cuenta indefinida por ser numéricamente vasta lo dice con toda claridad, de modo que el lector no tenga duda de lo que lee. Por otro lado, cuando es guiado a comunicar una cantidad concreta de personas, no existe razón exegética que obligue al intérprete a entender que dicha cifra es simbólica. El texto da a entender que la cantidad de 144.000 debe entenderse como una cifra literal. Juan dice que él oyó «el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de los hijos de Israel» (Ap. 7:4).

Además, ningún pasaje de las Escrituras, propiamente interpretado, utiliza el sustantivo Israel para referirse a la iglesia.

Los 144.000 mencionados en Apocalipsis 7:4-8 no es el número total de los creyentes israelitas que se convertirá a Cristo durante los últimos tiempos. Tampoco son ellos el número total de judíos que serán salvos durante la tribulación. Los 144.000 constituyen solamente un grupo especial de aquellos judíos que son apartados con el propósito de ser protegidos durante la gran tribulación, primero; y, luego, para ser protegidos durante el derramamiento de la ira de Dios. Ese grupo de israelitas es sellado con el fin de que sea protegido tanto de las persecuciones del Anticristo como de los juicios que Dios ha de derramar a continuación sobre la tierra. Esa protección permitirá que los 144.000 sobrevivan para luego entrar como los principales súbditos y habitantes del reino milenial del Señor en la tierra.

Se ha objetado con bastante énfasis y se han ofrecido múltiples explicaciones respecto a las irregularidades que aparecen en la lista de los nombres de las tribus en los versículos 5 al 8. Entre las principales impugnaciones está el hecho de que Judá aparece primero, aunque era el cuarto hijo de Jacob. Se ha especulado mucho respecto a la omisión tanto de Dan como de Efraín. También se ha discutido el porqué de la inclusión de José y Manasés. Las respuestas a esas preguntas abarcan un espectro amplio de opiniones. Como siempre, hay quienes usan el argumento de que el pasaje se refiere al Israel espiritual, es decir, la Iglesia. Para otros, el arreglo de las doce tribus, con la exclusión de Dan y Efraín y la inclusión de Manasés y José, debe tomarse como un simple simbolismo. Incluso hay quienes atribuyen las irregularidades de la lista a un problema textual.

La explicación del porqué Judá encabeza la lista es casi universalmente reconocida. La gran mayoría de los expositores acepta el hecho de que se debe a que Cristo procede de dicha tribu. Muchos apelan correctamente a la profecía de Génesis 49:l0 y al hecho de que en Apocalipsis 5:5 el Cordero es identificado como «el León de la tribu de Judá». Es de interés observar que un buen número de expositores que espiritualiza la cifra 144.000, diciendo que significa un número indeterminado de personas y que las tribus de los hijos de Israel se refiere a la Iglesia, no ponga ningún reparo en interpretar literalmente la profecía de Génesis 49:10 y adjudicar la mención de Judá en la cabeza de la lista al hecho de que esa tribu dio el Mesías al mundo.

Además de la lista inicial que aparece en Génesis 29:32-35:18, a través del Antiguo Testamento hay otras 19 listas con los nombres de las tribus de los hijos de Israel. Un detalle importante que debe destacarse es que dichas listas difieren la una de la otra y que todas ellas, a su vez, se diferencian de la lista de Apocalipsis 7:5-8.

Otra de las diferencias notorias de la relación de las tribus en Apocalipsis 7:5-8 es la ausencia de la tribu de Dan. La mayoría de los comentaristas concuerda en que la ausencia de Dan se debe a que dicha tribu se hizo infame a causa de la práctica de la idolatría. Hay numerosas citas en el Antiguo Testamento que atestiguan acerca de las prácticas idolátricas de la tribu de Dan (véanse Jue. 18:1-31; 1 R. 12:28-30). También se ha sugerido, siguiendo una tradición tomada de Ireneo, que la razón de la omisión de Dan se debe a que el Anticristo procederá de dicha tribu. Esta opinión es tanto novedosa como escasa en apoyo exegético. Lo más probable es que el Anticristo sea un gentil que encabezará la confederación de naciones que resultará del resurgimiento del cuarto imperio mencionado en Daniel 7:7-28 (véanse también Dn. 11:36-45; Ap. 13:1-18; 17:11-14).

Si bien es cierto que todas las tribus de Israel, de un modo u otro, estuvieron implicadas en la idolatría, la tribu de Dan llegó al colmo de dicha abominable práctica, de modo que Dios soberanamente la excluye de la protección dada al resto de las tribus durante el terrible período de tribulación, primero; y del derramamiento de su ira, luego. No obstante, como muestra de la gracia de Dios, Dan será incluida en la futura distribución de la tierra (Ez. 48:1,32).

Otra irregularidad en la lista es la ausencia de Efraín. Este patriarca fue el segundo hijo de José. Su nombre significa «doblemente fructífero» y nació durante los siete años de abundancia en Egipto. Junto con su hermano mayor, Manasés, fue adoptado por su abuelo Jacob y recibió de él la bendición mayor (véase Gn. 48). De modo que, al adoptar a Manasés y a Efraín, Jacob dio a José una doble bendición. A lo largo de la historia de la nación de Israel, Efraín llegó a ocupar un lugar preeminente. Llegó a ser cabeza del sector oeste del campamento alrededor del tabernáculo con el apoyo de Manasés y Benjamín (Nm. 2:18-24). Entre los líderes preeminentes de la tribu de Efraín estaba Josué, quien posteriormente reemplazó a Moisés y a la postre condujo al pueblo a la tierra prometida.

Durante el periodo de los jueces, el centro religioso de Israel era Silo, en el territorio de Efraín (véanse Jos. 18:1; 22:12; Jue. 18:31; 21:29; 1 S. 1:3, 9, 24; 2:14; 3:21). Allí se erigió el tabernáculo donde permaneció hasta que el Arca del Pacto fue secuestrada por los filisteos. Sin embargo, la tribu de Efraín también se prostituyó con la idolatría (véanse Jue. 17:13; 1 R. 12:25-29; Os. 4:17; 5:3-5). Es probable, no obstante, que la principal razón de la omisión de Efraín de la lista de Apocalipsis 7:5-8 fue causada por su deserción de la casa de David (véase 2 S. 2:9). No es de dudarse que, en su misericordia, Dios optase por incluir a Efraín en la tribu de José, aunque no hay una explicación rotunda del porqué Manasés aparece clasificado conjuntamente con José. Como ya se ha observado, Manasés y Efraín eran los hijos de José adoptados por Jacob antes de morir (Gn. 48:5, 6). Ambos recibieron heredad con los demás patriarcas. En la lista de Apocalipsis 7:5-8, Dios en su soberanía escoge incluir tanto a José como a Manasés y dejar fuera a Efraín. Tal decisión corresponde a Dios, quien es el que escoge y ordena que sean sellados en sus frentes aquellos que son sus «siervos» (literalmente doúloi, esclavos).

Resumiendo, Apocalipsis 7:1-8 presenta la escena del acto de sellar a 144.000 israelitas, 12.000 de cada una de las tribus de los hijos de Israel. Hay quienes entienden que tanto el número (144.000) como la nacionalidad de los sellados (israelitas) deben ser espiritualizados. Eso haría que la cifra (144.000) fuese un número indeterminado de personas y que los llamados israelitas fuesen el Israel espiritual, es decir, la Iglesia. Pero no existe razón exegética alguna para espiritualizar ambas cosas. Por el contrario, una interpretación normal del texto es preferible, puesto que otorga al pasaje un significado armonioso con el argumento del Apocalipsis y con el tenor general de las Escrituras. Ningún pasaje de la Biblia propiamente interpretado permite que el sustantivo Israel se use para designar a otra cosa que no sea los descendientes de Abraham a través de Isaac y Jacob.

Si bien es cierto que la lista de las tribus en Apocalipsis 7:5-8 presenta varias irregularidades, también es cierto que en el Antiguo Testamento hay unas 19 listas de dichas tribus que difieren la una de la otra. No es correcto intentar manipular el pasaje de Apocalipsis 7:1-8 para adaptarlo a algún concepto teológico. Lo más prudente es tomar el texto en su sentido llano, normal, gramático-histórico dentro de su entorno o contexto y permitir que el pasaje diga lo que su autor original quiso decir cuando lo escribió.

Los Arrebatados de la Gran Tribulación

La segunda mitad del capítulo (Ap. 7:9-17) contiene la visión de los que son arrebatados (rescatados, redimidos) de la gran tribulación desatada por el Anticristo contra los creyentes de todas las naciones. El capítulo presenta un destacado contraste. Por un lado, el apóstol Juan afirma ver cuatro ángeles que detienen los vientos de la tierra. Luego ve a otro ángel que viene del oriente con el sello del Dios vivo. Dicho ángel procede a sellar a 144.000 escogidos de entre las 12 tribus de los hijos de Israel. Esos 144.000 son llamados siervos o esclavos (doúloi) de Dios. Los 144.000 sellados están en la tierra y constituyen un grupo seleccionado para sobrevivir a la gran tribulación, primero; y a la ira de Dios, segundo.

Por otro lado, Juan contempla la presencia de una multitud innumerable. Esta multitud procedente de todos los grupos étnicos y lingüísticos de la tierra está en la presencia de Dios en el cielo. En el pasaje bajo consideración, Juan explica la cantidad de la gran multitud y la razón del porqué está en la presencia de Dios.

Comentario

7:9, 10


«Después de esto miré, y be aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero».

La frase «después de esto miré» (meta tauta eidon) sugiere que el apóstol se refiere a una visión distinta de la anterior. Esta segunda visión no es simultánea con la de Apocalipsis 7:1-8, sino que la sigue. La visión de los 144.000 sellados es diferente de la de la gran multitud. Los dos grupos son distintos y se hallan en lugares diferentes. El primer grupo está formado por los sellados de las doce tribus de Israel. Estos están en la tierra y son sellados para protegerlos de la persecución desatada por el Anticristo durante la gran tribulación, y para protegerlos después de los juicios relacionados con la ira de Dios. El segundo grupo lo constituye una multitud cuyo número sólo es conocido por Dios. Estos proceden de entre todos los grupos étnicos de la tierra, pero ya están en el cielo, alabando a Dios porque han recibido salvación por la fe en la persona y en la obra de Cristo y han experimentado tanto la resurrección como el arrebatamiento.

El texto dice que estaban de pie (hestotes) «delante del trono y en la presencia del Cordero». El cuadro descrito se asemeja al que aparece en los capítulos 4-5 del Apocalipsis. Dicha escena es, incuestionablemente, celestial. Los componentes de la gran multitud están «vestidos de ropas blancas». El vocablo «vestidos» (peribebleíménous) es el participio perfecto, voz pasiva de períbállo que significa «vestir». El tiempo perfecto sugiere una acción completada y la voz pasiva indica que el sujeto recibe la acción. Los componentes de la multitud fueron vestidos con ropaje relacionado tanto con victoria como con la justicia obtenida a través de la muerte de Cristo. De igual manera llevaban «palmas en las manos», una señal de gozo y festividad.

A semejanza de una gran coral, proclaman como si se escuchase una sola voz, diciendo: «La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero». La gran multitud da testimonio del hecho de que la salvación o liberación de que disfrutan es totalmente la obra de Dios. La salvación es un regalo producto de la gracia de Dios, basado sobre los méritos de Cristo y sólo se recibe mediante la fe en la persona del Salvador. La nota principal de la alabanza es hei soteiría [la salvación]. .. quienes la proclaman han experimentado la gran liberación (v. 14) que le atribuyen a Dios y al Cordero: ... El grito «la salvación a Dios y al Cordero» es equivalente a atribuir a ambos el título de sotéir [Salvador], tan libremente dado por las ciudades leales y fanáticas de Asia a los Emperadores, pero que a los ojos de los cristianos pertenece solamente a Dios y a su Cristo.

7:11, 12

«Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén»
.

El cuadro es majestuoso y estupendo a la vez. Hay una santa convocación delante del trono. Allí están «todos los ángeles» (pántes hoi ággeloi), formando un gran círculo (kykloi) alrededor del trono y «gozándose en la salvación de los hombres» como en Lucas 15:7, 10. El trono está en el mismo centro del cuadro. Cerca del trono están los cuatro seres vivientes. Luego, formando un círculo concéntrico, están los veinticuatro ancianos. Luego, en un círculo exterior, más alejados del trono y de pie, se encuentran los ángeles. Seguidamente, rodeando al trono de igual manera, se halla la gran multitud.

Los ángeles «se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: Amén». Es decir, reconocen la majestad, la soberanía y la santidad de Dios. Los ángeles reconocen su pequeñez delante de Dios y lo demuestran cayendo sobre sus rostros y adorando al Soberano Creador de todo. A continuación, los ángeles adscriben a Dios alabanza. A Él y sólo a Él pertenecen de manera perfecta «la bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza por los siglos de los siglos. Amén». Esta escena contrasta con la rebeldía de los habitantes de la tierra. Esa rebeldía terminará cuando la voluntad de Dios sea hecha en la tierra como en el cielo y coincidirá con la manifestación gloriosa de Jesucristo, el Rey de reyes y Señor de señores.

7:13-15

«Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido? Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos»
.

El verbo «habló» (apekríthe) literalmente significa «contestó». Dicha forma es el aoristo pasivo (deponente) de apokrínomai. Aunque esta es la única vez que se usa en el Apocalipsis, es de uso común en los evangelios. Casi siempre seguido de légo («decir» ). Uno de los ancianos formula una pregunta concerniente a la identidad y la procedencia de la multitud innumerable vestida de blanco que rodea el trono. La presencia de tan grande multitud ataviada con ropas blancas y con palmas en las manos, dando alabanzas y pronunciando gloria y honra a Dios y al Cordero debió de haber causado una tremenda impresión en el apóstol Juan.

El apóstol responde a la pregunta del anciano con la expresión: «Señor, tú lo sabes... » (kyrié mou, su oidas). Dicha afirmación equivale a decir: «Señor mío, no sé la respuesta». La respuesta de Juan es, a la vez, «una confesión de ignorancia y una apelación por información».

El ser celestial de inmediato da la información procurada por Juan: «Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero». La respuesta del anciano explica el porqué Juan no reconocía ni la identidad ni el origen de la multitud. El período de tiempo del cual los participantes fueron extraídos, la gran tribulación, es un evento futuro que recién le está siendo revelado a Juan. Quienes aparecen en la visión aún no han vivido en la tierra para permitir que Juan los hubiera reconocido.

Una observación importante es el hecho de que la expresión «los que han salido» es el participio presente, nominativo, plural de érchomai. Algunos expositores toman el participio hoi erchómenoi en su función sustantiva y hacen que dicho participio adquiera un uso atemporal en cuyo caso la traducción sería: «Los que están vestidos de ropas blancas son tales personas como las que salen de la gran tribulación». Más probable, sin embargo, parece ser el énfasis verbal del participio en el que se destaca la acción como ya efectuada, tal como se traduce aquí. La fuerza normal del tiempo presente es mostrar que la acción ya se ha completado.

Las frases «los que han salido», «han lavado» (éplynan) y «han emblanquecido» (eleúkanan) refuerzan la idea de que la resurrección y el arrebatamiento ya han ocurrido por completo. El aoristo eilthon («han salido») de Apocalipsis 7:13 implica necesariamente que su número está completo y niega la idea de que aún están llegando, como algunos expositores pre-tribulacionistas quisieran hacernos creer.

La «gran tribulación» mencionada en este pasaje es la tribulación escatológica que ya hemos mencionado, la cual precederá a la venida en gloria de nuestro Señor Jesucristo. El texto es enfático puesto que dice literalmente «la tribulación la grande». Será un período de tres años y medio en el cual el pueblo de Dios será persegudio (atribulado) por el Anticristo. Es el periodo de tiempo al que se refirió el Señor en Mateo 24:21, cuando dijo: «Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá». Dicho período es también equivalente a lo que en Apocalipsis 12:17 llama: «...el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo».

Vienen de «la gran tribulación». La vida será una gran tribulación para la Iglesia que permanezca fiel en los días del Anticristo. «Han salido» no significa que han escapado de ella, sino que vienen de ella, después de haberla sufrido. De «la gran tribulación» surge el verdadero pueblo de Dios.

El uso del artículo determinado en la frase «la gran tribulación» indica que el ángel se refiere primordialmente a esa serie de juicios que ocurrirán inmediatamente antes del fin y que se describen en los cinco primeros sellos de Apocalipsis 6.

Es correcto, por lo tanto, identificar a la multitud innumerable vestida de ropas blancas con los elegidos de Dios: la Iglesia. Lo más normal, en consecuencia con el texto, es entender que los componentes de aquella gran multitud son creyentes que han conocido el evangelio antes de que el Señor descendiera a la tierra para efectuar tanto la resurrección como el arrebatamiento de sus santos. Aunque la gran tribulación será un período de intensos y severos juicios, Dios, en su gracia, permite que muchos sean salvos tal como lo evidencia la gran multitud de Apocalipsis 7:9- 17. Estos santos sufrirán las persecuciones organizadas y ordenadas por los enemigos de Dios. Los tres años y medio finales de la era serán extremadamente críticos para los que profesen la fe en Cristo. Esos serán los años cuando el Anticristo estará en el cenit de su carrera y cuando las persecuciones de los santos serán más intensas.

Juan contempla la salida de aquella multitud del gran conflicto justamente después que el maltrato de los santos se haya vuelto peor bajo el liderazgo de la bestia que sale del mar (véase Ap. 13:7). Los ve que «han salido» la gran tribulación. Ya han sufrido, han perseverado hasta el fin y han sido salvos tal y como lo asegura el Señor en Mateo 24:13. «Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo».

La fe en la persona y la obra de Cristo es lo que ha hecho posible que la gran multitud esté en la presencia de Dios. Una vez más se cumplen las palabras de Cristo: «... nadie viene al Padre, sino por mí» (Jn. 14:6). Todos los componentes de la gran multitud «han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero» (Ap. 7:14).

El texto de la Reina-Valera 1960 dice que los santos «han lavado» (éplynan) sus ropas y las «han emblanquecido» (eleúkanan) «en la sangre del Cordero». El trasfondo bíblico de lavar los vestidos como señal de purificación aparece en Éxodo 19:10, 14. También en el Nuevo Testamento en pasajes tales como 1 Juan 1:9; Hebreos 9:14, 22. Tal vez una observación adicional ayude a comprender más concretamente el significado del pasaje bajo estudio: Las ropas de los santos fueron lavadas y emblanquecidas «por» la sangre del Cordero más que «en» la sangre del Cordero.

La idea de emblanquecer los vestidos mediante el lavarlos en sangre es una sorprendente paradoja. Es el sacrificio del Cordero en la cruz lo que provee vestidos blancos para los santos. El acto de ellos de lavar sus vestidos no es una obra meritoria, sino una manera de describir la fe.

El apóstol Juan vio a los que «han salido» de «la tribulación, es decir, la grande» y estaban en la presencia de Dios y del Cordero. Antes de abandonar la tierra cada uno de ellos había puesto su fe en el Mesías y, como resultado, «lavaron sus ropas y las emblanquecieron por la sangre del Cordero». La figura de «lavar» y «emblanquecer las ropas» tiene que ver con la salvación espiritual de aquellos individuos. Debe observarse el hecho de que el fundamento de la salvación es siempre el mismo, es decir, el sacrificio del Cordero de Dios, Cristo Jesús. También el medio a través del cual la salvación se recibe es invariable, o sea, la fe personal en Jesucristo. La Biblia no enseña ni reconoce otro medio para la salvación del pecador.

7:15-17

«Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos»
.

La expresión «por esto» (dia toútó) señala la razón por la cual los componentes de la gran multitud «están delante del trono de Dios». Pablo dice en Romanos 3:24, 25: «Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados». Sobre la base de la fe en la persona de Cristo, cada uno de ellos recibió la limpieza espiritual: «sus vestidos fueron lavados y emblanquecidos», es decir, fueron declarados justos y santificados por la fe en el sacrificio del Mesías Salvador.

Los componentes de la gran multitud no están ociosos delante del trono, sino que realizan una actividad de «servicio» continuo (latreúousin) a Dios en alabanza y adoración. Se les describe como que están delante del trono de Dios, es decir, en el lugar de preeminencia y honor. Su privilegio especial es adicionalmente definido como sirviendo al Señor día y noche en su templo. Esa expresión es altamente significativa porque indica que el cielo no es sólo un lugar de descanso de los trabajos terrenales, sino también un lugar de servicio privilegiado. Quienes han servido bien en la tierra tendrán un ministerio en el ciclo.

La continuidad del servicio de adoración a Dios es sugerida tanto por el tiempo presente del verbo «sirven» (latreúousin) como por la expresión «día y noche». Además, debe observarse que el lugar de la adoración es el «templo» (naoi), lo cual sugiere un acto de servicio sacerdotal de adoración espiritual.

Es importante destacar en esta coyuntura que no existe contradicción entre este versículo (Ap. 7:15) y Apocalipsis 21:22, donde dice: «Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero». En la Jerusalén celestial no habrá un edificio designado como templo (náos) tal como existía en la Jerusalén terrenal. El santuario o templo (náos) será la inconmensurable totalidad del cielo. La presencia de Dios Todopoderoso en su plenitud (Padre, Hijo y Espíritu Santo) lo llenará todo de manera que no habrá necesidad de que exista en el cielo un lugar determinado designado como templo.

Este pasaje termina con una lista de bendiciones que serán derramadas sobre los componentes de la gran multitud. Todos los verbos mencionados con relación a esas bendiciones están en el modo indicativo y, por lo tanto, destacan la realidad del acontecimiento:

l. «El que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos», literalmente: «El que está sentado sobre el trono “tabernaculará” sobre ellos». La idea de dicha expresión tiene que ver con la presencia de Dios tanto en protección como en comunión sobre los suyos (véase Lv. 26:11, 12).

2. «No tendrán hambre ni sed». Quizá en vista al hecho de quienes allí están han tenido que sufrir las limitaciones y persecuciones producidas contra ellos por los enemigos de Dios. Mientras estuvieron en la tierra, fueron sometidos al acoso de hombres inicuos. Ahora, en la presencia de Dios, tienen la garantía de que no sufrirán «hambre ni sed».

3. «El sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno». Esta frase presenta un ambiente de desierto. El calor abrasador del desierto llamado siroco era una experiencia común a los habitantes del medio oriente. Probablemente un número considerable de la gran multitud sufrirá las persecuciones descritas en Mateo 24:15-21. Muchos de ellos tendrán que huir al desierto donde literalmente sufrirán el daño físico del siroco. En la presencia del Señor, todos ellos serán librados para siempre de esos daños físicos.

El versículo 17 proporciona la explicación del porqué de las bendiciones mencionadas anteriormente. El vocablo «porque» (hóti) introduce la explicación:

l. «El Cordero que está en medio del trono los pastoreará». Todas las bendiciones que los redimidos de Dios reciben tienen que pasar a través del Cordero. En este caso, el Cordero está delante del trono, ocupando el lugar de mediador en la presencia del Padre y ejerciendo la función pastoral (véanse Sal. 23; Jn. 10:11, 14; He. 13:20; 1 P. 5:2-4). Obsérvese que la función pastoral del Cordero hacia su pueblo expresa cuidado y ternura.

2. «Los guiará a fuentes de agua viva». Generalmente el cordero es un animal que necesita ser guiado a las fuentes de agua. Aquí, sin embargo, el cuadro es totalmente distinto. El Cordero es el Mesías, el Salvador de su pueblo. Como Cordero-Pastor, Él guía a su pueblo con ternura y mansedumbre. La expresión «fuentes de agua viva», sugiere bendición. A la mujer samaritana, Cristo le prometió «agua viva» (Jn. 4:10). También ofreció a los que creen en Él «ríos de agua viva» (Jn. 7:38). Quienes creen en Cristo no tendrán sed jamás (Jn. 6:35). Esas promesas del Señor tendrán un cumplimiento literal y final en su presencia.

3. «Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos». Literalmente «Dios enjugará cada lágrima». Es decir, no habrá más tristeza, ni luto, ni lamento, ni endecha. Los componentes de la gran multitud han pasado por la experiencia de la tribulación, que seguramente ha significado sufrir muchas pruebas a manos de los aborrecedores de Dios. Ahora, en la presencia de Dios, el llanto se transforma en risa, alegría y gozo perpetuo.

Resumen y Conclusión

El capítulo 7 del Apocalipsis presenta dos cuadros maravillosos de lo que Dios ha de hacer en los postreros días. El primero (Ap. 7:1-8) presenta el sellamiento de los 144.000 israelitas. Doce mil de cada una de las tribus de los hijos de Israel. Ese acontecimiento tendrá lugar antes que la Iglesia haya sido arrebatada, pues sabemos que ellos serán protegidos durante los 1.260 días que dure la gran tribulación (Apocalipsis 12:6, 14).

Los 144.000 serán israelitas, hombres y vírgenes (hombres que no han contraído matrimonio). El número 144.000 debe entenderse como una cifra literal. Dichos israelitas son protegidos por Dios para convertirse a Cristo Jesús cuando este regrese a la tierra para salvar (arrebatar) a los creyentes que queden después de sufrir la persecución del Anticristo (la gran tribulación) en cumplimiento de Zacarías 12:10. Ese período de tiempo será el que Cristo mencionó en Mateo 24:21 y lo describió como el de una tribulación sin precedentes.

El segundo cuadro del capítulo 7 del Apocalipsis es el que describe la presencia de una multitud innumerable con vestidos blancos y palmas en las manos que está alrededor del trono de Dios en el cielo. Dicha multitud incluye a los santos del Antiguo Testamento, y a los santos de todas las generaciones, pero el texto destaca especialmente a aquellos que han sobrevivido la gran tribulación y a aquellos que han conocido a Cristo durante el período de la tribulación. Esa multitud innumerable es la Iglesia, y el hecho que Juan sea incapaz de identificar a sus componentes demuestra que la visión está mucho más allá de lo que él habría esperado que fuera el número de los redimidos. Dios se acuerda de su gracia en medio del juicio y permite que en los tiempos más difíciles de la historia de la humanidad el evangelio sea proclamado y personas de todas las etnias y razas de la tierra puedan recibir el perdón de los pecados y el regalo de la vida eterna.

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