Apocalipsis Capítulo 6
En los capítulos siguientes examinaremos las enseñanzas del Señor respecto del fin del siglo [o de la era, o del mundo]. Pero primero es necesario que entendamos la manera en que cuatro distintas verdades bíblicas se interrelacionan si hemos de comprender correctamente el panorama de los tiempos del fin. Cada una juega un papel importante en una completa y precisa perspectiva bíblica acerca del regreso de Cristo, cuando los hijos de Dios serán arrebatados y los inicuos que queden serán destruidos.
La Ira de Dios (El Día del Señor)
En los últimos días, la ira de Dios será derramada durante un tiempo específico que se conoce como el Día del Señor. Frecuentemente hay referencias a este día del juicio de Dios contra los impíos tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento, pero el Antiguo Testamento es donde este día de la ira de Dios es dado a conocer por primera vez. Será un periodo de tiempo de breve duración cuando Dios destruya a los impíos que habitan la tierra. Hay varias cosas específicas que debemos saber de aquel día.
El profeta Isaías nos enseña que durante el día del Señor, «La altivez del hombre será abatida, y la soberbia de los hombres será humillada; sólo el Señor será exaltado en aquel día» (Is. 2:17). La enseñanza crítica de este pasaje es que sólo el Señor será exaltado en aquel día. Esto debe recordarse. ¡Es importante! Trataremos este concepto en forma más profunda en el tercer punto cuando hablemos de la ira de Satanás.
Sofonías nos dice que durante este «día», «toda la tierra será consumida con el fuego de su celo; porque ciertamente destrucción apresurada hará de todos los habitantes de la tierra» (Sf. 1:18). El apóstol Juan dice que cuando el día del Señor comience, los impíos gritarán «a los montes y a las peñas: «Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero, porque el gran día de su ira [de ellos] ha llegado, y ¿quien podrá sostenerse en pie?» (Ap. 6:16-17). Pedro retoma el asunto, diciendo: «pero los cielos y la tierra que existe ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos… Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche, en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas» (2 P. 3:7,10). Así que vemos que el día del Señor es un tiempo de juicio por fuego, cuando el Señor derrame su ira sobre los impíos de la tierra.
Es muy importante recordar la terminología que Cristo utiliza para referirse a su gran día de juicio. Cuando Él habla de «el fin de este siglo» [o era, o mundo] o sencillamente de «el fin», se refiere al día del Señor. Al explicar a sus discípulos el significado de la parábola del trigo y la cizaña, dice que «la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo» (Mt. 13:39-40).
Recuérdese que cuando se hace referencia a «el fin» o a «el fin de este siglo [mundo, era]», se refiere al día del Señor, un periodo breve que se caracteriza por el derramamiento de su ira sobre los que permanezcan en la tierra después de que los justos sean arrebatados. Pedro declara, «sabe el Señor librar de tentación [prueba] a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio» (2 P. 2:9). Pero aun más importante, será un periodo en que sólo Dios será exaltado.
La Señal del Día del Señor
A causa de la severidad del día del Señor, Dios ha prometido dar al mundo una señal en los cielos que anuncie que su ira está por iniciarse. El libro de Joel se dedica casi en su totalidad al día del Señor. Ahí el profeta explica que Dios «[hará] prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso del Señor» (Jl. 2:30-31). En el capítulo siguiente, él habla nuevamente de la señal que anunciará el gran día de la ira de Dios: «El sol y la luna se oscurecerán, y las estrellas retraerán su resplandor. Y el Señor rugirá desde Sión..». (3:15-16). En Apocalipsis 6 (especialmente vv. 16-17) Juan también predice que la señal que se da en el sol, la luna y las estrellas es precursora del día del Señor.
La Ira de Satanás
Esta es quizá la más importante de las cuatro verdades que debemos comprender y recordar, porque las Escrituras enseñan claramente que la persecución de los elegidos asociada con el Anticristo no es la ira de Dios, sino la de Satanás. Como vimos anteriormente, la ira de Dios es, por definición, contra los impíos, cuando «sólo el Señor será exaltado» (Is. 2:17).
Asimismo, como veremos, la situación previa es todo lo opuesto. La ira de Satanás será contra los hijos justos de Dios cuando su poderoso secuaz, el Anticristo, «se opone y se levanta [exalta] sobre todo lo que se llama dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios, haciéndose pasar por Dios» (2 Ts. 2:4).
Existirá una contradicción muy seria a menos que se separe la ira de Dios (cuando sólo el Señor será exaltado) de la persecución que se relaciona con el Anticristo (cuando él se exaltará sobre todo lo que se llama dios, exigiendo la adoración del mundo y matando a los que no le obedezcan). Y cuando se tienen contradicciones, no se tiene la verdad. La única manera en que estos dos pasajes puedan armonizarse es dándose cuenta de que no se puede equiparar o mezclar la persecución de los elegidos de Dios a manos del Anticristo con la ira de Dios contra los inicuos.
Las Escrituras claramente enseñan que la persecución del Anticristo será contra los elegidos de Dios (Mt. 24:21-22), contra sus santos (Ap. 13:7) y contra los que «guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo» (Ap. 12:17). En cambio, la Biblia declara con semejante claridad que la ira de Dios es contra «los impíos» (2 P. 3:7) «porque pecaron contra el Señor; y la sangre de ellos será derramada como polvo, y su carne como estiércol. Ni su plata ni su oro podrá librarlos en el día de la ira del Señor, pues toda la tierra sea consumida con el fuego de su celo; porque ciertamente destrucción apresurada hará de todos los habitantes de la tierra» (Sof. 1:17b-18).
¿Nos atreveremos a decir que los elegidos de Dios experimentarán Su gran ira? Si respondemos afirmativamente, hacemos a Dios responsable por la aflicción de aquellos que serán fieles a Cristo durante este terrible periodo de prueba. ¡Que no suceda jamás! Nuestro Señor ha prometido a sus hijos que no verán la ira de Dios (Ro. 5:9; 1 Ts. 1:10; 5:9). Esa promesa se aplica a todos los elegidos de Dios, no solo a aquellos que vivan antes del periodo de tribulación. Todo lo contrario: la justa ira de Dios será contra los injustos, los hijos de Satanás quienes han perseguido a los hijos de Dios.
Así que surge la pregunta: ¿Quién o qué es responsable de la persecución de los hijos de Dios a manos del Anticristo? La respuesta se encuentra en el libro de Apocalipsis:
«¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo» (Ap. 12:12).
«y [la tierra entera] adoraron al dragón [Satanás] que había dado autoridad a la bestia [el Anticristo]; y adoraron a la bestia ... y se le dio autoridad para actuar durante cuarenta y dos meses [al Anticristo] ... Se le permitió [al Anticristo] hacer guerra contra los santos y vencerlos» (Ap. 13:4, 5, 7a).
El «quién» es Satanás. El «qué» es su ira. Notamos también que el «cuándo» será durante la gran tribulación, los últimos cuarenta y dos meses—tres años y medio—de la era. En resumen, ¡la persecución de los elegidos de Dios tiene su origen en la ira de Satanás!
El Arrebatamiento Desencadena la Ira de Dios—el mismo día
El último concepto a tener presente es el hecho que en la segunda venida de Cristo, el arrebatamiento desencadenará la ira de Dios, ¡en el mismo día! ¿Cómo lo sabemos? Por la enseñanza de Cristo. El dijo:
«Y dijo a sus discípulos: Tiempo vendrá cuando desearéis ver uno de los días del Hijo del Hombre, y no lo veréis... Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre. Comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que entró Noé en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos. Asimismo como sucedió en los días de Lot; comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; mas el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos. Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste» (Lc. 17:22, 26-30).
El día en que el Hijo del Hombre se manifieste, Cristo dice, será tal como fue en los días de Noé y de Lot. Dios rescatará a sus fieles de la persecución y entonces, en el mismo día de 24 horas, empezará la destrucción de los inicuos que se queden en la tierra. Esto es muy importante por varias razones. En primer lugar, observaremos que estos dos sucesos, el rapto y la ira de Dios, están vinculados, o sea, el uno sucediendo inmediatamente tras el otro. Esto será el caso en todo pasaje que examinemos que hable del momento en que sucederá el arrebatamiento. Es importante comprender que Cristo enseñó que estos dos eventos consecutivos tendrían lugar en el mismo día.
En este capítulo examinaremos con mucho cuidado los textos bíblicos que con mayor claridad enseñan el momento del regreso de Cristo por su Iglesia. Veremos una y otra vez que el arrebatamiento es el suceso que desencadena la ira de Dios. Estos dos acontecimientos consecutivos están interrelacionados inseparablemente y se interpretarán juntos en todo pasaje que estudiemos.
Cerremos esta introducción resumiendo los puntos que hemos aclarado hasta aquí. Primero, a la ira de Dios que será derramada sobre los impíos en los últimos tiempos se le llama «el día del Señor», «el fin», o «el fin del siglo». Este será un breve periodo de tiempo en el cual sólo Dios, y no el Anticristo, «será exaltado», y cuando Él destruirá sistemáticamente a los injustos que permanezcan en la tierra después de que los fieles hayan sido trasladados o arrebatados.
Segundo, la ira de Dios vendrá a continuación de una señal que Él dará en el sol, la luna y las estrellas que advertirá al mundo de lo que ha de venir (Ap. 6:16-17) , y dirá a los santos de Dios que es el momento de levantar la cabeza porque ha llegado el día de su liberación.
Tercero, la ira de Dios nunca debe confundirse con la ira de Satanás, quien es el poder tras la persecución de los elegidos de Dios por parte del Anticristo. Solamente Satanás y su secuaz, el Anticristo, serán exaltados en su día de gran ira contra los hijos de Dios. Por otro lado, solamente el Señor será exaltado durante su día de ira contra los hijos de Satanás. Aunque los santos experimentarán la ira de Satanás—la gran tribulación—jamás padecerán la de Dios.
El cuarto punto que mencionamos es que «el día en que el Hijo del Hombre se manifieste» (Lc. 17:30), los santos serán rescatados y la ira de Dios comenzará a caer sobre los que permanezcan en la tierra, como sucedió en los días de Noé y en los de Lot. Los elegidos de Dios serán liberados de la ira de Satanás (a manos del Anticristo) ¡en el mismísimo día—aunque antes—que empiece la ira de Dios!
Teniendo en cuenta lo que hemos planteado hasta aquí, comenzaremos a considerar más a fondo lo que el Apocalipsis dice en relación al momento del regreso de Cristo por su Iglesia.
Comentario
6:1
«Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira». El abrir o romper los sellos que ocultan el contenido del rollo ocurre en el cielo, pero los acontecimientos que tienen lugar como resultado de abrir cada sello se suceden en la tierra. La expresión «uno de los sellos» significa «el primero de los sellos». El «Cordero», es decir, el Cristo glorificado es quien ejecuta el acto de abrir dicho sello, pero la orden de iniciar el acontecimiento que resulta del mencionado acto la da uno de los cuatro seres vivientes. La figura «como con voz de trueno» es un símil que representa un mandato enfático con firmeza y autoridad. Los mejores manuscritos del Nuevo Testamento sólo contienen el verbo «ven» (érchou), omitiendo «y mira» tanto en 6:1 como en 6:3, 5 y 7 . El verbo «ven» (érchou) es el presente imperativo, voz activa de érchomai. Dicha forma verbal expresa un mandato o una convocación. La orden, evidentemente, no es dada a Juan sino al jinete que cabalga el caballo blanco. La orden dada es para que dicho jinete se manifieste en el escenario de la historia, es decir, que salga a cumplir su cometido. La orden, indiscutiblemente, procede del trono celestial a través de uno de los cuatro seres vivientes. Tal hecho muestra el absoluto control divino de todo lo que ocurre en la tierra. Los juicios de la tribulación son ejecutados por la voluntad soberana del Cordero.
6:2
«Y miré, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y para vencer». La identificación del personaje que cabalga el caballo blanco mencionado en este versículo ha sido tema de amplia discusión. Existen por los menos nueve sugerencias tocante a la identidad del jinete que cabalga el «caballo blanco». Las opiniones son tan variadas que abarcan desde el emperador romano hasta el mensaje del evangelio o la Palabra de Dios en general. Las interpretaciones más acertadas, sin embargo, han sido las que identifican a dicho personaje con el falso Mesías o Anticristo.
La identificación de dicho jinete con Cristo adolece de serias deficiencias. La única similitud es que tanto el jinete de Apocalipsis 6:2 como el Cristo victorioso de Apocalipsis 19:11-16 cabalgan sobre un caballo blanco. Sería muy extraño que el Cordero que rompe el sello fuese al mismo tiempo el jinete revelado con la apertura de dicho sello.
Debe observarse, además, que el jinete de Apocalipsis 6:2 obedece la orden dada por uno de los cuatro seres vivientes. Sería totalmente improcedente que el Cristo glorificado y Soberano sobre toda la creación recibiese órdenes de una de sus criaturas, por muy elevada en rango que ésta sea. También debe notarse que al personaje de Apocalipsis 6:2 le fue dada una «corona» (stéphanos) de victoria, mientras que Cristo posee muchas coronas o diademas propias de su dignidad como Rey de reyes y Señor de señores. A todo lo dicho hay que añadir el hecho de que Apocalipsis 6:2 no es el tiempo correcto para que el Mesías victorioso cabalgue al frente de sus huestes. Según Mateo 24:30, la manifestación final del Hijo del Hombre es el último acontecimiento en la serie de sucesos que pone fin a la gran tribulación: la batalla de Armagedón.
Hay expositores que afirman que el jinete de Apocalipsis 6:2 simboliza el evangelio. Si bien es cierto que en Mateo 24:14 se anuncia que «será predicado este evangelio del reino en todo el mundo», no parece haber correspondencia alguna entre el personaje de Apocalipsis 6:2 y el evangelio de la gracia de Dios. Debe tenerse en cuenta de que los cuatro jinetes mencionados en Apocalipsis 6:2-8 están íntimamente relacionados. Lo cierto es que el evangelio de la gracia se ha predicado a través de toda la era de la Iglesia, de modo que resultaría extraño que se mencionase como algo nuevo al principio de la gran tribulación. Tampoco parece correcto identificar al jinete de Apocalipsis 6:2 con el evangelio del reino, puesto que la predicación del evangelio del reino no es lo que da comienzo al cumplimiento de la gran tribulación.
La postura correcta es la que identifica al jinete del caballo blanco (Ap. 6:2) como una personificación de una fuerza anticristiana encarnada—el Anticristo. Los sellos de Apocalipsis 6 concuerdan con las señales de la fase inicial de la gran tribulación, tal como se describe en Mateo 24:5-8, y que Cristo denominó como «principio de dolores» (Mt. 24:8). La primera señal mencionada en Mateo 24:5 es la aparición de falsos cristos. En Apocalipsis 19:11-16 se describe la manifestación final de Cristo como la de un general triunfante y victorioso. El jinete de Apocalipsis 6:2 aparece con un perfecto disfraz y confunde a muchos. Creemos que es correcto identificar a este jinete de Apocalipsis 6:21 como el dictador mundial escatológico—el Anticristo. Este jinete, como los otros tres, es un individuo, una personificación de una fuerza espiritual anticristiana que entrará en acción durante este período. La bestia que surge de la tierra (Ap. 13:11-18) es otra descrpción del Anticristo que en el tiempo señalado por el primer sello se habrá alzado para ser el personaje prominente del mundo anticristiano. En el comienzo mismo de ese período, llamado «principio de dolores», él será la encarnación de las fuerzas espirituales anticristianas que lo harán el emblema de ella. En esta línea, el primer sello entonces simboliza tanto el imperio de la bestia descrito en Apocalipsis 13:1-3 y 17:3b,12, la bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tiene siete cabezas y diez cuernos, co al Anticristo mismo. Este pasaje claramente dice: «Y los diez cuernos que has visto, son diez reyes, que aún no han recibido reino; pero por una hora recibirán autoridad como reyes juntamente con la bestia» (Ap. 17:12). Y según el profeta Daniel (Dn 7:7, 8), que describe la misma bestia/imperio compuesta por diez reyes, el personaje por nosotros conocido como el Anticristo es el onceavo rey que surge después de que los diez están ya en su lugar. El jinete sobre el caballo blanco con corona simboliza al Anticristo y al imperio compuesto por diez reyes de entre los cuales después surge el Anticristo.
Resumiendo. La postura que mejor armoniza con el mensaje y el propósito del libro del Apocalipsis es la que identifica al jinete de Apocalipsis 6:2, conjuntamente con los otros tres de los versículos siguientes, como la personificación de un movimiento creciente o una fuerza espiritual satánica (imperio) que entrará en acción durante los días previos a la gran tribulación (Mt. 24:5-8) y que provocará la manifestación del gran impostor o Anticristo, la bestia que surge de la tierra tierra (Ap. 13:11-18). Es innegable que los cuatro jinetes del pasaje (Ap. 6:2-8) se relacionan entre sí directamente. Cualquier interpretación que se haga del texto debe tener en cuenta dicha relación.
«Tenía un arco» (échon tóxon). El hecho de que sólo se mencione el arco sin referencia alguna a flechas ha dado lugar a especulaciones entre los comentaristas. Hay quienes consideran el arco como un recordatorio de la derrota sufrida por los romanos a manos de los partos en el año 62 d.C. en el valle del Tigris. El contexto, sin embargo, señala hacia acontecimientos que tendrán lugar hacia el final de los tiempos y no a algo ocurrido en el pasado ni en el desarrollo de acontecimientos repetidos en distintas etapas de la historia.
El simbolismo del arco sin la mención de flechas sugiere que el jinete de Apocalipsis 6:2 es capaz de llevar a cabo conquistas incruentas. El arco indica que hay amenaza de guerra, pero esta no es consumada porque la victoria es obtenida por medios pacíficos. El jinete de Apocalipsis 6:2 encarna a un imperio que es capaz de conseguir un lugar de importancia sin derramamiento de sangre. Esto es poder de disuasión, que se define como «la acción y resultado de convencer a una persona de que desista en la realización de un propósito» o como «la incitación a una persona para que abandone una idea o propósito». El mismo Apocalipsis sostiene esta interpretación cuando dice «...y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia, y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?» (Ap. 13:3-4). Como veremos en nuestro comentario del capítulo 13, el poderío militar que ostenta la bestia (el imperio) hace que los habitantes del mundo («toda la tierra») se atemoricen («se maravilló») y desistan de cualquier idea de enfrentarla porque, «¿...quién podrá luchar contra ella?» y continuar con vida.
«Y le fue dada una corona». El verbo traducido «fue dada» (edóthei) es el primer aoristo, modo indicativo, voz pasiva de dídomi. El aoristo señala a un hecho concreto. El modo indicativo sugiere la realidad histórica del acontecimiento y la voz pasiva indica que el sujeto recibe la acción del verbo. La frase contrasta el hecho de que el jinete tiene un arco pero la corona le es conferida sobrenaturalmente. La «corona» (stéphanos) se refiere a la que se le daba a un triunfador. En el texto, evidentemente, tiene que ver con el hecho de que al jinete se le otorga el poder para hacer guerra, conquistar y gobernar con autoridad.
«Y salió venciendo, y para vencer», mejor «y salió conquistando y para poder conquistar». El participio «venciendo» (nikón) destaca el carácter o la actitud del jinete. La expresión «y para vencer» o «para poder conquistar» pone de manifiesto su propósito de efectuar una conquista completa. Hay un marcado contraste entre el Cristo verdadero y el jinete de Apocalipsis 6:2. El Cristo verdadero ha vencido mediante su muerte y su resurrección. Él ha conquistado la muerte, el pecado y al mismo Satanás. Está coronado con muchas diademas y tiene toda autoridad para ejecutar juicio sobre todos sus enemigos. El jinete de Apocalipsis 6:2 sólo sale al escenario de la historia cuando recibe la orden de uno de los cuatro seres vivientes. Lleva una corona que le ha sido otorgada y sale conquistando y con el propósito de conquistar. Aunque su conquista es incruenta al principio (primer sello), pronto se vuelve todo lo contrario (segundo, tercer y cuarto sellos), pero solamente contra quienes no se someten a su autoridad—los santos de Dios. Tiempo de recordar que ¡Cristo ya ha vencido! Él viene a juzgar a los impíos y a establecer su reino de paz y de justicia. La victoria del Mesías es completa y final, mientras que la victoria de los jinetes de Apocalipsis 6 es parcial y temporal.
6:3
«Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente, que decía: Ven y, mira». De la misma manera que con la apertura del primer sello, el Cordero es quien efectúa la acción de romper o desatar dicho sello y el segundo de los cuatro seres vivientes pronuncia la orden al jinete que cabalga el segundo caballo. La orden, según el texto griego, es: «ven» (érchou). Como ya se ha observado, dicha orden significa: «manifiéstate» o «sal fuera».
6:4
«Y salió otro caballo, bermejo; y al que lo montaba le fue dado poder de quitar de la tierra la paz, y que se matasen unos a otros; y se le dio una gran espada». Es importante no perder de vista el hecho de que las profecías del Apocalipsis señalan hacia la culminación del propósito eterno de Dios hacia la humanidad. También debe recordarse que en el discurso del monte de los Olivos y en contestación a la pregunta de los discípulos: «Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?» (Mt. 24:3), Cristo respondió: «Y oiréis de guerras y rumores de guerras ... Porque se levantará nación contra nación y reino contra reino ... » (Mt. 24:6, 7). Es decir que, evidentemente, existe una relación estrecha entre la profecía de Mateo 24:6, 7 y la acción efectuada por el jinete de Apocalipsis 6:4.
La misión del jinete que cabalga el caballo bermejo es «quitar de la tierra la paz» con la finalidad de que los seres humanos «se matasen unos a otros». Estos no serán acontecimientos locales, sino que tendrán lugar en toda la faz de la tierra. El color «bermejo» (pyrrós) del caballo significa «rojo fuego» y probablemente destaca el derramamiento de sangre que tendrá lugar cuando la paz sea quitada de la tierra. Obsérvese que el «quitar la paz» es un poder que «le es dado» (edóthei autói). El único que pudo haberle otorgado dicha autoridad es el Dios Soberano. Es Dios quien controla las acciones y los acontecimientos que tienen lugar durante los años de la tribulación escatológica. Recuérdese que toda autoridad procede de Aquel que está sentado en el trono.
El caballo bermejo es «otro» (állos) de la misma clase que el primero. Es decir, que el primero y el segundo sello están estrechamente relacionados. El color rojo o bermejo sugiere la existencia de guerra (véase Mt. 24:6). El acto de «quitar a paz» produce un descontrol total entre los seres humanos que se «masacran unos a otros» (alléilous spháxousin). Esta expresión sugiere una pérdida absoluta de la compasión hacia el prójimo. La tensión constante entre las naciones y las ambiciones de los hombres tienen su clímax en este período antes de la venida de Cristo. La «paz» (eiréinein) que es quitada es la que los hombres intentan producir e imponer. Cuando Cristo venga, establecerá la paz perdurable, la cual nadie podrá quitar ni alterar.
El jinete del caballo «bermejo» o «rojo fuego» usa la «gran espada» que le es dada para ejercer su autoridad. La «gran espada» (máchaira megálei) puede referirse a una espada larga como la que usaban los soldados romanos cuando salían a la batalla como a la daga que se llevaba enfundada a la cintura. La imagen literaria tanto del caballo rojizo como de la espada apunta a la violencia y al derramamiento de sangre que caracterizarán las actuaciones de los hombres en los días que precederán la venida de Cristo.
Resumiendo. En nuestro comentario del versículo anterior (6:2) dijimos «según el profeta Daniel (7:7, 8), que describe la misma bestia/imperio compuesta por diez reyes, el personaje por nosotros conocido como el Anticristo es el onceavo rey que surge después de que los diez están ya en su lugar. El jinete sobre el caballo blanco con corona simboliza al Anticristo y al imperio compuesto por diez reyes de entre los cuales surge el Anticristo».
El pasaje del profeta Daniel dice exactamente: «Después de esto miraba yo en las visiones de la noche, y he aquí la cuarta bestia, espantosa y terrible y en gran manera fuerte, la cual tenía unos dientes grandes de hierro; devoraba y desmenuzaba, y las sobras hollaba con sus pies, y era muy diferente de todas las bestias que vi antes de ella, y tenía diez cuernos. Mientras yo contemplaba los cuernos, he aquí que otro cuerno pequeño salía entre ellos, y delante de él fueron arrancados tres cuernos de los primeros; y he aquí que este cuerno tenía ojos como de hombre, y una boca que hablaba grandes cosas» (Daniel 7:7, 8).
El «cuerno pequeño» que surge de entre los diez y que arranca a tres de ellos, es el Anticristo. Este es un hombre de guerra y sangre, y aparece en el escenario mundial tras «arrancar» (vencer, derrotar) a tres de los diez reyes que hicieron su aparición primero que él y que vencieron de manera pacífica, por disuasión, tal como lo simboliza el jinete montado sobre un caballo blanco con un arco en su mano pero sin ninguna flecha. Más adelante, el profeta Daniel añade: «Y veía yo que este cuerno hacía guerra contra los santos, y los vencía, hasta que vino el Anciano de días, y se dio el juicio a los santos del Altísimo; y llegó el tiempo, y los santos recibieron el reino» (7:21,22). La «guerra contra los santos» que hace el Anticristo es llamada por el Señor «gran tribulación» en Mateo 24:21-24. La «guerra» será dirigida principalmente «contra los santos». Si estas palabras no convencen al lector de que los creyentes pasarán por la tribulación, entonces nada excepto la tribulación misma podrá hacerlo.
6:5
«Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: Ven y mira. Y miré, y he aquí un caballo negro; y el que lo montaba tenía una balanza en la mano». Un tercer jinete aparece cabalgando un «caballo negro» (mélas) tan pronto el tercer sello es roto y el tercer ser viviente da la orden de «ven» (érchou). El color negro del caballo sugiere la existencia de una hambre severa que afectará a las naciones de la tierra. La hambruna que vendrá será el resultado natural de la guerra o guerras que sucederán cuando el jinete de Apocalipsis 6:4 quite la paz de la tierra.
Nos ayudará para entender la idea tras este pasaje si recordamos que Juan no está relatando el fin de las cosas, sino las señales de acontecimientos que preceden el fin. De modo que aquí el caballo negro y su jinete representan el hambre, una hambre muy severa que causa grandes estragos, pero que no es lo bastante desesperada para matar. Hay trigo y cebada, pero a un precio prohibitivo; y el aceite y el vino no son afectados.
Es importante tener en cuenta de que los acontecimientos de Apocalipsis 6 se corresponden con lo que Cristo llama «principio de dolores» (Mt. 24:8). Dentro de esos acontecimientos, el Señor profetizó que habrá «hambres» (limoi) entre las naciones.
El jinete que cabalga el caballo negro «tenía una balanza en la mano», es decir, dicho jinete tiene control de todo lo que se coloca en la balanza. La idea de la figura es «control». Evidentemente, la escasez de alimentos que produce la hambruna tendrá como resultado un estricto control de los artículos de primera necesidad.
6:6
«Y oí una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: Dos libras de trigo por un denario, y seis libras de cebada por un denario; pero no dañes el aceite ni el vino». El texto griego dice: «Y oí como una voz ... ». La voz que Juan oyó procedía de «en medio de los cuatro seres vivientes», es decir, del mismo trono de Dios. La sugerencia es que Dios tiene control de todas las cosas que suceden. Los juicios del fin tendrán lugar bajo el riguroso control divino. Es Dios quien ordena el acontecimiento del hambre que tendrá lugar en la tierra en preparación de los terribles acontecimientos de los días finales.
«Dos libras de trigo por un denario, y seis libras de cebada por un denario». Las cantidades mencionadas sólo bastaban para satisfacer la dieta de un esclavo o la de un jornalero para un día. El «denario» era el sueldo promedio de un trabajador por un día de jornal (véase Mt. 20:2). Dicho sueldo sería insuficiente para proveer para el sostenimiento de una familia de tamaño medio. La figura del «trigo», la «cebada» y el «denario» sugiere que un padre de familia tendrá que optar por el alimento más barato para dar a su familia un mínimo de alimentación. A la luz del hecho de que a través de la historia se han sucedido muchos períodos de hambre de carácter literal (véanse 2 R. 6:25; 7:1; Hch. 11:28), no hay ninguna razón de peso para intentar espiritualizar o alegorizar la hambruna sugerida en Apocalipsis 6:6. Lo más prudente exegéticamente es entender que ese versículo será el cumplimiento de lo profetizado por Cristo en Mateo 24:7.
«Pero no dañes el aceite ni el vino». El jinete que cabalga el caballo negro recibe la orden de no dañar el aceite y el vino. El verbo «dañar» (adikéiseis) es el aoristo subjuntivo, voz activa de adikéo, que significa «hacer daño», «lesionar». Dicho verbo va precedido de la partícula negativa mei («no»). El aoristo es ingresivo y podría traducirse «no comiences a hacer daño». El «aceite» y el «vino» eran artículos pertenecientes a la clase pudiente. De manera que el texto sugiere que, aunque habrá abundancia de aceite y vino, habrá una gran escasez del alimento más necesitado para el hombre tal como el pan. ¡Evidentemente, el juicio de Dios comenzará golpeando al hombre donde más le duele, a saber, el estómago!
Apocalipsis 13:16-18 es la descripción inspirada de Apocalipsis 6:5. La primera cita dice: «Y hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre. Aquí hay sabiduría. El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis». Es obvio que ningún verdadero cristiano recibirá jamás «la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre». Esto significa también, que en los días del jinete sobre el caballo negro, ningún cristiano podrá «comprar ni vender». Si esto no es persecución contra los creyentes, y gran tribulación, ¿entonces qué lo es?
6:7, 8
«Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que decía: Ven y mira. Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra».
Como resultado de romper o desatar el cuarto sello, Juan escucha la orden dada por el cuarto ser viviente: «Ven». En obediencia a dicha convocación, aparece en el escenario un caballo de color pálido (chlórós). El vocablo chlórós significa verde amarillento, el verde claro de una planta o la palidez de una persona enferma en contraste con la apariencia de alguien saludable.
El jinete que cabalga sobre el caballo de color enfermizo lleva por nombre «Muerte» (thánatos), «y el Hades le seguía». Muerte y Hades son compañeros inseparables. La muerte es un rudo segador que va talando sus víctimas que, a su vez, son recogidas y almacenadas por el pozo del Hades. La muerte física en sí no constituye una vía de escape de la tribulación.
«Y le fue dada potestad». Esta frase sugiere que la «potestad» o «autoridad» (exousía) que ejerce el cuarto jinete la recibe del mismo Dios. El juicio ejecutado es terrible pero parcial: Afecta a la cuarta parte de los habitantes de la tierra. Posteriormente, bajo los juicios de las trompetas, la tercera parte del resto de la humanidad será directamente afectada (véase Ap. 8:7-10, 12; 9:18). El juicio divino es ejecutado mediante cuatro instrumentos diferentes (véase Ez. 14:21):
l. «Con espada» (en rhomphaíai). Esta era una espada de largo alcance y de hoja ancha, fabricada en Tracia y usada por las tribus bárbaras en combate.
2. «Con hambre» probablemente causada por la gran escasez de alimentos de consumo diario.
3. «Con mortandad» (en thanátoi) o pestilencia. La guerra y el hambre producirán plagas que el hombre no será capaz de atajar. Aunque el vocablo griego que se usa aquí es thánatos («muerte»), es puesto, por metonimia, como el efecto de la causa que la produce, la cual es pestilencia.
4. «Con las fieras de la tierra». La preposición «con» (hypo) se usa con el genitivo y debe traducirse «por» o «por medio de» y sugiere que las «fieras» o «bestias» mencionadas son instrumentos de Dios. Dios ha usado en el pasado una variedad de animales: (a) Langostas (Éx. 10); (b) serpientes ardientes (Nm. 21:6); c) avispas (Éx. 23:28; Jos. 24:12); d) leones (2 R. 17:25), e) osos (2 R. 2:24); f) diversas plagas de insectos (Jl. 1:4). El aumento de las fieras es el resultado de la tierra despoblada.
He aquí una gran paradoja. Dios creó los animales del campo para que sirviesen al hombre. Todas las bestias del campo deben estar sometidas bajo la autoridad del hombre (véase Sal. 8:5-8). Pero en los postreros tiempos, el hombre sufrirá la amenaza e incluso la muerte a causa de las fieras de la tierra.
Sin embargo, este no es todo el significado de morir a causa de «las fieras de la tierra».
La palabra griega therión, que se traduce en Apocalipsis 6:8 como «fieras», se encuentra 38 veces en el libro de Apocalipsis. Excepto por este único caso que se menciona al abrirse el cuarto sello, la palabra griega therión se traduce como «bestia» en todos los otros pasajes del Apocalipsis. Therión es una referencia directa al Anticristo mismo (13:34): «Se le concedió hacer guerra contra los santos» (13:7) y «ejerce toda la autoridad de la primera bestia (therión) [para hacer guerra contra los santos]» (13:12), o a la imagen animada de la bestia (therión) que ocasionará «[la] muerte [de] todos los que no [adoren] la imagen de la bestia (therión)» (13:15).
Como se ve, si en Apocalipsis 6:8 «las fieras de la tierra» se tradujera más correctamente como «las bestias de la tierra», la alusión al Anticristo y su imperio sería muy clara de ver.
A la Muerte y al Hades, que siguen de muy de cerca al jinete del caballo amarillo, y a las que le será dada autoridad sobre un cuarto de la población del mundo, irán tras los que profesan el nombre de Cristo. Los emisarios de la Muerte y el Hades serán las bestias de Apocalipsis: el imperio del que surgirá el Anticristo (la bestia), y el Anticristo mismo (la segunda bestia). Así pues, la prueba será sencilla. ¿A quién adorarás, a Cristo o al Anticristo? Los que escojan a Cristo morirán mediante la espada, el hambre y la plaga, y las bestias (el imperio y el Anticristo) (Mt. 24:9; cf. Apocalipsis 13:7, 10, 15). Los que rechacen el nombre nombre de Cristo (Mt. 24:9-10) y obedezcan al Anticristo (Ap. 13:8) «[beberán] del vino del furor de Dios... y [serán] atormentado[s] con fuego y azufre delante de los santos ángeles y en la presencia del Cordero» (Ap. 14:10). La Muerte, luego el Hades. Esta es la decisión que todo hombre, mujer y niño que declare ser cristiano tendrá que tomar cuando haga frente a las bestias (no a las fieras) de la tierra (el mundo anticristiano del los últimos días).
Resumiendo. Si dejamos que las Escrituras se definan a sí mismas, vemos que el término «Muerte y Hades» se usa sólo en otras tres ocasiones en toda la Biblia, y, de hecho, cada una de esas veces es en el libro de Apocalipsis. En dos de los tres textos (Ap 1:18; 20:13), la expresión se refiere a la residencia transitoria de las almas de los impíos antes de ser juzgadas ante el gran trono blanco de Cristo. En el tercer texto (Ap 20:14), se puede referir a la misma residencia transitoria, o puede ser una referencia a las personas que han permanecido allí, esperando el juicio de Dios. De cualquier forma, del contexto del cuarto sello, cuando se comprende a la luz del libro de Apocalipsis en su totalidad, sabemos que «Muerte y Hades» es una referencia a las terribles consecuencias de la mala elección que muchos; la elección que la mayoría de los hombres, mujeres y niños harán cuando el hombre de pecado se manifieste y exija la adoración del mundo. Esto lo vemos confirmado en un pasaje posterior del libro de Apocalipsis.
«Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero» (Ap. 14:9-10).
En el pasaje citado, vemos que a los que reciben la marca del Anticristo o adoran su imagen se les dará una doble condenación: primero, la muerte física cuando enfrenten la ira de Dios que ha de venir; y después, el Hades, donde serán atormentados con fuego en espera del juicio del gran trono blanco de Cristo, cuando serán arrojados para siempre al lago de fuego y azufre. Experimentarán la muerte, después el Hades, en ese orden.
Si dejamos que el resto del Apocalipsis explique el cuarto sello, aprendemos que:
«...el dragón [Satanás] le dio [al Anticristo] su poder, su trono y gran autoridad... y adoraron [los impíos] al dragón, porque había dado autoridad a la bestia, diciendo: «Quién es semejante a la bestia, y quién puede luchar contra ella?» ... Se le concedió [al Anticristo] hacer guerra contra los santos y vencerlos Y la adorarán [a la bestia/Anticristo] todos los que moran en la tierra, cuyos nombres no han sido escritos, desde la fundación del mundo, en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado» (Ap. 13:2b, 4, 7-8).
Como lo declara este pasaje, cuando se les dé opción de escoger, los hijos de Satanás (1 Juan 3:10) inmediatamente cederán a las demandas del Anticristo. Serán los santos que, si se nieguen a adorar al Anticristo y sean capturados, se enfrentarán con una «gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá» (Mt. 24:21). Pero para poder perseguir a los santos de Dios de esta manera, primeramente Dios debe otorgar su permiso para probar a la Iglesia en general («se le concedió [la autoridad o el permiso al Anticristo] hacer guerra contra los santos», lo cual es comparable con Apocalipsis 6:8, «y le fue dada potestad»).
Se han reunido estadísticas que muestran el porcentaje de la población mundial que pertenece a las diversas denominaciones judeo-cristianas, incluyendo a protestantes, católicos, ortodoxos, otras sectas menores que dicen ser cristianos y el judaísmo. Todos ellos constituyen casi veinticinco por ciento de la población del mundo. «Y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra» (Ap. 6:8).
Así que, primeramente Dios le dará autoridad (permiso) al jinete del caballo amarillo para probar y matar, si fuera necesario, a aquellos que dicen ser cristianos. Y, como se mencionó anteriormente, la prueba será sencilla: ¿a quién escogen adorar, a Cristo o al Anticristo? Si eligen [ustedes] a Cristo, «os entregarán [ellos] a tribulación [persecución], y os matarán, y seréis odiados de todas las naciones por causa de mi nombre [el de Cristo]» (Mt. 24:9). Concluimos este pensamiento con algunos de los versículos más tristes de toda la Biblia:
«Muchos tropezarán entonces y caerán [por causa de mi nombre], y se entregarán unos a otros, y unos a otros se odiarán [y] el amor de muchos [por Cristo] se enfriará» (Mt. 24:10, 12)
6:9
«Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían». El escenario del quinto sello es el cielo, en contraste con los cuatro primeros sellos que tienen que ver con acontecimientos que ocurren en la tierra. El apóstol Juan vio bajo el altar «las almas de los que habían sido muertos ... ». El altar debe referirse al del incienso. La expresión «las almas» (tas psychas) debe tomarse como «las vidas» o «las personas». La referencia debe de ser a personas que han muerto en Cristo durante los primeros meses de la tribulación, mientras los juicios de los primeros cuatro sellos eran ejecutados. En conformidad con el Antiguo Testamento (Éx. 29:12; Lv. 4:7; 5:9), Juan ve a estos mártires «debajo del altar», tal como la sangre de los sacrificios era derramada debajo del altar.
La razón por la que «habían sido muertos» (sphagménon), es decir, degollados, es doble: (1) Por causa de la palabra de Dios; y (2) por el testimonio que tenían. Estos mártires han sido fieles, eran obedientes a la palabra de Dios y dieron testimonio de su fe a pesar de las persecuciones (véase Mt. 24:9).
Hay quienes opinan que los santos mártires que se mencionan aquí son los cristianos que han sufrido martirio a través de las generaciones de la existencia de la Iglesia. Pero debe observarse que la actitud de los mártires de la Iglesia es diferente de la que aparece en Apocalipsis 6:9-11. Esteban pidió al Señor que no tomase en cuenta el pecado que sus verdugos cometían contra él (Hch. 7:60). Pablo escribió poco antes de su muerte: « ... ya estoy para ser sacrificado ... He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, be guardado la fe» (2 Ti. 4:6, 7). Aquí ya ha pasado la hora de la gracia. La hora de la venganza de Dios ha llegado, y estos mártires lo saben y piden venganza conforme a la voluntad de Dios. Y siendo que los mártires piden venganza sobre aquellos que moran en la tierra, es evidente que sus perseguidores aún están vivos. Su grito pidiendo un juicio justo está en consonancia con la petición del salmista suplicando a Dios que vindique su santidad y justicia, haciendo frente a la injusticia y a la opresión que caracteriza a la raza humana. Si bien es cierto que los cristianos han sido perseguidos y martirizados en muchas naciones de la tierra, también es cierto que esas persecuciones no han tenido un carácter universal. Además, los cristianos perseguidos no han clamado a Dios por venganza sino que, más bien, han orado por sus perseguidores. Como ya se ha observado, lo más prudente es entender que se trata de creyentes que sufren persecuciones y mueren durante los años de la gran tribulación.
6:10
«Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?» Obsérvese que estas personas están conscientes delante de Dios. «Gritan a gran voz» (ékraxan phóneí megálei). Al estilo de los Salmos Imprecatorios (véase Sal. 35, 52, 58, 59, 69, 83, 109, 137, 140), los mártires piden a Dios que les haga justicia y que dé su merecido castigo a quienes les han perseguido. Se refieren a Dios llamándole «Señor» (ho despóteis). Este vocablo sugiere soberanía, majestad, poder. Dios el Soberano tiene control absoluto sobre todas las cosas. Además, Dios es reconocido como «Santo y verdadero». Esos dos atributos de Dios cobran aquí un significado muy importante por cuanto el tema tratado es el juicio de Dios sobre los inicuos. El Señor soberano siempre juzga sobre la base de su santidad y en conformidad con la verdad de su Palabra.
Los santos mártires claman diciendo: «¿Hasta cuándo?». La pregunta no cuestiona si Dios ha de ejecutar juicio o no. La preocupación de ellos se relaciona con la duración del tiempo que ha de transcurrir hasta que la justicia de Dios sea consumada (véase Sal. 13:1, 2; 35:17; 74:9, 10; 79:5; 89:6; 94:1-3). Dios puede dilatar su juicio, pero lo ejecutará con seguridad y justicia.
«No juzgas y vengas nuestra sangre» (ou kúneis kai ékdikeis ti haiima heimon). El juicio de los inicuos es seguro (Hch. 17:30, 31; Ro. 2:16). Juzgar requiere discriminación y evaluación. «Vengar» (ekdikéo) tiene que ver con la justa retribución que el maligno merece. Los santos mártires claman que Dios dé la merecida retribución a quienes han derramado la sangre de los siervos de Cristo (véanse Ap. 19:2; Dt. 32:43).
«En los que moran en la tierra» (ek ton katoikoúntón. epi teís geis), es una frase que designa a la humanidad en su actitud hostil hacia Dios (véase Ap. 3:l0; 8:13; 11:l0; 13:8, 12; 17:2, 8). Son los oponentes acérrimos de los siervos de Dios. Son gente maligna que no tienen otra morada sino la tierra y no desean ningún otro lugar.
6:11
«Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos». Los santos mártires reciben un galardón de gracia en la forma de vestiduras reales que les cubrían hasta sus pies como muestra de la justicia de su causa. Además, se les asegura que su petición será contestada después que se complete el número de los mártires. Se les informa, además, que deben descansar «todavía un poco de tiempo». Los mártires descansan en el sentido de que disfrutan de las bendiciones en la presencia de Dios.
«Hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos». Esta frase da a entender que habrá un segundo grupo de mártires. Este segundo grupo recibe la designación de «consiervos» (syndouloi) y «hermanos» (adelphoi). El primer grupo de mártires sufre la muerte a causa de su testimonio (Mt. 24:9), es decir, por negarse a someterse a la bestia y adorar su imagen. Es obvio que el segundo grupo padece el martirio por la misma causa. El verbo «completara» (pleirothosin) es el primer aoristo subjuntivo, voz pasiva de pleróo, que significa «llenar», «cumplir».
La idea de la frase es que Dios ha preordenado un número específico de siervos suyos que serán mártires durante los años de la tribulación. Aquí no se habla del número de los redimidos sino del de los mártires que sufrirán durante las persecuciones de los últimos tiempos.
A los dos grupos únicamente los separa el factor tiempo. La realidad es que a la postre forman un solo grupo que constituirá los mártires de la tribulación. Esto ocurrirá una vez que el número de ellos sea completado. Aunque el hombre no sea capaz de explicarlo, hay un propósito divino en el sufrimiento de los hijos de Dios. Lo confortante es que Dios tiene absoluto control de todos los acontecimientos y que la muerte de sus santos es siempre preciosa delante de sus ojos (Sal. 116:15).
6:12
«Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre».
El Sexto Sello—Anuncio del Día del Señor
Utilizando el discurso del Monte de los Olivos (Mt. 24) como el criterio para examinar el libro de Apocalipsis, sabemos que cuando se complete el número de mártires (lo que debe señalar que la persecución a manos del Anticristo ha terminado), el acontecimiento que a continuación debe darse (si en verdad Apocalipsis es comparable con el discurso del Señor Jesús) será la importantísima señal del día del Señor. Si ello es en efecto el caso, el sexto sello debe ser la señal prometida que será dada en el sol, la luna y las estrellas. Esta señal anunciará al mundo que el gran día de la ira de Dios está por desatarse. Y esto es exactamente lo que vemos que sucede en Apocalipsis 6:12-17.
¿Qué podría ser añadido a tan descriptivo pasaje? Si hemos comprendido la secuencia de eventos que se simbolizan por los cinco primeros sellos, este pasaje debe explicarse por sí mismo. Después de que inicien las «contracciones fuertes» del parto (la gran persecución del Anticristo), y después del martirio de un número específico de hombres y mujeres fieles al nombre de Cristo (el quinto sello), ¡entonces la señal del día del Señor será dada en los cielos (el sexto sello)! Cuando ocurra esto, los seguidores del Anticristo dirán: «a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?» (Apocalipsis 6:16-17, cf. Is. 2:19, 21).
Después que la señal dada en el sol, la luna y las estrellas anuncie al mundo lo que está por venir, el discurso de los Olivos nos dice que:
«Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro» (Mt. 24:30-31).
Primero la señal, ¡después el arrebatamiento pone fin abruptamente a la persecución de los escogidos de Dios a manos del Anticristo! No se puede perseguir a alguien que ha escapado del alcance. Siendo éste el caso, lo que esperaríamos encontrar en el libro de Apocalipsis es una descripción del arrebatamiento de los fieles de Dios. Y eso es exactamente lo que viene a continuación, en Apocalipsis 7:9-17.
La apertura del sexto sello revela acontecimientos cósmicos aterradores. Las convulsiones celestiales que suceden producen confusión y caos entre los hombres. Prácticamente todos los comentaristas relacionan Apocalipsis 6:12-17 con Mateo 24:3-30, 37. El discurso de Cristo en Mateo 24 habla de acontecimientos literales que tendrán lugar en la tierra en los días en que Dios derramará su ira judicialmente sobre los inicuos. De modo que los sucesos descritos en Apocalipsis 6:12-17 se deben tomar con la misma literalidad que los descritos en Mateo 24. Algunos expositores, sin embargo, optan por espiritualizar el pasaje y darle un carácter simbólico. Tal hermenéutica no es requerida por el texto de Apocalipsis 6:12-17. Si bien es cierto que algunos profetas del Antiguo Testamento utilizan figuras de catástrofes tales como terremotos y conmociones cósmicas para anunciar el mensaje profético (véanse Is. 34:2-4; Hag. 2:21, 22), ese no parece ser el caso de Apocalipsis 6:12-17 ni de Mateo 24:3-30. Lo que en el Antiguo Testamento es simbólico y descriptivo, en Apocalipsis 6:12-17 es histórico y literal.
Los acontecimientos del sexto sello comienzan con un seismos, es decir, un «terremoto» sin precedentes. Nunca ha ocurrido un temblor así, cuya severidad sólo será sobrepasada por otro que habrá de ocurrir al final de la ira de Dios (véase 16:18). El texto griego lo describe como «un gran terremoto» (seismos mégas). Nada semejante habrá ocurrido hasta entonces. Los habitantes de la tierra se llenarán de terror, pero ni aun así reconocen su necesidad de Dios (véase Hag. 2:6, 7).
Después del terremoto habrá señales en el firmamento que el hombre no había contemplado antes: (1) «El sol se puso negro como tela de cilicio». La expresión «tela de cilicio» significa «tela de pelo de cabras». El pelo negro de las cabras se usaba para fabricar tela. La tela en sí, además de su color, se asociaba con la tristeza, la desesperación y la muerte; (2) «y la luna se volvió toda como sangre». La totalidad de la superficie lunar adquirirá un color rojizo semejante a la sangre (véase Jl. 2:31). Este raro eclipse total de la luna servirá también para aumentar la perplejidad de la humanidad (véase Lc. 21:25, 26).
6:13
«Y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento». Habrá un tercer acontecimiento cósmico que, sin duda, producirá profunda preocupación en la sociedad humana. El texto castellano dice: «Las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra». El vocablo «estrellas» (astéres) tiene un significado bastante amplio en griego, lo suficiente para incluir objetos menores que circulan a través del espacio de tiempo en tiempo. Juan compara el fenómeno con la caída de higos verdes que brotan en las higueras demasiado tarde para madurar antes del invierno y, por lo tanto, caen cuando el fuerte viento sacude la higuera.
6:14
«Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar». Este versículo describe la cuarta conmoción cósmica que resulta de la apertura del sexto sello. El verbo «desvaneció» (apechorísthei) es el aoristo indicativo, voz pasiva de apochorídso, que significa «quebrar», «romper», «separar en dos». El cielo fue roto y separado en dos partes como un rollo que se enrolla. La mano poderosa de Dios parte el cielo como si fuera una hoja de papel. Además, las montañas y las islas son removidas de los 1ugares donde acostumbraban estar. Todos estos sucesos producen una gran consternación en la sociedad humana. Dicha consternación es una clara evidencia de que lo que el pasaje describe son hechos reales que no se deben espiritualizar ni alegorizar.
En síntesis, la creación natural será fuertemente sacudida por la intervención sobrenatural de su Creador. Tanto el firmamento como la misma tierra serán escenario de acontecimientos conmovedores. Es probable que Dios use actividades volcánicas extensas que sacudirán la tierra y afectarán a un sinnúmero de habitantes. El hombre debe alzar sus ojos al Dios del cielo en arrepentimiento y reconocimiento de la absoluta soberanía del Creador.
6:15
«Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes». En lugar de manifestar arrepentimiento, los habitantes de la tierra de todos los estratos sociales se llenan de pánico. Allí están tanto los poderosos como débiles, los influyentes como los parias. Se incluyen las diferentes clases sociales y los gobernantes:
(l) «reyes» o emperadores; (2) «grandes» (megistánes) o magistrados (funcionarios civiles en autoridad); (3) «capitanes» (chilíarchos) o cabezas de mil soldados o tribunos. Dicho vocablo se usaba con referencia a los tribunos sin tener en cuenta cuántos soldados comandaban; y (4) «poderosos» (ploúsioi), es decir, los ricos o plutócratas. Pero, además de estas clases privilegiadas, se incluye también las grandes masas compuestas de «siervos» o «esclavos» y «libres». Obsérvese que ni la riqueza ni la pobreza otorgan al hombre una etiqueta de piedad. La reacción de la humanidad no es mirar al cielo para pedir a Dios perdón y salvación. Por el contrario, procuran esconderse en las cuevas y entre las peñas en busca de autoliberación (véase Is. 2:10-19). Lo paradójico es que esas cuevas y peñas serán sacudidas hasta ser derribadas por el fuerte terremoto que tendrá lugar en ese tiempo de juicio.
6:16, 17
«Y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?»
Los versículos 16 y 17 expresan la reacción de los hombres frente al inminente juicio divino. Frente a una calamidad de tal magnitud era de esperarse que los hombres se humillaran delante de Dios. Pero no es así. Los hombres una vez más optan por clamar a las piedras mudas, a objetos inanimados, a sus ídolos, pidiendo socorro y ayuda. La petición de los hombres a las cuevas y a las peñas es enfática: «Caed», «escondednos». Ambos verbos (pésete y krypsate) son aoristos imperativos, voz activa que sugieren una acción urgente. Es como si dijesen: «Caed sobre nosotros ya y escondednos inmediatamente» (véase Os. 10:8).
«Del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero». La súplica de los hombres se relaciona con su deseo de huir de la presencia de Dios. Lo que los hombres temen más no es la muerte, sino la manifiesta presencia de Dios. Hay una profunda verdad psicológica en la afirmación de Génesis 3:8... El Apocalipsis provee el mismo deseo de escabullirse de la presencia de Dios en la última generación de la humanidad que el Génesis atribuye a los padres de la raza. Pero habrá entonces una fuente de terror adicional: El fin trae con la revelación de Dios «la ira del Cordero».
La solicitud de los hombres es para ser escondidos «del rostro», es decir, de la presencia misma del que está sentado sobre el trono. Recuérdese que el trono es el estrado de un juez. Dios está actuando como el gran Juez de la tierra (véase Gn. 18:25; He. 12:23; Sal. 98:9; Is. 66:16). También piden ser escondidos «de la ira del Cordero». El vocablo «ira» (orgéi) se refiere aquí a la indignación divina frente a la rebelión humana. La ira de Dios traerá consigo finalmente el juicio en el que Dios recompensará a los temerosos de su nombre. Pero en el mismo juicio serán arruinados aquellos que arruinan la tierra (véase Ap. 11:18 cp. 6:16, donde se habla de la «ira del Cordero» que juzga).
«La ira del Cordero» se manifestará en la plenitud de su poder, simbolizado por sus «siete cuernos» (Ap. 5:6). Los hombres temerán entonces «la ira del Cordero» después de haber rechazado su belleza y su gracia abundante. ¿Quién hubiera pensado que era posible hablar de la ira del Cordero? ¿No es el Cordero el más manso de los animales? Es la ira del amor, del amor despreciado, pisoteado una y mil veces, a pesar de haber llegado hasta lo sumo del sacrificio por nosotros. La dureza del corazón humano se pone de manifiesto una vez más. En lugar de esconderse en el Cordero, intentan esconderse de Él, el único que puede salvarles (Jn. 1:29). Obsérvese que los hombres están conscientes de la realidad de lo que está ocurriendo, pero se niegan a reconocer al único Dios vivo y verdadero.
«Porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?» Esta frase es enfática y sobrecogedora. El texto griego dice: «Porque llegó el día, el grande de su ira, ¿y quién es capaz de mantenerse en pie?» Esta es la reacción producida por el engaño del pánico de los inicuos. «El gran día de su ira» (véanse Jl. 2:11, 31; Sof. 1:14, 15, 18; 2:3) El verbo «llegó» (eilthen) es el aoristo indicativo, que señala a un acontecimiento histórico, es decir, destaca el punto de llegada. Los hombres ven la llegada de este día [o del tiempo) al menos tan temprano como las conmociones cósmicas que caracterizan el sexto sello (Ap. 6:12-14), pero después de reflexionar probablemente reconocen que ya se estaba efectuando con la muerte de la cuarta parte de la población (Ap. 6:7, 8), la hambruna mundial (Ap. 6:5, 6), y la guerra global (Ap. 6:3, 4). La rápida secuencia de todos estos acontecimientos no puede eludir la atención pública, pero la luz de su verdadera explicación no penetra en la conciencia humana hasta la llegada de los severos fenómenos del sexto sello.
Escritores, filósofos, literatos, sociólogos, historiadores y religiosos, tanto en el pasado como contemporáneos han vaticinado el fin del mundo. La humanidad, sin embargo, se encoge de hombros, demostrando su indiferencia y despreocupación. El mundo secular muchas veces se burla y desdeña a quienes creen en el relato bíblico tocante a los acontecimientos de los últimos tiempos. La indiferencia humana de los últimos tiempos es comparable a la de los días en que Dios juzgó a la humanidad mediante el Diluvio (véase Mt. 24:37-39). La respuesta a la pregunta: «Y quién podrá sostenerse en pie?» tiene como respuesta: ¡Nadie! El único sostén del pecador es la gracia de Dios manifestada en la persona de Cristo. El hombre que ha rechazado a Cristo está asentado sobre la arena y se hundirá en la condenación eterna. Sólo quienes han confiado en Cristo poseen la vida eterna y la sólida esperanza de vivir por toda la eternidad en la casa del Padre.
Resumen y Conclusión
El capítulo seis del Apocalipsis revela el comienzo de la gran tribulación (Mt. 24:21). Los sucesos revelados en Apocalipsis 6 se corresponden con la profecía del sermón del Monte de los Olivos (Mt. 24:3-30). Hay quienes pretenden espiritualizar el contenido de este capítulo. Se sugiere que los sucesos del sexto sello son tan abarcadores que tienen que espiritualizarse. Sin embargo, transferir el significado de dichos hechos a otro ramo contribuye muy poco a la búsqueda de una explicación adecuada del pasaje. Si todas las plagas en el ámbito natural son espiritualizadas, ¿qué ocurrirá con las profecías tocante al mismo tema dadas por los profetas del Antiguo Testamento y por el mismo Señor Jesucristo? Si los violentos acontecimientos ocurridos en el ámbito del mundo físico dentro de la revelación del sexto sello son solamente simbólicos, ¿qué explicación se daría al hecho de que los hombres buscan refugio en las cuevas y en las peñas?
Lo más prudente es que el estudioso del Apocalipsis en particular y de las profecías bíblicas en general parta desde una sólida exégesis del contenido del material bíblico. Es imprescindible, además, la utilización de una hermenéutica congruente. Si bien es cierto que no se debe minimizar el uso constante de símbolos y de figuras de dicción a través del Apocalipsis, también es cierto que la interpretación literal de esos géneros literarios dentro de su ambiente y dándole a cada figura el sentido pretendido por el autor y universalmente aceptado dentro de la cultura y de la literatura en la que el Apocalipsis fue escrito, constituye el mejor acercamiento a la comprensión del mensaje que Dios reveló al apóstol Juan.
En este capítulo hemos visto que hemos a la ira de Dios que será derramada sobre los impíos en los últimos tiempos se le llama «el día del Señor», «el fin», o «el fin del siglo». Este será un breve periodo de tiempo en el cual sólo Dios, y no el Anticristo, «será exaltado», y cuando Él destruirá sistemáticamente a los injustos que permanezcan en la tierra después de que los fieles hayan sido trasladados o arrebatados. La ira de Dios vendrá a continuación de una señal que Él dará en el sol, la luna y las estrellas que advertirá al mundo de lo que ha de venir (Ap. 6:16-17), y dirá a los santos de Dios que es el momento de levantar la cabeza porque ha llegado el día de su liberación. La ira de Dios nunca debe confundirse con la ira de Satanás, quien es el poder tras la persecución de los elegidos de Dios por parte del Anticristo. Solamente Satanás y su secuaz, el Anticristo, serán exaltados en su día de gran ira contra los hijos de Dios. Por otro lado, solamente el Señor será exaltado durante su día de ira contra los hijos de Satanás. Aunque los santos experimentarán la ira de Satanás—la gran tribulación—jamás padecerán la de Dios. «El día en que el Hijo del Hombre se manifieste» (Lc. 17:30), los santos serán rescatados y la ira de Dios comenzará a caer sobre los que permanezcan en la tierra, como sucedió en los días de Noé y en los de Lot. Los elegidos de Dios serán liberados de la ira de Satanás (a manos del Anticristo) ¡en el mismísimo día—aunque antes—que empiece la ira de Dios!
En Apocalipsis capítulos 11-14 y 17 veremos cómo estas solemnes verdades son repetidas y ampliadas por el Señor para que Juan las registre con el fin de que nosotros obtengamos un mejor comprensión de ellas y así eliminar toda sombra de duda.