Apocalipsis Capítulo 3
Las Cosas Que Son: Las Cartas a las Iglesias de Sardis, Filadelfia y Laodicea (3:1-22)
El capítulo 3 del Apocalipsis contiene las cartas dirigidas a Sardis, Filadelfia y Laodicea. Cada una de estas congregaciones poseía características que han perdurado y en algunos casos, han aumentado a través de los siglos. Los que creen que las siete iglesias son siete períodos o etapas de la historia de la Iglesia de principio a fin, encuentran serias dificultades a la hora de interpretar y aplicar el contenido de cada una de las cartas. Como ya se ha sugerido, es mejor entender las siete cartas en su sentido literal o histórico. Tocante a la aplicación, sin embargo, se sugiere que las siete iglesias señalan a siete condiciones que han existido simultáneamente a través de la historia de la Iglesia.
El Mensaje a la Iglesia de Sardis (3:1-6)
Comentario
3:1
«Escribe al ángel de la iglesia en Sardis». Por el siglo VI antes de Cristo, Sardis era una de las ciudades más poderosas del mundo conocido. Hasta el año 549 a.C. fue la capital del reino de Lidia. Sardis estaba estratégicamente situada de modo que sus habitantes se sentían seguros, considerando la ciudad inexpugnable al ataque de ejércitos enemigos. Sin embargo, Sardis fue capturada por los persas en el año 549 a.C., destruida por los jónicos en el año 501 a.C. y conquistada por Alejandro Magno en el año 334 a.C. Sardis llegó a ser famosa por su riqueza material. A mediados del siglo VI antes de Cristo, y bajo el liderazgo del rey Croeso, Sardis alcanzó el apogeo de su fama. El proverbio «tan rico como Croeso» se hizo famoso en el mundo antiguo. Una descripción de la ciudad reza así:
Sardis, la metrópoli de la región de Lidia, en Asia Menor, está situada cerca del monte Tmolous, entre 48 y 52 km. al este de Esmirna. Era célebre por su gran opulencia y por el voluptuoso y corrupto comportamiento de sus habitantes. Considerables ruinas dan testimonio del antiguo esplendor de la que fue célebre capital de Croeso y de los reyes de Lidia.
Sardis era, además, un centro para la adoración de la diosa Cibeles, otro nombre para la diosa Artemisa. Dicha diosa pagana era asociada con la fertilidad y era invocada por las mujeres a la hora del alumbramiento.
La ciudad de Sardis era también el punto de encuentro del sistema de caminos de la antigüedad y un centro de producción de lana y tintes. En medio de la opulencia de Sardis estaba la congregación a la que va dirigida la carta que contiene la mayor reprensión, exceptuando la de Laodicea.
«El que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas, dice esto». La expresión «el que tiene» (ho échón) es un participio presente, voz activa y sugiere acción continua además de control y dirección. «Los siete espíritus» es una referencia a la plenitud del Espíritu Santo. Dicha expresión habla de la plenitud de capacitación y de vida inherentes en el Espíritu y que están a la disposición de la iglesia de Sardis a pesar de su condición de mortandad espiritual El genitivo «de Dios» sugiere la doctrina de la procesión del Espíritu, es decir, de la relación eterna entre las tres personas de la Trinidad.
El Señor Jesucristo también tiene control sobre «las siete estrellas», es decir, los mensajeros de las iglesias (véase 1:16, 20). La mención de «las siete estrellas» apunta al hecho de que el Señor tiene control sobre las siete iglesias y las hace estrictamente responsables de responder ante una provisión espiritual tan abundante.
Su constante control no se limita a los mensajeros, representados en las estrellas, sino que se extiende a través de ellos a toda la iglesia. Él quiere asegurarse de que los candeleros en cada comunidad estén brillando tan intensamente como deben. Sardis representa una situación donde la iglesia ciertamente no emitía luz espiritual como debía hacerlo.
La iglesia de Sardis atravesaba una profunda crisis espiritual. En realidad, pudiera decirse que estaba espiritualmente muerta o agonizando. Sólo el Señor, a través del Espíritu Santo, podía reavivar aquella congregación y sacarla de su letargo y decadencia.
«Yo conozco tus obras». Esta frase apunta a la omnisciencia del Señor. Él tiene un conocimiento absoluto y perfecto de todas las cosas. Nada (pasado, presente o futuro) se esconde de Él.
«Que tienes nombre de que vives, y estás muerto». Es probable que esta declaración refleje la condición misma de los habitantes de Sardis. Cuando el Apocalipsis se escribió ya la gloria y la fama de la ciudad de Sardis habían pasado a la historia. Es probable que los habitantes de aquella ciudad continuaran manteniendo el orgullo de la gloria pasada sin tomar en cuenta de que vivían en una situación diferente.
El Señor pronuncia una cuádruple acusación contra la congregación de Sardis:
l. En primer lugar, Sardis tenía una falsa reputacíón de vida. Un «nombre de que vives» sugiere que quienes contemplaban la congregación de Sardis deducían que era una congregación cuyos signos vitales eran aceptables. Tal vez, era una asamblea que vibraba con actividades, predicaciones, programas y conferencias, pero en lo que concernía a Cristo estaba tan muerta como un cementerio. La realidad en Sardis era más bien de muerte espiritual no en el sentido de aniquilación o de cese de la existencia, sino de un estado de impotencia, incapacidad e inhabilitación. La frase es enfática en el texto griego: «Que un nombre tienes de que vives, pero muerto estás». La congregación de Sardis sólo vivía en apariencia, pero en realidad, en lo que a Dios se refiere, estaba muerta.
2. La segunda acusación contra Sardis es: «No he hallado tus obras perfectas delante de Dios» (3:2). Obsérvese el tiempo perfecto del verbo hallar. El Señor ha buscado pero «no ha hallado» las obras de los creyentes de Sardis «perfectas» (plepleroména). El vocablo «perfectas» es el participio perfecto, voz pasiva con función de predicado del verbo pleróo, que significa «llenar», «cumplir», «ser llenado». La idea es que sus obras no se conformaban con el criterio de Dios. Las obras de los creyentes de Sardis estaban faltas de aprobación divina porque, evidentemente, no eran generadas por una fe genuina. Lo que se reprocha no es la cantidad sino la calidad de las obras de aquella congregación.
3. La tercera acusación tiene que ver con la debilidad intrínseca de la vida espiritual de la congregación. El Señor manda que la congregación afirme «las otras cosas que están para morir» (3:2). Incluso el más leve vestigio de vida que quedaba en Sardis estaba a punto de morir. Los valores que aún permanecían continuaban declinando cuando Jesús pronunció este mandamiento. Los tiempos verbales los describen como algo que estaba a punto de morir en el pasado y continuaba el proceso hasta el presente, con la inminente posibilidad de perder la última señal de vida.
4. Por último, el Señor acusa a la congregación de tener sólo «unas pocas personas... que no han manchado sus vestiduras». Lo terrible del caso es que sólo una ínfima minoría de los creyentes de Sardis llevaban una vida de separación del paganismo y del mundo. La iglesia tenía una reputación de estar viva (v. l), pero sólo algunos de sus miembros vivían en consonancia con esa reputación. La mayoría de sus miembros era una contradicción de lo que ellos como iglesia pretendían ser.
3:2, 3a
Estos versículos contienen una quíntuple exhortación de parte del Señor para la asamblea de Sardis y para todos los creyentes, incluso a los de hoy día. Es importante observar los tiempos verbales en cada exhortación. De ellos es posible derivar el énfasis que el Señor da a cada acción que los creyentes debían emprender.
l. «Sé vigilante» (gínou gregorón). En esta primera exhortación, el Señor combina un presente imperativo, voz media, con un participio presente, voz activa. Esta combinación verbal produce un imperativo perifrástico. La idea es: «Por vuestro propio bien, volveos vigilantes» o «demostrad por vosotros mismos ser vigilantes». La exhortación es a que despierten de su anestesia espiritual y continúen vigilando. Tal vez la mencionada exhortación tenga una connotación histórica. Las veces que los habitantes de Sardis sucumbieron bajo sus enemigos se debió principalmente al descuido de sus guardias. La situación geográfica privilegiada de la ciudad hizo que sus vigilantes descuidaran sus responsabilidades. Fue así que Sardis cayó en poder de Ciro el Grande en el año 549 a.C. y posteriormente en manos de Antíoco el Grande en el año 195 a.C. Del mismo modo, tanto los creyentes de Sardis como los de hoy, cometen el grave error de dejar de vigilar al enemigo. Tal actitud puede producir calamidad espiritual lamentable. Una vigilancia constante de los enemigos que asedian al creyente es el mejor antídoto para la seguridad espiritual.
2. «Y afirma las otras cosas que están para morir». El verbo «afirma» (stéirison) es el aoristo imperativo, voz activa de steirídso, que significa «hacer firme», «fortalecer». Esta forma verbal sugiere la urgencia de La acción. Los creyentes de Sardis debían actuar de manera decidida y con toda urgencia. «Las otras cosas» (ta loipá), mejor «las cosas que restan», pudiera parafrasearse como «aquello que sobrevive». En el texto griego es un plural neutro que contempla de manera colectiva tanto a cosas como a individuos que dentro de la comunidad cristiana de Sardis pudieran retener trazas de verdadera piedad. Las referidas cosas o individuos habían estado a punto de morir en el pasado y continuaban a la deriva, corriendo el peligro de languidecer por completo como el cuerpo que es invadido por una enfermedad o la planta que es atacada por una plaga.
Las dos exhortaciones anteriores se deben a que el Señor ha escudriñado las obras de los creyentes de Sardis y no las ha hallado perfectas delante de Él. Evidentemente, las obras de aquellos creyentes no eran producto de la fe, sino de la carne y por lo tanto, no contenían la calidad que agrada a Dios.
3:3
3. «Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído». Esta es la tercera exhortación. El verbo «acuérdate» (mneimónene) es el presente imperativo, voz activa. El presente sugiere una acción continua: «continúa recordando». El texto griego dice literalmente: «recuerda, por lo tanto, cómo has recibido y oído». La exhortación es, sin duda, un llamado a persistir en lo fundamental. Los creyentes de Sardis habían recibido el evangelio por la fe, pero no habían persistido en desarrollarse espiritualmente por la fe. Ese descuido había producido el olvido de la necesidad de mantener una relación personal con el Señor (véanse Ro. 10:17; 1 Co. 4:7: Gá. 5:7; Col. 2:6). Los verbos «has recibido» (eíleiphas) y «oído» (eíkousas) deben observarse cuidadosamente. El primero es un tiempo perfecto y sugiere una acción completa con resultados perdurables. El segundo es un aoristo indicativo que señala al acontecimiento histórico cuando los creyentes de Sardis oyeron el evangelio que generó en sus vidas la fe que depositaron en Cristo. El creyente ha recibido el regalo de la salvación por la fe en Cristo y el sello de la presencia del Espíritu Santo sobre la misma base. Recordar constantemente tanto el regalo de la gracia recibido por la fe en Cristo como las instrucciones recibidas tocante a la práctica de la fe, debe ser una asignatura prioritaria en la vida de todo creyente.
4. «Y guárdalo» es el presente imperativo, voz activa de teiréo, que significa «guardar», «vigilar», «mantener». El tiempo presente sugiere acción continua: «sigue guardando». La referencia parece ser a las cosas o personas que aún estaban vivas en Sardis. Es decir, «cosas» de valor espiritual y «personas» con sensibilidad e inclinación hacia las cosas de Dios. Ese testimonio debía persistir si se quería evitar el juicio de Dios.
5. «Y arrepiéntete». Este verbo es el aoristo imperativo, voz activa, y sugiere la realización de una acción urgente. Equivale a decir: «arrepiéntete de inmediato». El verbo «arrepentirse» (metanoéo) significa un cambio de manera de pensar acompañado de un cambio de comportamiento. Los creyentes de Sardis tenían la necesidad urgente de arrepentirse de la manera como habían utilizado la riqueza espiritual que habían recibido a través del evangelio de la gracia y la instrucción de la Palabra. El arrepentimiento al que se les llama no era un simple reconocimiento de que estaban haciendo mal, sino a llevar a cabo un cambio de rumbo que los acercara a Dios.
3:3b
«Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti». Con esas solemnes palabras, el Señor advierte a la congregación de Sardis del peligro al que se abocaban. La expresión «si no velas» es una condicional de tercera clase en la que se usa el modo subjuntivo que contempla la condición como posible. La cláusula contiene una seria advertencia a los lectores. La advertencia pudiera parafrasearse así: «Por lo tanto, si verdaderamente no te despiertas de inmediato, vendré como un ladrón, y no serás capaz de reconocer qué clase de hora será cuando vendré a ti». El estupor espiritual los haría insensibles al obrar de Dios.
«Vendré sobre ti como ladrón». El texto griego dice: «Vendré como ladrón». Esta expresión denota sorpresa. Este símil se usa repetidas veces en el Nuevo Testamento con referencia a la segunda venida de Cristo (véanse Mt. 24:43; Lc. 12:39; 1 Ts. 5:2; 2 P. 3:10; Ap. 16:15). La advertencia es sumamente enfática, como lo indica la frase siguiente: «Y no sabrás a qué hora vendré sobre ti».
«No» es enfático en el texto griego, ya que se usa la doble negativa ou mei, que significa «nunca, «jamás», «en manera alguna». El verbo «sabrás» es el aoristo subjuntivo que al ir precedido de la doble negativa destaca de manera enfática que algo no va a ocurrir. La frase pudiera expresarse así: «Vendré como ladrón y jamás sabrás qué clase de hora será». Quienes están desprovistos de vida espiritual por no haber sido fieles al Señor Jesucristo serán rotundamente sorprendidos por la segunda venida de Cristo. La referencia parece ser a un juicio especial sobre la iglesia de Sardis, pero también a la segunda venida judicial y gloriosa de Jesucristo. Esta tomará por sorpresa a los inicuos que han rechazado a Cristo como Salvador, ya sea o no que estén dentro de una congregación local como la de Sardis.
3:4a
«Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras». «Pero» (alla) destaca un contraste fuerte con lo dicho anteriormente. Cierto que era una minoría, pero había un remanente fiel de Sardis que no había contaminado sus vestiduras, es decir, andaba en santidad delante del Señor. El lenguaje hace recordar la inscripción hallada en el Asia Menor, proclamando que las vestiduras manchadas descalificaban al adorador y deshonraban al dios. Pero el mérito del remanente fiel de Sardis era que en los días de contaminación general éste se había mantenido puro. Muy poco se conoce de la historia de la iglesia de Sardis, pero durante la segunda mitad del siglo segundo hubo un hombre conocido como Melitón, obispo de Sardis, que sobresalió en todo el Asia Menor como un dedicado siervo de Dios. Melitón se distinguió también como teólogo y escritor brillante. Su influencia es reconocida por el historiador Eusebio de Cesarea y por Tertuliano, quien lo admiró por su genio elegante y elocuente. Sin duda, Melitón, aunque vivió después que el Apocalipsis se escribió, puede clasificarse como alguien de Sardis que no manchó sus vestiduras.
3:4b
Comenzando en la mitad del versículo 4, hay una lista de tres promesas concretas que el Señor hace al remanente fiel de Sardis.
(1) «Y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas». El verbo «andarán» o «caminarán» es el futuro indicativo, voz activa y sugiere una realidad que tendrá su seguro cumplimiento. La frase expresa comunión íntima y personal («conmigo»). La expresión «en vestiduras blancas» habla de la pureza y la santidad que Dios exige para que alguien entre en su presencia. Debido al rechazo de contaminar sus vestiduras mientras se hallaban bajo gran presión cultural, Cristo sustituirá sus vestidos humanos no manchados con otros que son blancos por criterio divino. El remanente fiel experimentará la perpetuidad de su antigua vida de separación terrenal y de comunión con el Señor, y andará en perfecta comunión con Cristo en su reino. La anticipación de vestir tales vestidos y disfrutar de la compañía personal de Cristo proporciona un amplio incentivo para la fidelidad continua de los pocos de Sardis que se mantenían firmes frente al oleaje de apatía que se había apoderado de la mayoría de la iglesia.
«Porque son dignas». Esta frase no se refiere a dignidad absoluta. Todo ser humano es indigno de las bendiciones de Dios. Hay, sin embargo, una dignidad relativa que se atribuye a los santos en Cristo (véanse Lc. 20:35; Ef. 4:1; Fil. 1:27; Col. 1:10; 1 Ts. 2:12; 2 Ts. 1:5). El creyente no posee méritos personales que lo capaciten para agradar a Dios por sí mismo. El cristiano tiene que apelar a los méritos de Cristo puesto que sólo Él es digno delante del Padre celestial.
3:5a
«El que venciere será vestido de vestiduras blancas». Esto podría ser una repetición por razón de énfasis o una ampliación de la promesa del versículo 4. El vencedor será revestido de vestiduras blancas como una exhibición de festividad (Ec. 9:8) y de victoria final (Ap. 7:14; 19:14). Es, además, un galardón adecuado para quienes rechazaron la corrupción de Sardis y un reconocimiento público de fidelidad a Cristo.
3:5b
«Y no borraré su nombre del libro de la vida». Al parecer, el Señor no cree en la falacia moderna de que los nombres que han sido escritos en el libro de la vida de ninguna manera pueden borrarse de allí (véase Ex. 32:33; 22:19). La parte de un creyente puede ser quitada de la ciudad santa y de las bendiciones escritas en el libro de Apocalipsis (Ap. 22:19), si comete apostasía y se aparta del Señor para retornar al mundo (Pr. 26:11; 2 P. 2:22). No importa cuánto vaya esto en contra de la corriente de los que enseñan que la salvación no puede perderse, ni las promesas ni las advertencias del Señor son vana palabrería. «Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?» (Nm. 3:19).
Esta solemne declaración—«y no borraré su nombre del libro de la vida»—expresa la segunda promesa del Señor al remanente fiel de Sardis. La promesa es enfática. El vocablo «no» es la traducción de la doble negación ou mei que puede traducirse como «nunca», «jamás», «de ninguna manera». El verbo «borraré» (exaleípso) es el futuro indicativo, voz activa de exaleípho, que significa «eliminar», «borrar». En los tiempos antiguos, los nombres de quienes morían físicamente eran borrados de las listas o registros de las ciudades. Las autoridades sólo mantenían en el padrón a ciudadanos vivos. De la misma manera en el libro de la vida sólo permanecen inscritos los nombres de quienes tienen vida espiritual en el presente. Nótese que el haber puesto la fe y confianza en la persona de Jesucristo en algún momento del pasado no es suficiente para permanecer inscrito en el libro de la vida. El creyente en Cristo tiene la absoluta garantía de la salvación eterna sólo si permanece fiel y en comunión con Señor. A sus fieles—los vencedores— el Señor les promete: «Y no borraré su nombre del libro de la vida».
Hay una tercera promesa del Señor al remanente fiel: «Y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles». El verbo «confesaré» (homologéiso) es el futuro indicativo, voz activa de homologéo, que significa «confesar», «reconocer», «estar de acuerdo». El Señor Jesucristo dijo: «A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos» (Mt. 10:32). Es probable que, presionados por el ambiente religioso-cultural, muchos en Sardis se avergonzaban de dar testimonio de su fe en Cristo. Al remanente fiel que no temía exaltar a Cristo, el Señor le promete que le confesará en el cielo: «Delante de mi Padre, y delante de sus ángeles». La confesión debe significar el reconocimiento de que pertenecen a Cristo y por lo tanto, han sido hecho aptos para participar de su gloria eterna (Col. 1:12).
3:6
Al igual que en las cartas anteriores, el Señor hace un solemne llamado al individuo: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». En última instancia, la responsabilidad es siempre personal. Una congregación nunca será mejor de lo que lo sean los miembros que la componen. El Espíritu habla a las iglesias a través del apóstol, pero el mensaje es personal para cada uno de los componentes de la asamblea y para nosotros hoy día.
Resumen
La iglesia de Sardis era culpable de una sorprendente aridez espiritual. Al parecer, la congregación había caído en la complacencia personal y había abandonado la responsabilidad de testificar de Cristo. La asamblea había estado languideciendo por varios años, tal vez décadas. Se asemejaba a una lámpara a punto de terminársele el combustible y por lo tanto, «estaba para morir».
La mayoría de los miembros profesaban ser cristianos, pero no había vida espiritual genuina si no en unos pocos. Este remanente, aunque pequeño, era fiel al Señor todavía. A quienes sólo profesaban ser cristianos, el Señor les advierte de las consecuencias de permanecer en la condición en la que se encontraban y les conmina a actuar con prontitud.
El remanente fiel, por el contrario, recibe promesas maravillosas: (1) Serán vestidos con vestiduras blancas (símbolo de la condición perpetua de santidad); (2) andarán con el Señor (descripción de una comunión eterna con Cristo); (3) sus nombres no serán borrados del libro de la vida (confirmación de la salvación eterna que recibieron por la fe en Cristo); y (4) sus nombres serán confesados delante del Padre y de los ángeles (reconocimiento de la fidelidad y el servicio desplegados para el Señor en situaciones difíciles).
Las iglesias de hoy día y los cristianos como individuos deben prestar oído al mensaje del Señor a la iglesia de Sardis. Hoy, como entonces, las iglesias necesitan ser vigilantes y fortalecer las cosas que quedan. Es necesario advertir que no sirve tener el nombre inscrito en el libro o registro de una iglesia aquí en la tierra. Lo únicamente importante es tener la certeza de que, por la fe en la persona del Señor Jesucristo y nuestra comunión con Él, nuestro nombre no sólo ha sido inscrito en el libro de la vida en el cielo, si no que no será borrado de él.
El Mensaje a la Iglesia de Filadelfia (3:7-13)
Comentario
3:7a
«Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia». La ciudad de Filadelfia estaba ubicada en el valle del río Cógamo, cerca del paso que conduce a la principal ruta de comercio desde el río Meander al valle del Hermus, una amplia planicie junto al monte Tmolo. Fue fundada por el rey Attalo II en el año 189 a.C. De modo que cuando el Apocalipsis se escribió, Filadelfia era una ciudad relativamente joven. Situada a unos 56 km. al este de Sardis y a 158 de Esmirna, esta ciudad era víctima de constantes y devastadores terremotos.
El nombre Filadelfia significa «amor fraternal» en honor a su fundador, Attalo II, quien había recibido ese epíteto debido a que mantenía una relación muy estrecha con su hermano Eumenes II, rey de Lidia. La Filadelfia del Nuevo Testamento fue reedificada por el emperador Tiberio después de haber sido destruida por uno de los frecuentes terremotos que la azotaron. Aunque la ciudad permaneció relativamente pequeña, en el siglo primero adquirió importancia por su gran actividad comercial. Por la magnificencia de sus edificios públicos y sus templos, llegó a ser conocida como «la pequeña Atenas».
No se sabe ni cuándo ni cómo comenzó la iglesia cristiana en aquella ciudad. Se especula que, al igual que otras congregaciones en la región, su comienzo se debió al esfuerzo misionero de la iglesia de Éfeso, particularmente durante los tres años del ministerio de Pablo en aquella ciudad. Hoy día, la ciudad de Filadelfia existe con el nombre de Allah-Shehr, es decir, «la ciudad de Dios». A pesar de la persecución de los turcos, la Iglesia Ortodoxa Griega ha logrado mantener activa allí una congregación hasta hoy día.
3:7b
«Esto dice el Santo, el Verdadero». Esta frase expresa dos atributos personales de Cristo. El Señor Jesucristo es «el Santo» (ho hágíos) en el sentido más absoluto de la palabra. El sustantivo hágíos significa «separado», «apartado». El uso del artículo determinado destaca la identificación de la persona: Él es el Santo (véanse Is. 6:3; 43:3, 14, 15; 45:11; 40:25; Hch. 2:27). En contraste con la santidad superficial de los judaizantes (3:9) se levanta la absoluta santidad de Jesucristo.
«El Verdadero» (ho aleíthinós) en el sentido de ser genuino. Cristo es la perfecta realización del ideal divino en contraste con el falso sustituto de los legalistas. Cuando somos confrontados por Cristo, nos enfrentamos no a la sombra de un bosquejo de la verdad, sino con la verdad misma».
«El que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre». Cristo es el Mesías heredero del trono de David. Repetidas veces en el Nuevo Testamento se presenta a Cristo como la simiente de David (Mt. 1:1; 21:9; Ro. 1:3; 2 Ti. 2:7; Ap. 5:5; 22:16). Como el Rey-Mesías, Cristo tiene control absoluto e indiscutible mayordomía sobre su reino. «La llave» era llevada sobre los hombros para demostrar que quien la llevaba poseía absoluta autoridad en la administración de las bendiciones y las posesiones (Is. 22:22-25). Él es «el que abre» porque es el único capaz y digno de dar entrada. Él es «el que cierra», porque sólo Él puede excluir de su dominio.[1] La expresión «de David» sugiere el reino mesiánico, es decir, el reinado de gloria y paz que el Mesías inaugurará cuando venga la segunda vez a la tierra. Cristo posee autoridad davídica genuina en contraste con los miserables impostores judaicos quienes se vanagloriaban de excomulgar a los verdaderos creyentes de todas las bendiciones (3:9). Cristo, por el contrario, quien en su humanidad resucitada sigue siendo el verdadero heredero davídico (2 Ti. 2:8), abre de par en par las puertas del reino milenial a los humildes creyentes que han confiado en Él como su único y suficiente Salvador.
3:8
«Yo conozco tus obras». Se refiere al conocimiento íntimo y sobrenatural del Señor. La frase expresa una declaración general sin especificar a qué obras se refiere. No se menciona ninguna crítica, aunque las obras están expuestas a la omnisciencia del Señor. Es importante recordar que, si bien es verdad que las obras no son la acumulación de méritos para la salvación, sí guardan relación con las bendiciones terrenales y con los galardones que Dios dará a los redimidos.
«He puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar». El verbo «he puesto» (dédóka) es el perfecto indicativo, voz activa de dídómi, que significa «yo doy». El perfecto sugiere una acción completada con resultados perdurables. El texto dice literalmente: «Yo he dado». Dicha expresión señala a un regalo de la gracia del Señor. Equivale a decir: «He derramado un don permanente». La calidad de las obras de los creyentes de Filadelfia fue premiada por la gracia divina mediante la aprobación para mayores oportunidades.
El regalo del Señor a los de Filadelfia consistía en: «Una puerta que ha sido abierta y que permanece abierta». La puerta abierta tiene que ver con la oportunidad para predicar el evangelio a pesar de la oposición de los enemigos de la fe cristiana o quizá con la amplia entrada en el reino del Mesías. La puerta tenía que ser abierta sobrenaturalmente por Cristo, debido a que la oposición satánica intentaba cerrarla de inmediato. Satanás usa agentes inicuos (1 Co. 16:9); la prisión (Col. 4:3); maquinaciones (2:2, 11, 12); y a los mismos demonios para intentar apagar la llama del testimonio cristiano (Ef. 6:12, 13). Los cristianos de Filadelfia podían aprovechar la puerta abierta llevando el evangelio a las regiones de Misia, Lidia y Frigia. La iglesia cristiana hoy día puede llevar el mensaje a todos los rincones de la tierra haciendo uso adecuado de las oportunidades y los medios modernos que Dios ha provisto. Quizá lo que está ausente hoy en muchas congregaciones es el celo evangelístico y la visión misionera. El Señor da tres razones en cuanto al por qué la iglesia de Filadelfia es digna de reconocimiento:
3:9
l. «Tienes poca fuerza». En la superficie esta frase podría tomarse como una crítica, pero el entorno del pasaje parece indicar que es una demostración de aprecio. Es probable que la congregación tuviese poca influencia entre los ciudadanos de Filadelfia, pero sus obras eran irreprensibles. Tal vez los creyentes de Filadelfia pertenecían a la clase proletaria, sin poder político ni económico, pero guardaban un excelente testimonio.
2. «Has guardado mi palabra». El verbo «has guardado» (etefreisás) es el aoristo primero, modo indicativo, voz activa de teiréo. El aoristo contempla el hecho histórico y el modo indicativo destaca la realidad del hecho. Los creyentes de Filadelfia habían demostrado lealtad hacia la Palabra de Dios a pesar de las dificultades. Las circunstancias no les habían hecho alterar el contenido del mensaje.
3. «Y no has negado mi nombre». El verbo «has negado» (eirnéiso) es el aoristo indicativo, voz media de arnéomai. El aoristo se refiere a un momento concreto en el pasado cuando, probablemente, los creyentes de Filadelfia fueron conminados a negar su relación con Cristo. En una situación específica de prueba, los cristianos de Filadelfia se mantuvieron firmes y fieles en sus convicciones.
«He aquí, yo entrego de la sinagoga de Satanás a los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten». La expresión «he aquí» (idou) se usa para llamar la atención a la acción divina contra los judaizantes que perseguían a los cristianos. «Yo entrego» (dido), mejor «yo doy». Este verbo describe la sorprendente sujeción de los incorregibles opositores judaizantes por la gracia soberana de Dios. Quienes antes eran blasfemos (2:9) ahora han sido doblegados (3:9). El verdadero judío no sólo lo es físicamente, sino que debe serlo también espiritualmente (Ro. 2:28, 29). El judío genuino es aquel que tiene la fe de Abraham. El verdadero hijo de Abraham no persigue ni al Mesías ni a sus seguidores (Jn. 8:39-47).
«He aquí, yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado». Los judíos perseguidores de los cristianos tendrían que hacer algo que, en realidad, ellos repudiaban: Rendir homenaje a los gentiles. Obsérvese, sin embargo, que lo hacen por intervención divina: «He aquí» (idou) aparece por tercera vez (vv. 8-9) como llamada de atención de algo que Dios hace. «Yo haré que vengan y se postren a tus pies» es un cuadro que presenta al enemigo inclinándose delante de su conquistador (véanse Éx. 11:8; Is. 49:23; 60:14). El Señor no dice cuándo ocurrirá que los judíos adoren a los pies de los cristianos y reconozcan que les ha amado. Es de suponer que tal acontecimiento ocurra con la conversión de los judíos a la fe cristiana y, por lo tanto, cuando vengan a formar parte de la Iglesia, el cuerpo de Cristo. Es ahora, en este tiempo, cuando el judío es enseñado por los gentiles cómo acercarse a Dios. En el reino glorioso del Mesías, cuando Israel sea restaurada a su lugar de privilegio, será el judío quien enseñará al gentil (Is. 60:1-16).
«Y reconozcan que yo te he amado». El judío daba por sentado que Dios no podía amar a los gentiles. Creía que Dios era sólo Dios de los judíos. Los gentiles eran pecadores y por lo tanto, indignos del amor de Dios. «Reconozcan» es el segundo aoristo subjuntivo, voz activa de ginósko, que significa «conocer por experiencia». El tiempo aoristo destaca el acontecimiento histórico. El modo subjuntivo realiza una función de futuro. En el Nuevo Testamento el subjuntivo se usa con mayor frecuencia que el futuro indicativo. Aquí es una continuación de la cláusula de propósito que comienza con el «que» (hína) que aparece en el medio del versículo 9 («que vengan»). El judío que ha perseguido y blasfemado a los cristianos aquí en la tierra, un día tendrá que reconocer que el Señor «ha amado» al gentil (Ap. 1:5).
3:10
«Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia». El Señor reconoce y congratula a los creyentes de Filadelfia por haber sido fieles en medio de las pruebas y dificultades. El verbo «has guardado» (etéireisas) es el aoristo indicativo, voz activa («guardaste»), que apunta a una situación histórica concreta. El sustantivo «paciencia» (hypomoneis) significa resistencia», «aguante» y describe a quien no claudica cuando está en medio del fuego de la prueba.
La promesa del Señor se expresa así: «Yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero». La importancia del contenido de esta promesa no debe ser minimizada. Su comprensión tiene que tomar en cuenta una adecuada exégesis del texto que conduzca a una hermenéutica congruente con el pasaje en particular y con el argumento del mismo libro de Apocalipsis.
El texto castellano de la Reina-Valera 1960 no destaca el énfasis del «yo también» (kagó). Su uso aquí sugiere reciprocidad y su traducción sería: «yo también por mi parte». En el contexto de Apocalipsis 3:10 se podría expresar así: «Porque has guardado la palabra de mi paciencia, yo, a su vez, te guardaré». Ahora bien, la promesa del Señor se extiende a «la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero». ¿Qué significa esa frase? La respuesta a esa pregunta es de vital importancia.
El texto declara que esta «hora de la prueba» tiene como propósito probar al mundo entero, o «probar a los que moran sobre la tierra». Esta frase se usa once veces en nueve versículos en Apocalipsis (3:10, 6:10, 8:13, 11:10, 13:8, 12, 14; 14:6; 17:8). Una definición preliminar es que la frase «los que moran sobre la tierra» designa a los incrédulos persistentes: los del mundo, de ahí, el mundo entero. Es decir, la prueba referida en el pasaje no está diseñada para la Iglesia sino, evidentemente, para el mundo inicuo.
Según el Señor Jesucristo en Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21, existen dos «horas de la prueba» en los últimos días. La primera es la llamada «gran tribulación», la cual es la persecución que sufrirán los creyentes santos del Señor a manos del Anticristo. En Mateo 24:9, 21 el Señor explícitamente se dirige a sus escogidos advirtiéndoles dos veces que serán entregados a tribulación por cause de su nombre. La segunda hora de la prueba va dirigida contra «el mundo entero» o «los que moran sobre la tierra». Esta última prueba la sufrirán, como el texto claramente lo indica, los incrédulos y reprobados del mundo.
Una interpretación normal del pasaje conduce a la conclusión de que «la hora de la prueba» (teis hóras toú peirasmoa) se refiere a ese periodo de juicio que precede al establecimiento del reino mesiánico. Dicho período se menciona en Daniel l2, Mateo 24, Marcos 13, Lucas 21 y 2 Tesalonicenses 2, y abarca los capítulos 8 al l9 del Apocalipsis. La hora de la prueba se refiere, sin duda, al juicio de Dios sobre el mundo impío por las siguientes razones:
1 . Afectará al mundo entero. El texto dice: «Que ha de venir sobre el mundo entero». Es decir, actuará sobre toda la tierra habitada. Este juicio divino será universal. Afectará a todos los seres humanos sin Dios sobre la tierra y será un período único, como lo fue el diluvio en los tiempos de Noé.
2. Dicho juicio tiene como propósito «probar a los que moran sobre la tierra». El verbo «probar» (peirásai) es el aoristo primero, modo infinitivo, voz activa de peirádso, y sugiere propósito. La expresión «los que moran sobre la tierra», como ya lo dijimos, es una frase cliché usada en el Apocalipsis repetidas veces (véase Ap. 6:10; 8:13; 11:10; 12:12; 14:6) y se refiere a los que no poseen ciudadanía celestial. Sus hogares, corazones, honor, ilusiones y esperanza están totalmente centrados en la tierra. Éstos constituyen una clase particular de gente que sufrirán la ira divina.
No sabemos de qué manera se cumplió esta promesa en la iglesia de Filadelfia, pero de una cosa si estamos seguros: ellos no fueron removidos del mundo en un arrebatamiento pretribulacional. La promesa de ser exentos del juicio divino debió de servir de aliento y consuelo a los creyentes de Filadelfia como lo fue para los israelitas en Egipto a las puertas del éxodo. Como aquellos israelitas fueron librados del juicio de Dios en forma de plagas que asolaban a los egipcios, así los hermanos de la iglesia de Filadelfia fueron librados del juicio de Dios que vino sobre los incrédulos en su tiempo. Ellos habían guardado la palabra de la paciencia del Señor, habían sido fieles en su compromiso cristiano.
La única vez que aparece en el Nuevo Testamento una frase similar es en Juan 17:15: «No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal». En este versículo el Señor pide que sus discípulos sean guardados fuera del alcance de la extensa influencia del enemigo. Él no pide que sean removidos del tierra en una arrebatamiento pretribulacional: «No ruego que los quites del mundo», sino que sean librados de los asaltos del maligno, que sean librados de reposar o dormirse dentro de su dominio. Cristo no pide que sean removidos de la escena de la actividad satánica sino que sean guardados estando en ella.
En resumen, Apocalipsis 3:10 enseña que habrá un período de juicio divino que es aún futuro que el texto llama «la hora de la prueba». Este juicio no será local, sino que afectará al mundo entero. Además, dicho juicio tiene como objeto primordial «probar a los moradores de la tierra». La frase «los moradores de la tierra» tiene una connotación espiritual. Se refiere a personas que están tan arraigadas en cuestiones terrenales que no tienen ningún interés en la venida de Cristo y, por lo tanto, son objeto de la ira de Dios.
El texto no enseña que la Iglesia será librada de la gran tribulación, que es la persecución que esta sufrirá a manos del Anticristo. El tema de la epístola es el la ira de Dios, no la gran tribulación: estos son dos temas diferentes. La Iglesia será removida antes que los juicios correspondientes a la ira de Dios tengan su comienzo, pero no antes de la gran tribulación. La gran tribulación es la persecución de los creyentes a manos del Anticristo, el juicio de Dios— que en esta epístola se le llama «la hora de la prueba»—es el derramamiento de su ira contenida en las trompetas y las copas descritas en Apocalipsis en los capítulos 8 al 19. La gran tribulación será acortada por la venida del Señor por sus escogidos—el arrebatamiento—y entonces la ira de Dios será derramada sobre el mundo incrédulo.
El amplio alcance de esta promesa significaba que los cristianos filadelfianos triunfarían no sólo sobre la burla y las intrigas de sus inmediatos adversarios judíos, sino también sobre los más amplios enemigos paganos. Debido a que este período de tribulación precederá inmediatamente la venida del Señor a la tierra con poder y gran gloria (Mt. 24:29, 30), y debido a que la generación a la que Juan escribió estas palabras hace mucho tiempo que desapareció, la representación de Filadelfia no sólo de las otras seis iglesias del Asia, sino también de la Iglesia universal a través de la era presente es evidente: estamos sujetos a la tribulación en el mundo, pero tenemos la promesa de que seremos salvos de la ira de Dios (Ro. 5:9; 1 Ts. 5:9).
3:11
«He aquí, yo vengo pronto». En el texto griego sólo dice: «Vengo pronto». La misma frase aparece en Apocalipsis 2:16; 22:7, 12, 20 (véase también 1:7). El tiempo presente del verbo y el adverbio tachy («pronto») sugieren un acontecimiento rápido e inesperado, no necesariamente inmediato. La declaración tiene que ver con el suceso del rapto de la Iglesia y al igual que en 2:25, constituye una exhortación a asirse de la esperanza que es propia del cristiano. La verdadera iglesia tiene que resistir la gran tribulación hasta el día del rapto, mientras que la falsa iglesia tiene que sufrir los juicios de la ira de Dios.
«Retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona». Lo que tenemos ahora constituye nuestra corona en el futuro. Pablo escribió: «Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida?» (1 Ts. 2:19). El cristiano puede perder su galardón. «La corona» (stéphanon) era un collar de laurel que se entregaba al vencedor. «Para que ninguno tome tu corona». Esta frase no sugiere que la corona o galardón podía ser robado, sino que se podía perder legalmente como el atleta que llega a la meta pero es descalificado por haber quebrantado alguna norma de la competencia. Los creyentes de Filadelfia igual que los de hoy día son exhortados a «asirse firmemente» (krátei) de las riquezas espirituales que Dios ha derramado sobre ellos hasta el día en que estén en la presencia del Señor.
3:12
«Al que venciere», es decir, «el vencedor» no a todo aquel que ha nacido de nuevo por la fe en Cristo. «Yo le haré columna en el templo de mi Dios». El sustantivo «columna» (stylon) o «pilar» sugiere estabilidad y permanencia. Un candelero puede ser removido de su lugar, pero un pilar no. «En el templo de mi Dios», mejor «en el santuario de mi Dios». La preposición «en» sugiere un lugar dentro del santuario y del lugar santísimo, no afuera como parte del pórtico o de la entrada (véase como contraste 1 R. 7:21). «Y nunca más saldrá de allí». Esta frase es enfática. «Nunca» es la doble negativa ou mei, que significa «jamás», «bajo ninguna circunstancia». El creyente no tendrá ningún deseo de salir de la presencia de Dios, tal como una columna no desea abandonar el edificio donde está colocada. ¡No habrá más separación! (Ro. 8:35-39).
«Y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo». Obsérvese la triple repetición del sustantivo «nombre» (ónoma) que aquí sugiere identificación y pertenencia. También se repite tres veces la expresión «mi Dios» (tou theou mou), que destaca identificación en una relación única con Cristo, y porque el creyente está «en Cristo» puede disfrutar de esa relación. El texto sugiere tres cosas nuevas de las que el cristiano podrá disfrutar:
1. Un nuevo concepto de Dios: «Escribiré sobre él el nombre de mi Dios», es decir, todo lo que el nombre de Dios representa, como es conocido por Cristo, será nuestro. Dios el Creador con relación a la nueva creación (2 Co. 5:17; Ap. 21:5-7).
2. Una nueva ciudadanía: «Y el nombre de la ciudad de mi Dios». La nueva comunidad a la que el cristiano pertenece está en el cielo (véanse Fil. 3:20; He. 12:1 8-24; Gá. 4:21-31 ; Ap. 21:1). La sede de nuestra ciudadanía existe a causa de las cosas que están en el cielo. «La nueva Jerusalén» contrasta con la Jerusalén terrenal. El calificativo «nueva» no forma parte del nombre propio Nueva Jerusalén. El vocablo «nueva» (kaineis) significa «fresca», «flamante», a diferencia de la vieja y desgastada Jerusalén terrenal. «La cual desciende del cielo» en bendición y soberanía. «De mi Dios», es decir, de su originador y creador. Todos los privilegios celestiales de la ciudadanía representados por el nombre que es otorgado como un acto de gracia serán nuestros.
3. Una nueva comunión con Cristo en su venida consumadora: «y mi nombre nuevo» que aún no ha sido revelado. El nombre nuevo de Cristo simboliza la plena revelación de su carácter prometido al vencedor en la segunda venida de Cristo. Como vencedores, todos los frutos de victoria representados por la triunfante venida de Cristo serán manifestados como nuestros (Col. 3:4; 1 Jn. 3:2).
3:13
«El que tiene oído» es la aplicación personal del mensaje. El individuo siempre es responsable delante de Dios. «Oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». El contenido de la carta a la iglesia de Filadelfia se debía dar a conocer a las demás iglesias. Además, hay un alcance todavía más amplio. Cada uno de los mensajes a las iglesias tiene validez y vigencia para las iglesias de hoy día. El mensaje, aunque concretamente dirigido a iglesias históricas, trasciende las barreras del tiempo y llega a nosotros con la misma fuerza con que fue dado al principio.
Resumen
La iglesia de Filadelfia era, al parecer, pequeña tanto en número como en influencia. A pesar de eso, Cristo le anuncia que ha puesto delante de ella una puerta abierta. La puerta podría ser la de amplia entrada en el reino del Mesías o la de la oportunidad para que continuase dando testimonio a pesar de la oposición de los judaizantes.
También el Señor le promete que mediante sería librada de la hora de la prueba, es decir, de los juicios escatológicos—la ira de Dios—diseñados para la humanidad rebelde e incrédula que está apegada a las cosas terrenales. Además, el Señor promete al vencedor que disfrutará de una íntima comunión con Él en la Nueva Jerusalén. Hay una exhortación final a prestar oído al mensaje. El reto a todos los que oyen hoy es a recibir a Cristo como Salvador y habiéndolo recibido, dar fiel testimonio del Señor. Esto confirmará su salvación y su posesión de la vida eterna con Dios.
El Mensaje a la Iglesia de Laodicea (3:14-22)
Comentario
3:14
«Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea». La ciudad de Laodicea fue fundada por Antíoco II (261-246 a.C.) y nombrada así en honor de su esposa. Laodicea fue establecida como una base militar para proteger la frontera norte del reino de Antíoco. La ciudad estaba situada en el valle del río Lico a 80 km. al sureste de Filadelfia, cerca de Colosas y Hierápolis, y a 192 al este-sureste de Esmima. Laodicea era favorecida, además, por su cercanía a dos importantes rutas comerciales imperiales. Una de las rutas partía de Éfeso y la costa del mar Egeo y terminaba en la meseta de Anatolia. La otra se iniciaba en la capital provincial en Pérgamo, continuaba hacia el sur hasta el Mediterráneo, terminando en Atalía en la región de Panfilia.
Durante el Imperio Romano, Laodicea llegó a ser la ciudad más rica de Frigia. Bendecida con la tierra fértil del valle del río Lico, Laodicea era poseedora de ricos pastos para la crianza de ovejas. Haciendo uso de cruces cuidadosos, los ganaderos de Laodicea lograron conseguir la producción de una lana negra, suave y brillante cuya comercialización estaba en gran demanda.
Laodicea era poseedora de una escuela de medicina que había sido establecida en conexión con el templo de Men Carou (una deidad asociada con la sanidad). Los maestros de dicha escuela llegaron a producir un ungüento con propiedades para curar enfermedades de los oídos y un colirio para las enfermedades de la vista. Quizá el principal problema de la ciudad yacía en el abastecimiento del agua. El precioso líquido era suplido desde una fuente situada a casi 10 km. de distancia, en Denizli. La riqueza de Laodicea llegó a tal punto que fue capaz de soportar el costo de reedificar la ciudad después de ser destruida por un terremoto sin necesidad de apelar al subsidio de Roma.
La iglesia de Laodicea fue, probablemente, establecida por algún discípulo de Pablo, tal vez Epafras, cuando el Apóstol ministraba en Éfeso. La Biblia no registra que dicha iglesia sufriese persecución, graves herejías ni que tuviese algún gran adversario. Tampoco se cita a un remanente, pero sí se menciona la tibieza general y la indiferencia espiritual de dicha congregación. La carta a Laodicea termina con una interrogante implícita: ¿hay en esta congregación a lo menos un sólo individuo dispuesto a oír?
«He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios dice esto». Con esta frase saturada de enseñanza, Cristo se presenta a sí mismo a la iglesia de Laodicea. Cristo es el ejemplo perfecto de esas virtudes tan conspicuamente ausentes en Laodicea. Las características de Cristo enunciadas en el texto se pueden resumir así:
l. Firme en su propósito: Cristo es «el Amén» (ho Améin). Aunque dicho vocablo aparece repetidas veces en los evangelios como una llamada de atención («de cierto, de cierto... »), aquí se usa como un nombre propio acompañado del artículo determinado. Cristo es el Amén a sus propias promesas. De ahí que sus promesas sean fijas, firmes, inconmovibles y de rígido cumplimiento.
2. Fiel en su proclamación: «El testigo fiel y verdadero». Como testigo, Cristo es: (a) fiel en cuanto a su constancia, es decir, no falla en la ejecución de su testimonio; y (b) verdadero o genuino en cuanto a su contenido. Él hace exactamente lo que ha prometido hacer.
3. Preeminente en su posición: «El principio de la creación de Dios» (hei archei reis laíseos tou theou). Cristo no es la primera de las criaturas, como creían los arrianos y como creen y enseñan los testigos de Jehová y los mormones hoy día, sino que es la fuente de origen de la creación a través de quien Dios obra (Col. 1:15, 16; Jn. 1:3; He. 1:2). Cristo es la Causa, Cabeza y Centro del universo. Esta descripción personal de Cristo constituye una censura del egocentrismo de los creyentes de Laodicea. Viene el día en que todo será redimido en conformidad con la voluntad del Gran Originador. En el reino mesiánico todo será gobernado por Cristo como el Dios de la creación. Señor de las huestes celestiales, el postrer Adán, el Hijo del Hombre, la simiente de Abraham, el Heredero de todo, el profeta como Moisés, el Hijo de Dios, Cabeza de la Iglesia, el Rey mesiánico que reinará en triunfo davídico y con una gloria infinitamente mayor que la de Salomón. Las ilusorias y transitorias riquezas de Laodicea no son dignas de compararse con todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento escondidos en Cristo (Col. 2:3).
3:15
«Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente». El conocimiento sobrenatural de Cristo penetra hasta lo más profundo y escudriña las obras de los creyentes de Laodicea. La inútil tibieza de aquella asamblea no escapa del escrutinio del Señor. El veredicto del Señor es que los de Laodicea no eran ni fríos ni calientes. No eran «fríos» (como el hielo) para que pudieran reconocer su profunda necesidad. Tampoco eran «calientes» (hirvientes) de manera que estuviesen en consonancia con el criterio de Cristo.
3:16
El calificativo de «tibio» (chliaros) sugiere que hubo un tiempo en que los creyentes eran calientes, pero ahora se habían enfriado. Los tibios manantiales cercanos a Hierápolis eran claramente visibles desde Laodicea. Esos manantiales no proporcionaban ni agua potable ni aguas termales con propiedades terapéuticas. «Tibio», por lo tanto, sugiere sin uso adecuado, sin eficacia. En el versículo 15, el Señor dice: «Ojalá fueses frío o caliente» (eís ei óphelon psychros efs ei zestós), es decir, «desearía que frío fueses o caliente». El deseo del Señor respecto a los creyentes de Laodicea manifiesta su compasión y contrariedad por lo que podrían haber sido. La advertencia del Señor es: «Pero por cuanto eres tibio... te vomitaré de mi boca», mejor «estoy a punto de vomitarte de mi boca». Esta acción sugiere rechazo con disgusto extremo.
Repetimos aquí nuestro comentario a Apocalipsis 3:5b: «Y no borraré su nombre del libro de la vida». Al parecer, el Señor no cree en la falacia moderna de que los nombres que han sido escritos en el libro de la vida de ninguna manera pueden borrarse de allí (véase Ex. 32:33; 22:19). La parte de un creyente puede ser quitada de la ciudad santa (Ap. 22:19) y de las bendiciones escritas en el libro de Apocalipsis (Ap 22:19), si comete apostasía y se aparta del Señor para retornar al mundo (Pr. 26:11; 2 P. 2:22). No importa cuánto vaya esto en contra de la corriente de los que enseñan que la salvación no puede perderse, ni las promesas ni las advertencias del Señor son vana palabrería. «Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?» (Nm. 3:19).
3:17
«Porque tú dices». Lo que hoy se llamaría «la autoestima» de los creyentes de Laodicea era totalmente desproporcionada. La frase es una especie de autofelicitación («tú dices»). Los de Sardis tenían un nombre o una reputación delante de los demás, pero los de Laodicea manifestaban una vanagloria basada totalmente en su propia autoestima.
«Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad». Esta es una manifiesta declaración de autosuficiencia. La frase es enfática: «soy rico, he obtenido riquezas y continúo siendo rico». Esta cláusula equivale a decir: «me he enriquecido mediante mi propio esfuerzo». Los de Laodicea confiaban en sus propios méritos. Laodicea era una pobre rica iglesia: abundaba en intelectualidad, estética, organización, programas, propiedades, números, obras de justicia, pero espiritualmente estaba en bancarrota. Laodicea había confundido la ruina con la riqueza, la retrogresión con la revitalización. La autosuficiencia de los creyentes de Laodicea se hace más conspicua en la frase: «Y de ninguna cosa tengo necesidad». Esta triste declaración parece excluir hasta al Señor, quien tiene que quedar fuera y llamar a la puerta.
«Y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo». Así se expresa la valoración que el Señor hace de aquella congregación. «No sabes» (ouk ozdas), ni siquiera en teoría, sugiere que los de Laodicea no tenían percepción ni discernimiento espiritual. «Tú eres», es decir, «tú mismo eres». Una enfática acusación que indica la culpabilidad del acusado.
El «desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo». La Reina-Valera 1960 omite el artículo determinado de manera inexplicable. Dicho artículo es importante. Se usa un sólo artículo, pero gramaticalmente su función se asocia con los cinco calificativos, indicando que los cinco adjetivos se aplican a una misma persona («tú eres el desventurado-miserable-pobre-ciego-desnudo»).
La iglesia de Laodicea era desventurada y miserable (un objeto de lástima) debido a una triple condición: (1) Pobre: Espiritualmente en bancarrota, como un mendigo que nada tiene; (2) ciego: Irremediablemente incapaz de ver su propia condición; y (3) desnudo: Sin un mínimo de genuina vestidura espiritual.
3:18
«Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego». En el texto griego no aparece la expresión «por tanto». El verbo «aconsejo» (symbouleúo) es el presente indicativo, voz activa. [2] El Señor no da un mandamiento, sino que hace una oferta de gracia. Con una perspectiva de las cosas tan terriblemente distorsionadas, la iglesia de Laodicea necesitaba ser corregida. Para una ciudad sagaz, calculadora y mercantil, el Señor usa el método más adecuado.
«Que de mí compres» (agorásai par' emou). El verbo «compres» (agorásai) es el aoristo primero, voz activa de agorádso (de ágora, que significa «mercado»). El aoristo infinitivo sugiere una acto realizado con urgencia. En realidad, Laodicea estaba en bancarrota y por lo tanto, no podía comprar nada. Pero no era una cuestión de dinero. Las cosas mencionadas en el versículo son imposibles de adquirir con dinero (véase Is. 55:1, «sin dinero y sin precio»). El precio que Laodicea debía pagar era el abandono de su estado de complacencia y egocentrismo. La exhortación es «que de mí compres». «De mí» pone de manifiesto el hecho de que Cristo era la única esperanza para aquella congregación. La respuesta al crítico problema espiritual en los de Laodicea y en cualquier otra congregación, es restablecer la correcta conexión con Cristo.
La iglesia de Laodicea necesitaba adquirir tres cosas del Señor: [3]
l. «Oro refinado en fuego», fresco, sacado del crisol, sin oportunidad para haberse contaminado y sin sufrir deterioro. Tal vez haya aquí una referencia a la fe (véanse Stg. 2:5; 1 P. 1:7). La raíz de la pobreza de Laodicea yacía en su confianza propia. Sólo la fe en Cristo podía enriquecer la vida de aquella congregación. Obsérvese la cláusula de propósito: «para que seas rico» (hína ploutéiseis). La verdadera riqueza es la que se acumula en el cielo (véanse Mt. 6:19-21; Fil. 3:7, 8).
2. «Y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez». El más probable significado de las vestiduras blancas parece ser la justicia de Cristo imputada al creyente, que resulta en una santidad práctica. El verbo «vestirte» (períbálei) es el aoristo subjuntivo, voz media de peribállo, que significa «cubrirse alrededor». El propósito es «que no se descubra la vergüenza de tu desnudez», con miras a la segunda venida de Cristo. Las vestiduras blancas contrastan con los abrigos hechos con lana negra de manufactura común en Laodicea.
3. «Y unge tus ojos con colirio, para que veas». El colirio era un producto medicinal vendido en la escuela de medicina de Laodicea. Lo que el Señor ofrece a la iglesia de Laodicea, sin embargo, era el discernimiento espiritual a través de la unción del Espíritu Santo (1 Jn. 2:20-27) para poder enjuiciar debidamente su condición tal como Cristo la ve.
3:19
«Yo reprendo y castigo a todos los que amo» (ego hósous ean filo elégcho kai paideúo), literalmente, «yo, a cuantos amo, reprendo y disciplino» (véanse Pr. 3:12; He. 12:6). He aquí la obligación del amor: El padre que ama a su hijo de verdad, no vacila en reprenderlo y castigarlo si es necesario para que regrese al camino correcto.
El verbo «amo» en este caso es philéo y no agapáo. Phileo es un amor de afecto personal que es enteramente consonante con la severidad de la disciplina asociada con el amor de Dios. Es más humano y más emocional que agapáo y tiene menos profundidad. Dicho vocablo probablemente es seleccionado aquí para mostrar que a pesar de la pobre actitud de la iglesia hacia Él, todavía el Señor tiene un sentimiento de afecto hacia ella. La sorprendente selección de este término emocional viene como una tierna e inesperada manifestación de amor hacia quienes lo merecen menos entre las siete iglesias.
Dios aplica acción disciplinada cuando sus hijos la necesitan. La disciplina puede ser en forma de reprensión («yo reprendo», elégcho) con el resultante reconocimiento de culpa. También puede manifestarse como «castigo» (paideúo). El verbo «castigar» (paideúo) significa «entrenar niños», «castigar», «corregir».
El resultado esperado por el Señor se expresa así: «Sé, pues, celoso, y arrepiéntete». «Sé celoso» (zéileue) es el presente imperativo, voz activa. El presente sugiere una acción continua («sé constantemente celoso»). Por otro lado, el verbo «arrepiéntete» (metanóeison) es el aoristo primero ingresivo, modo imperativo, voz activa de metanuéo. El aoristo imperativo sugiere acción urgente, el aspecto ingresivo del aoristo contempla el comienzo de la acción. La frase completa podría expresarse así: «Comienza a arrepentirte de inmediato y de ahí en adelante sé continuamente celoso».
3:20
«He aquí, yo estoy a la puerta y llamo» (idou hésteika epi tein thyran kal kroúo). El verbo traducido «yo estoy» (hésteika) es el perfecto indicativo, voz activa de hísteimi. que significa «colocar», «estar de pie». La frase podría traducirse: «He aquí he tomado mi posición frente a la puerta y estoy llamando». La expresión «he aquí» es una llamada de atención para contemplar algo poco común o maravilloso: ¡un Rey aguarda en espera de un mendigo!
Cristo hace dos cosas: (1) Llama (tiempo presente), con el deseo de una comunión continua; y (2) habla: «Si alguno oye mi voz». Su voz, evidentemente, expresa su deseo de entrar en una iglesia que se ha engreído y se cree tan autosuficiente que ha decidido que no necesita a Cristo. Algunos entienden que la figura de Cristo junto a la puerta apunta a la cercanía de su segunda venida. De manera que a la luz de ese acontecimiento escatológico Él llama con insistencia para tener comunión con aquel que oye su voz y abre la puerta antes que sea demasiado tarde. A quien oye su voz y abre la puerta, Cristo le ofrece lo siguiente:
l. «Entraré a él» (eisleúsomai pros auton). Obsérvese que Cristo entra en aquel que oye su voz y abre la puerta. Aquí puede reconocerse la enseñanza bíblica tocante a la responsabilidad humana. Cierto que la Biblia enseña la soberanía de Dios, pero con igual énfasis enseña la responsabilidad del hombre. Dios no toma por asalto el bastión del corazón humano. Nótese que la invitación se dirige a cada congregante de Laodicea: «Si alguno oye mi voz y abre la puerta». Esa es la condición que el Señor establece. Si eso ocurre, Cristo promete: «Entraré a él» (futuro indicativo, voz media). Cristo garantiza entrar por sí mismo en aquel que le abre la puerta.
2. «Y cenaré con él». Esta figura señala a un acto de comunión. En las tierras orientales compartir en común una comida era indicio de un lazo fuerte de afecto y comunión. La comunión que el creyente puede tener con Cristo aquí en la tierra se perfeccionará en el reino glorioso del Mesías. Allí habrá perfecta comunión con el Señor en intimidad y santidad. Obsérvese el futuro indicativo, voz activa, «cenaré». Esta promesa se cumplirá si se cumple la condición de oír su voz y abrir la puerta.
3. «Y él conmigo» (kai autos met' emou). En el reino del Mesías habrá una grandiosa cena de comunión, tal como Cristo lo anunció: «Para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel» (Lc. 22:30). Cristo presidirá la mesa de comunión en el reino como lo hizo en el aposento alto (Mt. 26:20-29) y habrá una mutua relación y disfrute personal: «cenaré con él y él conmigo». Este mutuo intercambio de camaradería describe la cercanía final de Cristo en el futuro. Debe destacarse, por último, que participar con Cristo en esa cena de comunión es un resultado de la gracia soberana de Dios. Nadie posee méritos propios para estar presente en esa gran cena. Sólo quienes han puesto su confianza en Cristo y se han acogido a su obra salvadora son declarados aptos para participar: «Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero» (Ap. 19:9).
3:21
«Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono». Esta es una gloriosa promesa. No sólo eleva al creyente de la pobreza a la riqueza, sino que le otorga el rango de realeza. El creyente tiene la expectativa de reinar junto con Cristo (véase 2 Ti. 2:1, 2a). La expresión «conmigo» (met' emoú) sugiere comunión. «En mi trono» se refiere al trono mesiánico. Los tronos orientales eran una especie de diván o sofá ancho donde el monarca se sentaba con las piernas cruzadas y en el que había espacio para más de una persona. El trono de Cristo ( «mi trono») es una referencia al trono mesiánico prometido por Dios al rey David en Segundo Samuel 7:17 (véase Lc. 1:30-33). La diferenciación entre el trono de Cristo y el trono del Padre no es sencillamente retórica. Esta provee para diferentes aspectos del programa futuro de Dios (véase 1 Co. 15:24-28) al reconocer la consumación final en la tierra del reino de Cristo a su regreso. Su trono es aquel del que Él es heredero como hijo de David (véanse Sal. 122:5; Ez. 43:7; Lc. 1:32). Él lo ha de ocupar cuando vuelva en su gloria (Lc. 1:32; Dn. 7:13, 14; Mt. 25:31 ; Hch. 2:30; He. 2:5-8; Ap. 20:4). La ocupación del trono de David por Cristo es uno de los énfasis principales del Apocalipsis desde el principio hasta el final (véase 1:5, 7; 22:16). El vencedor tendrá la dicha de sentarse con Cristo en su trono.[4]
«Así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono». El verbo «he vencido» (eníkeisa) es un aoristo histórico y enfoca la victoria de Cristo tanto en la cruz como en su resurrección. En su muerte y su resurrección, Cristo venció al pecado, a la muerte y al diablo. Su victoria fue rotunda y definitiva. «Me he sentado» (ekáthisa) también es un aoristo histórico («he tomado mi asiento»). Su obra fue perfectamente acabada y por lo tanto, ascendió al cielo, a la presencia del Padre para ser exaltado al lugar de honor (Ef. 1:20; He. 1:3; 8:1; 12:2) y sentarse con el Padre en su trono.
3:22
«El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». Con estas palabras termina el mensaje a cada una de las siete iglesias. Lo que el Espíritu dice a las iglesias, también lo dice al creyente como individuo.
Resumen y Conclusión
Los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis constituyen una unidad dentro de la estructura del libro, aunque deben interpretarse y ser comprendidos a la luz del mensaje total del Apocalipsis.
Las siete cartas son mensajes dirigidos a siete iglesias históricas que existían en el Asia Menor y en las que Juan el Apóstol tuvo un amplio ministerio. Dichas Iglesias, además, representaban siete condiciones que han existido simultáneamente en cada siglo de la historia de la Iglesia. Las cartas contienen, por lo tanto, exhortaciones, advertencias, recriminaciones y reconocimientos que pueden y deben aplicarse a las iglesias de hoy día.
No debe perderse de vista, sin embargo, que el mensaje central del Apocalipsis gira alrededor de la segunda venida de Cristo y la consumación de su reinado glorioso. Ese reinado será inaugurado personalmente por el Rey-Mesías en su segunda venida.
Antes de su venida corporal y visible, tendrá lugar el cumplimiento de la gran tribulación para la Iglesia. Esta tribulación no se identifica con los juicios escatológicos que afectarán al mundo entero (Ap. 3:10). El Señor promete librar a su Iglesia de la hora misma de la prueba—la ira de Dios. Esa liberación no será una protección a través de la ira o prueba, sino una liberación que consistirá en sacar a la Iglesia de la tierra antes que esos juicios tengan lugar, pero después de que se desate la gran tribulación. El propósito de la ira de Dios es someter a prueba al mundo incrédulo. El propósito de la gran tribulación es someter a prueba a la Iglesia. La esperanza de los redimidos es estar en la presencia del Señor y disfrutar de comunión plena con Él sin obstáculos de ninguna clase que interfieran con esa relación. El Señor promete que el vencedor se sentará con Él en su trono. Su trono tiene que ver con el dominio que Cristo ejercerá como Rey Mesías cuando regrese la segunda vez a la tierra. Él reinará como Rey de reyes y Señor de señores, exhibiendo dentro del tiempo y de la historia la plenitud de sus atributos que estuvieron velados cuando vino a este mundo la primera vez.
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Notas
[1] La frase «el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre» destaca la soberanía de Jesucristo. Cuando Él abre nadie puede cerrar y cuando cierra nadie puede abrir. El vocablo «ninguno» (oudelso) tiene función de sustantivo y significa «nadie», «ninguno en absoluto». El señorío de Cristo es uno de los temas centrales del Apocalipsis.
[2] El presente indicativo expresa aquí una acción continua y podría traducirse «te estoy aconsejando». El aoristo infinitivo que sigue completa la idea de la urgencia de la acción. Podría expresarse así: «Te estoy aconsejando que de inmediato compres de mi oro refinado en fuego». El texto refleja la inagotable gracia de Cristo.
[3] Apocalipsis 3:18 contiene una estructura gramatical a la que debe prestársele una atención especial. El sujeto de la oración es el Señor Jesucristo. El verbo principal «aconsejo» (synbouleúo) seguido de tres complementos con el verbo «comprar» (agorásai). La estructura de la oración es la siguiente: Te aconsejo (1) comprar de mí oro refinado en fuego para que seas rico; (2) [comprar] vestiduras blancas para vestirte y [para] que no se manifieste la vergüenza de tu desnudez; y (3) [comprar] colirio para ungir tus ojos para que veas. El versículo revela la inconmensurable gracia del Señor hacia una iglesia que se consideraba autosuficiente, pero que atravesaba una condición espiritual deplorable.
[4] Debe destacarse que el término «trono» no se refiere a una butaca real en el sentido físico del vocablo, sino que se refiere a «la dignidad y al poder soberano y supremo en David como rey». Cristo ocupará el trono de David no en el sentido de sentarse en la misma silla o butaca real en la que se sentó David, sino en el sentido de que poseerá la dignidad y ejercerá el poder soberano inherentes en el pacto davídico.
El capítulo 3 del Apocalipsis contiene las cartas dirigidas a Sardis, Filadelfia y Laodicea. Cada una de estas congregaciones poseía características que han perdurado y en algunos casos, han aumentado a través de los siglos. Los que creen que las siete iglesias son siete períodos o etapas de la historia de la Iglesia de principio a fin, encuentran serias dificultades a la hora de interpretar y aplicar el contenido de cada una de las cartas. Como ya se ha sugerido, es mejor entender las siete cartas en su sentido literal o histórico. Tocante a la aplicación, sin embargo, se sugiere que las siete iglesias señalan a siete condiciones que han existido simultáneamente a través de la historia de la Iglesia.
El Mensaje a la Iglesia de Sardis (3:1-6)
Comentario
3:1
«Escribe al ángel de la iglesia en Sardis». Por el siglo VI antes de Cristo, Sardis era una de las ciudades más poderosas del mundo conocido. Hasta el año 549 a.C. fue la capital del reino de Lidia. Sardis estaba estratégicamente situada de modo que sus habitantes se sentían seguros, considerando la ciudad inexpugnable al ataque de ejércitos enemigos. Sin embargo, Sardis fue capturada por los persas en el año 549 a.C., destruida por los jónicos en el año 501 a.C. y conquistada por Alejandro Magno en el año 334 a.C. Sardis llegó a ser famosa por su riqueza material. A mediados del siglo VI antes de Cristo, y bajo el liderazgo del rey Croeso, Sardis alcanzó el apogeo de su fama. El proverbio «tan rico como Croeso» se hizo famoso en el mundo antiguo. Una descripción de la ciudad reza así:
Sardis, la metrópoli de la región de Lidia, en Asia Menor, está situada cerca del monte Tmolous, entre 48 y 52 km. al este de Esmirna. Era célebre por su gran opulencia y por el voluptuoso y corrupto comportamiento de sus habitantes. Considerables ruinas dan testimonio del antiguo esplendor de la que fue célebre capital de Croeso y de los reyes de Lidia.
Sardis era, además, un centro para la adoración de la diosa Cibeles, otro nombre para la diosa Artemisa. Dicha diosa pagana era asociada con la fertilidad y era invocada por las mujeres a la hora del alumbramiento.
La ciudad de Sardis era también el punto de encuentro del sistema de caminos de la antigüedad y un centro de producción de lana y tintes. En medio de la opulencia de Sardis estaba la congregación a la que va dirigida la carta que contiene la mayor reprensión, exceptuando la de Laodicea.
«El que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas, dice esto». La expresión «el que tiene» (ho échón) es un participio presente, voz activa y sugiere acción continua además de control y dirección. «Los siete espíritus» es una referencia a la plenitud del Espíritu Santo. Dicha expresión habla de la plenitud de capacitación y de vida inherentes en el Espíritu y que están a la disposición de la iglesia de Sardis a pesar de su condición de mortandad espiritual El genitivo «de Dios» sugiere la doctrina de la procesión del Espíritu, es decir, de la relación eterna entre las tres personas de la Trinidad.
El Señor Jesucristo también tiene control sobre «las siete estrellas», es decir, los mensajeros de las iglesias (véase 1:16, 20). La mención de «las siete estrellas» apunta al hecho de que el Señor tiene control sobre las siete iglesias y las hace estrictamente responsables de responder ante una provisión espiritual tan abundante.
Su constante control no se limita a los mensajeros, representados en las estrellas, sino que se extiende a través de ellos a toda la iglesia. Él quiere asegurarse de que los candeleros en cada comunidad estén brillando tan intensamente como deben. Sardis representa una situación donde la iglesia ciertamente no emitía luz espiritual como debía hacerlo.
La iglesia de Sardis atravesaba una profunda crisis espiritual. En realidad, pudiera decirse que estaba espiritualmente muerta o agonizando. Sólo el Señor, a través del Espíritu Santo, podía reavivar aquella congregación y sacarla de su letargo y decadencia.
«Yo conozco tus obras». Esta frase apunta a la omnisciencia del Señor. Él tiene un conocimiento absoluto y perfecto de todas las cosas. Nada (pasado, presente o futuro) se esconde de Él.
«Que tienes nombre de que vives, y estás muerto». Es probable que esta declaración refleje la condición misma de los habitantes de Sardis. Cuando el Apocalipsis se escribió ya la gloria y la fama de la ciudad de Sardis habían pasado a la historia. Es probable que los habitantes de aquella ciudad continuaran manteniendo el orgullo de la gloria pasada sin tomar en cuenta de que vivían en una situación diferente.
El Señor pronuncia una cuádruple acusación contra la congregación de Sardis:
l. En primer lugar, Sardis tenía una falsa reputacíón de vida. Un «nombre de que vives» sugiere que quienes contemplaban la congregación de Sardis deducían que era una congregación cuyos signos vitales eran aceptables. Tal vez, era una asamblea que vibraba con actividades, predicaciones, programas y conferencias, pero en lo que concernía a Cristo estaba tan muerta como un cementerio. La realidad en Sardis era más bien de muerte espiritual no en el sentido de aniquilación o de cese de la existencia, sino de un estado de impotencia, incapacidad e inhabilitación. La frase es enfática en el texto griego: «Que un nombre tienes de que vives, pero muerto estás». La congregación de Sardis sólo vivía en apariencia, pero en realidad, en lo que a Dios se refiere, estaba muerta.
2. La segunda acusación contra Sardis es: «No he hallado tus obras perfectas delante de Dios» (3:2). Obsérvese el tiempo perfecto del verbo hallar. El Señor ha buscado pero «no ha hallado» las obras de los creyentes de Sardis «perfectas» (plepleroména). El vocablo «perfectas» es el participio perfecto, voz pasiva con función de predicado del verbo pleróo, que significa «llenar», «cumplir», «ser llenado». La idea es que sus obras no se conformaban con el criterio de Dios. Las obras de los creyentes de Sardis estaban faltas de aprobación divina porque, evidentemente, no eran generadas por una fe genuina. Lo que se reprocha no es la cantidad sino la calidad de las obras de aquella congregación.
3. La tercera acusación tiene que ver con la debilidad intrínseca de la vida espiritual de la congregación. El Señor manda que la congregación afirme «las otras cosas que están para morir» (3:2). Incluso el más leve vestigio de vida que quedaba en Sardis estaba a punto de morir. Los valores que aún permanecían continuaban declinando cuando Jesús pronunció este mandamiento. Los tiempos verbales los describen como algo que estaba a punto de morir en el pasado y continuaba el proceso hasta el presente, con la inminente posibilidad de perder la última señal de vida.
4. Por último, el Señor acusa a la congregación de tener sólo «unas pocas personas... que no han manchado sus vestiduras». Lo terrible del caso es que sólo una ínfima minoría de los creyentes de Sardis llevaban una vida de separación del paganismo y del mundo. La iglesia tenía una reputación de estar viva (v. l), pero sólo algunos de sus miembros vivían en consonancia con esa reputación. La mayoría de sus miembros era una contradicción de lo que ellos como iglesia pretendían ser.
3:2, 3a
Estos versículos contienen una quíntuple exhortación de parte del Señor para la asamblea de Sardis y para todos los creyentes, incluso a los de hoy día. Es importante observar los tiempos verbales en cada exhortación. De ellos es posible derivar el énfasis que el Señor da a cada acción que los creyentes debían emprender.
l. «Sé vigilante» (gínou gregorón). En esta primera exhortación, el Señor combina un presente imperativo, voz media, con un participio presente, voz activa. Esta combinación verbal produce un imperativo perifrástico. La idea es: «Por vuestro propio bien, volveos vigilantes» o «demostrad por vosotros mismos ser vigilantes». La exhortación es a que despierten de su anestesia espiritual y continúen vigilando. Tal vez la mencionada exhortación tenga una connotación histórica. Las veces que los habitantes de Sardis sucumbieron bajo sus enemigos se debió principalmente al descuido de sus guardias. La situación geográfica privilegiada de la ciudad hizo que sus vigilantes descuidaran sus responsabilidades. Fue así que Sardis cayó en poder de Ciro el Grande en el año 549 a.C. y posteriormente en manos de Antíoco el Grande en el año 195 a.C. Del mismo modo, tanto los creyentes de Sardis como los de hoy, cometen el grave error de dejar de vigilar al enemigo. Tal actitud puede producir calamidad espiritual lamentable. Una vigilancia constante de los enemigos que asedian al creyente es el mejor antídoto para la seguridad espiritual.
2. «Y afirma las otras cosas que están para morir». El verbo «afirma» (stéirison) es el aoristo imperativo, voz activa de steirídso, que significa «hacer firme», «fortalecer». Esta forma verbal sugiere la urgencia de La acción. Los creyentes de Sardis debían actuar de manera decidida y con toda urgencia. «Las otras cosas» (ta loipá), mejor «las cosas que restan», pudiera parafrasearse como «aquello que sobrevive». En el texto griego es un plural neutro que contempla de manera colectiva tanto a cosas como a individuos que dentro de la comunidad cristiana de Sardis pudieran retener trazas de verdadera piedad. Las referidas cosas o individuos habían estado a punto de morir en el pasado y continuaban a la deriva, corriendo el peligro de languidecer por completo como el cuerpo que es invadido por una enfermedad o la planta que es atacada por una plaga.
Las dos exhortaciones anteriores se deben a que el Señor ha escudriñado las obras de los creyentes de Sardis y no las ha hallado perfectas delante de Él. Evidentemente, las obras de aquellos creyentes no eran producto de la fe, sino de la carne y por lo tanto, no contenían la calidad que agrada a Dios.
3:3
3. «Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído». Esta es la tercera exhortación. El verbo «acuérdate» (mneimónene) es el presente imperativo, voz activa. El presente sugiere una acción continua: «continúa recordando». El texto griego dice literalmente: «recuerda, por lo tanto, cómo has recibido y oído». La exhortación es, sin duda, un llamado a persistir en lo fundamental. Los creyentes de Sardis habían recibido el evangelio por la fe, pero no habían persistido en desarrollarse espiritualmente por la fe. Ese descuido había producido el olvido de la necesidad de mantener una relación personal con el Señor (véanse Ro. 10:17; 1 Co. 4:7: Gá. 5:7; Col. 2:6). Los verbos «has recibido» (eíleiphas) y «oído» (eíkousas) deben observarse cuidadosamente. El primero es un tiempo perfecto y sugiere una acción completa con resultados perdurables. El segundo es un aoristo indicativo que señala al acontecimiento histórico cuando los creyentes de Sardis oyeron el evangelio que generó en sus vidas la fe que depositaron en Cristo. El creyente ha recibido el regalo de la salvación por la fe en Cristo y el sello de la presencia del Espíritu Santo sobre la misma base. Recordar constantemente tanto el regalo de la gracia recibido por la fe en Cristo como las instrucciones recibidas tocante a la práctica de la fe, debe ser una asignatura prioritaria en la vida de todo creyente.
4. «Y guárdalo» es el presente imperativo, voz activa de teiréo, que significa «guardar», «vigilar», «mantener». El tiempo presente sugiere acción continua: «sigue guardando». La referencia parece ser a las cosas o personas que aún estaban vivas en Sardis. Es decir, «cosas» de valor espiritual y «personas» con sensibilidad e inclinación hacia las cosas de Dios. Ese testimonio debía persistir si se quería evitar el juicio de Dios.
5. «Y arrepiéntete». Este verbo es el aoristo imperativo, voz activa, y sugiere la realización de una acción urgente. Equivale a decir: «arrepiéntete de inmediato». El verbo «arrepentirse» (metanoéo) significa un cambio de manera de pensar acompañado de un cambio de comportamiento. Los creyentes de Sardis tenían la necesidad urgente de arrepentirse de la manera como habían utilizado la riqueza espiritual que habían recibido a través del evangelio de la gracia y la instrucción de la Palabra. El arrepentimiento al que se les llama no era un simple reconocimiento de que estaban haciendo mal, sino a llevar a cabo un cambio de rumbo que los acercara a Dios.
3:3b
«Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti». Con esas solemnes palabras, el Señor advierte a la congregación de Sardis del peligro al que se abocaban. La expresión «si no velas» es una condicional de tercera clase en la que se usa el modo subjuntivo que contempla la condición como posible. La cláusula contiene una seria advertencia a los lectores. La advertencia pudiera parafrasearse así: «Por lo tanto, si verdaderamente no te despiertas de inmediato, vendré como un ladrón, y no serás capaz de reconocer qué clase de hora será cuando vendré a ti». El estupor espiritual los haría insensibles al obrar de Dios.
«Vendré sobre ti como ladrón». El texto griego dice: «Vendré como ladrón». Esta expresión denota sorpresa. Este símil se usa repetidas veces en el Nuevo Testamento con referencia a la segunda venida de Cristo (véanse Mt. 24:43; Lc. 12:39; 1 Ts. 5:2; 2 P. 3:10; Ap. 16:15). La advertencia es sumamente enfática, como lo indica la frase siguiente: «Y no sabrás a qué hora vendré sobre ti».
«No» es enfático en el texto griego, ya que se usa la doble negativa ou mei, que significa «nunca, «jamás», «en manera alguna». El verbo «sabrás» es el aoristo subjuntivo que al ir precedido de la doble negativa destaca de manera enfática que algo no va a ocurrir. La frase pudiera expresarse así: «Vendré como ladrón y jamás sabrás qué clase de hora será». Quienes están desprovistos de vida espiritual por no haber sido fieles al Señor Jesucristo serán rotundamente sorprendidos por la segunda venida de Cristo. La referencia parece ser a un juicio especial sobre la iglesia de Sardis, pero también a la segunda venida judicial y gloriosa de Jesucristo. Esta tomará por sorpresa a los inicuos que han rechazado a Cristo como Salvador, ya sea o no que estén dentro de una congregación local como la de Sardis.
3:4a
«Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras». «Pero» (alla) destaca un contraste fuerte con lo dicho anteriormente. Cierto que era una minoría, pero había un remanente fiel de Sardis que no había contaminado sus vestiduras, es decir, andaba en santidad delante del Señor. El lenguaje hace recordar la inscripción hallada en el Asia Menor, proclamando que las vestiduras manchadas descalificaban al adorador y deshonraban al dios. Pero el mérito del remanente fiel de Sardis era que en los días de contaminación general éste se había mantenido puro. Muy poco se conoce de la historia de la iglesia de Sardis, pero durante la segunda mitad del siglo segundo hubo un hombre conocido como Melitón, obispo de Sardis, que sobresalió en todo el Asia Menor como un dedicado siervo de Dios. Melitón se distinguió también como teólogo y escritor brillante. Su influencia es reconocida por el historiador Eusebio de Cesarea y por Tertuliano, quien lo admiró por su genio elegante y elocuente. Sin duda, Melitón, aunque vivió después que el Apocalipsis se escribió, puede clasificarse como alguien de Sardis que no manchó sus vestiduras.
3:4b
Comenzando en la mitad del versículo 4, hay una lista de tres promesas concretas que el Señor hace al remanente fiel de Sardis.
(1) «Y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas». El verbo «andarán» o «caminarán» es el futuro indicativo, voz activa y sugiere una realidad que tendrá su seguro cumplimiento. La frase expresa comunión íntima y personal («conmigo»). La expresión «en vestiduras blancas» habla de la pureza y la santidad que Dios exige para que alguien entre en su presencia. Debido al rechazo de contaminar sus vestiduras mientras se hallaban bajo gran presión cultural, Cristo sustituirá sus vestidos humanos no manchados con otros que son blancos por criterio divino. El remanente fiel experimentará la perpetuidad de su antigua vida de separación terrenal y de comunión con el Señor, y andará en perfecta comunión con Cristo en su reino. La anticipación de vestir tales vestidos y disfrutar de la compañía personal de Cristo proporciona un amplio incentivo para la fidelidad continua de los pocos de Sardis que se mantenían firmes frente al oleaje de apatía que se había apoderado de la mayoría de la iglesia.
«Porque son dignas». Esta frase no se refiere a dignidad absoluta. Todo ser humano es indigno de las bendiciones de Dios. Hay, sin embargo, una dignidad relativa que se atribuye a los santos en Cristo (véanse Lc. 20:35; Ef. 4:1; Fil. 1:27; Col. 1:10; 1 Ts. 2:12; 2 Ts. 1:5). El creyente no posee méritos personales que lo capaciten para agradar a Dios por sí mismo. El cristiano tiene que apelar a los méritos de Cristo puesto que sólo Él es digno delante del Padre celestial.
3:5a
«El que venciere será vestido de vestiduras blancas». Esto podría ser una repetición por razón de énfasis o una ampliación de la promesa del versículo 4. El vencedor será revestido de vestiduras blancas como una exhibición de festividad (Ec. 9:8) y de victoria final (Ap. 7:14; 19:14). Es, además, un galardón adecuado para quienes rechazaron la corrupción de Sardis y un reconocimiento público de fidelidad a Cristo.
3:5b
«Y no borraré su nombre del libro de la vida». Al parecer, el Señor no cree en la falacia moderna de que los nombres que han sido escritos en el libro de la vida de ninguna manera pueden borrarse de allí (véase Ex. 32:33; 22:19). La parte de un creyente puede ser quitada de la ciudad santa y de las bendiciones escritas en el libro de Apocalipsis (Ap. 22:19), si comete apostasía y se aparta del Señor para retornar al mundo (Pr. 26:11; 2 P. 2:22). No importa cuánto vaya esto en contra de la corriente de los que enseñan que la salvación no puede perderse, ni las promesas ni las advertencias del Señor son vana palabrería. «Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?» (Nm. 3:19).
Esta solemne declaración—«y no borraré su nombre del libro de la vida»—expresa la segunda promesa del Señor al remanente fiel de Sardis. La promesa es enfática. El vocablo «no» es la traducción de la doble negación ou mei que puede traducirse como «nunca», «jamás», «de ninguna manera». El verbo «borraré» (exaleípso) es el futuro indicativo, voz activa de exaleípho, que significa «eliminar», «borrar». En los tiempos antiguos, los nombres de quienes morían físicamente eran borrados de las listas o registros de las ciudades. Las autoridades sólo mantenían en el padrón a ciudadanos vivos. De la misma manera en el libro de la vida sólo permanecen inscritos los nombres de quienes tienen vida espiritual en el presente. Nótese que el haber puesto la fe y confianza en la persona de Jesucristo en algún momento del pasado no es suficiente para permanecer inscrito en el libro de la vida. El creyente en Cristo tiene la absoluta garantía de la salvación eterna sólo si permanece fiel y en comunión con Señor. A sus fieles—los vencedores— el Señor les promete: «Y no borraré su nombre del libro de la vida».
Hay una tercera promesa del Señor al remanente fiel: «Y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles». El verbo «confesaré» (homologéiso) es el futuro indicativo, voz activa de homologéo, que significa «confesar», «reconocer», «estar de acuerdo». El Señor Jesucristo dijo: «A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos» (Mt. 10:32). Es probable que, presionados por el ambiente religioso-cultural, muchos en Sardis se avergonzaban de dar testimonio de su fe en Cristo. Al remanente fiel que no temía exaltar a Cristo, el Señor le promete que le confesará en el cielo: «Delante de mi Padre, y delante de sus ángeles». La confesión debe significar el reconocimiento de que pertenecen a Cristo y por lo tanto, han sido hecho aptos para participar de su gloria eterna (Col. 1:12).
3:6
Al igual que en las cartas anteriores, el Señor hace un solemne llamado al individuo: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». En última instancia, la responsabilidad es siempre personal. Una congregación nunca será mejor de lo que lo sean los miembros que la componen. El Espíritu habla a las iglesias a través del apóstol, pero el mensaje es personal para cada uno de los componentes de la asamblea y para nosotros hoy día.
Resumen
La iglesia de Sardis era culpable de una sorprendente aridez espiritual. Al parecer, la congregación había caído en la complacencia personal y había abandonado la responsabilidad de testificar de Cristo. La asamblea había estado languideciendo por varios años, tal vez décadas. Se asemejaba a una lámpara a punto de terminársele el combustible y por lo tanto, «estaba para morir».
La mayoría de los miembros profesaban ser cristianos, pero no había vida espiritual genuina si no en unos pocos. Este remanente, aunque pequeño, era fiel al Señor todavía. A quienes sólo profesaban ser cristianos, el Señor les advierte de las consecuencias de permanecer en la condición en la que se encontraban y les conmina a actuar con prontitud.
El remanente fiel, por el contrario, recibe promesas maravillosas: (1) Serán vestidos con vestiduras blancas (símbolo de la condición perpetua de santidad); (2) andarán con el Señor (descripción de una comunión eterna con Cristo); (3) sus nombres no serán borrados del libro de la vida (confirmación de la salvación eterna que recibieron por la fe en Cristo); y (4) sus nombres serán confesados delante del Padre y de los ángeles (reconocimiento de la fidelidad y el servicio desplegados para el Señor en situaciones difíciles).
Las iglesias de hoy día y los cristianos como individuos deben prestar oído al mensaje del Señor a la iglesia de Sardis. Hoy, como entonces, las iglesias necesitan ser vigilantes y fortalecer las cosas que quedan. Es necesario advertir que no sirve tener el nombre inscrito en el libro o registro de una iglesia aquí en la tierra. Lo únicamente importante es tener la certeza de que, por la fe en la persona del Señor Jesucristo y nuestra comunión con Él, nuestro nombre no sólo ha sido inscrito en el libro de la vida en el cielo, si no que no será borrado de él.
El Mensaje a la Iglesia de Filadelfia (3:7-13)
Comentario
3:7a
«Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia». La ciudad de Filadelfia estaba ubicada en el valle del río Cógamo, cerca del paso que conduce a la principal ruta de comercio desde el río Meander al valle del Hermus, una amplia planicie junto al monte Tmolo. Fue fundada por el rey Attalo II en el año 189 a.C. De modo que cuando el Apocalipsis se escribió, Filadelfia era una ciudad relativamente joven. Situada a unos 56 km. al este de Sardis y a 158 de Esmirna, esta ciudad era víctima de constantes y devastadores terremotos.
El nombre Filadelfia significa «amor fraternal» en honor a su fundador, Attalo II, quien había recibido ese epíteto debido a que mantenía una relación muy estrecha con su hermano Eumenes II, rey de Lidia. La Filadelfia del Nuevo Testamento fue reedificada por el emperador Tiberio después de haber sido destruida por uno de los frecuentes terremotos que la azotaron. Aunque la ciudad permaneció relativamente pequeña, en el siglo primero adquirió importancia por su gran actividad comercial. Por la magnificencia de sus edificios públicos y sus templos, llegó a ser conocida como «la pequeña Atenas».
No se sabe ni cuándo ni cómo comenzó la iglesia cristiana en aquella ciudad. Se especula que, al igual que otras congregaciones en la región, su comienzo se debió al esfuerzo misionero de la iglesia de Éfeso, particularmente durante los tres años del ministerio de Pablo en aquella ciudad. Hoy día, la ciudad de Filadelfia existe con el nombre de Allah-Shehr, es decir, «la ciudad de Dios». A pesar de la persecución de los turcos, la Iglesia Ortodoxa Griega ha logrado mantener activa allí una congregación hasta hoy día.
3:7b
«Esto dice el Santo, el Verdadero». Esta frase expresa dos atributos personales de Cristo. El Señor Jesucristo es «el Santo» (ho hágíos) en el sentido más absoluto de la palabra. El sustantivo hágíos significa «separado», «apartado». El uso del artículo determinado destaca la identificación de la persona: Él es el Santo (véanse Is. 6:3; 43:3, 14, 15; 45:11; 40:25; Hch. 2:27). En contraste con la santidad superficial de los judaizantes (3:9) se levanta la absoluta santidad de Jesucristo.
«El Verdadero» (ho aleíthinós) en el sentido de ser genuino. Cristo es la perfecta realización del ideal divino en contraste con el falso sustituto de los legalistas. Cuando somos confrontados por Cristo, nos enfrentamos no a la sombra de un bosquejo de la verdad, sino con la verdad misma».
«El que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre». Cristo es el Mesías heredero del trono de David. Repetidas veces en el Nuevo Testamento se presenta a Cristo como la simiente de David (Mt. 1:1; 21:9; Ro. 1:3; 2 Ti. 2:7; Ap. 5:5; 22:16). Como el Rey-Mesías, Cristo tiene control absoluto e indiscutible mayordomía sobre su reino. «La llave» era llevada sobre los hombros para demostrar que quien la llevaba poseía absoluta autoridad en la administración de las bendiciones y las posesiones (Is. 22:22-25). Él es «el que abre» porque es el único capaz y digno de dar entrada. Él es «el que cierra», porque sólo Él puede excluir de su dominio.[1] La expresión «de David» sugiere el reino mesiánico, es decir, el reinado de gloria y paz que el Mesías inaugurará cuando venga la segunda vez a la tierra. Cristo posee autoridad davídica genuina en contraste con los miserables impostores judaicos quienes se vanagloriaban de excomulgar a los verdaderos creyentes de todas las bendiciones (3:9). Cristo, por el contrario, quien en su humanidad resucitada sigue siendo el verdadero heredero davídico (2 Ti. 2:8), abre de par en par las puertas del reino milenial a los humildes creyentes que han confiado en Él como su único y suficiente Salvador.
3:8
«Yo conozco tus obras». Se refiere al conocimiento íntimo y sobrenatural del Señor. La frase expresa una declaración general sin especificar a qué obras se refiere. No se menciona ninguna crítica, aunque las obras están expuestas a la omnisciencia del Señor. Es importante recordar que, si bien es verdad que las obras no son la acumulación de méritos para la salvación, sí guardan relación con las bendiciones terrenales y con los galardones que Dios dará a los redimidos.
«He puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar». El verbo «he puesto» (dédóka) es el perfecto indicativo, voz activa de dídómi, que significa «yo doy». El perfecto sugiere una acción completada con resultados perdurables. El texto dice literalmente: «Yo he dado». Dicha expresión señala a un regalo de la gracia del Señor. Equivale a decir: «He derramado un don permanente». La calidad de las obras de los creyentes de Filadelfia fue premiada por la gracia divina mediante la aprobación para mayores oportunidades.
El regalo del Señor a los de Filadelfia consistía en: «Una puerta que ha sido abierta y que permanece abierta». La puerta abierta tiene que ver con la oportunidad para predicar el evangelio a pesar de la oposición de los enemigos de la fe cristiana o quizá con la amplia entrada en el reino del Mesías. La puerta tenía que ser abierta sobrenaturalmente por Cristo, debido a que la oposición satánica intentaba cerrarla de inmediato. Satanás usa agentes inicuos (1 Co. 16:9); la prisión (Col. 4:3); maquinaciones (2:2, 11, 12); y a los mismos demonios para intentar apagar la llama del testimonio cristiano (Ef. 6:12, 13). Los cristianos de Filadelfia podían aprovechar la puerta abierta llevando el evangelio a las regiones de Misia, Lidia y Frigia. La iglesia cristiana hoy día puede llevar el mensaje a todos los rincones de la tierra haciendo uso adecuado de las oportunidades y los medios modernos que Dios ha provisto. Quizá lo que está ausente hoy en muchas congregaciones es el celo evangelístico y la visión misionera. El Señor da tres razones en cuanto al por qué la iglesia de Filadelfia es digna de reconocimiento:
3:9
l. «Tienes poca fuerza». En la superficie esta frase podría tomarse como una crítica, pero el entorno del pasaje parece indicar que es una demostración de aprecio. Es probable que la congregación tuviese poca influencia entre los ciudadanos de Filadelfia, pero sus obras eran irreprensibles. Tal vez los creyentes de Filadelfia pertenecían a la clase proletaria, sin poder político ni económico, pero guardaban un excelente testimonio.
2. «Has guardado mi palabra». El verbo «has guardado» (etefreisás) es el aoristo primero, modo indicativo, voz activa de teiréo. El aoristo contempla el hecho histórico y el modo indicativo destaca la realidad del hecho. Los creyentes de Filadelfia habían demostrado lealtad hacia la Palabra de Dios a pesar de las dificultades. Las circunstancias no les habían hecho alterar el contenido del mensaje.
3. «Y no has negado mi nombre». El verbo «has negado» (eirnéiso) es el aoristo indicativo, voz media de arnéomai. El aoristo se refiere a un momento concreto en el pasado cuando, probablemente, los creyentes de Filadelfia fueron conminados a negar su relación con Cristo. En una situación específica de prueba, los cristianos de Filadelfia se mantuvieron firmes y fieles en sus convicciones.
«He aquí, yo entrego de la sinagoga de Satanás a los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten». La expresión «he aquí» (idou) se usa para llamar la atención a la acción divina contra los judaizantes que perseguían a los cristianos. «Yo entrego» (dido), mejor «yo doy». Este verbo describe la sorprendente sujeción de los incorregibles opositores judaizantes por la gracia soberana de Dios. Quienes antes eran blasfemos (2:9) ahora han sido doblegados (3:9). El verdadero judío no sólo lo es físicamente, sino que debe serlo también espiritualmente (Ro. 2:28, 29). El judío genuino es aquel que tiene la fe de Abraham. El verdadero hijo de Abraham no persigue ni al Mesías ni a sus seguidores (Jn. 8:39-47).
«He aquí, yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado». Los judíos perseguidores de los cristianos tendrían que hacer algo que, en realidad, ellos repudiaban: Rendir homenaje a los gentiles. Obsérvese, sin embargo, que lo hacen por intervención divina: «He aquí» (idou) aparece por tercera vez (vv. 8-9) como llamada de atención de algo que Dios hace. «Yo haré que vengan y se postren a tus pies» es un cuadro que presenta al enemigo inclinándose delante de su conquistador (véanse Éx. 11:8; Is. 49:23; 60:14). El Señor no dice cuándo ocurrirá que los judíos adoren a los pies de los cristianos y reconozcan que les ha amado. Es de suponer que tal acontecimiento ocurra con la conversión de los judíos a la fe cristiana y, por lo tanto, cuando vengan a formar parte de la Iglesia, el cuerpo de Cristo. Es ahora, en este tiempo, cuando el judío es enseñado por los gentiles cómo acercarse a Dios. En el reino glorioso del Mesías, cuando Israel sea restaurada a su lugar de privilegio, será el judío quien enseñará al gentil (Is. 60:1-16).
«Y reconozcan que yo te he amado». El judío daba por sentado que Dios no podía amar a los gentiles. Creía que Dios era sólo Dios de los judíos. Los gentiles eran pecadores y por lo tanto, indignos del amor de Dios. «Reconozcan» es el segundo aoristo subjuntivo, voz activa de ginósko, que significa «conocer por experiencia». El tiempo aoristo destaca el acontecimiento histórico. El modo subjuntivo realiza una función de futuro. En el Nuevo Testamento el subjuntivo se usa con mayor frecuencia que el futuro indicativo. Aquí es una continuación de la cláusula de propósito que comienza con el «que» (hína) que aparece en el medio del versículo 9 («que vengan»). El judío que ha perseguido y blasfemado a los cristianos aquí en la tierra, un día tendrá que reconocer que el Señor «ha amado» al gentil (Ap. 1:5).
3:10
«Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia». El Señor reconoce y congratula a los creyentes de Filadelfia por haber sido fieles en medio de las pruebas y dificultades. El verbo «has guardado» (etéireisas) es el aoristo indicativo, voz activa («guardaste»), que apunta a una situación histórica concreta. El sustantivo «paciencia» (hypomoneis) significa resistencia», «aguante» y describe a quien no claudica cuando está en medio del fuego de la prueba.
La promesa del Señor se expresa así: «Yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero». La importancia del contenido de esta promesa no debe ser minimizada. Su comprensión tiene que tomar en cuenta una adecuada exégesis del texto que conduzca a una hermenéutica congruente con el pasaje en particular y con el argumento del mismo libro de Apocalipsis.
El texto castellano de la Reina-Valera 1960 no destaca el énfasis del «yo también» (kagó). Su uso aquí sugiere reciprocidad y su traducción sería: «yo también por mi parte». En el contexto de Apocalipsis 3:10 se podría expresar así: «Porque has guardado la palabra de mi paciencia, yo, a su vez, te guardaré». Ahora bien, la promesa del Señor se extiende a «la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero». ¿Qué significa esa frase? La respuesta a esa pregunta es de vital importancia.
El texto declara que esta «hora de la prueba» tiene como propósito probar al mundo entero, o «probar a los que moran sobre la tierra». Esta frase se usa once veces en nueve versículos en Apocalipsis (3:10, 6:10, 8:13, 11:10, 13:8, 12, 14; 14:6; 17:8). Una definición preliminar es que la frase «los que moran sobre la tierra» designa a los incrédulos persistentes: los del mundo, de ahí, el mundo entero. Es decir, la prueba referida en el pasaje no está diseñada para la Iglesia sino, evidentemente, para el mundo inicuo.
Según el Señor Jesucristo en Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21, existen dos «horas de la prueba» en los últimos días. La primera es la llamada «gran tribulación», la cual es la persecución que sufrirán los creyentes santos del Señor a manos del Anticristo. En Mateo 24:9, 21 el Señor explícitamente se dirige a sus escogidos advirtiéndoles dos veces que serán entregados a tribulación por cause de su nombre. La segunda hora de la prueba va dirigida contra «el mundo entero» o «los que moran sobre la tierra». Esta última prueba la sufrirán, como el texto claramente lo indica, los incrédulos y reprobados del mundo.
Una interpretación normal del pasaje conduce a la conclusión de que «la hora de la prueba» (teis hóras toú peirasmoa) se refiere a ese periodo de juicio que precede al establecimiento del reino mesiánico. Dicho período se menciona en Daniel l2, Mateo 24, Marcos 13, Lucas 21 y 2 Tesalonicenses 2, y abarca los capítulos 8 al l9 del Apocalipsis. La hora de la prueba se refiere, sin duda, al juicio de Dios sobre el mundo impío por las siguientes razones:
1 . Afectará al mundo entero. El texto dice: «Que ha de venir sobre el mundo entero». Es decir, actuará sobre toda la tierra habitada. Este juicio divino será universal. Afectará a todos los seres humanos sin Dios sobre la tierra y será un período único, como lo fue el diluvio en los tiempos de Noé.
2. Dicho juicio tiene como propósito «probar a los que moran sobre la tierra». El verbo «probar» (peirásai) es el aoristo primero, modo infinitivo, voz activa de peirádso, y sugiere propósito. La expresión «los que moran sobre la tierra», como ya lo dijimos, es una frase cliché usada en el Apocalipsis repetidas veces (véase Ap. 6:10; 8:13; 11:10; 12:12; 14:6) y se refiere a los que no poseen ciudadanía celestial. Sus hogares, corazones, honor, ilusiones y esperanza están totalmente centrados en la tierra. Éstos constituyen una clase particular de gente que sufrirán la ira divina.
No sabemos de qué manera se cumplió esta promesa en la iglesia de Filadelfia, pero de una cosa si estamos seguros: ellos no fueron removidos del mundo en un arrebatamiento pretribulacional. La promesa de ser exentos del juicio divino debió de servir de aliento y consuelo a los creyentes de Filadelfia como lo fue para los israelitas en Egipto a las puertas del éxodo. Como aquellos israelitas fueron librados del juicio de Dios en forma de plagas que asolaban a los egipcios, así los hermanos de la iglesia de Filadelfia fueron librados del juicio de Dios que vino sobre los incrédulos en su tiempo. Ellos habían guardado la palabra de la paciencia del Señor, habían sido fieles en su compromiso cristiano.
La única vez que aparece en el Nuevo Testamento una frase similar es en Juan 17:15: «No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal». En este versículo el Señor pide que sus discípulos sean guardados fuera del alcance de la extensa influencia del enemigo. Él no pide que sean removidos del tierra en una arrebatamiento pretribulacional: «No ruego que los quites del mundo», sino que sean librados de los asaltos del maligno, que sean librados de reposar o dormirse dentro de su dominio. Cristo no pide que sean removidos de la escena de la actividad satánica sino que sean guardados estando en ella.
En resumen, Apocalipsis 3:10 enseña que habrá un período de juicio divino que es aún futuro que el texto llama «la hora de la prueba». Este juicio no será local, sino que afectará al mundo entero. Además, dicho juicio tiene como objeto primordial «probar a los moradores de la tierra». La frase «los moradores de la tierra» tiene una connotación espiritual. Se refiere a personas que están tan arraigadas en cuestiones terrenales que no tienen ningún interés en la venida de Cristo y, por lo tanto, son objeto de la ira de Dios.
El texto no enseña que la Iglesia será librada de la gran tribulación, que es la persecución que esta sufrirá a manos del Anticristo. El tema de la epístola es el la ira de Dios, no la gran tribulación: estos son dos temas diferentes. La Iglesia será removida antes que los juicios correspondientes a la ira de Dios tengan su comienzo, pero no antes de la gran tribulación. La gran tribulación es la persecución de los creyentes a manos del Anticristo, el juicio de Dios— que en esta epístola se le llama «la hora de la prueba»—es el derramamiento de su ira contenida en las trompetas y las copas descritas en Apocalipsis en los capítulos 8 al 19. La gran tribulación será acortada por la venida del Señor por sus escogidos—el arrebatamiento—y entonces la ira de Dios será derramada sobre el mundo incrédulo.
El amplio alcance de esta promesa significaba que los cristianos filadelfianos triunfarían no sólo sobre la burla y las intrigas de sus inmediatos adversarios judíos, sino también sobre los más amplios enemigos paganos. Debido a que este período de tribulación precederá inmediatamente la venida del Señor a la tierra con poder y gran gloria (Mt. 24:29, 30), y debido a que la generación a la que Juan escribió estas palabras hace mucho tiempo que desapareció, la representación de Filadelfia no sólo de las otras seis iglesias del Asia, sino también de la Iglesia universal a través de la era presente es evidente: estamos sujetos a la tribulación en el mundo, pero tenemos la promesa de que seremos salvos de la ira de Dios (Ro. 5:9; 1 Ts. 5:9).
3:11
«He aquí, yo vengo pronto». En el texto griego sólo dice: «Vengo pronto». La misma frase aparece en Apocalipsis 2:16; 22:7, 12, 20 (véase también 1:7). El tiempo presente del verbo y el adverbio tachy («pronto») sugieren un acontecimiento rápido e inesperado, no necesariamente inmediato. La declaración tiene que ver con el suceso del rapto de la Iglesia y al igual que en 2:25, constituye una exhortación a asirse de la esperanza que es propia del cristiano. La verdadera iglesia tiene que resistir la gran tribulación hasta el día del rapto, mientras que la falsa iglesia tiene que sufrir los juicios de la ira de Dios.
«Retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona». Lo que tenemos ahora constituye nuestra corona en el futuro. Pablo escribió: «Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida?» (1 Ts. 2:19). El cristiano puede perder su galardón. «La corona» (stéphanon) era un collar de laurel que se entregaba al vencedor. «Para que ninguno tome tu corona». Esta frase no sugiere que la corona o galardón podía ser robado, sino que se podía perder legalmente como el atleta que llega a la meta pero es descalificado por haber quebrantado alguna norma de la competencia. Los creyentes de Filadelfia igual que los de hoy día son exhortados a «asirse firmemente» (krátei) de las riquezas espirituales que Dios ha derramado sobre ellos hasta el día en que estén en la presencia del Señor.
3:12
«Al que venciere», es decir, «el vencedor» no a todo aquel que ha nacido de nuevo por la fe en Cristo. «Yo le haré columna en el templo de mi Dios». El sustantivo «columna» (stylon) o «pilar» sugiere estabilidad y permanencia. Un candelero puede ser removido de su lugar, pero un pilar no. «En el templo de mi Dios», mejor «en el santuario de mi Dios». La preposición «en» sugiere un lugar dentro del santuario y del lugar santísimo, no afuera como parte del pórtico o de la entrada (véase como contraste 1 R. 7:21). «Y nunca más saldrá de allí». Esta frase es enfática. «Nunca» es la doble negativa ou mei, que significa «jamás», «bajo ninguna circunstancia». El creyente no tendrá ningún deseo de salir de la presencia de Dios, tal como una columna no desea abandonar el edificio donde está colocada. ¡No habrá más separación! (Ro. 8:35-39).
«Y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo». Obsérvese la triple repetición del sustantivo «nombre» (ónoma) que aquí sugiere identificación y pertenencia. También se repite tres veces la expresión «mi Dios» (tou theou mou), que destaca identificación en una relación única con Cristo, y porque el creyente está «en Cristo» puede disfrutar de esa relación. El texto sugiere tres cosas nuevas de las que el cristiano podrá disfrutar:
1. Un nuevo concepto de Dios: «Escribiré sobre él el nombre de mi Dios», es decir, todo lo que el nombre de Dios representa, como es conocido por Cristo, será nuestro. Dios el Creador con relación a la nueva creación (2 Co. 5:17; Ap. 21:5-7).
2. Una nueva ciudadanía: «Y el nombre de la ciudad de mi Dios». La nueva comunidad a la que el cristiano pertenece está en el cielo (véanse Fil. 3:20; He. 12:1 8-24; Gá. 4:21-31 ; Ap. 21:1). La sede de nuestra ciudadanía existe a causa de las cosas que están en el cielo. «La nueva Jerusalén» contrasta con la Jerusalén terrenal. El calificativo «nueva» no forma parte del nombre propio Nueva Jerusalén. El vocablo «nueva» (kaineis) significa «fresca», «flamante», a diferencia de la vieja y desgastada Jerusalén terrenal. «La cual desciende del cielo» en bendición y soberanía. «De mi Dios», es decir, de su originador y creador. Todos los privilegios celestiales de la ciudadanía representados por el nombre que es otorgado como un acto de gracia serán nuestros.
3. Una nueva comunión con Cristo en su venida consumadora: «y mi nombre nuevo» que aún no ha sido revelado. El nombre nuevo de Cristo simboliza la plena revelación de su carácter prometido al vencedor en la segunda venida de Cristo. Como vencedores, todos los frutos de victoria representados por la triunfante venida de Cristo serán manifestados como nuestros (Col. 3:4; 1 Jn. 3:2).
3:13
«El que tiene oído» es la aplicación personal del mensaje. El individuo siempre es responsable delante de Dios. «Oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». El contenido de la carta a la iglesia de Filadelfia se debía dar a conocer a las demás iglesias. Además, hay un alcance todavía más amplio. Cada uno de los mensajes a las iglesias tiene validez y vigencia para las iglesias de hoy día. El mensaje, aunque concretamente dirigido a iglesias históricas, trasciende las barreras del tiempo y llega a nosotros con la misma fuerza con que fue dado al principio.
Resumen
La iglesia de Filadelfia era, al parecer, pequeña tanto en número como en influencia. A pesar de eso, Cristo le anuncia que ha puesto delante de ella una puerta abierta. La puerta podría ser la de amplia entrada en el reino del Mesías o la de la oportunidad para que continuase dando testimonio a pesar de la oposición de los judaizantes.
También el Señor le promete que mediante sería librada de la hora de la prueba, es decir, de los juicios escatológicos—la ira de Dios—diseñados para la humanidad rebelde e incrédula que está apegada a las cosas terrenales. Además, el Señor promete al vencedor que disfrutará de una íntima comunión con Él en la Nueva Jerusalén. Hay una exhortación final a prestar oído al mensaje. El reto a todos los que oyen hoy es a recibir a Cristo como Salvador y habiéndolo recibido, dar fiel testimonio del Señor. Esto confirmará su salvación y su posesión de la vida eterna con Dios.
El Mensaje a la Iglesia de Laodicea (3:14-22)
Comentario
3:14
«Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea». La ciudad de Laodicea fue fundada por Antíoco II (261-246 a.C.) y nombrada así en honor de su esposa. Laodicea fue establecida como una base militar para proteger la frontera norte del reino de Antíoco. La ciudad estaba situada en el valle del río Lico a 80 km. al sureste de Filadelfia, cerca de Colosas y Hierápolis, y a 192 al este-sureste de Esmima. Laodicea era favorecida, además, por su cercanía a dos importantes rutas comerciales imperiales. Una de las rutas partía de Éfeso y la costa del mar Egeo y terminaba en la meseta de Anatolia. La otra se iniciaba en la capital provincial en Pérgamo, continuaba hacia el sur hasta el Mediterráneo, terminando en Atalía en la región de Panfilia.
Durante el Imperio Romano, Laodicea llegó a ser la ciudad más rica de Frigia. Bendecida con la tierra fértil del valle del río Lico, Laodicea era poseedora de ricos pastos para la crianza de ovejas. Haciendo uso de cruces cuidadosos, los ganaderos de Laodicea lograron conseguir la producción de una lana negra, suave y brillante cuya comercialización estaba en gran demanda.
Laodicea era poseedora de una escuela de medicina que había sido establecida en conexión con el templo de Men Carou (una deidad asociada con la sanidad). Los maestros de dicha escuela llegaron a producir un ungüento con propiedades para curar enfermedades de los oídos y un colirio para las enfermedades de la vista. Quizá el principal problema de la ciudad yacía en el abastecimiento del agua. El precioso líquido era suplido desde una fuente situada a casi 10 km. de distancia, en Denizli. La riqueza de Laodicea llegó a tal punto que fue capaz de soportar el costo de reedificar la ciudad después de ser destruida por un terremoto sin necesidad de apelar al subsidio de Roma.
La iglesia de Laodicea fue, probablemente, establecida por algún discípulo de Pablo, tal vez Epafras, cuando el Apóstol ministraba en Éfeso. La Biblia no registra que dicha iglesia sufriese persecución, graves herejías ni que tuviese algún gran adversario. Tampoco se cita a un remanente, pero sí se menciona la tibieza general y la indiferencia espiritual de dicha congregación. La carta a Laodicea termina con una interrogante implícita: ¿hay en esta congregación a lo menos un sólo individuo dispuesto a oír?
«He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios dice esto». Con esta frase saturada de enseñanza, Cristo se presenta a sí mismo a la iglesia de Laodicea. Cristo es el ejemplo perfecto de esas virtudes tan conspicuamente ausentes en Laodicea. Las características de Cristo enunciadas en el texto se pueden resumir así:
l. Firme en su propósito: Cristo es «el Amén» (ho Améin). Aunque dicho vocablo aparece repetidas veces en los evangelios como una llamada de atención («de cierto, de cierto... »), aquí se usa como un nombre propio acompañado del artículo determinado. Cristo es el Amén a sus propias promesas. De ahí que sus promesas sean fijas, firmes, inconmovibles y de rígido cumplimiento.
2. Fiel en su proclamación: «El testigo fiel y verdadero». Como testigo, Cristo es: (a) fiel en cuanto a su constancia, es decir, no falla en la ejecución de su testimonio; y (b) verdadero o genuino en cuanto a su contenido. Él hace exactamente lo que ha prometido hacer.
3. Preeminente en su posición: «El principio de la creación de Dios» (hei archei reis laíseos tou theou). Cristo no es la primera de las criaturas, como creían los arrianos y como creen y enseñan los testigos de Jehová y los mormones hoy día, sino que es la fuente de origen de la creación a través de quien Dios obra (Col. 1:15, 16; Jn. 1:3; He. 1:2). Cristo es la Causa, Cabeza y Centro del universo. Esta descripción personal de Cristo constituye una censura del egocentrismo de los creyentes de Laodicea. Viene el día en que todo será redimido en conformidad con la voluntad del Gran Originador. En el reino mesiánico todo será gobernado por Cristo como el Dios de la creación. Señor de las huestes celestiales, el postrer Adán, el Hijo del Hombre, la simiente de Abraham, el Heredero de todo, el profeta como Moisés, el Hijo de Dios, Cabeza de la Iglesia, el Rey mesiánico que reinará en triunfo davídico y con una gloria infinitamente mayor que la de Salomón. Las ilusorias y transitorias riquezas de Laodicea no son dignas de compararse con todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento escondidos en Cristo (Col. 2:3).
3:15
«Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente». El conocimiento sobrenatural de Cristo penetra hasta lo más profundo y escudriña las obras de los creyentes de Laodicea. La inútil tibieza de aquella asamblea no escapa del escrutinio del Señor. El veredicto del Señor es que los de Laodicea no eran ni fríos ni calientes. No eran «fríos» (como el hielo) para que pudieran reconocer su profunda necesidad. Tampoco eran «calientes» (hirvientes) de manera que estuviesen en consonancia con el criterio de Cristo.
3:16
El calificativo de «tibio» (chliaros) sugiere que hubo un tiempo en que los creyentes eran calientes, pero ahora se habían enfriado. Los tibios manantiales cercanos a Hierápolis eran claramente visibles desde Laodicea. Esos manantiales no proporcionaban ni agua potable ni aguas termales con propiedades terapéuticas. «Tibio», por lo tanto, sugiere sin uso adecuado, sin eficacia. En el versículo 15, el Señor dice: «Ojalá fueses frío o caliente» (eís ei óphelon psychros efs ei zestós), es decir, «desearía que frío fueses o caliente». El deseo del Señor respecto a los creyentes de Laodicea manifiesta su compasión y contrariedad por lo que podrían haber sido. La advertencia del Señor es: «Pero por cuanto eres tibio... te vomitaré de mi boca», mejor «estoy a punto de vomitarte de mi boca». Esta acción sugiere rechazo con disgusto extremo.
Repetimos aquí nuestro comentario a Apocalipsis 3:5b: «Y no borraré su nombre del libro de la vida». Al parecer, el Señor no cree en la falacia moderna de que los nombres que han sido escritos en el libro de la vida de ninguna manera pueden borrarse de allí (véase Ex. 32:33; 22:19). La parte de un creyente puede ser quitada de la ciudad santa (Ap. 22:19) y de las bendiciones escritas en el libro de Apocalipsis (Ap 22:19), si comete apostasía y se aparta del Señor para retornar al mundo (Pr. 26:11; 2 P. 2:22). No importa cuánto vaya esto en contra de la corriente de los que enseñan que la salvación no puede perderse, ni las promesas ni las advertencias del Señor son vana palabrería. «Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?» (Nm. 3:19).
3:17
«Porque tú dices». Lo que hoy se llamaría «la autoestima» de los creyentes de Laodicea era totalmente desproporcionada. La frase es una especie de autofelicitación («tú dices»). Los de Sardis tenían un nombre o una reputación delante de los demás, pero los de Laodicea manifestaban una vanagloria basada totalmente en su propia autoestima.
«Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad». Esta es una manifiesta declaración de autosuficiencia. La frase es enfática: «soy rico, he obtenido riquezas y continúo siendo rico». Esta cláusula equivale a decir: «me he enriquecido mediante mi propio esfuerzo». Los de Laodicea confiaban en sus propios méritos. Laodicea era una pobre rica iglesia: abundaba en intelectualidad, estética, organización, programas, propiedades, números, obras de justicia, pero espiritualmente estaba en bancarrota. Laodicea había confundido la ruina con la riqueza, la retrogresión con la revitalización. La autosuficiencia de los creyentes de Laodicea se hace más conspicua en la frase: «Y de ninguna cosa tengo necesidad». Esta triste declaración parece excluir hasta al Señor, quien tiene que quedar fuera y llamar a la puerta.
«Y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo». Así se expresa la valoración que el Señor hace de aquella congregación. «No sabes» (ouk ozdas), ni siquiera en teoría, sugiere que los de Laodicea no tenían percepción ni discernimiento espiritual. «Tú eres», es decir, «tú mismo eres». Una enfática acusación que indica la culpabilidad del acusado.
El «desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo». La Reina-Valera 1960 omite el artículo determinado de manera inexplicable. Dicho artículo es importante. Se usa un sólo artículo, pero gramaticalmente su función se asocia con los cinco calificativos, indicando que los cinco adjetivos se aplican a una misma persona («tú eres el desventurado-miserable-pobre-ciego-desnudo»).
La iglesia de Laodicea era desventurada y miserable (un objeto de lástima) debido a una triple condición: (1) Pobre: Espiritualmente en bancarrota, como un mendigo que nada tiene; (2) ciego: Irremediablemente incapaz de ver su propia condición; y (3) desnudo: Sin un mínimo de genuina vestidura espiritual.
3:18
«Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego». En el texto griego no aparece la expresión «por tanto». El verbo «aconsejo» (symbouleúo) es el presente indicativo, voz activa. [2] El Señor no da un mandamiento, sino que hace una oferta de gracia. Con una perspectiva de las cosas tan terriblemente distorsionadas, la iglesia de Laodicea necesitaba ser corregida. Para una ciudad sagaz, calculadora y mercantil, el Señor usa el método más adecuado.
«Que de mí compres» (agorásai par' emou). El verbo «compres» (agorásai) es el aoristo primero, voz activa de agorádso (de ágora, que significa «mercado»). El aoristo infinitivo sugiere una acto realizado con urgencia. En realidad, Laodicea estaba en bancarrota y por lo tanto, no podía comprar nada. Pero no era una cuestión de dinero. Las cosas mencionadas en el versículo son imposibles de adquirir con dinero (véase Is. 55:1, «sin dinero y sin precio»). El precio que Laodicea debía pagar era el abandono de su estado de complacencia y egocentrismo. La exhortación es «que de mí compres». «De mí» pone de manifiesto el hecho de que Cristo era la única esperanza para aquella congregación. La respuesta al crítico problema espiritual en los de Laodicea y en cualquier otra congregación, es restablecer la correcta conexión con Cristo.
La iglesia de Laodicea necesitaba adquirir tres cosas del Señor: [3]
l. «Oro refinado en fuego», fresco, sacado del crisol, sin oportunidad para haberse contaminado y sin sufrir deterioro. Tal vez haya aquí una referencia a la fe (véanse Stg. 2:5; 1 P. 1:7). La raíz de la pobreza de Laodicea yacía en su confianza propia. Sólo la fe en Cristo podía enriquecer la vida de aquella congregación. Obsérvese la cláusula de propósito: «para que seas rico» (hína ploutéiseis). La verdadera riqueza es la que se acumula en el cielo (véanse Mt. 6:19-21; Fil. 3:7, 8).
2. «Y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez». El más probable significado de las vestiduras blancas parece ser la justicia de Cristo imputada al creyente, que resulta en una santidad práctica. El verbo «vestirte» (períbálei) es el aoristo subjuntivo, voz media de peribállo, que significa «cubrirse alrededor». El propósito es «que no se descubra la vergüenza de tu desnudez», con miras a la segunda venida de Cristo. Las vestiduras blancas contrastan con los abrigos hechos con lana negra de manufactura común en Laodicea.
3. «Y unge tus ojos con colirio, para que veas». El colirio era un producto medicinal vendido en la escuela de medicina de Laodicea. Lo que el Señor ofrece a la iglesia de Laodicea, sin embargo, era el discernimiento espiritual a través de la unción del Espíritu Santo (1 Jn. 2:20-27) para poder enjuiciar debidamente su condición tal como Cristo la ve.
3:19
«Yo reprendo y castigo a todos los que amo» (ego hósous ean filo elégcho kai paideúo), literalmente, «yo, a cuantos amo, reprendo y disciplino» (véanse Pr. 3:12; He. 12:6). He aquí la obligación del amor: El padre que ama a su hijo de verdad, no vacila en reprenderlo y castigarlo si es necesario para que regrese al camino correcto.
El verbo «amo» en este caso es philéo y no agapáo. Phileo es un amor de afecto personal que es enteramente consonante con la severidad de la disciplina asociada con el amor de Dios. Es más humano y más emocional que agapáo y tiene menos profundidad. Dicho vocablo probablemente es seleccionado aquí para mostrar que a pesar de la pobre actitud de la iglesia hacia Él, todavía el Señor tiene un sentimiento de afecto hacia ella. La sorprendente selección de este término emocional viene como una tierna e inesperada manifestación de amor hacia quienes lo merecen menos entre las siete iglesias.
Dios aplica acción disciplinada cuando sus hijos la necesitan. La disciplina puede ser en forma de reprensión («yo reprendo», elégcho) con el resultante reconocimiento de culpa. También puede manifestarse como «castigo» (paideúo). El verbo «castigar» (paideúo) significa «entrenar niños», «castigar», «corregir».
El resultado esperado por el Señor se expresa así: «Sé, pues, celoso, y arrepiéntete». «Sé celoso» (zéileue) es el presente imperativo, voz activa. El presente sugiere una acción continua («sé constantemente celoso»). Por otro lado, el verbo «arrepiéntete» (metanóeison) es el aoristo primero ingresivo, modo imperativo, voz activa de metanuéo. El aoristo imperativo sugiere acción urgente, el aspecto ingresivo del aoristo contempla el comienzo de la acción. La frase completa podría expresarse así: «Comienza a arrepentirte de inmediato y de ahí en adelante sé continuamente celoso».
3:20
«He aquí, yo estoy a la puerta y llamo» (idou hésteika epi tein thyran kal kroúo). El verbo traducido «yo estoy» (hésteika) es el perfecto indicativo, voz activa de hísteimi. que significa «colocar», «estar de pie». La frase podría traducirse: «He aquí he tomado mi posición frente a la puerta y estoy llamando». La expresión «he aquí» es una llamada de atención para contemplar algo poco común o maravilloso: ¡un Rey aguarda en espera de un mendigo!
Cristo hace dos cosas: (1) Llama (tiempo presente), con el deseo de una comunión continua; y (2) habla: «Si alguno oye mi voz». Su voz, evidentemente, expresa su deseo de entrar en una iglesia que se ha engreído y se cree tan autosuficiente que ha decidido que no necesita a Cristo. Algunos entienden que la figura de Cristo junto a la puerta apunta a la cercanía de su segunda venida. De manera que a la luz de ese acontecimiento escatológico Él llama con insistencia para tener comunión con aquel que oye su voz y abre la puerta antes que sea demasiado tarde. A quien oye su voz y abre la puerta, Cristo le ofrece lo siguiente:
l. «Entraré a él» (eisleúsomai pros auton). Obsérvese que Cristo entra en aquel que oye su voz y abre la puerta. Aquí puede reconocerse la enseñanza bíblica tocante a la responsabilidad humana. Cierto que la Biblia enseña la soberanía de Dios, pero con igual énfasis enseña la responsabilidad del hombre. Dios no toma por asalto el bastión del corazón humano. Nótese que la invitación se dirige a cada congregante de Laodicea: «Si alguno oye mi voz y abre la puerta». Esa es la condición que el Señor establece. Si eso ocurre, Cristo promete: «Entraré a él» (futuro indicativo, voz media). Cristo garantiza entrar por sí mismo en aquel que le abre la puerta.
2. «Y cenaré con él». Esta figura señala a un acto de comunión. En las tierras orientales compartir en común una comida era indicio de un lazo fuerte de afecto y comunión. La comunión que el creyente puede tener con Cristo aquí en la tierra se perfeccionará en el reino glorioso del Mesías. Allí habrá perfecta comunión con el Señor en intimidad y santidad. Obsérvese el futuro indicativo, voz activa, «cenaré». Esta promesa se cumplirá si se cumple la condición de oír su voz y abrir la puerta.
3. «Y él conmigo» (kai autos met' emou). En el reino del Mesías habrá una grandiosa cena de comunión, tal como Cristo lo anunció: «Para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel» (Lc. 22:30). Cristo presidirá la mesa de comunión en el reino como lo hizo en el aposento alto (Mt. 26:20-29) y habrá una mutua relación y disfrute personal: «cenaré con él y él conmigo». Este mutuo intercambio de camaradería describe la cercanía final de Cristo en el futuro. Debe destacarse, por último, que participar con Cristo en esa cena de comunión es un resultado de la gracia soberana de Dios. Nadie posee méritos propios para estar presente en esa gran cena. Sólo quienes han puesto su confianza en Cristo y se han acogido a su obra salvadora son declarados aptos para participar: «Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero» (Ap. 19:9).
3:21
«Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono». Esta es una gloriosa promesa. No sólo eleva al creyente de la pobreza a la riqueza, sino que le otorga el rango de realeza. El creyente tiene la expectativa de reinar junto con Cristo (véase 2 Ti. 2:1, 2a). La expresión «conmigo» (met' emoú) sugiere comunión. «En mi trono» se refiere al trono mesiánico. Los tronos orientales eran una especie de diván o sofá ancho donde el monarca se sentaba con las piernas cruzadas y en el que había espacio para más de una persona. El trono de Cristo ( «mi trono») es una referencia al trono mesiánico prometido por Dios al rey David en Segundo Samuel 7:17 (véase Lc. 1:30-33). La diferenciación entre el trono de Cristo y el trono del Padre no es sencillamente retórica. Esta provee para diferentes aspectos del programa futuro de Dios (véase 1 Co. 15:24-28) al reconocer la consumación final en la tierra del reino de Cristo a su regreso. Su trono es aquel del que Él es heredero como hijo de David (véanse Sal. 122:5; Ez. 43:7; Lc. 1:32). Él lo ha de ocupar cuando vuelva en su gloria (Lc. 1:32; Dn. 7:13, 14; Mt. 25:31 ; Hch. 2:30; He. 2:5-8; Ap. 20:4). La ocupación del trono de David por Cristo es uno de los énfasis principales del Apocalipsis desde el principio hasta el final (véase 1:5, 7; 22:16). El vencedor tendrá la dicha de sentarse con Cristo en su trono.[4]
«Así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono». El verbo «he vencido» (eníkeisa) es un aoristo histórico y enfoca la victoria de Cristo tanto en la cruz como en su resurrección. En su muerte y su resurrección, Cristo venció al pecado, a la muerte y al diablo. Su victoria fue rotunda y definitiva. «Me he sentado» (ekáthisa) también es un aoristo histórico («he tomado mi asiento»). Su obra fue perfectamente acabada y por lo tanto, ascendió al cielo, a la presencia del Padre para ser exaltado al lugar de honor (Ef. 1:20; He. 1:3; 8:1; 12:2) y sentarse con el Padre en su trono.
3:22
«El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». Con estas palabras termina el mensaje a cada una de las siete iglesias. Lo que el Espíritu dice a las iglesias, también lo dice al creyente como individuo.
Resumen y Conclusión
Los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis constituyen una unidad dentro de la estructura del libro, aunque deben interpretarse y ser comprendidos a la luz del mensaje total del Apocalipsis.
Las siete cartas son mensajes dirigidos a siete iglesias históricas que existían en el Asia Menor y en las que Juan el Apóstol tuvo un amplio ministerio. Dichas Iglesias, además, representaban siete condiciones que han existido simultáneamente en cada siglo de la historia de la Iglesia. Las cartas contienen, por lo tanto, exhortaciones, advertencias, recriminaciones y reconocimientos que pueden y deben aplicarse a las iglesias de hoy día.
No debe perderse de vista, sin embargo, que el mensaje central del Apocalipsis gira alrededor de la segunda venida de Cristo y la consumación de su reinado glorioso. Ese reinado será inaugurado personalmente por el Rey-Mesías en su segunda venida.
Antes de su venida corporal y visible, tendrá lugar el cumplimiento de la gran tribulación para la Iglesia. Esta tribulación no se identifica con los juicios escatológicos que afectarán al mundo entero (Ap. 3:10). El Señor promete librar a su Iglesia de la hora misma de la prueba—la ira de Dios. Esa liberación no será una protección a través de la ira o prueba, sino una liberación que consistirá en sacar a la Iglesia de la tierra antes que esos juicios tengan lugar, pero después de que se desate la gran tribulación. El propósito de la ira de Dios es someter a prueba al mundo incrédulo. El propósito de la gran tribulación es someter a prueba a la Iglesia. La esperanza de los redimidos es estar en la presencia del Señor y disfrutar de comunión plena con Él sin obstáculos de ninguna clase que interfieran con esa relación. El Señor promete que el vencedor se sentará con Él en su trono. Su trono tiene que ver con el dominio que Cristo ejercerá como Rey Mesías cuando regrese la segunda vez a la tierra. Él reinará como Rey de reyes y Señor de señores, exhibiendo dentro del tiempo y de la historia la plenitud de sus atributos que estuvieron velados cuando vino a este mundo la primera vez.
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Notas
[1] La frase «el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre» destaca la soberanía de Jesucristo. Cuando Él abre nadie puede cerrar y cuando cierra nadie puede abrir. El vocablo «ninguno» (oudelso) tiene función de sustantivo y significa «nadie», «ninguno en absoluto». El señorío de Cristo es uno de los temas centrales del Apocalipsis.
[2] El presente indicativo expresa aquí una acción continua y podría traducirse «te estoy aconsejando». El aoristo infinitivo que sigue completa la idea de la urgencia de la acción. Podría expresarse así: «Te estoy aconsejando que de inmediato compres de mi oro refinado en fuego». El texto refleja la inagotable gracia de Cristo.
[3] Apocalipsis 3:18 contiene una estructura gramatical a la que debe prestársele una atención especial. El sujeto de la oración es el Señor Jesucristo. El verbo principal «aconsejo» (synbouleúo) seguido de tres complementos con el verbo «comprar» (agorásai). La estructura de la oración es la siguiente: Te aconsejo (1) comprar de mí oro refinado en fuego para que seas rico; (2) [comprar] vestiduras blancas para vestirte y [para] que no se manifieste la vergüenza de tu desnudez; y (3) [comprar] colirio para ungir tus ojos para que veas. El versículo revela la inconmensurable gracia del Señor hacia una iglesia que se consideraba autosuficiente, pero que atravesaba una condición espiritual deplorable.
[4] Debe destacarse que el término «trono» no se refiere a una butaca real en el sentido físico del vocablo, sino que se refiere a «la dignidad y al poder soberano y supremo en David como rey». Cristo ocupará el trono de David no en el sentido de sentarse en la misma silla o butaca real en la que se sentó David, sino en el sentido de que poseerá la dignidad y ejercerá el poder soberano inherentes en el pacto davídico.